Hace ya mucho que sus cabellos comenzaron a encanecer. Sus días discurren ahora en una cadencia suave de rutinas gastadas, de trayectos domésticos sabidos milímetro a milímetro, en los que las horas se desgranan lentamente, midiendo el vacío. Y sobre cada gesto cotidiano va apoyándose, sin avanzar, a la espera de que un tiempo que ya sólo muestra un rostro inmóvil de facciones indefinidas acabe por agotarla, por consumirla, por gastarla también a ella.
Por fortuna, tales gestos circulares requieren cada vez más esfuerzo, más tiempo calculable, conforme sus energías mengüan, y así enmascaran mejor ese vacío que ha ido instalándose en cada rincón de su casa y de su pecho, cubriéndolo de preocupaciones nimias y cavilaciones sobre qué será cuándo y cómo haré si, cavilaciones que en el fondo no terminan de ser suyas, surgidas de algún lugar que cada día reconoce menos como propio. Porque ya ni los escasos recuerdos a los que acude en los largos atardeceres, tan largos como ése cuyo inicio prematuro la retrata, consiguen aliviar, tan raídos y agujereados están a fuerza de manosearlos, la tristeza hueca que gota a gota, como un veneno, ha ido emergiendo con los años del fondo de su soledad.
Nunca fue agraciada, ni destacó por su inteligencia o su viveza. No por ello le faltó algún que otro pretendiente, pero ninguno eligió permanecer a su lado. Ni siquiera el único que realmente deseó para sí, aquel que hizo agitarse su respiración y latir la vida en sus sienes, y junto al cual se imaginó vestida de blanco ante un altar. Designios divinos, esos que se dicen inescrutables, alteraron el curso de las cosas y él prefirió vestirse de negro y situarse del otro lado del altar. Al menos no se sintió despreciada por su escasa belleza, teniendo en cuenta que la de dios debe de ser infinita. Pero a veces, por las noches, palpa con cuidado su piel siempre adormecida y se pregunta si ella, y esa piel suya, no habrían sido otras de haber sabido cómo se vibra bajo una caricia, cómo se tiembla al roce de las yemas de otros dedos.
Porque allí se quedó, marchitándose en la floristería, rodeada únicamente del consuelo de los colores y los aromas que tan bien conocía, componiendo con primor -tal vez lo único en lo que siempre presumió de una cierta habilidad- aquellos ramos que invariablemente eran para otras, ramos encargados por la ilusión o la culpa, por la costumbre o el cariño. Pronto aprendió a distinguirlo en los ojos, en los andares y ademanes de aquellos hombres que venían a recogerlos y ante los cuales bajaba la mirada. Hombres casados con sus amigas de juventud, con sus vecinas, a las que vio florecer como los capullos de las rosas tempranas, dar hijos al mundo, y luego ajarse en las alegrías y miserias del amor y el desamor, mientras sus días iban pasando, imperceptiblemente, uno tras otro, sin que ella lograra arrancar más frutos a la vida que el sentimiento de pérdida y la ausencia. Hasta que una mañana se miró en el espejo, contempló sus ojos cada vez más opacos, y tuvo la certeza de que ya nada cambiaría, de que todo en adelante sería una pendiente inclinada sobre la que se iría deslizando suavemente, hasta que ese mismo dios que le reclamó lo que más quería tuviera la decencia de librarla de su soledad.
Muchas tardes aún se atreve a ir a la iglesia, y sentada en el último banco, doliéndole en la garganta la música del órgano, lo mira moverse con dificultad entre los objetos sagrados, entregado con tedio al ritual, tan solo y cansado como ella, mientras en sus oídos esos timbres empastados se transforman en la luminosidad cortante del sonido de instrumentos de cuerda, violines y violoncellos. Los mismos que resuenan en su cabeza cuando algunos domingos de primavera, al entrar, crujen bajo sus viejos zapatos los granos de arroz que nunca cayeron sobre ella, y entonces se agacha a recoger un puñadito que guarda en el bolsillo izquierdo de su abrigo. Siempre prefirió los violines.
Por fortuna, tales gestos circulares requieren cada vez más esfuerzo, más tiempo calculable, conforme sus energías mengüan, y así enmascaran mejor ese vacío que ha ido instalándose en cada rincón de su casa y de su pecho, cubriéndolo de preocupaciones nimias y cavilaciones sobre qué será cuándo y cómo haré si, cavilaciones que en el fondo no terminan de ser suyas, surgidas de algún lugar que cada día reconoce menos como propio. Porque ya ni los escasos recuerdos a los que acude en los largos atardeceres, tan largos como ése cuyo inicio prematuro la retrata, consiguen aliviar, tan raídos y agujereados están a fuerza de manosearlos, la tristeza hueca que gota a gota, como un veneno, ha ido emergiendo con los años del fondo de su soledad.
Nunca fue agraciada, ni destacó por su inteligencia o su viveza. No por ello le faltó algún que otro pretendiente, pero ninguno eligió permanecer a su lado. Ni siquiera el único que realmente deseó para sí, aquel que hizo agitarse su respiración y latir la vida en sus sienes, y junto al cual se imaginó vestida de blanco ante un altar. Designios divinos, esos que se dicen inescrutables, alteraron el curso de las cosas y él prefirió vestirse de negro y situarse del otro lado del altar. Al menos no se sintió despreciada por su escasa belleza, teniendo en cuenta que la de dios debe de ser infinita. Pero a veces, por las noches, palpa con cuidado su piel siempre adormecida y se pregunta si ella, y esa piel suya, no habrían sido otras de haber sabido cómo se vibra bajo una caricia, cómo se tiembla al roce de las yemas de otros dedos.
Porque allí se quedó, marchitándose en la floristería, rodeada únicamente del consuelo de los colores y los aromas que tan bien conocía, componiendo con primor -tal vez lo único en lo que siempre presumió de una cierta habilidad- aquellos ramos que invariablemente eran para otras, ramos encargados por la ilusión o la culpa, por la costumbre o el cariño. Pronto aprendió a distinguirlo en los ojos, en los andares y ademanes de aquellos hombres que venían a recogerlos y ante los cuales bajaba la mirada. Hombres casados con sus amigas de juventud, con sus vecinas, a las que vio florecer como los capullos de las rosas tempranas, dar hijos al mundo, y luego ajarse en las alegrías y miserias del amor y el desamor, mientras sus días iban pasando, imperceptiblemente, uno tras otro, sin que ella lograra arrancar más frutos a la vida que el sentimiento de pérdida y la ausencia. Hasta que una mañana se miró en el espejo, contempló sus ojos cada vez más opacos, y tuvo la certeza de que ya nada cambiaría, de que todo en adelante sería una pendiente inclinada sobre la que se iría deslizando suavemente, hasta que ese mismo dios que le reclamó lo que más quería tuviera la decencia de librarla de su soledad.
Muchas tardes aún se atreve a ir a la iglesia, y sentada en el último banco, doliéndole en la garganta la música del órgano, lo mira moverse con dificultad entre los objetos sagrados, entregado con tedio al ritual, tan solo y cansado como ella, mientras en sus oídos esos timbres empastados se transforman en la luminosidad cortante del sonido de instrumentos de cuerda, violines y violoncellos. Los mismos que resuenan en su cabeza cuando algunos domingos de primavera, al entrar, crujen bajo sus viejos zapatos los granos de arroz que nunca cayeron sobre ella, y entonces se agacha a recoger un puñadito que guarda en el bolsillo izquierdo de su abrigo. Siempre prefirió los violines.
14 comentarios:
Ay, Antígona, Eleanor lo lleva mal, pero muy mal... yo, en esas circunstancias le diría lo que dice mi hermano Bruce,también con violín: “It's hard to swallow, come time to pay / That taste on your tongue don't easily slip away / Let kingdom come I'm gonna find my way / Through this lonesome day / It’s allright, it’s allright, it’s allright...”
http://www.youtube.com/watch?v=9Zszq9Jtr0w
Ayy antígona, me duele esta canción en algún sitio...
Besos
A
Vengo de tomar copitas, querida Antígona, y veo que sigues rollera, que no rollista... Porque con el talento tan brutal que tú tienes, esta misma historia la podrías haber contado mucho mejor.... La historia está bien, y es la verdad, y la vida.... Y como decía Ortega, por resumir, y mucho resumir, la vida es una faena de domestiación y poda de ilusiones... Y eso es así, casi, casi, siempre.... Un beso grande... Y mi admiración!!!
Pero JJ, ¿qué te pasa que estás tan criticón? ¿No será que no es bueno leer blogs después de unas copitas? :P
Antígona: A mí sí que me ha gustado muchísimo cómo has narrado la historia, me has dejado encandilada. Es triste pensar en las consecuencias que puede conllevar la elección del camino de la soledad permanente. Igual que durante la juventud es una gan opción para muchos, la vejez descubre todas sus tristezas y me parece Eleanor espectadora que no ha participado en la aventura de su vida.
Con Eleanor Rigby, además, me has hecho traer muchos recuerdos, me sé la canción desde pequeña. Siempre me ha parecido una canción muy sensible y entrañable.
¡Un beso gigantesco y feliz finde!
Ay, NoSurrender, pobrecita Eleanor, no sabemos las circunstancias que le llevaron a abandonarse de esa manera a su soledad, y a lo mejor la pobre no tuvo quien le cantara una canción como ésta que le ayudara a ver las cosas de otra forma, que la sacara de su decepción y su apatía. Gracias por el tema de Bruce, no lo conocía y me ha gustado. También los violines del comienzo. Seguro que a Eleanor también le habrían gustado esos violines :-)
¿Por qué no se la compones y se la dedicas, como hiciste con Elisa? Creo que el hermano Bruce te dará su permiso sin problemas ;-)
¡Un beso!
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Creo que a mí también me duele, Ana, como probablemente a mucha gente. Pero en nuestra mano está que cosas así no pasen, ¿no?, o al menos intentarlo. A ver... ven pa'ca que yo te quito el dolor enseguida... cura sana culito de rana... ¿estás mejor? ;-)
¡Un besote!
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JJ, me ruborizas y me desconciertas a un tiempo. ¿Cuál es la diferencia entre rollera y rollista? Y me halaga que pienses que la podría haber contado mucho mejor, pero, ¿en qué sentido? Anda, si te vuelves a pasar por aquí, explícame un poco, que como ves mi supuesta inteligencia ática está un tanto adormilada últimamente ;-)
¡Un beso!
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Querida Dusch, me alegro de que te haya gustado. No sé si lo de Eleanor es una opción o tal vez un dejarse atrapar por ciertos acontecimientos y los sentimientos que generan sin oponer firme resistencia a ellos, sin luchar para conseguir lo que uno cree que se merece. A lo mejor Eleanor no se sentía capaz de hacerlo, no se valoraba lo suficiente. Y, es verdad, como dices, acaba convertida en espectadora de una vida en la que no se ha permitido participar, o no ha sabido como hacerlo. Y envejecer y darse cuenta de ello es triste, muy triste.
A mí siempre me encantó esta canción también, pese a su tono amargo y melancólico. ¿Quién no teme, por otra parte, la soledad?
¡Un gran beso y buen finde!
Antígona, me niego a coger el arroz y guardármelo en el bolsillo, me merezco más, nos merecemos más.
Con cierta frecuencia pensamos que sólo se puede ser feliz de una manera, o con una persona determinada, sin embargo, hay muchos caminos que conducen hacia la felicidad. Conviene no cerrarse a ellos.
Y ahora, por favor, que suene otra vez la música, la de los Beatles, la del hermano Bruce, todas;)
Un beso
Pero... ¿sabes lo que escuché que le dijeron a mi amigo que le contó un conocido? Dicen alguien le pasó, sacado de sus bolsillos, un puñadito de pétalos de flores. Cuentan que aquel día se inventó, entre otras cosas, una nueva receta culinaria.
Pero... deben ser habladurías... como poco
Un beso con flores o con arroz, a elegir.
Cuestión de mala suerte. Todos los que pasaron por su lado hubieran podido hacer más y no lo hicieron. Sería por lo menos de agradecer que no adopten aires angelicales, los muy hipócritas, porque nadie, nadie pero es que nadie nos vamos de rositas.
Gracias por combinar su duro texto con la música alegre de los Beatles, Antígona. Estos chicos cantaban sobre las cosas más anodinas y cotidianas que nos pasan a las personas más vulgares y corrientes y lo hacían con buena música; son muy buenos instrumentistas y contagian buen humor... Después, se acabó. Gracias de nuevo.
Marc, niégate, claro, yo también me niego, al menos mientras eso no sea una elección consciente y plenamente meditada, y el arroz en el bolsillo sólo sea el símbolo de una derrota.
Estoy de acuerdo contigo, si los caminos del Señor son inescrutables, los de la felicidad también, y nuestros más íntimos convencimientos pueden ser en este terreno nuestros peores enemigos. Hay que dejarse sorprender.
Beatles, hermano Bruce... a tocar!!! :-)
¡Un beso!
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Ay, Tako, aunque a la pobre Eleanor la maten los Beatles sin dejar abierta esa posibilidad, imaginemos la que tú dices, la de esos pétalos de rosa, acabara como después acabara, que entre los pétalos de rosa siempre se esconde alguna espina.
Las habladurías tienen mala fama, a veces injustamente.
Me quedo con el beso con flores, a ti te mando el beso con arroz ;-)
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Tururú, siempre he creído que la suerte juega un papel fundamental en nuestras vidas. Pero uno no puede buscar su punto de apoyo fundamental en los demás, sino en uno mismo. Y pasar por encima de esos aires angelicales y burlarse de ellos si hace falta.
¡Bienvenido, y un beso!
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Anónimo, el texto es duro, pero creo que en este caso la música también, aunque los Beatles fueran capaces de contar las cosas más amargas con ese fondo de alegría y de vitalidad. Creo que eso les honra. Después del buen humor que contagian, no puede acabarse nada, ¿no crees?, sino tal vez empezar con mejor ánimo.
Gracias a ti por tu comentario, ¡y un beso!
¡Que tristes y nostálgicos estamos!
¡ Pobre mujer! Que venga para Valencia y a ver si la animamos con un par de tracas a la puerta de la iglesia.
Juan Rafael, el problema es que primero habría que resucitarla... ¿crees que una buena mascletá lo conseguiría? ;-)
¡Un beso!
ahhhhh, look at all the lonely people!
Detrás de toda persona solitaria hay una historia que merece ser contada, siempre me gustó esta canción por ello.
A mí también me lo parece, desconvencida, o al menos es lo que me gusta pensar. Y esta canción es una maravilla!
Un beso
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