sábado, 7 de abril de 2012

Hunger


En nuestra existencia compartida convivimos de continuo con un enigma que tiende a verse sepultado por la trillada familiaridad de la compañía y el intercambio. Un enigma que sólo emerge de su cotidiana ocultación, convirtiéndose entonces en un insidioso interrogante condenado de antemano a la ausencia de respuesta, allí donde algo –pensemos en la enajenante experiencia del enamoramiento– nos inclina con fuerza inusitada hacia el otro: desconocemos y siempre desconoceremos cuál es la textura de su interioridad. Cómo el otro siente bajo su epidermis el sobrevenir de los acontecimientos de los que participamos. De qué manera la realidad que invariablemente habitamos en primera persona se revela a la perspectiva única e irreemplazable, exenta de toda posible suplantación, de su propia mirada. Qué quiere decir exactamente cuando nombra en el diálogo términos como amor, dolor, miedo o alegría.

Decía Wittgenstein que los niños únicamente aprenden el lenguaje de las emociones porque sus mayores, al advertir en ellos los gestos que las expresan, pronuncian en su presencia las palabras que sirven para designarlas. Al compás de la mueca y el llanto que suceden a la magulladura tras la caída, el niño escucha la palabra dolor. En la siguiente ocasión en que le acometa una sensación similar, podrá identificar la sensación con un nombre y proclamar de sí mismo: “me duele”. Pero el hecho de que los gestos, las apariencias de las emociones sean comunes, haciendo posible la comunicación y el lenguaje significante del sentimiento, no disuelve en absoluto el enigma: seguimos sin saber en cada caso qué se alberga tras los gestos, tras las apariencias, tras las palabras usadas por el otro. El fondo sobre el cual reposan y que pretenden traslucir constituye una suerte de coto cerrado, de habitáculo rigurosamente privado, por cuyas ventanas nos asomamos al mundo sin que ningún otro, por más que lo intente o desee, alcance jamás a acceder a él y penetrarlo.

El enigma de la interioridad del otro topa con su extremo allí donde éste ha atravesado experiencias no practicadas y quizá impracticables para el común de los mortales. En la experiencia trivial –la que se contiene en la generalidad de la vida humana– creemos comprender al otro a partir del referente de nuestras propias experiencias. Debemos asumirlo: no sabemos verdaderamente cómo siente una caricia, en qué consiste para él la sensación del tedio. Pero sabemos del cosquilleo reconfortante de las caricias en nuestra piel, del asfixiante vacío que se apodera de nosotros en el aburrimiento. Y aun siendo conscientes del enigma y del terreno intransitable al que remite, entendemos el decir del otro confiando en contar en nuestra propia experiencia con una experiencia aproximada a la suya. Ésa es la confianza que se desvanece cuando el otro ha protagonizado experiencias no sólo por completo ajenas a las nuestras, sino que han tensado las cuerdas de lo humano más allá de las fronteras de lo que nos es dado imaginar. Ahí, pensamos, su experiencia forma parte de lo inenarrable, puesto que ninguna palabra compartida logrará evocar en nosotros los recuerdos, las impresiones necesarias para su comprensión.

A mi juicio, la película Hunger (2008) de Steve McQueen no es más que un ejercicio de rebeldía en contra de la imposibilidad de la narración de la experiencia límite del otro. Un intento tenaz por aproximarnos, antes en imágenes que con palabras, antes por el modo en que sitúa la cámara en cada plano que con el recurso del diálogo, a esa experiencia en última instancia inefable que vivió un grupo de presos del IRA en la cárcel de Maze entre 1978 y 1981. Hasta el punto de que McQueen renuncia a ponernos al corriente del contexto histórico y político que explica la radicalidad de esa experiencia para centrarse exclusivamente en su retrato. Bien porque da por sentado su conocimiento por parte del espectador, bien porque –y ésta es la hipótesis que me parece más plausible– considera que, de no conocerlo, la visión de esta película no dejará de despertar en él los interrogantes que le conducirán a investigarlo.


La primera parte de la película se focaliza en la llamada “protesta sucia”. Ante la negativa del gobierno británico a concederles el estatuto de presos políticos, los presos del IRA rechazaron vestir los uniformes de presidiarios. Como medida de presión, los funcionarios de la prisión anunciaron que dejarían de recoger sus excrementos si no vestían el uniforme reglamentario. A partir de ese momento, los presos del IRA se negaron a lavarse y comenzaron a embadurnar con sus heces las paredes de sus celdas. La narración de McQueen comienza con la llegada a la cárcel de un nuevo preso del IRA. Siguiendo sus pasos, asistimos a su llegada, desnudo bajo una manta, a la celda donde habrá de pasar los próximos seis años. La cámara se detiene obsesivamente en el espectáculo inmundo de las paredes cubiertas de mierda. En los restos de comida en descomposición acumulados en un rincón. En la suciedad de su recién estrenado compañero de celda. Aun cuando, por fortuna, la pantalla omite toda comunicación de sensaciones olfativas, las imágenes llevan al borde de la arcada. Si no es suficiente condena hallarse privado de libertad, haber de sufrir esa privación en un espacio inhabitable como el que McQueen nos dibuja constituye sin duda una de las representaciones más atroces del infierno que somos capaces de idear. Un infierno hediondo hasta la náusea donde, junto al excremento, reina la violencia más brutal. La puramente gratuita o la utilizada como medio para lavar y cortar el pelo a los presos en contra de su voluntad. La encarna la imagen recurrente de los nudillos sangrantes bajo el agua de uno de los funcionarios cuyo trabajo consiste en ejercer esa violencia. Pero también el sufrimiento que intuimos en él, en las lágrimas de un joven policía que se esconde para eludir su tarea de golpear a los presos, si no es posible desplegar tal violencia sobre el otro sin resultar íntimamente dañado.


La segunda parte es el relato de otro infierno: la agonía hasta la muerte por inanición de Bobby Sands, iniciador de una huelga de hambre como nueva medida de protesta para el reconocimiento del especial estatuto de los presos del IRA y que acabaría con la vida de nueve de ellos. La cámara se recrea ahora sobre las llagas que jalonan el cuerpo de Sands a causa de su consunción física, sobre la debilidad que le impide mantenerse en pie, sobre su rostro cada vez más macilento y carente de vida. Presenciamos los gestos y ademanes casi amorosos del enfermero que cura sus llagas y mueve sus miembros con la exquisita delicadeza que exige la creciente fragilidad de su cuerpo. La cámara nos introduce en el borroso recorrido de la mirada perdida de Sands por el techo de la habitación. En el rumor confuso y distante que perciben sus oídos en las voces de quienes le hablan. En lo que adivinamos como su progresivo alejamiento del mundo. Finalmente, en los recuerdos de su infancia –su rostro de niño apoyado contra la ventana del autobús mientras otros niños cantan, el bosque que atraviesa corriendo, los pájaros que echan a volar en el horizonte– que pueblan su conciencia momentos antes de su muerte.


Se trata de los mismos recuerdos que ya nos han sido narrados por Bobby Sands en la larga conversación que mantiene con un sacerdote y que procura el tránsito entre la primera y la segunda parte de la película. Una conversación que observamos desde la distancia hasta el momento en que Sands, para hacerle entender la firmeza de su decisión de iniciar la huelga de hambre, se remite en un prolongado primer plano a esos sucesos de su infancia. Junto a sus compañeros de Belfast, participa en una competición de carrera a campo través en el sur de Irlanda. Antes de la competición exploran los alrededores y descubren un arroyo. En él, un potrillo moribundo con las patas traseras rotas. Los chavales discuten qué hacer con él. Sólo Bobby se resuelve a hundir la cabeza del potrillo en el agua y ahogarlo para poner fin a su sufrimiento. Por ello será duramente castigado por uno de los sacerdotes que organizan el evento, convencido de que los detestables chicos de Belfast se han divertido maltratando al potrillo. Pero Bobby sabe que hizo lo que debía hacer. Igual que sabe que debe actuar desde la prisión con el único recurso del que dispone, y sean cuales sean las consecuencias de sus actos.

Tanto en su primera como en su segunda parte, veo en Hunger un singular canto a la determinación del ser humano. Al modo en que esa determinación le permite atravesar los infiernos más espantosos en aras de lo que considera una causa justa. A la determinación que latió con una inusual potencia en aquel grupo de hombres capaces de vencer sus naturales sensaciones de repulsa y vivir rodeados de sus propios excrementos. Capaces de vencer su natural instinto de supervivencia y morir de inanición ante una bandeja de comida en lucha por su dignidad. Desde la premisa de que entender el horror de sus experiencias es entender el alcance de su determinación. Y por más que la verdad y el conocimiento de esas experiencias nos esté para siempre vedado, tengo la impresión de que la película de McQueen logra el objetivo que se propone: aproximarnos a ellas a través de los diferentes estados de ánimo que la visión del relato pausado que componen sus imágenes, en ocasiones excepcionalmente bellas, termina por suscitar en nosotros.

21 comentarios:

koolauleproso dijo...

La tengo en mi poblada videoteca. Al lado de la magnífica "Shame", del mismo director. Leer tu reseña, me pone en la obligación de verla.Ya te contaré...

TRoyaNa dijo...

Antigona,disculpa las faltas d acentuacion,escribo con el movil y no controlo acentos .
El tema que abordas m parece muy interesante: como percibimos y comprendemos al otro y viceversa.El cine a menudo consigue el prodigio d la empatia y en la vida real aun teniendo nuestra experiencia como referente, creo que el otro nunca deja de ser un enigma para nosotros.Movidos por nuestras impresiones,que lejos estamos de conocer a los demas,a lo que les mueve por dentro.Eso por no mencionar que no terminamos nunca de conocernos a
nosotros mismos,no al menos del todo,expuestos como estamos al cambio fluido,al movimiento.
La pelicula en este marco,en este intento de hacernos llegar lo que sienten los presos,parece sobrecogedora y la buscare,cuanto ni mas que el director es el mismo de la deslumbrante Shame.
Por oto lado, en relacion a la capacidad d determinacion,creo que es algo innato o casi en situaciones extremas como la que en la pelicula se muestran.En general,creo somos mas resolutivos de lo que imaginamos.
Un abrazo y un beso Anti!

NoSurrender dijo...

Vaya, doctora Antígona. Ha seleccionado usted el fotograma más hermoso de toda la película para abrir el post. Visto este plano se hace extraño imaginar que una gran parte del resto de planos no son tan limpios, precisamente. En este sentido, los que hemos visto la película agradecemos que la segunda foto haya quedado tan oscura :)

Tiene usted razón en traer aquí a Wittgenstein y su escarabajo. Porque es imposible comunicar emociones, asegurar que lo que ocurre dentro de uno puede ser transferible a un tercero en todas sus exactas dimensiones subjetivas de ese primero. Nos movemos con aproximaciones ligüísticas. Puede que incluso, como dice el psicólogo evolucionista Robert Kurzban, el lenguaje esté especialmente diseñado para confundirnos. Por cierto, esa imposibilidad de comunicar lo inenarrable del horror me ha recordado irremediablemente a otra escena de otra película de la que usted también ha hablado por aquí: Marlon Brando tratando de explicarle a Martin Sheen qué estaba siendo su vida en Apocalypse Now. Si me lo permite, doctora Antígona, muchísimo mejor película la de Coppola que Hunger.

Creo que una de las magias del cine (y de la literatura) es precisamente intentar ir más allá de esa mera trampa del lenguaje mediante las vidas vicarias, contextualizadas y expuestas que nos presenta. Puede que no lo consiga siempre, pero se agradece el intento, porque considero que ese intento es necesario para poder seguir vivos. Y en este mismo sentido se expresa Steve McQueen, desde luego, ya que, como usted bien explica, nos permite aproximarnos a los diferentes estados de ánimo a través de las explícitas imágenes que busca.

Pero déjeme decir algo con mero ánimo de debate. Desde mi punto de vista, la descontextualización de la huelga de hambre de Bobby Sands que McQueen hace en su película es perversa. Es perversa, por cierto, hasta la falsificación de algunos detalles para dar más preponderancia a la misofilia que quiere mostrar McQueen en su película, prostituyendo la verdadera motivación del personaje. Por ejemplo, el esteticismo coprófilo del autor nos impide conocer el hecho cierto de que Sands y el resto de presos irlandeses no decoraban con sus heces las paredes de sus celdas por gusto, sino por decisión personal del enviado de Margater Thatcher a la prisión de Maze como medida para “solucionar” la crisis. Nos lo ha tenido que contar usted en su interesantísimo post, doctora (mucho más interesante que la película en sí, no lo dude), y es esencial para entender la motivación del personaje de la que usted habla.

Creo que estaría bien, ya que estamos hablando de él, decir que Sands vivió y murió así por una causa y por una circunstancia: el Thatcherismo. Y pienso que si la historia de Sands se cuenta de esta prostituida manera y a la vez se hacen películas sobre la Dama de Hierro como la de Meryl Streep, nunca nos entenderemos a nosotros mismos y lo que nos está pasando o lo que nos están haciendo.

Hace pocos días Dimitris Christoulas se pegó un tiro en la plaza Sintagma de Atenas, frente al Parlamento. Quizás alguien haga algún día una película sobre cómo los sesos del señor Christoulas se expanden por el suelo y cómo su vida se apaga a medida que la bala avanza por su cabeza, y estoy convencido de que usted podrá escribir algo interesantísimo sobre el tema que superará también a la propia película. Pero yo preferiría leerla a usted pero ver otro tipo de película sobre este jubilado griego. Con su contexto, con su descripción del escarabajo en la caja. Igual que prefiero la película de Terry George sobre la agonía de Sands y lo que pasó en aquella cárcel: Some mother’s son.

Besos, doctora Antígona!

Dona invisible dijo...

Hola, Antígona,
me interesa también la reflexión sobre compartir sentimientos, sobre si realmente somos capaces de comprender en toda su dimensión el dolor o la alegría de los otros. Opino, como tú, que aquellas experiencias que no hemos vivido en primera persona es muy difícil extrapolarlas a lo más profundo de nuestro ser. Pero eso no quiere decir que no seamos capaces de ponernos en el lugar del otro/a. A esa capacidad se le llama empatía, algunas la tienen más desarrollada que otras, pero no entendería la solidaridad de otra manera: la habilidad de meterse en la piel de la otra persona y sentir lo que ella siente; aunque nunca pueda llegar a ser "exactamente" lo que esa persona siente, seguro que se aproxima mucho. Ya que conocemos el dolor en otras situaciones y podemos extrapolarlo en otros contextos, incluso sentirlo.
Sobre la película que nos comentas, y después de haber leído algunos comentarios aquí, sí que es cierto que no se centra lo suficiente (por lo que decís, que no la he visto) en el contexto, pero seguramente a propósito para aislar y analizar la determinación humana, por la que podemos llegar a dejar nuestras vidas por una causa. Siempre me ha fascinado la lucha de algunas personas por una causa, cómo podemos llegar al extremo de sacrificarnos por lo que creemos justo. Y por qué algunas personas son así y otras, no. Incluso habiendo tenido ejemplos de eso. No tengo respuesta a eso (seguramente el contexto, seguramente la educación...). En todo caso, gracias por tu reseña, como siempre un gusto leerte.
Un abrazo!

Antígona dijo...

Koolau, yo quise verla después de ver “Shame” al enterarme de que era su primera película. Al igual que sucede con “Shame”, en algunos momentos no es nada agradable de ver. Pero creo que hacer la experiencia vale la pena. No dejes de contarme.

Un beso!

Caray, Troyana, qué moderneces, eso de escribir con el móvil. O será que yo estoy muy desfasada en esto de las nuevas tecnologías, que me parece que sí :)

El tema es interesante y complejo, ya lo creo. Justamente porque ese referente que son nuestras experiencias es algo tan privado, en esencia tan intransferible, estamos tan encerrados en el marco de nuestras sensaciones y emociones, cada cual con las suyas, que no puede haber más que una especie de salto ilegítimo cuando damos por sentado que el otro siente aquello que nosotros hemos sentido, pese a que sólo ese salto permita, por otra parte, la empatía y la comprensión de las emociones ajenas. El otro al que tan bien creemos conocer, con quien tantas cosas hemos compartido, incluso aquel del que se dice trivialmente “lo conozco como si lo hubiera parido”, permanece siempre un misterio ante nosotros. Como también lo somos, en parte, para nosotros mismos, aunque tengamos el privilegio de asistir, desde el único lugar desde el que son accesibles, a nuestras propias emociones y sensaciones.

Como le decía a Koolau, la motivación para buscar y ver esta peli vino de “Shame”. Y creo que podrás reconocer en ella el sello de Steve McQueen, aunque las temáticas sean tan distantes. “Sobrecoger” es un verbo que me parece muy adecuado para describir lo que esta película causa en el espectador. Al menos yo la viví así, tanto en la primera como en la segunda parte. Y aunque no he dicho apenas nada del diálogo con el sacerdote, es también un momento clave de la película que valdría la pena analizar detenidamente.

Entiendo lo que dices de la determinación. Pero qué quieres que te diga, yo si llego a parar a una celda de ésas, me pongo a llorar a moco tendido y suplico que, por dios, me saquen de allí cuanto antes :)

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Intuyo por su comentario, doctor Lagarto, que esta película le ha gustado más bien poco o nada. ¿Me equivoco? :P Pero no se preocupe, no se lo voy a reprochar. También en este caso cada cual carga con su subjetividad y de ella y tal vez de sus aspectos más indiscernibles depende que unas mismas imágenes nos causen unas emociones y no otras.

El fotograma es hermoso, sí, y me parecía una buena imagen para empezar a hablar de ese otro en la distancia que siempre se nos escapa. Y aunque se hayan hecho agudas críticas al símil de ese escarabajo invisible que planteaba Wittgenstein para explicar el enigma de la interioridad de cada cual, creo que ninguna de ellas consigue deslegitimar la validez de sus argumentos. Argumentos que, por otra parte, refrendan nuestra propia experiencia tanto de nosotros mismos en lo inexpugnable de nuestra interioridad como de lo que marca nuestra relación con los otros cuando nos preguntamos qué estará sintiendo o cómo estará percibiendo la misma realidad en la que nosotros estamos involucrados. Me interesa eso que dice del psicólogo Robert Kurzban, aunque la psicología evolucionista en cuanto tal no me merezca mucho respeto. Pero buscaré más información sobre el tema. También me parece acertado que haya traído aquí a colación la película de Coppola, si bien yo diría que esa escena se centra más bien en la imposibilidad que experimenta Marlon Brandon de transmitir a Martin Sheen el horror que le ha llevado a querer dominar el horror, mientras que, como digo en el post, la película de Steve McQueen pretende arremeter contra esa imposibilidad.

Sin embargo, no puedo más que discrepar de sus valoraciones de la película. Por un lado, la descontextualización no me parece perversa, en la medida que, en primer lugar, e insisto de nuevo en la idea que ya planteaba en el post, creo que cualquiera que vea esta película no dejará de preocuparse después de verla por averiguar el porqué los presos se comportaban como se comportaban con sus heces. Es más, creo que no me cabe en la cabeza que quien la haya visto con un mínimo de seriedad no se formule esa pregunta. Y pienso que ése y no otro, es decir, la voluntad de invitar a la formulación de preguntas antes que dar toda la información precisa para su compresión, es el motivo por el cual, deliberadamente, Steve McQueen omite más información sobre ese contexto que fácilmente hubiera podido incluir en su relato. En segundo lugar, creo que el contexto de violencia que envuelve esa orgía excrementicia permite llegar al sobreentendido de que precisamente por gusto no lo hacían los presos. En tercer lugar, si lo recuerda, la voz de Margaret Thatcher aparece en un par de momentos de la película enunciando frases muy significativas con respecto a su postura política frente a los presos del IRA, así que la descontextualización no es total, ni muchísimo menos. Lo que sucede es que la contextualización es sutil, poco elaborada, si quiere, apenas una señal que quizá pueda pasarles a algunos espectadores poco atentos desapercibida. Pero no se puede acusar a McQueen de ocultar el contexto que da sentido a su relato porque de ninguna manera lo hace, ni tampoco lo enmascara o desfigura para engañar o despistar al espectador, que es lo que hubiera sido perverso. Y, por último, entiendo que la película que se refería a ese contexto ya estaba hecha: es la que usted mismo menciona de Terry George. Estupenda, por cierto. Y entiendo que Steve McQueen, dando por sentada la existencia de esa película, y quizá en claro reconocimiento de que la historia completa de los presos del IRA ya estaba contada y muy bien contada en ella, haya querido hacer algo diferente.

(sigo abajo)

Antígona dijo...

Creo que estos mismos argumentos valen como respuesta a lo que señala sobre por qué no se nos cuenta en la película de McQueen en qué consistió el Tatcherismo. Me parecería genial, de todo punto deseable en estos tiempos que corren, aplaudiría a rabiar que alguien hiciera una película sobre lo que fue el Tatcherismo que nada tuviera que ver con “La dama de hierro”. Pero, ¿por qué habría de hacerlo McQueen al modo en que usted pretende que lo haga? Que McQueen no haya hecho la película que usted querría ver no es problema de McQueen. Y no puede por tanto quitar o añadir ningún mérito al que pueda atribuirse a McQueen por la película que nos ha querido ofrecer.

Y ya para finalizar, no me parece adecuado que compare el relato de McQueen con el posible relato de la triste muerte de Dimitris Christoulas. Veo significativas diferencias entre un caso y otro. En primer lugar, son muchas las personas que se quitan la vida pegándose un tiro en la cabeza por motivaciones muy diferentes. De ahí que el único interés en el tiro de Dimitri no provenga del tiro mismo, sino de todo el proceso que conduce a ese acto violento y de resultados casi instantáneos sobre sí mismo. Además, si alguien quisiera relatar su determinación de suicidarse, el relato tampoco estaría en el tiro, sino en todas las reflexiones, emociones, sensaciones que le han conducido a tomar esa decisión de poner fin de su vida. Sin embargo, en el caso de los presos del IRA se trata de una experiencia única, al menos en la parte de la cárcel, y cuanto menos excepcional en la segunda parte, porque no sé si habrán sido tantas las personas que han muerto en huelgas de hambre, cuyas historias merecerían ser igualmente reseñadas. Pero lo que me parece más importante es que tanto en la primera experiencia como en la segunda se expresa un ejercicio de resistencia que sólo puede ser contado en su proceso y duración. Es decir, son muchos los días en los que los presos deben vivir en esas condiciones inhumanas y, por tanto, muchas las oportunidades y tentaciones de ceder a la presión del gobierno de Thatcher. Lo mismo que en el caso de una huelga de hambre que dura 66 días, donde sin duda deben estar presentes en muchos momentos la vacilación, la tentación de terminar con la tortura física y anímica ingiriendo el alimento que se ofrece. La determinación de los presos no puede plasmarse tanto en los acontecimientos que les condujeron a esas situaciones, como en su tenacidad a la hora de mantenerse firmes en su decisión y persistir en sus elecciones. Y ésa es, a mi entender, la experiencia que McQueen quiere contarnos, muy distinta de la acción puntual de un suicidio cuyo trasfondo sólo puede situarse en la trayectoria que conduce a él.

Me parece divertido que utilice términos como misofilia o esteticismo coprófilo a propósito de la película. Ironizando sobre ella o sencillamente aportando algo de sentido del humor, este post se podría haber titulado perfectamente “La mierda y la llaga” y no dejaría de haber descrito la película :) Pero de nuevo creo que sus valoraciones son injustas. Decía Zizek que un invariante antropológico es el hecho de que los humanos, en tanto que humanos, sentimos vergüenza ante nuestros propios excrementos y por eso queremos hacerlos desaparecer de nuestra vista cuanto antes. Quizá sea ese natural sentimiento de vergüenza el que le lleve a pensar que a McQueen le produce cierto placer estético regodearse con ese tipo de imágenes. Pero son las imágenes –además de otras sensaciones probablemente mucho más desagradables- que rodearon durante años a los presos del IRA. Y tampoco creo que les gustara en absoluto contemplarlas. Así que no creo que de la pretensión de McQueen de mostrar con cierto detalle el escenario en que transcurrieron tantos días y tantas noches se deduzca ninguna extraña filia. Es más, nadie debería escandalizarse o considerarlo de mal gusto. Porque el mal gusto no es el de quienes se rodean de mierda por no tener otra salida, sino el de quienes no les dejan esa otra salida.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Bueno, Dona, es que, como muy bien señalas, el problema presenta esas dos facetas. Porque es cierto, por un lado lo que nos caracteriza en nuestro comportamiento moral –y en la solidaridad como parte del mismo- es nuestra capacidad de ponernos en la piel del otro, de sentir por él, y de ahí el no desear para los demás lo que no desearíamos para nosotros mismos. Además de que, al margen del comportamiento moral, creo que la comunicación no sería posible sin un mínimo de empatía, de reconocimiento de las emociones del otro a partir de las nuestras, dado que la comunicación no se reduce a palabras. No obstante, nada de esto elimina el hecho de que tanto en ese comportamiento moral como en la empatía funcionamos sobre la base de una hipótesis que quizá podamos verificar de una manera aproximada pero nunca por completo certera ni fiable: la hipótesis de que el otro siente lo mismo que yo siento cuando se corta en un dedo o cuando se entristece por algo. En cuanto tal, la hipótesis es inverificable porque su verificación pasaría por habitar su propia conciencia, y eso nos resulta imposible.

Yo también opino como tú, después de haber visto la película, en lo relativo a esa omisión del contexto histórico que enmarca las experiencias de la película: que Steve McQueen podría haber hecho otra película, pero la que ha hecho es ésta, y ésta quiere centrarse ante todo en las vivencias de sus protagonistas y en el carácter límite de esas vivencias. Supongo que hay que verse en una situación como la que vivieron esos personajes para saber qué estaría uno dispuesto a hacer en aras de una causa justa. Desde fuera, resulta difícil entender que alguien tenga tal grado de heroísmo. Pero estoy segura de que ninguna de esas personas sabía de antemano de qué serían capaces antes de hacerlo.

Un gran beso!

Marga dijo...

Estoy contigo, ninguno somos capaces de saber cómo o de qué manera nos comportaríamos ante una presión de ese calibre. Enfrentándonos a ella o lloriqueando por los rincones. Imposible saberlo. Por eso este tipo de cine me interesa, por ser capaz de mostrarme la existencia de una situación que ni por asomo en mi vida. Si ya se nos hace imposible valorar en otros la intensidad de situaciones comunes y la vivencia personal de cada una de ellas, que no podemos plantear en situaciones que sólo atraviesan unos pocos. Y sólo por el hecho de hacernos ver la pregunta y la identificación, ya me parece justificar la realización de películas así.

Hasta dónde podría doblegarme en aras de mi dignidad? Y hasta dónde pueden llegar otros para doblegar esa dignidad? La primera pregunta tiene difícil respuesta, sólo podré saberlo en situación y por el bien de mi salud mental espero no tener que responderme nunca. La segunda es más sencilla, la hemos visto en multitud de historias (o sería deseable que sintiéramos curiosidad por haberlas conocido). Y la primera lección que aprendimos es que el camino para conseguirlo en la de acabar con nuestra condición de humanidad (El Tercer Reich nos enseñó más de lo que nos hubiéramos atrevido a preguntar al respecto) y sin ser necesario llegar al dolor físico como sucedió con las torturas en las dictaduras del Cono Sur, se puede conseguir con métodos mucho más democráticos: los que muestra la película, la inmundicia propia rodeándonos para hacernos sentir miserables y animales. La diferencia puede estar en el grado pero el resultado será el mismo…

Otra cosas no será pero imaginativos en el tema se ve que somos.

La respuesta que me asusta es la capacidad de resistencia ante todo esto. En general creo intuir que tiene más que ver con la fortaleza de las ideas que con la física. Y de ser así… justifica una idea semejante sufrimiento? Aún más allá… qué tipo de idea puede conseguir en mí una respuesta de tal magnitud ante el dolor? Una idea tan consistente no tendrá en sí el germen del fanatismo y de la fe? Términos de los que abomino? Y de no ser capaz de tener ideas así… dónde pondré mi dignidad e idealismo? Me temo que pertenezco a una época que no sé si por racionalidad o por comodidad andamos castrados ante interrogantes así. Me temo. Y de verdad que no sé si pensar bien sobre este hecho…

Y después de todo este rollo, contarte que no he visto la película. Que como tú, la conseguí tras ver Shame porque me llamó mucho la atención el director, pero que ando esperando a ver si tengo un día que me permita ver una peli tan fuerte. Y que sin duda la veré y mucho más tras tu texto. Genial, como siempre, corasao.

Besotes con salfuman!

U-topia dijo...

Muy, muy interesante la reflexión previa que haces para comentar la película.

Estoy de acuerdo con ese enigma que es la interioridad del otro puesto que considero que nuestra interioridad es incluso un medio enigma para nosotros mismos. Siempre he pensado en las personas como una especie de cebolla con muchas capas cada vez más inaccesibles a los demás conforme vamos avanzando hacia el núcleo. Pero ese núcleo encierra nuestros sentimientos, sensaciones e ideas más íntimas y, a veces, los tememos tanto por lo que nos revelan de nosotros mismos, que los olvidamos o enterramos ahí y procuramos no indagar demasiado, o nada, en ellos. Si esa interioridad está tan oculta para nosotros mismos, mucho más para los otros. Conforme nos hacemos adultos vamos enseñando sólo lo que nos conviene y vamos cerrando el acceso a las capas interiores.

También estoy de acuerdo con que la mejor manera de entender el decir del otro es tener una experiencia parecida a la suya. Esto nos lleva a reflexionar sobre las dificultades para entender a las personas con experiencias totalmente diferentes a las nuestras y la desconfianza que puede provocar esa sensación de inaccesibilidad del “otro”. Mucho más, y es el caso de la película, cuando esas experiencias son extremas.

No he visto la película y, por tanto, no puedo entrar en opinar sobre tu comentario. De todas formas siempre me ha provocado una mezcla de admiración y repulsión esa suma de determinación y lucha hasta el final por lo que consideramos dignidad, una palabra, ésta última, de gran valor para mi. Sin embargo la línea que marca el inicio del fanatismo, en esas luchas a muerte, es muy sutil.

Al director de Hunger lo admiro profundamente por Shame, una película que me impactó. Y hasta aquí puedo llegar sin conocer la película.
Un abrazo!!

c.e.t.i.n.a. dijo...

La lucha por la dignidad, hoy en día, y más por estos lares, parece algo reservado a ciudadanos del Tercer Mundo o a protagonistas de un guión cinematográfico.

Dignidad es un concepto que el hombre moderno ha dejado de contemplar hace ya demasiados años. Miro a mi alrededor y cada día veo cientos de comportamientos indignos. Indignos por lo que dejan traslucir de la persona que los perpetra: miedo, sumisión, violencia verbal o física gratuita, competencia inútil, el grito como argumento, la imagen por encima del contenido...

Me temo que una película como ésta nos remite a valores que, en el mundo occidental, desaparecieron en los 80's con tanto posmodernismo y tanta polla. Ahora prima el todo vale; el triunfo a cualquier precio.

La televisión nos lo lleva inculcando desde hace décadas y los ciudadanos consumidores-televidentes ha acabado por asumirlo como ideario moderno. Si hay que mentir se miente, si hay que defender lo indefendible se defiende, si hay que disfrazarse de adefesio se hace. Todo sea por el espectáculo dicen, cuando en realidad es únicamente por la pasta.

El hombre actual es indigno. Es un consumidor de novedades, de slóganes, de subproductos culturales y de vídeos de menos de 2 minutos en calidad yutuf. Se creen muy modernos pero en realidad, est involucionando hacia el simple primate tecnificado.

Pero bueno, si no puedes con ellos, hazte uno de ellos. Uilicemos sus mismas armas. Aprovechemos que alguien ha colgado en yutuf Idiocracia http://www.youtube.com/watch?v=dQJgyYWNQ3E&feature=related

La peli es flojita, pero la primera media hora es el análisis más mordaz que he visto jamás de hacia donde se dirige nuestra sociedad. Y no te pierdas la escena (min. 50') de como se convence a la población idiotizada de qué deben consumir y porqué. Simplemente descacharrante.

Un beso medio digno

El peletero dijo...

En “El mundo de los Guermantes” Marcel Proust afirma que nadie nunca está inmóvil y claro “ante nosotros, con sus cualidades, sus defectos, sus proyectos y sus intenciones, sino que es una sombra en la que jamás podemos penetrar, sobre la cual nos hacemos un cierto número de opiniones basándonos sobre palabras o tal vez sobre acciones que, unas y otras, nos dan sólo nociones insuficientes y además contradictorias...”

Las personas habitamos una habitación oscura, tropezando con los muebles y con desconocidos que van y vienen. Un blog es también una metáfora de ello.

Por eso me gustan los retratos, es una buena manera de verse a sí mismo en los demás y viceversa, como si uno fuera otro. Algo que seguramente no hacen nunca los buenos padres de familia que en horas de oficina torturan a sus presos, o aquellos que por patriotismo ponen bombas o disparan en la nuca.

Lagarto tiene razón en algo, que las palabras a veces no sirven para comunicar, algunos creen que las pistolas son más comunicativas. La misma palabra “dignidad” es también tramposa y cínica en alguien que piensa que un vestido de presidiario se la quita.

Pero las palabras es lo único que tenemos, además de la mierda que sacamos por el culo y por el cerebro. Demos gracias por no tener un cáncer en ninguno de los dos.

Saludos.

Hernán dijo...

Muy bueno el artículo (y me gustó mucho esta película).

No conocía el blog, agendado.

Saludos.

Antígona dijo...

Niña Marga, la película no creo que sea apta para todos los públicos. Y no por lo escabrosas de algunas imágenes, sino porque todas las preguntas que a propósito de ella se dejan plantear –algunas de ellas muy inquietantes, tú misma las has explicitado a lo largo del comentario- tienen que emerger de una conexión a mi juicio emocional y no intelectual con la película que muy probablemente no se dé en todas las subjetividades. En este sentido me parece una película arriesgada, dado que si esa conexión, por lo que sea, no se produce, la película puede contemplarse como una suerte de relato casi pornográfico de la inmundicia y de la muerte. En cualquier caso, creo que hay que hacer la experiencia de verla porque, como a ti, me parece importante que desde el cine se haga el intento de aproximarnos a esa experiencia del otro que a la vez siempre nos recuerda la distancia que siempre existe entre nuestro ombligo y el de los demás. Algo que tendemos a olvidar con frecuencia y que da lugar a no pocos conflictos y malentendidos.

Lo que has comentado sobre hasta dónde pueden llegar los otros para doblegar nuestra dignidad me ha recordado al famoso experimento de la cárcel de Stanford. Los chavales que hacían de carceleros, y a quienes se había dado la única orden de no ejercer la violencia física sobre los otros chavales que hacían de prisioneros para dominarlos, se las ingeniaron en pocos días para inventar toda suerte de técnicas de tortura psicológica y de humillación para minar su dignidad y su capacidad de resistencia. Hasta el punto de que el experimento, proyectado para 15 días, tuvo que ser suspendido a los 6 tanto por el grado de sadismo al que estaban llegando los carceleros como por la propia salud mental de los ficticios prisioneros. Todos ellos no eran más que estudiantes universitarios de los primeros cursos seleccionados al azar. Sí, es increíble lo bien que llegan a funcionar nuestras cabecitas cuando el objetivo es someter y doblegar al otro. Hay demasiadas evidencias al respecto que no dicen nada bueno del potencial uso perverso de nuestra racionalidad.

Personalmente, me inquieta lo que planteas sobre el fanatismo y la fe porque muchas veces, en broma, he dicho de mí misma que, de haber nacido en el mundo islámico, probablemente habría formado parte de las filas de los talibanes :) Obviamente es una exageración, pero está claro que cuando uno trata de defender ideas con discursos o con acciones se le plantea la pregunta sobre cuáles son los límites con los que se enfrenta esa defensa. Entiendo que las ideas, o la propia dignidad, no se pueden defender sin fuertes dosis de convicción y capacidad de lucha. Pero, ¿hasta dónde es sensata esa lucha? ¿Debe llevarse a cabo a cualquier precio? Agustín García Calvo decía que lo peor es llegar a morir por las propias ideas. Pero tampoco cabe olvidar que sin la radicalidad, por ejemplo, de la lucha obrera –en no pocos casos hasta la muerte-, no gozaríamos hoy en día de todos esos derechos laborales que ahora vamos perdiendo poco a poco sin apenas oponer resistencia. Quizá sea, como bien dices, que nuestras épocas son distintas. O, nuevamente, que no podemos ni imaginar de lejos toda la rabia acumulada durante décadas por los irlandeses por causa de las tropelías cometidas contra ellos por los británicos, o por los trabajadores explotados y famélicos. Esa rabia y ese dolor inmensos que justificarían –sin merecer la apelación al fanatismo- la lucha radical que emprendieron por sus derechos y por su dignidad.

Ya me dirás cuando la veas. Y a ser posible delante de unas cañas, ¡que ya toca! :)

Besos con esponja y jabón!

Antígona dijo...

Cierto, Laura, no sólo la interioridad del otro es un enigma sino también la nuestra. Demasiadas cosas se nos escapan de nosotros mismos, de nuestras emociones más íntimas, del por qué actuamos como actuamos o nos sentimos como nos sentimos en determinadas ocasiones. No somos en absoluto transparentes para nosotros mismos, por mucha voluntad de verdad con la que pretendamos mirarnos y examinarnos. Pero precisamente a causa de esos temores que mencionas, y con ellos, de los múltiples velos con que suelen estar cubiertos nuestros ojos a la hora de indagar sobre nosotros mismos, a veces se produce la paradójica situación de que son antes los otros –aun cuando nuestra interioridad les esté tan oculta como a nosotros la suya- los que son capaces de interpretarnos y de entrever qué se cuece en nuestras entretelas. Y por ello son capaces, a veces, de lanzarnos en pleno rostro ciertas verdades sobre nuestras personas que a nosotros se nos ocultan.

Otra cuestión que siempre me inquieta, más allá de la inevitable dificultad que entraña comprender al otro cuyas vivencias en nada se parecen a las nuestras, es el por qué a menudo nos resulta tan costoso –por no decir incluso imposible- entender al otro que tiene unas vivencias en principio similares a las nuestras. Me sucede, por ejemplo, con las personas que tienen ideas políticas opuestas a las mías. Viven en la misma realidad que yo pero, sin embargo, su percepción de la misma es por completo ajena a la mía, puesto que, a mi manera de ver, detrás de esas ideas se esconde, en efecto, una percepción de la realidad que en su racionalización y en su parte afectiva nada tiene que ver con mi propia percepción. Una misma realidad para todos pero, en realidad, tantas realidades como sujetos existen. Qué extraño, ¿verdad?

Como ya le decía a Marga, también a mí me preocupa la cuestión del posible fanatismo que pueda esconderse tras esas luchas a muerte. Pero, al igual que le comentaba a ella, debemos recordar que sólo esas luchas a muerte han permitido la consecución de derechos que hoy todos valoramos. Y que quizá las vivencias que nos permitirían comprender el por qué alguien está dispuesto a dejarse matar o morir por su dignidad nos resultan demasiado lejanas en nuestra propia coyuntura histórica y geográfica.

Un beso!

Antígona dijo...

Yo trato de confiar, Cetina, en que no todo el mundo estaría dispuesto a vender su dignidad a precio tan barato. Aunque, como dices, vivimos en una cultura que no nos empuja precisamente al respeto y la lucha por nuestra propia dignidad, sino a una suerte de narcisismo idiota que no conoce ni tan siquiera el criterio que permite diferenciar las acciones o actitudes indignas de las dignas.

Por mi parte, al margen o junto al de desconocimiento de lo que significa la propia dignidad, lo que observo es excesivo conformismo, excesivo ombliguismo, excesivo miedo y excesiva resignación comodona que elude la confrontación y la protesta. Mientras a mí no me afecte directamente, a mí plín, dicen muchos. Mejor no meterse en problemas, que tampoco estamos tan mal, exclaman otros. Bueno, a la postre, es que la situación es tan mala que no se puede hacer ninguna otra cosa, y no hay más remedio que renunciar a ciertos derechos, piensan otros. Son muchos los pretextos que puede uno recitarse a sí mismo cada noche, bien para no percibir la merma de la propia dignidad, bien para percibirla pero considerarla inevitable.

Pero no puedo dejar de darte la razón: todas estas actitudes responden perfectamente al modelo de ser humano consumista que nuestra sociedad ha ido moldeando, que puede sentirse perfectamente feliz cambiando de modelo de móvil, comprando un pingo en las rebajas o viendo un youtube mientras desahucian a la vecina porque ya no puede pagar la hipoteca abusiva de su mísera vivienda.

Aún no he tenido tiempo de ver el documental, pero te aseguro que no me lo perderé.

Un beso a vueltas con la dignidad

Antígona dijo...

Estimado Peletero, me complace enormemente que traiga aquí a Marcel Proust, por quien siempre he tenido especial devoción y a quien desearía volver a leer de cabo a rabo si tuviera algo más de tiempo y algo más de tranquilidad interna. Cosas que espero lleguen algún día, pero mientras tanto, es un placer volver a leerle a través de las citas que me trae.

El otro es esa sombra en la que nunca podemos penetrar, en efecto. No obstante, y en el grado en que podemos llegar a acceder a él –siempre inferior al que desearíamos, aun cuando quizá no faltarían ocasiones en que lamentaríamos llegar a observar ese fondo impenetrable que se nos sustrae-, yo confío más en las acciones que en las palabras, porque creo que hablan más sobre nosotros mismos –y, sobre todo, en aquello de nosotros mismos que también nos resulta impenetrable- que las palabras que pronunciamos no sólo para otros, sino también para nuestros propios oídos.

Comparto su gusto por los retratos, pero no me gustaría en absoluto tener uno mío. Y no sé muy bien por qué. Quizá no me resultaría agradable contemplar la distancia que con seguridad detectaría entre la imagen que tengo de mí misma y la que cualquier otro arrojaría de mí. Quizá en ese caso no desearía ver objetivada la imagen que otro se ha forjado de mí en su interior porque eso me mostraría tanto la parcialidad y falsedad de mi propia mirada como la parcialidad y falsedad de la suya en algo que me afecta demasiado, y que no soy sino yo misma. Pero no me haga mucho caso, es posible que en otro momento que no fuera éste le dijera precisamente lo contrario.

Creo que del post en ningún caso se deriva que esté haciendo ninguna alabanza del terrorismo ni me esté situando a favor de la lucha de los presos del IRA. Resaltar su determinación y lo que ellos entendieron que era su dignidad como presos y como personas no significa compartir con ellos su concepto de dignidad. No es que piense que haya usted incurrido en ese error con su comentario, claro que no. Pero sus palabras me obligan de algún modo a puntualizarlo. Discutir sobre si su causa o sus acciones fueron legítimas o no nos llevarían demasiado lejos y no me siento preparada para ese debate. Pero sí desearía resaltar que la negativa a vestir los uniformes de presidiario fue una respuesta a la negación por parte del gobierno británico a reconocer que luchaban contra su dominación y no ponían bombas por vandalismo o placer sádico.

Quiero pensar que, por fortuna, tenemos más que palabras para comunicarnos y relacionarnos con el otro. Además de mierda que, además de comunicar poco, huele mal y nos resulta desagradable a la vista.

Un beso!

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Gracias por tus palabras, Hernán, y me alegro de que te gustara la película.

Bienvenido a esta casa, que a partir de ahora es también la tuya.

Un saludo.

El peletero dijo...

Yo no he usado, en ningún momento, querida Antígona, la palabra terrorismo, ella, como la misma dignidad (la palabra), está demasiado gastada, no sirve para nada, mejor no la usemos.

Tenga presente que una cosa es morir por las propias ideas y otra muy diferente matar por ellas, la línea que separa la una de la otra es muy tenue y siempre habrá quien arguya que actúa en legítima defensa como ese muchacho sueco al que ahora están juzgando.

Cuando recordaba esas acciones de los presos del IRA que llevaron a cabo para protestar porque el gobierno británico no los elevaba a la más refinada categoría de presos políticos me acordé también de las prácticas de body art que tan buen predicamento y acogida han tenido en nuestras élites intelectuales, también muy refinadas aunque se embadurnen de la misma manera con mierda propia o ajena. A propósito de ello hoy me viene que ni pintado, valga la expresión, el artículo de Antoni Puigverd de la Vanguardia.

http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20120416/54284514577/antoni-puigverd-cuando-la-sal-de-la-herida-es-azucar.html

Saludos.

Jota Martínez Galiana dijo...

Tu reseña de la película me parece sublime. Creo que captas a la perfección todos los intríngulis de una cinta poética, dura, bellísima en su crudeza. Yo la pasé por primera vez en el festival de Donosti, con presencia del productor y de Michael Fassbender, en una sala llena de jóvenes porque creo recordar que era un pase matinal al que acuden muchos estudiantes y el debate posterior, por el tema del terrorismo, fue de órdago.
Ya había habido aplausos en la sala cuando al torturador le vuelan los sesos en presencia de su madre, comprensibles por la repugnancia que inspira el personaje, pero más significativos en el contexto y lugar concretos de aquella proyección.
Tanto con Huner como con Shame, Steve McQueen demuestra ser un director que empieza pisando fuerte y podría ser uno de los grandes, aunque sus pelis, y precisamente también por eso, sean demasiado "bestias" para el cada vez más domesticado y pusilánime gran público.

Antígona dijo...

Ya lo sé, estimado Peletero, que no ha usado usted la palabra terrorismo, pero ante su comentario me vi yo impelida a utilizarla, y aunque tal vez no hubiera hecho falta ninguna y no le entendí correctamente, tampoco creo que las puntualizaciones o aclaraciones estén nunca de más.

A mí sí me parece que hay una clara línea divisoria entre el hecho de matar por las propias ideas y morir por ella. Quizá en muchos casos ambas circunstancias coincidan, pero desde el momento en que ha habido seres humanos que se han dejado matar por su convicciones sin haber alzado jamás la mano sobre el otro (quizá esas mismas convicciones se lo impedían por completo) no es de justicia no reconocer que ambas cosas ni son lo mismo ni tienen siquiera por qué estar próximas.

He leído con interés el artículo de Antoni Puigverd, que me ha parecido excelente y me ha hecho descubrir, no sin sorpresa, de la participación de mi admirado Antony en el espectáculo que critica. No obstante, creo que debería aclararle –aunque quizá ya lo sepa- que los presos empezaron a arrojar sus heces por las ventanas hasta que los guardianes se lo impidieron sellándolas. La protesta consistente en embadurnar con ellas las paredes no fue, pues, sino una acción inevitable a falta de otras alternativas que no fuera dar su brazo a torcer. Y en cuanto al artículo, no sé si seré yo demasiado poco postmoderna, pero tengo la impresión de que hay demasiada gente empeñada en llamar arte a lo que no puede serlo en absoluto en esa especie de carrera imparable en pos de la transgresión y de la siguiente vuelta de tuerca.

Más besos!

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Jota, el post no es más que el resultado del impacto que me causó la película, que, por alguna extraña razón, conectó de lleno conmigo y me tuvo desde el primer momento en una especie de vapuleo emocional que hacía mucho no experimentaba ante una película.

Qué suerte haber podido pasar la película en presencia de Fassbender y del productor, aunque ojalá Steve McQueen hubiera estado igualmente presente. Y lo digo porque no sé en qué línea iría el debate que, según cuentas, tuvo lugar a continuación, pero me cuesta ver en las intenciones de McQueen una apología del terrorismo la mire por donde la mire. Porque McQueen presenta al torturador como un hombre que sufre, y de ahí que su muerte no lograra causarme más que una desagradable sensación de impotencia ante la perversidad de la situación que todos, presos y guardianes, viven por las decisiones políticas de las altas esferas.

Estoy de acuerdo con la valoración que haces de McQueen y espero ansiosa su próxima película. Demasiado cine de los últimos tiempos no me genera más que indiferencia o distancia, incluso en el caso de los que han sido grandes por películas que hicieron años atrás.

Un beso!

El peletero dijo...

Tiene usted toda la razón, querida Antígona, mi referencia a una línea tenue pretendía ser solamente irónica, no descriptiva, dada la facilidad con la que algunos encuentran excusas para traspasarla. Me expresé mal.

Saludos.