
Siempre me han gustado los cementerios de esas ciudades donde estos espacios se conciben como un lugar no sólo de rememoración de los muertos, sino también de recreo para el paseante que desea alejarse del bullicio y respirar un poco de calma. Al abrigo de los árboles, abandonándose al silencio únicamente interrumpido por el trinar de los pájaros y el rumor de las propias pisadas sobre la tierra, la contemplación pausada de las lápidas, de los nombres desconocidos y fechas escritos en ellas, resulta un ejercicio que invita no tanto a la memoria como a la imaginación de las vidas y muertes de tantos otros que pasaron por este mundo con esperanzas, anhelos y pesares en esencia idénticos a los nuestros.
Paseaba estos días atrás por uno de esos cementerios cuando recordé el epitafio que preside la tumba de Rainer Maria Rilke. Se trata de un breve poema escrito por él a propósito para su futura lápida y sobre el que, en otra época, pensé muy a menudo. La traducción al castellano diría algo así:
Paseaba estos días atrás por uno de esos cementerios cuando recordé el epitafio que preside la tumba de Rainer Maria Rilke. Se trata de un breve poema escrito por él a propósito para su futura lápida y sobre el que, en otra época, pensé muy a menudo. La traducción al castellano diría algo así:
Rosa, oh, pura contradicción.
Deseo
de no ser sueño de nadie
bajo tantos
párpados.
Deseo
de no ser sueño de nadie
bajo tantos
párpados.
Desde su tumba, Rilke nos habla a los que aún estamos vivos de la caducidad y de nuestra penosa convivencia con ella. Porque bajo los pétalos de la rosa, en el poema simbolizados por los párpados, florece un sueño que no puede ser nuestro: el sueño de una belleza que sólo en el extremo de su condición perecedera puede alcanzar su máximo esplendor. Eso es para nosotros la rosa: la belleza condenada a la fugacidad, la hermosura que únicamente se nos brinda al precio de apenas durar unos días.
Algo semejante le planteaba Tyrell, el creador de los Nexus 6 en "Blade Runner", a Roy, el replicante que acude a él, para consolarle de su muerte inminente: "La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con muchísima intensidad, Roy. Mírate, eres el hijo pródigo. Eres todo un premio". Pero Roy sólo desea seguir viviendo. Ha aprendido a amar la vida y quiere seguir gozando de ella. Sin embargo, cuando le llegan sus últimos instantes, parece comprender que será por fin la muerte, paradójicamente, la que le libere del suplicio que entraña la mortalidad. "Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad?", le dice a Deckard. "Eso es lo que significa ser esclavo". Esclavo del miedo a la muerte que, como a todos, nos acompaña a lo largo de nuestras vidas.
Tal vez Rilke quería enfrentarnos con esa contradicción que para él representaba la rosa y ayudarnos, una vez muerto, a aceptar nuestra propia caducidad. Porque sólo desde esa aceptación cabe liberarse del miedo a morir, y empezar a vivir cada instante presente como si fuera el último.
No era éste el post que tenía pensado escribir tras estos días de ausencia, pero se impone la vuelta al trabajo, junto con todas las obligaciones que ello conlleva, y no tendré más remedio que posponerlo unos días más mientras me reorganizo y me acostumbro de nuevo a la rutina. Hasta entonces, y hasta que encuentre tiempo para pasarme por vuestros blogs, creo que os dejo en buena compañía. Comprobadlo si no vosotros mismos: