domingo, 29 de abril de 2007

Imperativos


(Como véis, queridos y queridas, parece que he sobrevivido. Contáis con mi permiso para murmurar aquello de "mala hierba...")

Hoy quiero presentaros, especialmente a las lectoras de este blog, algunos fragmentos de la información que apareció en la sección de belleza (bueno, en realidad la única sección aparte del horóscopo) del primer número de la conocida revista femenina Estar guapa y ser feliz. Cómo conseguirlo aunque mueras en el intento. Como los ejemplares se agotaron en pocas horas y probablemente muchas de vosotras no tuvísteis la oportunidad de haceros con uno, he decidido transcribir algunas partes del texto que podrían interesaros. Atentas. Las mujeres que hay en vosotras seguro que nunca oyeron nada de esto:

"Toda mujer que se precie, toda mujer como dios manda, DEBE preocuparse por su aspecto físico. Siempre, por supuesto, y tenga la edad que tenga. Pero todavía más si anda en busca de marido, pareja o similar. El hombre de tu vida puede aparecer a la vuelta de cada esquina y ay de ti si no eres capaz de ofrecerle una imagen atractiva y deseable. Pasará de largo y tú serás la única culpable de ello, pues es sabido que los hombres, economizando inteligentemente el uso de sus neuronas, se dejan cautivar fundamentalmente por el atractivo físico de una mujer. No querrás acabar hecha una solterona, triste y amargada, porque ningún hombre te encuentra lo suficientemente apetecible, ¿verdad? Pues entonces lee atentamente las recomendaciones que, con todo nuestro cariño, hemos elaborado para ti.

La consigna es: DEBES aprender a sacar el mejor partido de ti misma, a ocultar tus defectos y potenciar las virtudes de tu físico. Porque tu objetivo es, por encima de TODO, GUSTAR a los hombres y, de paso, provocar la envidia de otras mujeres. Así de simple. Para ello dispones de toda una serie de técnicas, procedimientos y artilugios que no sólo DEBES conocer, sino además usar de manera sistemática. Cueste lo que cueste. Haremos un pequeño repaso de todos aquellos aspectos que la mujer de ayer, de hoy y probablemente del mañana debe tener en cuenta si desea cazar a cualquier especimen del sexo opuesto (...)

....

7. Una mujer NO DEBE salir nunca a la calle sin maquillar. Absolutamente imprescindible que, cada vez que atravieses la puerta de tu casa, hayas sometido tu rostro a un complicado proceso de limpieza, pintado y remodelado óptico por medio de cremas, polvos, antiojeras, colorete, lápiz de ojos, sombras, rimel, carmin... Da lo mismo que vayas a pasear al perro, a una reunión de negocios, a la piscina o a sacar la basura. De lo contrario, puedes ahuyentar a tu futuro Romeo si tienes la mala suerte de que en ese momento pase por allí y contemple la realidad de tus verdaderas facciones sin una capa de maquillaje que las enmascare (...)

16. Una mujer DEBE lucir unas uñas impecables. ¡Nada de mordérselas, por favor, que además engordan! Límalas, dáles forma, recorta cuidadosamente las cutículas y decóralas luego con brillo o esmalte. Y esto se aplica tanto a las de las manos como a las de los pies. Los hombres desean ser acariados con unas manos o unos pies suaves de uñas pulidas. Las garras ya las sacarás si hace falta una vez lo hayas cazado (...)

29. Una mujer DEBE ir siempre perfectamente depilada. A excepción de los de la cabeza o los de las cejas, por supuesto siempre convenientemente retocados (véase el siguiente punto para el tema de la depilación íntima), todo pelo es indeseable. ¿Qué es eso de andar por ahí luciendo un bigotazo propio de un guardia civil o una selva tropical bajo las axilas? Maquinilla, cera fría, cera caliente, cera tibia, depiladoras, laser... cualquier medio es igualmente válido para declararle la guerra al vello. Y si te duele te aguantas. Quejica. Que más duele traer un hijo al mundo y no por ello se dejan de tener (...)

84. Una mujer NO DEBE exhibir ni una sola cana en su cabeza. Ni una es ni una. Así que cuando empiecen a hacer acto de presencia, la visita más o menos mensual a la peluquería para someterte a un tinte es ya cuestión obligada. ¿Te parece una esclavitud? Pues sí, lo es, pero los hombres no sólo las prefieren rubias sino sobre todo jóvenes (...)

268. Una mujer DEBE andar erguida y moverse graciosamente. A ello te ayudarán unos buenos tacones. No te importe que tus deditos se retuerzan, tus talones sufran, tu columna vertebral acabe pareciéndose a una montaña rusa o te lesiones un tobillo de cuando en cuando. Esas cuestiones son menudencias en comparación con el potencial erótico de unos tacones altos y el contoneo garboso y netamente femenino que conseguirás gracias a ellos (...)

(Nota aclaratoria: se omite toda la información relativa a dietas milagrosas, ejercicio físico, celulitis, perfumes, ropa favorecedora, cirugía estética, lencería, postizos, sostenes con relleno, fajas, botox, cremas antiarrugas, exfoliantes, regeneradoras... ¿sigo? A las interesadas, puedo enviaros personalmente estos apartados)

Y ya para finalizar, no olvides que el estricto seguimiento de estos consejos requiere disciplina, organización, desplazamientos múltiples y la adquisición y uso de artilugios, prendas o productos que no brotan en tu armario por generación espontánea. Por tanto, DEBES dedicar a ello todo el tiempo y el dinero que sean precisos. En lo relativo al tiempo, ese bien precioso que tanto escasea, te recomendamos renunciar a la lectura, al cine, a los conciertos, a las exposiciones de arte... e incluso a tu profesión, si dispones de otras vías económicas, confesables o inconfesables, que te permitan acceder a los instrumentos que exige tu belleza. Tales actividades ociosas son perfectamente prescindibles para una mujer y hasta es posible que perniciosas, pues pueden desviarte de tu verdadero objetivo.
Si cultivas tu mente tarde o temprano sentirás la necesidad de expresarte. ¿Y no sabes ya que calladita estás más guapa? ÉL sólo quiere que le escuches con devoción, le mires con ojitos tiernos y asientas con la cabeza.

Ah!, y
si eres madre soltera o separada también puedes dar a tus hijos en adopción. Los niños dan mucha guerra y eso no es bueno para el cutis. Ya tendrás otros cuando lo encuentres a ÉL"


Vaya, no veo ningún apartado que diga que una mujer como dios manda DEBE recordar subirse la bragueta siempre que use pantalones. Es que a mí se me olvida de cuando en cuando. Sí, ¿qué pasa? No se puede tener la cabeza en todo.

lunes, 23 de abril de 2007

¡Secuestrada!


Pues sí, queridos y queridas bloggeros y bloggeras que tenéis a bien pasaros de cuando en cuando por esta casa a leer las tonterías que escribo: es probable que en el momento en que leáis esto yo ya esté secuestrada. Mañana martes no tendré más remedio que salir bien temprano al encuentro de mi secuestradora, que viene desde lejos para llevar a cabo esta misión. Una mujer que, pese a doblarme prácticamente la edad, tiene genio y figura de sobra para achantar al más pintao. ¡Y no te digo a mí! Que dice que me quiere mucho, y no lo dudo, y que por eso viene a secuestrarme, para darle un poco de emoción a mi aburrida existencia. Claro. Pero ya sabéis que hay amores que matan, ¿no? O que si no matan, son capaces de ponerte los pelos verdes sin necesidad de pasar por la peluquería. Pues eso.




Será un secuestro atípico, claro. En lugar de encerrarme en un espacio de reducidas dimensiones, tortura que ya padezco a diario, me sacará de mi encierro para pasearme por ésta u otras ciudades, ir de compras y obligarme al entretenimiento y la dispersión. En fin, lo normal en estos casos de secuestro atípico. Tan normal como que su duración sea pactada de antemano y en este caso limitada más o menos a una semanita.

Es bastante improbable que mi secuestradora me permita, o me deje tiempo, o más bien energías de sobra, para escabullirme algún ratito y venir por la blogosfera. Así que, poniéndome en lo peor, me despido hasta mi próxima y deseable liberación. Si me viérais aparecer alguna noche con algún comentario, alegráos por mí. Será la prueba de que mi secuestradora descansa y yo he logrado, mientras tanto, desprenderme de las ataduras o incluso he aprendido a escribir con ellas puestas. Eso sí, si me quejo y me lamento mucho, no me hagáis ni caso :-)

Hasta la vuelta, queridos y queridas. Si sobrevivo.

¡¡¡UN BESO ENORME A TODOS!!!

domingo, 22 de abril de 2007

Homesickness


El cuadro, de Magritte, se llama así. Por lo general se traduce al castellano como La añoranza y no he conseguido averiguar si Homesickness es su título original o éste fue escrito en francés. En cualquier caso, ese rótulo parece, de entrada, darnos la clave para descifrar lo que representa. O casi.

En su travesía por el puente, un hombre vestido con un traje oscuro se ha detenido y, asomado tranquilamente por la barandilla, mira en dirección a un horizonte que se nos oculta. Allí deben de hallarse los lugares, los objetos familiares de su añoranza. Sean cuáles sean, quedan más allá del camino trazado por el puente, inaccesibles dentro de su recorrido. Es quizás su altura, y sólo ella, la que permite observarlos, pero siempre en la distancia.

Como sugieren otros cuadros de Magritte, el león tumbado tras él podría simbolizar la fuerza arrolladora del presente, que invariablemente nos envuelve y nos arrastra. Tal vez incluso su riesgo y su peligro, la imprevisibilidad de su lógica, propias, desde nuestra perspectiva, de la conducta de un animal salvaje. De ahí que el hombre en esta escena le dé la espalda, al igual que a nosotros. Como si quisiera negar su presencia. También la nuestra. Absorto en la contemplación de lo que, desde el puente, permanece inevitablemente fuera de su alcance. Posiblemente paralizado por el recuerdo.

Sobresalen de su chaqueta dos alas cuya negrura no deja de sorprender. No están abiertas, pero tampoco completamente plegadas. Sin embargo, nada en él anticipa el movimiento. La escena transpira una perfecta, incluso inquietante quietud. Quizás en sus alas se plasme su oscuro deseo, abocado de antemano al incumplimiento, de elevarse por encima del puente y volar hacia un pasado ya irrecuperable, hacia un territorio vedado salvo para su memoria. Ésa sería la imagen de su añoranza.


Pero es verdad que, según decía Magritte, los títulos de los cuadros no son explicaciones, ni éstos ilustraciones de los títulos. O, al menos, nunca directamente.

Miremos el cuadro un poco más detenidamente. Pensemos un poco más en la disposición de los elementos que lo componen.


Dado que los ojos del hombre no se proyectan hacia ningún punto de su propio camino, ni hacia atrás ni hacia adelante, sino hacia otra parte, me pregunto si esa nostalgia tendrá en el fondo una naturaleza distinta a la de la añoranza de lo ya vivido. Si no se tratará más bien de cierta nostalgia que, paradójicamente, brota de lo que nunca nos perteneció ni fue piedra de nuestro pasado. Tal vez la añoranza de una vida que, escapándosenos de continuo por más que nos afanemos en perseguirla, siempre parece quedar del otro lado del que nosotros habitamos. Aquélla que sería la verdadera vida. La que rezuma sentido y solidez por todos sus poros frente al remedo fantasmal y desconchado de la nuestra. Aquélla en la que desearíamos instalarnos y hallar refugio definitivo.

Su nostalgia no se alimentaría entonces de la memoria, sino de la fantasía y de las intuiciones que la disparan. Las que nos sobrevienen ante un cielo azul y despejado, ante una sonrisa inesperada, ante un mar calmo e infinito. Y encienden la añoranza de un hogar que sólo fue nuestro entre las brumas del sueño. Un hogar al que nunca regresaremos porque se encuentra más allá de los espacios donde nos es dado construir morada.

Por eso nos detenemos a mitad del puente y nos disponemos, fijando la vista en el horizonte, a digerir una vez más una verdad que ya sabíamos: que nunca nos sentiremos en el mundo como en casa.

Sólo luego respiramos hondo, nos damos la vuelta y, acariciando con cuidado su lomo, decimos: ¡Vamos, león! Y junto a él seguimos caminando.

jueves, 19 de abril de 2007

Sirenas


Suenan las primeras notas y por un momento se te nubla la vista. Todos los muros de contención que, con tanta paciencia, piedra a piedra, has ido alzando, parecen desplomarse de repente bajo la embestida de un torrente invisible. Ni siquiera hay imágenes en tu cabeza. Sólo un dolor opaco en el pecho y el volver a sangrar de antiguas heridas que ya creías cicatrizándose.


También tú, en su día, te hiciste atar al mástil. Tus hombres obedecieron sin preguntar y anudaron bien las cuerdas. Sordos a tus gritos, te dejaron berrear hasta agotarte.

Ahora hace ya mucho que no gritas. Ya no necesitas esos lazos, que han ido aflojándose con el tiempo. Puedes permanecer apoyada contra el mástil sin peligro. Sabes que no darías ni un solo paso al frente por esa melodía. Pero otra cosa es el dolor, que por sorpresa vuelve a golpearte. Y los pedazos, cuidadosamente recompuestos, amenazan por un instante con arrancarse del lugar al que pudiste devolverlos, con caer al suelo y quebrarse en más pedazos todavía.

Pero entonces piensas que si Ulises hubiera vivido cien vidas, y cien veces, en su travesía de retorno, hubiera escuchado el canto de las sirenas, sería tal vez capaz de oír sus voces no sólo libre ya de los amarres, sino también de toda emoción. Que después de haberlas oído en tantas ocasiones, habría logrado domesticar su influjo, conjurar el poder de sus encantos, y no sufriría la desesperación ni el tormento de su necesaria lejanía.

Te lo imaginas paseando al sol por la cubierta, la mirada fija en el horizonte, y al fondo vibra una melodía brillante, afilada, que, sin embargo, ya no puede hacerle daño. Sereno y feliz ante la perspectiva del regreso a casa, de lo que allí le aguarde, sea lo que sea. Convencido ya de que ni el canto de mil sirenas le haría volver la vista atrás.


Y por ello aguantas la respiración y te dispones a hacer sonar de nuevo esas notas, una y otra vez, y una vez más. Todas las que hagan falta. Hasta que el dolor se esfume y puedas oírlas sin miedo, sin lágrimas en los ojos. Sin nostalgia alguna.

Y qué más da si entonces, saturados tus sentidos, dejas de percibir su hermosura. Si la repetición tenaz acaba matando su belleza. Vives tú, que es lo que importa. Ya habrá otras vidas para aprender de nuevo a apreciarla. A recobrar su inocencia.

lunes, 16 de abril de 2007

Cazador cazado (II)


La primera vez que la viste ni siquiera te fijaste en ella. La segunda supiste que no te gustaba. Si acaso, el brillo de sus ojos al mirarte. Pero otras mujeres a su alrededor te parecían más deseables.


Sin embargo, en ese brillo leíste una promesa. Y surgió la tentación de dejarte querer. Así lo confesaste. Trata de no hacer daño, te reconvine. Tú sacaste la balanza y empezaste a sopesar. Porque en la distancia atisbabas luces, objetos de valor.

Cuando te reveló que te había querido desde el primer momento, que inundabas las hojas de su diario desde ese instante, ya te habías lanzado al juego.

. . .

Admitiste tus remordimientos, tus dudas, tu frustración. Trataste de poner fin a la partida antes de que fuera demasiado tarde. Pero las lágrimas que ella vertía siempre te hacían emprender la retirada. En ellas transparecía su dolor. También tu soledad. Somos débiles, susurrabas. Y quién sabe. Es inteligente, me agrada su compañía. Quién sabe.

Pero claro que sabías. Nunca ocultaste tus estrategias de cazador. Tu incesante búsqueda de otra pieza más valiosa. ¿Crees que ella nunca lo intuyó? Sólo que la suerte no se puso de tu lado. Tu cobardía lo impedía. Tu querer sumar sin restar. La fortuna es para los valientes. Y tras cada desengaño volvías con alegrías renovadas a esos brazos que siempre te acogían con calor.

. . .

Poco a poco te fue ganando la costumbre. Reprimías tu desazón y simplemente caminabas hacia adelante. Cogido de su mano. Ya sin plantearte soltarla, por más que su suavidad o su forma no fueran aquéllas con las que habías soñado. Nada puede ser perfecto, replicabas. Ella me quiere. Y creo que yo estoy empezando a quererla.

A la aparente solidez de su amor te aferrabas. Por eso nunca dejaste de ponerlo a prueba. Que te plegaras a la evidencia de que ni la roca más firme es indestructible era pedirte demasiado.

. . .

Ni siquiera recuerdas cuándo comenzó a resquebrajarse. En qué momento notaste la primera arenilla entre tus dedos. Tampoco quieres reconocer que sólo entonces empezaste a poner algo de ti. Motivado, sin duda, por la urgencia de ir suturando las grietas, de evitar que avanzaran, aportando algún pedacito de lo mejor que posees. Por el miedo a perder lo que cuando tenías plenamente no lograbas apreciar.

Pero no conseguiste frenar el proceso. ¿Cómo, si cada uno de tus gestos delataba la contradicción, el egoísmo? Pensaste que sí, pero hay cosas imposibles. Y te empeñabas en no comprender. Adivinabas oscuras heridas, inconscientes ansias de venganza que la llevarían a desprenderse de ti. Pero preferías no verlas.

. . .

Ahora eres tú el que llora amargamente. Evocas con dolor aquellas miradas que hace ya tiempo desaparecieron. El refugio de su devoción, ahora inexistente. El olor de su piel, que te atormenta y enciende tu deseo como nunca lo hizo su presencia. Abrumado por la angustia, dices que la quieres, que sientes que no puedes vivir sin ella. Y en parte eres digno de crédito.

Pero en el fondo, tanto tú como yo sabemos que no es ella, sino la soledad que ahora te atenaza, la que te está robando el sueño y el aliento.

Despierta.


A J., que al menos esa vez acabó despertando.

viernes, 13 de abril de 2007

Segunda parte: a esto se le llama...


Al día siguiente de la noche que ha dado lugar al primer post de esa nueva sección que, de proseguir, habrá de llamarse "Perlas cultivadas" (véase post anterior o pruébese la eficacia de mi primer autolink), recibí un mail de Hombre2. Debo aclarar que con Hombre2 mantengo una relación que podría llamarse de amistad (sin comentarios, por favor) y también de índole más o menos profesional. El motivo del mail tenía que ver con este segundo aspecto de nuestra relación y decía así:



"Antígona,

he estado consultando blablablabla.... en relación a blablablablabla.... y he recordado que para blabablabla... aún tenemos pendiente ponernos en contacto con blablablabla.... He recibido también mail de blablablabla... y parece que son buenas noticias. A ver si blablablabla.....
.....
.....
Creo que en lo que respecta a blablabla.... puede proponerse que blablablabla... y aún así tal vez deberíamos considerar que blablablabla.... para que luego no suceda que blablablabla....
....

Bueno, y creo que esto es todo por ahora. A ver si mañana o pasado lo hablamos más calma.

Hombre2

P.D. Todos los griegos eran gays"


A esto creo que se le llama... ¿contumacia? ¿provocación? ¿mala leche?
Si lo llego a tener delante le muerdo. Aunque hubiera acabado contagiada de alguna enfermedad extraña. Hubiera asumido los riesgos.


Lo sé, queridos, mañana vuelvo a mi línea habitual de posts, pero es que si esto no lo cuento reviento!

miércoles, 11 de abril de 2007

Perlas cultivadas: de las posibles formas de la homofobia


Advertencia preliminar: El siguiente post no es apto para menores ni recomendable para personas con el mínimo de sensibilidad socialmente exigido.


En un bar cualquiera de una ciudad cualquiera. Tres hombres y una mujer (léase, servidora). La conversación gira en torno a la película 300, que servidora ni ha visto ni verá. Se impone entre los hombres la siguiente tesis interpretativa, de sorprendente lucidez y sutileza: los espartanos son presentados en la película como auténticos hombres, mientras que los persas y el resto de griegos son todos gays.

1ª Perla:

Hombre1: Yo de todos modos pienso que ese rollo varonil exagerado que se da a los espartanos esconde también un fondo gay. ¿No os habéis dado cuenta de que Leónidas llevaba los ojos pintados?
Hombre2: No, hombre, no. Leónidas era un hombre de verdad. Bueno sí, estaba casado y todo eso. Pero a la mujer sólo la enculaba de cuando en cuando pa' tenerla contenta y lo único que realmente le importaba era la guerra. ¡Un machote, sí señor!

Análisis semántico:

1. A los hombres de verdad sólo les importa la guerra. Bueno.
2. En principio, no están casados. Nada de sentimentalismos.
3. Si lo están, a la mujer ni siquiera se la follan, sino que la enculan. ¿No hemos dicho que nada de sentimentalismos? Pues eso.
4. A las mujeres de estos hombres de verdad casados les pone la falta de sentimentalismos.

Recordadme que a partir de mañana cambie de orientación sexual.

.....

2ª Perla:

Hombre2: Si está claro que todos los griegos eran unos maricones, dado que todos se enculaban con todos.
Yo: Hombre, pues digo yo que en una sociedad en la que todos los hombres mantenían relaciones con otros hombres pero al mismo tiempo estaban casados no se puede hablar de homosexualidad en el mismo sentido en que el término se aplica hoy día...
Hombre2: Vamos a ver: se enculaban entre ellos, ergo eran maricones aunque tuvieran cuatro mujeres cada uno. Y déjate de distinciones tontas que no vienen a cuento.
Yo: Insisto, el concepto de homosexualidad cambia en un contexto en que se convierte en la práctica habitual de todos los hombres, estén casados o no.
Hombre2: Sí, claro, y ahora me saldrás con el rollo de que si eran bisexuales, de que si todos en el fondo lo somos.... Se enculaban y eran gays. Punto. ¡Y no me vengas con mariconerías!

Recordadme que a partir de mañana me empiece a dejar un bigotito a lo Freddy Mercury.

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Conclusiones (además de aquella a la que todo el mundo habrá llegado ya a estas alturas, a saber, que Hombre2 padece probablemente de un problema de homosexualidad reprimida):

1. Ser la única mujer en un grupo de hombres te permite asistir a conversaciones a las que NUNCA querrías haber asistido.
2. Ser la única mujer en un grupo de hombres acaba llevándote a una situación un tanto paradójica: tú empiezas a odiarlos profundamente y ellos, sin embargo, comienzan a verte como uno de ellos.

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Epílogo:

A la salida me "entra" una chica jovencita con la excusa de que ha hecho una apuesta con sus amigas.

Hombre3: Joder, la única vez que se nos acerca una tía y es para ligar con ésta. No me lo puedo creer.
Hombre2: Anda tira, que yo me voy a suicidarme ahora mismo.
Hombre1: Te acompaño.

Yo tengo un ataque de risa que me dura hasta llegar a casa.

....


Queda inaugurada una nueva sección en este blog que me temo dará para mucho.

domingo, 8 de abril de 2007

Silencio


Hay quien calla por timidez, por no mostrarse en el sonido de su voz. El torturado calla para no delatar, para salvaguardar la vida o la seguridad de otros. Los niños en clase, para evitar una riña.


Callamos a veces por puro cansancio, cuando el esfuerzo de emitir un sonido parece sobrepasar nuestras fuerzas. En lo más profundo del sueño, aunque a veces ni tan siquiera. Se puede callar para encubrir una verdad, si tenemos la certeza de que las palabras que querríamos pronunciar sólo herirían a quien las recibe. Por no ofender. Para no demostrar nuestra ignorancia. En ocasiones callamos cuando nos preguntan, y somos conscientes de que nuestro silencio dice más que cualquier palabra. O simplemente por afonía.

Callamos para distanciarnos del bramido de la multitud, para diferenciarnos de ella en nuestro silencio. Para protestar. Para hacer rabiar a quien nos quiere. Incluso para castigar a quien nos ha hecho daño. Hay silencios más violentos que cualquier golpe. Silencios incómodos. Silencios cuya densidad, como se dice, podría cortarse con un cuchillo. Pero también hay silencios apacibles.

Callamos cuando escuchamos otras voces, o esa canción que aún no oímos, o la que no se presta al tarareo o al canto. Por lo general cuando leemos, cuando vemos una película. A menudo cuando fantaseamos. O cuando hablamos con nosotros mismos con la única compañía de esa voz interior sin sonido aparente.

Callamos por respeto, por cariño, por consideración. Por rencor, odio o desprecio. Puede callarse para ocultar, o por el contrario, para mostrar.

Pero hay momentos en que callamos sencillamente porque el habla se nos sustrae. Creemos tener mucho que decir pero no nos brotan las palabras adecuadas para ello. Algo en nosotros rehusa traducirse en sonidos, en significados audibles o legibles. A veces el habla se nos deniega porque determinados acontecimientos exigen tanto diálogo, tanto decir, que empezar a expresarnos parece imposible. Otras, porque el lenguaje se nos revela insuficiente, imperfecto, y sentimos haber topado con algo que no se puede decir. Y también hay momentos, quizás días enteros, en que la angustia nos deja sin habla, forzándonos a enmudecer.

Sean cuales sean las razones que lo motivan, siempre nos resulta difícil comprender ese silencio que no hemos buscado, ese callar que se nos impone como si nos hubieran robado la garganta. Todavía más porque ante él sólo cabe abandonarse y esperar pacientemente a que regresen las palabras. Y por fortuna siempre vuelven. Aun cuando sólo sea, de entrada, para permitirnos hablar sobre ese silencio que acabamos de romper.

domingo, 1 de abril de 2007

Que nadie se asuste



Sentir un nudo en el estómago y querer gritar y no poder. Taparme los oídos con ambas manos, asegurarme de que mis mejillas siguen ahí, y querer gritar aún más fuerte, sin que mi garganta logre articular sonido alguno.

Pero mis entrañas se revuelven, se agitan, gritan a su manera en el silencio, aunque yo permanezca callada, a la escucha. También a mi alrededor se ondulan las paredes de la habitación bajo la potencia de la vibración de ese grito silencioso.

Hoy el abismo que se entreabre en esa boca encoge mi corazón. Y la negrura de su miedo.


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Vale, Antígona. Ahora desdramaticemos. Que tampoco es para tanto, mujer. Nos ayudará este personajillo:




"... y el desdramatizador que lo desdramatice, buen desdramatizador será"