lunes, 24 de diciembre de 2012

Tu historia al completo



No en otro lugar que en nuestros recuerdos se alberga la posibilidad de hilvanar la historia singular e irrepetible que nos narra. Por eso son la sede, el sustrato, la sustancia misma con la que día a día se levanta ese laberíntico edificio en perpetua construcción que es nuestra siempre quebradiza identidad. 

Tal vez a causa de ese papel crucial que desempeñan en lo que creemos, decimos y sentimos ser, nuestros recuerdos se entremezclan de continuo con la vivencia presente, y nunca dejamos de columpiarnos entre el ahora más inmediato y los pedazos del ayer encerrados en nuestras memorias. A ellos acudimos por mero entretenimiento en la soledad del paseo. En busca de un cálido e insustituible refugio en la añoranza del ausente, o en épocas áridas y escarpadas en contraste con la mayor amabilidad de las pretéritas. También del perfecto instrumento de autoflagelación tras la acción fallida y en el remordimiento de la conciencia por el gesto agrio y la palabra dañina. Con enorme alivio desecharíamos aquellos que de súbito arañan nuestras mentes de camino al sueño, impidiéndonos el descanso. Los que entristecen el alma ya apesadumbrada que se empecina en evocarlos. A otros retornamos gozosos una y otra vez, y los acariciamos como si de un precioso tesoro se tratara, con la pretensión de evitar que el paso del tiempo los deshilache y emborrone para finalmente sepultarlos en honduras subterráneas, insondables, nunca más accesibles. Pero tanto si aligeran como si amargan nuestro ánimo, tanto si prueban nuestros logros como nuestros fracasos, no es difícil concluir que nos hallaríamos por completo desamparados, desasistidos de nosotros mismos sin la constante compañía de nuestros recuerdos. Sin los recuerdos que a menudo contamos a otros para desvelarles quiénes somos. Que nos contamos a nosotros mismos intentando perfilar nuestro propio y huidizo retrato. 

Imaginemos entonces por un momento que a nuestro alcance se pusiera un dispositivo técnico no sólo capaz de almacenar, como en un disco duro, todos y cada uno de nuestros recuerdos, sino también de permitirnos el acceso a voluntad a ellos y su eventual compartición con nuestros semejantes. Si la idea pudiera de entrada parecernos atractiva, el tercer episodio de la impactante serie británica Black Mirror, Tu historia al completo”, se dedica a ahondar en las inquietantes consecuencias que semejante invento tendría en nuestras vidas. Los seres humanos de un futuro indeterminado que lo protagonizan han optado por implantarse tras sus orejas el llamado “grano”, un sofisticado artilugio que, segundo a segundo, registra tanto las imágenes que captan sus retinas como los sonidos que al tiempo perciben sus oídos. Por medio de otro pequeño instrumento controlado manualmente, pueden trasladarse a cualquier momento del pasado y proyectar, bien sobre el reverso de sus ojos, bien sobre una pantalla exterior, cada una de las escenas de sus vidas grabadas en el “grano”. Al igual que un reproductor de películas, el artilugio posibilita el rebobinado y repetición ad infinitum de una misma escena, la detención en pausa sobre cada uno de sus fotogramas, incluso la ampliación en zoom de todos sus detalles o la selección de recuerdos según algún factor común. El “grano” ofrece recuerdos desprovistos de emociones, pero carentes de lagunas o neblinas. Recuerdos precisos sin un ápice de distorsión o emborronamiento. Además, es obvio que las imágenes captadas por nuestros ojos y grabadas en el “grano” contienen más información que la que nuestras mentes logran aprehender en la inmediatez vertiginosa de la vivencia. De ahí que, en esa sociedad futura, se haya instalado el hábito de “revisar” escrupulosamente los momentos más relevantes vividos en el día. 


Así, tras una entrevista de trabajo de cuyos resultados no está muy convencido, Liam revisa en el taxi de vuelta a casa los gestos, las palabras, las expresiones faciales de sus entrevistadores registradas en el “grano”, con el propósito de averiguar qué impresión habrán tenido de él y sus posibilidades de ser contratado. Más tarde proyectará ante su mujer, Fiona, esas mismas escenas sobre la pantalla de otro taxi –específicamente dispuesta a tal efecto– para que ella pueda valorar por sí misma las perspectivas futuras de la entrevista. En el aeropuerto, el control que seguridad al que Liam es sometido consiste en la revisión acelerada, sobre la pantalla de un portátil, de algunos intervalos de sus vivencias pasadas. Durante la cena en casa de unos amigos a la que acude al encuentro de Fiona, los asistentes se entretienen mostrando a los demás recuerdos de sus viajes o escenas de fiestas en las que todos participaron tiempo atrás. Comentando con cierto cinismo su incapacidad para mantener relaciones duraderas, Jonas, uno de los asistentes, cuenta que con frecuencia abandonaba la cama donde dormía su pareja para masturbarse en el salón revisando sus experiencias sexuales con otras parejas. De vuelta en casa, Fiona proyecta sobre una pantalla ubicada en el salón los recuerdos almacenados en el “grano” de su hija, aún un bebé, con el fin de cerciorarse de que, durante su ausencia, ha sido debidamente atendida por la niñera. Inquieto por ciertos gestos de Fiona hacia Jonas en el transcurso de la velada, Liam no dudará en revisar y analizar al detalle algunos de sus recuerdos de la misma para averiguar si existe alguna relación entre ambos de la que Fiona nunca le ha hablado. Y tras una fuerte discusión entre el matrimonio motivada por los recelos de Liam, discusión en la que cada palabra hiriente, cada argumento utilizado, podrá ser exactamente recordado y echado en cara al otro por medio de su proyección en la pantalla del salón, Liam y Fiona intentan reconciliarse haciendo el amor. Su falta de pasión en el presente será suplida por la proyección simultánea en el reverso de sus respectivos ojos del recuerdo de uno de sus encuentros amorosos más encendidos. No obstante, ello no conseguirá tranquilizar a Liam. Desde la sospecha de que Fiona le es infiel, proseguirá indagando en sus recuerdos para acabar iniciando un camino sin retorno. 


Gracias al “grano”, en el futuro que dibuja “Tu historia al completo” los seres humanos se han convertido en seres que se adivinan huecos y anodinos por culpa de su exceso de dedicación a la revisión de una vida ya vivida que reemplaza, recorta y vacía de potenciales contenidos su vida presente. En obsesivos vigilantes tanto de cada uno de los pasos que dan como de los de sus allegados, dado que la existencia de ese pequeño artefacto ha transformado el concepto mismo de la sinceridad: en su extremo consiste en el consentimiento a la pública exposición de los propios recuerdos. Recíprocamente, también son seres de continuo vigilados por sus seres queridos y por cualquier autoridad que demande, en pro de la seguridad colectiva, el acceso a las imágenes grabadas en el “grano”. En ese futuro en el que los hombres han aceptado de buen grado ser colonizados por la técnica, no parece ya haber lugar para la privacidad, para la reserva y salvaguarda de la propia interioridad del posible escrutinio de miradas ajenas. Tampoco para el secreto, el engaño o la mentira, vil o piadosa, significativa o intrascendente, que oculte las acciones emprendidas al conocimiento de otros. Ni siquiera para el error, susceptible de ser recordado y reprochado por toda una eternidad. En ese mundo ficticio, pero quién sabe si viable en algún momento no tan lejano en el tiempo, el afán de almacenar y visibilizar cada minúsculo fragmento de la propia existencia ha devenido un poderoso instrumento de control e imposición de asfixiante transparencia que vacía y aplana al eliminar casi cualquier resquicio de opacidad sustraído a la observación y al examen. 


Si alguna vez hemos deseado penetrar en la interioridad de otro y acceder a sus más íntimos recuerdos, si alguna vez hemos suspirado por no poder recordar con exactitud o revivir ciertos episodios de nuestras vidas, “Tu historia al completo” quiere alertarnos del peligro que anida en el progreso tecnológico puesto al servicio de esa clase de deseos que pugnan por traspasar las limitaciones de la condición humana. Pues no cabe obviar que todo límite es, a un tiempo, condición de posibilidad. En el que representa el olvido radica la posibilidad de abrirse a lo porvenir. En el que supone la impenetrabilidad de la propia conciencia, la de decidir libremente si abrirse a los otros y así ser capaz de entregarse verdaderamente a ellos.  

14 comentarios:

Marga dijo...

Clavadito el último párrafo, mi querida Antígona... para enmarcar!

De los tres capítulos de la serie este fue el que me dejó más noqueada. Los tres hablan de la alienación a las que nos puede conducir la tecnología visual (más de la que ya tenemos en la actualidad o su sencilla evolución) pero esta en concreto me pareció tan posible y tan perversa!!! uffff. Qué espanto, pensé, y si se trata del caso de una pareja, como sucede en el capítulo, las consecuencias son tan dañinas, tan sádicas que me estremecía al pensarlo.

Ya te digo, un par de días dándole vueltas al asunto.

Porque lo que más me asusta es su posibilidad no tan lejana. Esa necesidad de obviar el presente se parece demasiado a lo que ya sucede con los móviles, tablets y demás inventos conectados a cada momento. Harta estoy de ver como la gente está en una reunión social y con los móviles en mano cuentan lo que están haciendo a otros que no están. Tan extraño: al contar dejan de vivir lo que están viviendo y entonces lo único que pueden contar es eso, que cuentan. El relato es así el protagonista, claro, que olvidan que el relato así no es nada. Sólo hueco autoreferencial. Es recortar el presente, como tú misma dices, vaciándolo de contenido.

No sé si me explico pero estoy tan harta de verlo... sobre todo en reuniones con gente más joven que nosotros. Y tampoco vayas a creer, no me refiero a adolescentes, bastan unos diez años menos. Y a veces ni eso.

Alienación pura y dura.

Por eso me gustó la serie tanto, porque van un pasito más allá: lo justo para sorprenderte pero también lo justo como para pensar en la posibilidad de su existencia. Y porque hace evidente lo que ya existe.

Besos ya y sin recortes!

Dona invisible dijo...

Hola, Antígona,
interesante reflexión la que plantea el capítulo de Black Mirror que expones. Recuerdo que cuando lo vi pensé que no era descabellado esperar que algún día a lo mejor podamos disponer de esa información que, por qué no decirlo también, forma parte de los deseos de muchas personas. Es aterradora la idea de saber que no dispondríamos ya de ningún tipo de intimidad, que nuestros recuerdos formarían parte del conocimiento público. Pero cuántas cosas con las que convivimos hoy serían impensables hace no muchos años? Y, sin embargo, las vivimos con naturalidad...
De todas formas, está claro que los recuerdos forman parte de nuestra privacidad y creo que ahí deberían quedarse.
Me pregunto, además, cómo nos afectaría si fuéramos capaces de visualizar una y otra vez esos recuerdos traumáticos, que nos atormentan constantemente. Cómo nos afectaría también conocer todas y cada una de las parcelas de la vida de las personas que nos importan, sin que estas nos hayan dado permiso para acceder a ellas... Mecanismos parecidos ya existen y me temo que las consecuencias son nefastas.

Un abrazo, Antígona, espero que estés pasando lo mejor posible estos días!

El peletero dijo...

De la misma manera que la justicia absoluta es la peor de las justicias, la verdad absoluta es la mentira más grande que pueda decirse, ¿por qué?, porque ninguna de las dos existe, ambas son quimeras que lo único que consiguen es recrear un mundo falso y, como tal, dañino.

No he tenido la suerte de ver esa serie que comenta, querida Antígona, pero al leer su descripción ya se me ponen los pelos de punta.

Es curioso, pero el otro día hablaba yo de las personas, entre las que me encuentro, que no salen del todo de los armarios, guardando en ellos una parte muy importante de sí mismos, protegiéndola y ocultándola de la vista pública, de la vida social en el más amplio sentido de la palabra, incluso, naturalmente también, de la vida amorosa de pareja. Es algo que incluso va más allá de la privacidad, es una parte de la persona que sería dañada por el simple hecho de exponerla a la luz.

En esta vida nuestra, de la misma forma que es necesario aliñarla, de vez en cuando, con un poco de mal gusto, también debemos armarla con algo de cinismo si no queremos que los demás se nos zampen como si fuéramos un berberecho.

Besos un poquito cínicos.

Las nuevas tecnologías son como las viejas tecnologías, en nada se diferencian las unas de las otras, ambas son cuchillos que sirven para cortar. Para cortar cualquier cosa, cadenas o cabezas.

Antígona dijo...

Lo primero de todo, agradecerte, niña Marga, la recomendación de la serie. ¡Qué ojo tienes, maja!

Yo no sabría decirte cuál me dejó más impactada, si éste o el segundo, aunque la verdad es que los tres, como dice el artículo que he linkado, son una bofetada en plena cara. Del segundo me pareció que se podían encontrar muchos paralelismos entre el mundo al que nos encaminamos gracias al neoliberalismo y el mundo que allí se planteaba, al margen de la cuestión de la alienación tecnológica. Pero es posible que el tercero, por afectar a algo cuya comprensión nos resulta tan inmediata –la relación que tenemos con nuestros propios recuerdos-, impacte más sin necesidad de demasiada reflexión. A mí, particularmente, también me dejó estupefacta y recuerdo que pensé en lo mismo, qué infierno una relación de pareja en la que cada cosa que uno ha dicho –en una discusión, por ejemplo- puede ser proyectada y echada en cara al otro. Francamente, me pareció que un aparatito así destruiría cualquier relación de pareja, e incluso cualquier relación humana tal y como la conocemos hasta el momento.

A mí tampoco me parece una posibilidad tan lejana, sobre todo atendiendo al fenómeno al que apuntas. En ese estar contando constantemente al otro lo que uno hace, tienes razón, no se vive de igual manera el momento presente. O, sencillamente, no se vive, porque se sustituye la vivencia por la narración de lo que acaba de suceder, impidiendo que nos abandonemos a los acontecimientos que tienen lugar en ese momento. Resulta por otra parte en extremo paradójico que se tenga esa necesidad de contar a otros cuando ya se está rodeado de gente. En el metro observo con mucha frecuencia a la gente wasapeando, por ejemplo, pero me digo que ese constante estar conectado se explica porque facilita la huida de la soledad. Me da la impresión de que esos cacharros están provocando que cada vez nos resulte más doloroso sabernos solos. Algo que no deja de transformar nuestra relación con nosotros mismos si tenemos en cuenta todas las cosas que surgen de la soledad o que incluso tienen en la soledad la condición de posibilidad de surgimiento. Pero, si ya se está en compañía, ¿a qué santo ausentarse de la compañía presente para dedicar tiempo a los amigos ausentes? ¿Cuál es entonces el objeto de haberse encontrado? ¿Ya no es posible pasárselo suficientemente bien en los encuentros con conocidos o amigos como para tener que recurrir al contacto con otros? Leí sobre esta cuestión un artículo de Zygmunt Bauman, que se llama “Soledad masificada”. Vale la pena leelo, y se encuentra fácilmente por la red.

Por lo que sé, los adolescentes confiesan estar a todas horas enganchados a estos artilugios que te permiten estar constantemente conectados a otros. En gente más mayor no lo he observado aún, pero será porque no frecuento demasiado el mundo exterior ;) Estará más atenta.

La serie es fantástica, sí, y desde luego lo es por lo que dices. Lo del “grano” implantado tras nuestras orejas no sé si llegará a ser una realidad algún día. Pero las conexiones que guarda con el mundo en que vivimos me parecen más que evidentes. Y es necesario pararse a pensar sobre ellas, porque los cambios se suceden a tal velocidad de vértigo que no terminamos de darnos cuentan de cómo están transformando nuestras vidas.

Besos desmemoriados!

Antígona dijo...

Hola, Dona! ¿Así que tú también has visto la serie? La verdad es que es de lo más inquietante toda ella, y si me he centrado en este último capítulo es porque, por circunstancias, volví a verlo hace poco. Como le decía a Marga, yo no tengo muy claro que lo que se plantea en este capítulo pueda llegar a ser una realidad, por más muchas personas pudieran desearlo. Pero quién sabe. Tantas cosas impensables hace una década son ahora nuestro pan de cada día y el progreso tecnológico es tan imparable que igual podemos esperar ya cualquier cosa.

Todo lo que mencionas me parece aterrador. Es obvio que nuestra vida cambiaría radicalmente si supiéramos que nuestros íntimos pueden en un momento dado pedirnos acceso a nuestros recuerdos y enfadarse con nosotros de no acceder nosotros a ello. Si no pudiéramos entonces incurrir en ciertos engaños intrascendentes cuyo único cometido –por más que supongan un indudable enmascaramiento- es no herir los sentimientos de otros. Yo también he pensado en qué sucedería si pusieran a nuestro alcance la posibilidad de revivir una y otra vez recuerdos traumáticos. ¿Los usaríamos como instrumentos de castigo cuando nos sentimos mal con nosotros mismos? ¿Y qué sucedería con los buenos recuerdos? Podríamos quizá aislarnos por completo del presente para pasarnos la vida en un constante revivirlos. No creo que ninguna de las posibilidades resulte de ninguna manera saludable, incluso compatible con esa necesidad que tantas veces nos recordamos de mirar hacia adelante o de vivir el presente conforme va llegando. Me temo que nada mejor que la locura nos aguardaría en el extremo de ambas posibilidades.

Recuerdo que alguien me contó que la posibilidad de fabricar móviles que graben a la persona cuando se comunica, y ofrezcan por tanto al otro no sólo la voz, sino también la imagen de quien habla, es una realidad desde hace mucho aunque no haya llegado a comercializarse. ¿Por qué? Pues por el simple hecho de que, entonces, no sería posible mentir a los otros acerca de dónde estamos en el momento en el que hablamos. Necesitamos ese margen de ocultación. Es preciso reconocer que nuestras relaciones con los otros reposan en parte sobre él. De no poseerlo, qué difíciles serían las cosas.

¿Así que estás al tanto de que estos días no me gustan mucho? Jajajaja, tranquila, que sobrevivo. Y en un par de días cambiaré de escenario y estaré mucho mejor.

Un gran beso!

Antígona dijo...

Qué razón tiene usted, estimado Peletero. Me ha hecho evocar de nuevo aquella cita de Derrida a la que dediqué un par de cuentos: “La verdad, en su nombre maldito nos perdimos, en su nombre solamente, no por la verdad misma, si acaso existiera, sino por el deseo de verdad que nos arrancó las "confesiones" más aterradoras, tras las cuales quedamos más alejados que nunca de nosotros mismos, sin acercarnos ni un paso a verdad alguna”.

Si no ha visto aún la serie, haga lo posible por verla. No he contado nada del desarrollo del capítulo, que vale la pena ver, y los otros dos que la componen también podrían dar para varios post. De las reflexiones más lúcidas y a la vez ácidas que se han hecho en los últimos tiempos acerca del mundo tecnificado y cada vez más visual en el que vivimos. Imposible quedar indiferente y no ponerse a darle vueltas a la cabeza después de haberla visto.

Comparto con usted esa percepción de que no todo puede ni debe exponerse a la luz, dado que el precio sería malograrlo o dañar profundamente nuestras relaciones con los otros, también con las personas con las que más unidos estamos. Creo sinceramente en la necesidad de esa reserva, de esa contención, de esa ocultación. No todo lo que se cuece por la interioridad de nuestras conciencias, de nuestras fantasías, de los pensamientos que puedan sobrevenirnos en un momento dado, es socialmente presentable, y mejor, por tanto, que no queden más testigos de ello que nosotros mismos y nuestra familiaridad con esas oscuridades que todos albergamos. A fin de cuentas, si nuestras oscuridades nos resultan las más de las veces soportables es porque, por un lado, estamos acostumbrados a ellas y, por otro, porque no tenemos más remedio que convivir con nosotros mismos. Pero dudo mucho que cualquier otro resistiera su visión sin que ello pervirtiera definitivamente su relación con nosotros.

Así que le doy plenamente la razón: es preciso guardarse ciertas cosas para uno mismo. Supongo que por eso me molesta la gente que carece de toda suerte de autocensura y expone públicamente lo que nadie quiere oír ni ver, lo que todos sabemos que no debería ni contar ni mostrar.

Toda tecnología, vieja o nueva es, ciertamente, un arma de doble filo. Muy pocos o quizá nadie es capaz de anticipar las consecuencias perversas que siempre acaban derivándose de inventos pensados con fines benéficos. Se proyecta un artilugio con una determinada finalidad y no se repara en todas las puertas, ajenas a tal finalidad, que con su existencia se abren. Sin embargo, artilugios como el que propone la serie me parecen aún más peligrosos en la medida en que supondrían una transformación radical de nuestra humanidad. O quizá no. Quién sabe si nuestra humanidad no anda ya bastante alterada por la mera existencia de los móviles de última generación.

Besos en interrogante.

NoSurrender dijo...

Qué gran serie ha traído aquí, doctora Antígona. Sólo son tres episodios pero dejar un poso de reflexión de lo más denso, sin duda.

Siempre he pensado que los recuerdos están vivos, pertenecen al presente y conviven con él, moviéndose con éste y moldeándose con las experiencias y emociones futuras que nada tuvieron que ver con el hecho en sí rememorado. Así que el “grano” es, de alguna manera, la antítesis del recuerdo porque lo aísla de lo único que lo da sentido: la manipulación del mismo por parte de cada presente. Y no mata sólo el pasado, sino también el presente.

Además, como decía Borges en Funes el Memorioso, no podemos pensar sin la capacidad de generalizar y de abstraer, para lo que necesitamos lagunas que completar y no un mar de detalles.

Un beso, doctora Antígona!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
la curiosidad no me deja otra opción que buscar la serie,
por cierto ¿es una mini-serie?

Me ha parecido aterrador la posibilidad de disponer de un instrumento que nos permita acceder a nuestra memoria.
Me da la sensación de que solo el hecho de saber que ese registro pueda hacerse público por motivos de seguridad general,anula toda espontaneidad por parte del individuo en el ejercicio de su "supuesta" libertad.

Por otro lado,qué perversa me parece la manipulación de los recuerdos ajenos,qué invasiva y seguro que lícitamente justificada vendría impuesta por parte del Estado o las autoridades competentes,incluso quien sabe,las sanitarias....
Un peligro,como habeis apuntado,que por otra parte no me parece,tan improbable,después de todo los intentos de recortes a las libertades públicas que venimos presenciando que son constantes y siempre vienen deliberada y oficialmente argumentados.

Y sí, que la tecnología nos controla,por descontado,dejamos de vivir el presente por la obsesión de contarlo,grabarlo o transmitirlo,como apuntaba Marga.Me temo que dejamos de estar con frecuencia en el AQUÍ y AHORA,la tecnología nos ausenta,nos convierte en espectadores o nos relega a narradores,nos priva de protagonizar el MOMENTO,que al fin y al cabo,es lo único que realmente existe.

Tras leerte,definitivamente me quedo con nuestra memoria imperfecta,ésa que falla y que es tramposa,que adorna,dulcifica y filtra,que agranda o empequeñece,pero al fin y al cabo es nuestra y a día de hoy,personal, privada,sin artificios ni supuestos dispositivos de control externos.

Un abrazo y un beso!!!

koolauleproso dijo...

No tiene mala pinta esta serie.
Bueno, esto es una escusa para desearte ¡Feliz Año, amiga!

Antígona dijo...

Usted sí que trae aquí un tema muy interesante en relación al recuerdo sobre el que ya pensé al escribir el post pero que no quise introducir en él por no alargarlo más ni por enredar la exposición: el del constante proceso de remodelación que sufren nuestros recuerdos cada vez que los evocamos no sólo en función del presente que vivimos, sino también, como usted señala, de nuestras expectativas futuras. El abatimiento presente suele teñir del mismo color los recuerdos de acontecimientos pasados recientes e inclinarnos a su interpretación negativa o desfavorable. El deseo de suscitar en alguien las mismas emociones amorosos que nosotros sentimos por él provocará que el recuerdo del encuentro vivido con esa persona se amolde a nuestras esperanzas. Los recuerdos, en efecto, son algo vivo, para bien y para mal. Pues por más que tratemos de evitar esa manipulación del recuerdo que inconscientemente provocamos, ésta se producirá sin remedio, en ocasiones para estrellarnos contra una realidad por completo distante de nuestros deseos.

Muchas veces me ha inquietado esta idea de que nuestros recuerdos no son en absoluto fiables. De que quizá cuantos más los evoquemos, más lejos se hallen de la realidad de la vivencia que les dio lugar. Todos tenemos recuerdos pero no sabemos qué grado de veracidad podemos atribuirles. Aunque respondan a una realidad indiscutible –lo sabemos sobre todo cuando son compartidos con otros- nunca sabremos cuánto de cierto y cuánto de invención por nuestra parte hay en el modo en que se despliegan en nuestras mentes. Pero a la vista de esta serie, creo que es mil veces preferible esta inquietud y esta inseguridad sobre nuestros recuerdos a la reproducción fría y por completo objetiva que nos proporcionaría el “grano”. En efecto, tal y como dice, lo que el grano procura es la antítesis del recuerdo. Además de que el grano prescinde de una parte fundamental de nuestros recuerdos sin la cual su evocación quedaría por completo desvirtuada: las emociones que acompañan a nuestras vivencias y que, a menudo, son el motor de su evocación en el recuerdo.

También vino a mi mente al escribir el post –una vez más- la figura de Funes el Memorioso. Nadie mejor que Borges ha sido capaz de poner de relieve, a través de ese cuento, la necesidad del olvido y de las lagunas en la percepción para comprender la realidad que nos rodea y poder pensar sobre ella. Y es que, como bien dice, el pensamiento demanda esas lagunas y ese olvido. De lo contrario, se ahogaría en un mar de detalles del que no podría emerger comprensión alguna en conceptos. Esas poderosas máquinas de obviar detalles y diferencias sin las cuales ni tan siquiera podríamos hablar.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Querida Troyana, esta serie, simple y llanamente, ¡NO TE LA PUEDES PERDER! Así que ya tienes tarea para el nuevo año :) Y sí, es una miniserie de tres capítulos, cada uno de los cuales constituye una historia cerrada en sí misma y cuyo punto de conexión es una visión bastante tenebrosa de las posibles consecuencias del uso de tecnologías –youtube, redes sociales, realidad virtual- plenamente extendidas hoy en día.

Muy interesante lo que dices de que la posibilidad de que nuestros recuerdos se hicieran públicos coartaría nuestra libertad. Por completo de acuerdo. Cuántas cosas no dejaríamos de hacer de saber que alguien puede acceder a la misma visión que nosotros tenemos de ellas en el momento en que las estamos viviendo. Cuántas dudas tendríamos sobre nuestras acciones diarias o sobre las palabras que pronunciamos si pudieran convertirse en objeto de examen ajeno.

Al margen, como bien señalas, de que ese aparatito implantado en nuestras cabezas devendría un instrumento de control cada vez más férreo e implacable. La serie sólo lo apunta sin abundar en las muchas consecuencias que el “grano” tendría, pero con su existencia, cualquier interrogatorio policial sería ya inútil, dado que nada más fácil para la policía que acceder a nuestros recuerdos. Cualquier médico podría controlar si hemos seguido o no determinado tratamiento, si hemos respetado sus prescripciones en cuanto a dieta y ejercicio, cualquier podría inmiscuirse en nuestros saludables o no saludables hábitos sexuales… uff, cuanto más lo pienso, más terrorífico me parece. Todo margen de libertad se vería seriamente recortado porque el “grano” nos obligaría a convertirnos en individuos que a todas horas siguieran las normas establecidas y obedecieran sin posibilidad de escapatoria las leyes vigentes.

Respecto a lo que dices de la tecnología, he recordado que vi en televisión un programa en el que se hablaba de cierta práctica, que parecía haberse convertido en moda, consistente en grabarse constantemente –en casa cocinando, andando por la calle, estudiando para un examen- para luego colgar tales grabaciones en youtube y así contar la propia vida a quienes estuvieran interesados en seguirla. Más allá del voyeurismo creciente de nuestra sociedad que esto delata –“Gran Hermano” ya fue su primera prueba-, lo que me resulta más inquietante de estos usos que se dan a la tecnología es la transformación que operan, sin que seamos plenamente conscientes de ello, sobre el modo en que vivimos nuestras vidas. Como bien dices, yo también creo que nos ausentan de nosotros mismos y nos privan de vivir sin interferencias el momento presente. Algo perverso intuyo en esta proyección pública segundo a segundo de lo que somos y hacemos. Algo que igualmente resta espontaneidad a nuestros actos y la libertad de hacer y deshacer sin estar continuamente pensando en el otro que nos mira.

Por cierto, si te interesa este tema, te recomiendo igualmente el artículo de Zigmunt Bauman “Soledad masificada”, que anda por la red. Una interesante reflexión para compartir con adolescentes especialmente adictos a las redes sociales o al estar constantemente conectado que ofrecen los móviles ;)

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

La serie es estupenda, Koolau. Regálatela para Reyes, que ya verás cómo la disfrutas, por más que cada episodio deje con cierto mal sabor de boca.

Ay, Kooulau, no me fío yo nada de la felicidad que nos pueda traer este nuevo año. Así que, como decía Marga en su blog, nos quedaremos con “feliz intento” :)

Mis mejores deseos para ti también.

Besos!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
vuelvo con los deberes hechos,pues hoy me puse los tres episodios de la mini-serie "Black mirror" y sí,realmente es interesante,aunque me han gustado más el episodio 1 y 3 que el 2,pero bueno,en general,me ha gustado el análisis crítico acerca de la manipulación que puede ejercerse a través de las redes sociales o la tecnología punta que ni es tan lejana ni tan improbable en nuestros días.

Me ha dejado perpleja en el primer episodio,las repercusiones que esta manipulación puede tener en la vida privada,muy impactante el caso del primer ministro y la princesa, y muy impactante el episodio tres,por cómo ese instrumento,"el grano", se convierte en un espía interior que puede ser utilizado en nuestra contra en cualquier momento,como viene a ocurrir en la pareja protagonista.
Me parece muy significativa la presencia de ese personaje al que le han extraído "el grano" y dice ser más feliz desde entonces.
No me extraña,más feliz y más libre diría yo, y qué cantidad de tiempo perdido revisando,rebobinando momentos,como si no tuvieramos ya bastante con nuestro propio diálogo interno y nuestra torpe memoria que a veces se empecina en repasas los baches y le cuesta volver al modo avance otra vez.

MUy interesante la serie,gracias por la recomendación.

Bsts

Antígona dijo...

Jajajaja, Troyana, ¡pero qué rapidez! Desde luego, así da gusto hacerte una recomendación ;)

Me alegro mucho de que la serie te haya parecido interesante. Para mí, de lo más interesante que se ha hecho en los últimos tiempos y de lo que más me ha hecho pensar. Y eso que el visionado no es lo que se dice “agradable”, que menudo mal cuerpo se ha me quedado a mí después de ver cada uno de los capítulos.

La verdad es que, después de haber pasado un poco de tiempo de haberlos visto por vez primera, los que más recuerdo son el segundo y el tercero, y el primero es el que menos interesante me parece, a pesar de ser, junto con el tercero, el que más me impactó en su día. Supongo que en el segundo encuentro muchos paralelismos con el mundo en el que vivimos, y con la sociedad de clases que cada vez se hace más patente: una minoría dotada de privilegios que domina a la mayoría que vive en el submundo y de cuya inhabitabilidad no termina de darse cuenta del todo o ha asumido como su destino prácticamente inevitable. ¿No se parece nuestro mundo, salvando todas las distancias, demasiado a ese mundo injusto?

Hace no mucho leía que, hace seis años, los 25 gestores de fondos de inversión más importantes del mundo se desembolsaron tres veces la suma de los sueldos de los 80.000 maestros de escuela de la ciudad de Nueva York. Y que, si en 1970, el ingreso medio de los 100 ejecutivos mejor pagados de Estados Unidos era 45 veces mayor que el salario medio de los trabajadores de aquel país, en 2006, era 1.723 veces mayor. Nosotros, por fortuna, aún gozamos de la visión de la luz del sol. Pero está claro que cualquier trabajador que dedica la mayor parte de su tiempo a procurarse un salario para, encima, tener que pasar apreturas y, ahora mismo, disponer cada vez de menos servicios sociales, lo cual pone en riesgo su salud y la educación de sus hijos, vive en una suerte de inframundo en comparación con esa minoría privilegiada que ha conseguido en pocos años aumentar de tal modo su nivel de riqueza.

No sé, tendría que ver de nuevo ese capítulo para sacarle todo su jugo, pero muchas veces he pensado en él al leer ciertas noticias y al contemplar el desolador panorama social y económico que se nos avecina a la clase trabajadora mientras unos pocos nadan en una abundancia cada vez más obscena.

Encantada de haberte servido para descubrir algo interesante, después de las muchas pelis interesantes que tú me has hecho descubrir.

Más besos!