viernes, 12 de junio de 2009

Enfermar


- ¿Y qué puede hacer usted, el médico, cuando en medio de la noche entra en una vivienda desconocida donde en forma de cálculo biliar grita la mentira de toda una vida? ¿O un talento amargado por la monotonía y el hastío de la existencia?...
Asintió con gesto recatado.

- Le palpo el abdomen. Le receto medicamentos.


El saber y la práctica de la medicina occidental se sustentan sobre una precisa representación del cuerpo: aquélla según la cual éste constituye una complicada maquinaria cuyos engranajes pueden fallar con independencia de la mente que la guía. Pero tal representación no es universal ni mucho menos comprensible de suyo. Por el contrario, su nacimiento puede datarse en una fecha concreta y relativamente reciente: la del inicio de la Modernidad, marcado por el surgimiento de la Nueva Ciencia y su representación mecanicista del universo, por la física galileana y la filosofía de Descartes. Si como éste escribiera, "el universo es una gran máquina en la que no hay otra cosa para considerar que las figuras y movimientos de sus partes", también la sustancia material que es el cuerpo, irreductible y radicalmente heterogénea con respecto al pensamiento, será concebida como una "máquina de carne y hueso", separada a la vez que gobernada por el alma o parte espiritual del ser humano.

Contra esta imagen del cuerpo-máquina que fundamenta el saber biomédico contemporáneo arremete Sándor Márai en una de las estupendas novelas de este escritor que he leído en los últimos tiempos: "La hermana". Hablando por boca de los médicos poco convencionales que recorren sus páginas, Márai defiende en ella que el dolor corporal, el fallo orgánico, el desorden de los órganos, no son sino la expresión de una mentira: la mentira de una vida que, sostenida en el tiempo, acaba traduciéndose en enfermedad. No hay, por tanto, para Marai, cuerpo que falle con independencia del alma. Antes bien, es el alma que se duele, el alma cansada del dolor de esa mentira, la que hace fallar al cuerpo.


En la tercera Navidad desde el comienzo de la Segunda Guerra mundial, el mal tiempo retiene en un hotel de montaña al narrador de esta historia. La velada del día antes de Nochebuena tiene noticia de que entre sus huéspedes se encuentra Z., un célebre pianista y compositor que lleva ya años desaparecido de las salas nacionales e internacionales de conciertos. La tragedia que tiene lugar en el hotel durante esa noche -una pareja allí alojada se suicida por amor- propicia una conversación entre ambos después de la cena de Nochebuena en la que Z. le revela los verdaderos motivos de su retirada: como consecuencia de una larga enfermedad, los dedos anular y meñique de su mano derecha han quedado definitivamente paralizados. Sin embargo, Z. no parece herido ni resentido por su desgracia. Antes bien, el narrador detecta en él una extraña calma, una serenidad y lucidez que no dejan de sorprenderle. Finalmente el tiempo mejora y abandona el hotel sin conseguir despedirse de Z. Pero al cabo de unos meses se entera por los periódicos del fallecimiento del músico, y poco después recibe un grueso sobre que contiene un manuscrito que éste le ha legado.

En él Z. narra tanto la experiencia de su enfermedad como el proceso por el que, a través de las conversaciones mantenidas con los médicos que le atienden en el hospital florentino en el que ha sido ingresado tras un concierto, llega a descubrir la mentira que late tras ella. Una mentira que anida tanto en su propia condición de músico como en el falso amor que siente por una mujer casada. Según le revela el médico más veterano, la enfermedad no proviene más que de la pérdida del Eros causada por la mentira, de la pérdida de la fuerza que nos impulsa a establecer un vínculo real y esencial con la vida, venciendo así la flojera latente, la tendencia hacia la nada, hacia el vacío, que siempre subyace al fondo de esa misma vida y del universo entero. Cuando Eros no se manifiesta, la gente se vuelve sorda, inerte. O enferma. Porque "la vida es veneno si no creemos en ella, si ya no es más que un instrumento para colmar la vanidad, la ambición y la envidia", dice el médico. Z. ha recibido ya todos los tratamientos que la medicina puede proporcionarle y, sin embargo, no mejora. Más allá de tales tratamientos, el principio de su curación sólo reside en él mismo. "Busque la vida", es lo último que puede recetarle el médico para que su enfermedad no acabe con él.

Pero la mentira de Z. no es una Gran Mentira. Es más bien una de tantas mentiras comunes por las que, creyendo vivir, terminamos sin saberlo perdiendo toda pasión e interés por la vida. Por ello, a través de la historia de su enfermedad, Márai quiere advertirnos de que la pérdida del Eros, el agotamiento de la fuerza vital que nos empuja a comprometernos decididamente con la vida, constituye una amenaza que de continuo pende sobre nuestras cabezas. Vivir significa luchar constantemente por mantenerse con vida. Por dotar de sentido a nuestra vida. La enfermedad no es otra cosa que el síntoma del cansancio que acarrea esa lucha. El resultado de aquellos estados de debilidad en los que nos dejamos arrastrar por la flojera y el vacío que anidan en las profundidades de la vida. Como proclama el médico más joven que lo cuida, hay "sanos que prefieren enfermar porque no soportan la responsabilidad de la salud y de la vida... Vivir exige mucha responsabilidad. Muchos no lo soportan. ¡Cuántos intereses! El tedio, la vanidad, la ambición, los sentidos; y detrás de todo, la muerte... ¿Quién puede soportarlo sano siempre, durante toda una vida? Pocos, muy pocos". Probablemente nadie, me atrevería yo a corregirle.

Contemplada bajo este prisma, la enfermedad nunca dejará de acompañar a la vida en su lucha contra el vacío. Pero, en su novela, Sándor Márai también nos ofrece una respuesta a la pregunta acerca de aquello que nos permitirá no sucumbir en esa lucha y abandonarnos a la derrota de la enfermedad y la muerte: la ayuda de otros seres humanos. "Sólo hay que buscar a la persona adecuada cuando estamos solos y no queremos vivir". Estoy segura de que ésta no es la única respuesta. Pero no por ello deja de parecerme igualmente válida.

25 comentarios:

troyana dijo...

Antígona,creo que mente y cuerpo están más unidos de lo que la medicina tradicional suele admitir.
Me parece muy esclarecedora la idea de que la vida es una lucha contínua e implica una gran responsabilidad,rodead@s por todos esos intereses:la envidia,la codicia,la vanidad,la ambición,los sentidos...yo añadiría muchos más, y después de todo,la muerte( "tanto padecer pa morirse uno"como dijo el poeta)como resultado:es complicado imaginar un cuerpo sano que resista de continuo tantas embestidas.
Hay autores que llegan a asociar determinadas dolencias a determinadas carencias del alma,por así decirlo.Pero claro,hoy día,dado nuestro sistema sanitario y la medicalización creciente de nuestra sociedad,el paciente con suerte puede recibir recetas y es inimaginable que se aborden sus problemas en consulta o sencillamente ser escuchado porque no hay tiempo,es larga la espera y más extensa la hoja rebosante de citas previas...mejor cóge tu receta y véte a la farmacia.La deshumanización va en aumento proporcional al uso-abuso de la (auto)medicación.
El sistema público sanitario no da para más.La saturación y la falta de medios,juegan en su contra.Menos mal que al margen del sistema,la gente se busca y se encuentra,y ese alivio forma parte del proceso de curación,ya que las endorfinas,está demostrado,están asociadas al bienestar y favorecen la cura en la enfermedad.
1 abrazo!

Antón Abad dijo...

¡Qué maravilla de entrada querida Antígona!; no sabe lo gratificante que resulta el que haya dado nuevamente conmigo, y en el momento oportuno. Creo que empezaré a creer que las casualidades, son la única aproximación a la piedad del destino.
La frase; "la vida es veneno si no creemos en ella, ..." me ha llegado al alma, y como ha podido ver cómo se había levantado mi alma hoy, entiendo estar exento de más explicaciones.
Una coincidencia extra, y verdaderamente sorprendente, es el cuadro que ilustra su entrada; fotografié ese cuadro para un libro hace años, y de él me quedé prendado. Lamentablemente no recuerdo el nombre del autor, que seguramente permanece en el sobre en que guardé una copia; pero recuerdo perfectamente el nombre del cuadro: "Y tenía corazón". No es tan sólo el dramatismo de la escena; recuerdo algunos detalles como el efecto de la luz sobre una botella azul que me hipnotizaban tanto como el gesto mortuorio de la infortunada; los pliegues del sayo o la luz en barbas del médico. Seguramente no es casualidad no, y si lo fuera, ¡bendita sea!
Por las pocas frases que he leído de este libro que nos trae, creo que debo leerlo; es impensable que no hubiera más claves en él para, sino aliviar el mal recurrente, acompañar al menos la convalecencia.

iliamehoy dijo...

Estoy tan de acuerdo, que no sé si es emoción o certeza, pero mi más pura esencia suspira a borbotones, como cada vez que un texto me sobrepasa.
Puede que no sea la única respuesta, pero me vale y mucho.
Una sonrisa agradecida

Antígona dijo...

Así lo ha creído siempre la sabiduría popular, Troyana, precisamente porque no se trata de un saber constituido e institucionalizado dominado por ciertas representaciones del cuerpo o de la salud, y responde a una visión más intuitiva del hecho de la enfermedad.

A mí también me parece esclarecedora esa idea que plantea Sándor Márai en “La hermana”, y que además puede encontrarse, aun cuando no tan exhaustivamente tematizada, en otras de sus novelas. Porque liga cuerpo y alma sin solución de continuidad, estados físicos y estados anímicos como formando parte de un todo en el que ningún elemento puede dejar de tener, en el momento en que se altera, una incidencia sobre los otros.

Es cierto que la medicina occidental ya ha empezado a reconocer esta influencia de lo anímico sobre lo biológico. Hará unos años vi un documental en Documentos TV sobre este tema. Allí se exponía que se había demostrado científicamente cómo, en función de ciertos parámetros físicos que se alteraban significativamente ante, por ejemplo, la pérdida del cónyuge, el sujeto que padecía el duelo era mucho más proclive en los dos años siguientes al fallecimiento de su cónyuge a padecer alguna enfermedad grave. En estados depresivos, por ejemplo, es sabido que bajan las defensas y que el cuerpo se debilita a la hora de enfrentar cualquier tipo de agresión externa. Por así decirlo, el cuerpo se hace eco y expresa a su manera la pérdida de interés por la vida que puede acometer en ciertas situaciones o circunstancias. Y también él mismo empieza a apostar por la no-vida.

Sin embargo, el hecho de que esta recíproca influencia de lo físico y lo anímico se haya descubierto no significa que haya cambiado la práctica habitual de la medicina. Y no sólo por la falta de tiempo a la que aludes y a la precariedad del sistema sanitario, que desemboca, como muy bien dices, en una deshumanización del ejercicio médico. La propia especialización de los médicos, especialistas en un órgano o sistema parcial del ser humano, proviene de esa representación del cuerpo como máquina según la cual cada una de las piezas puede ser tratada, reparada o sustituida con independencia del resto. Lo cual impide, a mi juicio, una valoración integral de la enfermedad y sobre todo, la investigación de sus causas más allá del hecho de que tal órgano o cual otro presente una determinada sintomatología. Los médicos suelen limitarse a poner parches. ¿Te duele el estómago? Pues acabemos con el síntoma. Pero difícilmente el especialista en digestivo se interesará o querrá saber si además te duele la espalda o tienes una lesión muscular que indirectamente está causando ese dolor de estómago. No sé si me explico.

Pero, en efecto, hay otras vías que contribuyen a nuestra curación más allá de las sustancias químicas recetadas por un médico. La ayuda de los otros, el sentirse querido, el mantener la ilusión por seguir adelante, pueden hacer mucho más que un mero producto químico. Y tienes toda la razón con respecto a las endorfinas. Hagamos todo lo posible por producirlas permitiéndonos disfrutar más. No creo que haya mejor remedio contra la enfermedad. ¡Vivan las endorfinas! ;)

Un abrazo y un beso

Antígona dijo...

Vaya, ilustre señor Abad –no sé qué formulismo protocolario corresponde a los anacoretas :P- me alegro de verle por aquí. Lo cierto es que hubiera podido localizarle mucho antes si mi memoria no fuera tan nefasta. Pero, por suerte, cuando ésta falla, siempre queda contar con la casualidad, que ha tardado un poco en llegar pero finalmente lo ha hecho.

Son muchas las frases de Sándor Márai que consiguen a mí llegarme al alma, y ésa es también una de ellas. Todas sus novelas destilan un profundo conocimiento del ser humano y de su posición ante la vida y ante la muerte, de las actitudes y caminos que debemos adoptar para eludir nuestra natural tendencia al tedio y al abandono. El descreimiento es una forma de ese abandono, y prolongado en el tiempo puede ser tan destructivo como un golpe sobre uno mismo.

El cuadro es de Enrique Simonet, y en efecto, se llama “Y tenía corazón”. Quise escogerlo como imagen del médico ante ese cuerpo máquina del que extrae un órgano como si se tratara de la pieza de una maquinaria. Me gusta el contraste entre la belleza del cuerpo de la mujer, invisible para el médico, y su fijación sobre la víscera, que ya no puede decirnos nada de ella. Sin embargo, según leo por la red, la explicación del cuadro es otra. Le dejo aquí el link:

http://www.fisterra.com/human/3arte/pintura/anatomia_del_corazon.asp

El libro es una maravilla, Abad, y la historia mucho más compleja de lo que he querido reflejar aquí, para no desvelar más de lo debido. Para entender bien la relación de Z. con su enfermedad, así como las reflexiones que al hilo de ella se hacen, hay que conocer los pormenores de su historia. Así que no puedo dejar de recomendarle vivamente su lectura.

Un beso

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Iliamehoy, para entender por qué Márai da esta respuesta concreta y no otra hay que leer el libro, pues he obviado toda la parte que permite comprenderla en el contexto de la historia de Z. Sin embargo, si la he entresacado sin aludir a todo ese trasfondo, es porque creo que, en el fondo, expresa una verdad más allá de la historia de Z. que puede tener un alcance universal.

No somos nada sin los otros. No somos nada sin su ayuda. La ceguera de nuestros ojos, la de cada uno de nosotros, sólo se alivia por medio de la mirada de los otros, de la mirada que nosotros somos capaces de proyectar sobre otros.

Gracias por tu visita y bienvenida a esta casa, que es la tuya también.

Un beso

Miss.Burton dijo...

ALUCINANTE, Marai y tú, tú y Marai¡
Totalmente de acuerdo en que la mentira que llevamos dentro, sea la que sea sobre la que erremos basando nuestra vida sobre ella, acaba por determinarnos, nos mina, y por las ranuras del alma nos sale en forma de emfermedad cualquiera. El dolor interior, el emocional, es terrible. Pero unido al dolor físico, es casi la muerte en vida.
Sí, hay que creer en algo. Y sobre todo, hay que evitar traicionarse a uno mismo, y dar la importancia que merece a la vida que tenemos. Y siempre, siempre que uno se desvía de este camino, emfermamos. Yo lo tengo comprobado en mis propias carnes, y muchas veces. Antes eran mis riñones, que me avisaban de lo peor. Después, templé mi vida con una mentira piadosa, pequeña, y los riñones se curaron, pero aparecieron las faringitis, una por mes. Y ahora.. que ya me dí cuenta, hace tiempo de que mente sana, cuerpo sano, pues ahora vivo, bien, sin grandes dolores, y buscando siempre la verdad, aunque también duela ésta última.
Perdona que mencione a Houllebeqc, pero dice mas o menos lo mismo. Lo de convertirnos en islas cuando el cansancio en la vida nos hace desistir en el empeño de empezar de cero, de replanterarse quizás ese error que no nos deja avanzar, que nos estanca.
La conclusión de todo es la misma: Verdad. Franqueza. Integridad.
Gracias, me ha parecido fabuloso el post, y el libro me lo pillo ahora mismo.
Un beso fuerte, guapa, nos vemos pronto, en los bares, o donde te plazca.

Margot dijo...

Me encanta Marai, sus libros son de esos que dejo convertidos en guiñapos vivos de subrayados y exclamaciones...

Aunque en este caso difiero un poco. Soy consciente de la parte anímica de la enfermedad, sería de una ignorancia supina no hacerlo así, y que muchas veces esa parte influye determinantemente en el proceso o incluso en la aparición de una enfermedad. Ajá. Pero muchas otras, y lo he visto demasiadas veces, no basta con el espíritu, ánimo, fuerza vital (llámese como se quiera) ni con una vida satisfecha para curar, ni siquiera para alargar nada. En esas ocasiones el cuerpo manda y ya está, no sirve vuelta de hoja.

No deja de ser literario, poético, esperanzador, pensar que la mente cura más de lo que imaginamos pero la mayor parte de las veces no creo que se produzca. Ayuda a sobrellevar, eso sí, a estar mejor, también, pero curar... no, eso nunca lo vi.

Y es que tal vez sea más posible dejarse morir o enfermar por efecto de la mente que el proceso contrario. Lo que no deja de ser una putada, se me ocurre... ays.

Eso sí, humanizar la medicina no estaría de más. Pero ese es otro tema, no? O al menos yo lo veo así. Dejar de vernos como una dualidad y reconocer de una vez que somos un todo de visceras y pensamientos. Pero hacerlo en su justa medida y al igual que intuimos el equívoco de dar mayor poder al cuerpo, no caer en la suposición contraria.

Besos sana, sanita, culo de rana!

Isabel chiara dijo...

No conozco el libro de Márai, pero sí el resultado del poco apego a la vida, de la insatisfacción permanente, de la derrota y la desgana, lo he sufrido (y lo sufro) en mi propio cuerpo y, curiosamente, sólo una vez -la última-, un médico, me preguntó nada más verme "¿qué te pasa? y no me cuentes qué te trae aquí, quiero saber por qué te haces daño, ¿qué problemas tienes? Me quedé alucinada, porque desde pequeña me he martirizado hasta el punto de provocar señales en forma de cicatrices y arrugas en lugares poco ortodoxos.

Claro que como bien dices, el abatimiento nos hace más vulnerables, nos bajan las defensas y estamos más expuestos. Pero das en el clavo con respecto a la mentira, al descubrimiento de que todo lo que hemos construido responde a intereses ajenos que no propios, de que llegado el momento ya no quieres vivir inmerso en el circo que te has creado y, de alguna forma, castigas a tu cuerpo (ya lo hiciste de corrido con tu alma) con la negación a la vida.

No sé, lo has retratado con tanta precisión... yo sólo puedo ofrecer una experiencia que no se ha cobrado -afortunadamente- más desgracia que tratamientos de varios meses, incomodidades y un grandísimo esfuerzo por aprender a vivir.

Un besote

Arcángel Mirón dijo...

Creo que fue Oscar Wilde quien dijo que los humanos morimos de un sentido común a ras de tierra y descubrimos, cuando es demasiado tarde, que lo único que extrañamos son nuestros propios errores. Y yo imagino a una persona de ésas, una persona motorizada únicamente por el sentido común, y la imagino dura, pero con una dureza enfermiza.
Hay un personaje en La casa de los espíritus. Férula. Es una mujer seca, metafóricamente sin vida. De aspecto enfermizo, pero no por debilidad, al contrario, es una mujer fuerte. Pero parece enferma. Hasta que se ¿enamora? de su cuñada, Clara. Y Férula muere y siente antes de morir (y los lectores también lo sentimos) que la única parte viva, la única parte sana de la vida de Férula fue ésa, fue enamorarse de la persona incorrecta.
No sé si soy clara, es que una cosa me lleva a otra y termino relacionando todo como si todo estuviera unido.

:)

Un abrazo, Antígona.

huelladeperro dijo...

Estoy como tú, Antígona, ando buscando también otra respuesta distinta a la del apoyo de los otros seres humanos, pero por ahora, no he visto más...

sólo esto

Besos, amiga

NoSurrender dijo...

Bueno, doctora Antígona, aunque la tradición del “deus ex maquina” es más que notable en la sociedad actual, conozco algunos médicos completamente occidentales que compartirían parte de lo que usted expone. Quizás es que el estudio de la mente y lo psicosomático también es muy occidental, o que lo occidental tiene la capacidad de fagocitar todo. No lo sé.

Personalmente, he sentido en mi cuerpo los avatares de mi mente alguna vez. Para mí era clarísimo, en esas ocasiones, el papel que el estrés jugaba. Nunca lo dudé, aunque nunca llegué a sentir la pérdida definitiva del Eros. Quizás lo que llamamos vejez, entonces, no sea más que cansancio y desesperanza.

No me gustaría tener que pensar que la falta de salud o flojedad de la gente que quiero pudiera deberse a esa falta de ganas de vivir, o a vivir una mentira. Porque es conmigo con quien quiero que vivan aquellos a los que quiero, llenos de verdad y alegría. De alguna manera, me hace responsable de la salud de los que quiero.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Querida Clara, imagino que el problema es que no es fácil darse cuenta de las propias mentiras, de los autoengaños sobre los que nos vamos apoyando día a día para seguir adelante con aspectos de nuestra vida que, por las razones que sea, o no podemos o nos sentimos incapaces de soltar o cambiar. La búsqueda del sentido es siempre ardua, y no nos resulta sencillo renunciar, por ejemplo, a objetivos en los que depositamos tal sentido una vez nos damos cuenta de que, o no funcionaron nunca, o de que por alguna razón o sin ella han dejado de funcionar.

Por otra parte, incluso sin mentiras ni autoengaños de por medio, es tan difícil mantenerse siempre anímicamente fuerte. En ocasiones las complicaciones, los contratiempos, nos llegan solos, sin intervención por nuestra parte, y somos mortales y nos cansamos y nos agotamos de luchar, y con ese cansancio no es raro que aparezcan entonces el desaliento y el desánimo. También yo tiendo a la somatización, y basta que sienta un profundo malestar con algún aspecto de mi vida –como ha sido, por ejemplo, este año con el trabajo- para que acabe físicamente débil y cayendo enferma con frecuencia. En el fondo, me parece lo más natural del mundo. Si mi espíritu no es capaz de mantenerse firme y alegre ante determinadas circunstancias, ¿cómo va a poder hacerlo mi cuerpo?

Te agradezco que menciones a Houellebeqc, no sé si estás hablando en concreto de “La posibilidad de una isla”, pero es una novela que tengo pendiente desde hace tiempo y que leeré en cuanto pueda. Me interesa este escritor.

Esta novela de Sándor Márai es una maravilla. Pero por el momento todas las que he leído de él me han gustado mucho. Te recomendaría también especialmente “El último encuentro”. De todos modos, cualquier novela de él está plagada de profundas y lúcidas reflexiones en las que late una auténtica voluntad de verdad con respecto a la naturaleza humana.

El tiempo de vernos se acerca, muchacha. Ay, qué ganas tengo de que llegue ya :)

Un besazo

Antígona dijo...

No puedo dejar de darte en parte la razón, Margot, porque la ecuación entre salud y vida satisfactoria no es desde luego tan simple. Z. recibe en primer lugar todos los tratamientos médicos convencionales que puede recibir. No se trata, por supuesto de decir, “quiere la curación” y con ello estarás curado. Pero sus médicos se dan cuenta en determinado momento de que ha dejado de luchar contra la enfermedad, de que ha perdido todo interés por seguir vivo. Y es entonces cuando apelan a su actitud y a su disposición, a su voluntad de vivir, como elemento necesario para su curación.

Quizás ese elemento sea necesario pero, como dices, en muchos casos no suficiente. Pero para mí está claro que sin esa fuerza vital, sin ganas de vivir, no es posible combatir una enfermedad grave. Y que no sólo ayuda a aliviar o a sobrellevar los síntomas, sino que también puede contribuir a la curación. Recuerdo un documental que vi hace años sobre unos médicos que estudiaban el poder de la mente en la curación. Sometieron a un grupo de mujeres aquejadas de cáncer a una suerte de “terapia mental” en la que se les proponía que durante varias ocasiones al día se imaginaran, bajo cierta figura, su propio cáncer, y que después imaginaran cómo lo iban cercando y encerrando en una jaula. Según los resultados, los casos de metástasis fueron menores de lo que la media hubiera hecho esperar. También recuerdo un famoso libro sobre una técnica para aprender a no sentir dolor que permitía que quienes habían sido entrenados en ella pudieran pasar por ciertas intervenciones quirúrgicas sin anestesia. Y este tipo de prácticas de dominio mental del propio cuerpo no son tan extrañas en otras culturas. Confío en el poder de la mente sobre el cuerpo. Otra cosa es que realmente sepamos utilizar la mente para, por medio de ella, influir beneficiosamente sobre el cuerpo.

Para mí lo de humanizar la medicina sí está muy estrechamente relacionado con el tema del libro, en la medida en que considero que su humanización pasaría por un cambio de paradigma bastante radical que supondría ver al sujeto como un todo integral y no como una suma de partes. Incluso la separación entre mente y cuerpo, entre espíritu y materia es puramente histórica, y por tanto, no universal. El griego antiguo lo revela perfectamente. En él ni tan siquiera existía la palabra “cuerpo” para nombrar la materia presuntamente independiente del alma, y todos los vocablos relativos a eso que nosotros llamaríamos partes del cuerpo eran simultáneamente usados para designar lo que nosotros dejaríamos caer del lado de lo espiritual o psicológico. No podemos, estas alturas, unir lo que se separó irremediablemente. Pero tal vez la medicina debería hacer un esfuerzo –que desde luego no hace si parte de la base de la existencia de estómagos independientes de riñones y de los propietarios de ambos- por desdibujar las fronteras entre lo anímico y lo corporal.

Besos integradores, que no integristas ;)

Antígona dijo...

Ichiara, estoy segura de que entonces te encantará el libro de Márai, y probablemente todos los que ha escrito, porque es un tema recurrente en sus novelas, al menos en las que yo he leído. Como le decía a Clara, también yo siente una gran empatía por esta visión de la enfermedad, dado que tengo una clara tendencia a somatizar cualquier malestar anímico que se prolongue más de la cuenta. Lo cual no quiere decir que un catarro se corresponda en mí sistemáticamente con un disgusto previo, pero todos los momentos de mi vida en que he estado físicamente más vulnerable y he enfermado con más frecuencia sí han sido correlativos a etapas amargas, por una razones u otras.

La cuestión de la mentira no se me ha ocurrido a mí sino que es Márai quien tiene todo el mérito de su acierto, o de su error para quien no le parezca acertada. A mí, personalmente, no deja de parecérmelo. Entre otras cosas, porque vivimos en una sociedad cargada de mentiras que no puede dejar de pasarnos factura tanto física como anímicamente. Dicen que nuestro mundo ha avanzado enormemente en relación al pasado con respecto a la curación de la enfermedad. Puede ser, aun cuando no dejo de tener mis dudas. Pero en lo que sí que no me cabe la menor duda es en que la medicina occidental no ha avanzado ni un ápice en la evitación de la enfermedad. Incluso es posible que ahora se enferme más que antes, aun cuando ante esta tesis muchos dirían que antiguamente no se tenía tanta constancia como ahora de las enfermedades. Hace poco vi un documental de Julio Medem, estupendo, por cierto, sobre la esquizofrenia, y muchos psiquiatras y psicólogos coincidían en él –no sin polémica, claro- en que su grado de incidencia en la población va en aumento. Hasta el punto de que la previsión es que dentro de no muchos años la padezca hasta un uno por ciento de la población. ¿Por qué? Porque su surgimiento también depende del modo en que vivimos. Y nuestra sociedad, por múltiples y diversos factores, no es precisamente una sociedad que tienda a producir sujetos sanos. Pues lo mismo creo que sucede con las enfermedades que los médicos tienden a calificar de meramente físicas.

Creo, Ichiara, que el esfuerzo por aprender a vivir debemos hacerlo todos, todos los días de nuestra vida. Es la única tarea que nunca termina ni puede terminar, en la que nunca podemos dejar de ser eternos aprendices. Recemos –metafóricamente- por mantener vivas esas ganas de seguir aprendiendo día a día.

Un beso grande

Antígona dijo...

Bueno, Arcángel, no sé si entiendo muy bien lo que quieres decir, pero lo que interpreto es que ese sentido común a ras de tierra ni tan siquiera nos deja percatarnos de nuestros errores, cuyo descubrimiento es la única vía posible para el cambio y la transformación, para enderezarlos cuando los hemos cometido. Porque todos cometemos muchos errores, aquí llegamos sin manual de instrucciones y es a fuerza de golpes y equivocaciones como, con suerte, podemos acabar aprendiendo algo. Pero siempre hay quien apenas aprende nada porque es incapaz de pensar que a veces se equivoca. Y ése es su mayor error.

Lo que dices de Férula lo entiendo desde la mentira de Márai, que no necesariamente tiene que tener un origen personal e individual sino que bien puede tratarse de una mentira colectiva, absorbida acríticamente durante años de nuestro entorno y asumida como verdad por su peso social. La distinción entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo sano y lo enfermizo, tiene un origen claramente social. No olvidemos que aún hay gente que cree que los homosexuales son enfermos. Cuando lo cierto es que la persecución o la negación de comportamientos tachados de enfermizos han producido más enfermos reales y más muertos que tales presuntas enfermedades.

Un beso, Arcángel

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Sentirse parte de la tribu de los hombres es a veces muy importante, Huelladeperro. Podemos despreciar a esa tribu, podemos en determinados momentos sentirnos muy distanciados de ella, traicionados por ella, o solos en medio de ella. Y sin embargo, es esa tribu la que nos ha dado todo lo que somos, la que ha hecho posible que seamos quienes somos. El fondo común que a todos nos une está a veces escondido tan tan al fondo de cada persona que parecería que no existiera. Pero existe, latiendo por debajo de múltiples capas de diferencias y máscaras. Y una vez se percibe con fuerza, por las circunstancias que fueren, uno no puede dejar de notar cierta vivificante sensación de calidez.

La respuesta que da Sándor Márai tiene que ver con una parte fundamental del libro que no he querido reflejar en el post para no destriparlo demasiado. En la novela, cobra su pleno sentido. Hay otras respuestas, claro que las hay. La ilusión por vivir no tiene por qué provenir directamente de los otros. Ahora, lo que no creo es que se pueda mantener esa ilusión por vivir desde el más absoluto aislamiento. Necesitamos a los otros, aun cuando sólo sea como meros decorados en un escenario.

Besos, señor Can.

Antígona dijo...

No solamente es más que notable, doctor Lagarto, sino que lo que alberga ese “deus ex machina” es nada más y nada menos que el fundamento, el pilar sobre el que se asienta todo nuestro mundo occidental. No olvide que si sube en un avión es porque confía plenamente en la física newtoniana, producto de esa visión mecanicista del mundo.

No pondré en duda que existan médicos que compartirían lo que dice Márai. Pero le aseguro que me alegraría encontrar, a lo largo de mi vida, al menos uno de ellos :P Por otra parte, yo no creo que el estudio de lo psicosomático haya arraigado plenamente en ese saber biomédico característicamente occidental. Más bien, lo psicosomático ha pasado a ser un gran cajón en el que los médicos colocan toda aquella enfermedad funcional para la que no son capaces de detectar una causa orgánica. Algo así como si a uno le dijeran: “Mire, no tenemos ni puta idea de qué puede causar esa dolencia suya, porque no encontramos un factor fisiológico o anatómico determinante de ella. Así que debe de ser psicosomática”. Y te dan una palmadita en la espalda, te dicen que te relajes y que trates de vivir con ella, y arreando, como si, por el hecho de ser psicosomática ya no fuera asunto suyo. Y en cierto modo, según la propia concepción que tienen de su especialidad, no lo es, puesto que no hay órgano que reparar, recambiar o herida que suturar. No, de lo psicosomático sólo se ocupó seriamente Freud, y a su particular manera con la histeria, y muy pocos más después de él. Prueba de ello es que ningún médico te indica pauta alguna para tratar una enfermedad psicosomática ni se interesa lo más mínimo por averiguar qué parte de tu psique está provocando la enfermedad cuando te la diagnostican. Como mucho, te mandan al psicólogo. Dualidad pura y dura.

No creo que haya nadie que no haya sentido esos avatares de su cuerpo sobre su mente. O que levante la mano quien no haya vomitado alguna vez antes de un examen importante o haya estudiado para él sentado en la taza del wáter aquejado de una fuerte diarrea ;) Imagino, por otra parte, que la pérdida definitiva del Eros no es, sencillamente, compatible con la vida. Perderlo todo el Eros y para siempre significaría morir. Mientras seguimos vivos, algo de él debe quedarnos. Es posible que, como dice, la vejez suponga un debilitamiento de ese Eros. Pero se puede ser viejo por fuera y sin embargo aún joven y lleno de vida por dentro. De la misma manera que se puede ser joven por fuera y padecer la ausencia de la suficiente fuerza vital.

Yo no creo que deba usted sentirse responsable de la enfermedad de la gente que quiere, siempre y cuando no enfermen por su causa, o esa mentira tenga directamente algo que ver con usted mismo. Estoy segura de que el amor es capaz de insuflar ganas de vivir en quien se siente querido, por la misma regla de tres que la pérdida de nuestros seres queridos nos hace más proclives a la enfermedad. Pero los humanos somos complejos. En nuestras vidas se entremezclan múltiples facetas, deseos, necesidades, objetivos. No es tan fácil que la verdad nos acompañe en todas ellas. En cualquier caso, también estoy convencida de que con su amor podrá minimizar o aliviar las dolencias que, en la gente a la que usted quiere, puedan provenir de aspectos de sus vidas que no tengan que ver con usted. El amor, qué duda cabe, es una medicina fabulosa, aunque no pueda curarlo todo si hay elementos de la curación que sólo el enfermo puede activar desde sí mismo y sus particulares e idiosincrásicas circunstancias.

Un beso, doctor Lagarto!

Jota dijo...

Cada vez se hace más evidente que la separación occidental entre cuerpo y espíritu o, más bien, la negación del espíritu o su encarnación únicamente en mitos cristianos y estampitas de meapilas, nos conduce a la enfermedad como sociedad. Un cuerpo sin espíritu qué es, ¿una marioneta, quizá? Y para más inri, obesa. Es difícil que nos alejemos del paradigma de la medicina occidental porque se ha establecido una sólida farmacracia, alentada por el creciente miedo del homo occidentalis a su entorno, a la enfermedad y a la muerte, y jaleada por el entramado corrupto de médicos que recetan toda suerte de pastillas y reciben a cambio regalos y viajes pagados por los laboratorios.
Yo, desde que probé la medicina Ayurveda y vi que funciona, no me meto más química en el cuerpo que la que yo mismo me prescribo.
Sesudo y ameno, tu blog, te seguiré visitando.

Anónimo dijo...

Antígona, tienes que leer a Rof Carballo, que trata de todas esas cosas, con una perspectiva que anda entre la mitología clásica, la poesía alemana, Rilke, y la neurociencia... De verdad que te gustaría!!

Un beso

JJ

Antígona dijo...

Quizás sea, Jota, porque la visión laica del mundo no ha sabido encontrar un lugar para aquello que siempre fue del dominio de la religión y sus instituciones. Y reemplazadas sus interpretaciones por la imagen científica del mundo, lo que llamaríamos espíritu y la religión llamó el alma parece no tener cabida en una concepción tan materialista como mecanicista en la que sólo cuenta aquello que resulta medible y computable.

Me parece muy interesante lo que apuntas del poder de las farmacéuticas en el mantenimiento del paradigma de la medicina occidental. Son muchos los que se enriquecen de nuestro afán de encontrar un alivio inmediato de nuestros males, de nuestra confianza en el poder cognoscitivo y de resultas curativo –bajo la premisa de que saber los mecanismos físicos de la enfermedad nos abre la posibilidad de manipularlos y alterarlos- de la ciencia. Pero es que, además de lo que apuntas, también es muy cómodo para los médicos dejar la responsabilidad de la sanación en manos de una pastillita. Y como se decía más arriba, nuestro sistema asistencial también lo propicia. ¿Puede hacer un médico en una consulta de cinco minutos algo más que extender una receta?

Tampoco yo soy muy amiga de la química. Entre otras cosas, porque soy especialmente sensible a los efectos adversos de los medicamentos. Algo, por otra parte, que siempre me ha alucinado que la medicina asuma con la naturalidad, a saber, que los productos químicos que sirven para curar algo acaben jodiéndote otras partes del cuerpo o haciéndote sentir malestares que, desde mi punto de vista, no pueden dejar de afectar negativamente, desde el punto de vista psicológico, en el proceso de la curación.

Bienvenido a este blog y un saludo.

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Ay, JJ, la verdad es que ya me lo has recomendado varias veces y luego siempre se me olvida. Qué cabeza la mía. Pero de esta vez no pasa. Voy a ver por la red los títulos que tiene. Todo lo que dices de él tiene muy buena pinta.

Un beso

dErsu_ dijo...

Es fácil, también necesario y lúcido, desconfiar de los médicos y de la medicina que presuntamente sigui el método científico. Pero todavía me resulta más fácil, más necesario y más lúcido, desconfiar de todos los demás. Y cuando nos cansemos de vivir... pues a Troya.

c.e.t.i.n.a. dijo...

La "medicina tradicional" no disocia cuerpo de mente, simplemente considera la mente como lo que es: una parte más del cuerpo. De hecho, tanto la psiquiatría como la psicología son ramas de la medicina.

Las investigaciones neurológicas más recientes han descubierto que el origen de muchas enfermedades mentales está en ciertas malformaciones congénitas o en simples desequilibrios químicos en el cerebro.

Me temo que por mucho que algunos monos 2.0. se empeñen en trascender a su condición de primates, al final no les quedará más remedio que admitir que somos tan elementales(o extraordinarios, según se mire) como la mosca del vinagre. Pero ese día, me temo que ni tú ni yo lo veremos.

Mientras tanto me dedicaré a hacer todo aquello que le da sentido a una existencia: nacer, crecer y reproducirme.

Mejor cambia lo de reproducirme por practicar sexo(¡anda el famoso Eros!), que alegra la existencia igual pero no te obliga a ir a reuniones de asociaciones de padres de alumnos.

Un beso

Antígona dijo...

Dersu, quizás la desconfianza de base ante los discursos del saber que pretenden estar en posesión de la clave de la curación sea una actitud, como dices, necesaria y lúcida, Pero personalmente tiendo a desconfiar más de los discursos instituidos que dicen estar avalados por una verdad incuestionable por científica, que de aquellos que se apoyan en otras presuntas verdades. Sobre todo si esas presuntas verdades responden a una imagen del ser humano que encuentro más razonable. De la medicina no soporto, fundamentalmente, su arrogancia.

Un beso

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C.E.T.I.N.A., me parece que lo que señalas no es en absoluto incompatible con lo que digo. Porque para mí da igual que la mente sea considerada como una parte del cuerpo. El problema es que sea considerada como una “parte”, susceptible de ser disgregada y atomizada del resto de partes del cuerpo.

Me fío poco de esas investigaciones neurológicas más recientes a las que aludes. Entre otras cosas, porque la ciencia siempre encuentra aquello que de antemano va buscando. Y eso que se va buscando está igualmente de antemano determinado por el paradigma interpretativo en el que la ciencia se mueve. Si es innegable que cualquier estado mental supone un determinado estado físico de mi cerebro, el desequilibrio químico que acompaña a un estado mental desequilibrado puede no ser más que el lógico correlato físico del mismo, y no necesariamente su causa. En el documental de Medem sobre la esquizofrenia que le mencionaba a Ichiara diversos psiquiatras y psicólogos abordan esta cuestión. Y lo único que queda claro de sus intervenciones es que no hay acuerdo ninguno entre ellos, que el problema del origen de las enfermedades mentales sigue sin estar resuelto pese a las investigaciones neurológicas de los últimos tiempos.

No digo yo que no seamos tan elementales o tan extraordinarios como la mosca del vinagre. Lo que dudo mucho es que la ciencia en general y la medicina acaben descubriendo lo que realmente somos y dando con el único discurso verdadero que quepa elaborar sobre nosotros mismos. Que una cosa es poner aviones en el cielo gracias al descubrimiento de las leyes que rigen el comportamiento de ciertos fenómenos y otra muy distinta saber en qué consisten tales fenómenos. Y otra más distinta todavía la determinación de si todos los fenómenos son equiparables e incluso idénticos y pueden analizarse y estudiarse de la misma manera.

Lo de reproducirse genera muchos gastos y quebraderos de cabeza. Así que me alegro de que al menos estemos esta vez de acuerdo en que practicar sexo sin reproducirse sale más a cuenta ;)

Un beso

c.e.t.i.n.a. dijo...

Creo que en este punto debo a disentir.

Estoy de acuerdo en que la ciencia a veces peca de impersonal y en consecuencia muchas veces desatiende las necesidades emocionales de las personas. Es cierto. Pero no es menos cierto que aquellos que dicen ofrecer una alternativa a la ciencia lo único que nos ofrecen son métodos de dudosa fiabilidad.

Lo bueno del método científico es que no es opinable. Y si alguien pretende colar alguna investigación digamos interesada ésta a la larga acaba cayendo por su propio peso, o por que otras investigaciones posteriores se encargan de demostrar su equivocación.

Para mí la verdadera arrogancia no es la del científico, que al publicar sus investigaciones se expone al juicio del resto de la comunidad científica, sino la de aquellos que se postulan como poseedores de conocimientos indemostrables y de una más que dudosa fiabilidad y que se presentan como una alternativa válida a la ciencia.

Seguramente la ciencia nunca llegará a descubrir la esencia del ser. Pero puedes estar segura de que si alguien lo hace algún día ese alguien será un científico, porque son ellos los que constantemente lanzan hipótesis, plantean investigaciones, contrastan datos y extraen conclusiones.

Que le vamos a hacer, como me dijo una vez un amigo, mi problema es que soy un racionalista de mierda. ;-)

Un beso

Antígona dijo...

No es que seas un racionalista, C.E.T.I.N.A., sino que eres un cientifista ;)

Sigo sin estar de acuerdo. El método científico no es opinable desde dentro del propio modelo científico. Pero la propia filosofía de la ciencia, o incluso reflexiones sobre la ciencia realizadas por científicos con espíritu crítico, han puesto sobre el tapete que la ciencia sólo es un modelo más de conocimiento cuya virtud sobre los demás consiste en que nos permite dominar a la naturaleza. Lo cual, por paradójico que parezca, no significa que tenga un mejor conocimiento de ella, aunque sí de las regularidades que rigen ciertos fenómenos, justamente aquello que nuestro modelo moderno de ciencia tiene en el punto de mira.

La comunidad científica no sirve de ejemplo ni de contrapunto, en tanto todos los que forman parte de ella parten de la premisa de que la ciencia es el único discurso capaz de garantizar verdad. Y tampoco me vale lo que dices de las hipótesis, dado que no hay hipótesis que no parta de un constructo teórico previo y que, por tanto, no esté destinada a demostrar la imagen de la realidad que ese mismo constructo teórico supone.

Y por supuesto que la ciencia nunca llegará a descubrir la esencia del ser. Sencillamente porque sabe que cae fuera tanto del campo de sus intereses como de sus posibilidades de conocimiento. Si el conocimiento científico ha alcanzado un cierto rigor es justamente por la perfecta delimitación de sus objetos de estudio. Y la esencia del ser le importa tres pimientos a cualquier científico digno de llevar tal nombre :) También la esencia o la verdadera naturaleza de cualquier cosa. A la ciencia sólo le importa cómo se comportan las cosas, y no cómo son o dejan de ser.

Pero bueno, me parece que esta discusión, que podría ser larguísima, habría de tener lugar delante de una cervecitas y unos pinchitos para no hacerse demasiado aburrida. A ver si encontramos la ocasión ;)

Otro beso!

dErsu_ dijo...

Leyendo el último comentario he recordado la lectura de "contingencia, ironía y solidaridad" de Rorty. Y siempre me sorprendre que se anatemize al pobre Rorty como el padre de todos los males del relativismo, cuando yo interpreto que el propio Rorty, a través del utilitarismo, defendía una jerarquía entre las descripciones, siendo todas igual de inciertas, pero no igual de útiles, importando la verdad tanto como nada, y la utilidad un poco más. Es quizas por eso que, todo y la arrogancia, tengo una cierta simpatía por los empiristas impenitntes.