viernes, 30 de noviembre de 2007

Mememememememememe5: De la A a la Z


Hace ya algunas semanas el doctor Lagarto me pasó un meme que consistía, según él mismo explica, en hacer algo así como un diccionario de filias y fobias de la A a la Z. Si he tardado tanto tiempo en recoger el testigo no es sólo por la pereza que me daba realizar este meme que se anticipa bastante largo, dado el número de referencias que debe contener, y que unido a mi general tendencia al exceso podía hacer de su lectura una verdadera tortura para vosotros. Se trata más bien de que no me siento cómoda a la hora de confeccionar un listado que presuntamente deba retratarme de un modo u otro. Pues ello implica -y más en este caso concreto en que rige el principio alfabético- una forzosa selección y jerarquización entre cosas a menudo igualmente valiosas desde diferentes puntos de vista que me parece tan difícil como innecesaria y falseadora. Además de que, particularmente, basta con que se me invite a pensar en cuáles son las cosas que más me motivan o dejan de motivar para que en mi cabeza se abra un vacío inmenso ante el que me siento impotente y desarmada.

Sin embargo, dado que en su día -digo yo que en un momento de enajenación transitoria :P- acepté el meme y no me gusta faltar a mi palabra, he decidido finalmente ponerme a ello. He preferido dejar de lado las fobias y lo que a continuación os presento es una especie de diccionario de filias literarias: se trata de aquellos escritores que más me han hecho disfrutar del placer de la lectura, con los que más creo haber aprendido sobre lo humano y lo divino, y sin cuyos libros este mundo sería para mí un lugar infinitamente más pobre y aburrido. De entre ellos, destacaré uno de cada escritor, aquél que por diferentes razones en cada caso ha constituido para mí algún referente señalado dentro de su obra. Vamos a ello:

Auster, Paul: Alguien me dijo una vez que las coincidencias que nos unían, pese a los muchos kilómetros que nos separaban, empezaban a parecerse a las que pueblan sus novelas. El azar es más decisivo en nuestras vidas de lo que nos gusta creer. Porque a veces trae consigo el infierno. Pero también el paraíso. Como en "El país de las últimas cosas".

Borges, Jorge Luis: ¿Qué pasaría si nuestra percepción del mundo no estuviera cercenada por el esquematismo de los conceptos? ¿Qué ocurriría si nuestra memoria, en lugar de ser pobre y selectiva, fuera capaz de retener y recrear hasta las más nimias diferencias de las innumerables hojas que posee un único árbol, o las de todos los árboles? Son las preguntas que laten entre las líneas de "Funes el memorioso".

Cortázar, Julio: No podía faltar aquí, conociendo como conocéis mi particular fascinación por él. Al igual que me fascina un personaje que aún no he mencionado nunca en este blog, el protagonista de "El Perseguidor", un saxofonista de Jazz peligrosamente proclive a perder su instrumento y capaz de atisbar los misterios del Tiempo a través de su música.

Dürrenmatt, Friedrich: Hizo explotar magistralmente los supuestos de la novela policíaca en "La promesa". No puede haber lugar para la casualidad en la lógica perfecta de los hechos que deben conducir al descubrimiento de un asesino de niñas. Lo siento, Dostoievski, pero es que ya estaban saliendo demasiados clásicos.

Ende, Michael: La nada que devora Fantasía en "La historia interminable" me plantó por primera vez, todavía siendo adolescente, ante la imagen del nihilismo, maravillosamente retratado en esta narración bicolor que es a un tiempo un genial elogio a la lectura y al poder de la imaginación.

Frisch, Max: La racionalidad sistemáticamente aplicada, la creencia en los puros hechos efectivos y contrastables de la mirada científica, nos ciega para lo más importante de nosotros mismos y de aquello que nos rodea. Éste será el doloroso pero vivificante descubrimiento del protagonista de "Homo Faber".

García Calvo, Agustín: La imposibilidad de definirnos sin matar algo esencial en nosotros, la lucha por abrirnos a la contradicción que nos devuelva a la vida, es el tema de su "Sermón de ser y no ser": "Yo soy el acto de quebrar la esencia: / yo soy el que no soy. Yo no conozco / más modo de virtud que la impotencia".

Houellebecq, Michel: La decadencia de Occidente anunciada por Spengler sigue su curso. Algo tan elemental como el cariño o la capacidad de entrega brillan por su ausencia en un mundo cada vez más gélido e inhabitable. Sus habitantes buscan el calor de lo humano en países lejanos. Lo he leído en su polémica novela "Plataforma". Al placer de su lectura he tenido la suerte de poder sumar el de interesantísimas discusiones sobre su sentido.

Iris Murdoch (perdón por la trampa, pero es que a John Irving aún tengo que leérmelo :P): Los sentimientos nacen puros pero acaban corrompiéndose encajonados en los patrones preestablecidos de las relaciones socialmente aceptadas. Leí incansablemente hace unos años las novelas de esta escritora irlandesa, capaz de desmenuzar con prodigiosa habilidad los perversos mecanismos que desembocan en la destrucción de los afectos y mantener en todo momento una mirada compasiva ante el desgarro y el sufrimiento que aquéllos generan. Por ejemplo, en "El príncipe negro".

Jelinek, Elfride: Aún estoy impactada por el descubrimiento de la prosa entrecortada y contundente, y aún así repleta de metáforas, de esta Premio Nobel austríaca en "La pianista", para mí un crudo y lucidísimo análisis de las relaciones de poder que atraviesan el amor y el sexo, por las que lo supuestamente más sublime deviene en algo sórdido y brutal. Fue espléndidamente llevada al cine por Michael Haneke en 2001.

Kafka, Franz: Nos duele la gran herida, una flor abierta en nuestro costado sembrada de gusanos para la que no existen bálsamos ni cirugías. Clamamos desesperados la ayuda de un médico. Nos gustaría arrancarle los ojos cuando nos dice lo que nunca desearíamos saber: nuestra herida no tiene cura. Así lo refleja "Un médico rural".

Lorca, Federico García: "Si tú vienes a la romería / a pedir que tu vientre se abra / no te pongas un velo de luto / sino dulce camisa de Holanda. / Vete sola detrás de los muros / donde están las higueras cerradas / y soporta mi cuerpo de tierra / hasta el blanco gemido del alba". Es el principio de una canción, a la que Paco Ibáñez puso música, de la tragedia "Yerma", mi particular puerta de entrada a la poesía hecha teatro.

Mann, Thomas: Una muchacha enamorada del intelecto de un hombre y del cuerpo de otro verá hecho realidad el sueño imposible de fundirlos en una sola persona. Sin embargo, "Las cabezas trocadas" nos enseña que la escisión siempre vuelve a aflorar. Mal que nos pese, la elección es inevitable, y con ella la pérdida.

Neruda, Pablo: Aún me recuerdo cruzando bien temprano aquel puente, camino de una facultad que ya odiaba, y recitando, al modo de un mantra salvífico que me protegiera de la jornada que empezaba, aquello de "Me gusta cuando callas, porque estás como ausente. / Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. / Parece que los ojos se te hubieran volado / y parece que un beso te cerrara la boca".

Ovidio: Dafne se transformó en laurel perseguida por Apolo. Narciso en flor, enamorado de su propio reflejo en el agua. Zeus se convierte en un hermoso toro para raptar a la bella Europa y también en cisne para poseer a Némesis. La magia y el misterio de la transmutación son la constante que da unidad al inmenso libro de las "Metamorfosis".

Proust, Marcel: El tiempo perdido puede recobrarse gracias a una simple magdalena o un ligero desnivel en el suelo. El tiempo cobra dimensiones insospechadas cuando un gesto inesperado nos devuelve aquel fragmento de vida largamente hundido en el olvido. Siete tomos marcan el comienzo y el final de una búsqueda. Pero también unas pocas palabras pueden regalarnos milagrosamente el hallazgo de aquello que, sin saberlo, siempre estuvimos buscando.

Rilke, Rainer Maria: Es, con mucho, el poeta que más he leído. Sus versos siempre crípticos y plagados de simbolismos nos enfrentan al reto de encontrar la llave que nos permita descifrarlos. Pero Rilke habla en el fondo, como todos los grandes poetas, de lo más básico y elemental de nuestra existencia. Sólo que eso tan básico y elemental es siempre lo más difícil de expresar y comprender. La elección en este caso no deja lugar a dudas: "Elegías de Duino".

Steinbeck, John: En un mundo injusto, donde una gran mayoría se ve abocada a la indigencia y la penuria, seguimos disponiendo de un recurso de incalculable valor: la solidaridad. Pocas escenas me han conmovido tanto como ésa en la que una joven madre cuyo primer hijo acaba de nacer muerto alimenta con la leche de sus pechos a un hombre famélico. En "Las uvas de la ira".

Tournier, Michael: Ese símbolo del progreso, el etnocentrismo, y el triunfo de la racionalidad occidental que es el Robinson Crusoe de Daniel Defoe aparece inteligentemente subvertido en la genial novela "Viernes o los limbos del Pacífico". Algo tenía el salvaje Viernes que enseñar a Robinson, aun cuando Defoe aún no pudiera intuirlo.

Unamuno, Miguel de: Un párraco carga en silencio con el dolor y la contradicción de su falta de fe mientras predica la palabra de Dios para hacer más soportable y llenar de esperanza la vida mísera de sus fieles. Es "San Manuel Bueno, Mártir", abandonado por Dios, solo ante el vacío y sacrificadamente encerrado en la mentira. Sus ojos tienen la hondura del lago, sus sermones alcanzan el pie de las montañas que rodean su pueblo.

Valleinclán: Imposible sustraerse a los encantos del único seductor en la historia de la literatura que cuenta con todas mis simpatías, ese Don Juan feo, católico y sentimental que fue el Marqués de Bradomín en sus "Sonatas".

Whitman, Walt: Todos somos en el fondo uno. A todos nos unen los mismos temores, las mismas angustias, los mismos anhelos. Sólo hace falta mirarnos a los ojos para reconocernos en cualquier otro, para hermanarnos con su alegría y su dolor. En esencia, todos somos tan parecidos como las "Hojas de hierba".

Yourcenar, Marguerite: Encontró una frase en una carta de Flaubert que puso en marcha su novela más famosa: "Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo". En este momento habitó el emperador de sus "Memorias de Adriano".

Zweig, Stefan: Nuestras mejores intenciones pueden abocar al desastre. No cabe compensar la desgracia ajena prodigando afectos carentes del sustento de un sentimiento verdadero. El daño causado excederá con creces a la alegría e ilusión procuradas. Algo así ocurre en "La piedad peligrosa".


Y bueno, con esto doy por concluido el meme. Uff, ha sido realmente agotador, y eso que me he saltado la Q y la X, así que os libraré del castigo que supondría una nominación. ¡Y espero que no vuelva a caerme otro meme en mucho tiempo! :)


martes, 20 de noviembre de 2007

Humildad


Siempre he visto en él a un hombre de apariencia tosca, sencilla, humilde. Humildes fueron también sus orígenes y la profesión que heredó de su padre, la ebanistería. Y humilde es, a mi juicio, la tarea que esas manos de carpintero, dotadas de cierta habilidad para tocar la guitarra, emprendieron en el mundo de la música.


Durante ocho años anduvo acompañando en el París de los años cincuenta, ciudad a donde se exiliaría su familia, a una cantante, Carmela, con la que realizaría sus primeras grabaciones discográficas. Pero fue un concierto de George Brassens lo que hizo germinar en él la idea de aquello a lo que como músico quería entregarse y a la que ha permanecido fiel toda su vida: poner música a la poesía. Porque eso es lo que ha hecho Paco Ibáñez a lo largo de su extensa trayectoria musical: devolver a la poesía, aunque fuera por la puerta falsa, una cualidad sin la que jamás hubiera surgido. Una cualidad que, sin embargo, perdió hace ya muchos, muchos siglos: la ser de no solamente dicha, recitada o leída, sino también cantada.

Todo empezó con Luis de Góngora. Al poco le seguiría García Lorca, y más adelante Rafael Alberti, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Quevedo, Machado, Cernuda y muchos más. La elección de sus poemas nunca fue inocente. Corrían tiempos difíciles para sus paisanos de origen. Tiempos de exilio, de falta de libertades, de opresión, de mojigatería. Como si su voz pudiera traspasar los kilómetros que lo separaban de su tierra natal y con ella quisiera lanzar un mensaje de protesta y aliento, Paco cantará desde París poemas de poetas prohibidos, asesinados, huidos. Poemas donde se habla de la libertad hurtada. Poemas brotados de la tristeza e impotencia del exilio. Poemas que denuncian la injusticia que divide al mundo en ricos y pobres, en terratenientes y aceituneros. O que critican la tiranía e hipocresía del clero. Y también poemas donde lo más esencial, lo más básico e imprescindible, se hace palabra: la amistad, el deseo, el amor, la muerte, la vida.

Paco es en sus comienzos una voz que hace sonar poesía en castellano en los teatros parisinos. En 1968 da su primer concierto en Manresa y se instala en Barcelona, aun cuando regresa frecuentemente a París para actuaciones hoy día tan conocidas como la que tuvo lugar en 1969 en el Olympia. Poco después el gobierno franquista prohibe sus conciertos en todo el territorio español y decide vivir de nuevo en París, donde residirá hasta 1990.

Tras la muerte de Franco y el correspondiente cese de la censura impuesta sobre sus canciones, se le invita a participar en los conciertos de celebración por el cambio de régimen. Pero pese al profundo compromiso político que animaba su música, Paco nunca quiso comprometerse en el juego de la política real y rechaza la invitación. Por dos veces, en 1983 y en 1987, el gobierno francés le concede la Medalla de las Artes y las Letras, que Paco rechaza igualmente, alegando: "Un artista tiene que ser libre en las ideas que pretende defender. A la primera concesión pierdes parte de tu libertad. La única autoridad que reconozco es la del público y el mejor premio son los aplausos que uno se lleva a casa". Una autoridad a la que, por otra parte, supo ganarse con creces en los escenarios armado simplemente con su voz y su guitarra.

Pero lo que siempre me ha inspirado una profunda simpatía en Paco Ibáñez no es sólo esa actitud política, tan honesta y ajena a las miserias de la política efectiva, sino, sobretodo, el modo en que se planteó su carrera artística. Paco nunca escribió ni una sola de las letras de sus canciones. Lo que había que decir, ya lo habían dicho otros. Eran sus palabras, las palabras de esos otros, las que debían ser entonadas y cobrar nueva vida gracias a los acordes de su guitarra. Paco pone su voz, una voz no especialmente bella ni melodiosa, al servicio de que vibren esas voces ya antiguas. Él permanece invariablemente en un segundo plano para que ellas vuelvan a despertar y resuenen, con más fuerza que nunca, más allá de las páginas de un libro. Por eso la música de sus canciones es sencilla, tremendamente sencilla. Porque lo importante no es la música. Lo importante en este caso es que la música logre resucitar palabras cuya belleza no quiere morir en el olvido. Versos cuyo valor reclama perdurar en nuestra memoria.

¿Puede haber tarea que se piense a sí misma de forma más humilde?

Os dejo con Paco Ibáñez, un Paco Ibáñez ya mayor y cansado, pero que aún sigue enseñándonos en sus canciones poemas que tal vez nunca hubiéramos conocido sin su ayuda. Como éste de Miguel Hernández.


miércoles, 14 de noviembre de 2007

Acerca de lo siniestro


En 1919 Freud escribió un artículo titulado "Lo siniestro" en el que trataba de dilucidar, como su nombre indica, cuál era el sentido concreto de la experiencia de lo siniestro. Pues si bien esta experiencia quedaría para él asociada a un sentimiento fundamental en el desarrollo del individuo, a saber, la angustia, también considera la necesidad de que exista algún componente específico por el que determinada situación u objeto angustioso pueda, además, ser calificado de siniestro.

La primera vía que Freud emprende para su investigación es el análisis del propio concepto de lo siniestro atendiendo al uso que de él se hace en el lenguaje. Lo siniestro se identifica de entrada con lo que produce espanto, con lo pavoroso, espeluznante, inquietante o lúgubre. Sin embargo, la verdadera clave que encauzará el estudio freudiano se obtendrá del examen de aquel término del cual, en su propia lengua alemana, deriva lo que nosotros llamamos siniestro: lo unheimlich, que además de siniestro significa también inhóspito, no es sino la ausencia o negación de lo heimlich, adjetivo que, procedente del sustantivo Heim (hogar), cabría traducir como lo propio de la casa, lo familiar, lo no extraño, lo que recuerda al hogar, lo confortable, entrañable o íntimo. Pero, sorprendentemente, heimlich posee a su vez en alemán otro sentido muy distinto al mencionado: heimlich sería lo secreto, lo oculto, lo que no debe manifestarse e incluso lo que se sustrae al conocimiento o se muestra como impenetrable. Así pues, si lo heimlich denota por una parte lo familiar y conocido, también puede designar, por otra, aquello que, siendo desconocido e insondable, constituye igualmente una fuente de temor.

Del hecho de que lo heimlich o familiar evolucionara en alemán hasta el punto de llegar a significar su contrario, es decir, lo unheimlich o siniestro, Freud concluirá que lo siniestro no sería en el fondo más que algo así como el rostro oculto de lo familiar: lo siniestro representaría aquella forma de lo angustiante que afecta a las cosas ya conocidas y familiares. Frente a la identificación de lo nuevo, insólito o desconocido con la raíz más común de nuestros miedos, para Freud serán exclusivamente las cosas familiares las que, en un momento dado, pueden tornarse siniestras o espantosas.

Dada la consabida fijación del psicoanálisis por los impulsos erótico-libidinos del individuo, Freud pretenderá en su artículo llevar esta tesis al terreno de las experiencias reprimidas y los miedos infantiles a la castración. Pero dejando de lado tal lectura en clave psicoanalítica, siempre me ha parecido muy sugerente esa visión que propone de lo siniestro. Y por varias razones.

Sin duda lo familiar o conocido, aquellas personas, lugares o cosas que nos reconfortan y con las que nos sentimos como en casa, son el referente por excelencia de nuestros sentimientos de protección y seguridad. En ellos encontramos el espacio donde sabernos protegidos, a salvo de cualquier posible amenaza. Son nuestro refugio, el terreno en el que ampararnos o guarecernos, el conjuro perfecto frente a los continuos peligros a los que estamos expuestos. Por ello, si en algún momento tuviéramos la sensación de que lo familiar puede convertirse también en habitáculo del miedo, quedaríamos absolutamente faltos de protección y agarradero. ¿Dónde podríamos resguardarnos en ese caso? ¿Hacia dónde huir del peligro si ese peligro emerge de lo que nos es más próximo? ¿Qué podría entonces procurarnos el sentimiento de estar a salvo? La experiencia de lo siniestro, diría Freud, responde a la súbita transformación del propio calor del hogar en algo capaz de helarnos la sangre en las venas.

Pero, por otra parte, la idea freudiana sugiere también que tal vez lo más familiar esté ya habitado, en esencia, por lo siniestro. Sólo será cuestión de que determinadas circunstancias propicien una visión diferente de nuestra realidad inmediata y conocida para que descubramos en ella un agujero negro, un abismo oscuro y terrorífico. Nuestro habitual sentirnos como en casa no sería entonces más que una pantalla que ocultaría lo que de radicalmente inhóspito anida en lo más cercano, en lo cotidiano y sabido. Pocos años después alguien diría que eso es lo que realmente sucede en la existencia humana: abocados a una muerte siempre cierta y totalmente imprevisible, capaz de sobrevenirnos en cualquier instante, caminamos por el mundo rehuyendo esta certeza, haciendo para mañana o para el próximo minuto planes sólo imaginables si nos esforzamos tenazmente por obviar esa constante posibilidad de morir. Nuestra propia existencia, nunca elegida y además mortal, sería, en definitiva, un lugar inhóspito, un espacio siniestro, por más que cotidianamente nos ceguemos ante tal condición.



El artículo de Freud analiza asimismo, al hilo de ciertos cuentos de terror, aquellos posibles objetos a los que se liga la experiencia de lo siniestro: entre otros, destacará la oscuridad, que vuelve la habitación familiar en una estancia amenazante; una vieja muñeca que despierta a la vida -nada más familiar y cercano que las muñecas de nuestra infancia-; la sospecha de tener un "doble", es decir, de encontrarnos con un ser absolutamente idéntico a nosotros; la repetición de lo semejante; o un miembro separado del cuerpo que inesperadamente cobra vida propia.

Cuando hace ya muchos años leí este artículo recordé un cuento de Cortázar que me había fascinado particularmente. Siempre he visto en Cortázar a un maestro a la hora de proyectar una mirada sobre la realidad que subvierta nuestra percepción más común de ella. Y creo que este cuento ilustra perfectamente esta idea. En él, lo que para la teoría freudiana constituiría un objeto claramente siniestro, a saber, una mano que aparece todas las noches ante la ventana de su protagonista, se convierte en una figura entrañable que se pasea tranquilamente por su habitación curioseando entre sus pertenencias, deslizando un dedo por las líneas de sus libros como si estuviera leyendo o acariciando los tejidos que encuentra a su paso, y con la que el protagonista llega a entablar una relación de rara naturaleza afectiva. Sin embargo, esta figura aparentemente terrorífica y transformada magistralmente por Cortázar en algo entrañable, acabará, en una nueva vuelta de tuerca, por recuperar su carácter siniestro: será en el momento en que el protagonista advierta cómo juega con el estilete con el que suele abrir las cartas enviadas por su amada, y tema que la mano, presa de celos, albergue intenciones de asesinarlo.

He contado el relato de memoria y es posible que lo haya adornado en mi imaginación, pues lo leí siendo muy joven y nunca he tenido oportunidad de leerlo otra vez. Si no recuerdo mal, se trata de un cuento hasta entonces inédito publicado en las obras completas de Cortázar editadas por Galaxia Gutenberg, cuyo primer volumen me prestó un amigo de aquella época. El otro día estuve buscándolo desesperadamente por la red pero sin éxito alguno, ya que no consigo recordar su título. ¿Alguno de vosotros lo ha leído y lo sabe?



miércoles, 7 de noviembre de 2007

Soltar


Expulsados del calor de las aguas originarias alcanzamos esta orilla como náufragos desnudos, sin más posesión que el aire abriéndose camino por nuestras minúsculas arterias, en el llanto un arma única para sostener la fragilidad de la vida incipiente. Éramos sólo carencia y sólo eso. De ahí que todo nos fuera dado al comienzo, cuando apenas asomábamos a una conciencia somnolienta aún ajena al cálculo, obligada a aceptar en ausencia de elección previa, de valoración premeditada. No puede negarse que ya entonces nos rozaba la pérdida. Los niños aprenden que los juguetes nuevos deben reemplazar a los viejos. Pero más allá de los necesariamente impuestos y seguros, de los cercanos e incondicionales, no podían nuestros afectos infantiles ser duraderos. La inexperiencia fuerza al olvido ante la novedad siempre gozosa, siempre infinita para el ojo falto de pericia. Braceábamos en medio de un torrente vertiginoso de dádivas, de un constante fluir de obsequios donde lo restado a lo adquirido no hería con huellas perceptibles.

Sólo más tarde se nos iría revelando que algunos objetos, algunos rostros, tienden a ajustarse con mayor precisión a nuestros contornos y merecen por ello ser salvados del flujo imparable y asidos con fuerza. Guiados por ese hilo llegamos a descubrir el mecanismo de un intercambio sagrado: imposible recibir sin dar, si todo acoger depende de la existencia de un espacio que brindar, si todo retener necesita de una oquedad donde albergar lo deseado. De lo contrario se impondrá el pasar de largo, si acaso la fugaz permanencia sin arraigo, extraña al crecimiento y a la maduración fructífera. Pero fue el transcurrir del tiempo el que nos legó el último y más amargo aprendizaje: el de los límites, difusos pero indudables, en ocasiones maleables aunque nunca infinitos, de los habitáculos en nuestra alma destinados a la hospitalidad y el cuidado, a la imprescindible dedicación que permite aceptar cada regalo.

No nos quedó entonces sino someternos al árduo ejercicio de la economía anímica, de la administración de interiores, de la gestión de esfuerzos. Al cómputo mesurado de valores, de rendimientos vitales, esenciales o regidos por las circunstancias. Porque sobrevenido cierto grado de completud, toda nueva carta de admisión requiere el proporcional desalojo y liberación del terreno que le dé cabida. No hay lugar suficiente en nuestra mesa para todos los comensales que querríamos a nuestro lado. Quizás ya ni siquiera se trate de despachar a unos para invitar a otros, sino del impulso a agasajar debidamente a quienes más sinceras sonrisas nos prodigan y arrancan. E incluso habrá momentos en que el número de sillas precise de una drástica reducción si quiere la fortuna que hallemos en la mirada de uno de nuestros huéspedes ese fuego donde arder indefinidamente bajo el fuelle nutricio que concentre todo nuestro aliento.


Aún a veces nos entregamos en la ensoñación al espejismo infantil de un recibir ajeno a todo saber de sus fronteras, aferrados a la ilusión de un devenir que lograra cifrarse en un cúmulo ilimitado de tesoros. Tal vez habite en aquella carencia primera e irrebasable, la que nos acompañará de principio a fin, el tiránico dictador de la ley de la conservación, la condena al dolor en el soltar y necesario desprenderse de lo que no por precioso cabe sustraer a rangos y jerarquías. La carencia madre del horror al vacío, si ninguna plenitud se asegura eterna ni amortigua la constante amenaza de desposesión.

Con excesiva facilidad olvidamos que desde el instante de ese irrumpir sanguinoliento todo fue y sigue siendo un regalo, un añadido que suma y suma desde el cero primigenio. Que hasta la pérdida resulta ganancia en el cómputo global, enriquecida además, pese a su lógica caprichosa y enigmática, por la plusvalía de la memoria. Como olvidamos que desnudos alcanzamos esta orilla y también desnudos habremos de abandonarla.

Una y otra vez tendremos que aprender la enseñanza apenas asumible, siempre inevitable: soltar. ¿Por qué no como quien suelta un valioso lastre? Liberándonos con él del temor y la pesadumbre. Acaso con una falsa alegría que persiga en su propio gesto transformarse en su verdad.


No, queridos y queridas. El blog no lo suelto. Todavía no. Antígona aún tiene muchos rollos que soltaros :)