Los reconocerás porque su mirada franca, risueña, directa, brota de una herida que aún palpita en los días de tormenta en el fondo de sus pupilas. Pero también porque cuando esa mirada se oscurece o empaña, un punto de luz incandescente sigue brillando, en lo más profundo, a través de la misma herida que aún duele y doliendo salva.
Ni siquiera Orfeo pudo salir indemne de su descenso a los infiernos. Quien se ha paseado por sus tinieblas guarda necesariamente la huella de las magulladuras de la bajada, el recuerdo del vértigo del abismo, el miedo ante la densidad de sus sombras. Quien ha sentido la guadaña junto a su cuello no puede dejar de temblar ligeramente ante el destello del filo de una navaja.
Son signos de los corazones que han rozado el sinsentido perpetuo, mordidos por la amenaza de una tristeza irrecuperable, de la sinrazón. De la nada. Corazones que corrieron el máximo peligro, que es conocer de cerca el vacío y el deseo de esa nada.
A diferencia de Orfeo, nunca creyeron en la posibilidad del regreso. De ahí que supere la metáfora decir que la muerte se refugió secretamente bajo su piel, que los trasladó a sus dominios por un tiempo sin esfera ni manecillas. Ellos se supieron morir incluso antes de haber muerto. Pues el destino les deparó habitar los parajes cuyos miedos más profundos habían convertido de antemano en nicho, y desde ahí lanzaron decididos su adiós a la vida.
Sin embargo, regresaron. Quizás ni ellos mismos puedan explicar cómo. Pero lo hicieron. Probablemente, la fortuna y una oculta fortaleza se aliaron en su rescate. Es difícil precisarlo.
Porque sintieron que nunca volverían y aquí están, porque se tornaron ciegos y sordos a la palabra aliento y ahora respiran, pisan el suelo de otra manera. No te creas que son invulnerables. El infierno sigue reclamándolos, como a todos nos reclama. Sólo que esa derrota anticipada, transformada milagrosamente en victoria, ha tejido un escudo que los resguarda, no del mundo, sino de ellos mismos y del umbral que ya una vez atravesaron. Y confían en que si vuelven a atravesarlo, también habrá un nuevo camino de retorno.
Por ello, aunque a veces se vean sumerjidos en el lado más oscuro de la vida y sus pies se tiñan con su negrura, siempre alcanzan a mirar, aun desbordados por el llanto, al otro lado, el más luminoso, y hacia él quieren tender su mano. La savia renovada que corre por sus arterias así lo dicta.
No te inquiete si en ocasiones su serenidad ante los acontecimientos guarda cierto parecido al desapego. Para ellos contemplar de nuevo el horizonte es un regalo de los dioses que una vez pensaron imposible, y sólo pueden agradecer el ocaso de cada día como un añadido con el que no contaron, un poco más libres de angustia que otros por el número que reste.
Y al igual que Orfeo tras perder a Eurídice debió aprender a confiar y a seguir cantando con su lira, ellos saben ahora que, como los pájaros al amanecer, la vida está, incluso con la voz quebrada, para ser cantada.
Anda, acércate al espejo y mírate bien. ¿Reconoces en el fondo de tus ojos al superviviente que hay en ti?
Sólo quien ya alzó la lira
también entre las sombras
puede al vislumbrarlo devolver
el elogio infinito.
Sólo quien comió amapolas
con los muertos, de las suyas,
ni el acorde más ligero
volverá a perder.
Si en el estanque a menudo
se nos diluye el reflejo:
conoce la imagen.
Por primera vez en la doble esfera
se harán las voces
dulces y eternas.
R.M. Rilke, Sonetos a Orfeo, I, 9.
también entre las sombras
puede al vislumbrarlo devolver
el elogio infinito.
Sólo quien comió amapolas
con los muertos, de las suyas,
ni el acorde más ligero
volverá a perder.
Si en el estanque a menudo
se nos diluye el reflejo:
conoce la imagen.
Por primera vez en la doble esfera
se harán las voces
dulces y eternas.
R.M. Rilke, Sonetos a Orfeo, I, 9.
14 comentarios:
Yo he estado en mis recuerdos.
Y he regresado ileso de ellos.
No una vez. Varias.
Puede que no tenga nada que ver, pero me recuerda a una película: "Los visitantes". Ellos estaban condenados, desde que vieron morir a Jesucristo en la cruz, a estar presentes en todos los actos sanguinarios para toda la eternidad, en constante dolor por todo lo que tenían que presenciar.
Saludos.
Me reconozco, Antígona, esa es mi fuerza. Mirarme y reconocerme en otro tiempo naúfraga y hoy, circunstancialmente a salvo.
Conozco los nichos. Son lugares seguros,mi niña.Pero mi serenidad no guarda parecido con el desapego. Es más bien frio de invierno.Algo que me deja quieta,observando,desplegando paciencia en su versión más altruista.
Precioso, como todo lo que escribes. Yo quiero ser sabia como tú.Y salir del laboratorio.Lo digo de veras.
Un besazo
Escéptico, el mero hecho de tener recuerdos ya demuestra que estás vivo. No son los recuerdos los que matan, sino los acontecimientos y cómo nos los tomemos. Aunque también es verdad que luego los recuerdos son una herida abierta que hay que dejar cicatrizar y que si se infecta puede ser tan mortal como los hechos de los que procede.
Me alegro de que te sientas ileso de los tuyos. Brindo por ti!
Un beso!
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Juan Rafael, no conozco la película, así que no sé muy bien si te entiendo, pero sí, por lo que dices, parece una forma de muerte en vida la que padecen sus protagonistas.
Un beso!
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Supongo, Ana, que todos, de una u otra manera, somos supervivientes y por eso seguimos aquí para contarlo. Y haber superado experiencias que antes de ser vividas ya concebimos como nuestra peor pesadilla y que nunca creímos poder superar da fuerza, claro que sí, y ser consciente de ello ayuda a seguir adelante. En cuanto al desapego, me refería más bien a cómo esa serenidad puede interpretarse desde fuera y no tanto a lo que realmente sea. Me gusta la manera como describes qué representa para ti. La paciencia, es cierto, es esencial y también la generosidad.
Gracias, Anita :-), yo no me siento nada sabia pero al menos intento que los años no pasen en balde. Y estoy segura de que tú también lo haces. ¿Laboratorio? Pues si quieres salir, con un pie delante y otro detrás. A por ello! :-)
Un besazo!
De los momentos oscuros siempre he pensado que saldría de una u otra forma, aunque en ese momento, claro, iba dando palos de ciego. Lo único que tenía claro es que tenía que pelear, aunque sea muriendo en el intento... Seguramente esta actitud me ayudaba a conservar un mínimo de optimismo.
Con los años, sé que se puede salir de muchos abismos, pero el calvario lo tienes que pasar, y eso también asusta.
Ahora, espero no haberte asustado yo con esto...
Un beso:)
Creo que las personas que han pasado por experiencias que les han llevado a un límite, que han quedado suspendidas por un hilo raído a punto de romperse, logran una percepción de la vida distinta, más intensa, realmente es para ellas un regalo, como bien señalas. Uno quisiera tener ese brillo profundo sin tener que pasar por los infiernos. Aunque supongo que es algo difícil.
Precioso soneto el de Rilke. No puedo dejar de recomendarte la ópera L'Orfeo de Claudio Monteverdi.
¡Un beso muy grande y un feliz fin de semana!
Serenidad y desapego son muy diferentes. Tampoco el océano, por su humedad, debe confundirse con un vaso de agua.
Y sí, los supervivientes somos inmensamente lúcidos en cada latido de vida, azaroso, irónico, vertiginoso, surrealista incluso. Vivimos inmersos, de alguna manera, en las mismísimas aguas del Jordán que nos bautizan en cada suspiro de lucidez, en cada vals que bailamos en cada salón de Viena.
Brindemos por el azar, brindemos por nosotros.
Marc, tranquilo, que no me has asustado :-)
Te admiro el haber sido capaz de mantener ese fondo de confianza, esa certeza de que uno saldrá adelante. No todo el mundo puede. Aunque es verdad que después, por lo general, acaban sacándose fuerzas hasta de donde uno pensaba que no tenía.
De los abismos se puede salir o no, pero si creemos que hay una salida, pienso que ya hemos dado un paso hacia ella. Y con una actitud serena, los calvarios, aunque nos hagan sufrir, son más llevaderos.
¡Un beso!
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Las experiencias de las que hablas, Dusch, son tal vez experiencias límite, de las que si uno sale, sólo puede hacerlo fortalecido. El brillo ganado, de todos modos, no dura siempre. Hay que ganárselo cada día. Pero más allá de los casos extremos, pienso, como he dicho antes, que todos somos supervivientes, pues a cada paso vamos sobreviviendo a las pequeñas muertes que suponen las desilusiones, las decepciones, los malos tragos y las piedras con las que vamos tropezando y cayendo en nuestro camino. Y también cuando se superan nos sentimos más llenos de vida que antes.
Gracias por la recomendación, la oiré :-)
¡Un beso enorme!
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Preciosas palabras, NoSurrender. Entiendo que expresas el ideal al que tendemos, porque aunque ese estado de lucidez tal vez no pueda mantenerse en todo momento, sí puede formar parte esencial de nosotros una vez somos conscientes de que vida no hay más que ésta y de que hay que apurarla hasta la última gota. Y renacer en ella tantas veces como haga falta.
Así que brindo contigo por el azar y por todos nosotros, los que aún seguimos aquí.
Y en agradecimiento a tus palabras, te hago el honor de concederte el próximo vals :P
¡Un beso!
Estupendo post, Antígona, forma y fondo.
Gracias Juanjo, tú que lo miras con buenos ojos :-)
Un beso!
El dolor te enseña, claro... pero, el problema básico, es que para ello te deja heridas.
Un gran beso, Atígona... sigamos sobreviviendo
En efecto, Tako, así son las cosas, y no pueden ser de otra manera. Pero mientras las heridas cicatricen, tampoco es tan grave, ¿no?
Un gran beso, superviviente! :-)
Qué preciosidad, Antígona!!
Suscribo todo tu texto.
Heridas, recuerdos de haber entrado en batalla. Confieso que he vivido.
Mejor eso que quedarse mirando desde la barrera. Sin duda.
Cicatrices que recuerdan que no nos estuvimos quietos... qué te puedo decir??
Que nos quiten lo bailao cuando fue bueno.
Que hayamos aprendido algo importante en lo malo.
Y a seguir. Que los supervivientes somos valientes.
Quién dijo miedo, habiendo hospitales??
Besos para todos.
Creo que nos has tocado el puntito a todos los que venimos a verte.
Un beso grande.
Querida un árbol, que has pasado lo tuyo lo leo y lo intuyo, y a veces son las heridas más grandes, más profundas, las que más ganas de vivir producen.
De lo malo, en efecto, sólo se puede aprender, que me parece que ya es mucho. Pero mucho mucho.
Me encanta el "¿Quién dijo miedo, habiendo hospitales?". Hay que ser valiente, claro que sí.
¿Y quién no se reconoce, cada cual a su manera, en este tema?
Un beso enorme!
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