
En este reino de las escisiones que es Occidente, nacemos a la conciencia ya desgarrados por una escisión primaria y elemental que nos convierte, sin intervención de más espada que el filo cortante del propio lenguaje, en eternos y singulares vizcondes demediados. Nuestro ser es uno y doble: somos cuerpo y somos alma, carne y también espíritu, materia física tanto como soplo anímico. No sucedía así para los antiguos griegos, capaces de aludir al aliento aéreo de nuestros pulmones con la misma palabra que nombraba el impulso y el deseo; al corazón palpitante en el pecho con idéntico término con que designaban el temple de ánimo; a las entrañas y la cavidad torácica con el sonido que igualmente apelaba al estar en sí y la cordura. Pero nosotros, sus herederos, debemos enfrentarnos a la contradicción de sabernos conjunción extravagante de dos elementos dispares cuya unidad sólo cabe afirmar desde su previa separación. Una contradicción especialmente sufrida en el terreno del amor, allí donde la necesaria participación del cuerpo y sus encantos tiende a entrar en competencia con la sustancia espiritual supuestamente albergada por él.
Sobre este tema de la dualidad de cuerpo y alma que dividiéndonos nos une y fundiéndonos nos separa, sentida con dolorosa intensidad en la pasión amorosa, escribió Thomas Mann un iluminador relato, "Las cabezas trocadas", que fingía estar basado en una antigua leyenda hindú.
Chridaman y Nanda son dos jóvenes de carácter y apariencias dispares que, sin embargo, mantienen desde niños una profunda y sincera amistad. Chridaman desciende de una estirpe de brahmanes versados en los Vedas, y aunque su oficio es el de comerciante, es un hombre de sólida formación espiritual, hábil para las bellas y razonadas palabras, de cabeza noble y sabia y miembros finos y delicados. Nanda, por el contrario, es un hijo del pueblo, sencillo y alegre, torpe con el lenguaje, cuya dedicación a la herrería y al pastoreo le ha dotado de unos fuertes brazos y un hermoso cuerpo robusto y bien torneado.
De viaje por el país, una tarde en que descansan y conversan bajo los árboles, los dos amigos descubren a una linda muchacha bañándose desnuda en el río. Nanda la reconoce: es Sita, habitante de una aldea vecina, a quien él meciera al sol tiempo atrás en un ritual festivo. Ya de regreso, Chridaman confiesa a su amigo que la bella imagen de Sita le consume de amor hasta la tortura. Nanda, generoso y contento por la pasión de Chridaman, se ofrece a mediar por él ante la familia de la muchacha. Al poco tiene lugar el casamiento entre Sita y Chridaman.
Seis meses más tarde los tres emprenden juntos un nuevo viaje. Chridaman se muestra taciturno y esquivo. Cuando casualmente llegan a un templo tallado en las rocas, santuario de la diosa Kali, la madre oscura, Chridaman expresa su deseo de acercarse a venerarla. Ya dentro de la cueva, rodeado de restos sangrientos de animales, se ofrenda amargamente en sacrificio a la diosa y con la espada del templo se separa a sí mismo la cabeza del tronco. Ante su tardanza, Nanda se dirige a la cueva. Al contemplar el cuerpo decapitado de su amigo, y sospechando que se ha quitado la vida por su causa, toma la misma espada y su cabeza rueda junto a la de Chridaman. Impaciente en su soledad, Sita se aventura en busca de los dos amigos. Al pie de sus cadáveres, en la creencia de que ambos se han asesinado mutuamente, se siente también impulsada a acabar con su vida.
La milagrosa aparición de la diosa Kali la detiene. Entre lamentos Sita se proclama culpable de la tragedia. Pese a amar a su esposo Chridaman, sus bellas palabras, sus sabios razonamientos, su delicada espiritualidad, la unión amorosa entre ambos no ha satisfecho su recién descubierto placer de esposa y ha provocado el surgimiento de un intenso deseo por averiguar cómo Nanda, el del hermoso y robusto cuerpo, el que una vez la meciara al sol entre sus brazos, habría configurado la divina unión amorosa entre ellos. Un deseo que no ha sabido ocultar ante su marido y que, según piensa, ha abocado al enfrentamiento entre los amigos. La diosa Kali la saca de su error. Es cierto que ambos han muerto por su culpa, pero su estrecha amistad jamás hubiera consentido el asesinato. Apiadada de su desgracia, le revela la manera de volver a unir sus respectivas cabezas a sus troncos. Sita se apresura a llevar a cabo el ritual sagrado para su resurrección.
Cuando los amigos se ponen en pie, Sita grita sorprendida y horrorizada. La fina cabeza de Chridaman descansa sobre el poderoso cuerpo de Nanda. La más basta de éste, sobre los miembros delgados de aquél. Sita no ha actuado de mala fe, pero en ella se ha impuesto el deseo inconsciente de poseer en un solo hombre lo que la atraía de cada uno de ellos. Los jóvenes de cabezas trocadas discuten ahora por el maridaje de Sita. ¿A quién debe ella pertenecer, a la cabeza o al cuerpo del marido, accidentalmente divididos? Incapaces de resolver el problema, acuden a un santo solicitando consejo, quien dictamina que Sita debe ser esposa de quien lleva la cabeza del marido, dado que éste es el más alto de todos los miembros. Sita marcha regocijada con el Chridaman de cuerpo vigoroso.
Pero la felicidad completa de Sita, casada ahora con un hombre sabio y de bello cuerpo, se demostrará condenada a ser breve. Dedicado de nuevo a sus tareas de comerciante y regido por sus antiguas costumbres, el nuevo y hermoso cuerpo de Chridaman comienza a recobrar poco a poco la finura y delgadez de antaño. Bajo el gobierno de su cabeza y sus pensamientos, el que fuera el cuerpo de Nanda no puede mantener su natural alegría y vigor, al tiempo que, por su influencia, las facciones delicadas del rostro de Chridaman comienzan a adquirir rasgos más groseros. El placer conyugal se resiente a los ojos de Sita con la transformación, y en ella emerge de nuevo la insatisfacción. El recuerdo de Nanda, en quien supone una transformación paralela a la de su marido pero de sentido inverso, se apodera de ella. Aprovechando un viaje de Chridaman, decide buscarlo en las montañas a las que se retirara. Nanda, otra vez poseedor de un cuerpo fuerte y hermoso gracias a su vida agreste y sencilla, la recibe entusiasmado y ambos se entregan a la pasión amorosa.
Al día siguiente Chridaman los encuentra y es bienvenido por Nanda y Sita. Los dos amigos de cabezas trocadas y la mujer conversan apaciblemente sobre su destino. Los tres son plenamente conscientes de que en ausencia de su triple unión sólo les aguardan la miseria y la infelicidad. Pero puesto que el honor les impide la poliandria, su única fusión legítima debe venir de la mano de la muerte. Chridaman y Nanda atraviesan simultáneamente con sus espadas el corazón del otro y Sita arde en la pira funeraria junto a los cadáveres de sus dos esposos.
Con esta presunta leyenda hindú, Thomas Mann viene a incidir sobre una idea tan lúcida como desveladora en lo relativo a la dualidad entre el alma y el cuerpo, entre lo mental y lo físico: no sólo los ojos son el reflejo del alma, sino nuestro cuerpo todo, retrato histórico en sus formas y pliegues de los acontecimientos y decisiones que jalonan el curso de nuestra existencia, testigo y huella visible en su madurar del modo de vida padecido o elegido. Cabeza y miembros, espíritu y carne, se sostienen y espejean mutuamente en una unidad originaria. Su escisión tan sólo es el fruto de un largo engaño.
Sobre este tema de la dualidad de cuerpo y alma que dividiéndonos nos une y fundiéndonos nos separa, sentida con dolorosa intensidad en la pasión amorosa, escribió Thomas Mann un iluminador relato, "Las cabezas trocadas", que fingía estar basado en una antigua leyenda hindú.
Chridaman y Nanda son dos jóvenes de carácter y apariencias dispares que, sin embargo, mantienen desde niños una profunda y sincera amistad. Chridaman desciende de una estirpe de brahmanes versados en los Vedas, y aunque su oficio es el de comerciante, es un hombre de sólida formación espiritual, hábil para las bellas y razonadas palabras, de cabeza noble y sabia y miembros finos y delicados. Nanda, por el contrario, es un hijo del pueblo, sencillo y alegre, torpe con el lenguaje, cuya dedicación a la herrería y al pastoreo le ha dotado de unos fuertes brazos y un hermoso cuerpo robusto y bien torneado.
De viaje por el país, una tarde en que descansan y conversan bajo los árboles, los dos amigos descubren a una linda muchacha bañándose desnuda en el río. Nanda la reconoce: es Sita, habitante de una aldea vecina, a quien él meciera al sol tiempo atrás en un ritual festivo. Ya de regreso, Chridaman confiesa a su amigo que la bella imagen de Sita le consume de amor hasta la tortura. Nanda, generoso y contento por la pasión de Chridaman, se ofrece a mediar por él ante la familia de la muchacha. Al poco tiene lugar el casamiento entre Sita y Chridaman.
Seis meses más tarde los tres emprenden juntos un nuevo viaje. Chridaman se muestra taciturno y esquivo. Cuando casualmente llegan a un templo tallado en las rocas, santuario de la diosa Kali, la madre oscura, Chridaman expresa su deseo de acercarse a venerarla. Ya dentro de la cueva, rodeado de restos sangrientos de animales, se ofrenda amargamente en sacrificio a la diosa y con la espada del templo se separa a sí mismo la cabeza del tronco. Ante su tardanza, Nanda se dirige a la cueva. Al contemplar el cuerpo decapitado de su amigo, y sospechando que se ha quitado la vida por su causa, toma la misma espada y su cabeza rueda junto a la de Chridaman. Impaciente en su soledad, Sita se aventura en busca de los dos amigos. Al pie de sus cadáveres, en la creencia de que ambos se han asesinado mutuamente, se siente también impulsada a acabar con su vida.
La milagrosa aparición de la diosa Kali la detiene. Entre lamentos Sita se proclama culpable de la tragedia. Pese a amar a su esposo Chridaman, sus bellas palabras, sus sabios razonamientos, su delicada espiritualidad, la unión amorosa entre ambos no ha satisfecho su recién descubierto placer de esposa y ha provocado el surgimiento de un intenso deseo por averiguar cómo Nanda, el del hermoso y robusto cuerpo, el que una vez la meciara al sol entre sus brazos, habría configurado la divina unión amorosa entre ellos. Un deseo que no ha sabido ocultar ante su marido y que, según piensa, ha abocado al enfrentamiento entre los amigos. La diosa Kali la saca de su error. Es cierto que ambos han muerto por su culpa, pero su estrecha amistad jamás hubiera consentido el asesinato. Apiadada de su desgracia, le revela la manera de volver a unir sus respectivas cabezas a sus troncos. Sita se apresura a llevar a cabo el ritual sagrado para su resurrección.
Cuando los amigos se ponen en pie, Sita grita sorprendida y horrorizada. La fina cabeza de Chridaman descansa sobre el poderoso cuerpo de Nanda. La más basta de éste, sobre los miembros delgados de aquél. Sita no ha actuado de mala fe, pero en ella se ha impuesto el deseo inconsciente de poseer en un solo hombre lo que la atraía de cada uno de ellos. Los jóvenes de cabezas trocadas discuten ahora por el maridaje de Sita. ¿A quién debe ella pertenecer, a la cabeza o al cuerpo del marido, accidentalmente divididos? Incapaces de resolver el problema, acuden a un santo solicitando consejo, quien dictamina que Sita debe ser esposa de quien lleva la cabeza del marido, dado que éste es el más alto de todos los miembros. Sita marcha regocijada con el Chridaman de cuerpo vigoroso.
Pero la felicidad completa de Sita, casada ahora con un hombre sabio y de bello cuerpo, se demostrará condenada a ser breve. Dedicado de nuevo a sus tareas de comerciante y regido por sus antiguas costumbres, el nuevo y hermoso cuerpo de Chridaman comienza a recobrar poco a poco la finura y delgadez de antaño. Bajo el gobierno de su cabeza y sus pensamientos, el que fuera el cuerpo de Nanda no puede mantener su natural alegría y vigor, al tiempo que, por su influencia, las facciones delicadas del rostro de Chridaman comienzan a adquirir rasgos más groseros. El placer conyugal se resiente a los ojos de Sita con la transformación, y en ella emerge de nuevo la insatisfacción. El recuerdo de Nanda, en quien supone una transformación paralela a la de su marido pero de sentido inverso, se apodera de ella. Aprovechando un viaje de Chridaman, decide buscarlo en las montañas a las que se retirara. Nanda, otra vez poseedor de un cuerpo fuerte y hermoso gracias a su vida agreste y sencilla, la recibe entusiasmado y ambos se entregan a la pasión amorosa.
Al día siguiente Chridaman los encuentra y es bienvenido por Nanda y Sita. Los dos amigos de cabezas trocadas y la mujer conversan apaciblemente sobre su destino. Los tres son plenamente conscientes de que en ausencia de su triple unión sólo les aguardan la miseria y la infelicidad. Pero puesto que el honor les impide la poliandria, su única fusión legítima debe venir de la mano de la muerte. Chridaman y Nanda atraviesan simultáneamente con sus espadas el corazón del otro y Sita arde en la pira funeraria junto a los cadáveres de sus dos esposos.
Con esta presunta leyenda hindú, Thomas Mann viene a incidir sobre una idea tan lúcida como desveladora en lo relativo a la dualidad entre el alma y el cuerpo, entre lo mental y lo físico: no sólo los ojos son el reflejo del alma, sino nuestro cuerpo todo, retrato histórico en sus formas y pliegues de los acontecimientos y decisiones que jalonan el curso de nuestra existencia, testigo y huella visible en su madurar del modo de vida padecido o elegido. Cabeza y miembros, espíritu y carne, se sostienen y espejean mutuamente en una unidad originaria. Su escisión tan sólo es el fruto de un largo engaño.