jueves, 28 de febrero de 2008

Cazador cazado III: Belleza


Sólo tienes que cruzar el umbral para anticipar con una leve sonrisa en el imaginario cosquilleo de tu piel la lluvia de ojos que ya repiquetea sobre ella. No hay aquí posibilidad de error, aun cuando apenas hayas lanzado los tuyos hacia afuera: te avala el conocimiento infalible de la reiteración todavía sin excepciones, el saber de una experiencia que te construye y apuntala desde que aprendiste a contemplarte en miradas ajenas.

Es el inicio de la ceremonia periódica para la exaltación de tu poder, el ritual alimenticio puesto en marcha con tu mera presencia. La perfección de tus facciones, la calidez azul bajo las cejas suavemente perfiladas, la pureza de las líneas que te dibujan tramo a tramo, como brotadas del cincel primoroso de un escultor, son extrañas a la insensibilidad y la indiferencia. También los movimientos seguros que se deslizan por la pendiente robusta de tus hombros, la contundencia armónica de tu torso de Apolo, y hasta el ángulo pulido de tu brazo cuando alzas la botella hasta tus labios. Hace ya mucho que nada de ello se te oculta. Nada de ello puede poseer entonces el barniz de la inocencia. Consciente de la luz imantada que irradia cada centímetro de tu ser, demorándote estratégicamente en cada trago, empiezas a beber a pequeños sorbos del fondo metálico de tantas pupilas expectantes. Aquéllas que, imponiéndose a la luz cambiante y a los cuerpos agitados por la música, tratan con avidez de alcanzar las tuyas.

Algunas se oscurecen súbitamente bajo los párpados, turbadas por el contacto buscado. Otras, más osadas, se proyectan con una fijeza que oscila entre la sorpresa y el desafío, ansiando retener lo que, según las reglas del juego y su aplicación eficaz, debe abandonarlas según un ritmo pautado. Pero en todas ellas asoma el brillo del deseo incipiente. A su lado, el destello de un yo floreciente regocijado por el privilegio de merecer la atención de un dios. Un yo que se ahueca al sentir incrementar su valor por la gracia de recibir tan soberbio regalo azul. Bendecido por la dádiva de lo sólo en sueños conquistable.

Porque en este reino de leyes nocturnas, sucumbir a tu indiscutible belleza equivale a doblegarse al emerger de la propia vanidad hambrienta, repentinamente halagada por la señal sobre ella del dedo divino. Porque en este colorido coto de caza, rendirse ante tu hermosura es idéntico a someterse al arma que en la mera elección de la presa concede y otorga. Arquearse bajo la promesa de un triunfo cuyo codiciado trofeo se logra atravesado por el disparo del cazador.

La ceremonia sigue su curso, definiendo su dirección. La gracia habrá de derramarse finalmente sobre una única pieza. A partir de cierto punto, soltarás la red, ya repleta de peces, para preparar la caña y el sedal. La decisión vendrá conjuntamente tomada por el azar, el capricho, el alcohol y tu justa predilección por el carnero aparentemente descarriado pero bajo tu influjo el más devoto. Ése que asistirá a la culminación del ritual con el acercamiento de los cuerpos y la danza de los vientres. Ése que, por una única vez, si es así como los dioses deben prodigarse ante la abundancia de fieles, temblará bajo la oscuridad de las sábanas al saberse premiado por el abrazo de tus contornos perfectos. Ése convertido para ti en campo sobre el que mensurar de nuevo la fuerza gravitatoria de tu hermosura.

Sólo cuando se aproxime el momento en que el ritual clame por su ineludible repetición, te sorprenderá ante el espejo un pensamiento fugaz: quizás seas tú la presa más propicia de tu implacable belleza, de su inagotable sed de adoración, arrastre de tu andar seguro hacia el lugar que le proporcione su preciso alimento. Quizás seas tú quien día a día sucumbe con mayor devoción a la tiranía de sus exigencias, a riesgo de acabar devorado por su misma voracidad. Pero una vez más la fascinación de tu propio reflejo paralizará la pregunta y te abandonarás extasiado a la contemplación de la bella imagen labrada por ojos de otros.


martes, 19 de febrero de 2008

La ignorancia aprendida


"Hoy en día en todas partes se celebra el conocimiento. ¿Quién sabe si algún día llegarán a crearse Universidades para volver a instaurar la ignorancia?"
Lichtenberg (1742-1799).

"Si hay alguna posibilidad de que los otros nos escuchen, es haciendo que nuestro discurso sea lo más tajante posible. Por eso aquí somos tan tajantes. El tiempo feliz en el que podamos prescindir de esto, en el que podamos evitar la exageración y actuar con sobriedad, aún no ha llegado".
Günther Anders, 1956.

Estas dos citas encabezan un libro cuya lectura, a mi juicio, debería ser obligada para todos aquellos que se preguntan por qué sus hijos no leen con fluidez a la edad en que ellos ya lo hacían, por qué no comprenden lo que leen, o por qué son incapaces de aplicar correctamente las reglas ortográficas y sintácticas incluso cuando ya están a punto de cumplir la mayoría de edad.

No, no es por culpa de los móviles ni del lenguaje cifrado que la gente joven utiliza para bombardearse a todas horas con mensajitos. La tesis de Jean-Claude Michéa para explicar tales fenómenos en "La escuela de la ignorancia" es mucho más provocadora y preocupante: la creciente ignorancia de las nuevas generaciones, que él entiende no únicamente en el sentido denunciado periódicamente en los medios de comunicación u observada más superficialmente, sino también como el declive constante en el aprendizaje de aquellas herramientas básicas -capacidad argumentativa, dominio mínimo del lenguaje- que permiten desarrollar la inteligencia crítica, "lejos de ser el producto de una deplorable disfunción de nuestra sociedad, se ha convertido en una condición necesaria para su propia expansión". O para decirlo aún más claramente: las causas de esa ignorancia no deben buscarse en la negligencia, el error, o la disfuncionalidad del sistema educativo; antes bien, la sociedad de hoy día requiere, para su correcto funcionamiento, de individuos cada vez más ignorantes y con menos capacidad de resistencia intelectual frente a la manipulación mediática. ¿Más claro todavía? Que la proliferación de la ignorancia entre nuestros jóvenes no es un efecto puramente accidental e indeseado, sino el producto planificado de una intencionalidad acorde con la sociedad en la que vivimos.

Esa sociedad es, para Michéa, aquella en la que, a diferencia de lo que sucedía hace no tanto tiempo, el modo de producción capitalista empieza a reinar de forma absoluta. El mundo gobernado sin apenas resquicios por las leyes del mercado. A ese reinado contribuye la idea de una Escuela convertida en una herramienta más al servicio de la reproducción del capital, es decir, la "Escuela del capitalismo total". ¿Exagerado? Michéa propone a los escépticos la lectura de ciertos informes, documentos, actas y memorandos -entre otros, textos de la propia Comisión Europea, la OCDE, o la European Round Table- donde se plasman las conclusiones extraídas en reuniones de políticos, líderes económicos y científicos, realizadas para afrontar los cambios estructurales condicionados por el desarrollo técnico y económico. En 1995, en una de estas asambleas convocada bajo el auspicio de la Fundación Gorbachov, se crea el concepto del tittytainment -mezcla de entertainment, es decir, entretenimiento o diversión, y tits, tetas- para definir un "cóctel de entretenimiento embrutecedor y de alimento suficiente que permita mantener de buen humor a la población frustrada del planeta". Frustrada por el desempleo si, según tales expertos, resulta una evidencia que en el próximo siglo apenas dos partes de la población activa serán suficientes para mantener la actividad de la economía mundial. Frustrada por sus empleos precarios y necesariamente flexibles para satisfacer las exigencias del sistema. Y, lo que es más importante, frustrada en su gran mayoría.

¿El método perfecto para la introducción del tittytainment? Para Michéa, las reformas escolares acaecidas en diferentes países occidentales en los últimos cuarenta años, y promovidas en Francia -años más tarde llegarían a España en forma de L.O.G.S.E.- con pleno conocimiento de causa de su estrepitoso fracaso, un poco antes, en Estados Unidos. Reformas encaminadas, a su juicio y el de otros tantos estudiosos en los que se apoya, a transformar a los alumnos en perfectos consumidores de derechos, en telespectadores de la socidad del espectáculo. A las escuelas, en parques de atracciones escolares. A los profesores, en meros animadores de actividades de valores, salidas pedagógicas o foros de discusión, preparados antes para entretener que para transmitir saberes. Al mando de todo este proceso, los expertos en "ciencias de la educación", proclamando en sus nuevas teorías pedagógicas que el aprendizaje debe ser fuente de diversión y entretenimiento -el tan cacareado "aprender divirtiéndose"- y no fruto del esfuerzo continuado y de la aceptación de la autoridad intelectual de los profesores.

Creo que hay que pararse a reflexionar en la afirmación de Jaime Semprún con que el propio Michéa cierra su libro: "Cuando el ciudadano-ecologista pretende plantearse la cuestión más molesta y se pregunta ¿qué mundo dejaremos a nuestros hijos?, evita plantearse esta otra pregunta, que es realmente inquietante: ¿a qué hijos dejaremos este mundo?"


martes, 12 de febrero de 2008

Los poetas son daltones


Nunca entendí lo que es un laberinto
hasta que cara a cara con mi mismo
perfil hurgara en el espejo matutino
con que me lavo el polvo y me preciso.

Porque así somos más de lo que fuimos
a la orilla del sol alado y fino:
de sangre reja y muro bien vestidos
de moho y vaho y rata amados hijos.


Es de noche. Un poeta encerrado entre los muros de cemento de una cárcel. Un revolucionario que mide en palabras no pronunciadas las pocas horas restantes hasta que las luces del alba lo fulminen ante un pelotón de fusilamiento. Si nada sucede. Pero, ¿qué podría suceder? Ya una vez quiso la suerte que salvara el pellejo al caer el dictador cuatro días antes de la ejecución de su sentencia. La suerte loca. Loca, sí. Pero no hay suerte tan loca como para arrancarlo dos veces al aliento oscuro de la muerte. No puede haberla. Demasiada bondad y locura ya la de su suerte, que le ha permitido escapar en varias ocasiones de celdas diferentes pero tan idénticas. Tan iguales para quien sólo ansía el mundo libre de los libres, piensa mientras palpa distraído el cemento que disuelve crudamente la ilusión de cualquier huida.


Le duele si acaso la mancha que agraviará su nombre. Que su muerte demasiado temprana vaya a justificarse para la historia con el falso pretexto de la traición. Le duele en el cuero cabelludo, en las puntas de los dedos. Pero no hay dolor que no haya sucumbido a la carcajada de este poeta revolucionario, poeta de la revolución, revolucionario del poetizar. ¿Ahora vas a dejar de reír? Reír de los mártires y de los no mártires. De los falsos mártires y de los mártires cuya verdad será ninguneada por la mentira.

Le duele sin embargo su país, pulgarcito entre gigantes. Ese país diminuto que retiene entre sus ridículas fronteras más pobreza de la que puede albergar. Ése azotado implacablemente por la mayor violencia entre la violencia reinante. Pero también de ese dolor le acaba brotando la risa, porque ama y odia a ese país a partes iguales, pese a que su odio risueño rebosa en el fondo de amor por lo que pudo ser y no es, por lo que podría ser y todavía no es, aplastado por tanto gigante.
El revolucionario en la lengua de su pluma, el visionario de la revolución, apoya su frente contra el muro y suspira.

Mira hacia adentro y se duele por el mañana cortado al vuelo de las primeras luces. Por los versos aún no escritos, por la revolución en marcha, por la esperanza que nunca verá cumplida. Cae de rodillas y hunde el rostro entre las manos. Reza. No tiene dios, pero reza. A un sentimiento difuso que quiere ser rabia, burla, miedo, dolor, alegría, vida. Y risa. Es ahora cuando más debes reírte, cuando debes soltar la mayor risotada, piensa. ¿No fuiste tú mismo el que dijo que la política se hace jugándose la vida o no se habla de ella? Pues tú has jugado en cada palabra dicha a ganar. A ganar la vida. A ganar toda la vida que destilan tus versos y tu revolución y tu ira ante la injusticia. Y aunque el juego termine ahora, hay que apartarse de él cantando. Cantando y riendo. Riendo y combatiendo. Combatiendo el desánimo, el peor enemigo. Tomando al asalto la tristeza para forzarla a convertirse en risa.


Y el poeta revolucionario o revolucionario poeta empieza, todavía de rodillas, a reír con tal fuerza que confunde la vibración de sus costillas, de sus mandíbulas, con la más poderosa del suelo. Cuando se derrumba de costado cree que es su risa la que lo ha lanzado sobre el jergón, que parece agitarse con sus propios espasmos. Y es tal la violencia de su risa que apenas se percata de que en medio de ella, quién sabe si por su causa, algo se ha conmovido y removido en lo más profundo de la tierra, quebrando cementos, agrietando el suelo, derribando muros.

Aún con la sonrisa en los labios alza la vista y contempla los escombros a su alrededor, el muro derruido frente a él. La risa se renueva estentórea, ya sin el eco angustioso de aquellas cuatro paredes que ahora sólo precariamente suman tres. ¡Qué suerte tan loca la mía! ¡Para encerrarla! ¡Qué suerte loca como una cabra!, piensa mientras se abre paso hacia el suave resplandor de la noche abierta, hacia la noche más cálida y luminosa y libre que haya vivido nunca.



El poeta salvadoreño Roque Dalton se libró por segunda vez de una condena a muerte en 1961 gracias a un terremoto. Pero su suerte loca, como él gustaba de llamarla, le abandonó en 1975, cuando fue asesinado, se dijo que por error, por una fracción de la propia organización revolucionaria a la que pertenecía. Todos quienes han dejado testimonio de su vida lo recuerdan por su buen humor, por su risa constante, por su capacidad de reírse de sí mismo y hasta de la revolución y de la poesía a la que dedicó su vida.

A Roque Dalton llegué de la mano de Daniel Viglietti y Mario Benedetti, escuchando un disco titulado "A dos voces" que grabaron juntos en 1985. En él, la recitación de un poema de Benedetti titulado "A Roque" se intercala con la voz de Viglietti, que canta "Daltónica", una canción también dedicada a Roque Dalton. No he podido encontrar en la red ninguna grabación de este homenaje a dos voces al poeta salvadoreño. Así que en sustitución os transcribo tanto el poema de Benedetti (en azul) y la letra de Viglietti tal y como se van alternando en ese disco, y os dejo un youtube de la canción de Viglietti, interpretada en solitario. No es lo mismo, lo sé. Pero echándole un poco de imaginación a lo mejor llegáis a oír la voz profunda y serena de Benedetti sobre los acordes de la guitarra de Viglietti.

Que las disfrutéis tanto como yo lo he hecho gracias a una de esas viejas cintas que me hacen un poco menos insufribles los atascos :)


Llegaste temprano al buen humor
al amor cantado

al amor decantado


llegaste temprano
al ron fraterno

a las revoluciones.


Pulgarcito de poeta
que se escapa y me cosquilla,
tan alegre, tan sin silla,
tan de amores torrenciales,
tan sin fin.

Alegría de una tierra
que se quita las fronteras,
se desnuda las caderas,
las volcánicas centrales
de la luz.

Cada vez que te arrancaban del mundo
no había calabozo que te viniera bien

asomabas la cabeza por entre los barrotes
y no bien los barrotes se aflojaban turbados
aprovechabas para librar el cuerpo


usabas la metáfora ganzúa
para abrir los cerrojos y los odios

con la urgencia inconsolable de quien quiere

regresar al asombro de los libres


Yo lo vi,
yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi
El año treinta y dos
él no vivía y yo lo vi.
Contando sus historias de futuro
iba entre mil.
Yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.

le tenías ojeriza a lo prohibido
a las desgarraduras para ínfula y orquesta

al dedo admonitorio de algún colega exento

algún apócrifo buen samaritano

que desde Europa te quería enseñar

a ser un buen latinoamericano

le tenías ojeriza a la pureza
porque sabías cómo somos de impuros

cómo mezclamos sueños y vigilia

cómo nos pesan la razón y el riesgo


por suerte eras impuro

evadido de cárceles y cepos

no de responsabilidades y otros goces

impuro como un poeta
que eso eras
además de tantas otras cosas


Pobrecitos los poetas,
ven visiones, son daltones,
donde hay huesos ven marrones,
territorios prometidos
como un sol.

Tan bracito su poesía
se levanta en los sensuales
laberintos marsupiales,
y reparte polen rojo,
se abre en flor.

ahora recorro tramo a tramo
nuestros muchos acuerdos

y también nuestros pocos desacuerdos
y siento que nos quedan diálogos inconclusos
recíprocas preguntas nunca dichas

malentendidos y bienentendidos

que no podremos barajar de nuevo


pero todo vuelve a adquirir su sentido
si recuerdo tus ojos de muchacho

que eran casi un abrazo casi un dogma


Yo lo vi,
yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.
Era el año dos mil,
ya él no vivía y yo lo vi.
La muerte equivocada lo llevó
y él anda aquí;
y yo lo vi, yo lo vi, yo lo vi.

el hecho es que llegaste
temprano al buen humor
al amor cantado
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá qué hacer
con
tanta
vida


Pulgarcito de poeta
que se escapa y me cosquilla,
tan alegre, tan sin silla,
tan de amores torrenciales,
tan sin fin.

Crece armado de esperanza,
desentierra lo perdido,
le hace un hijo de sonido
al silencio de ese pueblo
que es maestro de sus sueños.

Que se escapa y nos cosquilla,
tan sin miedo, tan sin silla,
tan amado, tan armado,
tan de todos, Salvador.


viernes, 8 de febrero de 2008

Hermenéutica


Por hermenéutica se entiende en general el arte de la interpretación de textos. Entre otras muchas razones, el texto constituye por excelencia el objeto a interpretar porque en la construcción y posterior desciframiento de su sentido confluyen toda una compleja trama de niveles de significado no siempre fácilmente identificables sin un análisis detallado de los elementos expresivos que lo componen.

Hoy os propongo que hagáis conmigo un pequeño ejercicio de hermenéutica. El objeto que he escogido es la "Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante las Elecciones Generales de 2008". El motivo: creo que vale la pena detenerse en algunas de las formulaciones empleadas en él por nuestros obispos para analizar qué es lo que se destila del mismo en lo relativo a la función que la Iglesia católica aspira a ejercer en este país. El texto completo, que daría para una reflexión mucho más exhaustiva que la que haré, lo podéis consultar aquí.

Resulta que nuestros obispos quieren ofrecer a los católicos y a todos aquellos que deseen escucharlos algunas consideraciones "que estimulen el ejercicio responsable del voto", ya que creen tener "la obligación y el derecho de orientar el discernimiento moral" en la toma decisiones que "han de contribuir al pleno reconocimiento de los derechos fundamentales de todos y a la promoción del bien común". Resulta que debemos entender, por tanto, que, según los obispos, hay un voto responsable y otro irresponsable. Ello depende de las implicaciones morales contenidas en el hecho mismo de votar a un partido u otro. Pero no temamos: los obispos saben cuál es el voto responsable -de lo contrario, no podrían estimularlo-, porque desde su profundo conocimiento de la moral pueden ayudarnos a discernir entre lo bueno y lo malo. Y no sólo entre lo bueno y lo malo para los católicos, no, sino entre lo bueno y lo malo para todos. Estupendo. ¿Será que ha llegado la hora de reconocer que los que carecemos de toda creencia católica nos hallamos sumidos en la más terrible desorientación para emitir juicios morales? ¿Será que no existen principios morales fuera del ámbito de la religión, de manera que, desligados de ella, siempre corremos el riesgo de discernir erróneamente entre el bien y el mal?

Pero los obispos no quieren imponer a nadie su manera de ver las cosas, sino sólo, aclaran, "proponerla libremente" para colaborar en la consolidación de la "auténtica tolerancia". Ajá. Debe de haber entonces una tolerancia inauténtica que amenaza con propagarse si no permitimos que los obispos expresen y propongan libremente sus ideas. Del mismo modo, de la afirmación de que
"la calidad y la exigencia moral de los ciudadanos en el ejercicio de su voto es el mejor medio para mantener el vigor y la autenticidad de las instituciones democráticas" se deriva claramente la existencia de una democracia inauténtica. ¡Qué infamia! Menos mal que los obispos saben cuál es el voto moralmente responsable porque saben qué es lo auténtico y lo inauténtico en lo que a tolerancia y democracia se refiere. Lo habrán aprendido reflexionando sobre el orden jerárquico de su propia institución, ¿no?

Los obispos nos advierten además de que "no se debe confundir la condición de aconfesionalidad o laicidad del Estado con la desvinculación moral y la exención de obligaciones morales objetivas". Vaya. Me pregunto quién será el mentecato que ha venido confundiendo ambas cosas hasta ahora. ¿Quieren decirnos de nuevo que sin la sabia guía de la Iglesia nos hallamos en constante peligro de caer por el precipicio de la inmoralidad? Pero no, no seamos injustos con los obispos. Porque, según especifican, ellos no exigen "que los gobernantes se sometan a los criterios de la moral católica", sino únicamente "que se atengan al denominador común de la moral fundada en la recta razón". Obvio: no habíamos contado tampoco con la existencia de una razón recta y una razón desviada. Y también en este caso los obispos parecen conocer perfectamente la distinción entre una y otra. ¿Quizás porque su moral católica, ésa a la que no desean que los gobernantes se sometan, se encuentra del lado del uso recto de la razón frente a sus desviaciones perversas?

De ahí que nos recuerden a continuación lo señalado por el Papa con respecto a la necesidad de afrontar el peligro que representan aquellas "opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano". Lógico: si los obispos saben del uso recto de la razón es gracias a su amplio conocimiento de la naturaleza humana, es decir, de lo que naturalmente corresponde al ser humano frente a lo que sólo se le imputa por mero artificio. Y es en función de tal conocimiento por lo que aseveran que, dentro de tales principios, se encuentran el de "la defensa de la vida humana" y el de la "promoción de la familia fundada en el matrimonio". Eso sí, entendiendo, por un lado, que la vida humana comienza en el instante mismo de la "concepción" -los gemelos monocigóticos deben de ser, por tanto, una sola vida humana, y no dos- y acaba con la "muerte natural" -mmm, ¿la decidida por dios?-, y, por otro, que cualquier forma de unión distinta a la idea del matrimonio propugnada por ellos atenta contra el "ser propio y específico" de éste -así que ahora resulta que el vínculo puramente contractual que es el matrimonio también es natural-. Todo lo cual les lleva a proclamar que "no es justo tratar de construir artificialmente una sociedad sin referencias religiosas (...), sin culto a Dios ni aspiración ninguna a la vida eterna". Por supuesto: ¿alguien duda de que las innumerables culturas que jamás han creído en un único dios padre creador ni han aspirado a la vida eterna no pueden ser naturalmente humanas?

Hay que ver cuánto saben nuestros obispos de lo responsable y lo irresponsable, de lo auténtico y lo inauténtico, de lo recto y lo desviado, e incluso de lo natural y lo artificial. Por favor, apártense los filósofos, los teóricos de la ética, los antropólogos y los científicos en general, y cedan sus cátedras a nuestros señores obispos. Ahora son ellos los que reclaman no sólo la autoridad de la fe, sino también la del saber.