"La verdad, en su nombre maldito nos perdimos, en su nombre solamente, no por la verdad misma, si acaso existiera, sino por el deseo de verdad que nos arrancó las "confesiones" más aterradoras, tras las cuales quedamos más alejados que nunca de nosotros mismos, sin acercarnos ni un paso a verdad alguna"
Jacques Derrida
- Necesito saberla. Necesito saber la verdad. Sólo así, tal vez, podría perdonarte.
Quebrada por fin la eternidad de su silencio se atreve ella a alzar su rostro ojeroso, antes hundido entre sus manos, fija la mirada en los húmedos rodales que las lágrimas, en caída libre, han ido formando sobre el pantalón de su pijama en la zona de los muslos. Sus pupilas reptan en ascenso, despacio, por la figura erguida frente a ella para constatar que también el pijama de él está mojado a la altura del pecho. Al alcanzar, temerosa, sus ojos enrojecidos, la golpea con redoblada intensidad la humillación de su reciente derrota. La vergüenza que sobre sus hombros arroja su forzada capitulación. Tan sólo en una ínfirma parte por la mentira puesta al descubierto, si se la compara con la que mana de lo desvelado por su causa. Es obvio que sobreestimó su capacidad de resistencia. Quizá porque no exista mayor fuerza inquisitorial que la voluntad desesperada de verdad. La verdad que, frente a toda previsión, ha acabado emergiendo de su propia lengua tras el largo y torturante interrogatorio. Esa verdad que con tanta decisión se había propuesto ocultar. El reloj de la mesilla de noche marcaba las tres y cuarto cuando, al pronunciarla, ha girado la cabeza para rehuir su mirada.
- No te entiendo. Ahora ya sabes lo que querías saber - El perfecto retrato del dolor en esos ojos suplicantes, en la barbilla temblorosa oscurecida por la barba incipiente, comprime su abdomen y amenaza con cortar su respiración, obligándola a inclinar de nuevo el rostro, a atarlo esta vez al suelo. Un leve escalofrío recorre su espalda. Se sabe tan desnuda. Tan enteramente desnudada y expuesta sin el abrigo protector de la mentira.
- Quiero saber por qué. Por qué - El tono desgarrado de su voz grave reposa sobre un fondo de firme serenidad, de segura calma. Por el rumor en los roces de la tela de su pijama al moverse, intuye que se ha sentado de nuevo sobre la cama, posiblemente cruzando los brazos sobre el pecho, en patente actitud de espera.
Por qué. Se siente exhausta, aturdida. Hace un esfuerzo por poner en marcha las ruedas dentadas dentro de su cráneo, paralizadas bajo el peso sofocante de las emociones. Por recordar. Por hallar, en algún punto de ese bloque compacto e impenetrable de cemento en que se ha transformado su cabeza, el cabo inicial que le permita hilar un discurso mínimamente coherente. Mínimamente convincente. Hay demasiado en juego. Necesita su perdón. Le aterra la idea de perderle, siempre le ha aterrado. Su memoria semeja una mancha emborronada y confusa. No hace tanto tiempo de aquello, pero en ese momento le parecen siglos. ¿Cómo pudo cometer tal error? ¿Cómo ha podido traicionarle de esa manera? No consigue explicárselo. Nunca ha dejado de quererlo, nunca. A menudo manifiesta ante sus amigas, complacida, seguir enamorada de él, pese a los altibajos que su relación ha ido atravesando. ¿Y qué pareja no los ha sufrido? Insoportable la sensación de suciedad que la invade, el encogerse de su corazón ante el asedio del remordimiento. Vuelve a apoyar los codos sobre las rodillas, sujetándose la frente con las manos, incapaz de enfrentar su mirada doliente, vencida.
- No lo sé. Creo que me sentía sola. Tú estabas en esa época muy ausente, absorto en los problemas de la empresa, todavía abatido por la muerte de tu madre. Me parece que yo pasaba también por una mala racha... Sí, así es. Fue cuando la directiva rechazó mi proyecto y al poco me cambiaron de puesto... Sabes que no lo viví nada bien. Supongo que necesitaba más cariño del que tú podías darme en ese momento. Y bueno, entonces apareció él, cubriéndome de atenciones, de mimos, y... me dejé llevar.
Javier. Probablamente el hombre más guapo de cuantos haya conocido. No era extraño que de joven hubiera trabajado esporádicamente como modelo. Recuerda su penetrante mirada azul, su seductora sonrisa. El modo en que su interés por ella, que se tiene por una mujer atractiva pero no una belleza, halagó su vanidad. El color crema de las sábanas que arroparon sus encuentros amorosos en su apartamento.
- Apenas duró un par de semanas, ya te lo he dicho antes. Enseguida me di cuenta de que estaba haciendo una tontería. De que es a ti a quien quiero y a quien siempre he querido. No lo interpretes como un reproche, sé que fui débil y que actué mal... pero me sentía un tanto abandonada. Lo dejamos porque yo quise. Él aún insistió durante un tiempo, pero por suerte no tardaron en ofrecerle un traslado. No he vuelto a saber nada de él, ni quiero tampoco. Nunca pensé en dejarte, nunca me enamoré de él. No llegaste a sospechar nada porque nada de lo que pasó alteró mis sentimientos hacia ti. Pero necesitaba sentirme querida, deseada. Que alguien me cuidara. Ojalá pudieras creerme.
Levanta un poco la cabeza y busca sus ojos. Ahora es él quien, tras unos segundos, los aparta de los suyos para dejarlos reposar sobre la colcha, mientras frota en ella con el dedo índice una mancha inexistente. Resopla. Guarda silencio durante un intervalo que se dilata sin piedad, como un denso vacío que hubiera detenido el metrónomo de la línea pautada del tiempo. Hasta que la mira de nuevo y su voz brota de su garganta aún más rota y desgarrada.
- Esto ha sido tu venganza por lo de Helena, ¿no es cierto? Siempre supe que, tarde o temprano, aquel error me pasaría factura.
Helena. Hace mucho que no piensa en ella, pero la simple mención de su nombre arde en sus mejillas y pone a palpitar la sangre en sus sienes. Aún estaban los dos en la facultad. Apenas la conocía. Pero acabó por enterarse -siempre la maldita casualidad- de que él se había liado con Helena mientras ella hacía sus prácticas en Londres. Estuvieron a punto de romper. También él le dijo entonces que se había sentido solo y abandonado. Cuánto daño le había hecho aquello. Cuánto le costó superarlo. ¿O quizá aún, después de los años transcurridos, no lo había superado? Las circunstancias eran ahora muy distintas pero... ¿es posible que se sintiera legitimada a tener una aventura con Javier a causa de aquella infidelidad suya? ¿Había querido, después de tanto tiempo, devolver daño por daño, golpe por golpe, pagándole por su falta con la misma moneda? ¿Había pretendido, guiada por una cierta inconsciencia, la igualación de los marcadores, la revancha, el empate? Sólo eso explicaría esta súbita y contundente resurrección de su antigua rabia. Este violento, sorpresivo reabrirse de la herida en apariencia cerrada. ¿Es ésa la verdad que él busca? ¿Es ésa su propia verdad? El puño que retuerce sus entrañas parece aflojarse. Su ceño se frunce mientras proyecta con resolución la barbilla hacia adelante.
- Es posible... Sí, puede ser. Me hiciste tanto daño. Tanto daño...
El reloj marca las cuatro y media. Subrayando el silencio de la noche, el rítmico tic-tac del reloj se solapa a tramos regulares con la respiración acompasada de él. Recostada sobre la almohada, lo observa dormir mientras le acaricia el pelo con delicadeza. Finalmente, se acomoda a su lado y apoya una mano en su pecho velludo. Javier apenas tenía vello. En su conciencia se abre paso el recuerdo de la suavidad de su torso musculoso, la imagen de sus hombros robustos, perfectamente torneados, y su mano se despega en una suerte de automatismo de ese pecho velludo. Escruta el rostro dormido de él. Sus labios se curvan en una mueca de desagrado al comprobar que le está saliendo un feo granito en la nariz. Una inquietante aunque ya familiar sensación de hastío se apodera por unos instantes de su estómago. Tratando de ahuyentarla, deposita un leve beso sobre su frente, se da la vuelta y apaga la luz. En la oscuridad baila ante ella el rostro sonriente de Javier. Al cerrar los párpados, percibe de nuevo la cálida humedad de las lágrimas, desbordándolos.
Disculpen ustedes la reiteración. Pero es que la frase de Derrida da tanto de sí...