Tal vez la pregunta que todo ser humano se ha planteado de manera más recurrente desde que tiene uso de razón es la pregunta por su propio ser, la pregunta que reza ¿quién soy?, y así se interroga sobre los atributos, sobre los predicados que se dejan ligar o separar de aquello que, señalándonos a nosotros mismos con el dedo, identificamos con nuestro propio yo. Con ése que, cada vez que habla, se aparece al mundo y a sus semejantes portando como un estandarte la palabra yo. Porque, ¿quién es ese yo que digo ser yo?
Dar respuesta a este incisivo y en ocasiones impertinente interrogante entraña una complejísima y no siempre visible problemática que, a mi juicio, nunca en el cine se ha descrito con tal grado de lucidez y verdad como en cierto monólogo de la película "Persona", de Ingmar Bergman.
Elisabet Vogler es una actriz que, mientras representa a Electra sobre el escenario, se sume de repente en el silencio, mira con sorpresa a su público, y no es capaz de proseguir la función. Al día siguiente no acude al ensayo y su ama de llaves la encuentra tumbada en la cama, inmóvil, muda ante sus preguntas. Lleva así tres meses, internada en un hospital. Pero la psiquiatra que la atiende sabe que está perfectamente sana, tanto física como psíquicamente. Su mutismo y su inmovibilidad tan sólo son una estrategia, el resultado de una decisión, plenamente consciente y comprensible para su inteligente psiquiatra. Elisabet calla porque cree que así podrá eludir las máscaras que encubren su verdadero yo y el presunto falseamiento de sí que todas ellas perpetran cuando se enfrenta desnuda a la pregunta ¿quién soy? En este preciso monólogo, su psiquiatra le revelará la imposibilidad de tal operación:
"¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es horrible. Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar.
Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elisabet. Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil. Que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te entiendo y te admiro. Creo que deberías mantener ese papel hasta que se agote, hasta que deje de ser interesante. Entonces podrás dejarlo. Igual que poco a poco fuiste dejando los demás papeles".
Elisabet ha entrado en crisis al devenir consciente de que ser persona -tal y como indica el significado de este vocablo latino- significa disponer de un conjunto, de una multiplicidad de máscaras que nos exponen al mundo a la vez que nos ocultan a él. Sabe, como le señala la psiquiatra, de la existencia de un abismo, de un profundo hiato entre aquello que de sí misma percibe en la interioridad de su conciencia, en la intimidad de su sentir, y el modo en que esa conciencia y ese sentir ocultos, tal vez en parte inasibles, se dejan exteriorizar ante sus semejantes. Elisabet querría ser más allá de esas máscaras. Desea exhibirse sin máscara alguna, despojada de lo que experimenta como un disfraz, como un velo que encubriría su yo auténtico, aquél que realmente definiera el quién que ella es. Pretende no sólo parecer ante los demás aquello que sus máscaras dibujan, sino ser al margen de ellas.
Sin embargo, las palabras de la psiquiatra la arrojan a una paradójica verdad que ella misma, desde su mutismo, está empezando a intuir: ser es un sueño imposible. En el momento en que ese yo auténtico, ese espacio íntimo de su ser aspirara a salir a la luz, su mera mostración lo convertiría de inmediato en otra máscara. Una máscara por fuerza falseadora en cuanto fragmentaria, parcial, incompleta, pero al tiempo verdadera dado que sin ella no es posible la manifestación de ese yo. Se derrumba así, revelándose como una ilusión, la imagen ideal de un yo desenmascarado, de un yo puro e inmaculado tras la impureza mentirosa de las máscaras. Detrás de cada máscara no hay sino una nueva máscara. Detrás de cada velo, nada más que un nuevo velo. Pues el yo no existe sin la variedad de máscaras que lo tornan real, si real quiere decir no sólo accesible para otros, sino también para nosotros mismos. Máscaras y velos nos constituyen entonces en lo que verdadera o falsamente somos, porque es en ese juego de máscaras donde habitamos de continuo sin posibilidad de sustraernos a él. De ahí que, como le indica la psiquiatra, también el silencio de Elisabet se haya transformado automáticamente en otra máscara, en otro papel que ha decidido representar creyendo erróneamente no representar papel ninguno.
Asumida la inexistencia de un yo con independencia de sus máscaras, la cuestión que tanto a Elisabet como a todos nosotros nos toca dirimir día a día se reduce a la de cuál de esas posibles máscaras nos representa con mayor grado de verdad. Pregunta que podría quizás traducirse a la de con cuál de ellas nos sentimos más cómodos, más libres o menos sujetos a ataduras innecesarias. A la de qué máscara se ajusta o ciñe mejor a los contornos invisibles de ese yo que palpita en cada una de ellas. Pero eso sí: teniendo siempre en cuenta que ninguna de nuestras máscaras preexiste antes de que ese yo nuestro sea capaz de esculpirla en un proceso creativo que durará lo que el tiempo de nuestra vida.
Este mismo monólogo de "Persona" fue ya recogido en un post muy al inicio de la andadura de este blog. Por aquel entonces aún pensaba que los post debían ser escritos breves y es por ello por lo que sencillamente me limité a transcribirlo sin aventurarme a un análisis como el que, sin embargo, siempre pensé que merecía. Hoy por hoy sigo pensado que los post deberían ser escritos breves. Pero es obvio que algunas reglas no escritas de la bloggosfera no se compadecen bien con la máscara que quiere o puede ser Antígona. Qué le vamos a hacer...
Dar respuesta a este incisivo y en ocasiones impertinente interrogante entraña una complejísima y no siempre visible problemática que, a mi juicio, nunca en el cine se ha descrito con tal grado de lucidez y verdad como en cierto monólogo de la película "Persona", de Ingmar Bergman.
Elisabet Vogler es una actriz que, mientras representa a Electra sobre el escenario, se sume de repente en el silencio, mira con sorpresa a su público, y no es capaz de proseguir la función. Al día siguiente no acude al ensayo y su ama de llaves la encuentra tumbada en la cama, inmóvil, muda ante sus preguntas. Lleva así tres meses, internada en un hospital. Pero la psiquiatra que la atiende sabe que está perfectamente sana, tanto física como psíquicamente. Su mutismo y su inmovibilidad tan sólo son una estrategia, el resultado de una decisión, plenamente consciente y comprensible para su inteligente psiquiatra. Elisabet calla porque cree que así podrá eludir las máscaras que encubren su verdadero yo y el presunto falseamiento de sí que todas ellas perpetran cuando se enfrenta desnuda a la pregunta ¿quién soy? En este preciso monólogo, su psiquiatra le revelará la imposibilidad de tal operación:
"¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de, al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada. Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es horrible. Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar.
Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí. Te entiendo, Elisabet. Entiendo que estés en silencio, que estés inmóvil. Que hayas situado esta falta de voluntad en un sistema fantástico. Te entiendo y te admiro. Creo que deberías mantener ese papel hasta que se agote, hasta que deje de ser interesante. Entonces podrás dejarlo. Igual que poco a poco fuiste dejando los demás papeles".
Elisabet ha entrado en crisis al devenir consciente de que ser persona -tal y como indica el significado de este vocablo latino- significa disponer de un conjunto, de una multiplicidad de máscaras que nos exponen al mundo a la vez que nos ocultan a él. Sabe, como le señala la psiquiatra, de la existencia de un abismo, de un profundo hiato entre aquello que de sí misma percibe en la interioridad de su conciencia, en la intimidad de su sentir, y el modo en que esa conciencia y ese sentir ocultos, tal vez en parte inasibles, se dejan exteriorizar ante sus semejantes. Elisabet querría ser más allá de esas máscaras. Desea exhibirse sin máscara alguna, despojada de lo que experimenta como un disfraz, como un velo que encubriría su yo auténtico, aquél que realmente definiera el quién que ella es. Pretende no sólo parecer ante los demás aquello que sus máscaras dibujan, sino ser al margen de ellas.
Sin embargo, las palabras de la psiquiatra la arrojan a una paradójica verdad que ella misma, desde su mutismo, está empezando a intuir: ser es un sueño imposible. En el momento en que ese yo auténtico, ese espacio íntimo de su ser aspirara a salir a la luz, su mera mostración lo convertiría de inmediato en otra máscara. Una máscara por fuerza falseadora en cuanto fragmentaria, parcial, incompleta, pero al tiempo verdadera dado que sin ella no es posible la manifestación de ese yo. Se derrumba así, revelándose como una ilusión, la imagen ideal de un yo desenmascarado, de un yo puro e inmaculado tras la impureza mentirosa de las máscaras. Detrás de cada máscara no hay sino una nueva máscara. Detrás de cada velo, nada más que un nuevo velo. Pues el yo no existe sin la variedad de máscaras que lo tornan real, si real quiere decir no sólo accesible para otros, sino también para nosotros mismos. Máscaras y velos nos constituyen entonces en lo que verdadera o falsamente somos, porque es en ese juego de máscaras donde habitamos de continuo sin posibilidad de sustraernos a él. De ahí que, como le indica la psiquiatra, también el silencio de Elisabet se haya transformado automáticamente en otra máscara, en otro papel que ha decidido representar creyendo erróneamente no representar papel ninguno.
Asumida la inexistencia de un yo con independencia de sus máscaras, la cuestión que tanto a Elisabet como a todos nosotros nos toca dirimir día a día se reduce a la de cuál de esas posibles máscaras nos representa con mayor grado de verdad. Pregunta que podría quizás traducirse a la de con cuál de ellas nos sentimos más cómodos, más libres o menos sujetos a ataduras innecesarias. A la de qué máscara se ajusta o ciñe mejor a los contornos invisibles de ese yo que palpita en cada una de ellas. Pero eso sí: teniendo siempre en cuenta que ninguna de nuestras máscaras preexiste antes de que ese yo nuestro sea capaz de esculpirla en un proceso creativo que durará lo que el tiempo de nuestra vida.
Este mismo monólogo de "Persona" fue ya recogido en un post muy al inicio de la andadura de este blog. Por aquel entonces aún pensaba que los post debían ser escritos breves y es por ello por lo que sencillamente me limité a transcribirlo sin aventurarme a un análisis como el que, sin embargo, siempre pensé que merecía. Hoy por hoy sigo pensado que los post deberían ser escritos breves. Pero es obvio que algunas reglas no escritas de la bloggosfera no se compadecen bien con la máscara que quiere o puede ser Antígona. Qué le vamos a hacer...
21 comentarios:
Ay, Anti, que tengo el encefalograma medio plano y profundizas hasta el mismísimo intríngulis de la cosa!!
Es un caso extremo, el de Elisabeth, pero sí que es la gran pregunta... ¿qué parte soy yo si prescindo de las innumerables máscaras que NECESITO para vivir menos expuesta? ¿cómo vivir si me quedo sólo con lo ESENCIAL?
Yo no tengo una respuesta contundente, pero entiendo desde mi rectilíneo encefalograma que, incluso con esas máscaras, siempre asoma lo que verdaderamente somos, si la situación lo demanda.
Hay universales que nos describen, puedes preguntar a un familiar, a un amigo, a un compañero y a un conocido. Y preguntarnos a nosotros mismos. Recabarás unos cincuenta adjetivos, y serán coincidentes, al menos, cinco.
Éso es lo que somos.
Supongo...
Un beso, guapa.
Hola tormen ! en vez en cuando echo una visual por tu bló, eso sín, de callandito, y en vez en cuando también te lanzo un pensamiento positivo, como ahora...
Hay máscaras y máscaras, creo yo, y aparte de la evidente que manifestarse es ponerse una máscara frente a los demás; vestir tanto ese pringfoso conglomerado de músculos y venas como ese mar bullente de emociones e ideas desatadas que son nuestro cuerpo y nuestra mente con un ropaje codificado de piel y gestos que sea legible con una clave común; existen otras máscaras, muchas más, que visten nuestra manifestación natural; el personaje que somos una vez le damos forma a músculos, venas y sentimientos y los cubrimos con nuestra piel y nuestros ideales para mostrarnos ante los demás. Y estas máscaras engañosas no tienen el soporte del interior tremendo e indescriptible en que se gestaron, no son una piel puesta sobre un ser al que manifiestan, sino que son dibujos, cartón piedra, pergamino robado o duplicado detrás del cual no hay nada a no ser la misma piel; la máscara hermosa que nos manifiesta, ahora blanca y pálida de no ver el sol resplandeciente, de respirar siempre el mismo aire viciado, de perderse de agotamiento en reseguir la propia personalidad por las vueltas y revueltas de los personajes representados.
Ummm
¿Beso enmascarado?
Tal vez el error esté en considerar máscaras esas partes que mostramos. Solo son eso, partes, que por sí solas no lo cuentan todo, pero en realidad rara vez mienten. Lo que a mí se me hace extraño es conjugarlas a veces, comprender, asimilar que mis partes se contradicen tanto a veces que no parecen pertenecer a la misma persona. Pero pertenecen, y son ciertas. Y existen porque los demás nos ven, porque estamos ahí en gran parte para ellos, otra rueda de molino difícil de tragar, esa del yo y el vosotros. A mí este tema me recuerda a Pessoa, pero no sé por qué.
Yo y mis circunstancias... ¿Y si consigo eliminar mis circunstancias? Vano empeño. Todos ser va indefectiblemente ligado a unas circunstancias.
Pero sin circunstancias no podría haber ser, porque nosotros somos también las circunstancias. Cada ser percibe las circunstancias de una manera diferente por la propia naturaleza de cada ser.
Un dilema sin fin.
Un beso circunstancial
Bueno, ya decía un tal Wittgenstein (me encanta poder traerlo a cuento a esta página, aunque cogido con alfileres) que la lógica se construye sobre el lenguaje ajeno a nuestro interior. No podemos mostrar(nos) al mundo sin utilizar ese andamiaje exterior, esa colección de máscaras formales que a modos de señales de tráfico convencionales nos sirven para creernos que nos mostramos al mundo y a nosotros mismos. No existe nuestro pensamiento sin máscaras. No somos sin máscaras.
Por otra parte, y dejando al austriaco Wittgenstein a un lado para poner al austriaco Freud sobre la mesa (con perdón), cada mentira o falseamiento que queremos mostrar dice de nosotros más que muchas verdades, pues nos sitúa en el campo de las frustraciones y prejuicios, que tanto explican de nuestros miedos y nuestras filias, nuestras carencias y vacíos. Y que, por tanto, mueven toda la estructura del consumo que forma el sistema político y social que mantenemos. El sistema es un mercado de máscaras. Las máscaras que necesitamos para ser yo.
Besos, doctora Antígona.
Vaya, cómo me gusta Bergman. Parece que el silencio se hace recurrente en varias de sus pelis como la forma más sutil y a la vez desesperada de protesta, ante la falta de comunicación y las dificultosas y atormentadas búsquedas del yo.
Hay otra peli que me gusta mucho, "Cielo sobre Berlín", en la que dicen: "¿Cómo puede ser que yo, que soy yo, antes de serlo no lo fuera? Y que algún día yo, que soy yo, deje de ser lo que soy".
Igual que nuestro cuerpo va cambiando y cada cierto tiempo tenemos una nueva rodilla o pulmón, me imagino que nuestro yo evolucionará constantemente traumatizado o alentado por las circunstancias vividas. Pobre yo, qué de trabajo le damos.
En esa propia visión que tenemos de nosotros mismos juega un papel esencial la comunicación. Como dice Lagarto apuntanbdo a Wittgenstein, la lógica se construye sobre el lenguaje ajeno a nuestro interior.
Braudillard habla de la identidad prefabricada como respuesta a la hipertrofia de la comunicación que acaba con todo reconocimiento.
Somos lo que nos ven, a la vez que somos lo que nos seduce. Somos en la medida que nos comunicamos, aunque ese ser íntimo esté compuesto de máscaras y simulacros que atienden más a las imposiciones propias de la vida social que a un deseo de ser otro del que somos.
Incluso cuando Elisabet decide quedar en silencio está mostrando una imagen de sí misma que no se corresponde con su ser más íntimo, tiene una máscara que se refleja en la alteridad.
Antígona, las neuronas con el calor son muy peligrosas, se recalientan (súmale un cigarrillo, además) y una termina cantando un aria en suahili, que debe sonar muy bien.
Bergman es una asignatura pendiente, me queda algo por ver, así que cojo la mula y al granero.
Un besote
Muy buenas reflexiones en torno a esa gran pregunta que Bergman desarrolla lúcidamente en Persona, como bien dices: ¿Quién soy?, y todas las máscaras que de ella se derivan.
No importa cuál sea el nombre que uses para la máscara del blog. Cuando escribimos siempre usamos una o varias mascaras, no importa si firmamos o no con nuestro nombre. Siguiendo tus reflexiones, te pregunto: ¿Antígona es una de las mascaras que mejor te representa?
Tormento, no me vaciles que tú el estado de encefalograma medio plano no lo has conocido todavía ni creo que lo conozcas ;)
La pregunta de Elisabet tiene una respuesta que es la que la psiquiatra le da: no es posible prescindir de las innumerables máscaras que necesitamos. Quedarse con lo esencial sería, si acaso, quedarse con la máscara esencial, pero nunca vivir sin máscaras.
Por eso, me parece muy acertado lo que dices: lo que verdaderamente somos también asoma en esas máscaras. Es más: no puede aflorar de otra manera que en las máscaras, y sin ellas, ni tan siquiera nosotros mismos podríamos llegar a acceder a eso que verdaderamente somos en lo que llamamos nuestra intimidad más íntima.
Los otros, los que nos conocen, son tal vez los que mejor pueden interpretar esas máscaras que nos ponemos para ellos, o que jugamos para ellos con mayor o menor grado de conciencia. Pero lo que me parece más interesante de este asunto es cómo, con determinadas personas, en determinados ambientes, somos plenamente conscientes de estar portando sobre nuestro rostro una máscara que o bien nos falsea –decimos, por ejemplo, cosas en las que no creemos, por quedar bien, por compromiso social- o bien sencillamente oculta aquello de nosotros que no deseamos mostrar a esas personas o en ese ambiente. En este sentido, probablemente sean las máscaras de la intimidad, allí donde más libremente creemos estar actuando, las que mejor nos reflejan, las que mejor definen lo que somos. Al menos yo tengo claro que quien tengo más cerca, y no me refiero solamente a la cercanía física sino también anímica y emocional, es quien mejor me conoce, quien con más acierto podría formular juicios acerca de mí en los que me sentiría reconocida.
Un besazo, niña!
También yo creo, huelladeperro, que hay máscaras y máscaras y que las menos inauténticas, las que más cartón piedra llevan en su composición, son aquellas con las que efectivamente vivimos una sensación de falseamiento, de fingimiento, de ocultación de nuestros verdaderos deseos o nuestras verdaderas emociones. Nos las ponemos todos los días y tanto más cuanto más formales sean los ambientes o las circunstancias en que nos movemos. O también en ambientes familiares en los que, por ejemplo, padres y hermanos nos han impuesto una máscara forjada con las expectativas que han proyectado sobre nosotros, y que mantenemos para ellos quizás para no defraudarlos, para no hacerles ver, por diversos motivos, que ya no somos las personas que ellos quisieron modelar a semejanza de ellos mismos. Creo que, en general, son las expectativas de los otros las que nos invitan a construirnos máscaras que se ajusten a la medida de esas expectativas. Al menos, yo tengo bastante claro que no soy la misma persona cuando me manifiesto ante mis familiares, cuando me manifiesto a mis compañeros de trabajo, y cuando lo hago a mis amigos o las personas con las que tengo una relación de mayor intimidad y complicidad. Para mí, todas y cada una de esas máscaras son necesarias. Pero tampoco se me escapa con cuál de ellas me siento más cómoda, más relajada, o más liberada de esas expectativas incitadoras del enmascaramiento. Y ésas son también aquellas con las que más me identifico y las que siento que mejor me definen.
Lo que a veces me pregunto es, ¿llevamos máscaras también en la soledad, cuando no hay nadie junto a nosotros, cuando nos movemos solos por casa, por ejemplo, sin observadores ante los que mantener una determinada imagen? Y me veo tentada a responder que sí, porque hasta en esa corriente de conciencia interna a la que nadie puede acceder si no la pronunciamos habitan las máscaras de las palabras aprendidas, de las emociones igualmente aprendidas en su reconocimiento para nosotros mismos. Es algo que me da qué pensar.
Besos enmascarados, por supuesto :)
Yo no creo que sea un error llamarlas máscaras, K, si obviamos el sentido negativo que podría atribuirse a esta palabra y sencillamente la entendemos como el conjunto de gestos, de palabras, de actitudes, con que nos mostramos a los demás y también a nosotros mismos. La “persona” o “personas” que somos, según el sentido del término latino, no es más que la suma de esos gestos, de esos modos de decir, de esas manifestaciones. Es verdad que tales máscaras son en ocasiones tan diferentes, tan dispares, que pueden llegar a contradecirse entre sí. Frente a una persona X nos mostramos de una determinada manera y luego frente a la persona Y nos sorprendemos mostrándonos de la manera justamente contraria. Sin embargo, creo que en estos casos, si uno lo piensa bien, no es difícil llegar a la conclusión de cuál de esas máscaras nos representa mejor, cuál de ellas preferimos llevar sobre nuestro rostro, aun cuando el proceso para llegar a tal conclusión pueda ser en ocasiones largo y costoso. Tan largo y costoso como averiguar qué es lo que queremos ser, hacia dónde queremos caminar en las actitudes, valores, o ideas que adoptamos.
Las máscaras tienen desde luego que ver con la presencia de los otros. Pero esa presencia de los otros marca nuestras vidas desde el momento mismo de nuestro nacimiento. Son los otros los que, en buena medida, nos enseñan, nos inculcan, o nos fuerzan a ser de una manera u otra desde que tenemos uso de razón. Lo cual no quiere decir que a lo largo de nuestra vida no podamos ir desprendiéndonos de unas máscaras y construyendo otras, en función de lo encorsetados que nos sintamos con las primeras y lo libres que nos sintamos con las segundas.
Supongo, K, que es inevitable que el tema te recuerde a Pessoa y a sus varios heterónimos. Pessoa no podía ser un solo escritor, necesitaba ser varios escritores, varias personas, varias máscaras literarias que sacaban a la luz aspectos distintos y definidos de su impulso literario. Siempre interesantísimo Pessoa, tanto en la persona o personas que fue como en el modo en que esas personas se manifestaron creativamente.
Un beso
Pues sí, C.E.T.I.N.A., son las circunstancias las que nos imponen o invitan a adoptar unas pautas de conducta y no otras, las que nos llevan a jugar ese complicado juego de máscaras que debemos aprender a utilizar adecuadamente en los diferentes ámbitos de nuestras vidas.
Y es cierto que nunca somos más allá de esas circunstancias, entre otras cosas, porque nunca dejamos de estar en una circunstancia u otra. Porque, como dijo alguien, somos seres-en-el-mundo sin que ese mundo se deje jamás desligar del ser que somos. Antes bien al contrario, es ese mundo lo que nos constituye en nuestro propio ser, aquello sin lo cual ni tan siquiera se podría hablar de los seres que somos. Y de ese mundo forman parte los otros, frente a los cuales no podemos dejar de mostrar un rostro u otro, una máscara u otra.
Un beso en el mundo!
--------------
Me parece estupendo, doctor Lagarto, que traiga aquí a colación de Wittgenstein y sus reflexiones sobre el lenguaje. Porque, en efecto, el lenguaje es la primera máscara de la que se nos dota para que podamos ser los humanos que somos. Un armazón o andamiaje exterior, como usted muy bien dice, que no sólo nos permite mostrarnos a los demás en la medida en que nos comunicamos con ellos, sino que también nos sirve para interpretarnos a nosotros mismos, para identificar nuestras emociones poniéndoles un nombre, para reconocernos en conceptos en esa interioridad íntima que, a no ser gracias a las palabras, no se dejaría apresar ni definir ni tan siquiera recordar. Aprender a utilizar el lenguaje es aprender a utilizar las palabras que otros nos enseñan para reconocer hasta nuestras emociones más básicas –al niño pequeño que llora, ¿te duele?, y sólo entonces comienza a aprender que eso que siente es dolor-, y es por tanto la primera intrusión en una interioridad que, sin embargo, y paradójicamente, no existiría sin esa intrusión externa, dado que es responsable de nuestra capacidad de autoconciencia. Así que si no hay pensamiento sin máscaras lingüísticas, sin etiquetas enmascaradoras por generalizadoras, entonces es obvio que no somos más allá de nuestras máscaras.
Me parece por otra parte muy interesante eso que dice de que nuestras máscaras más falseadoras dice mucho de nosotros mismos, de lo que querríamos ser y no somos, de lo que pretendemos aparentar ante los demás y sin embargo no se ajusta ni a nuestra condición social ni a nuestra realidad más íntima. Pienso tanto, por ejemplo, en la figura del nuevo rico, con sus revestimientos caros y lujosos, como en quien, por poner otro ejemplo, utilizara un discurso abusivamente erudito y pedante para ocultar una sólida falta de formación intelectual o por miedo a no ser valorado intelectualmente en determinados círculos. Y sí, creo que muchas máscaras tienden a ocultar nuestras carencias y vacíos, aun cuando me parece que otro modo de verlo es considerar que las máscaras que nos construimos no son más que el ineludible recurso con que debemos en todo momento llenar el vacío esencial que en el fondo somos sin esas máscaras, la nada que realmente somos sin todo aquello que emprendemos cada día para cubrirla. Que el sistema es un mercado de máscaras me resulta una apreciación muy acertada. Porque cada prenda que vestimos, cada objeto que decora nuestra casa, el coche que tenemos o los libros que compramos nos identifican ante nosotros mismos y ante los demás para decirnos, tanto a nosotros mismos como a ellos, quiénes somos, con quiénes están tratando, cómo es el yo que en cada caso habla.
Un beso, doctor Lagarto!
Bergman es para mí un genio, Beneditina, y si pinchas en la categoría “La gran pantalla” verás que en este blog se le han dedicado ya varios post. Y aún se le dedicarán más, de eso no me cabe la menor duda. Porque cada cosa que descubro de él me parece siempre una mina de la que hay mucho valioso que extraer. Sin embargo, no caigo ahora en alguna otra película de él en la que el silencio juegue un papel tan importante como en ésta. ¿Estás pensando en alguna en concreto?
“Cielo sobre Berlín” es también una película que me gusta mucho, o al menos algunos aspectos de ella me parecen realmente geniales. La pregunta que citas es muy interesante. Entiendo que plantea el tema de la identidad, de la coincidencia de uno mismo consigo mismo, de la permanencia de ese yo que, sin embargo, en algún momento tuvo que no ser y que irremediablemente habrá de dejar de ser. Pero más allá de los límites del nacimiento y la muerte, del salto del yo desde el no ser hasta el ser y luego de vuelta al no ser, el problema es el de si hay algo en nosotros mismos que persista, que sea esencialmente inalterable, con independencia de los múltiples cambios que vamos experimentando a lo largo de nuestra existencia. ¿Hay algo fijo e inmutable que resista todos esos cambios, tanto físicos como espirituales? ¿Cómo es posible que seamos exactamente los mismos que fuimos, si admitimos que esos que fuimos y lo que ahora somos nada se parecen entre sí?
Pero el yo tiene que cambiar necesariamente. Para eso se trata de una construcción que vamos realizando día a día y que cuenta con ese otro constructo que es la memoria para mantener su identidad, sea ésta ilusoria o no.
Gracias por tu visita y bienvenida a esta casa
Pues tus neuronas, Ichiara, funcionan perfectamente y además a todo trapo con este calor, como deduzco de tu comentario.
Conozco poco a Baudrillard y además no sé si entiendo muy bien lo que quieres decir. Es posible que en esta sociedad exista una hipertrofia de la comunicación. Pero, como diría probablemente Wittgenstein y como le comentaba a NoSurrender, sin la comunicación no seríamos los seres que somos, los humanos que somos, en la medida en que sin ella, sin la observación de los hablantes que nos rodean cuando somos infantes, no aprenderíamos ese lenguaje que tanto nos define en nuestro ser y en la relación que mantenemos tanto con el mundo como con nosotros mismos. En este sentido, que la lógica se construya sobre un lenguaje ajeno a nuestro interior arroja como paradójico resultado que, sin ese mismo lenguaje ajeno a nuestro interior, ni tan siquiera podríamos hablar de éste, incluso, me atrevería a decir, ni tan siquiera podríamos hacer la distinción entre lo interior y lo exterior. Hasta el reconocimiento de nuestras emociones más íntimas pasa por ese lenguaje que aprendemos de niños, y sin él no sería posible. Lo cual no quita, no obstante, para no reconocer que ese lenguaje no es omnipotente ni cubre plenamente nuestras necesidades de comunicación y expresión.
Que las máscaras y simulacros de nuestro ser íntimo atiendan a las imposiciones propias de la vida social me parece, sencillamente, la consecuencia lógica de ese mismo mecanismo por el cual sólo accedemos al lenguaje en tanto que seres sociales. Pero también diría que tal vez sea un tanto falaz esa diferenciación entre las imposiciones de la vida social y nuestros deseos. Nuestros deseos vienen igualmente marcados por esa vida social, aun cuando tras asumir esa premisa pueda después hacerse la distinción entre deseos más espurios, más asumidos por ósmosis o imitación incuestionada, acrítica, sin reflexión sobre ni observación de sí, y deseos más verdaderos.
Para mí el problema de Elisabet es que no quiere mentir. No quiere aceptar que toda comunicación, todo gesto, oculta, por fragmentario, por incompleto, algo de lo que somos, aunque al mismo tiempo también muestre algo de lo que somos. No acepta tampoco las contradicciones que se derivan de la multiplicidad de máscaras que debemos poner en juego en cada uno de los ámbitos de nuestra vida. Pero es obvio que su estrategia no puede funcionar. Porque en su silencio no deja de mostrarse a la vez que de ocultarse.
Sería genial poder escuchar esa aria en suahili ;) En cuanto a Bergman, a mí aún me queda mucho, o bastante, por ver de él. Pero iremos poco a poco, que sus películas son de las que merecen rumiarse con calma.
Un beso grande
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Escuer, es que Bergman es un maestro y esta película en concreto es en sí misma una reflexión impresionante sobre la cuestión de la identidad.
Escribir es un ejercicio de objetivación también por fuerza incompleto y fragmentario. Pero algo revela de nosotros, a la vez que oculta. Antígona ha ido evolucionando con el tiempo, y sí, me temo que, en esa evolución, cada vez se parece más a mí misma, o al menos a una parte de mí a la que he decidido dedicar más tiempo que a otras en ese ejercicio de objetivación, porque me estimula y me gusta hacerlo. Pero, como toda máscara, es sólo una faceta de mi persona. Y obviamente, también una máscara que muestra ciertas cosas sólo al precio de ocultar otras, voluntaria o involuntariamente.
Un beso
Antígona,aunque el calor afecte seriamente mis neuronas,te diré que me resulta muy interesante el debate,que somos un compendio de máscaras y que sí,que unas nos definen más que otras.
Lo preocupante,como apuntas,es si nos despojamos de todas las máscaras cuando no rendimos cuentas ante nadie,y nos quedamos solos y miramos hacia adentro,con una mirada más o menos franca y menos ensayada.Ese "yo"desnudo es el que dudo nos permitamos ver del todo,porque es enfrentarnos de cara y sin velos a nuestras debilidades,a nuestros demonios,a esa parte de nosotros que disfrazamos y enmascaramos para sobrevivir ante los otros o para poder vivir más cómodos,con la conciencia tranquila o algo más adormecida.Es una tarea valiente verse así,expuestos y vulnerables,y requiere un esfuerzo enorme no mentirse ni un poco,no ser mínimamente condescendientes,para ver donde fallamos o para discernir lo que sentimos como una amenaza y adentrarnos en sus causas.
Los que nos quieren,los que mejor nos conocen,son quienes mejor pueden acercarse a ese "yo" desnudo,pero en última instancia,cada uno en su foro interno,tiene las respuestas últimas,las más descarnadas, ésas que a veces no se atreve a escuchar.
El ser humano es un enigma en constante ebullición,tal cual Bergman reflejó.
Un abrazo
Para mi también es admirable el estado de aislamiento donde uno deja las máscaras de lado, y se recluye en un silencio del cual saldrán nuevas máscaras, aunque quizás menos fugaces que las anteriores. Siempre es bueno un periodo de reflexión, y sobre todo, no dejarse contaminar en ese mismo. Se que es imposible, pero es uno de esos sueños que tengo siempre: Que puedo huir a alguna parte donde pueda conocerme un poco mas, y al menos, ser consciente de que las máscaras que porto, son las que salen de mi ser, y no las que me cuelgo porque necesito ser algo mientras pienso en qué cojones soy.
Bueno, no me voy a poner mas extensa-intensa.
Te dejo un beso fuerte, decirte que como siempre, un placer leerte, y que bueno, que a ver si te veo pronto...
Está muy bien que re-dibujes lo que yo he dicho, porque yo quería decir lo que tú has dicho y me ha salido otra cosa, lo que demuestra que NO te vacilo si te digo que tengo el encefalograma medio plano.
Y dile al HUELLADEPERRO que me he alegrado MUCHÍSIMO al leerle, y que le mando un beso bien dao, con máscara de sonrisa de oreja a oreja.
Defiendo el martes 14... no sé cómo tendré el encefalograma para entonces, pero los calandracos, completamente saturados de Vigotsky y su puta madre, con perdón.
Besos en general.
Antes que nada, viva Bergman, esté donde esté.
Yo abogo por la destrucción progresiva de las máscaras, tarea difícil si no imposible, para acorralar a ese verdadero ser, ese yo que es el adversario interno, la voz que te susurra a diario que eres diferente y te aleja de los demás. A través de la eliminación del yo, tarea titánica si no imposible, podemos llegar a la comunión universal, si creemos que en realidad todos somos uno, y no una suma binaria de unos y ceros a la izquierda.
Troyana, me temo que el calor afecta seriamente a las neuronas de todos, y a las mías también especialmente.
Quizás el hecho de que no podamos nunca librarnos de todas nuestras máscaras no resida solamente en nuestra propia cobardía, sino en la imposibilidad de esa misma operación. Entiendo lo que dices: a veces es en la soledad de nuestra conciencia cuando más tendemos al autoengaño, cuando más velos nos ponemos ante los ojos al mirar hacia adentro. Siempre hay partes oscuras de nosotros mismos que nos atemorizan, que no nos atrevemos a enfrentar, y no es raro que en esos aspectos tengamos una visión más deformada de nosotros mismos que la que otros podrían proyectar sobre nosotros. Sin embargo, como decía al principio, quizás sea imposible despojarse de todos y cada uno de nuestros velos si cada interpretación que hacemos de lo que somos, resulte acertada o errónea, sincera o mentirosa, se encuentra ya, necesariamente, revestida por el velo del lenguaje, al que no tenemos más remedio que acudir para traducirnos en palabras, para comprender en esas mismas palabras qué nos sucede o cómo somos.
Desde luego que el ser humano es un enigma en constante ebullición. Y Bergman lo ha sabido reflejar como nadie, aunque a veces se centre obsesiva y dolorosamente en aquellos momentos en que el volcán se activa y arrasa con todo lo que encuentra a su paso.
Un beso y un abrazo
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Hay máscaras que es fácil quitarse, Delirium, sobre todo aquellas de la conveniencia social, las de la necesaria hipocresía frente a nuestros semejantes, las de los papeles que representamos con desgana por pura obligación y siendo plenamente conscientes de que estamos reflejando un determinado papel. Esas son, para mí, aquellas que se desprenden en nuestros momentos de soledad, y como bien dices, esos momentos de reflexión son necesarios para saber de qué otras máscaras, tal vez más íntimas, necesitamos deshacernos o renovar, cuáles nos hacen daño y cuáles nos llevan a sentirnos mejor con nosotros mismos.
Las máscaras que salen del ser de uno mismo son las más difíciles de adquirir. Requieren tiempo, madurez, sinceridad con uno mismo y un proceso de creación y revisión constantes. Por eso tendemos, como señalas, a colgarnos otras máscaras que no hemos forjado con nuestro propio trabajo interior en la medida en que necesitamos ser algo, o el mundo en el que vivimos nunca deja de obligarnos a ser algo. Pero si hasta llevamos un número que nos identifica! :)
Yo también espero que nos veamos pronto, Delirium, el verano se está presentando lleno de dificultades imprevistas, pero aun así espero que podamos hacerlo en breve.
Un besazo
Tormento, lo pude re-dibujar porque tú lo habías dicho antes y además muy bien dicho :P
Supongo que Huelladeperro ya te habrá leído él solito, y seguro que también se alegra de lo que le dices. Y si no, que venga y diga lo contrario :P
Martes 14… ay, ya no te queda nada. Mucho ánimo, mucha fuerza, mucha tila, y sobre todo mucha suerte, que es lo que más falta hace en estos tragos, los sabemos las dos por experiencia.
Otro besazo!
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Pues sí, Jota, y yo lo enfatizo, ¡VIVA BERGMAN y la madre que lo parió!, a quien profesamos en este blog una profunda admiración, que espero se vaya acrecentando conforme vaya viendo más películas de él.
Me parece muy interesante lo que planteas: que la forma de acorralar al verdadero yo consista propiamente en su eliminación, en la disolución del yo. Porque eso significaría que no hay yo sin máscaras ni máscaras sin yo. De manera que la destrucción de todas nuestras máscaras pasaría necesariamente por la destrucción de ese yo que somos o decimos ser.
¿Has leído a Agustín García Calvo? Porque creo que él diría algo muy similar a lo que planteas, en la medida en que por debajo de ese yo individual y cargado de intereses propios y gustos personales, late a su parecer un fondo común que a todos nos une y que es eso que él llama “pueblo”. El lugar por el que respiramos, el que nos hace mantenernos con vida más allá de la administración de muerte que nos constituye como individuos al servicio del Estado.
Un beso
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