Derramarse en palabras, volcarse en tinta o teclado con la intención de agotarse en el lenguaje, de exponerse, de narrarse y relatarse uno mismo, a sí mismo, para sí mismo, se escriba lo que se escriba, se escriba para quien se escriba.
Entregarse a la linealidad, al trazo y la huella, traducirse en renglones que sólo pueden componer una escritura siempre incompleta si el texto de una vida, aquél que nos recogiera y plasmara centímetro a centímetro, minuto a minuto, además de impensable, plantea el absurdo de requerir al menos el tiempo de una vida entera para ser leído. O tal vez mucho más.
Tras cada gesto de escritura, más allá de la expurgación y el vómito, la quimera de un imposible: retener lo que el tiempo constantemente nos hurta, los hechos, las percepciones, los pensamientos volátiles que, siendo nuestros, sólo nos pertenecen lo que dura una nada. Aprehender, fijar, detener ese presente escurridizo del devenir que nos forja y nos destruye. Ése es el anhelo, el deseo. Porque aceptamos mal habitar un presente inapresable, indefinible, que invariablemente nos empuja hacia adelante y va relegando al pretérito y al rescate de la memoria el sentir de cada ahora. Porque sufrimos el vértigo del movimiento imparable, como hojas al viento, arrastrados segundo a segundo, sometidos al discurrir que hace evaporarse toda presencia.
Pero cómo apresar, en sí mismo, el instante vivido, el pensamiento que nos demora en el paseo, si la escritura es ya repetición, reproducción, alto reflexivo en el camino que pretende aferrar y solidificar el ahora una vez desaparecido, confiando ingenuamente en la exactitud de la evocación consciente o del recuerdo involuntario. Cómo ser fiel a la realidad y dar cuenta de lo experimentado si ni la escritura más osada, la más decididamente honesta, logra ser copia perfecta de lo sucedido, inevitablemente conservado al precio de forzar al orden lo que sólo pudo nacer en el caos, víctima necesaria del enmascaramiento y el disfraz: no hay mostrar que no constituya a su vez un ocultar y un ocultarse, que no entrañe una lectura únicamente contrastable con lo acaecido para una mirada omnisciente que sin duda alguna no es la nuestra.
Algo arrancamos, sin embargo, a tanto imposible: materializarnos en el propio tiempo que dura la escritura, transformar ese tiempo, tan fugaz como cualquier otro, en cosa: libretas que acumulan polvo en una estantería, archivos en una carpeta. Dejamos así testimonio palpable de las horas transcurridas frente al papel-pantalla, salvando aparentemente del olvido un esbozo, un relumbre de lo que fuimos en ese preciso momento, creando una realidad susceptible de revisitarse, de recorrerse y atravesarse una y otra vez, aunque su valor sea siempre el del fragmento que luego habrá que encajar en el puzzle. Al menos ese acto de exteriorización, que nos desdobla y cosifica en texto, en signo y palabra, aparece como huella, resto y memoria del tiempo diluido. Y aquí sí creemos poder exclamar, éste soy yo, aquí me vertí y ésta es la prueba. Acumulable, cuantificable, sujeta a exhibición y a valoración ajena.
Pero la batalla contra el olvido está de antemano perdida, y lo escrito acaba convertido en mera evidencia de un fracaso: lo sabemos al acudir a un texto trazado por nuestra propia mano y vernos enfrentados a la extrañeza, a la desmemoria y la urgencia de un reconocimiento impostado que inventamos ad hoc para superar el desgarro.
Y en ese fracaso, la verdad de una nueva imposibilidad: la de coincidir punto por punto con aquello que fuimos y seremos, la de fijar un "soy" invariable y sin fisuras, la de dibujar una imagen nítida en la que contemplarnos como en un espejo. Tan imposible como decirse a sí mismo hasta el final, es tenerse a sí mismo hasta el final.
(Lo sé, Tako, no hay forma de determinar un inicio, pero cediendo al engaño, diré que el inicio de este post podría localizarse aquí. Gracias, Ana. JJ, intento fallido, qué se le va a hacer...:) )
Entregarse a la linealidad, al trazo y la huella, traducirse en renglones que sólo pueden componer una escritura siempre incompleta si el texto de una vida, aquél que nos recogiera y plasmara centímetro a centímetro, minuto a minuto, además de impensable, plantea el absurdo de requerir al menos el tiempo de una vida entera para ser leído. O tal vez mucho más.
Tras cada gesto de escritura, más allá de la expurgación y el vómito, la quimera de un imposible: retener lo que el tiempo constantemente nos hurta, los hechos, las percepciones, los pensamientos volátiles que, siendo nuestros, sólo nos pertenecen lo que dura una nada. Aprehender, fijar, detener ese presente escurridizo del devenir que nos forja y nos destruye. Ése es el anhelo, el deseo. Porque aceptamos mal habitar un presente inapresable, indefinible, que invariablemente nos empuja hacia adelante y va relegando al pretérito y al rescate de la memoria el sentir de cada ahora. Porque sufrimos el vértigo del movimiento imparable, como hojas al viento, arrastrados segundo a segundo, sometidos al discurrir que hace evaporarse toda presencia.
Pero cómo apresar, en sí mismo, el instante vivido, el pensamiento que nos demora en el paseo, si la escritura es ya repetición, reproducción, alto reflexivo en el camino que pretende aferrar y solidificar el ahora una vez desaparecido, confiando ingenuamente en la exactitud de la evocación consciente o del recuerdo involuntario. Cómo ser fiel a la realidad y dar cuenta de lo experimentado si ni la escritura más osada, la más decididamente honesta, logra ser copia perfecta de lo sucedido, inevitablemente conservado al precio de forzar al orden lo que sólo pudo nacer en el caos, víctima necesaria del enmascaramiento y el disfraz: no hay mostrar que no constituya a su vez un ocultar y un ocultarse, que no entrañe una lectura únicamente contrastable con lo acaecido para una mirada omnisciente que sin duda alguna no es la nuestra.
Algo arrancamos, sin embargo, a tanto imposible: materializarnos en el propio tiempo que dura la escritura, transformar ese tiempo, tan fugaz como cualquier otro, en cosa: libretas que acumulan polvo en una estantería, archivos en una carpeta. Dejamos así testimonio palpable de las horas transcurridas frente al papel-pantalla, salvando aparentemente del olvido un esbozo, un relumbre de lo que fuimos en ese preciso momento, creando una realidad susceptible de revisitarse, de recorrerse y atravesarse una y otra vez, aunque su valor sea siempre el del fragmento que luego habrá que encajar en el puzzle. Al menos ese acto de exteriorización, que nos desdobla y cosifica en texto, en signo y palabra, aparece como huella, resto y memoria del tiempo diluido. Y aquí sí creemos poder exclamar, éste soy yo, aquí me vertí y ésta es la prueba. Acumulable, cuantificable, sujeta a exhibición y a valoración ajena.
Pero la batalla contra el olvido está de antemano perdida, y lo escrito acaba convertido en mera evidencia de un fracaso: lo sabemos al acudir a un texto trazado por nuestra propia mano y vernos enfrentados a la extrañeza, a la desmemoria y la urgencia de un reconocimiento impostado que inventamos ad hoc para superar el desgarro.
Y en ese fracaso, la verdad de una nueva imposibilidad: la de coincidir punto por punto con aquello que fuimos y seremos, la de fijar un "soy" invariable y sin fisuras, la de dibujar una imagen nítida en la que contemplarnos como en un espejo. Tan imposible como decirse a sí mismo hasta el final, es tenerse a sí mismo hasta el final.
(Lo sé, Tako, no hay forma de determinar un inicio, pero cediendo al engaño, diré que el inicio de este post podría localizarse aquí. Gracias, Ana. JJ, intento fallido, qué se le va a hacer...:) )
17 comentarios:
Siempre digo que "me escribo encima", copiando una frase de un amigo músico que "se compone encima".
Mirar hacia atrás es reconocerse y reconocer que cambias.
Que quitas importancia, que superas, que sigues... no es una maravilla?
Que no ganas la batalla al tiempo? Y entonces qué estamos haciendo aquí? El tiempo pasa y nos hace crecer.
Estamos enormes!! Y lo que nos queda!
Escribir es un placer, no se puede negar, ni evitar, ni compartir... es una de las cosas más gratificantes y más íntimas en el proceso de elaboración.
Lo que pase después no importa.
Un beso.
Bueno el tema de los principios se resume con un niño de unos diez años, que siempre pregunta y por qué. Todo inicio se remonta a otro y el primero aún es discutido por los científicos. ¿Lo bueno? Que puedes coger el inicio que te de la santa gana :P
En el tema de escribir esta claro, desde mi punto de vista. Te muestras a ti mismo, tu estado, tu situación, de una u otra manera. Te prometes, te juzgas, te premias, ves tus errores, das la vuelta y encuentras algún acierto. Te desnudas y te pones delante del espejo, que te retorna tu yo deformado, tu otro yo.
Besos, desde el inicio hasta el fin.
Buena respuesta al comentario de ayer. Si es que esto de meterme en blogs cultos...¡pero no cejaré en el empeño! puede que se me pegue algo.
Fíjate, por ejemplo, en el post de hoy. Todo eso para darle a la tecla. Misión imposible que que almacenetodo eso en mi cerebro para antes de empezar a escribir. Me pesarían demasiado las palabras y no podría levantar ni los dedos.
Besos.
Cojonudo!!! Impresionante!! Y, aunque largo, de ningún modo cabría decir que esto es "rollista/rollero", sino valiosísimo, un volcán que se vierte vivo, y eso se nota... Enhorabuena por esta confesión estética. JJ
Cuando leía el post, y antes de leer el comentario de nuestro insigne Árbol, me ha venido a la cabeza un libro de Emilio Lledó, "El surco del tiempo", bien bonito, y tiene en parte que ver con todo lo que habéis dicho... Con el escribir,con el fijar lo fugitivo, con el cambiar, con el recordar... Y es que memoria es posibilidad de pervivir..., porque memoria es rastro de temporalidad, ausente presencia de la vida...
Bueno, alguno lo intentó comiendo una magdalena, Antígona :) No le salió mal del todo, pero es obvio que la realidad que nos inventa por dentro y por fuera a cada momento es inabarcable.
Quizás nuestro propio Yo nade en inmensas aguas oscuras, sin gps, en busca de un naufragio de Circunstancias a las que aferrarse. Y grita su recuerdo, y agita su alma como un spray acabado en busca del último resquicio de lucidez.
Quizás no sabemos nada nunca. O casi nunca. O casi nada.
Gracias por el post. Un beso.
Du musst das Leben nicht verstehen,
dann wird es werden wie ein Fest.
Und lass dir jeden Tag geschehen
so wie ein Kind im Weitergehen von jedem Wehen
sich viele Blüten schenken lässt.
Un árbol, pienso que el acto de escribir es muy denso, quiero decir, que entraña multitud de facetas y dimensiones y el post sólo ha querido tal vez resaltar unas frente a otras. Supongo, por otra parte, que en la experiencia individual de cada cual pesan más unas y no otras, y de ahí que el escribir pueda vivirse, también en diferentes momentos de la vida, de distintas formas.
Estoy de acuerdo contigo en que el seguir aquí implica haberle ganado cierta batalla al tiempo. Pero no todas. El tiempo sigue escurriéndosenos cada día entre los dedos y entiendo que el escribir esconde la pretensión de combatir eso, una pretensión que, sin embargo, nunca es capaz de alcanzar plenamente su objetivo. Y que escribir puede ser un placer o una tortura necesaria. Depende de cómo se mire.
Un beso
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Tako, sabes que en la cuestión de los inicios estoy de acuerdo contigo, y tanto por la razón que aportas como por muchas otras.
Por otra parte, también creo como tú que escribir supone un ejercicio de autoconocimiento, de autoanálisis y valoración que puede mostrarnos cosas de nosotros mismos que difícilmente sabríamos de otra manera. O no. Quizás lo que la escritura facilite sea simplemente un momento de detención, de calma, tan necesarios en medio de la vorágine en que por lo general vivimos.
Besos sin inicio
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Juan Rafael, de blog culto nada, por favor, simplemente me gusta mucho esa canción y por eso conozco la letra, y de ahí mi respuesta. Seguro que tú te sabes la de muchas otras canciones que yo desconozco totalmente ;-)
Por otra parte, creo que uno no tiene que ser consciente de todas estas cosas para darle a la tecla, como tú dices. Uno le da a la tecla y punto, y las motivaciones que lo animan pueden perfectamente quedar en un segundo plano. ¡Y mejor que no te pesen ni las palabras ni los dedos! ;-)
Un beso
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JJ, me alegro de que la sección crítica esté esta vez más contenta ;-) Pero creo que ni tanto ni tan calvo. Se me han quedado mil cosas en el tintero, aunque ya sabemos que ningún tema se agota en un post. Será tal vez cuestión de retomarlo más adelante. En cuanto a lo de que se trate de una confesión estética, pues supongo que algo de eso hay, sí, pero más bien he querido analizar lo que puede haber detrás del hecho de escribir en cuanto tal. Si bien es cierto, como le decía a un árbol, que cada uno vive con más intensidad unas y no otras facetas, también en función del momento que está atravesando.
El libro de Emilio Lledó lo conozco, aunque lo leí hace mil años. Lo recuerdo como un libro precioso, y estoy de acuerdo en que lo que en él se plantea tiene mucho que ver con lo que se dice en el post. Claro que Emilio Lledó lo dice mucho mejor. Muy bonita la idea del escribir como un arar la tierra, y dejar un surco que sea testimonio de nuestro paso por ella. En algún momento me gustaría volver a él. Gracias por recordármelo.
Un beso
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NoSurrender, te doy toda la razón con respecto a Proust y a su madalena, intento magistral y quizás el más logrado de cuantos se hayan realizado de recobrar el tiempo perdido. Porque no puede negarse que la escritura consigue retener y salvar del olvido, eso es indudable. Otra cosa es que alcance a hacerlo de manera completa, sin resto de pérdida, tal y como a veces desearíamos. Como bien dices, la realidad, tanto exterior como interior, es inabarcable.
Pienso como tú que andamos por este mundo bastante perdidos y que el rescate de la memoria es, en efecto, un paso hacia la lucidez. Aunque tú acabas de decirlo de una manera mucho más bonita :-)
Sabemos muy poco, eso es verdad, y hay que acostumbrarse y aceptar ese no saber.
Gracias a ti por tu comentario. Un beso.
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Tatiana, precioso poema, y muy verdadero, por otra parte. El exceso de reflexión puede impedirnos disfrutar de las cosas y en ocasiones es mejor apostar por la ligereza. Me gusta. ¿De quién es?
Gracias por él y por pasarte por aquí. Un beso
Normal que se te hayan quedado cosas en el tintero.... Escribir es rehusar... Si vas y lo dices todo todo, entonces sí que serías rollera principal y algunos quedaríamos traspuestos!!!
Nada, JJ, lejos de toda intención por mi parte que nadie se quede traspuesto. Qué responsabilidad para mí luego, tú :P
Un beso
Muchas veces he tenido esa sensación frustrante de querer describir algo y que, pese a querer mantener la fidelidad al pensamiento o al hecho, acabes plasmando una especie de recorte de periódico con algunas frases marcadas en amarillo. Pero supongo que, aparte de las limitaciones físicas de nuestro cerebro, acabas reflejando lo que más te ha impactado. Claro, la parcialidad del contenido es muy notable, pero también define de algún modo un yo preciso en un momento muy concreto con unas prioridades y una visión que permanecen unos instantes. Al igual que cuando haces una fotografía y sabes lo que tus ojos ven, pero, al revelarla, te das cuenta de que la luz te resulta diferente, de que aquel gesto no refleja toda la plenitud del sujeto fotografiado. Quieres captar instantes y sólo consigues captar un pequeñísimo instante de otro instante más grande.
Acabamos finalmente formando puzzles de nosotros mismos, efímeros y continuamente variables. Pero también sabemos que más vale eso que nada. Y hay que darse cuenta de ello.
A veces, cuando leo teorías sobre las vidas de personajes pasados, me pregunto cómo pueden sacar los estudiosos conclusiones tan contundentes, si de esas personas sólo han podido recoger retales. Nunca sabrán lo que le sobrecogió a X una noche aparentemente plácida. No saben de X más que una forma muy vaga. Lo único que pueden confirmar casi sin duda son fechas en documentos. El resto se acaba traduciendo en una muestra de simpatía o aversión hacia el personaje.
Joder, Antígona, no sé cómo lo haces, pero estimulas el pensamiento y las teclas.
¡Un beso muy grande!
Me alegra que el post te haya servido de estímulo para pensar, y tantas cosas, además, pero lleva cuidado, que si no luego vendrán por ahí a decirte que eres una rollera ;-)
Por supuesto que no seré yo y estoy de acuerdo con todo lo que has planteado. Me ha gustado la metáfora del instante dentro del instante. Es verdad que puede sonar a poco, pero es algo, y algo siempre es menos que nada. Escribir es uno de los pocos remedios contra el olvido de los que disponemos, y que sea precario o necesariamente falseador no quita para que algo de lo buscado sí pueda alcanzar. Por pequeño que sea.
En cuanto al puzzle, es una metáfora que también a mí mucho me viene a la cabeza. Y es que no podemos hacer otra cosa que intentar poner un poco de orden en el caos que por lo general es la experiencia, aunque se trate de un orden siempre sujeto a revisión y nunca demasiado estable.
Lo que dices de la vida de personajes pasados me parece muy acertado. Se emiten demasiados juicios basándose en demasiado poco, cuando a nadie se le escapa que ni siquiera a las personas que más cerca tenemos las llegamos a conocer totalmente, o que un mismo acontecimiento vivido por personas diferentes puede ser fuente de reacciones muy diversas. Y creo que tienes toda la razón: en estos casos es la simpatía o falta de ella la que acaba determinando la valoración.
¡Un beso enorme, guapa!
Hola guapa, no he podido contestar a los comentarios de mi post porque me tienen liada pero quería pasar por tu casa y saludarte. Al leer tu preciosa entrada sólo se me ocurre dejarte una frase que aparece en la contraportada del librito que me han regalado hoy:
"Escribir es un acto de amor. Si no lo es,
no es más que escritura."
Jean Cocteau
Besos muchos
A
Antígona, los versos son de un jovencísimo Rilke. Y ya ves, aunque inviten a la vida sin el intermediario de la escritura, son literatura; y es que ¡no hay forma de prescindir del mundo interpretado para justamente vivir!
En realidad no habla del intermediario de la escritura sino de la reflexión; el texto evoca la ligereza y el gozo sin intermediarios... pero los evoca con palabras reflexivas... Y esta ligereza y este gozo ¿pueden darse sin palabras? ¿No son el resultado del verstehen, Antígona? Pues ya no somos niños, si es que alguna vez lo fuimos, porque cuando pensamos en un niño en realidad estamos pensando en un niño feliz y esto es un privilegio... raro; o bien es una invención adulta.
Tatiana, supongo que Rilke tenía una visión bastante elaborada de esta cuestión, estoy acordándome de la VIII Elegía, donde precisamente son primero el animal, y luego el niño los que pueden acceder a lo Abierto, a una percepción pura de la realidad no mediada por la reflexión, por ese estar constantemente vueltos hacia dentro de los adultos que empaña su mirada. Sin embargo, no creo que en Rilke haya nostalgia alguna de ese estado, pues diría que es perfectamente consciente de que eso mismo que empaña la mirada es lo que la posibilita, y que por tanto, la reflexión es algo constitutivo en el hombre, y por ello no cancelable.
En ese sentido, estoy de acuerdo contigo, hasta la voluntad de ligereza es ya una conclusión meditada, reflexiva, y el lenguaje no es un medio sustituible, entre otras cosas porque no es un medio o un instrumento. Sin embargo, no por ello pienso que esa ligereza nos sea inalcanzable y que hay momentos en que conviene, en la medida en que seamos capaces, suspender la reflexión y tratar de sentir, por más que ello sea, paradójicamente, la intención derivada de un acto reflexivo o del comprender.
Gracias por tus comentarios, Tatiana, me han parecido muy acertados y enriquecedores.
A ver si vienes a menudo por aquí. ¡Un beso!
¡¡¡Anita!!!, que me había olvidado de ti y de Cocteau :-)
Me parece una frase preciosa, un aspecto del escribir que no he tenido para nada presente en el post (como tantos otros, claro), pero que merece la pena ser meditado con calma.
¡Un besazo, guapa!, y perdón por el despiste.
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