jueves, 23 de agosto de 2007

Porvenir, ¿dulce o amargo?

Los seres humanos soportamos mal la fatalidad, los acontecimientos sobrevenidos sin explicación plausible que de la noche a la mañana hacen pedazos nuestra existencia y nos abocan a la desesperación y al sinsentido. Un accidente de tráfico, una catástrofe natural, un edificio que se derrumba, o una simple maceta caída de un balcón. ¿Sin explicación plausible? No, por supuesto que la hay. Siempre podemos remontarnos a causas físicas que den cuenta de lo sucedido. Pero no es ésa la explicación que deseamos, sino otra muy distinta: ¿por qué a mí? ¿por qué en este momento de mi vida? ¿por qué a los míos? Y para ella no tenemos más respuesta que eso que llamamos fatalidad, el azar puesto sorpresivamente en nuestra contra, escupiéndonos en pleno rostro nuestra humana fragilidad.

Es entonces cuando la tentación de encontrar culpables se vuelve más amenazadora y peligrosa que nunca. Cuando la impotencia, el dolor y la rabia nos empujan a una absurda caza de responsables que paguen por nuestro sufrimiento, que compensen lo incompensable, lo que de manera irrestituible nos ha sido arrebatado. Cuando más cerramos los ojos ante el hecho de que hay cosas que suceden porque sí, sin más, sin que quepa discriminar entre culpables e inocentes. Ante el hecho, en definitiva, de que sólo por casualidad estamos aquí y sólo seguiremos estando aquí si esa misma casualidad así lo quiere.



Fatalidad, inocencia, culpa. Éstos son para mí los temas fundamentales que se plantean en la película El dulce porvenir (The sweet hereafter, 1997) de Atom Egoyan. A través de una compleja serie de saltos en el tiempo, en ella se nos cuenta la terrible tragedia que ha asolado a una pequeña comunidad canadiense: el único autobús escolar del pueblo sufre un accidente y todos los niños que van en él mueren, con excepción de Nicole (una jovencísima Sarah Polley, protagonista posteriormente de Mi vida sin mí), que ha quedado paralítica. Al poco acude allí Mitchell Stephens (Ian Holm), un abogado que tratará de convencer a sus padres de que el suceso no ha sido un mero accidente y les propondrá que demanden a la compañía de autobuses para cobrar una indemnización. Stephens se presentará ante ellos como aquella persona capaz de "canalizar su ira", como el instrumento que les permita hacer justicia. Sin embargo, tras su actitud beligerante no se ocultan intereses económicos, sino una tragedia personal que le acerca y asemeja a sus defendidos: también él ha perdido a su única hija, que, aunque viva, ha arruinado su existencia víctima de las drogas.



A partir de determinado momento la narración de los hechos a los que asistimos se funde, en la voz en off de Nicole, con la del cuento de Robert Browning El flautista de Hamelin. La fatalidad se encarna entonces en la figura del flautista que, furioso con quienes le prometieron una recompensa por librar al pueblo de las ratas que luego no cumplieron, atrae a los niños del cuento con su música y los encierra en lo más profundo de una montaña. Y así como la acción del flautista responde a una voluntad de castigo, la película también sugiere cómo esta idea ronda a los padres de los niños fallecidos en el accidente, y con ella la de una culpa abstracta que los haría merecedores de su pérdida. Por ello la mayoría se dejará arrastrar por el abogado, como si quisiera trasladar ese sentimiento de culpa a un agente externo que les redimiera de ella, como si el hallazgo de un culpable pudiera tranquilizar sus conciencias.

Identificándose con el niño tullido del cuento, aquél que al no poder seguir el ritmo de sus compañeros de juegos llega a la montaña cuando sus puertas ya se han cerrado tras ellos, será Nicole quien ponga fin al absurdo proceso. La verdadera pretensión del abogado es evitar que futuros niños pierdan la vida en condiciones semejantes, contribuir, según dice, a crear un porvenir más dulce donde los niños, símbolo de la inocencia, se encuentren más a salvo. Pero Nicole intuye que ese afán de protección absoluta carece de sentido, que nada puede asegurarnos contra la tragedia, y que incluso la fatalidad, asumida en las transformaciones que supone, afrontada cara a cara, puede ser la llave que abra las puertas de un porvenir quizás distinto al deseado, pero quién sabe si no más dulce.

Así lo oímos de su voz cuando, como si ella misma hubiera presenciado esa escena, dos años después Stephens se encuentra fortuitamente con Dolores, la conductora del autobús escolar, ya rehabilitada del accidente:

Al verla dos años después, me pregunto
si comprende algo.
Me pregunto si entiende que todos nosotros,
Dolores, yo, los que sobrevivimos y los que no,
todos somos habitantes de un pueblo nuevo hoy,
un lugar con sus propias reglas y leyes,
un pueblo que vive en el dulce porvernir.

Donde las aguas brotaban
y los frutales crecían
y las flores tenían colores más bellos
y todo era nuevo y extraño,
y todo era nuevo y extraño.


27 comentarios:

Joan Torres dijo...

Egoyan: increíble. Su "Exótica" me marcó. Ésta, en cambio, me desbordó.

Qué grande eres, niña.

Antígona dijo...

Pues sí, Escéptico, Egoyan es un fuera de serie. Descubrí esta película de pura casualidad, iba con un amigo al cine, nos metimos en unas salas donde siempre suelen hacer buenas pelis, y sin saber ni quién era Egoyan ni de qué iba nos decidimos por ésta. Me gustó tanto que durante años, siempre que me preguntaban por la última película que me había impactado, me acordaba de ella. Pero esto fue hace mucho y dudaba si no la habría idealizado en el recuerdo. Volví a verla hace unos días y veo que no.

Lo escrito se queda además corto en relación a la cantidad de cuestiones que pueden analizarse en ella: las relaciones entre los miembros de la pequeña comunidad, la infancia, las relaciones entre padres e hijos, el tema de la pederastia, que tanto parece interesar a Egoyan... Por no hablar de la belleza y preciosismo de sus imágenes, de la delicadeza con que Egoyan es capaz de abordar todos estos problemas, de la perfecta estructuración de los tiempos, a su vez tan rotos, tan desordenados...

En fin, que es una joya.

Gracias, niño! :)

Un beso

NoSurrender dijo...

La película es delicada y con más capas que una cebolla, como es habitual en Egoyan. El tema de la pederastia es algo recurrente en él, sí. Más que la pederastia como fenómeno sexual, yo creo que lo que le obsesiona a Egoyan es el incesto como base de amor. Suena muy poco políticamente correcto, sí. Pero los niños de Egoyan tienen emociones puras que se canalizan corporalmente; no es algo que resulte sucio. No sé si me estoy explicando bien... me recuerda a cierto cuento de Agustín García Calvo, en ese sentido (no recuerdo el nombre).

El protagonista busca la redención en la ira, sí. Pero él es tal montón de dolor e impotencia que, en realidad, tiene poca fuerza para la ira. Me generó mucho cariño. Todos sus personajes me lo generan.

Tienes muy buen gusto, Antígona. Muchos besos.

Antígona dijo...

NoSurrender, es cierto, este hombre se maneja muy bien en la complejidad, los temas que expone se entremezclan y funden de un modo que uno cada vez descubre más aspectos y más conexiones entre ellos. Tienes razón, por otra parte, en que en el caso de esta película la palabra justa es incesto, y no pederastia. Y estoy totalmente de acuerdo con lo que dices. Plantearlo de esta manera es políticamente incorrecto, pero al menos en esta película no nos encontramos con una niña -ya no tan niña, por otra parte- traumatizada por las acciones de su padre. Lo que sucede entre su padre y ella, visto desde su propia perspectiva, no es sino una prolongación del afecto que ella siente por él. Un afecto que, desde el punto de vista de la sociedad, se ha canalizado de un modo aberrante, pero que ella, en su inocencia, vive de manera aproblemática hasta que sucede el accidente.

Creo que conozco el cuento de García Calvo al que te refieres, aunque tampoco recuerdo su título, pero si no te interpreto mal es el que trata de una niña muy pequeña, de unos tres o cuatro años, cuyo afecto por su tío, de unos veinte, la conduce finalmente hacia ese terreno prohibido. Y en ella, la narradora imposible de esa historia, no hay percepción de diferencia alguna entre caricias, sea cual sea la parte del cuerpo en que se prodiguen, ni en el tío hay un pulsión que le haga sentirse especialmente atraído por niñas pequeñas. Todo sucede de manera natural, como si el límite de los afectos -y no hay duda en que el afecto que se profesan estos dos personajes es grande-, el modo en que éstos deben expresarse o no, fuera sólo una imposición arbitraria, una imposición que califica de sucio o perverso lo que naturalmente no lo sería. En fin, la visión de García Calvo es particular y muy controvertida, además de provocadora. Siempre ha defendido que en lo más prohibido, como es el caso del incesto, tabú prácticamente universal en todas las culturas, se oculta tanto la forma de amor más elevada como el placer amoroso -y no digo sexual, sino amoroso- más intenso. Y que por eso es precisamente lo más prohibido.

Me gusta lo que señalas del protagonista, lo veo de una manera muy parecida. Pese a que el personaje sea presentado al inicio como una persona un tanto fría, poco a poco se va descubriendo cuál es la profundidad de su desgarro emocional, y cómo trata de aliviarlo, aunque equivocadamente, por medio su profesión. Todos los personajes derrochan humanidad, probablemente por lo bien que se retratan, sin una mirada enjuiciadora, sus debilidades y sus miserias.

Diría que el buen gusto es compartido, NoSurrender :)

¡Muchos besos para ti también!

(Ay, dios, que ya me ha vuelto a echar un rollo... moderación, Antígona, moderación)

koolauleproso dijo...

Desde que lo descubrí,en un ciclo que sobre él se realizó en mi ciudad, Gijón, en los años 80, me convertí en un fiel seguidor de este fascinantey perturbador director armenio-canadiense(1).
Sin embargo, a pesar de mis repetidos intentos (en el e-mule las versiones en castellano, no son válidas, y mi impericia con los idiomas es, además de lamentable, colosal).
Total, que, a pesar de estar muy atento a las parrillas televisivas a altas horas de la madrugada, por si suena la flauta, no he podido verla, para mi frustración.
Una pena, porque tu reseña no hace otra cosa que incrementar mi decepción (y ponerme los dientes largos, de paso), por no haber estado atento en 1997, y verla cuando se estrenó.

(1) ¿Qué tendrá Canadá,que ha visto nacer una algunos de los directores más perturbadores e interesantes de los últimos tiempos: Egoyan, Cronemberg, Luzon...

koolauleproso dijo...

Rectificación urgente y un tanto "repipi": Egoyan nació en El Cairo, de padres armenios; pero se crió y formó en Canadá, así que si se le puede considerar canadiense, creo yo.

koolauleproso dijo...

muchas gracias, amiga Antigona, por tus intentos pata que pueda ver esta película que ansío tanto ver, pero, no, no se.:lo veo difícil

Antígona dijo...

En fin, Koolauleproso, a veces la casualidad, como en mi caso, se pone a nuestro favor, y otras en contra. Por lo visto la película, según he podido ver en la red, está descatalogada, pero igual cualquier día de estos vuelven a reeditarla.

En cuanto a lo de Canadá, vete tú a saber. A lo mejor no se trata de un país tan armonioso y civilizado como nos lo pintan. O sólo en la superficie pero no en el fondo. Hace poco encontré por la red un artículo de un psiquiatra canadiense que denunciaba las leyes excesivamente represivas que regulaban en su país el internamiento de los individuos con problemas psiquiátricos. No sé si es un dato significativo, pero a mí me llama la atención.

En cuanto a mis posibles intentos, no creo que sea tan difícil. Lo difícil es consentir que un ferviente admirador de Egoyan se quede sin ver esta película :) Pero tú dirás.

¡Un beso!

Anónimo dijo...

No l'he vista, però pinta molt be.

Miraré a veure si la trobo al Video Club, gràcies per recomanar-la!!!!

Petons!!

AnA dijo...

Anti..dura elección.
Recuerdo que salí de la sala antes de que la película acabase.Todo me resultaba extremo.
Hace ocho años que soy madre. Ocho años que vivo sometida al riesgo de sobrevivir a mi hijo.
Un beso linda!

Antígona dijo...

Mandarinada, a ver si la encuentras, seguro que te gusta. La película es mucho mejor de lo que pinta ;)

¡Un beso, niña!

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Anita, no tengo hijos pero creo que te comprendo. O intento comprenderte imaginándome la pérdida de aquellos a los que quiero y sin los cuales la vida me parecería una tortura, un desierto árido y vacío. Porque ése es otro de los grandes temas de Egoyan, la pérdida, que tan sólo imaginarla ya nos provoca escalofríos de angustia y terror.

Confiemos en que no nos pase, Ana, en que la fatalidad no nos golpee de esa manera. Pero confiemos también en nuestra capacidad para sobrevivir a ella. No podemos hacer otra cosa si no queremos dejarnos vencer por el miedo y la congoja.

¡Un besazo, guapa!

Arcángel Mirón dijo...

Parece muy intensa, la anoto para verla. El destino nos juega esas malas pasadas que nos hacen insultar sin saber a quién.

Anónimo dijo...

Personalmente detesto las películas de Egoyan: posee un arte especial para crear atmósferas densas e irrespirables, eso ciertamente no se le puede negar. Siempre que he visto una película suya, la impresión ha sido que, si volviera a verla, tal vez, con un poco de suerte, lograría comprender algo.... Por unos breves segundos me seduce, en este sentido absolutamente lamentable. Que se las pele él si quiere, las cebollas. Yo, si vuelvo a ver una película es porque me ha gustado tanto que busco repetir el placer que me proporcionó. De donde deduzco que las obras perfectas sólo tienen un tipo de espectador: el obsesivo. Por descontado, que son las obras geniales las que nos seducen hasta convertirnos en obsesivos, no es que suframos una patología obsesiva y por ello necesitemos volver a ver, hasta la náusea, ciertas películas. Confieso detestar asimismo M. de Oliveira. Un pretencioso y esnob inaguantable con ciertos momentos de genialidad. Bergman es el último de los clásicos. Allen es otro de los que no soporto. Los clásicos nos ayudan a descubrir quiénes somos. Los otros que he mencionado son sólo impostores. Vanidosos y autocomplacientes hasta convertirse en aborrecibles. Los clásicos ayudan a pelar todas las cebollas de forma comprensible y alcanzan las cotas más altas estéticamente hablando, de manera que sólo un retrasado no disfrutaría al volver a verla.

Anónimo dijo...

¿Y cómo dicen que Woody Allen tiene un sentido del humor susceptible de ser entendido hasta en el último rincón del planeta? ¿A quién le importan las vicistitudes de cuatro pijos neoyorkinos? A cuatro pijos romanos, parisinos, londinenses, matritenses, etc., y de Tokyo, cómo no.
En cuanto a la cutrez de Almodóvar simplemente no me explico su éxito fuera de España. Desde luego que tampoco dentro de España. Porque es un cutre idealizado, que ya es el colmo. No entiendo a qué público va dirigido, ni socialmente hablando, ni culturalmente, ni nada de nada.
¿Se hizo alguna buena película más allá de los años cuarenta?
En cuanto al post anterior: Polock se limitaba a vaciar tubos de pinturas sobre sus lienzos. Son puro caos. ¿No es estúpido presentar el caos de esta forma caótica? Para evocar, sugerir, describir, desentrañar el caos, hacen falta lógica, formas... un leguaje anticaótico, precisamente. Quizá no se trate de nada más en la vida; comprender el caos, las leyes subyacentes... Y esa pintura patéticamente abstracta y formal me parece igualmente aberrante.

Anónimo dijo...

¡Se me olvidaba! Gracias por tus posts, siempre tan elegantes y serenos. Formales. Me despido de ti y de todos, creo que para siempre. Intentaré algo que no he intentado jamás: ser coherente. Un poco, cuando menos.
Saludos cordiales,
Yul

Marc dijo...

Al final, no queda más remedio que encajar en nuestras vidas esos sucesos que nos parecen injustos o carecen de sentido. Que la lucidez para encajarlo aparezca en una superviviente, y que lo acepte como una nueva oportunidad para el resto simboliza, en mi opinión, la simpleza y naturalidad con la que hay que convivir con estos sucesos.

Deduzco que tendríamos que saber mirar, con los ojos de un niño, muchos de los sucesos y acontecimientos que nos desconciertan como adultos.

Espero poder ver pronto esta película.

¿Sabrías encajar un beso mío?;)

Anónimo dijo...

¿Encajar o EN-CAIXA-R?

Yo bien que encajo las adversidades, pero no es suficiente con encajar, es preciso también actuar. En cuanto a si me estoy cavando la tumba o construyendo la caja, se me ocurren varios argumentos pero el único que en estos momentos me importa es éste: no me importaría entregar mi vida si unos niños pudieran beneficiarse de ello, por poco que fuera y con sus padres en contra.

Vivo rodeada de personas asquerosamente inmaduras y sucias. Intento que a esos niños extraordinarios que son sus víctimas les afecte lo menos posible, pero me temo que están ya traumatizados para el resto de sus vidas y me temo también que lo poco que hago es sistemáticamente boicoteado por sus padres, que, por otra parte, están deseando sin disimulos echarme de sus vidas. Lo que hacen no es moralmente aceptable y por el daño que han hecho a sus hijos merecen el calificativo de asesinos. Mi única preocupación ahora es pirármelas -¿adónde?, ¿cómo?- o bien dar mi vida por imposible y entregarme en cuerpo y alma a esos niños, a pesar del boicot de sus padres. No tengo otra disyuntiva. El resto es superfluo. En este momento necesito consejos y reflexiones, no besos, y, aunque busco, no sé muy bien qué pasos seguir. (Algo hay que hacer y rápido, la vida así es peor que la caixa).
Yul

Antígona dijo...

En fin, Yul, cada cual tiene su sensibilidad y en cuestión de formas ello implica que ciertas cosas que a algunos les llegan pueden no llegar a otros. De todos modos, no puedo aceptar que sitúes a Egoyan a la misma altura que a Oliveira, en quien, a mí personalmente, me cuadra más lo que señalas de pretenciosidad y esnobismo.

Por otra parte, creo también que los clásicos nos ayudan a descubrirnos a nosotros mismos, a entender mejor quiénes somos, pero considero que esta cualidad también corresponde a muchas otras películas a las que aún no podría atribuirse tal adjetivo. Que ciertos autores contemporáneos se conviertan o no en clásicos sólo el tiempo lo dirá. Creo que ahora mismo no tenemos la suficiente perspectiva para juzgarlo.

En cuanto a Pollock, desconozco demasiado su pintura y sus intenciones como para entrar a valorarlo. Sin embargo, su caos me parece más sugerente que la frialdad geométrica de Mondrian o de otros vanguardistas.

Gracias por tus comentarios y un saludo.

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Estoy de acuerdo contigo, Marc, sólo nos queda esa opción o el suicidio, y éste constituye la negación de toda posible esperanza, de toda posible reconstrucción de nosotros mismos a partir de lo sucedido. Sólo que es difícil, como dices, encajar con naturalidad tales acontecimientos que suponen una transformación tan radical no sólo en nuestra vida, sino necesariamente en nuestra manera de percibirla. Demasiado dolor a superar, demasiado sufrimiento que sobrellevar.

Pero tal vez sea cierto, como dices, que los niños sean más flexibles y moldeables ante los cambios. También tienen más energías y más tiempo por delante para adaptarse a la nueva situación. Y probablemente estén menos maleados por la vida como para detenerse a buscar culpables.

Por supuesto que sabría, Marc, ahora encaja tú éste: ¡Muaaackssss! ;)

Anónimo dijo...

Lo que yo digo es que presentar el caos para sugerir el caos me parece estúpido. Y si lo que sugiere es la necesidad de orden es como decir que un lienzo al que se han pegado excrementos sugiere la importancia de la higiene, entre otras cosas, todas sublimes. Es bastante evidente que lo que se sugiere ha de ser a la fuerza de naturaleza distinta de lo evocado, sino se trata de una muestra. En todo caso, dejando a un lado que no compartamos gustos -en temas menores, nunca regios-, me atrevo a expresar mi extrañeza por la lamentable ausencia de comentarios tuyos a mis restantes comentarios. ¿Eran demasiado personales, mi querida y aséptica Antigo? ¿Había en ellos errores gramaticales... ¿sintácticos?, ¿léxicos?, ¿de puntuación? ¿De tono? ¿Tema?

Anónimo dijo...

No es que no quiera comentar tus posts, es que al ser jugosos requerirían muchas frases. En todo caso, el verdaderos conocimiento es un ir y venir de lo concreto a lo teórico y de lo teórico a lo concreto. Al igual que tú, me salto muchos pasos, esencialmente porque llevo prisa, es decir, porque circustancias y razones de peso me obligan a actuar y rápido.

NoSurrender dijo...

pues menos mal que Yul tiene prisa, que si no... :)

Bueno, que quería romper una lanza a favor de las capas de cebolla y aprovechar para mandar otro beso a Antígona. Ea.

Antígona dijo...

Yul, lo que yo digo es que no sé si Pollock pretende presentar el caos o todo lo contrario, si no trata de investigar tal vez la posibilidad de un cierto orden cuyo descubrimiento requeriría una contemplación más exhaustiva de su obra. Es decir, que mi ignorancia al respecto me lleva a no opinar y a ofrecerle el beneficio de la duda. Nueva prueba de que el arte moderno necesita de la teoría para ser comprendido.

En cuanto a tu pregunta, entendí que tu comentario iba dirigido a Marc, y no a mí. Difícil decir algo al respecto, de todos modos. Por un lado, creo que la idea de encajar la adversidad implica ya una actuación acorde con ella. Por otro, planteas en tu comentario una opción muy personal que no me atrevo a juzgar pero que no comparto. No siento esa pasión abstracta por la infancia ni percibo ese desvalimiento generalizado en los niños al que aludes, o al menos no más allá del que cualquier niño, sólo por el hecho de ser niño, con independencia de sus condiciones, pueda sufrir. Así que no encuentro motivos para entregar mi vida a una causa que no discierno con claridad ni siento como propia. En este sentido, no puedo darte ningún consejo. Cada cual debe destinar su vida a aquello que más valioso considere, y se trata de una cuestión tan íntima que todo consejo sobra.

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NoSurrender, gracias por tu capote a las capas de la cebolla, creo que les ha sentado muy bien :)

Otro beso para ti.

Anónimo dijo...

Las capas de las cebollas hay que pelarlas en la intimidad y en soledad, en el cubil o en la consulta de un psicoanalista. El visionado de ciertas películas, así como la lectura de ciertos poemas o bien la contemplación de ciertas obras de arte ejercitan o deberían ejercitar el susodicho pelado sucesivo.
¿La infancia? Yo hablaba de niños concretos. No se me ocurriría entregar mi vida a algo abstracto. Tendré que dejarlo aquí, porque no es el lugar, me temo. y además ya has agregado nuevo post. N o sé si lo leeré... aunque quién se puede negar a paladear un bomboncito...
Schöne Grüsse

Anónimo dijo...

¿El porvenir? Ni dulce ni amargo. Extremadamente difícil. Difícil hasta límites inhumanos.

Antígona dijo...

Yul, prefiero la intimidad a la consulta del psicoanalista, pero si no hay más remedio, pues también. En eso estamos de acuerdo: la literatura, el cine o el arte sirven para ayudar a conocernos, a encontrar en sus personajes, imágenes o colores aquello que en nosotros se resiste a salir a la luz, o que ya intuimos pero negamos. En última instancia, a comprendernos mejor, porque comprender mejor la vida de otros, la humanidad de otros, es en el fondo aprender algo nuevo y a la vez viejo sobre quiénes somos.

En cuanto a tu opción, disculpa si te he malinterpretado.

Un saludo

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Frívolosabsténganse, difícil, por supuesto que difícil, pero pienso que la manera de encararlo siempre puede tornarlo más dulce o más amargo, sea lo que sea lo que nos pase.

¡Un beso!

koolauleproso dijo...

La acabo de ver por fin, y ya sabes gracias a quien. Después de verla me ratifico en mi opinión sobre Egoyan: es uno de los cineastas más perturbadores e inquietantes de los últimos tiempos. Aquí realiza una lúcida radiografía del sufrimiento que me ha dejado sin habla.

Desde luego no es una película para mentes acomodaticias, ni tiene nada que ver con el cine como simple entretenimiento, estilo Hollywood

Antígona dijo...

¡Cómo me alegro, Koolauleproso! ;) Totalmente de acuerdo con tu opinión. Creo que es tan inquietante porque explora territorios en los que no nos sentimos cómodos, que conciernen a aspectos de la vida y el alma con los que convivimos a diario pero sin querer ser plenamente conscientes de ellos, sin querer afrontarlos cara a cara porque nos resultan demasiado dolorosos, demasiado perturbadores, como dices. El sufrimiento o su posibilidad es, obviamente, uno de ellos.

En ese sentido, es verdad, no es una película agradable de ver pese a su belleza visual, y por tanto cae bien lejos de la industria del entretenimiento. El disfrute que se obtiene con ella es de otra índole: es el de la reflexión y el análisis, el de la emoción puesta al servicio de la comprensión de lo que, como humanos, somos.

¡Un beso!