jueves, 29 de marzo de 2007

Lugares


Cuando nos enseñaron el mapa y pudimos empezar interpretarlo, vimos que ante nosotros se abrían múltiples y diferentes caminos. Unos conducían a un prado soleado lleno de amapolas. Otros a un pequeño risco en la ladera de una montaña. Otros a la orilla de un río. Por alguno de esos destinos había que decidirse. Valoramos pros y contras. El prado era cálido pero tal vez un poco monótono. El risco parecía un poco incómodo pero ofrecía vistas grandiosas. Junto a la orilla del río nunca nos faltaría agua fresca, pero quizás hiciera demasiada humedad. Al final elegimos un lugar. Desde él nos asomamos cada mañana al mundo. Es nuestro lugar, aquél por el que optamos. Hemos aprendido a reconocerlo, a sacarle partido, a disfrutar de sus ventajas. Sabemos que hay otros lugares. Que podíamos haber optado por ellos. Pero también sabemos que si nos decidimos por ése que habitamos fue por razones que probablemente aún nos convencen.


Sin embargo, a veces nos es dado conocer un poco más de cerca alguno de aquellos lugares que no son el nuestro. Aquellos lugares que podíamos haber elegido pero desechamos. Si el nuestro es el prado, contemplamos maravillados el hermoso paisaje que ofrece el risco. Si optamos por el risco, descubrimos de repente el frescor del agua junto al cauce del río. Si nos decidimos por el río, percibimos con sorpresa la calidez del prado.

La tentación de despreciar aquellos lugares que no son el nuestro es entonces grande. Tal vez porque en ese momento comenzamos a dudar de que nuestra elección fuera la acertada. Es posible que aún tengamos la posibilidad de cambiar de lugar. Pero quizás suceda que nos hayamos acomodado al nuestro y no nos resulte fácil decidirnos por el traslado, o simplemente que no encontremos suficientes motivos para hacerlo. Aun así dudamos. Por ello preferimos cerrar los ojos ante el horizonte abierto y ocultarnos su belleza. Mojamos un pie en el agua y queremos pensar que está demasiado fría. Nos tumbamos al sol y nos quejamos del calor, añorando la sombra.

Es aquí cuando nos equivocamos.
Porque sea cual sea el lugar en el que estemos, lo más honesto es reconocer que, pese a sus ventajas, pese a su bonanza, algo hemos perdido. Algo que es, cuanto menos, tan valioso como lo mejor del nuestro. ¿Negaremos que la calidez, la belleza, o el frescor, son deseables en sí mismos?

Otra cosa es que no tengamos más remedio que optar por uno de esos lugares, y que elegir uno implique renunciar a los otros.

Pero si negamos la pérdida que esa elección entraña, no sólo nos estaremos privando de la posibilidad, si es que aún nos queda, de habitar en otros lugares. También habremos empezado a negar a quienes, a diferencia de nosotros, los eligieron. Y con ellos negaremos en nosotros a los que nunca seremos pero podríamos haber sido.

Y entonces ya no sabremos ni quiénes somos.

3 comentarios:

Sir Villet dijo...

¿Ve como hay cosas para las que no sirve ningún GPS?

Besos desde mi lugar, sea el que sea.

BACCD dijo...

Es un post precioso, Antígona.

Con esto hay que ver clara una cosa, como tú dices: que todo tiene sus pros y sus contras, que hay que ser consciente de ello y uno no tiene que empecinarse en cegarse a sí mismo. Que una ventaja puede ser a veces un inconveniente y un inconveniente, convertirse en ventaja. Y que, en realidad, los destinos no son puntos fijos y finitos. Hacemos paradas intermedias. Puedes coger un camino, llegara a un lugar, quedarte ahí, luego ves de repente un pequeño desvío que te ofrece la opción de desviarte. Eliges si tomas el desvío o no. Pero el único destino fijo real que tenemos es la finitud de nuestra existencia.

Y otra idea muy sabia que has apuntado: hay que respetar y aceptar los otros lugares. Disfrutar con los caminantes que van por tu senda. Y no desdeñar a los que optaron por seguir otro sendero.

Antígona dijo...

Sir Villet: Hombre, a lo mejor el GPS ayudaba, no?

Espero que su lugar sea fresco pero soleado y tenga unas vistas como poco aceptables. Besos!

Duschgel: Efectivamente, tal y como dices, el trasfondo del post era la cuestión de la finitud, que nos obliga a situarnos, aunque sólo sea de manera provisional o temporal, en una determinada perspectiva que necesariamente excluye otras. Y ello hace a veces las elecciones más difíciles, porque no querríamos renunciar a ninguna posibilidad y nos cuesta aceptar que algunas son incompatibles entre sí.

Por ello el peligro de aferrarse a lo que uno ha elegido y desdeñar lo que no. Es el medio que a veces utilizamos para reafirmarnos en nuestras opciones, para pretender estar seguros de que no nos hemos equivocado. Y aunque era algo que ya tenía presente, creo que este fin de semana lo he visto más claro que nunca. Creo que sólo así podemos respetar las opciones de otros. Reconociendo que de alguna manera también podrían haber sido nuestras, apreciándolas en lo que valen, aunque no formen parte de nuestra vida.

Un besazo!