
Queridas y queridos, queridos y queridas: mañana, cuando aún no haya salido el sol, me envían al purgatorio. Como lo oís. Se ve que he sido mala muy mala en los últimos tiempos y las altas esferas han decidido que, para que no me vea irremediablemente abocada al ardor de los fuegos infernales cuando me saquen definitivamente de este mundo, tengo que pasar unos cuantos días purgando los muchos pecados que he debido de acumular hasta ahora.
Supongo que piensan que si tengo ya la ocasión de comprobar cuánto grado de sufrimiento necesita la purificación de un alma tan manchada como la mía, tal vez comience ya a corregir mi conducta y así consiga librarme de la bajada directa a los infiernos que me espera de no hacerlo. O quizá la cuestión no sea tan grave. Simplemente se han encontrado ahora con una plaza vacante, y se han dicho: "Oye, mira, no vaya a ser que cuando le toque no le encontremos sitio y así, para entonces, ya tiene unos días de purgatorio cumplidos y luego hasta nos lo va a agradecer". Vete tú a saber. ¿No dicen que los designios divinos son inescrutables? Pues eso, yo escrutarlos, desde luego que no los escruto.
Bueno, la verdad es que no lo estoy contando como realmente ha sucedido. Mi purgatorio comenzó hace ya unos cuantos meses y, cómo no, algo tuve que ver en todo ello. Presionada por una serie de circunstancias, no fui capaz de decir que NO a algo a lo que siempre había sabido que tenía que decir que NO. Ya véis, con lo fácil que resulta pronunciar esta palabra: NO. Si hubiera tenido que pronunciar, por ejemplo, idiosincrásico, aún podría entenderse que se me hubiera trabado la lengua. Pero sólo tenía que decir que NO. Y no lo hice porque no supe cómo hacerlo. Para que luego digan que la ignorancia es sinónimo de felicidad. ¡Ja! Y como la hipotética existencia de una justicia universal parece siempre querer probarse en aquello de que los errores se pagan -mucho menos frecuentemente, hay que joderse, en la recompensa por los aciertos-, llevo pagando por este error, a un ritmo de intensidad creciente, durante bastante meses.
Mañana comienza el pago de la mayor parte de esa deuda, según el balance de errores y aciertos que todos llevamos en nuestras cuentas corrientes del banco divino, contraída por mi equivocación. Será la última estación de mi particular purgatorio, pero también la más dura. Puedo ya anticipar algunas de las torturas y tormentos que me esperan, y tiemblo ante su mera idea. Pero habrá que ser fuerte y resistir porque me han garantizado que tendrá un tiempo limitado. Ya lo dicen: Dios aprieta pero no ahoga. Aún no puedo imaginarme con qué secuelas, cicatrices, traumas o miembros de menos, pero en una semana me devolverán a casa.
Sería una grata sorpresa descubrir que también en este último tramo del purgatorio pueden vivirse momentos de disfrute. Que de cuando en cuando tus torturadores te ofrecen un vinito para aliviar los dolores y te hacen cosquillas para que te rías un rato. Quiero confiar en ello, agarrándome a eso que de pequeñitos nos contaban sobre la infinita bondad divina. Ojalá.
Pero aunque así fuera, ya sabéis: sed buenos mientras estoy ausente, no vaya a ser que os pase como a mí, y tomando ejemplo de mi experiencia, seguid ejercitándoos en el difícil arte de decir que NO a todo aquello a lo que la cabeza y el corazón saben y siempre han sabido que hay decir que NO. Que todo SÍ equivocado no es más que una cesión gratuita a la muerte en lugar de una afirmación a la vida. Yo, desde luego, volveré si sobrevivo con la lección bien aprendida. O eso espero.
Y deseadme muchos ánimos y fuerzas, que las voy a necesitar.
¡Miles de besos para todos y todas y hasta mi vuelta!