"El cine sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos"
André Bazín
André Bazín
Al comienzo de la película "El desprecio" (1963), Jean-Luc Godard menciona estas palabras de Bazín para señalar que la historia narrada en ella es una historia de ese mundo más acorde con nuestros deseos que el cine pretende ofrecer a nuestra mirada. Sin embargo, una vez terminada la proyección, no resulta fácil dilucidar por qué Godard puede creer que el mundo reflejado en esta trágica historia se hallaría más en armonía con nuestros deseos y no quizás más alejado de ellos.
Paul (Michel Piccoli) es un joven dramaturgo francés a quien Prokosch, un lúbrico y prepotente productor americano, ha propuesto que reescriba el guión de la película que está filmando en Italia. Se trata de una película sobre el personaje homérico de Odiseo y su largo viaje de regreso a Ítaca. Su director, que encarna Fritz Lang interpretándose a sí mismo, aspira a retratar al hombre en su ineludible lucha con los dioses, es decir, con aquellas fuerzas del destino que intervienen en su existencia más allá de su poder de decisión y a las que no puede evitar enfrentarse si quiere hacer prevalecer su voluntad sobre ellas. Pero los intereses puramente comerciales de Prokosch han entrado en conflicto con los intereses artísticos y expresivos de Fritz Lang. También en conflicto con su vocación de autor teatral, Paul está valorando la posibilidad de aceptar el trabajo. Ha comprado un caro apartamento para él y su esposa Camille (Brigitte Bardot) y necesita el dinero.
La primera escena de la película, en la que Paul y Camille conversan tumbados en la cama, ella desnuda sobre la colcha, nos revela que Camille espera de Paul una correspondencia sin fisuras al profundo amor que siente por él. "Entonces, ¿me amas totalmente?", le pregunta. "Te amo totalmente, tiernamente, trágicamente", responde Paul. No obstante, al día siguiente ocurrirá algo que hará pensar a Camille que Paul no la ama del mismo modo que ella a él, y este descubrimiento transformará su amor, en un vuelco radical e irreversible, en un visceral desprecio hacia Paul. Cuando va a recogerlo a la salida de Cinecittá, Prokosch, con claras intenciones de seducirla, le propone que se vaya con él a su casa en su coche mientras Paul y la traductora toman juntos un taxi para reunirse con ellos. Camille pregunta a Paul qué debe hacer. Es obvio que no le gusta la idea y prefiere que sean ella y su marido quienes tomen juntos un taxi para dirigirse a casa de Prokosch. Pero Paul, ignorando la manifiesta incomodidad de Camille con la situación, la empuja a marchar con él. El siguiente plano, en el que Paul aparece corriendo tras al coche de Prokosch y gritando el nombre de Camille, nos muestra que éste ha intuido el error que acaba de cometer con Camille, pese a que aún no es consciente de en qué consiste su error ni tampoco de su fatalidad.
A partir de ese momento, en la actitud de Camille hacia Paul se entremezclan la agresividad y la frialdad, el resentimiento y la distancia interior. Ante las constantes preguntas de un Paul sumido en la extrañeza por el repentino cambio en el comportamiento de Camille, ésta acaba confesándole que ya no lo ama porque lo desprecia, si bien se niega a aclararle el motivo de este giro en sus sentimientos. Las circunstancias todavía pondrán a Paul ante la posibilidad de enmendar su error cuando Prokosch los invita a pasar unos días en su villa de Capri, donde se ruedan algunas escenas de la película. En un momento dado, Prokosch pide a Camille que regresen juntos en su lancha a la casa mientras Paul permanece en el mar con el equipo de rodaje. Camille pregunta de nuevo a Paul qué es lo que él quiere que ella haga. Paul desperdicia esta segunda oportunidad concediendo una vez más que se vaya con él. Pero es entonces cuando se percata de lo sucedido entre Camille y él. De vuelta hacia la villa con Fritz Lang, propone al director una interpretación de la figura de Odiseo que no es sino un fiel espejo de él mismo. Según Paul, Odiseo es infeliz con Penélope antes de su partida. Demora el retorno a Ítaca porque sabe que Penélope ha dejado de quererle, que le desprecia por haberle pedido que fuera amable con sus pretendientes. Por eso los mata a su regreso, con la intención de recuperarla. Pero Fritz Lang le replica que la muerte no es la solución. Y, en efecto, Paul ya nada podrá hacer por recobrar el amor de Camille. Ya en la villa, ésta se besa con Prokosch ante sus propios ojos, no por deseo o amor, sino movida por el afán de devolver a Paul el sufrimiento que éste le ha causado. Poco después, Camille decide la ruptura entre ambos.
La primera vez que vi "El desprecio" quedé fascinada tanto por su enorme belleza como por muchos otros aspectos puestos en ella en juego que no me detendré a tematizar aquí. Pero a esa fascinación se unió también una cierta sensación de desasosiego que, supongo, provenía del carácter extremo de la historia de desamor narrada en esta película y de los interrogantes y reacciones ambivalentes que me suscitaba. Hay un punto de vista, que cabría calificar de trivial sin atribuir a este término ningún sentido peyorativo, desde el cual la conducta de Camille hacia Paul resulta cruel e injustificada. El error de Paul no es tan grave como para eludir toda perspectiva de perdón. Incluso la percepción de Camille de que Paul ha optado por prostituirla, por venderla a cambio de un guión de cine, podría desvelarse como un malentendido susceptible de ser disuelto por medio de un diálogo entre ambos que ella rechaza desde el principio. Pero hay otro punto de vista que, a mi entender, no deja de legitimar la posición de Camille. Si a Camille le basta un único gesto de Paul para que su visión de él se transforme radicalmente es porque lee en ese gesto el verdadero rostro de Paul, un rostro que antes desconocía. "Yo te conozco", le dice al final de la película poco antes de anunciar su ruptura. Una frase que, en el contexto en que tiene lugar, cobra más bien el significado de "ahora ya te conozco". La acción de Paul le ha hecho patente que éste nunca la amará del modo absoluto que ella desea para el amor que sostiene su relación. Su desprecio sólo es una respuesta a lo que, ante sus ojos y su propia aspiración a ese amor absoluto, aparece como un desprecio previo de Paul. Su infidelidad con Prokosch, únicamente un acto de venganza por el dolor y la decepción que experimenta. Siendo consecuente con el descubrimiento de la distancia que media entre el amor que ella le profesa y el que Paul puede ofrecerle, Camille no duda de que la única solución a su conflicto pasa por el abandono. Frente a la certeza de la falta de reciprocidad, Camille no elige la resignación sino la separación.
Aún sigo sin saber cuál es el mundo más en armonía con nuestros deseos que, según Godard, "El desprecio" querría poner ante nuestra mirada. ¿Tal vez un mundo ideal en el que la resignación y el conformismo estuvieran excluidos del deseo de amar y ser amado? ¿Un mundo en el que los seres humanos fuéramos capaces de perseguir con la máxima coherencia aquello que queremos para nosotros mismos sin concesiones ni pretextos ante la repentina captación de una realidad que no nos satisface? ¿Un mundo en el que no cerráramos los ojos ante el acoso de una cruda verdad? Tampoco sé si, de acabar dando una respuesta afirmativa a estas preguntas, estaría de acuerdo con el modo en que Godard imagina ese mundo a través de la historia de Paul y Camille. Pero con lo que sí estoy sin duda de acuerdo es con cómo concibe la primera mirada de Odiseo sobre Ítaca que Fritz Lang rueda al final de la película: Ítaca, sencillamente, no se encuentra en el horizonte. Ítaca, símbolo de la posibilidad del retorno a la seguridad del hogar, imagen del perfecto cierre del círculo que garantizaría el sentido del camino recorrido, es un vacío al que debemos acostumbrarnos. Tanto en el amor como en cualquier otro terreno.
Paul (Michel Piccoli) es un joven dramaturgo francés a quien Prokosch, un lúbrico y prepotente productor americano, ha propuesto que reescriba el guión de la película que está filmando en Italia. Se trata de una película sobre el personaje homérico de Odiseo y su largo viaje de regreso a Ítaca. Su director, que encarna Fritz Lang interpretándose a sí mismo, aspira a retratar al hombre en su ineludible lucha con los dioses, es decir, con aquellas fuerzas del destino que intervienen en su existencia más allá de su poder de decisión y a las que no puede evitar enfrentarse si quiere hacer prevalecer su voluntad sobre ellas. Pero los intereses puramente comerciales de Prokosch han entrado en conflicto con los intereses artísticos y expresivos de Fritz Lang. También en conflicto con su vocación de autor teatral, Paul está valorando la posibilidad de aceptar el trabajo. Ha comprado un caro apartamento para él y su esposa Camille (Brigitte Bardot) y necesita el dinero.
La primera escena de la película, en la que Paul y Camille conversan tumbados en la cama, ella desnuda sobre la colcha, nos revela que Camille espera de Paul una correspondencia sin fisuras al profundo amor que siente por él. "Entonces, ¿me amas totalmente?", le pregunta. "Te amo totalmente, tiernamente, trágicamente", responde Paul. No obstante, al día siguiente ocurrirá algo que hará pensar a Camille que Paul no la ama del mismo modo que ella a él, y este descubrimiento transformará su amor, en un vuelco radical e irreversible, en un visceral desprecio hacia Paul. Cuando va a recogerlo a la salida de Cinecittá, Prokosch, con claras intenciones de seducirla, le propone que se vaya con él a su casa en su coche mientras Paul y la traductora toman juntos un taxi para reunirse con ellos. Camille pregunta a Paul qué debe hacer. Es obvio que no le gusta la idea y prefiere que sean ella y su marido quienes tomen juntos un taxi para dirigirse a casa de Prokosch. Pero Paul, ignorando la manifiesta incomodidad de Camille con la situación, la empuja a marchar con él. El siguiente plano, en el que Paul aparece corriendo tras al coche de Prokosch y gritando el nombre de Camille, nos muestra que éste ha intuido el error que acaba de cometer con Camille, pese a que aún no es consciente de en qué consiste su error ni tampoco de su fatalidad.
A partir de ese momento, en la actitud de Camille hacia Paul se entremezclan la agresividad y la frialdad, el resentimiento y la distancia interior. Ante las constantes preguntas de un Paul sumido en la extrañeza por el repentino cambio en el comportamiento de Camille, ésta acaba confesándole que ya no lo ama porque lo desprecia, si bien se niega a aclararle el motivo de este giro en sus sentimientos. Las circunstancias todavía pondrán a Paul ante la posibilidad de enmendar su error cuando Prokosch los invita a pasar unos días en su villa de Capri, donde se ruedan algunas escenas de la película. En un momento dado, Prokosch pide a Camille que regresen juntos en su lancha a la casa mientras Paul permanece en el mar con el equipo de rodaje. Camille pregunta de nuevo a Paul qué es lo que él quiere que ella haga. Paul desperdicia esta segunda oportunidad concediendo una vez más que se vaya con él. Pero es entonces cuando se percata de lo sucedido entre Camille y él. De vuelta hacia la villa con Fritz Lang, propone al director una interpretación de la figura de Odiseo que no es sino un fiel espejo de él mismo. Según Paul, Odiseo es infeliz con Penélope antes de su partida. Demora el retorno a Ítaca porque sabe que Penélope ha dejado de quererle, que le desprecia por haberle pedido que fuera amable con sus pretendientes. Por eso los mata a su regreso, con la intención de recuperarla. Pero Fritz Lang le replica que la muerte no es la solución. Y, en efecto, Paul ya nada podrá hacer por recobrar el amor de Camille. Ya en la villa, ésta se besa con Prokosch ante sus propios ojos, no por deseo o amor, sino movida por el afán de devolver a Paul el sufrimiento que éste le ha causado. Poco después, Camille decide la ruptura entre ambos.
La primera vez que vi "El desprecio" quedé fascinada tanto por su enorme belleza como por muchos otros aspectos puestos en ella en juego que no me detendré a tematizar aquí. Pero a esa fascinación se unió también una cierta sensación de desasosiego que, supongo, provenía del carácter extremo de la historia de desamor narrada en esta película y de los interrogantes y reacciones ambivalentes que me suscitaba. Hay un punto de vista, que cabría calificar de trivial sin atribuir a este término ningún sentido peyorativo, desde el cual la conducta de Camille hacia Paul resulta cruel e injustificada. El error de Paul no es tan grave como para eludir toda perspectiva de perdón. Incluso la percepción de Camille de que Paul ha optado por prostituirla, por venderla a cambio de un guión de cine, podría desvelarse como un malentendido susceptible de ser disuelto por medio de un diálogo entre ambos que ella rechaza desde el principio. Pero hay otro punto de vista que, a mi entender, no deja de legitimar la posición de Camille. Si a Camille le basta un único gesto de Paul para que su visión de él se transforme radicalmente es porque lee en ese gesto el verdadero rostro de Paul, un rostro que antes desconocía. "Yo te conozco", le dice al final de la película poco antes de anunciar su ruptura. Una frase que, en el contexto en que tiene lugar, cobra más bien el significado de "ahora ya te conozco". La acción de Paul le ha hecho patente que éste nunca la amará del modo absoluto que ella desea para el amor que sostiene su relación. Su desprecio sólo es una respuesta a lo que, ante sus ojos y su propia aspiración a ese amor absoluto, aparece como un desprecio previo de Paul. Su infidelidad con Prokosch, únicamente un acto de venganza por el dolor y la decepción que experimenta. Siendo consecuente con el descubrimiento de la distancia que media entre el amor que ella le profesa y el que Paul puede ofrecerle, Camille no duda de que la única solución a su conflicto pasa por el abandono. Frente a la certeza de la falta de reciprocidad, Camille no elige la resignación sino la separación.
Aún sigo sin saber cuál es el mundo más en armonía con nuestros deseos que, según Godard, "El desprecio" querría poner ante nuestra mirada. ¿Tal vez un mundo ideal en el que la resignación y el conformismo estuvieran excluidos del deseo de amar y ser amado? ¿Un mundo en el que los seres humanos fuéramos capaces de perseguir con la máxima coherencia aquello que queremos para nosotros mismos sin concesiones ni pretextos ante la repentina captación de una realidad que no nos satisface? ¿Un mundo en el que no cerráramos los ojos ante el acoso de una cruda verdad? Tampoco sé si, de acabar dando una respuesta afirmativa a estas preguntas, estaría de acuerdo con el modo en que Godard imagina ese mundo a través de la historia de Paul y Camille. Pero con lo que sí estoy sin duda de acuerdo es con cómo concibe la primera mirada de Odiseo sobre Ítaca que Fritz Lang rueda al final de la película: Ítaca, sencillamente, no se encuentra en el horizonte. Ítaca, símbolo de la posibilidad del retorno a la seguridad del hogar, imagen del perfecto cierre del círculo que garantizaría el sentido del camino recorrido, es un vacío al que debemos acostumbrarnos. Tanto en el amor como en cualquier otro terreno.