martes, 7 de agosto de 2007

Ligereza


Hay quienes caminan por la vida como por un mar de aguas oscuras no exentas, sin embargo, de cierto brillo. Aunque tampoco lo aéreo y volátil les es ajeno, su elemento estriba más bien en la densidad, en una gravedad líquida por la que se desplazan al más leve pestañeo y que envuelve cada objeto rozado por las yemas de sus dedos.

Su caminar es necesariamente lento. Para ellos no hay imagen que se limite al par de dimensiones consabidas, ni suceso que no desate un aluvión de palabras silenciosas desgranadas en cada gesto propio o extraño, en cada contorno, en cada cosa. En las más opacas superficies otean una infinidad de planos superpuestos a la espera de ser ordenados, analizados, descifrados en su sentido. Persiguen a tientas los hilos invisibles que entrelazan lo cercano y lo lejano, el sentimiento indefinido y sus posibles trayectorias. En el acontecimiento presente se les desboca la maquinaria de anticipación que entreteje el pensamiento dudoso de lo venidero, la rememoración de resonancias de un pasado entregado a un juego de interpretación imparable. Tras cada luz buscan el baile de sombras que la hace posible. En cada sombra, el destello de luces pretéritas y futuras que vuelva comprensible su existencia. Por ello no es raro que se abandonen a la ausencia, y omitan distraídamente el rojo de un semáforo o un gorrión los detenga bruscamente en medio de la multitud apresurada.

Nadie duda de que en tales espesuras no se oculte el oro de tesoros antiguos, un resplandor sólo perceptible tras numerosas capas de indiferente y tediosa oscuridad. Tampoco que sus inevitables expediciones marinas no contribuyan a su dicha. Pero sus cabezas, desbordadas de signos de interrogación, pesan a veces demasiado, y esa pesantez los torna proclives a la pesadumbre y la melancolía. En sus peores días se mueven como entre grumos que entorpecen sus movimientos y hasta pareciera que cada inspiración les cuesta un esfuerzo, agotados por ese torrente interior que arranca a cada mota de polvo un laberinto de trasfondos caído sobre ellos como una montaña.

Es ahí donde se adivina que en ellos mismos habita su más feroz contrincante, abocados a conocer sin quererlo las estrategias que permiten sondear, sosteniendo prolongadamente el aliento, las aguas más profundas, pero a menudo incapaces de hallar, cuando más lo precisan, el camino de regreso a la superficie. Que con frecuencia se debaten dolorosamente con el oleaje levantado por sus más íntimos y callados movimientos, y se ven forzados a batallar contra la tormenta obsesiva que amenaza con hundirles. Pues en todo ello acecha el peligro de la parálisis, la ceguera para la oportunidad que debe ser cazada al vuelo, la torpeza ante una inmediatez que exige una reacción ajustada.

Por eso hay que recordarles que también la ligereza debe ser aprendida, así como la risa tonta y sabia que disuelve alegremente los grumos propiciando un andar más liviano. Aprendida para que cada paso no resulte demasiado costoso. Para que su propia densidad no acabe ahogándolos en las aguas espesas por las que bucean. Y que sólo frente a la leve resistencia del aire pueden los pájaros, despreocupadamente, alzar el vuelo.


28 comentarios:

Joan Torres dijo...

No nos es fácil aprender esa lección. Tratamos de hacer de nuestro día a día un paso superficial sobre los acontecimientos pero nos es difícil no implicarnos con cada suceso, preguntarnos mil cosas, hacerlas nuestras y terminar por sentir que algo que nos pertenece queda en cada una de las cosas que nos rodean.

¿Cómo se aprende, Antígona, esa ligereza en el obrar y en el percibir?

De lo de la risa, sí sé.

Antígona dijo...

Escéptico, para mí la ligereza no consiste en no implicarse en lo que nos acaece o en no tratar dejar un trocito de nuestra persona en aquello que nos rodea. Esa implicación me parece precisa, deseable y quien huya de ella corre el riesgo de terminar su vida como quien no hubiera vivido.

Supongo que ligereza a la que aludo estribaría más bien en no dejarse dañar por esa implicación más allá del límite justo, en saber valorar qué cosas merecen implicación y qué no, en no dejar que esas mil preguntas se conviertan en un remolino que nos aturda más de la cuenta y nos impidan disfrutar de lo que nos ocurre. En evitar la reflexión reconcentrada y la obsesión en el momento en que detectamos que nos roba la alegría ante acontecimientos que son esencialmente alegres, pero que nosotros nos empeñamos en desmenuzar y analizar en lugar de aceptarlos tal y como vienen.

Como siempre, la cuestión reside en lograr un cierto equilibrio cuyos parámetros nadie conoce, porque a mi juicio son estrictamente individuales y siempre dependen del lado de la balanza que uno tenga como punto de partida.

¿Cómo se aprende? Ojalá lo supiera. Alguien me dijo que no dándose uno demasiada importancia a sí mismo. No me parece mala respuesta. Y tal vez aprender a reírse de uno mismo sea también una buena vía.

¡Un beso!

Joan Torres dijo...

Quizá, entonces, en lugar de ligereza deberíamos hablar de madurez, pues es ésta la que puede darnos la capacidad de relativizar los acontecimientos, la que nos hace ver la importancia de tomar distancia de las cosas antes de valorarlas o de adoptar decisiones irreversibles.

Sin duda no vas desencaminada: reírse de uno mismo es la clave para solucionar muchas angustias.

Antígona dijo...

Es posible, Escéptico, aunque supongo que lo que quería resaltar con el post era una cuestión diferente que no me resulta fácil explicar. Para decirlo esquemáticamente, creo que hay talantes más livianos, más tendentes a vivir que a reflexionar sobre lo vivido, y talantes más densos y pesados, proclives, por el contrario, a darle demasiadas vueltas a todo y a agotarse en sus propias cavilaciones. Estos últimos son los que, a mi entender, necesitan aprender la ligereza, a desprenderse de toda la carga que arrastran con ellos mismos por interponer constantemente entre ellos y el mundo un exceso de reflexión, mental o emocional, que en ocasiones ayuda pero que en otras entorpece y hace sufrir, incluso de manera innecesaria.

Reírse de uno mismo es un buen consejo para todos, pero no siempre fácil de llevar a cabo. Supongo que aquí el aprendizaje no termina nunca.

Otro beso

Joan Torres dijo...

No, si te había entendido desde el principio. Cómo no iba a entenderte si me he visto retratado en tus palabras...

Pero tenía ganas de charlar de algo (este mes de agosto se me está haciendo tedioso), y tu "post" me dio la excusa.

;-)

Antígona dijo...

Me lo figuraba, Escéptico, pero por si acaso... También intuía que te verías retratado en mis palabras ;)

Como ves este mes de agosto se nos está haciendo tedioso a muchos, aunque yo ahora mismo debería estar currando, ay, qué pereza, a ver si me animo a ello.

Más besos

NoSurrender dijo...

Tocas un tema muy denso, Antígona.

Hay gente sabia en eso de la búsqueda de felicidad por ignorancia. Que en el climax de la no-pregunta son capaces de recrear todo un mundo alrededor de su autoestima. Debe tratarse de algo innato, genético, ya que desde pequeñitos asumen con completo desparpajo el “mi profe me tiene manía” como causa de cualquier tropiezo escolar. Otros en cambio tenemos un sino hamletiano de lo más incómodo. Eso sí, nos ayuda a no engordar.

Un beso, Antígona.

Antígona dijo...

No podía ser de otra manera, Nosurrender, hablando de la ligereza :)

En cuanto a lo que señalas, hombre, ¡ni tanto ni tan calvo! ;) Es cierto que va hay quien pasa de puntillas por la vida sin querer no sólo no hacerse pregunta alguna, sino tomando rápidamente, como en un acto reflejo, la respuesta que más le conviene. Sin embargo, se trata de una actitud a la que yo no atribuiría, o al menos no principalmente, la ligereza, sino más bien, tal vez, la ceguera, motivada por un ego que no admite rasguños y que entonces difícilmente aprenderá nada sobre sí mismo. Es cierto que la ligereza, en expresiones como "tomarse algo demasiado a la ligera" (o incluso: "es una mujer ligera de cascos", aunque esto ya sería otro tema en el que, después de todo el rollo sobre el poder fálico, no pienso entrar), tiene un sentido negativo. Y que no se puede andar por la vida tomándose a la ligera lo que tiene un peso y una gravedad propias. Obviamente, no era éste el aspecto de la ligereza, innegable por otra parte, que yo quería resaltar.

Estoy de acuerdo en que lo que muy acertadamente llamas el "sino hamletiano" es, como poco, incómodo. Beneficioso para la lucidez, eso sin duda. Pero incluso peligroso si llega a atormentarnos en exceso cuando se pone a funcionar por sí solo en cuestiones que no merecen tanto interrogante. O que lo merecen pero nunca nos proporcionarán una respuesta. Si ayuda a no engordar, pues mira, no lo había pensado. Con que uno no acabe quedándose en los huesos... ;)

¡Un beso!

Anónimo dijo...

¿Me permites que me exprese con toda crudeza? Tus reflexiones asépticas me echan para atrás. Tu blog me echa para atrás. Tus intenciones no, por supuesto. Pero ya sabemos a dónde llevan, las más de las veces, las buenas intenciones. Dicho muy muy brevemente: no puedo leer a nadie que no ponga su alma entera en lo que hace y dice. Entera. Me he vuelto increíblemente selectiva. Y creo que ni tú ni tus semjantes no sólo no me incitáis a pensar-sentir, sino que me dais verdadero repelús.

Anónimo dijo...

Podría haber hablado de decepción en lugar de asco, pero mis simpatías y mis antipatías, también las intelectuales, son ante todo físicas. Entiéndeme: no es tu personaje el que me repele sino la persona que intuyo que hay detrás y es un sentimiento que hago extensivo a los que se te parecen. Nadie puede ocultarse totalmente.

Marc dijo...

Si me permites, Antígona, voy a llevarme las cosas a mi terreno, el de los sentimientos, para decirte que si no se toman cuando es necesario con ligereza, inmovilizan, y mucho.
Echo en falta una educación, un aprendizaje en el desenvolvimiento en este ámbito que nos lleve a saber aceptar las cosas, a darles el valor justo, a saber distanciarse de lo que puede producir daño... Toda una serie de estrategias que nos permitan tener la ligereza necesaria para avanzar, y felizmente.

Lo siento, hoy los besos van a ser livianos, lo marca el día, y el post;)
Ah!, me río de mí, mismamente.

Antígona dijo...

Jaos, si tanto te desagrada este blog y la persona que, según tus intuiciones, se encuentra detrás, tal vez lo más inteligente que puedas hacer es dejar de leerlo, ¿no crees? Así no te harás mala sangre. Me parece sensato, como dice Marc, alejarse de lo que nos molesta o nos hace daño.

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Marc, no puedo estar más de acuerdo con lo que dices, puesto que es quizás el terreno de los sentimientos aquel en que más perdidos estamos y el que más nos altera, tanto en el buen como en el mal sentido. Probablemente por ello nos resulta en él tan difícil la ligereza y en ocasiones tendemos a tomarnos equivocadamente lo que en él nos sucede como si, en efecto, la vida nos fuera en ello.

Yo también echo en falta esa educación o aprendizaje al que aludes. Hay quien parece haberlo recibido de su entorno de una manera más clara, o estar dotado de un carácter que le permite relativizar con más facilidad que a otros. Pero no es lo usual cuando están en juego afectos y pasiones. Me temo que se trata entonces de un aprendizaje que nosotros mismos habremos de procurarnos, aunque sea a fuerza de golpes, de errores y de todo el dolor que conllevan.

Lo que desde luego no podemos permitir es que la falta de ligereza nos hurte la alegría, el tono anímico adecuado para poder disfrutar del mero hecho de estar aquí. Por eso es tan necesario aprenderla.

No lo sientas, se agradecen los besos livianos, claro que sí :) Y riámonos de nosotros mismos, por favor, que no hay mejor antídoto allí donde tendemos a tomarnos las cosas a la tremenda.

¡Besos livianos para ti también!

Anónimo dijo...

Qué bien os los montáis tú y tus heterónimos, Antígona. Pero trabajar en vano no me parece que tenga ninguna gracia. Pero te debo cosas buenas, y por favor créeme porque lo digo con total seriedad: aborrecer, por fin, los blogs, cualquier blog, aunque algunos aún más que otros. Al menos tus disertaciones de eterna A+ me han beneficiado, sí. Pero hasta aquí. Adiós!

Anónimo dijo...

Muy bien, Antígona. Bellamente escrito, además. Se podría haber dicho en dos palabras: el mito de Tiresias... Tienes que leer a Rof, va mucho contigo... Toda visión lleva consigo una ceguera... La perspicacia para las cosas más intrincadas muchas veces lleva consigo la ceguera para las más simples... Elegir es rehusar... No se puede estar a un mismo tiempo mirando al horizonte y al detalle del microscopio... Y la acentuación de una u otra actitud condiciona nuestra vida... A la parálisis por el análisis, dicen también, para los que analizan mucho y viven poco...

Antígona dijo...

JJ, gracias por tus palabras. Sin embargo, yo no hablaba tanto de dos actitudes entre las que uno escoge como de un punto de partida, determinado por circunstancias diversas, frente al que uno se ve impelido a adoptar una cierta actitud, a corregir o moldear, cuando se percata de sus aspectos más negativos. No creo que la densidad o la ligereza, al menos en cuanto punto de partida, en cuanto carácter de base, sean algo elegido. Otra cosa es que después la vida nos lleve por derroteros que nos permitan escogerlas como actitudes. Pero de entrada hay un carácter, un modo de hacer o de ser, fruto posiblemente de la infancia, de nuestra biografía más temprana, que nos sitúa de uno u otro lado. Y es ante eso ante lo que después podemos actuar, analizando en qué medida nos hace felices o no. Por otra parte, estoy de acuerdo contigo en que demasiado análisis resta vida, o al menos la espontaneidad y la alegría con la que ciertas cosas deben ser vividas. Y que hay que saber entonces frenarlo a tiempo.

¡Un beso!

Anónimo dijo...

Ya hablamos un día de la "capacidad negativa"... Yo no hablabla de actitud ni como punto de partida, ni de llegada... Pero sí creo que en todas las personas está más acentuado uno u otro extremo... A eso me refería. Otro beso

AnA dijo...

No sé o no puedo Anti no sé me ocurre nada que comentarte.. perdona mi ligereza, pero te escribo frente al mar,bajo una luna densa y los amigos alrededor..yo aislada y
ligera de ropa.
Me gustan estos momentos superficiales por los que nada pasa o todo pasa de puntillas.Y quería decírtelo.
Besos
AnitA

BACCD dijo...

¿Qué añadir a lo que habéis dicho ya? Tal vez sólo que la ligereza es también el descanso necesario a la densidad en que uno a veces se sumerge. Sí, encontrar el equilibrio sería lo ideal, aunque siempre pienso que el equilibrio no es un estado lineal, sino que uno va oscilando de un extremo a otro tratando de encontrarlo, intentando acercarse al punto medio. No lograremos el ideal, pero desde luego es mejor que quedarse en uno de los extremos, ya sea pesada densidad o ligereza extrema.

¡Un gran beso, Antígona!

Antígona dijo...

JJ, creo que te he entendido en tu primer comentario, sólo que al haber mencionado en tu comentario la palabra "actitud" quería resaltar que esta cuestión de la ligereza y la densidad es previa en sus orígenes, a mi entender, a la libre adopción de actitudes, que pienso aparecen con posterioridad. En todo caso, estoy contigo en que hay quien tiende más a la ligereza y quien tiende más a la densidad, bien sea por una cuestión de carácter o de libre elección.

Te haré caso en lo de Rof, aunque mi lista de lecturas pendientes empieza a ser inabarcable.

¡Otro beso!

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Frente al mar, bajo una luz densa, y aislada... intuyo que tu estado de ánimo debía de ser de cualquier índole menos ligero, aunque la ligereza de tu vestimenta pudiera indicar lo contrario ;)

A mí también me gustan esos momentos que llamas superficiales, suponen un verdadero descanso para el alma y para el cuerpo y hay que saber disfrutarlos como vienen sin más complicaciones.

Sigue disfrutando tú de tu mar y de tus amigos, qué bien suena la imagen que pintas.

¡Un beso enorme!

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Querida Dusch, como acabo de decirle a Ana, también a mí la ligereza me parece un descanso necesario, un respiro frente a la densidad que debemos ser capaces de concedernos. Me parece interesante lo que dices del equilibrio. Tendemos a pensarlo como algo estático cuando nosotros somos seres en constante movimiento, y es lógico entonces que sólo la oscilación nos permita encontrarlo, y que requiera de una construcción y una búsqueda continuas. ¡Pero qué difícil es a veces!

Qué bien tenerte de vuelta, echaba de menos tus comentarios :)

¡Un beso bien gordo, guapa!

Anónimo dijo...
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Déjà vie dijo...

solo me baño en aguas cristalinas, solo respiro en aire puro, solo camino con una mochila llena de amor pero sin piedras, solo hablo con naturalidad y sin mentiras. Para q la ligereza este siempre presente, la vida ya nos la hara espesa...

Antígona dijo...

Ay, Déjà, que a ti lo que te pasa es que estás en una nube y por eso todo lo sientes con tanta ligereza. Así ya se puede, ya ;)

Pero me ha encantado este elogio de la ligereza que haces. Brindemos por ella y por aquellos momentos en que se nos regala sin tan siquiera buscarla.

¡Un beso, guapetona!

EL MARTIN PECADOR dijo...

Hola Hola Hola, Mi colérica Aquilínea, aquí El Pecador soñando a través de tus palabras y alzando el vuelo cual pájaro que soy ... quizá buscando el momento en que mi dualidad me llevó a la encrucijada de caminos donde tuve que elegir -sin saberlo- y comencé a trabajar la vida a través de un prisma, que desde entonces es el mío, sólo mío... Ya no importa si mejor o peor, si más negativo o más positivo ... es el mío; nada más.
El Martín pecador te saluda y te alaba.

AnA dijo...

También te dejo un saludo!
Me gusta la intimidad que me proporciona escribir desde mi cama!
El mar asola...Anti.
Pero una, yo, volverá para arrinconarse en su feudo.
(Qué horror esta ciudad en feria, te lo juro)
Besos!

Antígona dijo...

Martin Pecador, me alegra que mis palabras te hagan soñar. Nadie duda, por otra parte, de que cada cual tenga un prisma propio, incluso contando con esa dualidad que nos es tan común. Cada cual amanece en un lado de la balanza y a partir de ahí decide, si dejar las cosas como están, si buscar otro equilibrio, o si debe saltar al otro plato. Pero ese proceso es estrictamente individual. No puede ser de otro modo. Envidiable que el tuyo se haya ya definido.

¡Un beso!

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Ay, Ana, ¿cómo que el mar asola? Pero sí, hacen falta momentos de soledad e intimidad, tanta inmensidad seguida no se soporta bien ;)

Esperamos esa vuelta a tu feudo, Ana, pero mientras tanto pásalo en grande, tan en grande como ese mar que te asola.

¡Un gran beso!

Tako dijo...

Voy a tener que ensayar esa "la risa tonta y sabia" más ;)

Añadir que, quizás un pelín científico que estoy hoy, yo diría que hay que tomarse las cosas con relatividad... esperando que no nos caiga una manzana, claro.

Un gran beso

Anónimo dijo...

Me ha gustado esa forma de entrelazar palabras de tu post y la conclusi�n final, pero es dificil encontrar ese momento adecuado en la vida en el que das un golpe en la mesa y dices� qu� co�o! Besitos.

una foRma de amor, la libertad dijo...

Como decía Sartre: glissez mortels, n´a ppuyez pas... La inteligencia es el arte de vivir jugando. Enhorabuena por tu blog, acabo de descubrirlo y estoy fascinada! :D