Es sabido que los hechos nunca hablan por sí solos. A los hechos -eso que ha pasado, eso que ha acontecido- hay más bien que hacerlos hablar, incluso forzarlos a hablar, dado que la verdad de eso que ha pasado siempre está sujeta a múltiples interpretaciones. Pero, por paradójico que resulte, no es menos cierto que también a las palabras hay que hacerlas hablar. Las palabras no hablan por sí solas. Parece que lo hacen, pero no es así. Y no sólo porque se encuentran igualmente sujetas a interpretación. También porque, en ocasiones, para que salga a la luz, lo que realmente quieren decir debe ser hurtado al silencio de lo no-dicho, a la retórica, a la ambigüedad o a la falta de claridad.
No era éste el post que tenía pensado colgar hoy. Pero ciertas palabras que muy recientemente han saltado a los medios me han animado a emprender, después de tanto tiempo sin hacerlo, un nuevo ejercicio de hermenéutica que, como ya sabréis, no es otra cosa que el arte de la interpretación. Razones: ante ciertas palabras, este ejercicio me parece estrictamente necesario. Pero, además, resulta que es un ejercicio que me entretiene y me divierte. Y no creo que haya nada malo en entregarme por un rato a este gozo y disfrute. ¿O tal vez sí?
Como supongo que ya habréis adivinado, esas palabras no son otras que las que copiaré a continuación:
"...reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal? ¿No debería equipararse a otras formas de agresión, como si, por ejemplo, obligáramos a alguien a divertirse durante algunos minutos? ¿Por qué tal disparidad de condenas?
No es demagogia. Hay movimientos recientes en esa dirección. En marzo, en una decisión sin precedentes, el Consejo de Ministros concedió un indulto parcial a un violador (...) Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal. Ése es el ambiente cultural en el que vivimos y, sin embargo, la inmensa mayoría de los españoles consideraría una aberración que se sacara la violación del Código Penal, aunque, a sólo cien metros, uno tuviera una farmacia donde comprar, sin receta, la pastillita que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute. Esa hipotética indignación es un motivo de esperanza, porque demuestra que la deshumanización de la sexualidad, que promueve el Gobierno, todavía no ha llegado a un punto de no retorno".
Para mí es obvio que, al contrario de lo que parece deducirse de algunos de los titulares que han lanzado a la prensa este texto, el redactor jefe de la revista del Arzobispado de Madrid no está en absoluto defendiendo la despenalización de la violación. Tan mentecato no podía ser el señor Rouco Varela al dar su aprobación a la publicación de este artículo. No. El Arzobispado, velando generosamente, cómo no, por los intereses no sólo de sus creyentes, sino de toda la sociedad española, está advirtiéndonos de uno de los graves peligros que corremos en este ambiente cultural, apoyado e impulsado por el Gobierno, en el que vivimos.
Ese grave peligro podría expresarse mediante un condicional como éste:
Si el Gobierno permite comprar sin receta la "pastillita" postcoital, entonces acabará despenalizando la violación.
La argumentación que, según entiendo el texto de la revista del Arzobispado, haría legítima la relación establecida entre las dos partes del condicional, podría ser la siguiente:
- Al permitir la compra sin receta de la "pastillita" postcoital, el Gobierno está convirtiendo las relaciones sexuales en "simples" actos para el gozo y el disfrute, en "simple" entretenimiento y diversión.
- Convertido todo acto sexual en un acto de diversión, la violación, que es un tipo de acto sexual cuya especificidad radica en que se obliga a alguien a realizar ese acto sexual, se convierte en un acto de diversión obligado.
- Obligar a alguien a divertirse no puede ser tan gravemente penado como lo es actualmente la violación.
- Por tanto, el Gobierno acabará despenalizando la violación.
Un indicio debe, además, llevarnos a confiar no sólo en la legitimidad de la relación causal establecida entre los dos miembros del condicional (si llueve, me mojo), sino también en su cumplimiento efectivo (está lloviendo, luego mejor abro el paraguas): el Gobierno ya ha empezado a caminar en esa dirección al conceder en marzo de este mismo año un indulto parcial a un violador.
Una consecuencia que se deriva palmariamente del condicional planteado: Si no queremos que el gobierno despenalice la violación, opongámonos a la compra sin receta de la "pastillita" postcoital.
Y una consecuencia más, no tan palmaria, pero igualmente derivable de lo anterior: Nadie que no sea un violador puede desear que se despenalice la violación. Por tanto, sólo los violadores pueden desear que se legalice la compra sin receta de la "pastillita" postcoital.
Vaya, me temo que este ejercicio de hermenéutica me ha llevado a descubrir que tengo alma de violador y a estas alturas de mi vida aún no me había dado cuenta. Será cuestión de buscar un psicoanalista o esperar a que el gobierno despenalice finalmente la violación para dar rienda suelta a esos impulsos hasta ahora ocultos. Pero tengo que reconocer que gracias a él me ha quedado todo mucho más claro. Y sobre todo me ha quedado mucho más claro por qué cuando lo leí por primera vez me pareció no sólo moralmente inadmisible, sino también racionalmente inaceptable.
La "pastillita" postcoital sólo sirve para evitar un posible riesgo de embarazo. Por fortuna, la "pastillita" de marras no lleva un chip incorporado que detecta cuándo el acto sexual fue "simple" cuestión de entretenimiento y así actuar sólo en esos casos. Las pastillas no juzgan las motivaciones que han dado lugar al hipotético proceso que pretenden interrumpir. Aquí la única instancia que juzga y además condena esas motivaciones es el Arzobispado. Porque ahora resulta que tener relaciones sexuales por el "simple" gozo y disfrute que proporcionan supone un acto de deshumanización de la sexualidad. Debe de ser que los señores arzobispos, estas reconocidísimas autoridades en materia de sexualidad y diversión, consideran que la sexualidad propiamente humana, la que nos distingue de la bruta sexualidad animal, es la que está exenta de todo elemento de gozo y disfrute. Cuánta contumacia alberga la antropología, siempre empeñada en decir lo contrario.
Así que, señoras y señores, hagan caso de nuestros arzobispos y eviten todo goce y disfrute, toda diversión y entretenimiento en sus relaciones sexuales, si no quieren verse deshumanizados y relegados a la condición de meras bestias. Por suerte, a mí todavía me quedará el gozo y disfrute, la diversión y el entretenimiento que me procuran estos ejercicios de hermenéutica. Al menos hasta que la Iglesia, esa gran amante de la libertad y la dignidad humanas que se atreve a concebir una violación como un acto de diversión obligado, no condene también, por deshumanizadora, esta inocente diversión intelectual.
No era éste el post que tenía pensado colgar hoy. Pero ciertas palabras que muy recientemente han saltado a los medios me han animado a emprender, después de tanto tiempo sin hacerlo, un nuevo ejercicio de hermenéutica que, como ya sabréis, no es otra cosa que el arte de la interpretación. Razones: ante ciertas palabras, este ejercicio me parece estrictamente necesario. Pero, además, resulta que es un ejercicio que me entretiene y me divierte. Y no creo que haya nada malo en entregarme por un rato a este gozo y disfrute. ¿O tal vez sí?
Como supongo que ya habréis adivinado, esas palabras no son otras que las que copiaré a continuación:
"...reducido el sexo a simple entretenimiento, ¿qué sentido tiene mantener la violación en el Código Penal? ¿No debería equipararse a otras formas de agresión, como si, por ejemplo, obligáramos a alguien a divertirse durante algunos minutos? ¿Por qué tal disparidad de condenas?
No es demagogia. Hay movimientos recientes en esa dirección. En marzo, en una decisión sin precedentes, el Consejo de Ministros concedió un indulto parcial a un violador (...) Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal. Ése es el ambiente cultural en el que vivimos y, sin embargo, la inmensa mayoría de los españoles consideraría una aberración que se sacara la violación del Código Penal, aunque, a sólo cien metros, uno tuviera una farmacia donde comprar, sin receta, la pastillita que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute. Esa hipotética indignación es un motivo de esperanza, porque demuestra que la deshumanización de la sexualidad, que promueve el Gobierno, todavía no ha llegado a un punto de no retorno".
Para mí es obvio que, al contrario de lo que parece deducirse de algunos de los titulares que han lanzado a la prensa este texto, el redactor jefe de la revista del Arzobispado de Madrid no está en absoluto defendiendo la despenalización de la violación. Tan mentecato no podía ser el señor Rouco Varela al dar su aprobación a la publicación de este artículo. No. El Arzobispado, velando generosamente, cómo no, por los intereses no sólo de sus creyentes, sino de toda la sociedad española, está advirtiéndonos de uno de los graves peligros que corremos en este ambiente cultural, apoyado e impulsado por el Gobierno, en el que vivimos.
Ese grave peligro podría expresarse mediante un condicional como éste:
Si el Gobierno permite comprar sin receta la "pastillita" postcoital, entonces acabará despenalizando la violación.
La argumentación que, según entiendo el texto de la revista del Arzobispado, haría legítima la relación establecida entre las dos partes del condicional, podría ser la siguiente:
- Al permitir la compra sin receta de la "pastillita" postcoital, el Gobierno está convirtiendo las relaciones sexuales en "simples" actos para el gozo y el disfrute, en "simple" entretenimiento y diversión.
- Convertido todo acto sexual en un acto de diversión, la violación, que es un tipo de acto sexual cuya especificidad radica en que se obliga a alguien a realizar ese acto sexual, se convierte en un acto de diversión obligado.
- Obligar a alguien a divertirse no puede ser tan gravemente penado como lo es actualmente la violación.
- Por tanto, el Gobierno acabará despenalizando la violación.
Un indicio debe, además, llevarnos a confiar no sólo en la legitimidad de la relación causal establecida entre los dos miembros del condicional (si llueve, me mojo), sino también en su cumplimiento efectivo (está lloviendo, luego mejor abro el paraguas): el Gobierno ya ha empezado a caminar en esa dirección al conceder en marzo de este mismo año un indulto parcial a un violador.
Una consecuencia que se deriva palmariamente del condicional planteado: Si no queremos que el gobierno despenalice la violación, opongámonos a la compra sin receta de la "pastillita" postcoital.
Y una consecuencia más, no tan palmaria, pero igualmente derivable de lo anterior: Nadie que no sea un violador puede desear que se despenalice la violación. Por tanto, sólo los violadores pueden desear que se legalice la compra sin receta de la "pastillita" postcoital.
Vaya, me temo que este ejercicio de hermenéutica me ha llevado a descubrir que tengo alma de violador y a estas alturas de mi vida aún no me había dado cuenta. Será cuestión de buscar un psicoanalista o esperar a que el gobierno despenalice finalmente la violación para dar rienda suelta a esos impulsos hasta ahora ocultos. Pero tengo que reconocer que gracias a él me ha quedado todo mucho más claro. Y sobre todo me ha quedado mucho más claro por qué cuando lo leí por primera vez me pareció no sólo moralmente inadmisible, sino también racionalmente inaceptable.
La "pastillita" postcoital sólo sirve para evitar un posible riesgo de embarazo. Por fortuna, la "pastillita" de marras no lleva un chip incorporado que detecta cuándo el acto sexual fue "simple" cuestión de entretenimiento y así actuar sólo en esos casos. Las pastillas no juzgan las motivaciones que han dado lugar al hipotético proceso que pretenden interrumpir. Aquí la única instancia que juzga y además condena esas motivaciones es el Arzobispado. Porque ahora resulta que tener relaciones sexuales por el "simple" gozo y disfrute que proporcionan supone un acto de deshumanización de la sexualidad. Debe de ser que los señores arzobispos, estas reconocidísimas autoridades en materia de sexualidad y diversión, consideran que la sexualidad propiamente humana, la que nos distingue de la bruta sexualidad animal, es la que está exenta de todo elemento de gozo y disfrute. Cuánta contumacia alberga la antropología, siempre empeñada en decir lo contrario.
Así que, señoras y señores, hagan caso de nuestros arzobispos y eviten todo goce y disfrute, toda diversión y entretenimiento en sus relaciones sexuales, si no quieren verse deshumanizados y relegados a la condición de meras bestias. Por suerte, a mí todavía me quedará el gozo y disfrute, la diversión y el entretenimiento que me procuran estos ejercicios de hermenéutica. Al menos hasta que la Iglesia, esa gran amante de la libertad y la dignidad humanas que se atreve a concebir una violación como un acto de diversión obligado, no condene también, por deshumanizadora, esta inocente diversión intelectual.