jueves, 26 de junio de 2008

Truncar


Aunque el calendario lo aproxima velozmente a la cuarentena, en sus sonoras carcajadas, incontenibles ante la nimiedad que las dispara, todavía resuena el reír explosivo y ligeramente torpe del infante que acaba de ser descubierto por la risa. El repentino derramarse en cascada de la máscara impostada, de la rígida careta de gestos sobrios y endurecidos con que se prodigan los aprendices de hombre, testimonia así una fragilidad -la del arbolillo malogrado en pleno proceso crecimiento por una tierra infértil- que al asalto de la risa asoma en todos sus trazos para exponerlo desnudo, desprovisto de la precaria coraza que habitualmente lo encubre.

Tal vez sea por esa risa fácil y de contagiosa inocencia tardía por lo que más se le aprecia en el bar refugio de costumbre, en el que entra pesadamente al declinar la tarde tras cada jornada de soldado raso en el centro comercial, balanceando su volumen rotundo de ya tres dígitos en la báscula sobre sus pies planos. Se le aprecia pese a su conversación insulsa y reiterativa sobre los desmanes del estereotipo tosco de comprador impertinente. Pese a su hablar atropellado, en ocasiones difícilmente inteligible, en palabras escupidas para espantar el silencio. Pese a los exabruptos con que alza de nuevo la máscara para dejarla caer bruscamente al rebrotar la risa ante el más leve comentario jocoso del camarero, de los clientes que comparten con él día tras día, año tras año un par de cervezas.

Pero ese aprecio, tan generoso como circunstancial, tan sincero como despreocupado, nunca querrá demorarse en deducir de sus risotadas aniñadas la infancia oscura, enquistada en algún punto del curso natural y esperable de su superación. Ni habrá entonces de aventurarse a colegir sus causas en el nido de ramas floridas poco a poco degeneradas en espinas. En el hogar podrido de frustraciones antiguas transformadas en feroz tiranía ante la frustración sobrevenida de las expectativas no cumplidas por el retoño torpe y desmañado. En el constante golpear del martillo del piano sobre una única nota de múltiples matices: la de la reprobación por la ausencia de éxito, la de la reducción de su valor a cero por su incompetencia frente a los primeros retos escolares, la de la mirada despreciativa y los bofetones por su falta de empuje y su alegre indolencia.

Estrategias, nadie se atrevería a dudarlo, automática, irreflexivamente destinadas a la motivación y al aleccionamiento. Pero su desmesura y persistencia grosera en medio de la podredumbre y los corazones dolidos sólo podían desembocar en su caso en la huida interior apenas consciente, en la aceptación anticipada de la derrota, en el abandono prematuro, muerto por esos golpes de martillo, de todo principio de lucha. La toalla hubo de ser arrojada antes de que sonara la campana. Acosado por la admonición constante de su incapacidad para alzar los puños, ¿qué valiente se lanzaría a poner siquiera un pie sobre el ring? Y si bien los insultos y los gritos hace ya mucho que cesaron, aún reverberan adheridos a las paredes de sus arterias paralizando sus miembros, condenándolos a permanecer aferrados al único nido conocido, el que con sus espinas ya romas en la vejez brinda amparo y protección a su alma de niño a cambio de haber quebrado sus alas. Si ahora le ofrecieran unos guantes a la medida de sus manos de hombre, los rechazaría con un gesto indiferente y una media sonrisa conformada.

Sobre su cabeza no hay más horizonte que el transcurrir idéntico de los días iguales, que la planicie estéril incapaz de acoger la semilla del más mínimo proyecto de futuro, incluso de la esperanza del amor adulto merecido y jamás realmente buscado. Bastan el par de cervezas y la risa espontánea e incontenible para sostenerse a través de la monotonía ciega, de la repetición ajena a la pregunta por el sentido. En sus ojos sólo rara vez se detecta una tenue sombra de resignación, cuyo brillo precisaría al menos de la conciencia, nunca terminada en su construcción, de otro horizonte lejano contemplado como inalcanzable. La vida truncada en sus inicios camina a ras de suelo y olvida la presencia de un cielo azul hacia el que alzar el vuelo.



22 comentarios:

Anónimo dijo...

Un fantástico retrato, Antígona...

Yo los veo constantemente... a los "blackbirds" de la canción de los Beatles, y a aquellos de los que hablas en tu entrada.

Éstos últimos siguen en mi antiguo barrio cuando vuelvo a él, pueblan los bares donde entro muchas veces a compartir un rato con la nostalgia poliganera. Siguen allí porque han heredado los pisos de sus padres, o se han comprado uno allí cuando aún eran baratos (como hice yo mismo en su momento) y todavía se mantienen, o han tenido que volver porque la pensión que tienen que pagarle a su ex no les da para otra cosa... o simplemente porque con esta edad aún no han abandonado el nido paterno. Y cada año cuesta más reconocerlos. Supongo que debe ser una apreciación muy personal, pero una de sus características principales es que mientras a tí mismo y a la gente de tu entorno las ves envejecer en una proporción aritmética, ellos envejecen en progresión geométrica...

Pero siempre están dispuestos a invitarte a una cerveza. O a dejarse invitar cuando la cosa está achuchá. No sé si aún se les puede seguir llamando amigos, aunque con muchos de ellos compartieses grandes tardes de fútbol, de birras, de charla en los bancos de la plaza... de cole, no, claro... o ya han pasado a ser meros "conocidos".

A los otros blackbirds, los tengo a montones pululando por mi jardín... y ellos sí que son libres, descienden y ascienden en cualquier momento. Aprendieron a volar y lo disfrutan continuamente. Ellos sí que son libres!.

Tako dijo...

Perdón por el comentario a Carrascus pero te refieres a la libertad de los pájaros y mis años en "coles de cura" me lo relacionan con la Biblía. Aunque me gusta más la adaptación que se hace en La vida de Brian

- Me preocupa qué es lo que tienes contra los pájaros.

http://es.youtube.com/watch?v=LN7sN-zgWms

Respecto a la rutina, Antigona, es una bicha peligrosa. Mucha gente se aprovecha de ella para poder seguir como si fuera un piloto automático… y creo que eso le quita la gracia a la vida, desde mi punto de vista. Aunque está claro que algo de rutina es necesario… aunque sea poca :P

Besos sin rutina

Margot dijo...

Esa última frase que cierra el relato es la que se me queda pegada a los ojos, Antígona... cuántas veces se truncan las cosas, las vidas, porque algo rompió la cuerda antes de ser fuerte como para soportar la tensión. Luego sólo queda dejarse llevar por la desidia y la monotonía, no son buenos compañeros pero mecen el olvido y la realidad.

Pero quiá, alcemos el vuelo que casi me pones triste, uffff (he visto en demasiada gente esa posibilidad).

Desde estos madriles infernales y extrañando el trópico... te beso!

Antígona dijo...

Supongo, amigo Carrascus, que hay muchos tipos de pájaros negros con las alas rotas, muchos pájaros de ojos hundidos, como dice la canción de los Beatles, por miles de razones diferentes, cuya vida permanece detenida en algún punto de un trayecto truncado.

El texto habla en concreto de aquellos cuya detención proviene de una infancia desgraciada, de una infancia que ha quebrado sus alas cuando éstas aún eran frágiles y que los han condenado a anquilosarse, de alguna manera, en una especie de infancia perpetua, a renunciar a atravesar las etapas de crecimiento y maduración que por lo general creemos naturales y deseables. La infancia es una etapa muy delicada, que nos condiciona profundamente para el resto de nuestras vidas, como muy bien reflejaba tu post sobre Jim Morrison. Pero no todo el mundo es capaz de su rebeldía. No todas las circunstancias la permiten, ni todo el mundo cuenta con la fuerza para oponerse a la miseria –y en el post me refería fundamentalmente a la miseria moral- que le rodea y escapar de ella. Por desgracia, hay quien se deja ganar por el miedo, por la inseguridad, por la falta de confianza en sí mismo y casi sin darse cuenta abandona la pretensión de seguir caminando hacia adelante.

Pero es cierto que muchas otras vidas se truncan a edad más avanzada. La tentación de tirar la toalla y no seguir creciendo debemos afrontarla y superarla casi cada día. Aunque está claro que la posibilidad de no tirarla depende también de muchas condiciones que no siempre controlamos, tanto externas como internas. Hay quien, tirada la toalla, opta por amargarse, y hay quien, sin embargo, prefiere ponerle al mal tiempo buena cara y disfrutar de las cosas que tiene a su alrededor, como ésos que, según cuentas, siempre están dispuestos a invitarte a una cerveza. Algunos de ellos, por otra parte, ni siquiera se han dado cuenta de que han tirado la toalla. Muy lejos de mi intención juzgar ninguna de estas posiciones. Pero hay algunas personas con las que no deja de imponérsete la sensación de que sus vidas podrían haber sido otras –y tampoco voy a decir que ni mejores ni peores- si la suerte se hubiera puesto de su lado o si en algún momento hubieran podido alcanzar la conciencia de que otras posibilidades estaban a su alcance.

Por fortuna, hay muchos otros Blackbirds que aun con sus alas rotas y los ojos hundidos aprenden a volar y a ver. Otros han tenido la suerte de contar con quienes cuidaran bien de sus alas y remendaran con cariño los pequeños rasguños que pudieran hacerse. Me alegra que tantos de ellos pululen por tu jardín. ¡Debe de ser un jardín muy animado!

¡Un beso!

Antígona dijo...

Tako, estás tú muy surrealista últimamente, eh? ¿Se te está subiendo el fúrbol a la cabeza? :P

Aunque la primera parte del comentario fuera para Carrascus, me he ido al youtube y me he reído un buen rato con los Monty Phyton. Genial esa escena, como toda la película. Si te pasas por el blog de NoSurrender te encontrarás con otro montaje genial de ellos muy a propósito de lo que está sucediendo estos días. No te digo más para no arruinarte la sorpresa :)

En cuanto a la rutina, sí, puede ser una bicha peligrosa, pero imagino que todo depende de los elementos que compongan esa rutina. Hay rutinas maravillosas, y rutinas alienantes y miserables, como las de los días laborables para muchos. Yo me considero un poco mujer de costumbres. Pero sólo de las costumbres que me gustan y cuya repetición ritual disfruto como una enana.

¡Un gran beso alzando el vuelo!

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Niña Margot, ¡bienvenida! Ya pensábamos algunos que te ibas a quedar por aquellas tierras tropicales. Ahora mismo me paso a ver lo que nos cuentas de ellas :)

Así es, Margot, demasiadas veces se truncan, sobre todo cuando, como dices, las dificultades se presentan cuando uno aún está demasiado tierno y carece de las herramientas con que poder afrontarlas. Cuando la cuerda se rompe antes de que se sepa cómo anudarla de nuevo, o antes de aprender a confiar en la posibilidad de hacerlo. La desidia, el abandono, la renuncia, pueden convertirse en refugios más o menos agradables, más o menos llevaderos. Pero uno los contempla desde fuera y, por alguna razón, sólo desea no estar ahí, pese a ser consciente de que nadie está a salvo de, sin tan siquiera percatarse, acabar en ese mismo punto muerto que intuye en otros.

El post es triste, sí. Pero tienes razón, batamos nuestras alas con alegría y echemos a volar con ganas y sin mirar al suelo.

Ánimo con esos madriles infernales –por aquí no te creas que el ambiente es menos infernal- y si extrañas el trópico, siéntate con una caipiriña en la terraza y echa a volar también la imaginación ;)

¡Un beso mirando al cielo!

Anónimo dijo...

Antígona.un post que bien podría haberse titulado frustración.A mí siempre me ha dado mucho apuro establecer tipologías y abordar miserias humanas con distancia,creo que dentro de nosotr@s, hay un poco de esa frustración y también de abandono por momentos, sin embargo,también en cada uno de nosotr@s(incluidos esos tipos-perfil tristes que describes) existe una capacidad de remontar el vuelo y resurgir entre las cenizas,como alguien dijo:"nada de lo humano me es ajeno" así que en nosotr@s están esas rutinas,esas miserias,esa sensación de que la vida se ríe por momentos de nuestros anhelos, pero a la par,hay también en nosotr@s una fuerza creadora que surge y resurge una y otra vez capaz de transformar la realidad y los acontecimientos, es una fuerza a veces dormida que sólo espera el momento de verse alzada, tod@s en realidad somos lo mismo, y todos a la vez diferentes, qué grande,no?
Un abrazo!

Anónimo dijo...

Precisamente, amiga Antígona, me refería esta vez a lo mismo que tú. Los blackbirds de mi barrio quebraron sus alas en la infancia, en su mayoría. Yo de adultos no sé como les habrá ido, porque con el tiempo fui perdiendo muchas pistas. Pero a los que ahora me reencuentro en el barrio son precisamente a los que conozco de nuestra niñez y adolescencia, y conozco cuales son los plomillazos que fueron rompiendo las alas de cada uno de ellos: desarraigo, brutalidad paterna, droga, desescolarización prematura, falta de ambiciones, conformismo, paternidad inesperada, alcohol, ídolos con pies de barro...

Trayectos truncados desde muy jovenes, que ahora los tienen varados cerca de sus nidos, y de los demás congéneres que tampoco pueden volar, y solo dedican su vida a verlas venir.

No te preocupes, que esta vez entendí tu entrada perfectamente e identifiqué parte de mi mundo con ella.

Lo que no termino de pillar es la referencia que me hace Tako en su comentario... si fuese posible alguna aclaración más lo agradecería. Perdón.

Besos y abrazos para los dos.

el nombre... dijo...

Es cierto, Anti, que la infancia es un período de vulnerabilidad infernal, en la que se gestan las posibilidades (o no) de hacer algo mejor o peor con esos determinismos que nos anteceden.
Igual, a pesar de los padres, las circunstancias, el entorno, las posibilidades... está cada uno. Y esto vale hasta para situaciones extremas. Aún en situaciones de máxima pobreza, o por ej. en los campos de concentración, cada uno es artífice de su propio destino. (Ej. la peli "La vida es bella", que muestra porqué alguien puede no querer suicidarse en un campo de concentración!!!)
Es lo único que le (nos) da dignidad como sujetos únicos.
Es nuestra posición frente a la vida.
Y no es que no me apenen ciertas historias, ni considere que no tiene nada que ver cómo vivimos nuestra infancia. Pero si desresponsabilizo, condeno.
Quiero decir, si dijera que lo único que cuenta es lo que nos tocó en suerte, condeno a un toco de gente a vivir de acuerdo con éso nada más, no dándole la posibilidad de darle lucha a la vida, de hacer una creación donde hubo una "crisis".
Bueno, el tema da para debatir.
Ésta es solamente mi opinión.

Mil besos
Excelentes tus temas.

Antígona dijo...

Bueno, Troyana, yo creo que no se podría llamar con propiedad frustración. Porque para estar frustrado se tiene que ser consciente de qué deseos no se han cumplido ni pueden tal vez cumplirse, es decir, se tiene que desear y verse uno imposibilitado para alcanzar el objeto de deseo. Pero hay trayectorias en las que ni siquiera hay frustración, o no hay conciencia de ella, porque todo deseo ha sido abandonado de antemano o tal vez ni tan siquiera ha existido porque las circunstancias no han permitido que aflorara. Son a esas existencias a las que me refería con el post.

Creo que nos cuesta mucho admitir que no siempre es posible remontar el vuelo. Que hay golpes en la vida que pueden aplastarnos con la contundencia con que un elefante aplastaría a una hormiga. Y sin embargo todos conocemos, con más o menos cercanía, alguno de esos casos. O simplemente los hemos leído en una novela, o los hemos visto en una película y los hemos comprendido. Golpes en la infancia, o golpes inesperados y feroces en la edad adulta. Existe el drama, existe la tragedia y existen seres humanos que sucumben a su peso. Por desgracia, pero es así. Como existe la locura y existe la muerte.

Por supuesto que no dudo de que exista esa fuerza creadora a la que aludes, esa fuerza a la que por lo general tratamos de recurrir cuando nos vemos hundidos en la miseria. Pero tampoco dudo de que existan situaciones en que uno no sepa, o no sea capaz de acudir a esa fuerza creadora. Quizás por debilidad, quizás porque nadie le tiende una mano en el momento preciso, o porque nunca nadie le ha dicho ni ha sentido que la tiene. Las razones pueden ser muy diversas. Pero es un hecho que, desafortunadamente, para algunos las cosas suceden así.

Yo simplemente rezo –es un decir- porque ningún golpe del destino sea tan cruel conmigo y trato de confiar en mi capacidad para afrontarlo si llegara. Pero nunca tendré la certeza de poseer esa capacidad, o esa fuerza vital.

¡Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Amigo Carrascus, te agradezco la aclaración y perdona que no haya entendido bien tu comentario, pero pensé que al hablar de aquellas personas tratabas simplemente de generalizar lo que podía ser una vida truncada.

Mencionas muchas de las razones que pueden arruinar una infancia o una adolescencia y con ella malograr el curso entero de una existencia. La putada es que, muchas películas lo reflejan muy bien, remontar el vuelo con las alas rotas en estas primeras etapas de nuestra vida es más bien una excepción que una norma. Son pocos los que lo consiguen y pienso que, habitualmente, porque han tenido quien les sacara del pozo a tiempo o algo en ellos, difícil decir el qué, les ha empujado a salir de él, en una operación tan complicada como incomprensible como la del barón de Münchhausen tirándose de sus propios pelos para salir del agua. Sinceramente, cuando contemplamos las de quienes nunca consiguieron echar a volar con sus alas rotas, creo que sólo se puede dar gracias por no haber sufrido circunstancias similares.

En cuanto a la referencia de Tako… yo tampoco sé si la entiendo muy bien, pero en cualquier caso me desentiendo, ya que iba para ti :P

¡Más besos!

Antígona dijo...

El nombre, entiendo lo que dices y en principio es una posición que comparto. Creo que somos sujetos de responsabilidades y gran parte de lo que somos depende de nuestras decisiones. Ahora, como le comentaba a Troyana, creo que, por más que nos cueste aceptarlo, sí hay situaciones en las que la posibilidad de ser artífices de nuestro propio destino se ve prácticamente anulada.

Pienso que, en cuanto a los campos de concentración que mencionas, no hay que olvidar que la gran mayoría de quienes estuvieron en ellos murieron, y los “salvados”, según los llama Primo Levi, lo fueron fundamentalmente por golpes de buena fortuna o por prevaricaciones que los abocarían a sentirse culpables durante toda su vida de su supervivencia.

Pero si nos vamos a la infancia, hay hechos muy significativos que muestran un carácter absolutamente determinante en la constitución de la persona que por supuesto no pueden depender de un “sujeto” todavía inexistente. Por ejemplo, los lingüistas y los psicólogos saben perfectamente que si el lenguaje no se aprende durante los tres primeros años de vida, nunca se aprenderá del todo ni se hablará correctamente. Los casos de los “niños salvajes” lo han demostrado. Sé que es un ejemplo extremo, pero simplemente quiero aludir con él a que es en las primeras etapas de nuestras vidas, aquéllas en las que dependemos absolutamente de otros, cuando se hacen la gran mayoría de aprendizajes que van a influir muy decisivamente, tanto en sentido positivo como negativo, en todo lo que vendrá después. Y no haberlos hecho, o haber hecho los aprendizajes inadecuados, puede truncar toda una vida.

Se sabe, también, que gran parte de los maltratadores son hijos de padres maltratadores. O que muchos de quienes cometen abusos sexuales con niños los cometen porque ellos mismos los sufrieron en su infancia. Creo que hay que reconocer que, a personas así, sencillamente les tocó en suerte una enorme putada, tanto para ellos mismos como para quienes ahora los rodean. Nadie dice que esta gente no pueda “rehabilitarse”, pese a que se sabe lo complicado que es. Pero creo que también en este caso han de confluir muchas circunstancias, y algunas azarosas, para que se dé una rehabilitación.

Como me parece que se dice en un libro que estoy leyendo ahora, la dignidad que nos caracteriza no es algo con lo que nazcamos, sino algo que tenemos que construir cada cual y además entre todos. Pues bien, algunas personas nunca oirán hablar de dignidad ni tendrán la más mínima herramienta para construírsela. Algunos tendrán tanta mala suerte que nunca serán reconocidos en su dignidad por los que tienen la posibilidad de inculcarles esta visión de sí mismos.

Tampoco yo diría, como tú, que lo único que cuenta es lo que nos tocó en suerte. Pero sí pienso que la suerte puede volverse tan perversa como para eliminar prácticamente todo aliento con que oponerse a ella.

En cualquier caso, te doy la razón en que es un tema complejo sobre el que se podría debatir mucho.

¡Un beso enorme!

Anónimo dijo...

Antígona,
comprendo lo que dices, sé que existen vidas truncadas bien por hechos ocurridos en la infancia,bien sobrevenidos en la edad adulta, pero a pesar de todo,intento siempre focalizar toda la atención posible(con el zoom más potente a mi alcance) sobre la capacidad ilimitada y no siempre predecible del ser humano,incluso en las peores circunstancias(exterminios,catástrofes naturales, pérdidas,duelos,enfermedades,locura,muerte....)la persona tiene una capacidad animal de sobreponerse y continuar,creo que ese instinto nos es común aunque en unas personas se manifieste con mayor o menor intensidad.
Un abrazo

NoSurrender dijo...

Creo que es importante el concepto de habitat, doctora. Quieto decir, ese bar que usted menciona puede ser el templo de muchas alegrías, de mucha solidaridad y de mucha compañía sana. De una cierta luz, al fin y al cabo.

Nacer -o devenir desde la infancia- en esclavo es más duro a la vista de los hombres libres que a la de los propios esclavos, que no saben que podrían no haberlo sido. El esclavo no conoce más horizonte que la esclavitud, y es ésta la que le protege del miedo a no saber moverse en el mundo.

Esa canción de los Beatles es preciosa. Paul McCartney tuvo unos años en los que desarrolló una sensibilidad tremenda a la hora de componer canciones. Es curioso que todo ello se perdiera irremediablemente en cuando dejó de trabajar con John Lennon.

Un beso, doctora Antígona.

Max dijo...

And could we blame him? And could we rightfully (or righteously) say what is or is not happiness for the other?

Antígona dijo...

Troyana, me gusta tu optimismo, de verdad, y yo misma trato de adoptar esa posición por lo general, es decir, la de pensar que, como señalas, los seres humanos poseen capacidades en ocasiones extraordinarias, impredecibles, que les hacen salir adelante y superar los tragos menos digeribles a simple vista. Pero reconozco que en el tema de la infancia soy tal vez un poco más escéptica, o que tiendo a establecer diferencias entre la capacidad de reacción de un adulto, ya más curtido por la vida, ante circunstancias adversas, y las del niño o el adolescente, que tanto depende para todo de quienes le rodean, de las atenciones que recibe, de los aprendizajes que hace.

Desde luego, no porque piense que una infancia desgraciada trunca necesariamente todo el trayecto posterior. No tiene por qué ser así, claro que no. Pero las heridas infantiles son mucho más profundas que las recibidas de adulto, y mucho mayor entonces la posibilidad de que malogren, en el sentido que sea, a la futura persona. Aunque también confío, y mucho, en el poder de algunas personas para sanar esas heridas tempranas, si quienes las han padecido tienen la suerte de encontrárselas. No todo depende de nosotros. Pero, por suerte, ahí están los otros.

¡Más besos y abrazos!

Antígona dijo...

No lo dudo, doctor Lagarto, a fin de cuentas, como se decía en el post, la vida truncada tiene que sostenerse sobre algo. De lo contrario sería pura ruina y miseria, y aunque también ése es un estado alcanzable por el ser humano, no era el que quería retratar con el post. Hay condiciones mucho, mucho peores que la retratada.

Tiene razón en su reflexión sobre la diferencia entre las conciencias del hombre libre y del esclavo. Pero tal vez sea esa diferente conciencia la que sitúa al hombre libre en una suerte de deuda moral con el esclavo, simplemente por el hecho de su existencia, y aun cuando no haya contribuido a generar esa esclavitud. En una deuda moral que en la mayor parte de ocasiones se ve acompañada de una tremenda impotencia. Porque siempre habrá esclavos que jamás alcanzarán el estatus de hombres libres, por más que se les empuje a ello. Siempre habrá esclavos ni tan siquiera las herramientas necesarias para interpretar el mapa que pudiera conducirles a la libertad, porque después de largos años de esclavitud, habrán perdido la capacidad de apropiárselas.

La canción de los Beatles es una maravilla, no sabe la de veces que al pasarme por aquí pongo yo misma en marcha el youtube que he colgado. ¡Al final lo voy a estropear! :) Y creo que su apreciación es muy acertada. Tan curioso como increíble. Algo esencial se acabó para Paul MacCartney cuando se acabaron los Beatles.

¡Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Un No rotundo a ambas preguntas, Max.

Añado, con respecto a la primera, que obviamente él no es culpable. ¿Puedo serlo quien sufre gratuitamente un atropello? ¿Puede serlo la carne de quien es apaleado? Tampoco creo, sin embargo, que toda cuestión pueda dirimirse buscando culpables, porque, si bien en algunos casos son claros, en otros la pregunta por ellos deviene totalmente fallida. Ya hablamos aquí hace tiempo de una peli de Egoyan, “El dulce porvenir”, que trataba esta cuestión y de cuyo planteamiento me siento muy cerca.

Con respecto a la segunda, y reafirmándome en el “no” previo, te contesto sin embargo con otra pregunta: ¿crees que no existen evidencias de infelicidad en los otros?

¡Un beso!

Dante Bertini dijo...

antígona, tantos comentarios sustanciosos y yo no sé qué decir.
al menos te digo esto: no sé qué decir. me he quedado triste y sin palabras.

Ana dijo...

Los comentarios en este blog son tan estupendos...!!!!

Qué rabia me da entrar corriendo y salir corriendo...

Básicamente, estoy de acuerdo con el Lagarto, sabes?
Ellos no saben que son esclavos, no saben que podían no haberlo sido y por experiencia puedo decirte que si consigues abrir los ojos a alguno de ellos y mostrarles lo que podían haber conseguido, el resultado es desolador...
Aquí entramos en el eterno "bendita ignorancia"... sí o no?? Les dejamos donde están, asumimos que en la mayoría de los casos están donde quieren y realmente hay pocas víctimas inocentes?

La infancia... quién la pillara para dormir catorce horas y quemar libros, porfavorrrrrrr!!!

Un beso, linda, en plena voràgine y sin tiempo ni pa rascarme.
Muá!

Max dijo...

Ciertamente la búsqueda de culpables, en casos extrajudiciales, no lleva a nada, porque en la victimización uno renuncia a su propia agency y desconoce su propia participación en las condiciones de su opresión (según los casos, claro). Cabe recordar que la contra-cara del culpable no necesariamente es la víctima, sino el acusador.

Sobre la dicotomía felicidad/infelicidad, diría que sí existen evidencias inequívocas de infelicidad. El problema tiene que ver, creo, con nuestros criterios. En tal medida haría el distingo entre cierta concepción de felicidad que se rige esencialmente por ciertos marcadores de éxito social/económico y aquella que uno determina en su fuero interno (obviamente que no existe tal cosa como un fuero puramente interno, pero bueno).

Lo complicado, para amparar la viabilidad de esta distinción en el psicoanálisis, es que formación sintomática, idiosincrasia y ejercicio de libertad muchas veces se confunden. Como decía Freud, uno escoge su propia neurosis. Sin embargo, así uno la haya escogido sigue siendo neurosis. Hay muchos que se reafirman en sus síntomas, racionalizando su infelicidad como su alternativa, como manifestación y ejercicio de su subjetividad (como quien pretende auto-convencerse de que ser infeliz es su manera de ser feliz). Pero la verdad que no creo que haya felicidad que no sea plácida. Y no hay neurosis plácida.
Saludos.

Antígona dijo...

Cacho, con que digas lo que has dicho es más que suficiente. No es raro que nos quedemos sin palabras ante algo. Al menos, a mí me pasa con frecuencia. Así es nuestra relación con el lenguaje. Por momentos se nos sustrae, tal vez incluso cuando más necesitamos recurrir a él. Síntoma evidente, a mis ojos, de que de eso que nos constituye y atraviesa de arriba a abajo no disponemos plenamente. Más bien a veces pareciera que es el lenguaje el que dispone de nosotros.

¡Un beso!

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Los que son estupendos son los comentaristas de este blog, Tormento, y tú entre ellos :)

Supongo que la falta de conciencia es ya en sí una carga, aun cuando su característica específica sea el no ser percibida como tal ni poder serlo, como dices, bajo ciertas circunstancias. Pero no me extraña que el resultado del intento de abrir los ojos de otro sea desolador. Esa operación, simplemente, no funciona hasta que uno se decide a abrir los ojos por sí mismo. Lo cual no resulta nada fácil. Nos acomodamos en nuestros propios autoengaños y preferimos no verlos. Y eso cuando existe realmente la opción de verlos, porque muchos de ellos no los veremos jamás.

En lo que no estoy de acuerdo es en que haya pocas víctimas inocentes. En la infancia siempre lo somos, tú lo sabes bien, precisamente porque es la etapa en la que no somos sujetos de decisión. Por otra parte, hay quien día a día, paso a paso, va labrando su propia ruina. Pero el azar y la mala fortuna son también causa de miseria y desgracia, y a ellos, mal que nos pese, todos estamos expuestos.

Coño, Tormento, ¿quemar libros? Debiste de ser una niña muy incendiaria. Recuérdame que nunca te preste el mechero :P

Ánimo, guapa, que ya te queda menos para poder dormir catorce horas seguidas. Y después de todo el esfuerzo realizado, ¡te van a saber a gloria!

¡Un gran beso!

Antígona dijo...

Es así, Max. La búsqueda de culpables resulta engañosamente liberadora. ¿Qué mejor para descargarse de la propia culpa que buscarla fuera de sí? ¿Qué mejor que, como dices, erigirse en víctima para exonerarse de la propia responsabilidad? Ahora, también hay condiciones en las que, simplemente, no hay culpables, ni hay por tanto culpa reconocible por ninguna de las partes. El intento desesperado por encontrarlos sólo es reflejo de nuestra voluntad de dominar los hechos en un mundo donde demasiados hechos carecen de explicación, de causa domeñable –eso es a fin de cuentas la culpa, es decir, la causa. Localizar al culpable tranquiliza. No aceptamos con facilidad que una desgracia puede no ser culpa de nadie. Porque aceptarlo supone reconocer que siempre nos encontramos a la intemperie, que el azar y la casualidad pueden arruinar nuestras vidas.

En cuanto a la felicidad/infelicidad, supongo que al hacerte esa pregunta lo que quería plantear es que, si bien la felicidad es un concepto imposible de acotar, tanto para uno mismo como para los demás, la infelicidad se palpa con mayor claridad, tanto en uno mismo como en los demás. Bajo esos marcadores de éxito social/económico se oculta en ocasiones el tedio más profundo, la compañía incansable del sinsentido o hasta la desesperación mal encubierta. El lenguaje de los otros, sus gestos, sus simulaciones, nunca dejan de delatarlos, como a nosotros mismos.

Los mecanismos de autoengaño son múltiples, sutiles e intrincados. Sobre ellos, en gran medida, nos construimos. Pero diría que ese fuero interno al que aludes –del que tampoco creo que exista como puramente interno- acaba siempre manifestándose, hablando de un modo u otro, sobre todo cuando bajamos la guardia. Otra cosa es que, pasado el momento de angustia, no hagamos justicia a su significado, enmascaremos su sobrevenida y nos empeñemos en obviarla.

En efecto, la infelicidad se deja racionalizar, domesticar y por ello mismo autoafirmar. Pero la angustia siempre retorna y como dices, no deja espacio para la placidez. Otra cuestión, sería, quizás, si en este mundo moderno hay vida más allá de la neurosis. Porque si no –y tiendo a pensar que no- de lo que se tratará entonces es de elegir la neurosis menos dañina o invasiva, o con la que mejores treguas de placidez quepa pactar. Asunto nada fácil, en cualquier caso.

Un placer tenerte por aquí, Max.

¡Un beso!