jueves, 5 de julio de 2007

Robo


Los rituales se caracterizan por su reiteración sistemática no plenamente intencionada: un cigarrillo apresurado en el trayecto desde la parada del autobús hasta la puerta con el café con leche aún en la garganta; visita a los vestuarios para retocar el maquillaje un tanto acentuado al que la empresa obliga mientras saluda sin ganas al personal que entra; contemplarse de nuevo en el espejo para comprobar el resultado y asomarse a sus ojos con fijeza unos segundos; un suspiro con sabor a sueño y cansancio ante la perspectiva de la nueva jornada.

De inmediato está situada en una de las cajas de la larga hilera de veinticinco a las que ya están acudiendo los clientes. Un leve buenos días, pasar los productos por el detector, apretar las teclas correspondientes, pronunciar la cifra, recibir el dinero o la tarjeta, muchas gracias por su compra, buenos días, más productos, más tecleos, más cifras, en efectivo o tarjeta, ojeada furtiva al reloj, gracias por su compra, y en su cabeza otro cálculo, sólo han pasado cuatro de los cuatrocientos ochenta minutos que habrá de permanecer sobre ese pequeño taburete giratorio por cuyos bordes últimamente tiene la sensación de que sus carnes comienzan a desbordar, no puede ser bueno estar tantas horas sentada, la falda del uniforme parece que aprieta un poco, tal vez le apretó desde el principio, buenos días, ahora no consigue recordarlo, quizás sólo quedaba ésa cuando entró en la empresa, su cambio, señor, menos mal que dentro de poco habrá renovación de vestuario, si sigue así, gracias por su compra, acabará rompiendo la cremallera, tampoco hay que exagerar, buenos días, hoy se ha levantado algo hinchada, nuevo cálculo, cuatrocientos setenta y tres minutos todavía...

Durante cuatrocientos cuarenta y tres minutos más observará a ratos a algunos de los miles de clientes que van desfilando por su caja y se preguntará a qué dedican sus vidas, en qué trabajan, por qué compran lo que compran; a otros ni siquiera los verá, imposible que la curiosidad persista en la constante multiplicación de gestos similares, capaces de aplanar y uniformizar todo rostro para una mirada cada vez más indiferente; pensará en la discusión de ayer con su novio, en que no le apetecen las vacaciones en Mallorca, en si realmente lo quiere o no, en la casa que han decidido comprar, tan pequeña, en el aburrido programa de televisión ante el que vegetaba anoche enfurruñada, en el vestido rojo de precio disparatado que le encantaría comprar, cómo no permitirse un capricho después de tantas horas esposada a esa caja, y en otras mil pequeñas cosas sin importancia sobre las que se columpiará de un lado a otro desordenadamente mientras se cruzan con los buenos días, las cifras, gracias por su compra, los cálculos mecánicos, los billetes, las ojeadas al reloj, las tarjetas bancarias.

Cuando apenas queden treinta minutos habrá mirado las manecillas semiparalizadas un número de veces que nunca se molestará en contar, le dolerán el cuello, los riñones y el aburrimiento acumulado a lo largo del día, y todo su discurso interior se habrá dormido, salvo cuatro palabras que se repetirán como un bajo continuo, ya no queda nada, ya no queda nada, una y otra vez, unidas a la impaciencia por la muerte pronta, rápida, de esos treinta minutos de exasperante lentitud.

Ya en la calle enciende un cigarrillo, aspira fuertemente y el humo expelido por su boca se funde de nuevo con un suspiro que parece emerger del centro de su ombligo. Por unos instantes será presa de una cierta tristeza que apenas distinguirá del alivio por la jornada concluida. Porque, mirando de nuevo el reloj, comprobando innecesariamente la hora que marca, oirá la voz silenciosa de una pregunta absurda zumbando en el corredor de sus oídos, dónde han ido a parar todos los segundos, minutos, horas, transcurridos desde que saliera de casa, dónde ha estado ella, sentada sobre su taburete, mientras iban desapareciendo, hasta la aún más absurda de quién y cómo y por qué se los ha llevado. Porque sin tan siquiera llegar a formularlo en un pensamiento fugaz, sentirá, como cada jornada de trabajo, que algo no encaja en la transformación periódica de los cuatrocientos ochenta minutos computados por el giro de las manecillas del reloj en unas cuantas cifras, más cifras, en su cuenta bancaria. Que algo perverso, engañoso, subyace a ese intercambio regulado y normativizado que mercadea con el Tiempo precioso de su vida y su vida misma hecha de ese Tiempo incomputable. Que algo falla en ese cálculo, en la economía del dar y recibir aparentemente legítima y reconocidamente justa. Porque en ese tiempo del reloj ahora expirado pero ya nacido muerto no cabe vivir nada que merezca la pena ser vivido. Porque es entonces su propia existencia lo que se le hurta en los minutos y horas transcurridos. Porque ese tiempo, aniquilado en el intercambio, que le han arrebatado, la sitúa cuatrocientos ochenta minutos más cerca de su propia muerte.

Sólo cuando suba al autobús y adivine en el cansancio de los rostros que la rodean los signos compartidos de ese gran robo reglado se sentirá capaz de desechar la sensación amarga, y empezará a sostener y soportar el vacío vivido sobre la imagen del vestido rojo de precio disparatado que seguro comprará.


17 comentarios:

Anónimo dijo...

Algunos somos unos privilegiados, y luchamos por serlo aún más, y sentirnos aún más ajenos a esa vorágine, y tener la quietud y el reposo de ánimo para dedicarnos a la contemplación -serena- de la belleza.

Y yo me pregunto: lo merecemos más que la del super? Y sé que no. No.

AnA dijo...

Alineación, plusvalía, coste de oportunidad-recita el poeta habitual de la sección de congelados.
¿Cuánto vale su jaula, Sta.?-pregunta el cliente enamorado.

Duro post Antí.

Besos AA

Ana dijo...

Tiempos modernos.

Cómo escapar?

Yo te lo digo: imaginación, entusiasmo, trabajar para vivir y no al revés, metas, vida intelectual.

No conformarse. No resignarse.

Un beso.

Antígona dijo...

No todo el mundo abriga la esperanza de poder dedicarse a la contemplación de la belleza, pero quien sí lo hace debería poder cumplir su objetivo con mucha más facilidad.

También yo me siento privilegiada, Juanjo, y por supuesto que no creo merecerlo más que otros. El mercado de trabajo es injusto, vaya que sí lo es. Pero es tal vez la organización del trabajo en general la que me parece injusta, o incluso cierta idea del trabajo y del tiempo que el ser humano debe dedicar a su subsistencia. Me parece un auténtico atropello que en el siglo XXI, después de tantos avances tecnológicos que supuestamente deberían habernos liberado de esa carga, la jornada laboral siga cifrándose en ocho horas diarias. Ni te cuento ya cuando se sobrepasa esa cantidad.

¡Un beso grande!

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El poeta de la sección de congelados tiene más razón que un santo, Ana. Tú lo has dicho, una jaula en la que la gran mayoría, en mejores o peores condiciones, en algunos casos verdaderamente pésimas si miramos hacia otros países más desfavorecidos, estamos encerrados. Sólo una pequeña minoría tiene la fortuna de escapar de ella. Y me resulta increíble que la gente se lance a la calle para celebrar cualquier triunfo futbolístico y no lo haga para protestar por el mucho tiempo que se le roba de vida en sus respectivos trabajos.

¡Un besazo, niña!

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Pues sí, un árbol, hay formas de escapar, pero no todo el mundo dispone de ellas. Desde mi posición suscribo todas tus propuestas. Pero sé que hay muchas otras posiciones que no se lo pueden permitir.

No conformarse ni resignarse, eso siempre. Nada peor que agachar la cabeza. Aunque todos lo hagamos en mayor o menor medida. Pero no hay que hacerlo sin mala conciencia, sin sentir la contradicción que eso implica.

¡Un beso enorme, guapa!

Antígona dijo...

Queridos y queridas, me voy de fin de semana largo y supongo que estaré totalmente desconectada. Así que a la vuelta os contesto (mira que si luego nadie más deja un comentario, qué ridículo, tú :S)

¡Un beso enorme a todos y buen finde!

huelladeperro dijo...

Y yo buscándote con los ojos entre el Turia y el de Baix...
.-Qui es el barbut eixe que mira a terra?
.- Esta buscant uns turmells...

Tremendo post; nos han engañao, haciéndonos creer que la punta de lanza de la humanidad es nuestra sociedad; por que tenemos esto y lo otro y vestidos rojos y autobuses y pintalabios....
Pero sé de buena tinta que los Hotentotes del sur de África dedican escasamente 16 horas a la semana a asegurar su supervivencia (a su equivalente del trabajo)
Estoy seguro que esas 16 horas son tan gozosas como una aventura...
Yo, Hotentote

Besos

k dijo...

Creo que la única solución es no conformarse. Muchas personas conozco que creen, de corazón, de buena fe, que no sirven para otra cosa, que no merecen nada mejor. Se justifican diciendo, por ejemplo, "no tengo estudios" o, por ejemplo, "esto es lo único que sé hacer". Y no es así, me niego a creerlo. Es desolador ver lo que la gente llega a hacer con sus vidas, o a dejarse hacer. Y es emocionante ver lo que consigue una persona que cree en sí misma. Y me niego a pensar que no se pueda luchar, que sea obligatorio conformarse. Conformarse es una opción, pero no la única salida.

No sé. Sí que es duro el post. Una vez me dijo una amiga que a cierta edad te mereces hasta la cara que tienes. Eso también es duro. Igual de duro e igual de cierto que lo que tú nos cuentas.

Marc dijo...

Lo peor de todo es que muchas veces, encima, nos roban el tiempo de ocio; porque te traes el trabajo a casa, o porque te deja tan aburrido, asqueado, alineado que ya no tienes ni cuerpo ni mente para nada.

En fin, afortuados aquellos que encuentran un trabajo donde se pueden ralizar. Ya si están bien pagados y tienen un horario humano es la leche.

Besos de un pequeño privilegiado (laboralmetne hablando, no te vayas a creer;)

juan rafael dijo...

Todo es un pez que se muerde la cola, y yo creo que casi todos nos sentimos muchas veces que pasan los minutos desperdiciados.
Prefiero no pensar en ello.
Besos.

NoSurrender dijo...

Nada, nada. Dile a la cajera que recuerde las enseñanzas de la chica de Jersey; “down the shore everything’s all right”

El error, quizás, está en empeñarnos en pensar que todo el tiempo nos pertenece, que estamos vivos las 24 horas del día. Y no, no es así. Renacemos cada viernes por la noche para morir al alba del lunes, fusilados por los ejércitos de la rutina, atravesados por las balas de plata de la plusvalía devengada.

Celebremos el viernes y recemos con él: “I work five days a week girl / Loading crates down on the dock / I take my hard earned money / And meet my girl down on the block / And Monday when the foreman calls time / I've already got Friday on my mind”

BACCD dijo...

Complicado el tema del tiempo que uno siente robado. Creo que es robado el tiempo cuando lo empleas en algo que contraviene a la realización personal. Marca la diferencia, desde luego, el tipo de trabajo que se tiene, pero también la actitud que se tiene frente a él o lo que se siente cuando se ejerce.

Yo, por ejemplo, disfruto muchísimo de mi trabajo, pero me imagino que para otras personas puede ser agobiante por muchas razones.

Está claro que hay una idea central, y es si el trabajo te compensa lo suficiente como persona para dedicarle X horas. Desgraciadamente, muchos trabajos, como el de la cajera, raramente compensan, y el tiempo no disfrutado es tiempo aniquilado. Se necesita una compensación, para ella, el vestido rojo, algo que la consuele, que le diga que gracias al trabajo que tiene ha podido conseguir dinero y llevárselo en una bolsa. Sin duda, una suerte de engaño para ir sobreviviendo, aguantando. Es triste. Es realmente triste.

¡Un beso muy grande, Antígona!

c.e.t.i.n.a. dijo...

¿Quién no se ha sentido alguna vez encadenado a la seguridad económica un trabajo que odia y que convierte su vida en un rutinario paso de los días?

Nuestra existencia es demasiado corta como para perderla con personas o cosas que nos la amargan. Y los sucedáneos materiales son solo éso, sucedáneos.

Felicidades, tienes un don: la escritura. Quizás éste sea tu camino...

Salu2

Joan Torres dijo...

Me recuerda a mi Sole. No sé, quizá sólo sea una coincidencia.

Antígona dijo...

Huelladeperro, yo también te he buscado pero, ¡nunca te veo! ¿Por dónde te metes? :)

Nuestra sociedad es en cierto sentido la punta de lanza, pero el coste que pagamos por ello me parece demasiado alto. Por eso estoy de acuerdo contigo en que los Hotentotes son mucho más listos. Dieciséis horas a la semana suena a cifra bastante sensata, más si se trata de la propia supervivencia y no de trabajar para otro, o para un sistema que ha fijado de antemano qué es lo que vale en dinero cada hora de nuestra vida que le dedicamos. Otra cosa es si estaríamos dispuestos a vivir como los Hotentotes. Pero deberíamos mirar con más frecuencia hacia otros lados en vez de, como dices, regodearnos en nuestra condición de punta de lanza sin percatarnos de lo mucho que también perdemos en ello.

¡Un beso, Hotentote :)!

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Yo también creo, k, que conformarse es una forma de aceptar la muerte en vida que se nos impone. Y a eso hay que negarse. Visto desde la perspectiva individual, me parece obvio que cada cual aspire a las mejores condiciones, que cada uno luche por dejarse robar menos tiempo o por convertir ese tiempo de trabajo en una muerte menor haciendo algo que no le amargue profundamente. Pero el problema me parece que es más global. Ojalá que la protagonista del cuento logre un puesto mejor que el del supermercado. La cuestión es que otra persona lo ocupará. Más allá de la lucha individual, habría que apostar por una lucha colectiva que redujera la jornada laboral en cualquier trabajo que se desempeñe. Lo que digo puede parecer iluso e ingenuo, pero también lo parecerían en su momento las protestas de quienes trabajaban doce o más horas en la época de la revolución industrial.

En la vida siempre hay cosas duras. Pero algunas son esencialmente inevitables y otras sólo el resultado de un cierto estado de cosas. Y este último nunca es necesario. Seamos conscientes de esa contingencia.

¡Un beso!

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Bueno, Marc, creo que debemos entonces tratar a toda costa de que el tiempo de ocio sea nuestro, y no malgastarlo haciendo lo que está mandado, como es, por ejemplo, dejarse arrastrar por la fiebre consumista que se nos impone. Tratar de sacar energías de donde sea para vivir al menos en esas horas en que se nos deja vivir.

Me alegro por los afortunados, yo misma me siento también una privilegiada y no me quejo de mi situación. Pero sí me quejo o quiero quejarme de la de quienes están en peores condiciones y de cómo eso se asume generalmente con una naturalidad pasmosa.

¡Besos, pequeño privilegiado! (¿Seguro que sólo en el terreno laboral? ;))

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Juan Rafael, todos desperdiciamos un montón de minutos a lo largo del día. Pero la diferencia está entre los que yo desperdicio porque tengo la libertad para hacerlo, y los que no tengo más remedio que malgastar si quiero comer todos los días y tener un techo que me cobije.

Pero tampoco es cuestión de amargarse la vida, claro :)

¡Un beso!

Antígona dijo...

NoSurrender, estoy contigo en que las enseñanzas de la chica de Jersey son válidas para la cajera, para todos nosotros. No podemos permitir que la amargura por las horas trabajadas nos quite las ganas de disfrutar de aquellas que sí son nuestras.

No obstante, creo que las palabras del hermano Bruce, expresión de una actitud vital que me resulta muy sabia, son perfectamente compatibles con la protesta y con el malestar por un estado de cosas injusto. No pretendo que las 24 horas del día tengan que ser nuestras (¿aunque por qué no? :)), pero sí tal vez unas poquitas más de las que el sistema establece.

Supongo que el reto consiste en no conformarse sin por ello caer en la amargura, en no resignarse sin perder la ilusión por disfrutar de lo que nos queda. En ser conscientes de que las cosas podrían e incluso deberían ser de otra manera, en insistir en cierto malestar que al tiempo no nos impida ser razonablemente felices. Es un equilibrio difícil, lo sé, pero pienso que hay que apostar por él si no queremos caer en el mero conformismo, si queremos que algún día las cosas cambien, tanto en nuestra propia vida como en la del colectivo.

¡Un beso!

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Estoy de acuerdo contigo, Dusch, pues una vez se asume que no hay más remedio que trabajar para vivir -aunque aquí insistiría en lo del número de horas de trabajo que debe costarnos ese vivir- es importante disfrutar mínimente de lo que se hace para no sentir que todo ese tiempo laboral es tiempo tirado a la basura.

No en todos los trabajos sucede lo mismo, por supuesto. Hay trabajos que nos enriquecen, y entonces la percepción del robo disminuye, y otros que nos machacan y nos aniquilan. Tampoco todo el mundo sirve para lo mismo, y el trabajo que a ti te hace sentir realizada podría parecerle a otro un auténtico calvario. Para el que disfruta de lo que hace el tema de las horas empleadas puede no ser tan relevante. Pero me parece que en la mayoría de los trabajos no es eso lo que ocurre, por muchas razones y muy diversas. O tal vez tenga una visión en exceso pesimista, no sé.

Las compensaciones son por otra parte necesarias. Pero me temo que esta sociedad no invita o fomenta modos de compensación que realmente lo sean, sino más bien sustitutos tendentes a crear momentáneos espejismos de felicidad. Otro de los muchos engaños que nos aguardan en cada esquina.

¡Un beso enorme!

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C.e.t.i.n.a., supongo que excepto unos pocos privilegiados, los demás no sólo nos sentimos encadenados, sino que lo estamos. Muy pocos pueden sustraerse a la necesidad de trabajar, de someterse a una disciplina, a unos jefes, a unos horarios.

Y como dices, nuestra existencia es demasiado corta, emplear un tercio o más de ella en trabajar me parece un abuso. Sucedáneo es la palabra perfecta para ciertos bienes materiales con los que tratamos de olvidarnos de esas ataduras. Porque de bien poco valen en el fondo.

Gracias por tu felicitación. En cualquier caso, no tengo muy claro que de la escritura se pueda vivir. Y las facturas a fin de mes son demasiadas :)

¡Bienvenido a esta casa y un beso!

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Escéptico, necesariamente tiene que ser una coincidencia si miras la fecha en que fue publicado el post.
Pero me alegro de coincidir contigo :)

¡Un beso!

Tako dijo...

¿Qué diría Momo a todo esto? ¿O Beppo?

Hay, Antígona... nos roban tantas veces que a veces andamos sin corazón para que no nos lo roben.

Nos vemos... Besos

Antígona dijo...

Muy buena la referencia a Momo, Tako, me ha encantado recordar a los odiosos hombres grises gracias a ella.

Pero lo de andar sin corazón por el mundo...mmm, ¿dónde lo dejas mientras tanto? ¿Y si un día te olvidas de dónde lo has dejado? Sería una desgracia, ¿no? :P

Buenas vacaciones, Tako, y ¡un beso!