Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá: "Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas".
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Y alguien dirá: "Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas".
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Ángel González
Se entretienen hoy entre tus sienes, como en eco amplificado de estos días, estos días en que ya no sale el sol sino tu rostro, cantaba el trovador, tu rostro lloviendo nubarrones, aquellas otras palabras de aquel otro poeta sembradas por heraldos negros -tantas palabras, siempre palabras-, que dicen, hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Y se demoran en tu lengua silenciosa pero sólo en el contraste, en la distancia. Porque no. No son esos golpes que parecieran nacidos del odio feroz del dios, golpes que abrieran zanjas de muerte, golpes bárbaros, golpes sangrientos, golpes de heridas profundas que llaman al rayo fulminante de la locura, los que martirizan estos días tus entrañas, los que calambrean estos días en tus tripas.
Son esos otros golpes, golpes tenues, o no tanto, de asumible intensidad, golpes que aterrizan sin grandes aspavientos, sin grandes clamores, uno tras otro, sobre la piel ya curtida, la piel que acusa y se duele pero soporta sin sangrar, y trata de amortiguar la vibración dañina tensando sus fibras, apretando en ascensión hacia la boca las mandíbulas, contrayendo el estómago e impulsando los ojos en busca del remanso del azul en el horizonte, el azul que siempre queda, el limpio azul. Hasta que una mañana, o una noche, o un alba de espuma sucia goteando entre las rendijas de la persiana, los ojos cansados se sienten vencer por el peso de los párpados y ya no encuentran ni fantasean con el azul visible o imaginado. Y durante largas horas, quizás todas las que se desperezan en una jornada, quizás aún más, sucumben bañados por el gris turbio, por el rojo iracundo, por el verdinegro ponzoñoso.
No es preciso que los astros se detengan en sus órbitas imponiendo la catástrofe. Que aparezca abruptamente la desgracia. Basta a veces con que las expectativas sensatamente proyectadas se rompan. Con que una nueva, reiterada dilación en su ansiado cumplimiento magulle las esperanzas. Con que las previsiones se demuestren azarosamente falsas. A veces, basta con algo tan cotidiano, tan comúnmente banal como la acumulación de posibilidades truncadas por inescrutables, ajenos designios. O que la lógica perversa del animal humano exhiba su antigua y constante faz allí donde, ilusamente, no se la aguardaba, para que emerja el deseo, el imperioso deseo, de desertar del mundo, de saltar del barco. En medio de la impotente, de la angustiosa conciencia de que, al menos por ahora, no hay otro mundo. Tampoco otro barco. De que probablemente nunca los habrá. En medio de la implacable certeza de la necesidad de inclinar la cabeza, de aceptar el yugo sobre el cuello y acostumbrarse a sus astillas punzantes. De someterse a los imponderables inalterables con el esfuerzo de la propia mano con el ánimo sereno y tranquilo. En medio de la convicción de que el remedio sensato para apaciguar el corazón furibundo exige aniquilar el deseo de huir hacia ninguna parte y restaurar con paciencia la mirada hacia lo azul. Y olvidar lo que podría ser y no es si es en el ser y no en el poder ser donde sobrevives y braceas por seguir cada día regalando aire a tus pulmones.
Y aun así resistirse a ese olvido. Resistirse estúpidamente a ceder en el lamento y el enfado. A acallar los gritos por eso que podría ser y no es si este mundo no fuera este mundo. Por las posibilidades perdidas a las que, al igual que el poeta, algo en ti se empeña en no dejar de cantar pese al desgarro en la voz por ese mismo canto lacerada. Y persistir en la rebeldía íntima, en el enfrentamiento invisible, que continúa retorciendo el vientre, arrugando el ceño, ensombreciendo las pupilas. Hallando controvertida apoyatura en la ira. Agitándote a la sombra estéril de la creencia, funcionalmente errónea, adaptativamente fallida -no se te escapa-, de que no hay más alta sumisión, ni más alta muerte en vida del alma, que la felicidad narcotizada del esclavo. O los ojos apacibles, empañados en su dócil letargo, del animal de carga ya insensible a los golpes. Y que por ello la alegría merece ser apartada y la ira sufrida.
Inútil el gesto agriado, agotadora la rabia sostenida. Inútil y extenuante el velar insomne de las armas derrotadas cuando los miembros reclaman urgente, salvífico descanso. Como el día anticipadamente inútil del poeta. Porque inútil la batalla que malgasta fuerzas preciosas sabiéndose de antemano vencida. Sin remedio llegará -tampoco se te oculta- el tiempo de la acomodación y la resignación. Tarde o temprano llegará. Es la anestesia propiciada por el cuerpo que lucha tenaz por subsistir mientras la cabeza se revuelve, terca, suicida, contra el enemigo imbatible. Es la anestesia al fin perseguida por la propia cabeza cuando, temerosa, sospecha rozar los límites de la insania tras largas, dolorosas inmersiones en el pozo lóbrego de la tristeza. Maldita, bendita anestesia. Y mientras la frente mantiene su requerida, inevitable inclinación, la nuca tratará de hacer del yugo hábito y costumbre imperceptibles. Para que así los ojos, silenciada como en traición la rabia justa pero nociva, vuelvan a encontrar el modo de inventar el azul de su refugio. Y allí se remansen y apacigüen, y aleteando sonrían, lejos, lejos de la hostilidad del mundo. Lejos, pero aún, todavía, dentro de este mundo.