...Mire, Señor Comisario, lo cierto es que no sé muy bien por dónde empezar... Quiero decir, que ya sé que lo que usted me pregunta podría tener, así a primera vista, una respuesta fácil, usted me pregunta, ¿por qué lo hizo? y yo le respondo, pues lo hice porque tal y tal cosa, y el asunto quedaría zanjado con una simple frase y usted podría irse a su casa tan satisfecho y yo al calabozo a seguir rumiando mis pensamientos. Pero es que hay cosas que no tienen una respuesta tan sencilla, ¿no cree?, ya me gustaría a mí que la tuvieran, a veces parece que sí podrían tenerla, pero sólo lo parece, y entonces, si sólo lo parece, es porque realmente no es así, digo yo que es de cajón, ¿no? No sé, Señor Comisario,... ¿ha leído usted "El extranjero"? Sí, hombre, de un tal Camus... Vaya, perdone, no, no es que pretenda irme por las ramas ni mucho menos malgastar su tiempo, Señor Comisario, que yo con el tiempo ajeno soy muy respetuoso, pero es que por un momento he pensado que si lo hubiera usted leído tal vez podría entenderme un poco mejor. Pero no importa, no importa... mire, Señor Comisario, yo creo que lo que me pasa es que algo en mí no funciona bien, por decirlo de algún modo, sí, no funciona bien, porque yo veo que la mayoría de la gente se levanta por las mañanas, soporta el dichoso atasco, se tira horas y horas trabajando y aguantando a sus jefes, recibiendo órdenes, dedicando su tiempo a algo que no les apetece hacer, y luego vuelta al atasco, llegar a casa más muerto que vivo, ya sin ganas ni fuerzas más que para estupidizarse un rato con la tele y ¡hala!, al catre y vuelta a empezar y así día tras día. Y esa gente, ¿sabe?, parece que se adapta, que se resigna, que se conforma, que acaba por no quejarse, incluso están contentos, mire bien lo que le digo, ¡contentos! Pero yo no puedo, ¿sabe?, algo en mí no funciona bien porque yo no puedo. Y mire que lo he intentado, que me lo he propuesto, no una, sino mil veces, pero es que no me sale, no hay manera, me lo pregunto todos los días, ¿por qué yo no puedo?, ¿por qué yo no? Pues sigo sin saberlo, no lo sé, pero el caso es que yo no me acostumbro a tragar, ¿sabe?, a tragar. Porque de eso, de eso, es de lo que va este juego: de tragar, de ingerir, de deglutir, usted lo sabe tan bien como yo, no me diga usted que no, y seguro que lo ha sentido alguna vez, aunque a lo mejor ya no se acuerda, a lo mejor usted también se ha conformado, se ha resignado, como la mayoría de la gente, y ya no se da cuenta y por eso igual hasta se levanta contento y todo. Pero si rasca un poco, Señor Comisario, si se para un poco a pensar, seguro que me comprende... O a lo mejor no, Señor Comisario, y no le culpo por ello, porque estas cosas no tienen por qué comprenderse, se sienten con las tripas, que son las que tragan, con las tripas, ahí es donde yo las siento, y a lo mejor a usted las tripas le funcionan perfectamente y ya no le duelen ni se quejan, mientras que a mí me están todo el día incordiando, y llenándome de bilis, porque no quieren tragar, no quieren, las muy jodidas... No quieren tragar con las horas de oficina, con las órdenes de mi jefe, con los informes, con los madrugones, con el puto atasco, y sobre todo, ¿sabe?, no quieren tragar con que me quiten mi tiempo, con que me lo roben, ni quieren tragarse y matar ya de una vez las ganas que siempre he tenido y sigo teniendo de hacer otras cosas que no sea levantarme por las mañanas, meterme en el puto atasco, pasarme horas y horas en la oficina escribiendo estúpidos informes, y volver a meterme en el puto atasco para llegar a casa derrotado y sin ánimos para nada. Otras cosas, ¡vaya si hay cosas que hacer!, para las que nunca tengo tiempo porque me lo están quitando día a día, porque me lo están robando, ¡robando!, y mis tripas no sólo tienen que tragarse todas esas ganas de hacer otras cosas sino también la rabia, la impotencia, la frustración que rezuma de ese no tener tiempo para ellas, para todo aquello que realmente me gustaría hacer, un tiempo que no tengo porque, como ya le he dicho, siento que cada día me lo quitan... Sí, a cambio de dinero, ya ve, mierda de dinero, que sí, que lo necesito, como todo dios, claro que lo necesito, pero, ¿a cambio de qué lo consigo? Pues de eso, de que me quiten mi tiempo, lo único que es verdaderamente mío... Porque hay cosas que para poder hacerse y, sobre todo, para poder disfrutarse, exigen que uno tenga tiempo de verdad, y no un ratito aquí y un ratito allá, tiempo por delante, que se suele decir, para paladearlas, para detenerse en ellas, para sacarles su jugo, para mirarlas y remirarlas despacio, con calma, disfrutando de ellas y del tiempo que se les dedica. Como en las mañanas de domingo, ¿sabe?, cuando puedo levantarme sin prisas y preparar tranquilamente el café, y empezar a paladearlo ya desde el momento en que enciendo el gas y pongo la cafetera al fuego, y luego tomarlo a pequeños sorbitos, saboreando cada trago. Ahí es cuando tengo la sensación de que mi tiempo es mío, ¿sabe?, mío, como si tuviera una cajita de la que yo mismo fuera sacando los minutos, uno detrás de otro, despacito, poco a poco, y no como cuando uno tiene que levantarse a todo correr para ir a trabajar y termina el día sin saber a dónde han ido a parar todos esos minutos, qué otra mano se los ha sacado de la caja y se los ha ido quedando... Y mi mujer, la pobre, nunca deja de repetirme que ya haré eso cuando me jubile, que no me amargue, que entonces hasta me aburriré y no sabré qué hacer con tanto tiempo, si será tonta, ¡con la de cosas que yo haría si pudiera recuperar mi tiempo...! Pero eso a mí no me sirve, ¿cómo me va a servir?, si lo que cuenta es el presente, ¿no cree?, el aquí y el ahora, y vaya usted a saber qué habrá sido de mí cuando me jubile o si viviré tanto como para jubilarme, que no es por ponerme agorero, Señor Comisario, pero es que eso nunca se sabe, nadie lo sabe, ni usted ni yo... Y además, ¿qué pasa con todo el tiempo que ya me han quitado? ¿Qué pasa con ese tiempo que me siguen quitando? La vida se me va, Señor Comisario, se me está yendo, y yo sin el tiempo que es mío para poder vivirla como querría... eso sí que es realmente un crimen, ¿no le parece, Señor Comisario? En fin, qué quiere que le diga, yo preferiría que mis tripas funcionaran como las de todo el mundo, y poder levantarme contento y tragar pacíficamente con todo, y que dejara de rezumarme toda esta rabia que siento por no ser dueño de mi tiempo, por sentir que me lo están quitando. Pero no puedo, sencillamente no puedo... Así que supongo que lo que pasó fue que cuando aquel coche chocó con el mío en medio del atasco y el tipo salió hecho una furia, y me gritó, blandiendo el limpiaparabrisas que se había soltado con el golpe, que la reparación me la iba a tragar yo, con estas palabras lo dijo, que me la iba a tragar yo, no sé, Señor Comisario, es verdad que no había un sol cegador, como aquel día para Mersault, estaba cayendo la noche, pero algo en mí debió de pensar que ya estaba bien de tragar, que mis pobres tripas tenían un límite, y que quien se iba a tragar el limpiaparabrisas esta puta vez era él..."