A ver si aún voy a tener que pedirle al médico que me recete otra vez aquellas pastillas, murmura crispada cerrando los ojos y tragando saliva mientras se recuesta sobre el mueble del recibidor.
Durante todo el día se ha sentido presa del mal humor. Desde que esta mañana saliera a hacer la compra y, al tratar de sortear con paso vacilante a unos niños que pedaleaban con torpeza por la acera con sus pequeños triciclos, la mujer que debía de ser su madre les ha dicho: "Dejad pasar a la señora, niños". A la señora. Al girar la esquina se ha detenido ante un comercio para mirarse sin disimulo en la luna del escaparate. Es cierto que la esbeltez que lucía su silueta hace no tanto tiempo se ha esfumado bajo los kilos acumulados en los últimos años. Y no sólo a causa del embarazo de Juanjo. Pero si casi no ha podido maquillarse por culpa del crío, que pataleaba como un condenado al que las ropas le quemaran como brasas, y a punto han estado de llegar tarde a la guardería, ha recordado al acercarse un poco más al cristal. En su rostro ojeroso, el reflejo inequívoco de la pésima noche que le ha dado. Mierda de crío. Que si quiere agua, que si tiene miedo... ¿pero miedo de qué? Ya podía Juan levantarse alguna vez, joder, que también ella necesita descansar aunque no madrugue tanto como él.
Sí, está cansada. Hasta sus amigas se lo han notado cuando se han encontrado poco después en el café de la avenida. Muy cansada. De lo contrario no hubiera experimentado esa vaga irritación durante el habitual repaso a los pormenores de la crianza de sus respectivos retoños, a los nuevos chismorreos sobre los conocidos del pueblo, al programa de la noche anterior en la televisión, que todas siguen y comentan con interés. Ella, que suele disfrutar de estas tertulias diarias, estaba como ausente y apenas ha intervenido mientras sus amigas charlaban ruidosamente. Y de no haberse sentido tan cansada no se habría enfadado con el niño al recogerlo en la guardería hasta temblar de ira por una nadería de la que ya ni se acuerda. Ni habría discutido con su madre durante la comida, mientras su padre callaba taciturno, al anunciarle ésta que el viernes noche no podrían quedarse con el niño. Como tampoco hubiera montado en cólera al comenzar Juanjo su serenata de berridos histéricos tras su siesta mientras veían la telenovela, que hoy, quizás por ese mismo cansancio que arrastra, le ha aburrido hasta el hartazgo. Por la tarde ha vuelto a reunirse en el parque con sus amigas, ya adheridas a sus niños y sus carritos, y ha sido raro: el acostumbrado intercambio de revistas del corazón, las críticas jocosas a los personajes de moda, la conversación sobre recetas de cocina o sobre sus últimas adquisiciones en materia de productos infantiles que diariamente animan sus tardes, no conseguían distraerla ni mejorar su humor. Y es probable que, si no se hubiera sentida tan cansada y no hubiera dormido tan poco, no le hubiera dado a Juanjo ese sonoro cachete por mancharle los pantalones con sus manitas llenas de barro. Pese a que el crío se lo tenía sobradamente merecido, de eso no hay duda. Que es su hijo y ella lo quiere como la que más, pero hay que reconocer que Juanjo le está saliendo al padre, tan bruto, tan testarudo e impertinente.
Levantada la sesión, sólo le apetecía llegar a casa cuanto antes para dar con sus huesos -y sus carnes florecientes- un rato en el sofá antes del ritual vespertino del baño y cena de Juanjo. Pero no, justamente hoy tenía que cruzarse con Marta, después de tanto tiempo sin verse. Por un momento se ha visto tentada a bajar la cabeza y fingir que no se había percatado de su presencia. Demasiado tarde. Marta caminaba directa hacia ella con resolución y una gran sonrisa iluminando su mirada. Que qué alegría. Que qué mayor y qué guapo está el niño. Que sí, que acabó la carrera el año pasado y se ha puesto a trabajar en un bufete de abogados. No, aún no gana mucho, lo suficiente para pagar el alquiler del piso en la capital y poco más, pero está muy contenta. Marta nunca fue muy agraciada. Menos a su lado, desde adolescente rodeada por un enjambre de chavales que revoloteaban en torno a sus labios carnosos, sus curvas perfectas y su abundante cabello rizado. Pero hoy la ha encontrado muy favorecida con su corte de pelo y su atuendo juvenil, más delgada. Y que no, que no tiene novio formal, le ha respondido. Pero que está bien así, aún no tiene ganas de atarse a nadie y tiene buenos amigos en la capital, ha afirmado con un gesto franco en sus ojos brillantes. Bueno, si sigue así se le acabará llenando el útero de telarañas, se ha dicho para sus adentros. Los niños hay que tenerlos cuanto antes. Pero si no hay nada más bonito en este mundo que ser madre. Ella siempre lo tuvo claro, muy claro. Y además nunca le gustó estudiar. Ni en el instituto ni en aquella aburrida academia en la que su padre se empeñó en matricularla cuando lo abandonó. Que forma más estúpida de perder el tiempo. Pero si ella nunca pensó en trabajar. Menos mal que no tardaron en hacer fijo a Juan en el taller y pudieron casarse, y enseguida quedó embarazada de Juanjo, tal y como siempre había deseado. Marta y ella también fueron buenas amigas. Pero demasiado diferentes como para que su amistad perdurara una vez Marta se trasladó a la capital para ir a la universidad. En fin, cada cual escoge su propio camino y es natural que las personas acaben distanciándose. No entiende qué placer encontrará Marta en trabajar en ese bufete y luego regresar a su piso, para estar allí sola, sin marido ni niños que cuidar. Qué vida tan vacía, se ha dicho mientras se despedían con los formulismos de rigor. Y, sin embargo, tras unos pasos, no ha podido evitar girarse, Juanjo tirando impaciente de su mano, para verla caminar de espaldas y volver a contemplar su favorecedor corte de pelo, su atuendo juvenil.
Al empujar la puerta de entrada ya podía oírse el televisor bramando fútbol en el comedor. Juanjo, que no ha parado de incordiar durante todo el trayecto, ha salido disparado por el pasillo. Mientras dejaba maquinalmente las llaves en el lugar de costumbre, sus ojos se han clavado en la fotografía que reposa sobre el mueble del recibidor. Ella, preciosa, blanca y vaporosa como una princesa, con un Juan risueño a su lado. La novia más joven y guapa de todo el pueblo, habían repetido incesantemente los invitados. Veinte años. Sólo hace cuatro desde aquel día. Y es entonces cuando ha sentido las náuseas inundando su estómago y subiendo por su garganta. Y ha cerrado los ojos al recostarse sobre el mueble.
Se lleva la mano al vientre. Es extraño. Las náuseas habían remitido un par de semanas atrás. Y a estas horas. Pero ya van cediendo. Debe de ser este cansancio. Abre los ojos y sus facciones crispadas comienzan a relajarse cuando trata de imaginar por enésima vez la carita que tendrá su niña. Seguro que le sale más buena y guapa que Juanjo. Qué mala suerte ha tenido con ese bruto que cada día se parece más a su padre.
Durante todo el día se ha sentido presa del mal humor. Desde que esta mañana saliera a hacer la compra y, al tratar de sortear con paso vacilante a unos niños que pedaleaban con torpeza por la acera con sus pequeños triciclos, la mujer que debía de ser su madre les ha dicho: "Dejad pasar a la señora, niños". A la señora. Al girar la esquina se ha detenido ante un comercio para mirarse sin disimulo en la luna del escaparate. Es cierto que la esbeltez que lucía su silueta hace no tanto tiempo se ha esfumado bajo los kilos acumulados en los últimos años. Y no sólo a causa del embarazo de Juanjo. Pero si casi no ha podido maquillarse por culpa del crío, que pataleaba como un condenado al que las ropas le quemaran como brasas, y a punto han estado de llegar tarde a la guardería, ha recordado al acercarse un poco más al cristal. En su rostro ojeroso, el reflejo inequívoco de la pésima noche que le ha dado. Mierda de crío. Que si quiere agua, que si tiene miedo... ¿pero miedo de qué? Ya podía Juan levantarse alguna vez, joder, que también ella necesita descansar aunque no madrugue tanto como él.
Sí, está cansada. Hasta sus amigas se lo han notado cuando se han encontrado poco después en el café de la avenida. Muy cansada. De lo contrario no hubiera experimentado esa vaga irritación durante el habitual repaso a los pormenores de la crianza de sus respectivos retoños, a los nuevos chismorreos sobre los conocidos del pueblo, al programa de la noche anterior en la televisión, que todas siguen y comentan con interés. Ella, que suele disfrutar de estas tertulias diarias, estaba como ausente y apenas ha intervenido mientras sus amigas charlaban ruidosamente. Y de no haberse sentido tan cansada no se habría enfadado con el niño al recogerlo en la guardería hasta temblar de ira por una nadería de la que ya ni se acuerda. Ni habría discutido con su madre durante la comida, mientras su padre callaba taciturno, al anunciarle ésta que el viernes noche no podrían quedarse con el niño. Como tampoco hubiera montado en cólera al comenzar Juanjo su serenata de berridos histéricos tras su siesta mientras veían la telenovela, que hoy, quizás por ese mismo cansancio que arrastra, le ha aburrido hasta el hartazgo. Por la tarde ha vuelto a reunirse en el parque con sus amigas, ya adheridas a sus niños y sus carritos, y ha sido raro: el acostumbrado intercambio de revistas del corazón, las críticas jocosas a los personajes de moda, la conversación sobre recetas de cocina o sobre sus últimas adquisiciones en materia de productos infantiles que diariamente animan sus tardes, no conseguían distraerla ni mejorar su humor. Y es probable que, si no se hubiera sentida tan cansada y no hubiera dormido tan poco, no le hubiera dado a Juanjo ese sonoro cachete por mancharle los pantalones con sus manitas llenas de barro. Pese a que el crío se lo tenía sobradamente merecido, de eso no hay duda. Que es su hijo y ella lo quiere como la que más, pero hay que reconocer que Juanjo le está saliendo al padre, tan bruto, tan testarudo e impertinente.
Levantada la sesión, sólo le apetecía llegar a casa cuanto antes para dar con sus huesos -y sus carnes florecientes- un rato en el sofá antes del ritual vespertino del baño y cena de Juanjo. Pero no, justamente hoy tenía que cruzarse con Marta, después de tanto tiempo sin verse. Por un momento se ha visto tentada a bajar la cabeza y fingir que no se había percatado de su presencia. Demasiado tarde. Marta caminaba directa hacia ella con resolución y una gran sonrisa iluminando su mirada. Que qué alegría. Que qué mayor y qué guapo está el niño. Que sí, que acabó la carrera el año pasado y se ha puesto a trabajar en un bufete de abogados. No, aún no gana mucho, lo suficiente para pagar el alquiler del piso en la capital y poco más, pero está muy contenta. Marta nunca fue muy agraciada. Menos a su lado, desde adolescente rodeada por un enjambre de chavales que revoloteaban en torno a sus labios carnosos, sus curvas perfectas y su abundante cabello rizado. Pero hoy la ha encontrado muy favorecida con su corte de pelo y su atuendo juvenil, más delgada. Y que no, que no tiene novio formal, le ha respondido. Pero que está bien así, aún no tiene ganas de atarse a nadie y tiene buenos amigos en la capital, ha afirmado con un gesto franco en sus ojos brillantes. Bueno, si sigue así se le acabará llenando el útero de telarañas, se ha dicho para sus adentros. Los niños hay que tenerlos cuanto antes. Pero si no hay nada más bonito en este mundo que ser madre. Ella siempre lo tuvo claro, muy claro. Y además nunca le gustó estudiar. Ni en el instituto ni en aquella aburrida academia en la que su padre se empeñó en matricularla cuando lo abandonó. Que forma más estúpida de perder el tiempo. Pero si ella nunca pensó en trabajar. Menos mal que no tardaron en hacer fijo a Juan en el taller y pudieron casarse, y enseguida quedó embarazada de Juanjo, tal y como siempre había deseado. Marta y ella también fueron buenas amigas. Pero demasiado diferentes como para que su amistad perdurara una vez Marta se trasladó a la capital para ir a la universidad. En fin, cada cual escoge su propio camino y es natural que las personas acaben distanciándose. No entiende qué placer encontrará Marta en trabajar en ese bufete y luego regresar a su piso, para estar allí sola, sin marido ni niños que cuidar. Qué vida tan vacía, se ha dicho mientras se despedían con los formulismos de rigor. Y, sin embargo, tras unos pasos, no ha podido evitar girarse, Juanjo tirando impaciente de su mano, para verla caminar de espaldas y volver a contemplar su favorecedor corte de pelo, su atuendo juvenil.
Al empujar la puerta de entrada ya podía oírse el televisor bramando fútbol en el comedor. Juanjo, que no ha parado de incordiar durante todo el trayecto, ha salido disparado por el pasillo. Mientras dejaba maquinalmente las llaves en el lugar de costumbre, sus ojos se han clavado en la fotografía que reposa sobre el mueble del recibidor. Ella, preciosa, blanca y vaporosa como una princesa, con un Juan risueño a su lado. La novia más joven y guapa de todo el pueblo, habían repetido incesantemente los invitados. Veinte años. Sólo hace cuatro desde aquel día. Y es entonces cuando ha sentido las náuseas inundando su estómago y subiendo por su garganta. Y ha cerrado los ojos al recostarse sobre el mueble.
Se lleva la mano al vientre. Es extraño. Las náuseas habían remitido un par de semanas atrás. Y a estas horas. Pero ya van cediendo. Debe de ser este cansancio. Abre los ojos y sus facciones crispadas comienzan a relajarse cuando trata de imaginar por enésima vez la carita que tendrá su niña. Seguro que le sale más buena y guapa que Juanjo. Qué mala suerte ha tenido con ese bruto que cada día se parece más a su padre.
16 comentarios:
Todos los días cuando salgo de casa las veo, en torno al parque infantil, con sus carritos y sus hijos. Viejas de veinticuatro años que aun creen que la belleza es para pillar marido. Y que la salud es cuestión de buena suerte. Mujeres sin experiencia en la vida que no han echado una carrera desde el colegio. Y que educan a sus hijos peor que yo educo a mis perros.
¿Y qué podemos hacer Antígona?
Son tantos... Y siempre son más.
Besos acongojados.
Perdón huelladeperro acabo de morir de un empacho de generalizaciones.
Por lo demás… hace poco, Antígona, fueron las fiestas de mi ciudad (y este año, sí, las he disfrutado a tope). Observé con pánico las diferentes relaciones materno-filiales (sobretodo, aunque alguna paterno-filial había)… justo cuando estaba en el éxtasis de mi escándalo recordé mi edad y, que puñetas, alguien tendrá que pagarme la jubilación.
Besos dobles con sabor a café
Buen relato, Antígona! Me ha costado poco mirar con los ojos de tu protagonista... y eso que yo estaría en sus antípodas.
Es curioso como a pesar de los cambios (y ha habido muchos, eim?) seguimos situados en clichés que nos cuesta cambiar, sobre todo nosotras, y no es por jugar al victimismo. En muchos sitios sigo viendo esa división entre mujer-madre-y-esposa y mujer-profesional, como si una y otra fueran incompatibles. También es cierto que cuando no lo son o tienes una posición desahogada para que te echen una mano, o te vuelves loca haciendo malabares, terminando en un frenopático...
Y entre nosotras mismas he visto en muchas ocasiones esa desconfianza de un tipo de mujer hacia otro, como intentando calibrar y demostrar quién ganó o perdió en la elección. Y aunque siempre tuve claro al que pertenecía yo (más al de las lobas solas e independientes que al de las lobas amamantadoras y esposas) también es verdad que el tiempo me ha hecho ver de todo y en ambas opciones he conocido tías satisfechas e interesantes. Debe ser porque eligieron libremente y porque la vida no suele estar hecha de una sola pieza y sus momentos tampoco.
Aún así, y debido a que ya no soy veinteañera, a que durante años yo sí he tenido que aguantar comentarios y extrañezas varias por mi forma de vivir, he de reconocer que si alguna de mis sobrinas que sí andan por los veinte, me dijeran que quieren hacerse madres y esposas sin más, las inflaba a sopapos. Proclamo! Jeje. No puedo, ni quiero, evitar inclinarme por los seres independientes, sean del género que sean, eso sí, que todos tenemos lo nuestro. Me parecen más hechos y con más cosas que contarme. Lo que no deja de ser un pensamiento propio, y allá cada cual.
Besos de loba!
Bueno,pues puestos a poner clichés,yo estaría más cerca del perfil de Marta,pero aún así, me ha parecido muy interesante la reflexión que ha hecho Margot de que al fin y al cabo,de lo que se trata es de elegir libremente, y de que mujeres satisfechas y felices hay en ambos tipos de mujer.Eso de entrada,pero puestos a entrar en estas arriesgadas categorías,me apena mucho(y es cierta en numerosas ocasiones)esa desconfianza a la que alude Margot de un perfil a otro de mujer,tal cual lo ha descrito,hay como una rivalidad por ver quíen tomó la opción de vida más acertada,así de absurdo y estéril,pues ninguna opción está exenta de placeres y sinsabores,y de eso te vas dando cuenta poco a poco.
Parece dificil ese ejercicio de relativizar y sopesar,difícil estar satisfecha con lo que una elige sin compararse e incluso infravalorar la opción ajena¿acaso existe la opción perfecta?
Me inclino en general por l@s que no precisan subvalorar otra opción de vida que no sea la suya propia.Siento debilidad por ese perfil en general.
Besos descatalogados
¿Qué podemos hacer? La verdad es que nunca me lo había planteado en esos términos, Huelladeperro. En realidad, no me atrevo a juzgar sobre la vida de nadie. ¿Quién soy yo para hacerlo? Y menos con una cuestión tan delicada como la del sentido o falta de sentido de esa vida. Tengo bastante claro que, lo que para mí podría ser una vida plena y lograda, a otro podría parecerle un auténtico infierno. No, con tratar de que la mía propia no caiga en el vacío y en el sinsentido, tengo tarea más que suficiente. La vida de los otros sólo debe servirme para reflexionar sobre la mía propia. Además de que las cosas nunca son las mismas vistas desde fuera que desde dentro. Desde fuera no cabe duda de que uno tiene ciertas impresiones, ciertas intuiciones. Pero desde dentro, ay, el adentro es particular e intransferible de cada cual, y puede ser muy distinto a lo que uno imagina. Y sólo desde ese adentro cabe hacer algo.
Si tuviera la oportunidad de conocer de cerca a una de esas mujeres de las que hablas, o al personaje de mi propio post, y ellas o ella me hablaran de cierto malestar con sus vidas, entonces, tal vez, tal vez, hablaría y me atrevería a decir algo. Pero desde el desconocimiento sólo puedo observar e intentar discernir mejor, en función de eso que observo, en función de eso que creo observar, sea acertado o equivocado, qué quiero para mí y qué no. A fin de cuentas, eso que observo tenga quizás mucho más que ver conmigo que con ellas.
Me acongoja mucha gente que forma parte de esta sociedad. Y ante esa sensación sí tengo muy claro lo que hacer: apartarme de aquello que me acongoja y tratar de rodearme de quienes me dan la vida.
Besos!
-----------------
Tako, no creo yo que todas las relaciones materno-filiales sean como para que a uno le entre un ataque de pánico. En este terreno, como en todos los demás, hay de todo. Personas que se montan su condición de padres-madres de una manera admirable, otras en las que no puedes dejar de compadecer a los pobres niños.
Pero si tanto te preocupa que alguien pague tu jubilación, contribuye al mundo con unos cuantos churumbeles, anda. Yo te cedo gustosa los que, según ese criterio, me correspondería tener a mí :P
Un beso
En realidad, Margot, el relato quería hablar del momento en que alguien experimenta los primeros indicios, los primeros síntomas, de que la forma de vida que siempre creyó como la apropiada para él, como la forma de vida que lo haría feliz, no funciona y, sin embargo, se niega a interpretar esos síntomas en su verdad, se niega a verlos, porque aún es incapaz de poner en cuestión sus creencias, sus ideas respecto a lo que debería ser su vida.
No obstante, no puedo decir que sea casual el que, para reflejar esta idea, haya escogido este personaje concreto y su modo de entender lo que debería ser su vida. Quizás por eso mismo que señalas: porque se apoya en una serie de creencias heredadas, de clichés, que aún siguen vigentes a pesar de los cambios. La división a la que aludes entre mujer-profesional y mujer-madre está cada día menos presente. La batalla que libran hoy por hoy muchas mujeres es precisamente la de tener la posibilidad de conjugar ambas vocaciones sin que ninguna de las dos se vea menoscabada por la otra. Pero que veamos esta batalla como un asunto femenino no es más que la consecuencia de la tradición cultural que arrastramos. A fin de cuentas, el problema de conjugar tales vocaciones en una sociedad tan competitiva como la nuestra debería tenerlo cualquier persona, con independencia de su sexo, que desee medrar profesionalmente y al mismo tiempo quiera tener tiempo para ejercer de padre o madre. Lo cual no quita para reconocer que esa misma tradición cultural ha inculcado con mucha más fuerza en ellas que en ellos (los dichosos nenucos de siempre) el deseo de tener hijos, y que, por tanto, sean ellas las que con mayor intensidad vivan las dificultades reales que aún se plantean en esta sociedad para satisfacer ambas vocaciones.
En el cuento no hay ninguna desconfianza de Marta hacia la protagonista, sí de la protagonista hacia Marta. Pero sólo porque su encuentro con ella le sitúa frente al malestar no reconocido que ya siente con su propia vida y que se niega a ver. La negación implica en ella, necesariamente, un gesto de reafirmación interna con respecto a su propia elección vital que pasa por la descalificación de la elección del otro. Algo que todos solemos hacer con bastante frecuencia cuando el ejemplo de la vida de otros de repente parece cuestionarnos en nuestra propia existencia. “No, no”, nos decimos, “el que se equivoca es el otro”, tratando así de aplacar la sospecha, la inquietud de que tal vez nos equivocamos en nuestra elección. Cuando el problema no es la elección en sí, sino el modo en que nos sentimos con ella, si satisfechos o insatisfechos, como tú misma señalas.
Yo también tengo clara cuál es mi elección. Y aun así no dejo de ver lo que con ella me pierdo. Pero ése es el problema de tener que elegir, de que nuestras posibilidades sean finitas. Que la elección de ciertas posibilidades supone, irremediablemente, la renuncia a otras. Solo que mientras uno se sienta compensado en su renuncia, no veo motivos para la insatisfacción o la amargura.
Ays, tus sobrinas, espero que no tengan que enfrentarse ningún día a los sopapos de su tía Margot, jajaja. Pero entiendo perfectamente lo que quieres decir. Creo que, de verme yo en esa tesitura, también trataría de disuadirlas de que hay muchas otras cosas que se encuentran a su alcance y de que la independencia o la libertad son un valor del que pueden obtenerse amplios rendimientos. Pero, claro, es mi manera de ver las cosas. No voy a esperar que todo el mundo la entienda ni la comparta.
¡Besos nada maternales! ;)
En efecto, Troyana, se trata de elegir libremente, y ahora las posibilidades de esa libre elección son mucho mayores que hace unos cuantos años. Que no podemos olvidar que no ha pasado tanto desde la época en que el único fin en la vida de una mujer era ser esposa y madre. Como he planteado otras veces en este blog, no pienso que esos imaginarios del pasado hayan dejado de pesar totalmente sobre el presente. Pero por supuesto que no me aventuraré jamás a juzgar si ciertas elecciones de otros son fruto realmente de una reflexión personal o del peso de esos imaginarios. E incluso si lo fueran, eso no impediría que no pudieran llegar a sentirse plenamente satisfechos y felices con la opción finalmente escogida.
En cuanto a la rivalidad, creo que tiene que ver con ese mecanismo que le señalaba a Margot que nos impulsa a reafirmarnos en nuestras decisiones a fuerza de infravalorar las de otros. Un mecanismo que resulta bastante perverso, porque sólo conduce a la incomprensión de los otros y a la consecuente intolerancia. Quizá el mecanismo venga activado por el hecho de que nos cuesta mucho aceptar que, por cada cosa que elegimos, no hemos tenido más remedio que renunciar a otras. Y como nos cuesta asumir esa pérdida, una manera de combatirla es convencernos de que, de todas las opciones posibles, la nuestra fue la mejor y la más acertada. Pero, como dices, no hay opción perfecta. También yo creo que la forma más sana de vivir es tratar de liberarse de ese mecanismo y aprender a reconocer, sin prejuicios, todo lo bueno que hay en aquello que no escogimos o no pudimos escoger. Porque solamente así podremos comprender y compartir mejor, desde nuestra propia posición, las opciones de otros que difieren de las nuestras.
¡Besos sin categorías!
Ah, Troyana, que lo olvidaba. Con respecto a tu "incredulidad" en relación al post anterior:
http://www.youtube.com/watch?v=8XVi-LIG5m4
Que conste que yo tampoco me hubiera convencido si no lo hubiera visto :)
Más besos, esta vez optimistas!
Antígona, la Humanidad está condenada desde el momento en que es necesaria más inteligencia para ponerse un preservativo que para no ponérselo. Esta "selección artificial" favorece claramente la supremacía de los genes de los idiotas. Nos guste o no.
Siguiendo este razonamiento ¿Debería situarme junto a los pro-vida?... ¡Nooooooo, jamás! Afortunadamente ya no estaré aquí para verlo.
Hoy me tomaré una copa a la salud de los pocos que viven siguiendo los dictados de su conciencia.
Salud
Ahí nos duele! C.E.T.I.N.A.:
La selección favorece a los genes de los idiotas...
El argumento a favor del aborto que esgrimes; que reequilibra la selección "artificial" y su sesgo pro-idiotas, es ¡cuanto menos! políticamente incorrecto...
Y "cuanto más" es una actitud fascista que se asocia, generalmente, al régimen nazi.
Pero no seré yo quien me chive a las autoridades políticas...
Salgo ya al pub de la esquina para compartir contigo, virtualmente, un brindis a la salud de los que viven según los dictados de su conciencia.
Saludos eugenésicos
Bueno, sean o no sean inteligentes los genes reproducidos, el hecho es que los niños de hoy serán los que paguen las pensiones de los jubilados de mañana. Es por eso que la sociedad premia socialmente a las mujeres como ésta. Pero una cosa es el papel social y otra el desarrollo personal. Y, obviamente, la liberación de la mujer y el cambio democrático de nuestra sociedad han ido paralelos a un descenso notable de la natalidad. Así que, sin entrar en valoraciones personales, parece que Marta es un producto “más moderno” que nuestra protagonista.
En cualquier caso, creo que estos casos hay que mirarlos uno a uno, ya que la formación de una familia es una decisión personal de cada uno (Marta “no quiere por el momento” formarla y Juanjo y su señora “quieren tener hijos”). Y no me parece que la decisión de nuestra protagonista le haya acercado a la felicidad, sino que le ha sumido en un vacío de motivaciones, de autoestima y de amor del que muy difícilmente podrá recuperarse, en mi opinión, mientras no se reconozca a sí misma en el fracaso que está siendo su vida como proyecto.
Y es que los roles que admitimos como “normales” no tienen por qué ser lo mejor para nuestra vida. Claro que para eso hay que tener la valentía de reconocer en nosotros míos algo más que un rol social y un proyecto ya dado. Sólo deciden las personas libres.
Besos, doctora Antígona!
Pues sí, que cada cual escoja la opción de vida que más se ajusta a sus perspectivas. De todas formas, tanto en un lado como en otro (y no es que sean opciones excluyentes una de la otra, aunque la madre que planteas es de las de antes, maripuri hasta la muerte) hay muchos huesos que roer. La naúsea viene cuando uno no acepta que el hueso se convirtió en esqueleto y éste ya no te aguanta y te repites una y otra vez lo afortunada que eres siendo madre y lo que se pierden los demás, midiéndote con la de enfrente. Ahí sí se desarmó la pobre, una no excusa la mierda de vida que tiene comparándola con nadie.
Yo, francamente, al principio me veía claramente, ...muy cansadaaaa Pero luego dije, ay no, que es otro cansancio, el de entregar las horas y los días al absurdo de la supervivencia sin más.
Este rol tan extremo de la mujer madre amantísima y esposa de su casa se está reproduciendo en muchas niñas muy jovencitas que al cabo de unos cuantos años se ven infames (sus parejas, al poco, cambian a la princesa vaporosa por el cubata con los amigos o el flirteo con todo lo que se mueve), cargadas de hijos, sin muchas opciones de las que tirar, con unas carencias tan grandes que se reproducen en su desgracia hasta el infinito sacudiendo en sus hijos la mierda que las envuelve.
Muy buena la cosa, se podría hablar tanto de esas mujeres ninguneadas por ellas mismas.
Un besote.
Que real y que terrible .
Yo soy de la hornada de las que arrastramos un cansanco permanente mental y fisico por todo lo contrario, ya sabes repicamos a la vez que cantamos misa a la vez que nos hacemos las manos y a la vez que mil cosas mas subidas en el tacón todo el dia .
pero es curioso que como dice Chiara el perfil que dibujas esta renaciendo entre gente muy joven, no se lo mismo mis hijos por tener una madre como yo acabaran siendo unos psicopatas asesinos....
Me ha dado angustia este relato .
Un abrazo
Uff, C.E.T.I.N.A., te veo un pelín hardcore :)
Entiendo lo que quieres decir, y una parte de mí te daría gustosa la razón. Pero los hechos no me cuadran. Porque, ¿qué me dices de los veinte -¡veinte!- hijos de Bach? ¿O de los seis de Thomas Mann? No dudo que la humanidad esté condenada. Pero debe de ser entonces por otras razones.
No, no creo que tener hijos o no sea cuestión de inteligencia. Para ponerse un preservativo no hace falta tanto inteligencia como capacidad de autodominio y plena conciencia de lo que se quiere y lo que no. Al menos, sobrepasado cierto umbral. Y aunque yo no quiera tenerlos, francamente, no encuentro razones suficientes para decir que no tenerlos sea más inteligente que lo contrario. Más allá de los casos en que los hijos aparecen por pura inercia biológica, lo interpreto como una cuestión que pertenece al ámbito del deseo. Se tiene el deseo o no se tiene. Y no encuentro más explicación posible.
Besos!
-------------
Huelladeperro, te remito entonces a lo que le acabo de decir a C.E.T.I.N.A.
Lo que no entiendo es por qué asociáis el actuar conforme a los dictados de la conciencia con la negativa a tener hijos. ¿Realmente actúa la conciencia en esa decisión? ¿O, como le decía a C.E.T.I.N.A., es el orden del deseo, difícilmente susceptible de ser sometido a esos dictados, sino más bien proclive a utilizar la inteligencia para justificarse a sí mismo?
Y me da igual que se trate del deseo irreflexivo condicionado por agentes sociales como del deseo plenamente meditado y autoconsciente de sí. Si esta distinción no es ya de por sí puramente falaz.
Qué peligro tenéis, muchachos :P
Un beso
Doctor Lagarto, supongo que no podía ser de otra manera. Las mujeres de hoy en día cuentan con un abanico de posibilidades de eso que llama desarrollo personal mucho más amplio que hace décadas. Posibilidades que no dejan de ser compatibles, hasta cierto punto, con la maternidad. Pero que, sólo por mera cuestión de la finitud del tiempo, la limitan numéricamente. Marta es por ello, como dice, un producto más moderno. En su proyecto de vida, además de, quizá, tener hijos, entran muchos otros aspectos que antaño, sencillamente, no tenían cabida en la vida de una mujer.
El problema al que quería aludir el cuento es precisamente ese que señala: el del fracaso en un proyecto de vida concebido de antemano como adecuado para uno y que luego, sin embargo, se revela como un error. Lo importante, por supuesto, es tener la valentía suficiente como para afrontar internamente ese fracaso y todo lo que éste implica. Un fracaso al que, sea cual sea el proyecto elegido, todos sin excepción estamos expuestos. Pero me temo que no es fácil, al menos a cierta altura del trayecto recorrido, reconocerse uno mismo ese fracaso. Porque se tiende a ver el tiempo invertido en él como tiempo desperdiciado. Porque supone tener que romper con ideas y creencias largamente asentadas y positivamente valoradas. Porque exige un cambio radical que ni las circunstancias a veces propician, ni nos sentimos en disposición de asumir. Porque descubrir el fracaso de lo que uno siempre había concebido como la fuente de su felicidad exige una auténtica revolución personal cuyo primer paso es situarse ante el vacío del desconcierto y de la falta de proyecto. Con el tema de los hijos, además, todo se complica. No he podido dejar de recordar, al leer su comentario, aquella historia de la película “Las horas”, la protagonizada por Julianne Moore, en la que ésta decide abandonar a su marido y a su hijo. La posibilidad de tomar tal decisión se le abre cuando se percata de que la única alternativa si la rechaza es el suicidio. Decide, por ello, seguir viviendo. Pero en la película queda muy claro lo altísimo que es el coste moral de esa decisión. No tan alto como su propia muerte, desde luego. Pero muy alto, al fin y al cabo.
En cuanto a esos roles “normales”, es la presión social y las inercias a las que ésta da lugar las que llevan a aceptarlos sin una suficiente reflexión sobre sí y sobre los propios deseos. Tampoco me cabe duda de que los proyectos ya dados, los proyectos socialmente prefijados, facilitan y aligeran el difícil acto de la elección del propio proyecto vital. E incluso podría decirse que, en el fondo, muy pocos son los seres humanos que se arriesgan realmente a inventar un proyecto para sí. Casi todos transitamos por cauces ya abiertos por otros. Pero diría que el problema aparece cuando ese concepto de “normalidad” al que alude es en exceso restrictivo y no admite diferentes opciones. Por suerte, cada vez más es tan “normal” tener hijos como no tenerlos.
¡Besos, doctor Lagarto!
Pues sí, Ichiara, no podías haberlo expresado mejor. El origen de la náusea es la negación del sentimiento de insatisfacción, la falta de arrestos para admitir que nos equivocamos y la consecuente contumacia o persistencia en el error. Hay quien antes prefiere vivir entre arcadas mal disimuladas que aceptar que la opción que escogió no puede hacerle feliz. Y no sólo en este orden de los hijos o no hijos, sino en cualquier orden de la vida. Cuestión de pura cobardía con respecto a uno mismo, que es la cobardía que más daño nos puede hacer, y ausencia de conciencia de que vida no hay más que una y que es mejor no vivirla en la amargura encubierta.
Como le comentaba a NoSurrender en relación a la película “Las horas”, una cuestión clave es que hay errores que tienen difícil enmienda. Los hijos no desaparecen de un plumazo una vez uno los ha tenido y se siente hastiado por tener que ejercer su papel de padre o madre. Claro, que también es más fácil que sobrevenga el hastío cuando uno no ha sido plenamente consciente de la decisión que estaba tomando al tenerlos que si se trata de una decisión bien rumiada y meditada. Propio de la juventud es ese desconocimiento de sí que nos conduce a equivocarnos en relación a lo que realmente queremos para nosotros y lo que no. De ahí que no sea infrecuente lo que comentas con respecto a esas niñas jovencitas: que una vez maduran, lamenten el modo de vida que escogieron y acaban pagándolo con sus niños. Que se esté reproduciendo actualmente en mujeres tan jóvenes en los tiempos que corren, cuando las opciones que se abren ante ellas son muchas y muy distintas, no sé muy bien qué explicación pueda tener. Quizás sea la consecuencia de un tirar la toalla antes siquiera de haber empezado a luchar en un mundo cada vez más competitivo profesionalmente como es el nuestro. O un movimiento reactivo frente a la imagen de la mujer trabajadora e independiente que actualmente se propone. No lo tengo nada claro, la verdad.
¡Besos!
------------
Casilda, no conozco de cerca ningún caso como el que relato. Pero este año trabajo en un pueblo y debo reconocer que el post está en parte inspirado en algunas mujeres jóvenes cargadas con sus niños que he podido observar cuando paseo por las inmediaciones de mi centro de trabajo.
Admiro a quienes sois capaces de arrastrar ese cansancio infinito tratando de conjugar maternidad con otras facetas. En buena medida, porque yo me siento absolutamente incapaz de tales malabarismos, sin dejar de ser consciente, como decía más arriba, de lo que me pierdo a causa de esa incapacidad. Pero cada cual elige su camino y yo, conforme voy conociéndome cada día más y más, no creo que me arrepienta de mi elección.
Dudo mucho que tus hijos acaben convirtiéndose en unos psicópatas asesinos, mujer. De ser así y dado el perfil mayoritario de la mujer de hoy día, dentro de unos años ¡esta sociedad estaría compuesta prácticamente de psicópatas asesinos! :) Todos somos hijos de nuestro tiempo y también los niños que se crían en este nuevo modelo de sociedad.
Un beso
Publicar un comentario