
Tal vez la pregunta que todo ser humano se ha planteado de manera más recurrente desde que tiene uso de razón es la pregunta por su propio ser, la pregunta que reza ¿quién soy?, y así se interroga sobre los atributos, sobre los predicados que se dejan ligar o separar de aquello que, señalándonos a nosotros mismos con el dedo, identificamos con nuestro propio yo. Con ése que, cada vez que habla, se aparece al mundo y a sus semejantes portando como un estandarte la palabra yo. Porque, ¿quién es ese yo que digo ser yo?
Dar respuesta a este incisivo y en ocasiones impertinente interrogante entraña una complejísima y no siempre visible problemática que, a mi juicio, nunca en el cine se ha descrito con tal grado de lucidez y verdad como en cierto monólogo de la película "Persona", de Ingmar Bergman.
Elisabet Vogler es una actriz que, mientras representa a Electra sobre el escenario, se sume de repente en el silencio, mira con sorpresa a su público, y no es capaz de proseguir la función. Al día siguiente no acude al ensayo y su ama de llaves la encuentra tumbada en la cama, inmóvil, muda ante sus preguntas. Lleva así tres meses, internada en un hospital. Pero la psiquiatra que la atiende sabe que está perfectamente sana, tanto física como psíquicamente. Su mutismo y su inmovibilidad tan sólo son una estrategia, el resultado de una decisión, plenamente consciente y comprensible para su inteligente psiquiatra. Elisabet calla porque cree que así podrá eludir las máscaras que encubren su verdadero yo y el presunto falseamiento de sí que todas ellas perpetran cuando se enfrenta desnuda a la pregunta ¿quién soy? En este preciso monólogo, su psiquiatra le revelará la imposibilidad de tal operación:
"¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es horrible. Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar.
Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elisabet. Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil. Que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te entiendo y te admiro. Creo que deberías mantener ese papel hasta que se agote, hasta que deje de ser interesante. Entonces podrás dejarlo. Igual que poco a poco fuiste dejando los demás papeles".

Elisabet ha entrado en crisis al devenir consciente de que ser persona -tal y como indica el significado de este vocablo latino- significa disponer de un conjunto, de una multiplicidad de máscaras que nos exponen al mundo a la vez que nos ocultan a él. Sabe, como le señala la psiquiatra, de la existencia de un abismo, de un profundo hiato entre aquello que de sí misma percibe en la interioridad de su conciencia, en la intimidad de su sentir, y el modo en que esa conciencia y ese sentir ocultos, tal vez en parte inasibles, se dejan exteriorizar ante sus semejantes. Elisabet querría ser más allá de esas máscaras. Desea exhibirse sin máscara alguna, despojada de lo que experimenta como un disfraz, como un velo que encubriría su yo auténtico, aquél que realmente definiera el quién que ella es. Pretende no sólo parecer ante los demás aquello que sus máscaras dibujan, sino ser al margen de ellas.
Sin embargo, las palabras de la psiquiatra la arrojan a una paradójica verdad que ella misma, desde su mutismo, está empezando a intuir: ser es un sueño imposible. En el momento en que ese yo auténtico, ese espacio íntimo de su ser aspirara a salir a la luz, su mera mostración lo convertiría de inmediato en otra máscara. Una máscara por fuerza falseadora en cuanto fragmentaria, parcial, incompleta, pero al tiempo verdadera dado que sin ella no es posible la manifestación de ese yo. Se derrumba así, revelándose como una ilusión, la imagen ideal de un yo desenmascarado, de un yo puro e inmaculado tras la impureza mentirosa de las máscaras. Detrás de cada máscara no hay sino una nueva máscara. Detrás de cada velo, nada más que un nuevo velo. Pues el yo no existe sin la variedad de máscaras que lo tornan real, si real quiere decir no sólo accesible para otros, sino también para nosotros mismos. Máscaras y velos nos constituyen entonces en lo que verdadera o falsamente somos, porque es en ese juego de máscaras donde habitamos de continuo sin posibilidad de sustraernos a él. De ahí que, como le indica la psiquiatra, también el silencio de Elisabet se haya transformado automáticamente en otra máscara, en otro papel que ha decidido representar creyendo erróneamente no representar papel ninguno.
Asumida la inexistencia de un yo con independencia de sus máscaras, la cuestión que tanto a Elisabet como a todos nosotros nos toca dirimir día a día se reduce a la de cuál de esas posibles máscaras nos representa con mayor grado de verdad. Pregunta que podría quizás traducirse a la de con cuál de ellas nos sentimos más cómodos, más libres o menos sujetos a ataduras innecesarias. A la de qué máscara se ajusta o ciñe mejor a los contornos invisibles de ese yo que palpita en cada una de ellas. Pero eso sí: teniendo siempre en cuenta que ninguna de nuestras máscaras preexiste antes de que ese yo nuestro sea capaz de esculpirla en un proceso creativo que durará lo que el tiempo de nuestra vida.
Este mismo monólogo de "Persona" fue ya recogido en un post muy al inicio de la andadura de este blog. Por aquel entonces aún pensaba que los post debían ser escritos breves y es por ello por lo que sencillamente me limité a transcribirlo sin aventurarme a un análisis como el que, sin embargo, siempre pensé que merecía. Hoy por hoy sigo pensado que los post deberían ser escritos breves. Pero es obvio que algunas reglas no escritas de la bloggosfera no se compadecen bien con la máscara que quiere o puede ser Antígona. Qué le vamos a hacer...
Dar respuesta a este incisivo y en ocasiones impertinente interrogante entraña una complejísima y no siempre visible problemática que, a mi juicio, nunca en el cine se ha descrito con tal grado de lucidez y verdad como en cierto monólogo de la película "Persona", de Ingmar Bergman.
Elisabet Vogler es una actriz que, mientras representa a Electra sobre el escenario, se sume de repente en el silencio, mira con sorpresa a su público, y no es capaz de proseguir la función. Al día siguiente no acude al ensayo y su ama de llaves la encuentra tumbada en la cama, inmóvil, muda ante sus preguntas. Lleva así tres meses, internada en un hospital. Pero la psiquiatra que la atiende sabe que está perfectamente sana, tanto física como psíquicamente. Su mutismo y su inmovibilidad tan sólo son una estrategia, el resultado de una decisión, plenamente consciente y comprensible para su inteligente psiquiatra. Elisabet calla porque cree que así podrá eludir las máscaras que encubren su verdadero yo y el presunto falseamiento de sí que todas ellas perpetran cuando se enfrenta desnuda a la pregunta ¿quién soy? En este preciso monólogo, su psiquiatra le revelará la imposibilidad de tal operación:
"¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es horrible. Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar.
Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elisabet. Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil. Que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te entiendo y te admiro. Creo que deberías mantener ese papel hasta que se agote, hasta que deje de ser interesante. Entonces podrás dejarlo. Igual que poco a poco fuiste dejando los demás papeles".

Elisabet ha entrado en crisis al devenir consciente de que ser persona -tal y como indica el significado de este vocablo latino- significa disponer de un conjunto, de una multiplicidad de máscaras que nos exponen al mundo a la vez que nos ocultan a él. Sabe, como le señala la psiquiatra, de la existencia de un abismo, de un profundo hiato entre aquello que de sí misma percibe en la interioridad de su conciencia, en la intimidad de su sentir, y el modo en que esa conciencia y ese sentir ocultos, tal vez en parte inasibles, se dejan exteriorizar ante sus semejantes. Elisabet querría ser más allá de esas máscaras. Desea exhibirse sin máscara alguna, despojada de lo que experimenta como un disfraz, como un velo que encubriría su yo auténtico, aquél que realmente definiera el quién que ella es. Pretende no sólo parecer ante los demás aquello que sus máscaras dibujan, sino ser al margen de ellas.
Sin embargo, las palabras de la psiquiatra la arrojan a una paradójica verdad que ella misma, desde su mutismo, está empezando a intuir: ser es un sueño imposible. En el momento en que ese yo auténtico, ese espacio íntimo de su ser aspirara a salir a la luz, su mera mostración lo convertiría de inmediato en otra máscara. Una máscara por fuerza falseadora en cuanto fragmentaria, parcial, incompleta, pero al tiempo verdadera dado que sin ella no es posible la manifestación de ese yo. Se derrumba así, revelándose como una ilusión, la imagen ideal de un yo desenmascarado, de un yo puro e inmaculado tras la impureza mentirosa de las máscaras. Detrás de cada máscara no hay sino una nueva máscara. Detrás de cada velo, nada más que un nuevo velo. Pues el yo no existe sin la variedad de máscaras que lo tornan real, si real quiere decir no sólo accesible para otros, sino también para nosotros mismos. Máscaras y velos nos constituyen entonces en lo que verdadera o falsamente somos, porque es en ese juego de máscaras donde habitamos de continuo sin posibilidad de sustraernos a él. De ahí que, como le indica la psiquiatra, también el silencio de Elisabet se haya transformado automáticamente en otra máscara, en otro papel que ha decidido representar creyendo erróneamente no representar papel ninguno.
Asumida la inexistencia de un yo con independencia de sus máscaras, la cuestión que tanto a Elisabet como a todos nosotros nos toca dirimir día a día se reduce a la de cuál de esas posibles máscaras nos representa con mayor grado de verdad. Pregunta que podría quizás traducirse a la de con cuál de ellas nos sentimos más cómodos, más libres o menos sujetos a ataduras innecesarias. A la de qué máscara se ajusta o ciñe mejor a los contornos invisibles de ese yo que palpita en cada una de ellas. Pero eso sí: teniendo siempre en cuenta que ninguna de nuestras máscaras preexiste antes de que ese yo nuestro sea capaz de esculpirla en un proceso creativo que durará lo que el tiempo de nuestra vida.
Este mismo monólogo de "Persona" fue ya recogido en un post muy al inicio de la andadura de este blog. Por aquel entonces aún pensaba que los post debían ser escritos breves y es por ello por lo que sencillamente me limité a transcribirlo sin aventurarme a un análisis como el que, sin embargo, siempre pensé que merecía. Hoy por hoy sigo pensado que los post deberían ser escritos breves. Pero es obvio que algunas reglas no escritas de la bloggosfera no se compadecen bien con la máscara que quiere o puede ser Antígona. Qué le vamos a hacer...