tag:blogger.com,1999:blog-10983926564618077742024-02-07T03:11:46.601+01:00La cólera de AquilesAntígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.comBlogger205125tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-57583041589904155552013-06-30T21:22:00.000+02:002013-10-30T19:57:51.958+01:00Soledad II<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglgxgDEvQXReymvyTyTfJeIEiE00bkeDqcgJurtlYnHmlp5TK_vsPIZm6JmVLrnerBK7W3HlkI-lOPuKmpClcHOC-hZcsB95OZfhk407z6ZXxBFgss27D96RIQKrNxdgiFoOxYmi85zHPG/s500/mike+worrall+la+comida.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="365" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglgxgDEvQXReymvyTyTfJeIEiE00bkeDqcgJurtlYnHmlp5TK_vsPIZm6JmVLrnerBK7W3HlkI-lOPuKmpClcHOC-hZcsB95OZfhk407z6ZXxBFgss27D96RIQKrNxdgiFoOxYmi85zHPG/s400/mike+worrall+la+comida.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Antes o después se acaba llegando a la trillada conclusión: no hay mayor sensación de soledad que la que sobreviene en compañía de otros. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Porque no se puede siempre decir que no, pocas personas –si es que acaso existe alguna– se habrán librado de la experiencia de esos encuentros sociales forzados de los que sospechamos que no recibiremos más gratificación que la posterior sensación de un hipotético deber cumplido y la conciencia tranquila que de ella deriva. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Desde el momento en que algo en nosotros se inclina, o cree no tener más remedio que inclinarse por el sí, es probable que cierto natural optimismo nos impulse a alimentar la esperanza de que el encuentro pueda tal vez sobrepasar las nulas expectativas depositadas sobre él. A fin de cuentas –nos decimos–, si es el caso que nunca antes consentimos en proclamar ese sí, partimos del desconocimiento de aquello que nos aguarda. Contextos inusuales –nos decimos también–, desgajados del espacio rutinario saturado de prisas e imperativos, propicios al aflojamiento de la tensión y la máscara de la profesionalidad, brindan a las personas la oportunidad de mostrar facetas, vertientes, aspectos de sí mismas que hasta el momento han permanecido ocultas para nosotros por no habérsenos presentado nunca la ocasión de descubrirlas. Y en el dilatado intervalo de tiempo que corresponde a una comida multitudinaria y su posterior sobremesa –nos decimos igualmente–, quizá haya lugar para lo imprevisto. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Siempre resulta decepcionante comprobar que lo imprevisto rara vez ocurre. Que si tantas veces con anterioridad respondimos a la propuesta con un no revestido de excusas, fue porque nuestras sospechas albergaban más fundamento de lo que nuestra conciencia deseaba reconocer.
Sentados los comensales frente a frente a la espera de la progresiva llegada de los platos que componen el menú, nada cabe sino salvar la distancia que se extiende entre los bordes de la mesa y llenar el vacío de la espera con palabras. Benditas, malditas palabras. La diversión o el aburrimiento, el entretenimiento o el tedio que experimentemos dependerán, invariablemente, de cuáles sean esas palabras que se intercambien de un lado a otro de los platos y los vasos, entre las sillas si en ocasiones la conversación se separa transitoriamente del espacio de exposición común para limitarse al comensal situado junto a uno. </span></span><br />
<br />
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">¿De qué se habla en tales circunstancias? Quizá sea inevitable que, en los inicios, todo gire en torno al territorio previamente compartido, alrededor del lugar en que confluyen cotidianamente los allí reunidos, y el intercambio comunicativo se limite a la reproducción del que ya se suele producirse día a día en el cruce por los pasillos, al hilo del cigarro fumado en la calle entre tarea y tarea, durante la pausa de un café rápido. Pronto alguien recordará con una sonrisa, tal vez también con una broma, la provisional suspensión del tiempo de trabajo, lo inapropiado de su prolongación entre los entrantes y las copas de vino. Para, a continuación, desde su mayor o menor conocimiento de los comensales y el recuerdo de las circunstancias que más recientemente han afectado a sus vidas, abrir el frente de esas preguntas que se sitúan a mitad camino entre lo cortés y lo personal: qué tal se encuentra la madre ya en edad avanzada, cómo va el pequeño que hace poco cayó enfermo, qué tal en la nueva casa tras la mudanza acaecida hace escasos meses. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Suele suceder entonces que el interrogado se demore en explicaciones más o menos detalladas que, en realidad, sólo interesarán a quienes escuchan por suponer la ocasión oportuna para que cada cual exponga su propio caso a propósito del tema propuesto: la vejez renqueante de la propia madre, las dolencias habituales de los propios hijos, la última mudanza vivida en primera persona. Tan notorio será el esfuerzo de los comensales por participar que, conforme las copas se vayan vaciando y llenando nuevamente de vino, conforme los temas de conversación se vayan ampliando a las aficiones particulares, a lo que se hace o deja de hacer más allá de las fronteras del espacio acotado por el trabajo, terminarán por interrumpirse animadamente unos a otros: limitarse a escuchar sin abrir la boca podría ser interpretado como signo de indiferencia o desinterés por la conversación. De optarse por no aportar información alguna sobre uno mismo en relación a algún tema concreto, será preciso introducir algún comentario sobre lo dicho por otros que ponga de relieve la expresa voluntad de colaborar en el juego de construcción de la conversación con independencia de cuáles sean los elementos puestos al alcance de los jugadores. Tan preciso como aprovechar el siguiente tema para relatar alguna circunstancia o anécdota propia, haga o no perfectamente al caso, con tal de no parecer en exceso reservado, en exceso celoso de una privacidad que poco sentido tiene proteger cuando lo que se ventilan son asuntos en lo esencial tan triviales. Cuando de lo que se trata –éste es el mandato tácito que preside la reunión– es de que cada comensal festeje a los postres haber alcanzado un mayor conocimiento del resto. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Es en este banal intercambio de anécdotas, de gustos personales, de historias más o menos graciosas en las que no resultará infrecuente la necesidad de forzar alguna que otra carcajada, donde se puede empezar a experimentar una creciente sensación de aislamiento, de lejanía provocada por esas mismas palabras vertidas con la intención de acortar distancias y generar una proximidad mayor que la que procede de la labor conjunta. No hace falta que se hable expresamente sobre ello: en esas palabras se desvelan, ante todo, estilos de vida, maneras de enfocar el siempre grave problema de ocupar el tiempo que a cada cual se nos ha asignado, que pueden abrir abismos entre quienes se decidieron y deciden cada día por estilos que podríamos llamar mayoritarios, y quienes eligieron o no tuvieron más opción que decantarse por formas menos holladas por tales mayorías. Los hijos no son sólo tema inagotable, infinito, entusiasta de conversación entre quienes los poseen. Su posesión suele, además, determinar formas de existencia bastante dispares –sobre todo en las etapas más tempranas de su infancia: lugar de destino vacacional, preocupaciones cotidianas, actividades de fin de semana– de las que protagonizan quienes carecen de ellos que no pocas veces condenan a una mutua incomprensión adecuadamente encubierta por un fingido gesto de empatía. Si escasa afinidad dialéctica puede haber entre quienes disfrutan de los últimos estrenos cinematográficos para el gran público, o de las novedades literarias que se prodigan en millones de ejemplares, y aquellos que desprecian la escasa calidad e ínfimo buen hacer que por lo general contienen los productos de la llamada cultura de masas, menos aún la habrá de orden vital entre quienes conceden a cine y libros el papel de mero entretenimiento de sus horas de asueto y los que se entregan a ellos como instrumentos de indudable goce pero también de conocimiento. Y hasta el generalizado interés por el deporte, la moda, o la cocina –los temas políticos o religiosos quedan habitualmente al margen de estos encuentros sociales obligados; las brechas que imponen son demasiado profundas y nada más proclive que su surgimiento a convertir el encuentro que se busca cordial en agrio y sonoro desencuentro–, puede acabar por aislar íntimamente en medio de la charla a quienes en absoluto les han dado cabida en su existencia. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">No será raro, pues, que algunos comensales, pese a la sonrisa luciendo en sus rostros, celebren con el brindis ritual el ya próximo y anhelado final del encuentro. Que se apresuren a despedirse del grupo con alguna excusa inventada sobre la marcha que justifique su salida más o menos precipitada del local. Que regresen a sus espacios privados con una intensa sensación de hastío, unida al firme propósito –dudoso de antemano en su posible cumplimiento, piensan resignados– de no volver a pronunciar jamás ese sí que provocó la vivencia de las horas precedentes. Una vez más, han vuelto a comprobar en esas horas que, por encima del fondo común que a todos nos alía en lo esencial, reina el ámbito de una diferencia a veces tan brutal que no permite ni tan siquiera disfrutar del calor de la compañía de otros seres humanos. La diferencia que se hace aún más notoria y es fuente de mayor sensación de soledad cuando resalta en contraste con la imagen de comunidad que tan fácilmente parece emerger del recíproco contacto de esos otros seres humanos. </span></span></div>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-8183151063509173892013-06-16T11:37:00.001+02:002013-10-30T20:04:01.084+01:00Tiempo de trabajo<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiVkwDXP8ewDiupMO8ZXpscvp2orO6znUHW0gaAYO25JmlVKKkB9ADZlBWsb7WKwX-FqFoc3JLal7kNIpaWqPpiJpfKf_v_V4FjWAjhOcS6ruKB-G_rKNZtLGgVuZmwF7qCS5xT7goEN1P/s1600/Chaplin.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="345" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiVkwDXP8ewDiupMO8ZXpscvp2orO6znUHW0gaAYO25JmlVKKkB9ADZlBWsb7WKwX-FqFoc3JLal7kNIpaWqPpiJpfKf_v_V4FjWAjhOcS6ruKB-G_rKNZtLGgVuZmwF7qCS5xT7goEN1P/s400/Chaplin.JPG" width="480" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> No sé si será también su caso, pero yo llevo largo tiempo preguntándome por qué la inteligencia humana, puesta al servicio de la invención técnica, tan sólo ha logrado liberar de la maldición bíblica del trabajo a una pequeñísima parte de la humanidad. No hay realidad más abrumadora que la de la infinidad de progresos tecnológicos que, en los últimos siglos, han servido para sustituir la sufrida fuerza física del brazo humano por la potencia insensible de la máquina. Gracias a ellos, hace ya mucho que el fatigoso manejo de la azada fue desplazado por el tractor, la mano hundida esforzadamente en la harina por la amasadora mecánica, la paciencia del hilo y la aguja por la máquina de coser. Pero a pesar del enorme éxito logrado en el reemplazo, capaz –y esto es lo más inquietante– de incrementar exponencialmente la cantidad de trigo, panes y vestidos producidos por medio de los múltiples artilugios ideados por el hombre, de ningún modo puede decirse que haya tenido lugar la deseada disminución del tiempo invertido por la gran mayoría de seres humanos en procurarse su sustento diario a cambio del aún más deseado aumento de su tiempo de ocio y libre recreo. O, al menos, no en la proporción que cabría esperar en función de los numerosos avances técnicos conquistados desde los tiempos de la revolución industrial. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Y he aquí que, después de tantos años arrastrando conmigo esa mortificante pregunta, me encuentro por vez primera con una explicación, tan inteligible como plausible, de por qué el aumento de la productividad del trabajo posibilitado por la máquina no ha provocado un acortamiento generalizado de la jornada de trabajo de quienes viven de su salario. ¿Dónde, dónde?, se estarán preguntando impacientes si alguna vez se han visto asaltados por los mismos interrogantes. No se inquieten, se lo cuento de inmediato: en esa inmensa obra compuesta por tres gruesos volúmenes y aun así no terminada por su autor que lleva por título <i>El Capital</i>. En concreto, en apenas unas pocas páginas que forman parte del primero de sus tomos. Pero, tranquilos, no hace falta que corran a ninguna librería en busca de un ejemplar de ese precioso volumen que tantas respuestas ofrece sobre la realidad social y económica que vivimos hoy en día. Si me lo permiten, ya les expongo yo misma, tan claramente como pueda, lo que allí se dice. ¿Preparados? </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Karl Marx parte de la idea de que el beneficio del capitalista –dividiremos a partir de aquí a la humanidad entre capitalistas y asalariados, entre propietarios de medios de producción y trabajadores– proviene de lo que el asalariado es capaz de producir en aquellas horas de su jornada de trabajo por las cuales el capitalista, sencillamente, <i>no le paga</i>. O, lo que es lo mismo, en aquellas horas en las que al asalariado no se le paga el valor de su trabajo en correspondencia con los beneficios que el capitalista obtiene por la venta de los productos fabricados por el asalariado durante ese tiempo. A esto es a lo que Marx llama “<i>plusvalía</i>” como fuente de riqueza del capitalista. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Supongamos que soy un capitalista que quiere invertir su capital en producir camisas. Supongamos que, en el mercado, las camisas se venden a 20 euros y que, según mis cálculos, los costes necesarios en concepto de materias primas (tela, hilos…), instrumental, alquiler del local, electricidad, etc. por cada camisa fabricada ascienden a 10 euros. A eso debo sumar un coste adicional: el salario de los trabajadores que producirán esas camisas y que, según la tecnología del momento, son capaces de fabricar una camisa por cada hora de trabajo. Supongamos, también, que los trabajadores no pueden cobrar menos de 60 euros al día para no morirse de hambre. Es decir, que lo mínimo que debo pagarles son 60 euros. Podría razonar de la siguiente manera: si les hago trabajar 6 horas al día, en las cuales producen, cada uno de ellos, 6 camisas, y les pago 10 euros a la hora, mi coste total de producción de cada camisa será de 20 euros (10 de producción y 10 de salario), exactamente el precio que valen en el mercado, con lo cual ellos ganarán los 60 euros que necesitan pero yo no obtendré ningún beneficio. Por tanto, señala Marx, si quiero obtener algún beneficio, deberé hacerles trabajar 2 horas más, en las que produzcan 2 camisas más, pero <i>no pagarles</i> por ellas. Los 20 euros que debería pagarles por esas 2 horas de más serán los que yo, a su costa, me meteré en el bolsillo vendiendo en el mercado esas 2 camisas más. Esos 20 euros serán mi plusvalía. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Vamos ahora a suponer, además, que soy un capitalista avispado y me proveo de un conjunto de nuevos métodos tecnológicos que permiten que cada uno de mis trabajadores, en lugar de producir una camisa a la hora, produzca 2 camisas. Mis trabajadores son ahora <i>más productivos</i> que los de los demás capitalistas, porque así como esos trabajadores siguen necesitando una hora para producir una camisa, los míos producen una camisa en media hora. Es decir, producen lo mismo que el resto en la <i>mitad del tiempo de trabajo</i>. </span></span><br />
<br />
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Éste es el momento en que uno se pregunta –dichosa ingenuidad– por qué, ante tales nuevas circunstancias, yo, como capitalista, no tomo la decisión de reducir la jornada de trabajo de mis trabajadores a 4 horas para que continúen produciendo sus 8 camisas al día y yo siga ganando mis 20 euros de plusvalía por trabajador. Pero no es así como yo puedo actuar en mi condición de capitalista. Más bien, ya me estoy frotando las manos pensando en que ahora mi plusvalía, es decir, aquello que voy a ganar por las horas de trabajo que no pago a mis doblemente productivos trabajadores, se ha incrementado significativamente. En concreto, si los costes de producción de las camisas permanecen invariables –planteémoslo así por simplificar– y sigo pagando a mis trabajadores los 60 euros diarios que necesitan, un sencillo cálculo me revelará que mis beneficios van a ascender de 20 a 100 euros al día por cada jornada de trabajo de cada uno de mis trabajadores (1, véase al final del post). No está mal, ¿no? </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">No obstante, esta mayor productividad de mis trabajadores me enfrenta a un <i>pequeño problema</i>: ¿cómo podré colocar en el mercado 16 camisas/día/trabajador donde antes colocaba 8, para así amortizar mis gastos de producción? La respuesta, en principio, es bastante sencilla: puedo <i>bajar el precio de cada camisa</i> para atraer a más compradores. Si en el mercado las camisas valen 20 euros, puedo optar por venderlas, por ejemplo, a 18 euros. Es cierto que entonces mi plusvalía descenderá un tanto. Repitiendo los cálculos de antes, concluyo que ganaré 68 euros al día por el trabajo de cada trabajador (2). Bien, no son los 100 euros que podría ganar de vender las camisas a 20 euros, pero siguen siendo bastantes más euros que los primeros 20 que ganaba por trabajador cuando éstos eran menos productivos. </span></span></div>
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<br /></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">¿Problema resuelto? Pues no exactamente. Porque los demás capitalistas que venden camisas no son tontos. Y en cuanto vean que existen camisas a 18 euros en el mercado, y que ellos aún las están vendiendo a 20, se apresurarán a buscar la manera de reducir los costes de producción de sus propias camisas para abaratarlas y no quedarse sin clientes. Ello exigirá –si no quieren renunciar a sus beneficios, matar de hambre a sus trabajadores disminuyendo su salario, o matarlos de trabajo forzándolos a trabajar 16 horas al día– que se provean de los <i>mismos medios tecnológicos</i> con los que yo cuento para que así sus trabajadores puedan producir, al igual que los míos, 16 camisas al día. Pero entonces habrán de enfrentarse al mismo problema al que hube de enfrentarme yo en mis inicios: ¿cómo colocarán en el mercado sus 16 camisas/día/trabajador donde antes colocaban 8? Bueno, de entrada, un segundo capitalista adherido al nuevo método de producción que procura el avance tecnológico podrá optar por vender sus camisas a 17 euros, en lugar de a 18, con lo cual, si repetimos los cálculos de antes, ganará 52 euros/día/trabajador (3). Pero un tercero, si desea colocar su mayor producción de camisas, necesitará venderlas a 16 euros, de forma que su plusvalía se reducirá a 36 euros/día/trabajador (4). Y ya el cuarto se verá obligado a venderlas a 15 euros. La cuestión es que con ello, vaya por dios, no obtendrá más que los originales 20 euros/día/trabajador que ganaba cuando sus trabajadores, en lugar de 16, sólo eran capaces de producir 8 camisas al día (5). Obviamente, todos los demás capitalistas queremos seguir vendiendo camisas. No tendremos, pues, más opción que ir adaptándonos a los nuevos precios de mercado y terminar vendiendo nuestras camisas a 15 euros la pieza. No tendremos, pues, más opción que retornar a la plusvalía de 20 euros al día por trabajador a pesar de que nuestros trabajadores producen ahora el <i>doble</i> de lo que producían cuando ya ganábamos esos 20 euros y nosotros vendemos el <i>doble</i> de camisas. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Acaban ustedes de comprobar –si es que han conseguido llegar al término de esta entrada, sin duda la más infumable de la historia de este blog; les pido disculpas– cómo la introducción de nuevos medios tecnológicos, pese a haber duplicado la productividad de los trabajadores, <i>no ha conseguido acortar su jornada de trabajo</i>. En modo alguno. Antes bien, en el <i>nuevo estado de cosas</i>, y por causa del necesario descenso del precio de las camisas, cada trabajador debe seguir trabajando no menos de 8 horas al día para ganar sus originales 60 euros. Y decimos “no menos” porque nada excluye que la libre competencia acabe exigiendo una nueva rebaja en el precio de las camisas, por ejemplo, a 14 euros. Para no perder sus beneficios ni matar de hambre al trabajador, los capitalistas tendrán entonces que exigir a sus asalariados que trabajen ya no 8, sino 9, 10 o 12 horas al día. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Y es que, según se deduce de los análisis de Marx, la lógica del capitalismo impide, en sí misma, que ningún progreso técnico disminuya el tiempo de vida que los trabajadores dedican al trabajo. Para eso hacen falta <i>otras</i> cosas. Cosas que sólo pueden dilucidarse desde el exterior de esta lógica ciega movida por el afán de lucro que parece haberse implantado en nuestro mundo como una ley natural. Tan natural, proclaman algunos, como la propia ley de la gravedad. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">(1) Recordemos que cada camisa se vende por 20 euros. 20 x 16 = 320 euros. A esos 320 les restamos los 160 euros (16 x 10) de coste de producción de las camisas, así como los 60 euros de salario del trabajador, y nos quedan 100. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">(2) 18 x 16 = 288; 288 – (160 + 60) = 68. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">(3) 17 x 16 = 272; 272 – (160 + 60) = 52. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">(4) 16 x 16 = 256; 256 – (160 + 60) = 36. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">(5) 15 x 16 = 240; 240 – (160 + 60) = 20.
</span></span></div>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-50119278195005411272013-05-31T11:57:00.002+02:002013-10-30T20:20:00.303+01:00Perdonarse<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXCAGmiJfCbMRgoCMyXjJyWtFvHL7PIEnA5oGutJYehyzSZWwVCdWzd2qXZc14nk1-4_BE3Scjzbx8JaoUuymkPLhsW_oWe9VywTV3J_5z3-wAsfUgjz2UY2xeefkC0txABKkD4Qa_s7Al/s1600/Salvador+Dali+-+Knights+of+Death+1937+.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="570" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiXCAGmiJfCbMRgoCMyXjJyWtFvHL7PIEnA5oGutJYehyzSZWwVCdWzd2qXZc14nk1-4_BE3Scjzbx8JaoUuymkPLhsW_oWe9VywTV3J_5z3-wAsfUgjz2UY2xeefkC0txABKkD4Qa_s7Al/s400/Salvador+Dali+-+Knights+of+Death+1937+.JPG" width="472" /></a></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Quién sabe por qué desconocida confluencia de no menos oscuros factores, hay días –poco importa si grises o soleados, saturados de luz o ensombrecidos de nubes– que amanecen para nosotros bajo el signo del error y el fracaso. Quizá ya el turbio estado de ánimo que en ocasiones preside el despertar anuncie en perspectiva, a través de la desgana, de la apetencia irrealizable que destila de permanecer al abrigo del mundo tras el cristal de la ventana, la imposibilidad del necesario estar a la altura de las obligaciones que del otro lado nos aguardan y, con ello, la probable proximidad del tropiezo. O puede suceder, por el contrario, que nada en la emergencia normalizada, anímicamente neutra del sueño, permita anticipar la cercanía del primer error que parecerá presto a precipitar la suma de desatinos desencadenados por su causa. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">La operación equivocada que invalida el cómputo final del presupuesto, repentinamente manifiesta con posterioridad a la entrega. La exposición confusa, vacilante, desasida del hilo clarificador ante el público que precisa comprender. El corte en requiebro que malogra la tela, la melodía arruinada por un dedo pulsando una nota falsa. La decisión en completo desajuste con la singularidad de la circunstancia y la gravedad de las consecuencias. La omisión inaceptable capaz de provocar el desastre. El acto impulsivo que desata el malestar ajeno o la reprimenda, la mirada hosca o el conflicto abierto que siguen a palabras irreflexivas, de resultas inapropiadas. Y a partir de entonces, cada paso, cada gesto, cada nueva decisión, lastrados en esos días por la sensación del desacierto, de la ruda discordancia entre la imagen del buen hacer anhelado, proyectado en la antelación, y lo efectivamente hecho. Acaso también por la inutilidad del empeño en enderezar, ojalá en el siguiente punto, si no en el siguiente, si no en el siguiente que nunca llega, la trayectoria zigzagueante que, frente a la suave linealidad de la marcha deseada, dibuja en nuestra mente el cúmulo de desvíos que suele derivarse de la constatación del primero. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">De vuelta al abrigo del mundo tras el cristal, descubrimos que es en nosotros donde se ha instalado la intemperie. Frente a ella no caben protección ni manta alguna: emana del propio yo azotado por la memoria en ráfagas de la equivocación cometida, empapado bajo el persistente goteo del recuerdo de las flechas caídas al pie de la diana. Fustigado por la fantasiosa recreación de la acción correcta en un pretérito inexistente frente a la realidad pasada ya inalterable de la errónea. Asediado por el fantasma de lo que debería haber sido en contraste con la obsesiva evocación de lo irreversiblemente acaecido, qué duda cabe, por obra de la inusual impericia de la propia mano. Un yo rabioso como el niño rompiendo el folio emborronado, arrugado tras el frotamiento repetido de la goma, renuente a dejar aparecer, a través de sus dedos desmañados, la casita en el campo o el perro que tan nítidamente agita la cola en su cabeza. Estúpidamente absorto en la quimera pueril del retroceso en el tiempo, de las agujas del reloj regresando a posiciones ya superadas en la esfera para permitir el prodigio de la rectificación del error, del despiste, de la opción fallida. Íntimamente derrotado en la discrepancia entre sus propósitos para la jornada y la inesperada incompetencia de sus facultades para propiciar su cumplimiento. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Ocurre a veces al término de esos días: al cerrar los ojos buscando por fin la inconsciencia del sueño, el regalo tras él de un mañana recién estrenado y limpio de errores que ofrezca quizá la oportunidad de la enmienda y la restauración de la propia figura embarrada, la oscuridad de los párpados comienza a poblarse de la visión de errores ya caducados, distantes, tan remotos en el río del tiempo que alcanzan las aguas nebulosas de la más tierna infancia. Como si la equivocación recién protagonizada hubiera logrado resucitar el interminable rosario de faltas, de traspiés, de desaciertos que cada mortal arrastra consigo, y todos ellos, en apariencia borrados por la acción benéfica del olvido, en apariencia prescritos por perdonados, fueran poco a poco asaltando el cráneo, bailando frenéticos sobre su base, bañándolo a cada brinco con sus antiguos sentimientos de culpa intactos, ahogándolo bajo el peso de la Gran Culpa que compone su orgiástico, desbordado amontonamiento. Un peso que termina por aplastar al yo insomne, abatido, magullado, que ahora se vence ante la imagen atormentada, ésa que la Gran Culpa impone, de un yo fraudulento, de un lado a otro fallido, incapaz de actuación atinada, del natural aprendizaje que quiere asignarse a la progresión de los tropiezos. Yo idiota, dañino, indigno. Ruborizado en su desnudez ante el espectro de los testigos de sus faltas. Merecedor, por sus errores, del más salvaje de los desprecios y castigos. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Se entiende en tales circunstancias el alivio de la invención del confesionario. Si ya la mera verbalización de las faltas acumuladas aligera el pecho del lastre en la conciencia, la presunta existencia de un dios benévolo y amoroso, proclive al ritual reconocimiento de la debilidad del imperfecto y al indulgente perdón del hijo descarriado, redime graciosamente de la culpa a cambio de unos cuantos rezos y el siempre renovable propósito de enmienda, nunca libre de falseamiento en los sutiles dobleces del pensamiento. En la sentencia inmemorial del sacerdote hablando por representación, yo te absuelvo, se materializa la certeza tranquilizadora del perdón. Como estropajo y jabón actúa la penitencia cumplida sobre el alma sucia: una vez evaporada la columna negativa del debe en la resbaladiza economía del espíritu, retornada como por milagro al saldo cero, renace pulcra, casi inocente del proceso de purificación. Provisionalmente exonerada del latoso malestar de la culpa. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: x-small;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">No resulta tan fácil para quienes reniegan de sacristías y sotanas. Para quienes intuyen en ese dios omnisciente, testigo perpetuo de cada nimio pecado, la ilusión consoladora del hombre desvalido, la efigie enmascarada del padre protector que, al tiempo que dicta severo las reglas, acoge entre sus brazos al niño arrepentido, apenado por su torpeza. Para el descreído, el perdón se balancea incierto sobre la incertidumbre de la generosidad ajena. Su origen nunca seguro se halla en los receptores pasados, presentes y futuros de nuestros desmanes, su eventual posibilidad en las víctimas directas de nuestros desatinos. Sólo ellas concentran el poder inmenso del perdón mayúsculo: el descartado de antemano en el tribunal de la conciencia ante la gravedad inusitada del delito, ante el daño irreparable de la traición extrema que deposita en el alma una mancha tan negra que semeja a sus ojos imborrable. El poder sanador del perdón prodigado con reconciliada alegría por quien nos ama al mitigarse en la comprensión el dolor de la ofensa. Del perdón regalado sin esfuerzo ante la falta intrascendente, llanamente humana. También la fatalidad de su negación para la falta descubierta a destiempo si a los muertos les está vedado proclamar su perdón. Si nunca tendremos ya la oportunidad de suplicarlo al viejo amigo desaparecido en la marea enredada de la vida o al ser anónimo ignorante de nuestras culpas. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Pero esas noches insomnes del día que amanece bajo el signo del error y el fracaso contienen una valiosa revelación: es en nosotros mismos donde puede habitar el juez más inclemente. Dotado de una implacable habilidad para volver a llenar de piedras el fardo de la culpa proveniente de errores justamente expiados en el sufrimiento de sus consecuencias, justamente liquidados gracias al perdón de sus destinatarios. Invariablemente dispuesto a condenar inflexible las equivocaciones saldadas sin más víctima que el retrato del propio yo, de continuo tendido hacia el horizonte del querer y deber ser desde el suelo efectivo que sostiene los pies que son. A elevar un dedo acusador por el cúmulo de daños causados, a castigar sin piedad por el abismo que a menudo se abre entre la idea pulida del hacer logrado y los toscos contornos del hacer que nos alcanza. Quién dudaría del provechoso papel de ese juez en el afán por que nuestros dedos lleguen cada vez un poco más alto, por que nuestras obras sean cada vez un poco menos brutas, nuestras palabras un poco más sabias. Y, sin embargo, el equilibrio en la balanza exige también que aprendamos a acallar sus fríos dictámenes, a desoír sus duras condenas. Que nos ejercitemos en el arte del desdoblamiento para transformarnos, frente al error y la imperfección, de niño compungido por sus faltas en padre compasivo que perdona. Pues bajo el peso infinito de la culpa que no consiente perdón, no hay caminar que avance liviano. Ni árbol que crezca con fuerza alzándose hacia el cielo. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-42520867062065046442013-05-16T21:46:00.002+02:002013-05-17T22:40:13.350+02:00El grito<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkCRO1O8msWxXUCYYGVnG7blHCkwPkMXQQ8QRSqMsNrq18fPYH78PcIScMM4mc3x6ArCYIQqhtFrFVa2_1GQo1JdgIeIVu088UfvnHfN-O_lP6ITY1hF48iujGlSKwhzIb3pDsGmdKXa26/s1600/ramon-mercader.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="325" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkCRO1O8msWxXUCYYGVnG7blHCkwPkMXQQ8QRSqMsNrq18fPYH78PcIScMM4mc3x6ArCYIQqhtFrFVa2_1GQo1JdgIeIVu088UfvnHfN-O_lP6ITY1hF48iujGlSKwhzIb3pDsGmdKXa26/s400/ramon-mercader.jpg" width="480" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Encontrar alguna clave que nos permita comprender estos tiempos convulsos puede pasar –por qué no– por echar la vista atrás hacia otros tiempos también convulsos, incluso por tratar de rescatar los fundamentos teóricos –tan profusos, tan complejos– que propiciaron o acompañaron esa convulsión. A fin de cuentas, nada de lo que sucede en nuestro presente deja de tener su origen en acontecimientos no tan lejanos cuyo recuerdo, si tal vez no sirva para responder a la espinosa cuestión de hacia dónde vamos, sin duda resultará imprescindible para saber de dónde venimos. Y si admitimos que no hay acción humana desnuda de ideas y conceptos capaces de preparar el salto al vacío que siempre suponen el querer y la decisión, nada descarta de antemano que ideas hoy enterradas por el polvo de la desmemoria y el prejuicio puedan acaso contribuir, si no de inspiración para la acción presente, sí para entender el porqué de nuestra actual desorientación y falta de ideas claras para la acción. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Enfangada últimamente por la senda de estos sinuosos derroteros –de los que nos les cuento más para que no piensen que esta crisis acabará con mis huesos en el manicomio– he topado con un documental del que había oído hablar hace años pero que, hasta ahora, no había tenido ni ocasión ni excesivo interés por ver. Su título, “<a href="http://www.filmaffinity.com/es/film454962.html"><span style="color: #0b5394;"><i>Asaltar los cielos</i></span></a>” (1996), remite a una carta de un estigmatizado pensador, que se refería en ella a la proeza heroica de unos hombres en París “<i>prestos a tomar el cielo al asalto</i>”. Para cualquier entendido en la materia, la polémica estaría ya servida en este sugerente título, dado que el documental narra la vida de Ramón Mercader, el enigmático sujeto que, en 1940, mató con un piolet a León Trotski, natural sucesor de Lenin al mando de la Revolución rusa y violentamente desplazado y después perseguido por Stalin. Sólo desde la simpatía hacia la causa estalinista cabría ver en Ramón Mercader a un héroe dispuesto a cualquier cosa con tal de tomar al asalto el cielo del horizonte comunista. Sin embargo, a mi muy personal juicio, el documental, abordando únicamente en lo imprescindible cuestiones políticas, pretende más bien ofrecer el imposible retrato de una figura que nunca dejará de ocultarse tras numerosos y ya irresolubles interrogantes. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">La historia de Ramón Mercader comienza con la singular historia de su madre, Caridad del Río, hija de un aristócrata liberal, educada en colegios elitistas, y casada a muy temprana edad con Pablo Mercader, hijo de un industrial catalán. Se la describe como una mujer enérgica y rebelde, que se aburre y ahoga en su estrecho papel de madre de cinco hijos. Un detalle escabroso narrado por el más joven de ellos da cuenta del odio que termina por desarrollar hacia su marido y la familia de éste: con el fin de remediar la escasa apetencia sexual de Caridad, su marido solía llevarla a prostíbulos en los que, a través de disimuladas mirillas, la obligaba a ejercer de voyeur. “<i>Todos los Mercader son unos hijos de puta</i>”, exclamaba sistemáticamente Caridad tras el relato de estos hechos. Llevada por su creciente animadversión hacia su marido y el entorno que la rodeaba, Caridad comienza a frecuentar ambientes bohemios, en los que se deja fascinar por las ideas revolucionarias que allí se discutían y defendían. Caridad llegará incluso a colaborar en la comisión de atentados contra las fábricas de su propia familia política, que no dudará en internarla en un psiquiátrico –tan típico de la época: la mujer que saca los pies del tiesto sólo puede estar loca–, afianzando así de por vida el odio de Caridad hacia ellos. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Liberada del psiquiátrico por amigos anarquistas, Caridad huye a Francia con sus cinco hijos y entra en contacto con militantes comunistas. En sus ideas cree encontrar, por fin, el lugar para su natural rebeldía, así como la fe que a partir de entonces daría sentido a cada día de su existencia. Cuando se proclama la República en 1931, Caridad regresa a Barcelona con sus hijos, todos ellos comunistas convencidos por influencia suya. Junto con su madre, Ramón Mercader, que vive en esos años con Lena Imbert, activa trabajadora por la penetración soviética en España, empieza a colaborar con los Servicios Secretos Soviéticos. De Ramón sólo se cuenta que era un hombre guapo, deportista, de maneras exquisitas gracias a los orígenes de su madre y que desde niño hablaba perfectamente el francés y el inglés. Al fanatismo converso de Caridad se atribuirá con insistencia la plena responsabilidad de los acontecimientos que habría de protagonizar años más tarde. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">En 1937, en plena guerra civil, Ramón Mercader desaparece de España. Ha sido enviado a la Unión Soviética, donde recibirá una formación muy especial: debe aprender a dejar de ser Ramón Mercader para entregarse a una misión que, a partir de entonces, exigirá su constante enmascaramiento. Un año después llega a París, donde le espera su madre. Se hace llamar Jacques Mornard y porta documentación que muestra su presunto origen belga. Al poco tiempo conoce a Sylvia Agelof, militante trostkista americana, a la que conquista con su porte de <i>gentleman</i> y sus constantes atenciones, y con la que comienza una vida en común. Durante los dos años que dura su relación, jamás pronuncia una sola palabra en español ni habla de España, y finge no tener el más mínimo interés por las conversaciones que, en torno a él, mantienen Sylvia y sus conocidos sobre Trotski y el trostkismo. Una íntima amiga de Sylvia cuenta en el documental que, después de preguntarse en repetidas ocasiones quién pudiera ser ese tal Jacques Mornard, ambas llegan a la conclusión de que se trata de un “<i>joven inofensivo y enamorado</i>”, tal es el hermetismo con el que Ramón Mercader se conduce en relación a sus orígenes y a los propósitos que le animan. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Mientras tanto, Trotski se ha instalado con su segunda mujer, Natalia Sedova, en Méjico, único país que, obviando las presiones de Stalin, les presta asilo político tras su expulsión de Rusia. Diego Rivera y Frida Kahlo los acogen en su propia casa. Trostki se prenda de la peculiar belleza y personalidad arrolladora de Frida, si bien Natalia acaba imponiéndose en la relación amorosa que se ha iniciado entre ambos y la pareja se traslada a otra casa, que se convertirá en la fortaleza vigilada en la que Trotski, plenamente consciente de la voluntad de Stalin de eliminarlo, intenta proteger su vida. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Cuando Sylvia Agelof se traslada a Nueva York, Ramón Mercader sigue sus pasos, ahora con pasaporte canadiense y haciéndose llamar Frank Jackson, supuestamente para evitar ser militarizado por su inventado origen belga. Poco después ambos aterrizan en Méjico, donde Sylvia entra a trabajar como secretaria de Trotski. En un principio, Ramón Mercader, que dice tener allí negocios familiares a los que dedicarse, sigue manteniéndose al margen de las ocupaciones de Sylvia. Sin embargo, no tardará en introducirse en casa de Trostki en calidad de novio suyo, y en ganarse así la confianza del viejo revolucionario y de su mujer. Una tarde, después de que Sylvia ya se hubiera ido, se presenta ante Trotski, vestido con una gabardina pese al sol y el calor. Ha escrito un artículo y quiere que Trotski lo lea y le dé su opinión. Está pálido, y Trotski repara en su aspecto descuidado. Le sugiere algunos cambios en el artículo. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Tardes después la escena se repite. Con la misma gabardina, idéntica palidez y descuidado aspecto, Mercader solicita de nuevo la lectura del artículo, modificado según las recomendaciones de Trotski. En contra de las normas establecidas para la protección de Trotski, ambos están solos en su despacho. Mientras Trotski lo lee, Mercader levanta el piolet que lleva oculto en su gabardina y lo hunde en el cráneo de Trotski. Más tarde se sabría que su madre –siempre su madre– y un coronel ruso lo esperaban en un coche a cien metros de la casa. Pero ya herido de muerte, Trostki emite un fuerte grito y se revuelve contra él para evitar un segundo golpe. Sus guardias apresan a Mercader, que es conducido ante la policía y condenado a veinte años de prisión. Veinte años durante los cuales Mercader jamás revelará su verdadero nombre, tampoco el verdadero motivo por el que ha asesinado a Trotski, que justificará alegando ser –qué mejor estrategia para desprestigiar su memoria– un “<i>trostkista decepcionado</i>”. Veinte años más de silencio, de prolongado enmascaramiento. Pese a que tiempo después de ser encarcelado sale a la luz su auténtica identidad, durante su estancia en prisión Ramón Mercader siempre negará ser Ramón Mercader. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">De regreso a Moscú tras el término de su condena, Ramón Mercader recibe en secreto la condecoración de Héroe de la Unión Soviética, pero nuevamente bajo el nombre falso de Ramón Ivanovich López. Aunque goza de un cargo honorífico y una pensión vitalicia, ya nunca más trabajará para los órganos soviéticos. En los últimos minutos del documental, sus allegados lo describen como un hombre triste, desorientado, defraudado por no haber recibido nunca el público reconocimiento al mérito de su acción por la causa comunista. Quién sabe si arrepentido del crimen que cometiera si es cierto, como contara en una ocasión a uno de sus amigos, que aún a menudo sus oídos se llenan con el sonido de un grito desgarrador: el grito que Trotski profiriera aquella tarde en Méjico tras ser abatido por él con un piolet. Ni tan siquiera fue enterrado con su verdadero nombre. Sólo años más tarde el nombre de “Ramón Mercader” figuraría al frente de una nueva lápida sobre su tumba. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Los múltiples testimonios sobre Ramón Mercader que jalonan el hilo narrativo del documental, procedentes de personas que ocuparon lugares muy dispares en su vida, componen una imagen no sólo fragmentaria por incompleta, sino en ocasiones inconexa, como si las piezas a partir de las cuales hubiera de ensamblarse el puzzle de su identidad no pudieran encajar unas con otras ni, por tanto, ofrecer el retrato coherente de identidad alguna. De ahí que lo más probable sea que, al término de su visión, al espectador se le imponga la sensación de haber asistido al relato de una vida en última instancia imposible de descifrar. Tan imposible como llegar a averiguar qué sentiría Ramón Mercader durante las décadas en las que, incluso con las personas con las que más íntimamente se relacionaba, se mantuvo en un ejercicio de continua negación de sí mismo, de tenaz impostura, de impenetrable fingimiento. O qué sentiría cuando, terminada su misión, se viera otra vez obligado a vivir bajo un nombre falso y sin ser públicamente tratado como el héroe que le habrían prometido ser. Quizá haya que sospechar que, en virtud de ese ejercicio, de ese nuevo enmascaramiento forzado, tampoco el propio Ramón Mercader alcanzara nunca a saber quién era. Sin duda, un precio excesivo a pagar incluso cuando se sustenta sobre la ceguera de una fe capaz de supeditar el valor de la propia existencia al de una causa hipotéticamente más alta. Más aún si esa causa tal vez jamás llegara a ser experimentada como propia y<i> </i>no pudo sino dejar tras de sí un grito que ninguna voz podría enmudecer. </span></span><br />
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><br /></span></span>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><br /></span></span></div>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-38238546142074695452013-04-30T18:25:00.003+02:002013-05-03T20:24:04.738+02:00Opacidad<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgju0nwMzyABD4I3BoIljjhnewvviAWZC5RyJzkHj6sRYwzmLOXX3AiDgyIuVT3-vtKAAsuMFFB91BmEVTWZp6z2kUExfR3B24prmbKmsuy1ZolMqR_G0-xTGSARnhlUI5jk-6MnYt9Hg0P/s1600/les-jeux-terribles1925dechirico.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="540" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgju0nwMzyABD4I3BoIljjhnewvviAWZC5RyJzkHj6sRYwzmLOXX3AiDgyIuVT3-vtKAAsuMFFB91BmEVTWZp6z2kUExfR3B24prmbKmsuy1ZolMqR_G0-xTGSARnhlUI5jk-6MnYt9Hg0P/s400/les-jeux-terribles1925dechirico.jpg" width="450" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Después de unos segundos observándolo indecisa, se ha desplazado despacio por el vagón, sorteando al resto de pasajeros, hasta colocarse delante de él para pronunciar un sencillo hola Quique. Él ha respondido automáticamente al reclamo levantando la vista del periódico deportivo y buscando sus ojos con un gesto interrogante, tornado en inmediato reconocimiento, ¡Marta, vaya, cuánto tiempo! Pues sí, la verdad es que mucho, Marta percibe un leve repiqueteo sobre su párpado derecho, signo inequívoco de un nerviosismo más acusado del esperado y traga saliva. ¿Qué haces por aquí?, él sonríe afable doblando el periódico. Bueno, yo también me trasladé aquí, a ver si te vas a pensar que esta ciudad es sólo para los artistas, Marta ensancha su sonrisa y siente como si los labios se le fueran a quedar pegados a las encías. Carraspea ligeramente, qué casualidad encontrarte, el otro día te escuché por la radio, has estrenado una nueva obra, ¿no? En los ojos de Quique, esos ojos oscuros de mirada seductora, único rasgo que, a su juicio, siempre le revistió de un cierto atractivo, Marta advierte un brillo de orgullo y autocomplacencia. Pues sí, de hecho voy ahora hacia el teatro… ¿Así que me oíste en la radio? Vaya, sí que es casualidad que nos encontremos ahora, después de tantos años, la obra está funcionando muy bien y de momento recibiendo buenas críticas, además de que toca un tema de plena actualidad, bueno, ya lo sabes si escuchaste la entrevista, claro, es un tema que da mucho juego… </span></span></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">En las palabras de Quique hablando sobre los detalles de la trama y el montaje de la obra, Marta cree reconocer expresiones idénticas a las que oyera días atrás en la radio del coche, y revive la sorpresa que le produjera escuchar su nombre, Enrique Cerna, en la voz del conocido periodista que habitualmente la acompaña al regresar del trabajo. Antes de que Quique empezara a responder a sus preguntas ya sabía que se trataba de él. Aunque hace bastantes años que han perdido por completo el contacto, la última vez que hablaron él le contó que se mudaba a la capital para intentar abrirse paso en el mundo del teatro. Tiempo después se había cruzado con una noticia que daba cuenta de un primer estreno de Quique, por lo visto no demasiado celebrado. Pero esta vez las circunstancias parecían muy distintas: el elenco de actores de prestigio, la entrevista en una emisora nacional, la sala de renombre donde se representaba la obra. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Atenta a las preguntas del periodista, sobre todo a las explicaciones de Quique, su curiosidad se vio incrementada por una vaga sensación de incredulidad: jamás hubiera pensado que Quique llegara a tener éxito. Se habían conocido siendo aún muy jóvenes, y de no haber sido porque ambos habían tenido que compartir horas y vivencias trabajando juntos en una terraza de verano, difícilmente se habría desarrollado una amistad entre ellos, si es que aquello que los unió durante un tiempo podía calificarse legítimamente de amistad. Fue Quique quien, tras el final de la temporada estival y de sus respectivos empleos estudiantiles, comenzó a llamarla, a pesar de que, mientras aún trabajaban juntos, él había intentado besarla una noche y ella lo había rechazado sin vacilar, su novio de aquel entonces como pretexto, sí, él estaba perfectamente al tanto, también –habían hablado de ello– de que ella ya no daba ningún futuro a aquella relación. Tras aquel primer rechazo, Marta nunca encontraba fuerzas para declinar sus esporádicas invitaciones a tomar un café, aunque después de cada encuentro volviera a casa con un sabor agridulce en la boca y la determinación de no quedar otra vez. Cuando finalmente rompió con su novio, agradeció que Quique la siguiera llamando, le venía bien que la sacaran de casa, la halagaba percibir que ella no había dejado de gustarle, por más que Quique siempre anduviera con una chica u otra, tenía facilidad para atraer a las mujeres y embarcarse en relaciones. Marta no terminaba de entenderlo. O tal vez sí. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Su trato era cálido, cercano, su humor contagioso, pero Marta le reprochaba internamente que apenas le preguntara por su vida, por las cosas que a ella le sucedían o importaban, que cuando se veían sólo hablara de sí mismo, de sus planes y proyectos. Quique el que constantemente se mira al ombligo, cree recordar que ésas fueron las palabras con las que una vez lo describió a otros amigos. Así asistió al nacimiento del interés por el teatro del mal estudiante de químicas, que ella contempló con idéntica incredulidad a la que había sentido al oírlo por la radio. Pero si Quique apenas leía o sólo leía lo que ella, que en aquella época escribía su tesis sobre literatura francesa y había publicado un par de cuentos en revistas literarias, consideraba pura bazofia. La puso en un verdadero compromiso cuando le dio a leer algunos pequeños textos y obras que había escrito y le preguntó semanas después por su opinión. Textos infantiles, insulsos, desprovistos de toda sustancia, surgidos de una pluma carente de toda habilidad con el lenguaje, un quiero y no puedo tan notorio, tan poco consciente de sus limitaciones, que le había costado encontrar algún aspecto positivo que resaltar ante él. No obstante, él tomaba cada comentario suyo como una admirada alabanza, y se recreaba después narrándole de qué modo se había ido construyendo la historia en su cabeza, dónde creía él que se hallaban sus mayores virtudes, analizando sus personajes, las ideas o emociones que había querido expresar en ella. Marta lo escuchaba entre estupefacta, divertida y maravillada por el alto concepto que Quique tenía de sus creaciones. Pensaba para sí que semejante autoestima literaria, semejante seguridad no sólo en su supuesto talento, sino también en su autoproclamada capacidad para conseguir cualquier cosa que se propusiera, sólo podían provenir de su profunda ignorancia sobre la literatura, sobre sí mismo, y de un marcado egocentrismo que acaso explicara su falta de curiosidad por la gente que le rodeaba. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Al cabo de un tiempo supo que estaba saliendo con una joven actriz. Que, gracias a ella, había empezado a desempeñar un pequeño trabajo –no puede recordar cuál, aunque está segura de que él le habló de ello con todo lujo de detalles– en la compañía de la que ella formaba parte. Que después había saltado a otra relación con otra actriz, lo cual le había facilitado involucrarse aún más estrechamente en el mundillo teatral. Incluso le suena haberle oído mencionar haber colaborado con algún director famoso. La última vez que hablaron, cuando él le dijo que se trasladaba a Madrid con su nueva novia, esta vez guionista de televisión –debía de ser esa inamovible confianza en sus cualidades, ese constante estar pagado de sí mismo lo que tanto atraía de él a las mujeres, se decía Marta con un contradictorio sentimiento de desprecio hacia su género–, porque allí tendría mejores oportunidades de hacer realidad su sueño de dedicarse profesionalmente al teatro, ella lo trató con cierta displicencia. Al día siguiente debía entregar una parte de su tesis y estaba muy ocupada y nerviosa revisando el texto. Cuando la conversación comenzó a alargarse, lo cortó un tanto abruptamente y se despidió, nunca sabrá por qué, con un comentario irónico o burlón sobre la vinculación de sus últimas novias con el mundo de la farándula y el provecho que él estaba sacando de ello del que se arrepintió en cuanto colgó el teléfono. No es de extrañar que él no volviera a llamarla. Tampoco puede decir que lo lamentara realmente. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">¿Lo había lamentado días atrás cuando, después de tantos años, escuchó su voz por la radio? Responder afirmativamente habría sido exagerado. Dar una rotunda negativa por respuesta también, si no pudo evitar, mientras oía la entrevista, que la asaltara el pensamiento de que, de haber mantenido su amistad con él, ahora sería amiga de una joven promesa del teatro camino de la fama. Incluso quién sabe –la imagen de aquella noche en la que él intentó besarla cruzó rauda por su mente– si no podría haber llegado a ser algo más que una simple amiga. Avergonzada, desechó de un manotazo mental ambos pensamientos, recriminándose la insólita ocurrencia, recordando el egocentrismo que nunca había dejado de distanciarla internamente de Quique. Es cierto que, a diferencia de él, ella había abrazado sueños que aún no se habían realizado y cuya realización intuía cada vez más improbable. Que, a diferencia de Quique, ella nunca había confiado lo suficiente en sus capacidades, y de ahí que nunca hubiera perseguido con suficiente convicción sus sueños. Entre ellos, el que suponía la novela que todavía no había conseguido terminar y sobre la que seguía trabajando, haciendo y deshaciendo, en sus escasos ratos libres. O quizá la diferencia entre ambos se resumía en que ella no era capaz de desear algo con tanta intensidad como lo había deseado él. Pero la cuestión era que, pese a todo, Marta no podía decir que estuviera insatisfecha con su vida. No era raro que, cuando algún contratiempo la deprimía, se detuviera a hacer balance de los trayectos que había recorrido, del lugar al que le habían conducido. Bien, nada es perfecto para nadie, concluía, lo cual no significaba que no tuviera sobrados motivos para considerarse una persona afortunada. Al menos –las frecuentes discusiones de un tiempo a esta parte con su actual pareja la irritaban tanto como inquietaban, aunque las atribuía a un período laboral sobrecargado de tensiones–, bastante afortunada. Sin embargo, no tardó en analizar que, entre los sentimientos que afloraron en ella al oír la voz de Quique en la radio, se incluía algo cercano a la envidia, también a la sensación de injusticia que suele acompañarla. No envidia por lo que Quique era –algo que ella jamás había valorado–, sino por lo que había logrado sin probablemente merecerlo. Nuevamente se recriminó el juicio que subyacía a sus sentimientos. Y qué sabía ella. Quizá Quique había cambiado, había aprendido durante todos esos años. Quizá sí tenía un talento que ella nunca había sabido reconocer, o lo había ido haciendo germinar poco a poco gracias a experiencias que ella desconocía. Al llegar a casa, se entretuvo un rato buscando por la red noticias sobre el estreno de la obra. Las críticas tampoco eran tan elogiosas, si bien el tema que abordaba podía justificar la razón de su éxito. En las fotografías que las ilustraban, Quique tenía buen aspecto, muy similar al que ella recordaba. Apenas se notaban los años transcurridos desde la última vez que se vieran. Desde aquella tarde, a menudo se le habían venido a la mente imágenes de él y de sus antiguos encuentros. No podía imaginar que, apenas una semana después, la casualidad querría que se encontraran en el metro, que ella rara vez utiliza. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Y tú, cómo estás, hace tanto que nos perdimos la pista, se te ve muy bien, Marta, Quique la mira fijamente a los ojos después de concluir su largo monólogo, tanto que ella siente que va a ruborizarse y baja la vista tragando otra vez saliva antes de volver a alzarla. Es que estoy muy bien, me trasladé aquí por el trabajo y estoy contenta de haberlo hecho, me gusta esta ciudad, estoy además felizmente empar… Qué rabia, Quique la interrumpe bruscamente, me tengo que bajar en la próxima y estamos a punto de llegar, ¿vendrás a ver la obra, no?, estoy seguro de que te va a encantar, tú eras muy aficionada a la literatura, supongo que lo seguirás siendo, y la historia es de ésas que te atrapan, al menos es lo que yo pretendía y lo que la gente dice. El vagón ya se ha detenido, las puertas se abren. Me tengo que ir, me alegro mucho de haberte visto, menuda sorpresa, Marta, ya hablaremos. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Quique abandona el vagón junto a un grupo de pasajeros y Marta lo observa apresurarse por el andén a través de la ventanilla. Se deja caer sobre uno de los asientos que han quedado desocupados. Aún le quedan unas cuantas paradas. Saca el libro del bolso y se dispone a leer. Apenas lo ha abierto, vuelve a cerrarlo y lo deposita sobre su regazo. Será imbécil, ni siquiera me ha pedido el teléfono, piensa mientras cierra los párpados. Nota un ligero malestar en la boca del estómago. Se pregunta, extrañada, disgustada consigo misma, por qué ahora ese inconfundible sentimiento de decepción y vacío. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-18423413715501947292013-04-17T18:12:00.001+02:002013-10-30T19:55:36.389+01:00Acción<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-mGB1gbX6PZdppUAMRZ7LeKTPojbBBUfdKeNMsRBNTTowSZRJ2mEXx-cxnpdBINi5gx3jasPsuXdNLO4IMpRogRE3DhONz8txzKp5CIGwVywnE2dDMqFCYtj7CEUlVJ_5RXMlhDqAtVz9/s1600/Tucuman4.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="346" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-mGB1gbX6PZdppUAMRZ7LeKTPojbBBUfdKeNMsRBNTTowSZRJ2mEXx-cxnpdBINi5gx3jasPsuXdNLO4IMpRogRE3DhONz8txzKp5CIGwVywnE2dDMqFCYtj7CEUlVJ_5RXMlhDqAtVz9/s400/Tucuman4.jpg" width="480" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Parece ser que todo empezó a mediados de los noventa, la fecha exacta es incierta, en Monterrey, Méjico. La autoría de la iniciativa se atribuye a un poeta mejicano, Armando Alanís, y fue después continuada por un colectivo de poetas anónimos. Sin embargo, todo apunta a que sólo recientemente, casi veinte años después de aquellos orígenes un tanto nebulosos, la brillante idea de Armando Alanís dio pie a un singular movimiento social de creciente relevancia y a estas alturas difusión internacional. Se cuenta que hace apenas unos meses, en otra ciudad bien distinta, la capital de la provincia de Tucumán, alguien –dicen que un tal Fernando Ríos– supo de aquella iniciativa y decidió reavivarla con algunos amigos sobre los muros de su ciudad, castigada desde hace tiempo por la pobreza y el desánimo. Primero al amparo de la oscuridad de la noche y en las cercanías del bar que regenta, por temor a que se les confundiera con vándalos o vulgares graffiteros y hubieran de refugiarse a toda prisa de posibles increpaciones de sus conciudadanos. Luego prefirieron cambiar de estrategia: pedirían permiso a los propietarios de los muros y sólo intervendrían con su consentimiento. Así comenzó <i><a href="https://www.google.es/search?q=acci%C3%B3n+po%C3%A9tica+tucum%C3%A1n&hl=es&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&ei=xbxtUcSAIcHUPN2ygbgF&sqi=2&ved=0CD4QsAQ&biw=1366&bih=622"><span style="color: #0b5394;">Acción Poética Tucumán</span></a></i>, secuela tardía de la original <i>Acción Poética</i> nacida en Monterrey, pero cuya imparable popularidad amenaza con desdibujar en la memoria la fuente primera de su inspiración. Rápidamente el movimiento se extendió por toda Argentina, y luego por diversos países de Sudamérica. Parece ser, también, que ahora empieza a irrumpir por nuestros lares. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">El propósito de este movimiento podría quizá extraerse del lema que ya figura en los muros de tantas localidades: “<i>Sin poesía no hay ciudad</i>”. De él se desprende un nuevo concepto de lo que puede y tal vez debería ser una ciudad más allá de proyectos urbanísticos y planes de rehabilitación. Nada más trivial que la constatación de que nuestras ciudades, colonizadas por la jauría rugiente del tránsito rodado, los artilugios técnicos destinados a su regulación y el asalto constante de anuncios publicitarios apostados por cualquier rincón, se hallan desprovistas de toda poesía. Para estos ciudadanos amantes –que no adeptos, como reza otro de sus lemas– de la poesía, introducirla en ellas pasa por localizar muros y tapias anodinos, ocultar sus desconchones o sus herméticos ladrillos con una gruesa capa de pintura blanca, y escribir sobre ella, en letras negras, grandes, cuidadosamente perfiladas, siempre con una tipografía similar, escuetos versos que atrapen la atención de viandantes y conductores. Nunca más de ocho palabras, dicta la regla, en raras ocasiones transgredida, de manera que el verso pueda ser leído de un simple golpe de vista. Siempre firmadas por la rúbrica <i>Acción Poética</i>, seguida del nombre de la ciudad de la que proceden estos artistas callejeros, o tan sólo de las siglas que componen estos tres términos. El movimiento decora las ciudades con versos como “<i>No el tiempo, sólo todos los instantes</i>” que escribiera la elogiada poetisa Alejandra Pizarnik. O “<i>Con los ojos cerrados y los sueños despiertos</i>”, verso final de un poema del archiconocido Mario Benedetti. Sirve también para su objetivo el nombre de un viejo tango, “<i>Todo te nombra</i>”. O, sencillamente, versos anónimos, inventados por cualquiera, o de procedencia ya difícil de discernir, porque de ellos parecen haberse apropiado otras tantas personas anónimas que los integran en las creaciones que desperdigan por el cibermundo, como “<i>Estamos a nada de serlo todo</i>”, “<i>Mi más sentido bésame</i>” o “<i>Extinguirnos a besos</i>”. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglyCDVQFx7wrzgQGTDaB2iJoNLTMEsLKR80r9yAnhN0knKC25n8sYKxCbcyieLr3qpfnW2ZCtFFQJiAngBW1jrml7uIIwYROBYIe5jKgl8jJwPsPVWUmLVqG3QBlxsUkbz1v26Wck82ul_/s1600/con-los-ojos-cerrados-y-los-suec3b1os-despiertos.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="303" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEglyCDVQFx7wrzgQGTDaB2iJoNLTMEsLKR80r9yAnhN0knKC25n8sYKxCbcyieLr3qpfnW2ZCtFFQJiAngBW1jrml7uIIwYROBYIe5jKgl8jJwPsPVWUmLVqG3QBlxsUkbz1v26Wck82ul_/s400/con-los-ojos-cerrados-y-los-suec3b1os-despiertos.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Trato de imaginar lo que debe de suponer habitar en una de esas ciudades en las que las palabras brotan de repente de los muros como flores intrépidas de una primavera llovida en tromba. Ser esa mujer que cada martes y cada viernes arrastra los pies camino al mercado entre casas de fachadas desgastadas que nunca reclaman una sola mirada. Ser el adolescente que cada mañana se dirige somnoliento hacia el colegio deslizando a tramos los dedos por muros de hormigón y paredes de ladrillo carcelario. Ser el conductor que, en su ruta hacia el trabajo, se abstrae, parapetado tras el parabrisas, de la fealdad del abandono reflejada en esas tapias ajadas que amurallan los recintos de tantos suburbios. O ser yo misma, quién sabe si algún día, deslizándome, al volante o lejos de él, junto a los muros que cotidianamente acompañan mis trayectos, y que no sin cierta dificultad alcanzo a ubicar en ellos cuando trato de evocarlos por su invariable tendencia a la invisibilidad. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinizU20mzDFQlayKRyaASTnlwcNZ800s7eEZngb-COqpcIJzBY8n8mMfez_Gotww4jNX7lzeZHQFjQaT3XB06-VLlXmEzdsxYVG2NIAdkfGWapYcgOrdltq2RHFY7t8TjyG5bYxJrdjLQU/s1600/Tucuman+7.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinizU20mzDFQlayKRyaASTnlwcNZ800s7eEZngb-COqpcIJzBY8n8mMfez_Gotww4jNX7lzeZHQFjQaT3XB06-VLlXmEzdsxYVG2NIAdkfGWapYcgOrdltq2RHFY7t8TjyG5bYxJrdjLQU/s400/Tucuman+7.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"></span></span> </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Y de manera por completo inesperada, en ese trayecto mil veces realizado, apenas ya percibido por mil veces repetido, en el que expectativas e inquietudes, voces radiofónicas o canciones tarareadas, silencios turbios o serenos vuelcan los ojos hacia adentro ante la ausencia de todo reclamo exterior, se presenta un buen día la sorpresa: la fachada antes descolorida, el muro desconchado, la superficie gris de cemento, convertidos en un lienzo en blanco sobre el que un puñado de palabras quiebran el hilo de los pensamientos, enmudecen el canturreo, despiertan del letargo. En esos muros destinados a ocultar, a dividir, a separar, de súbito la abertura hacia otro, la brecha por la que emerge la interpelación: “<i>Mi más sentido bésame</i>”. Y esa señora que arrastra los pies se detiene un instante, nota el calor de la rojez en sus mejillas al recordar algún amor de juventud demandando arrebolado sus besos, y reanuda su camino acompañada del rubor renacido de aquellos besos perdidos en la memoria. Lee el adolescente “<i>Todo te nombra</i>”, y mira a su alrededor con expresión seria, sintiéndose importante sin saber por qué, armado para afrontar el largo día con la solemnidad que destilan esas tres palabras. “<i>Estamos a nada de serlo todo</i>”, el conductor que primero frunce el ceño, luego sonríe escéptico, esta juventud, se dice, y que sin embargo proseguirá su ruta dando vueltas a miedos, carencias, deseos insatisfechos, y al tiempo que le resta para seguir siendo. </span></span><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFWM1UUFDFj2aZMEThFvTEoMCmrrgD4nZ_ePAjsdiItBM8rEmFMa0jyvmMN4JqVCHtvv3IHHrhE9hHSKIlrUUtkr5JcLyjkp2gD8IJIZ8Pe6grNT0wv1afmW0iLmBfl-vfvqS9BrRn6rwU/s1600/Estamos+a+nada.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="305" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFWM1UUFDFj2aZMEThFvTEoMCmrrgD4nZ_ePAjsdiItBM8rEmFMa0jyvmMN4JqVCHtvv3IHHrhE9hHSKIlrUUtkr5JcLyjkp2gD8IJIZ8Pe6grNT0wv1afmW0iLmBfl-vfvqS9BrRn6rwU/s400/Estamos+a+nada.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span><br />
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinizU20mzDFQlayKRyaASTnlwcNZ800s7eEZngb-COqpcIJzBY8n8mMfez_Gotww4jNX7lzeZHQFjQaT3XB06-VLlXmEzdsxYVG2NIAdkfGWapYcgOrdltq2RHFY7t8TjyG5bYxJrdjLQU/s1600/Tucuman+7.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"></a> </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">¿Y yo? A mí me gustaría toparme con ese otro verso de Pizarnik que reza: “<i>La jaula se ha vuelto pájaro”</i>. Pienso demasiado en jaulas con sus barrotes, en cómo nos aprisionan y limitan el alcance de nuestros movimientos, en todas las cadenas que día a día maniatan nuestras rutinas a un áspero rosario de interminables obligaciones, de carreras y aspavientos impuestos que poco o nada se parecen a un gozoso batir de alas. Pienso en el mundo que se extiende más allá de esos barrotes y en la improbabilidad de llegar a transitarlo, confinada en este reducido perímetro de paredes construidas por horas y minutos rígidamente pautados. E imagino que, de toparme con ese verso, al continuar mi trayecto empezaría a pensar en el posible significado de ese trocar la jaula en pájaro. En cómo hacer para procurar, de ser ésta realizable, tan milagrosa transmutación. En los mecanismos que quizá lograran convertir esos mismos barrotes de tiempo que aprisionan </span></span><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">–</span></span>bastaría con que sucediera de cuando en cuando</span></span><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">–</span></span> en alas que se agitan sin más cortapisa ni más conciencia que la del aire que permite su vuelo. </span></span></div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSdNcFOkjF7hgrm4FTRqWL3crIf_AJfZObytfTAvdEOAQFVbUeP_K4h5OIIFHGJzmPiCMCsJjnjKGTNZi_ddh3zIc3f_zVk1ytX_Ncr5nnsQnczOlCY1ra7Kdl7maJyzxmkST9AqmF_t7Q/s1600/Trujillo.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjSdNcFOkjF7hgrm4FTRqWL3crIf_AJfZObytfTAvdEOAQFVbUeP_K4h5OIIFHGJzmPiCMCsJjnjKGTNZi_ddh3zIc3f_zVk1ytX_Ncr5nnsQnczOlCY1ra7Kdl7maJyzxmkST9AqmF_t7Q/s400/Trujillo.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Pero también me conmovería encontrarme con este otro verso: “<i>Escribo esta pared, es mi forma de tocarte</i>”. Porque imagino de nuevo que, al leerlo, sentiría aliviarse la soledad de esos recorridos diarios que forman parte de mi particular jaula. Como si esas palabras, sólo por decirlo, tuvieran el poder de tocar a sus lectores como manos amigas. De descubrirles con ese contacto la existencia de seres anónimos dispuestos a regalar, a todos y a cualquiera, un pedazo de poesía que aliente sus caminos. De hacerles notar su cercanía, su voluntad de transfigurar el mundo que les es conocido en un lugar más habitable, gracias a la fuerza inconmovible de la palabra. De salvarles de un mundo que a menudo se impone terco y desabrido tan sólo con un escueto verso. </span></span></div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimpVmeGFYRDE14Asm9hDXNUwvCMNojeNYiXu4wM24uJt8D6z2RdKwI0Z5-pVrC00YC6_SNFkT3y6ZQ4CCIirozXIq6AVYjtRGeyXaREPNVsH6zDRU-gQHxxfhHMbNpBmz5NbvaGJliW25K/s1600/tucuman1.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="305" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimpVmeGFYRDE14Asm9hDXNUwvCMNojeNYiXu4wM24uJt8D6z2RdKwI0Z5-pVrC00YC6_SNFkT3y6ZQ4CCIirozXIq6AVYjtRGeyXaREPNVsH6zDRU-gQHxxfhHMbNpBmz5NbvaGJliW25K/s400/tucuman1.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Estén atentos. Quién sabe si cualquier día de estos no se les regala la sorpresa de encontrar, en sus propias ciudades, un muro antes invisible transformado en ventana que remueve y ensancha el horizonte. Si les ocurre, no dejen de decirme qué verso les ha tocado con sus dedos pintados de negro. </span></span><br />
<br /></div>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-4934813695452847372013-03-30T10:47:00.001+01:002013-03-30T11:35:39.609+01:00Agudizar, agravar, empeorar<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhK5902583qoDFz5u3JIC71Mm6SV9-Esog1IIjEQt-EvKwJUWEDqeKBRyeHdhpDqYlVVHGCCpN162Y-IX2pf-IQcG1Nsmz4zNy26xxB5ErmYT6UDHs2TnjtUqBt_LtDjUmqpitqtVnV2Byk/s1600/vangogh-botas.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="412" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhK5902583qoDFz5u3JIC71Mm6SV9-Esog1IIjEQt-EvKwJUWEDqeKBRyeHdhpDqYlVVHGCCpN162Y-IX2pf-IQcG1Nsmz4zNy26xxB5ErmYT6UDHs2TnjtUqBt_LtDjUmqpitqtVnV2Byk/s400/vangogh-botas.jpg" width="480" /></a></div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> En el verano de 2010 algunos Premios Nobel de Economía y otros prestigiosos economistas comenzaron a anunciar –la realidad ha demostrado sin lugar a dudas que con pleno conocimiento de causa– que las medidas impuestas a Grecia a cambio del rescate que su gobierno había solicitado para financiar su excesiva deuda pública sólo contribuirían a una profunda depresión de su economía y, por tanto, a un incremento de esa misma deuda pública. Ya entonces empecé a preguntarme por qué la llamada Troika se empeñaba en prescribir una serie de recetas de las que, sin remedio, se derivaría justamente el efecto contrario del que supuestamente pretendían lograr. Un efecto que se ha repetido sin excepción en todos aquellos países de la periferia de Europa que han debido demandar la ayuda de las altas esferas europeas. Fueran cuales fueren los orígenes de sus respectivas crisis, y con independencia de que éstas nada tuvieran que ver con una desmesurada deuda pública – los datos del caso español son aquí incontestables–, la Troika no ha dado más opción que la tan cacareada y defendida austeridad, que conlleva la reducción del gasto público y, en consecuencia, la reducción de los mecanismos del Estado para paliar las desigualdades sociales y económicas a través de políticas redistributivas de la riqueza. Esa austeridad que, en lugar de solventar los problemas económicos de tales países, tan sólo está conduciendo a su progresivo y a este paso imparable agravamiento. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Si hasta yo, que carezco de toda formación en materia de economía, podía por aquella época comprender la validez de los razonamientos de los expertos que alertaban del suicidio económico que suponían las políticas de austeridad, resulta como poco insensato acogerse a la hipótesis de que los economistas que componen las instituciones de la Troika no sabían de antemano de las consecuencias de la aplicación de dichas políticas. Tan insensato, comienzo a sospechar, como creer que su falta de atención a los hechos objetivos, que han ratificado sobradamente las predicciones de empobrecimiento de aquellos expertos, obedezca tan sólo a una suerte de ciego dogmatismo –tan ciego, que rayaría ya en lo puramente patológico– por completo inmune a las evidencias empíricas. Los datos que periódicamente publican otras instituciones de la propia Unión Europea cantan a voz en grito el estrepitoso fracaso de las medidas de austeridad. Inconcebible que los mandatarios que las prescriben no tengan, cuanto menos, tanto conocimiento de ellos como cualquier ciudadano de a pie que se interese en buscarlos o tenga acceso a los medios de información que los difunden. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">¿Cuáles son entonces las razones que podrían explicar tan contumaz empecinamiento en unas recetas cuyas presuntas bondades son día a día desmentidas por los datos económicos? Más contando con la circunstancia de que el mismísimo Fondo Monetario Internacional –antaño feroz adalid de las políticas de austeridad– ha llegado a reconocer públicamente que sus cálculos en relación a los efectos de la austeridad sobre la economía contenían un embarazoso <a href="http://www.huffingtonpost.es/2013/01/04/el-fmi-reconoce-como-un-e_n_2411474.html"><span style="color: #3d85c6;">error</span></a>, cuya corrección indica que la drástica reducción del gasto público dictada a los países en crisis deprime más de lo previsto sus economías e imposibilita cualquier posible recuperación tanto a corto como a largo plazo. ¿Por qué entonces, ante tal reconocimiento, el comisario de la Unión Europea se apresuró a advertir al FMI, eso sí, en un elegante lenguaje técnico, de que <a href="http://economia.elpais.com/economia/2013/02/23/actualidad/1361648299_169664.html"><span style="color: #3d85c6;">dejara de tocar las narices</span></a> y mantuviera la boca cerrada –que así no entran moscas– en lugar de lanzar mensajes encaminados a minar la confianza de los Estados intervenidos en las políticas prescritas por Europa? </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Mientras tanto, ciertas <a href="http://elpais.com/elpais/2012/11/27/opinion/1354017582_675331.html"><span style="color: #3d85c6;">voces críticas</span></a> se han alzado para afirmar que los rescates a los países del Sur podrían no tener más finalidad que garantizar que sus bancos nacionales paguen los miles de millones de euros que deben a la banca alemana, lastrada por un enorme agujero financiero a causa de su activa participación en el mismo juego especulativo de casino –y generador de obscenos beneficios a corto plazo– que hundió a la banca norteamericana. Que ciertos sectores de la sociedad alemana se están beneficiando enormemente de la depresión de los países del Sur, a pesar de que la imposición más temprana en Alemania de las mismas medidas de austeridad ahora decretadas al Sur de Europa ha empobrecido a marchas forzadas a sus clases trabajadoras. Y también que, de perseverar en la dinámica seguida hasta la fecha, la propia economía alemana comenzará a acusar en sus propias carnes la depresión económica de los países del Sur para acabar entrando en recesión. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Más que nunca, pues, continúa vigente el interrogante por los motivos que subyacerían a la aplicación de unas medidas que de ningún modo parecen favorecer a la economía de los países europeos. Un interrogante al que, a mi juicio, el libro de Naomi Klein <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/La_doctrina_del_shock"><span style="color: #3d85c6;">“<i>La doctrina del shock</i>”</span></a> brinda algunas respuestas. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">“<i>La doctrina del shock</i>” es un espeluznante relato que apuesta por la tesis de que la materialización efectiva de las doctrinas neoliberales, hoy día presentadas bajo el formato de las políticas de austeridad, ha dependido invariablemente de una ciudadanía en “estado de shock”, esto es, aturdida e incapaz de resistencia, bien bajo diversos regímenes del terror, bien como consecuencia de catástrofes naturales o crisis económicas hábilmente aprovechadas para la introducción de una serie de “reformas” estructurales –en esencia, destrucción de servicios sociales y privatización de bienes públicos para el enriquecimiento de una élite empresarial, financiera y política– que los ciudadanos, de poder actuar libremente, sistemáticamente han rechazado. Para defender esta idea, su autora nos propone un exhaustivo recorrido geográfico y cronológico que se extiende desde la dictadura de Pinochet en Chile hasta el desastre el huracán Katrina en Nueva Orleans, pasando por la Junta militar en Argentina, la aplicación de la Ley Marcial en Bolivia, la masacre de la plaza de Tiananmen en China, la quema del Parlamento ruso tras el desmembramiento de la Unión Soviética, la crisis financiera de los Tigres Asiáticos, la invasión de Irak o el tsunami acaecido en 2005 en las costas de Sri Lanka, por sólo mencionar algunos de sus hitos. Se trata, por lo demás, de un texto extenso y profusamente documentado que se detiene a cada paso en los pormenores de lo sucedido en estos y otros países durante los períodos en que sufrieron o siguen sufriendo la aplicación del pensamiento neoliberal. </span></span><br />
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Muy numerosas serían las cuestiones que valdría la pena reseñar de este libro. Pero como no tengo intención de aburriros aún más con este árido post, tan sólo rescataré de él, de entre las declaraciones de personas de influencia que han contribuido a la conquista del mundo por parte del neoliberalismo recogidas por Naomi Klein, una que, en el momento de leerla, me pareció particularmente ilustrativa para responder a la pregunta que comencé a plantearme en aquel verano del 2010. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">El que en 1995 fuera el economista principal del Banco Mundial, <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Michael_Bruno"><span style="color: #3d85c6;">Michael Bruno</span></a>, afirmó en una conferencia impartida ante la <i>International Economic Association</i>, convertida posteriormente en una publicación del Banco Mundial, que cada vez existía un mayor consenso en torno a “<i>la idea de que una crisis suficientemente amplia podría conseguir impresionar hasta tal punto a los decisores políticos de un país que éstos se decidieran finalmente por instaurar reformas destinadas a potenciar la productividad</i>”. Con tales reformas no se refería sino a aquellas que actualmente se definen en Europa como las políticas de austeridad. En este sentido, Michael Bruno sostuvo que los organismos internacionales no sólo tenían que aprovechar las crisis económicas existentes para imponer tales políticas –lo que entonces se recogió bajo el rótulo del <a href="http://economistasfrentealacrisis.wordpress.com/2013/03/11/el-programa-economico-del-gobierno-esto-ya-lo-habia-visto-antes/"><i><span style="color: #3d85c6;">Consenso de Washington</span></i></a>– sino que debían hacer todo lo que estuviera en sus manos para <i>agudizar</i> esas crisis. Sí, han leído ustedes bien: agudizar. Que es lo mismo que hacer por agravar o empeorar esas crisis. Y si bien Michael Bruno admitió en aquella conferencia que la perspectiva de profundizar intencionadamente la depresión económica de un país resultaba de entrada aterradora, no dejó de animar a sus oyentes a aceptar ese proceso de destrucción como primer paso de una <i>positiva</i> transformación de la economía según su concepción neoliberal. “<i>A medida que la crisis se hace más profunda, el Estado podría irse atrofiando lentamente</i>”, concluyó, y con él, todas aquellas políticas intervencionistas que restan posibilidades de mercado al mundo empresarial. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Yo no sé a ustedes, pero, en mi caso, estas palabras de Michael Bruno actuaron como una especie de interruptor que encendió una bombilla en mi cansada cabecita. Y me llevaron a sospechar que esta crisis será muy, pero que muy larga. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-33490595530957633042013-03-17T20:28:00.001+01:002013-03-17T20:35:59.416+01:00Ruptura<div style="text-align: justify;">
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRjN_hyCHgfNfa1N7HNkjiQBJ42ah5g8ywy3aCOo6NRSK7sXsuf80yp8ggKlUJKD9C2iRVs2Swa60B9qIBC8M0O_bTNw73g8YaNh2ho6Qbqy1TLy1Yb9Y_YbAQySB1WPk-d4F4u2q_fJbw/s1600/blue+valentine+hotel.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiRjN_hyCHgfNfa1N7HNkjiQBJ42ah5g8ywy3aCOo6NRSK7sXsuf80yp8ggKlUJKD9C2iRVs2Swa60B9qIBC8M0O_bTNw73g8YaNh2ho6Qbqy1TLy1Yb9Y_YbAQySB1WPk-d4F4u2q_fJbw/s400/blue+valentine+hotel.jpg" width="480" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSXghIy57JImvXHnktf9m8n0BWW8Z2GcffMoJX-_kuhBW2JiTJevrdjsrNunFOLV19FcwP2W5P2MzueS8WzLj29v-OfhJ4tn7-gLkCFVTpb4KIc8rTxHnPEmvUmT40VB_oLKvjimbcEwaN/s1600/images.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Si el conmovedor triunfo del amor más allá de los obstáculos materiales, sociales o personales ocupa un lugar preeminente en la historia de ese séptimo arte que es el cine, el tan habitual y siempre lamentado fracaso que supone el desamor, en las múltiples formas en que se presenta a la experiencia humana, constituye sin duda otro de los temas clave abordados desde sus inicios por la gran pantalla. A los títulos que sobre esta penosa pero corriente cuestión destacan en mi muy particular filmografía, he debido añadir en los últimos días el de una película americana del llamado cine independiente recién estrenada por estos lares: <a href="http://www.youtube.com/watch?v=vYgfQyP3o2I"><i><span style="color: #3d85c6;">"Blue Valentine"</span></i></a>. Como no deseo destripársela a quienes tengan interés por verla, sobre su argumento tan sólo diré que retrata la fase terminal del matrimonio de una joven pareja cuya plasmación se intercala con la de los inicios de su relación amorosa. La película pivota, en este sentido, sobre una gran elipsis: la de las causas que, a lo largo de sus seis años de matrimonio, les han conducido a la ruptura. Sin embargo –y esto ya es mi propia interpretación de la película– tales causas arraigan en el propio momento de fundación de la pareja, es decir, en las circunstancias y avatares que provocaron la unión de sus protagonistas, y de ahí el interés del director por narrar ese dulce y mágico comienzo que, en este caso, contendría ya el germen de la futura separación. Tanto si mi comprensión de la historia es correcta como si no, lo sucedido entre el principio y el final de esta ficción queda del lado de la libre imaginación del espectador. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i>"Blue Valentine"</i> es una película desgarradora porque prácticamente todas las rupturas lo son. Salvo contadas excepciones, uno de los miembros de la pareja parece condenado a sufrirla como una auténtica mutilación. Se trata de quien todavía ama al otro y bajo ningún concepto quiere la separación. O de quien quizá ya no ama, pero se percibe en su existencia cotidiana, en sus rutinas, en sus hábitos y subrepticias dependencias, incapaz de vivirla en ausencia del otro. En ocasiones, ha optado inconscientemente por desviar la mirada de los signos del proceso de deterioro, de desgaste, de consunción del amor conducentes a la disolución de la pareja, y ésta le sorprende como un inesperado terremoto que conmoviera todos los cimientos de su ser. También cabe que los haya visto desplegarse ante sus ojos tan paulatinamente, que no acierta a vislumbrar ni la progresión descendente que marcan ni el ineludible final que en ellos se anunciaba. O que, desde el perfecto reconocimiento de esos signos, haya confiado en la posibilidad de su remonte y superación, aferrándose a la idea del carácter pasajero, circunstancial, de las fallas y grietas que revelaban. En el abandonado, el desgarro procede del yo dividido entre el desesperado deseo de permanencia al lado del otro y la realidad incontestable de la falta de correspondencia del otro a su desesperado deseo. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSXghIy57JImvXHnktf9m8n0BWW8Z2GcffMoJX-_kuhBW2JiTJevrdjsrNunFOLV19FcwP2W5P2MzueS8WzLj29v-OfhJ4tn7-gLkCFVTpb4KIc8rTxHnPEmvUmT40VB_oLKvjimbcEwaN/s1600/images.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="346" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSXghIy57JImvXHnktf9m8n0BWW8Z2GcffMoJX-_kuhBW2JiTJevrdjsrNunFOLV19FcwP2W5P2MzueS8WzLj29v-OfhJ4tn7-gLkCFVTpb4KIc8rTxHnPEmvUmT40VB_oLKvjimbcEwaN/s400/images.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Pero igualmente atravesada por el desgarro se halla la figura de quien ha dejado de amar e impone la ruptura, por más que, en la contemplación externa, su posición tienda a despertar cierta distanciada antipatía y su sufrimiento resulte menos visible. Lo delatan los gestos contenidos o ya incontenibles de irritación ante las palabras o las acciones del otro. Su nula indulgencia ante los errores y torpezas que tal vez antes observaba con ternura. La desaparición mal disimulada de toda apetencia de intimidad física con el otro que, antes o después, acaba manifestándose abruptamente en la negativa o el rechazo que ese otro recibirá como un acto de ruda insensibilidad. Pues quien abandona suele esconder en su interior, desde tiempo atrás, una verdad cuya mostración nunca deja de entrañar cierta dosis de crueldad si sabe a ciencia cierta del dolor que ocasionará al abandonado. Por consideración a él, a sus sentimientos, al recuerdo o el rescoldo de los que a él le unían, no le será fácil sacar a la luz esa verdad que dañará sin remedio al otro. Sin embargo, mientras la oculta, se mueve de continuo sobre el imperativo de ponerla sobre el tapete para no prolongar el engaño. Asimismo, y quizá ante todo, para salvaguardar su hipotético derecho a una potencial felicidad en ausencia del otro. Si la mentira y el encubrimiento representan una aceptable medida de urgencia ante el nacimiento de la confusión o el enquistamiento de la indecisión, no resultan sostenibles en el largo plazo. El desgarro de quien abandona es el del yo dividido entre la voluntad de proteger al otro del dolor y la imposibilidad de renunciar a convertirse en la mano ejecutora que habrá de causarlo. </span></span></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6LIy32v9CJNyDUJA9X2qf_uYlw66KANUjCWvPTvFENE3jSu1zBQ7tJYuW-T_jYNOFF-MpmjpaKTiIEY1XJCR8hE_GAiO88b6tCve_vwLzGmALeK1nR_XpQ5-ToIFr4aWNUAqt9m_-4u2u/s1600/Foto+3+BLUE+VALENTINE.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="345" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6LIy32v9CJNyDUJA9X2qf_uYlw66KANUjCWvPTvFENE3jSu1zBQ7tJYuW-T_jYNOFF-MpmjpaKTiIEY1XJCR8hE_GAiO88b6tCve_vwLzGmALeK1nR_XpQ5-ToIFr4aWNUAqt9m_-4u2u/s400/Foto+3+BLUE+VALENTINE.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Como tantas veces en la vida real, en <i>"Blue Valentine"</i>, desde perspectivas opuestas pero tal vez compartiendo idéntico asombro, dos personas asisten a la sobrevenida de un mismo hecho: la destrucción efectiva del vínculo amoroso que durante un tiempo ligó sus destinos, fruto de la extinción de la complicidad que aliviaba sus respectivas soledades, de la muerte de la maravilla del placer de la mutua compañía que un día los impulsó a enlazar sus vidas sobre la base de un proyecto común que iluminaba y llenaba de confiable seguridad el siempre incierto futuro. Forzoso parece entonces que ambos compartan a su vez, aunque probablemente experimentado de muy distintas maneras, un mismo sentimiento de pérdida y una misma pregunta en esas lenguas que ya no alcanzan a acariciarse ni a comunicarse: <i>¿Por qué?</i> Por qué esa palmaria defunción de sus antiguos sentimientos en quien abandona. Por qué esa palmaria defunción de los antiguos sentimientos del otro en quien es abandonado. Y no obstante, es probablemente éste quien, a partir de esa pregunta, se ahoga en otros interrogantes que se derivan del primero. Interrogantes por su propia responsabilidad en el fallecimiento del amor del otro. Por las acciones u omisiones que pudieron haberlo causado y que quién sabe si podrían haberlo evitado. Por los caminos interiores que, en su desconocimiento, ha recorrido el otro hasta terminar arribando a esa decidida voluntad de poner fin a lo que una vez constituyó uno de los pocos paraísos terrenales que a los humanos nos es dado gozar. </span></span></div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjlY_RZEdbrOuf6nHxzafpr1B6_GeHJG0ISkpXxbyaSM9eiDYE15bSA4mOZwNcu5aFCB-3DUTydLsIHA6YrQmtC7ttFA1ToUoxils-xcpoP76UvvK6GItrrSj46pAYIkjMsNmrjyeuu0_0k/s1600/image_content_medium_252932_20130222103650.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="313" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjlY_RZEdbrOuf6nHxzafpr1B6_GeHJG0ISkpXxbyaSM9eiDYE15bSA4mOZwNcu5aFCB-3DUTydLsIHA6YrQmtC7ttFA1ToUoxils-xcpoP76UvvK6GItrrSj46pAYIkjMsNmrjyeuu0_0k/s400/image_content_medium_252932_20130222103650.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Y es que, si bien las dos víctimas de la ruptura se encuentran por lo general abocadas al sufrimiento, es indudable que quien abandona ocupa una posición más ventajosa que lo dota de una mayor fortaleza frente al otro. Para él, la ruptura equivale a una liberación cuyo acaecimiento le urge tanto como a cualquier encadenado. Dado su malestar en el seno de la pareja, la perspectiva del abandono, por dolorosa que se presente ante su conciencia, es entrevista como mejoría, como tránsito hacia un lugar menos áspero e incómodo. Desde la sensación de asfixia, de íntimo enfado que le produce la atadura al otro, la soledad venidera, aunque temida, se le aparece igualmente como remanso de paz y estancia, si no soleada, al menos tranquila. A diferencia de él, el abandonado carece por completo de la visión amable de ese horizonte ante sus ojos. Todos sus deseos se concentran sobre el presente y su anhelada pervivencia: de que no se altere o quiebre, de que cada cosa permanezca en su lugar acostumbrado, depende, se dice, toda su felicidad. Desde su particular punto de mira, el mundo deviene un lugar inhabitable sin la cercanía del otro. Más allá de su pérdida, tan sólo se abren el llanto y el horror, así como la incapacidad de imaginar cualquier posible alivio y futura alegría. Aquello que, para quien abandona, equivale al primer paso hacia la recuperación de su singular desgarro, significa para el abandonado el insoportable ahondamiento del suyo, y con él la evaporación de la fuente esencial de su bienestar. Por ello, mientras el primero pugna por la ruptura de las cuerdas que permita el alejamiento, el segundo combate angustiado por su mantenimiento e indefinida prolongación. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Poco importa, sin embargo, con cuál de los dos personajes, en función de sus vivencias pretéritas o incluso presentes, llegue a identificarse el espectador. Si no consigue identificarse con ninguno de ellos o si termina haciéndolo con los dos. Bastará con que se deje envolver mínimamente por la situación que narra <i>"Blue Valentine"</i> para que su contemplación le resulte dolorosa: siempre lo es observar la pérdida de los sentimientos amorosos entre dos personas. En esencia, porque ser testigos de esa vivencia suele remover y hacer tambalearse nuestra ansiosa confianza en la tantas veces desmentida perdurabilidad del amor. En su posibilidad se alberga una incógnita que sólo el paso del tiempo podrá, si acaso, resolver. Una incógnita entre cuyos ingredientes quizá se amalgamen la decisión y cierta sabiduría vital, pero en la que invariablemente entra también en juego la sin duda impredecible y nunca domeñable continuidad o falta de ella del sentimiento. La experiencia ajena, probablemente también la propia, informa de que esa incógnita, en la mayoría de las ocasiones, se resuelve en su negación. Y, no obstante, pocos son quienes se resisten a apostar, al menos en el orden de lo ideal, por la ausencia de determinación de ese lugar vacío que significaría la pervivencia del vínculo amoroso hasta el límite mismo de la muerte. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-40973833557728089792013-02-28T20:27:00.000+01:002013-05-04T13:28:23.021+02:00Cura<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3glm08zQcxmU5vYQDsMKqtjL4xgLmhHJjmXma7tz9u6lYnWWyeGoAwYrnX3u6SchyphenhyphenMhgg5Zt_zT5Hq47amlyPkGWhL9qinDTqcqdy069-ptElVrqH-1Ka7C9Ja0lhGu4S1U-fkYdkbpuQ/s1600/big_chagall-cl.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3glm08zQcxmU5vYQDsMKqtjL4xgLmhHJjmXma7tz9u6lYnWWyeGoAwYrnX3u6SchyphenhyphenMhgg5Zt_zT5Hq47amlyPkGWhL9qinDTqcqdy069-ptElVrqH-1Ka7C9Ja0lhGu4S1U-fkYdkbpuQ/s400/big_chagall-cl.jpg" width="480" /></a></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Como las flores bajo la lluvia acerada de punzante granizo, la piel del melocotón maduro al precipitarse sobre la tierra seca, el vaporoso tejido de seda que tropieza en vuelo rasante con la arista mal pulida de la uña: así está nuestra carne endeble de continuo expuesta al desgarrón en la caída sobre el filo cortante de la piedra, a la magulladura contra el canto traicionero de la mesa, a la herida larga y limpia bajo la incisiva presión del escalpelo. Al igual que el cristal fino de la copa contra el metal del fregadero, los huesos prestos al quebranto tras el salto temerario. Al desbarajuste y la infección los órganos con la irrupción del frío y el consecuente debilitamiento de los miembros. También, sin razón precisa o aún definida, a la orgía enloquecida de las células que proliferan en el tumor suicida. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Ante la patencia del daño, del síntoma incipiente, de la enfermedad declarada, disponemos del auxilio de técnicas insólitas o veteranas, de simples y sofisticados saberes. Quizá el agua y el jabón de una mano que acaricia alcancen para la magulladura leve en el patio de juegos. Sobre el rasguño que sangra, la tirita de colores acaba por devolver la sonrisa, deseosa de exhibirla como un galón de guerra, a la carita infantil antes bañada en llanto. Gracias al manejo ancestral del hilo y la aguja penetrándola estratégica, la piel recupera, reunidos los bordes húmedos de la herida, su apariencia firme y protectora. Si se los fuerza con ruda habilidad a tornar a su alineación originaria, la inmovilidad y el trabajo silencioso de las partículas recompondrán lentamente los huesos fracturados, acondicionándolos de nuevo para la carrera y el brinco. Cuando el calor y el reposo no logran restaurar la armonía muda de los órganos, sirven los brebajes caseros o, en su defecto, las píldoras redondeadas que escupen la industria y sus laboratorios. Y de fracasar éstas en la detención del desmadre enfebrecido de las células, cabe la siempre cruel mutilación del bisturí, que sacrifica la manzana podrida del canasto en aras de la piadosa salvación del resto. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Pero ni el más mínimo ápice de utilidad contendrían estas técnicas, de validez estos saberes, si el frágil entretejido de nuestras fibras no se meciera inconsciente sobre la voluntad de retornar al orden, sobre el impulso recóndito de recobrar la funcionalidad perdida que empuja mecánicamente los engranajes en ausencia de obstáculos y chirridos quejosos. Alivian los ungüentos, sanan las pócimas porque nuestros cuerpos albergan ya en su interior la potencia misteriosa de la regeneración y el remiendo. De su prolongación en el alma somos testigos cada día, capaz de seguir respirando ligera aun en medio del goteo intermitente de tanto golpe intangible. A pesar del gravoso lastre sobre sus hombros de incontables asaltos cotidianos y agresiones de mayor calado que la vapulean y hieren sin más huella perceptible que un rostro transitoriamente contraído o el íntimo rodar, por necesidad finito, de las lágrimas sobre las mejillas. Más hondas y dolorosas, fuente de más inhóspitos sufrimientos que los brotados del corte en la carne resultan las heridas infligidas a su naturaleza invisible. Ésa que recorta el lenguaje en nuestra boca y obliga a la descripción a permanecer presa de la metáfora si se dice del corazón hecho trizas como del cojín bajo las zarpas del gato, del alma despedazada como los fragmentos del plato sobre las baldosas, del yo roto idéntico a un juguete en manos de un niño enrabietado. Y no es extraño, sin embargo, que con menos costurones que sobre la tela desgarrada, acaso con menos rastros que en la porcelana quebrada o el plástico rajado, acontezca en el alma la recomposición provisoria de las partes desmembradas, la sanación de los quebrantos causados por un mundo a menudo lacerante en sus bordes y a un tiempo benéfico en sus dádivas. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">De la ruptura demasiado pronta del sueño, de las negras sombras que en el amanecer oscuro de la jornada de trabajo derrama sobre el ánimo, tienden a curar las primeras luces matutinas tiñendo de rosa el horizonte sobre el parabrisas. Ese mismo sueño que, al caer la noche, cura de otras sombras gemelas con las que el agotamiento quiere enturbiar la mente. Curan la taza de té caliente, la manta sobre las rodillas o la onza de chocolate del día infame transcurrido entre empellones y ladridos. Del terror solitario de la pesadilla que arroja abruptamente a una conciencia aturdida en medio de las tinieblas, el mero roce de un pie bajo las sábanas y las inspiraciones acompasadas de su propietario. La palabra amable y la mirada franca del resquemor y la desconfianza. De la preocupación que ahoga y nubla la visión del camino conducente a la salida, la risa desmadejada agitando el pecho por cualquier bobería. Del aguijón de la frustración reciente, del largo clavo hundido en la nuca de la que se arrastra durante décadas, el decidido asesinato del deseo o la resolución a la batalla renovada en pos de su satisfacción venidera. La propia voz sacada de la garganta entre amigos y remojada en vino sana como por sorpresa del desasosiego, de la obsesión familiar de origen ignoto que centrifuga en el cráneo. De la melancolía que aplasta entre brumas párpados y espalda, tal vez un simple paseo bajo el sol cálido de mediodía. El propósito de enmienda, una vez más asido al amnésico reconocimiento de la imperfección humana, del sabor agrio de la culpa que mana del error convencido y la imagen fija de la falta. De la ignorancia los libros, del bloqueo afásico el poema, del miedo y la zozobra la fuerza viva de otros brazos sujetando el propio tronco tembloroso. Cura de la maldad de los hombres emponzoñando el alma la contemplación de la acción generosa, la intuición del fondo noble que en otros alienta. Y sana la música que llena las entrañas de la repentina erupción del vacío insondable que a todos los mortales nos horada. Del desaliento, la abertura al entusiasmo ajeno dispuesta al contagio. Del tedio que construye un muro rocoso entre la cabeza y cada cosa cercana, el súbito descubrimiento del objeto escondido que lo diluye, el combate testarudo bolígrafo en ristre que se empeña en analizarlo o transformarlo en verso, y con frecuencia la vencida espera hasta el despuntar del nuevo día tras la tregua del sueño. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Después de unos años instalados sobre estos dominios, basta lanzar hacia atrás los ojos del recuerdo para que se produzca la atónita constatación, ésa que emerge del paciente ejercicio de enumeración de los hachazos reseñables, de las dentelladas tóxicas, de las pérdidas y abandonos en apariencia mortíferos que de lado a lado nos partieron como se parte por la mitad un pan recién hecho. Que con la brutalidad del rayo nos redujeron a la condición de peleles llorones, maltrechos, desmadejados. Con la confiable ayuda del lento, rítmico lamer la roca del suave oleaje del tiempo, constituye el signo inequívoco de la curación de los males terribles que engendraron el latir de algo en nosotros que, todavía, se inclina tenaz al vuelo y la alegría. De buscarlas sin temor con los dedos palparemos sin duda las cicatrices rugosas que cosieron en nuestros adentros. Acaso las más notorias aún palpiten y duelan como antiguas fracturas en esas tardes de lluvia que incitan al espíritu debilitado a regresar a la vivencia gimiente del corte abierto. Hay quienes caminan con heridas antiguas de procedencia remota que rehúsan cerrar en contra de la reflexión, la esperanza y la experiencia benefactora: han aprendido a taponarlas con una tercera mano para no desangrarse a cada paso; han aprendido a olvidar su existencia, a contener el dolor laberíntico que ya sólo trunca su risa en días grises poblados de feroces minotauros. Como cualquiera, también ellos luchan con las otras dos manos por no sucumbir a las lesiones que a algunos definitivamente destierran. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Por encima del daño puntual, del síntoma incipiente, de la enfermedad declarada, ninguna verdad más palmaria que la evidencia de que la vida hiere y lastima. Junto a ella, la certeza de que sobrevivir a los golpes cotidianos, a los zarpazos ocasionales, incluso a la fatalidad y el infortunio severo, precisa de la necesaria curación de esas heridas, y de cada pequeño rasguño. No durará eternamente la milagrosa potencia sanadora del cuerpo. La del alma, tal vez tanto como perviva el asombro por la presencia de un mundo en nosotros cuyo cielo siempre ampara posibilidades azules. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com19tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-21168744987433778502013-02-15T22:36:00.001+01:002013-02-19T20:04:53.969+01:00Variaciones<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIVY3k38219cox8fhIAfuoAv5l8bpHVt6RVAehQsOjfAoa80LtKbNqjcqUJGqgBI-llWH04CHHEwCbdbF-xpjvDPpTIw6bnrBWARE5SoPM6oiMe8DC_zDGxuCf3WWa6cknkaN2Vu198sli/s1600/Glenn.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="520" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIVY3k38219cox8fhIAfuoAv5l8bpHVt6RVAehQsOjfAoa80LtKbNqjcqUJGqgBI-llWH04CHHEwCbdbF-xpjvDPpTIw6bnrBWARE5SoPM6oiMe8DC_zDGxuCf3WWa6cknkaN2Vu198sli/s320/Glenn.JPG" width="462" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span><br />
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Un intérprete mundialmente conocido. Un nombre asociado para la eternidad a las <i>Variaciones Goldberg</i>. Posiblemente –inevitable la controversia cuando se trata de escoger a uno y sólo a uno–, el mejor intérprete de la obra de Johann Sebastian Bach. Un pianista –un hombre– en extremo extravagante que a los 32 años, edad que el juicio sensato situaría en la etapa inicial y aún ascendente de una fulgurante carrera, decidió dejar de dar conciertos para el gran público y sólo ofrecería sus interpretaciones a través de los medios. Un pianista que no podía interpretar obra alguna sin, al mismo tiempo, tararear la melodía de la pieza ejecutada por sus dedos. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Si cada una de estas descripciones esboza un escueto retrato de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Glenn_Gould"><span style="color: #0b5394;">Glenn Gould</span></a> (1932-1982), la última de ellas es sin duda la que, en un momento ya lejano de mi vida, me impulsó a escuchar una y otra vez, con obsesiva recurrencia, la versión de las famosas <i>Variaciones Goldberg</i> que el pianista canadiense grabara en 1981, pocos meses antes de morir de un infarto cerebral. En aquella época de soledad buscada en medio de circunstancias que también la forzaban, Glenn Gould acompañaba muy a menudo, desde un pequeño walkman instalado en mi bolsillo, los paseos rutinarios a los que me empujaban las estrechas dimensiones del apartamento universitario que habitaba. Tan a menudo que, cada vez que vuelvo a escuchar esa pieza, no es raro que en mi cabeza reaparezcan las imágenes entrecortadas de los senderos que bajo su amparo recorría, de los edificios que los circundaban, del pequeño bosquecillo al que me dirigían. Por su mera reiteración durante aquellos paseos, las notas que componen las <i>Variaciones Goldberg</i> han quedado para mí por siempre adheridas al recuerdo, ya borroso por los largos años transcurridos, de aquellos parajes que nunca he vuelto a pisar. </span></span><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWvF5GdOp_ObwC0sQ-PmRlRdxkOldYMQiWc0x9jpBJgvovEBXRM07Wjrn8ERxylVytzgaPtDZ7lUbgoBXvhD0i3NBHd8FdiFDH0WypGI3yV1dqEmQ3uyz1exCiu28QDTOK6TjR-mj8YPq0/s1600/Glenn+Gould+4.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="345" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWvF5GdOp_ObwC0sQ-PmRlRdxkOldYMQiWc0x9jpBJgvovEBXRM07Wjrn8ERxylVytzgaPtDZ7lUbgoBXvhD0i3NBHd8FdiFDH0WypGI3yV1dqEmQ3uyz1exCiu28QDTOK6TjR-mj8YPq0/s400/Glenn+Gould+4.JPG" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">En esas notas que se derramaban en cascada sobre mis oídos con una precisión geométrica y una brillantez para mí desconocidas hasta entonces, perseguía yo con avidez los retazos de la voz de Glenn Gould que de cuando en cuando asoma tímidamente entre ellas, que en ocasiones llega incluso a imponerse al silencio entrecortado que forja su ritmo. Supongo que, al igual que a tantos de sus admiradores, escuchar la voz poco armoniosa, apenas balbuciente de Glenn Gould, emergiendo entre el sonido cristalino que sus dedos logran arrancar al piano, me producía una sensación de cercanía a él que convertía la audición de esta obra maestra de Bach en una experiencia particularmente íntima. El timbre oscuro, el tono desafinado de su voz en contraste con la pureza de las melodías en contrapunto, me hacían testigo y a la vez partícipe de la pasión que lo arrebataba al interpretar a Bach. Percibir y sentir esa pasión constituyó la llave que me franqueó la puerta a la singular belleza de las <i>Variaciones Goldberg</i>. Y es que quizá en esa pasión, intuida de una forma u otra en el intérprete, en el escultor, en el pintor o el poeta, resida la única vía de acceso a la belleza del arte. </span></span></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Por eso, cuando por aquella misma época supe de la existencia de una novela de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Thomas_Bernhard"><span style="color: #0b5394;">Thomas Bernhard</span></a> en la que aparecía Glenn Gould, <i>El malogrado</i>, corrí rauda a la biblioteca y me entregué a su lectura con tanta aplicación como por aquel entonces requería mi insuficiente conocimiento de la lengua en la que había sido escrita. No me decepcionó descubrir que, en realidad, no se trataba de una novela sobre Glenn Gould. <i>El malogrado</i> es más bien la historia de una doble derrota, una fatal, la otra liberadora: la que sufren dos jóvenes y prometedores pianistas por causa de su encuentro en Salzburgo con un igualmente joven y ya genial Glenn Gould. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXPSaZdvZI894788G6RO0Mz95TjH_GTyzKraF5KDZ_erEVKQ32kI_OKsOnwe9SE8LsNfDYjEQEk7MLKKv9v564I6rh3NffH6cIH5QBmVGAdhMfNHzL7wrOlcqc6MXeByaGbSmxGmFLgPp3/s1600/Glenn+Gould+1.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="387" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXPSaZdvZI894788G6RO0Mz95TjH_GTyzKraF5KDZ_erEVKQ32kI_OKsOnwe9SE8LsNfDYjEQEk7MLKKv9v564I6rh3NffH6cIH5QBmVGAdhMfNHzL7wrOlcqc6MXeByaGbSmxGmFLgPp3/s400/Glenn+Gould+1.JPG" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Su narrador anónimo, el que fuera uno de esos jóvenes, viaja tras el entierro del otro, Wertheimer, hacia el pabellón de caza donde el muerto ha pasado sus últimos días. Pocos meses después del fallecimiento de Glenn Gould, Wertheimer, apodado por el propio Glenn como <i>el malogrado</i>, se ha suicidado ahorcándose a escasos metros de la casa de su hermana. El narrador quiere saber si hallará en el pabellón de caza los escritos a los que Wertheimer decía estar dedicando su vida desde que, como él mismo, renunciara a su carrera pianística. En un monólogo obsesivo que introduce al lector en una suerte espiral asfixiante, construida sobre la continua reaparición de los motivos que se van presentando, el narrador reflexiona sobre las causas que explicarían el suicidio de Wertheimer. Paulatinamente irá reafirmándose en la idea de que éstas se remontan, exactamente, al momento en que, veintiocho años atrás, Wertheimer pasa por el aula treinta y tres del primer piso de la escuela de música donde ambos estudiaban, y escucha a Glenn Gould tocar el <i>Aria</i>, la primera de las treinta y dos piezas que componen las <i>Variaciones Goldberg</i>. Pues es entonces cuando Wertheimer, sin ser todavía plenamente consciente de ello, se enfrenta a la existencia del genio de Glenn Gould y a la imposibilidad de superarlo. Tanto el narrador como Wertheimer son pianistas con aptitudes extraordinarias, figuras claramente prometedoras en el mundo de la interpretación entre tantos otros aspirantes, destinados por sus cualidades a destacar y triunfar, a convertirse en famosos intérpretes. Pero tras convivir durante algunos meses en la casa que los tres alquilan en las afueras de Salzburgo, ambos descubren en Glenn Gould un talento superior del que carecen y el brillo único, sin par, sublime, que ninguno de ellos podrá jamás alcanzar. Ninguno de ellos podrá ya llegar a ser <i>el mejor</i>, porque <i>el mejor</i> es, sin el más mínimo atisbo de duda, Glenn Gould. Aunque en sus respectivas manos se halla la posibilidad de convertirse en reconocidos pianistas, deben afrontar la amarga verdad de que nunca podrán serlo del modo inigualable en que lo será Glenn Gould. De no haber conocido y entablado amistad con Glenn Gould, piensa el narrador, tanto él como Wertheimer habrían proseguido con sus carreras y habrían triunfado. Pero el hecho inapelable de haberlo conocido trunca para siempre sus carreras artísticas y altera radicalmente sus vidas. </span></span><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij4qXrinTGaOlrABcaD4oRWZ2O4cpq0UJTE1Z-hEve0pW0Y95l_h7blYQykGXvKfOKqZd4RlZvKMtAskkGt2EojLV0YTa-bzxu8pgR2TgfCyoc8EBGZxW1E01fkMJOB0xXJd_8ZZUVMEGU/s1600/Glenn+Gould+3.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="342" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij4qXrinTGaOlrABcaD4oRWZ2O4cpq0UJTE1Z-hEve0pW0Y95l_h7blYQykGXvKfOKqZd4RlZvKMtAskkGt2EojLV0YTa-bzxu8pgR2TgfCyoc8EBGZxW1E01fkMJOB0xXJd_8ZZUVMEGU/s400/Glenn+Gould+3.JPG" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Tal vez la diferencia más notoria entre estos tres personajes se inscriba en el orden del deseo. En un plano que cabría calificar de inconmensurable en relación al de sus amigos, si algo desea Glenn Gould es convertirse en su <i>Stenway</i>, en su piano, para que así nada, ni tan siquiera él mismo, se interponga entre Johann Sebastian Bach y los sonidos que, con cada interpretación, reviven e inmortalizan sus obras. En el caso del narrador, su encuentro con Glenn Gould le vuelve evidente que, pese a sus incuestionables aptitudes, nunca deseó realmente ser pianista. Poco importa si, tantos años después, sigue sin saber qué quiere para sí y lleva una existencia errática y desorientada: al menos, conocer a Glenn consiguió liberarle de una falsa visión de sí mismo que, con toda seguridad, le habría abocado a la infelicidad. Sin embargo, ese mismo conocimiento arruina la vida de Wertheimer y, de su mano, asola la de quienes le rodean hasta el día en que decide ponerle fin. Pues el deseo que, a partir de él, se apodera de Wertheimer es un deseo por completo irrealizable y la fuente más nítida de su desgracia: Wertheimer no desea más que ser el propio Glenn Gould, y el narrador llegará a sospechar que la elección del momento de su suicidio sólo responde a que, de Glenn Gould, ha envidiado hasta su muerte. </span></span><br />
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">De ahí que el narrador termine por vislumbrar, con idéntica lucidez a la de Glenn Gould al apodarle como <i>el malogrado</i>, que Wertheimer era un <i>hombre de callejón sin salida</i> incluso antes de conocer al genial pianista. De su encuentro con él no deriva más que el afloramiento de esa condición autodestructiva que Wertheimer portaba ya consigo desde niño y que el narrador anónimo expone con estas palabras: “<i>Wertheimer no era capaz de verse a sí mismo como alguien único, como todo el mundo puede y tiene que permitirse si no quiere desesperar, se sea quien se sea, se es alguien único, me digo a mí mismo, y eso me salva</i>”. Eso, y no otra cosa, es lo que salva al narrador de su estéril y constante desorientación. De la ausencia de rumbo definido de la que adolecen sus días desde que se resolviera a regalar su piano para nunca volver a tocar ninguno. También del suicidio que tantas veces Wertheimer le augurara y al cual éste no pudo sino anticiparse tras la muerte de Glenn Gould. Ni a Glenn Gould, ni a sus magistralmente interpretadas <i>Variaciones Goldberg</i>, cabe, pues, atribuir la responsabilidad del suicidio de Wertheimer. Éste es el fruto exclusivo de su incapacidad para percibirse y valorarse como un ser insustituible, el único susceptible de interpretar el papel central, protagonista de su propia vida, con independencia de sus habilidades y carencias, de sus triunfos o fracasos, de su deseo de llegar a ser <i>el mejor</i> y de la inevitable frustración de ese deseo. Que Wertheimer llegara a conocer de cerca el talento y la superioridad artística de Glenn Gould tan sólo sirvió para desatar la fuerza destructora, aniquiladora de esa incapacidad suya. De esa <i>debilidad</i> tan devastadora como para arruinar cualquier existencia. ¿Y quién no ha sentido, siquiera de lejos, la potencia devastadora de esa debilidad a través del deseo de <i>ser otro</i>, a través de la envidia de las cualidades y logros de otro?</span></span><br />
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Salvo las que lo encabezan, las imágenes que ilustran este post son fotogramas de <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Thirty_Two_Short_Films_About_Glenn_Gould"><span style="color: #0b5394;"><i>Thirty two short films about Glenn Gould</i></span></a>, una bellísima película que ningún admirador de Glenn Gould se debe perder. </span></span><br />
<br />
<br /></div>
<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="375" src="http://www.youtube.com/embed/CrPrJ0ih8Kc" width="480"></iframe>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-29330826146404765642013-01-31T19:58:00.000+01:002013-02-07T23:00:44.792+01:00Flexibilidad<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjpLJdc3SqWyKrmxMKJDEJ0cmnOVsysE59C6kk8UlCWAEvcDqy7XBfCOOMKhOA-W51W45UDxYhYcr2Jerd6IGlggCAu6Q6f-6dcHGODA6iFStdkx-9EnimsXNOZxDnpp6lZWLXi_HTd6NLE/s1600/CADENA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="342" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjpLJdc3SqWyKrmxMKJDEJ0cmnOVsysE59C6kk8UlCWAEvcDqy7XBfCOOMKhOA-W51W45UDxYhYcr2Jerd6IGlggCAu6Q6f-6dcHGODA6iFStdkx-9EnimsXNOZxDnpp6lZWLXi_HTd6NLE/s400/CADENA.jpg" width="480" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Si es cierto que somos el resultado de aquello que hacemos, parece elemental concluir que buena parte de lo que nos define procede del trabajo que cada día realizamos. Por medio de su ejecución nos dotamos de una serie de capacidades, habilidades y conocimientos que nos permiten determinar quiénes somos a partir de las tareas que nos sabemos capaces de llevar a cabo. Al menos en lo relativo a nuestra dimensión laboral, cuanto mejor sea a nuestros ojos el desempeño de nuestras funciones, más alto concepto tenderemos a tener de nosotros mismos. Cuanto mayor grado de compromiso adquiramos con respecto a la labor a ejecutar, tanto más adheriremos la caracterización de nuestro ser a la profesión en la que a diario invertimos un número nada despreciable de horas de nuestras vidas. Por ello, no debería resultarnos extraña la idea de que eso que somos se halla decisivamente condicionado por la forma en que las sociedades que habitamos estructuran la naturaleza del trabajo, regulan sus vías de ejercicio y establecen los mecanismos que articulan la relación que con él mantenemos como trabajadores. </span></span></div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Precisamente de esta premisa parte el libro <i>“La corrosión del carácter”</i>. A finales de los noventa, el sociólogo <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Richard_Sennett"><span style="color: #3d85c6;">Richard Sennet</span></a> se propuso analizar en él la manera en que el capitalismo de las últimas décadas, a través de la nueva concepción del trabajo que plantea, moldea y produce individuos que no pueden ya preservar, ni como trabajadores ni como personas, los valores, habilidades y actitudes que de ellos se exigía en épocas pretéritas. Ésta es, según Sennet, la época del <i>capitalismo flexible</i>, cuya configuración demanda trabajadores que, como un material dúctil, logren adaptarse a circunstancias siempre nuevas, estén abiertos al cambio, asuman con naturalidad los riesgos que éstos conllevan y se muestren dispuestos a reinventarse a sí mismos en todo momento aceptando el imperativo de movilidad y la imposibilidad de construir una trayectoria laboral lineal y coherente. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">De entrada, la flexibilidad que se impone al trabajador de este nuevo capitalismo se presenta como una negación de la rutina y de los efectos destructivos que ya Adam Smith le atribuyera al reflexionar sobre la alianza entre el crecimiento del mercado libre y la requerida división del trabajo para la mejora de la productividad. Allí donde cada trabajador se especializa en producir tan sólo una de las partes integrantes de un clavo, se multiplica el número de clavos producidos al día. Pero la repetición durante horas de una tarea tan simple y mecánica, reconoce Smith, condena al trabajador al aburrimiento, al embotamiento mental, incluso al embrutecimiento y la degradación, a su juicio incompatibles con el progreso moral deseable para la humanidad. De ahí que este pensador liberal creyera preciso habilitar dispositivos que rompieran con la rutina empobrecedora y alienante de la mayoría de trabajos asalariados. La flexibilidad del nuevo capitalismo se ofrece como la alternativa liberadora de esa rutina, a su vez capaz de eliminar rigideces sociales y conceder a sus trabajadores más libertad para decidir sobre sus vidas. Frente a esta idea, y a través del estudio y exposición de las historias laborales de individuos concretos, Sennet pretende poner de manifiesto cómo la flexibilidad demandada en el actual mercado laboral, fuertemente influido por la tecnología, no sólo no ha eliminado el trabajo rutinario, mecánico y repetitivo, sino que amenaza con destruir la posibilidad de forjarse una identidad profesional, con todas las consecuencias emocionales, morales y vitales que ello conlleva. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Tal vez el ejemplo más ilustrativo del libro sea el de la evolución de una panadería de Boston que Sennet vuelve a visitar décadas después de haberla conocido. En su primera visita, los antiguos panaderos declaraban no disfrutar de su trabajo, que requería un considerable esfuerzo físico, soportar horarios incómodos y condiciones materiales desagradables. Pese a todo, decían sentirse orgullosos de su trabajo. Dado que se trataba, además, de un trabajo cooperativo, donde el esfuerzo y el buen hacer de cada cual resultaba imprescindible para el logro de sus objetivos, los panaderos se sentían estrechamente comprometidos con su tarea y con el resto de miembros integrantes de la plantilla. Veinte años más tarde, Sennet observa cómo la panadería y sus trabajadores han sufrido una transformación radical. Dotada de máquinas sumamente complejas y reconfigurables según la demanda, fabricar pan ya no requiere más esfuerzo físico que pulsar unos cuantos iconos en la pantalla de un ordenador de fácil manejo. Todo el proceso de elaboración del pan se supervisa a través de otras pantallas, de manera que los trabajadores apenas tienen contacto con los ingredientes o los panes. Los nuevos panaderos no pueden ya definirse como tales, puesto que ninguno de ellos sabe cómo hacer pan. Su trabajo se limita, simplemente, a apretar botones. Aunque todos ellos cuentan con horarios flexibles, no suelen permanecer más de dos años en la panadería. Dada la escasa cualificación que precisa la labor que realizan, sus salarios son más bajos que los de los antiguos panaderos. Pero lo que fundamentalmente les anima a abandonar al poco tiempo el empleo es que dicen sentirse <i>degradados</i> por el modo en que trabajan. Como ninguna de las tareas que realizan les supone un reto, una dificultad o alguna suerte de aprendizaje, no consiguen identificarse con aquello que hacen. En absoluto se sienten comprometidos con ese trabajo rutinario ante el que más bien experimentan un total desapego e indiferencia. Porque aún creen importante verse a sí mismos como “buenos trabajadores”, les desagrada y desorienta no saber en qué consistiría, en esa panadería, ser un buen trabajador si ni siquiera comprenden el funcionamiento de las máquinas ni saben aportar soluciones cuando éstas fallan o se estropean. No existe en ellos sentimiento alguno de lealtad a la empresa, pues tampoco esperan de ella un puesto estable que les permita labrarse una carrera profesional. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Sennet advierte en varias ocasiones que no es su intención inspirar nostalgia alguna por el pasado ni obviar los aspectos negativos del modo en que en él se organizaba el trabajo. Pero de las reflexiones que va engarzando al hilo de ésta y otras historias, se desprende que entender el presente del mercado laboral pasa por analizar los efectos perversos que el modelo de flexibilidad implantado por el nuevo capitalismo tiene sobre sus trabajadores. En concreto, sobre el modo en que éstos se perciben a sí mismos y tratan de dar consistencia a sus vidas en medio de una dinámica que, por definición, se opone a la permanencia, a la estabilidad y a los objetivos y perspectivas proyectados a largo plazo. Parece evidente que la constante movilidad geográfica que implica la movilidad laboral dificulta la creación de lazos sociales duraderos, que los individuos se esfuerzan por mantener con el sucedáneo de las redes sociales. Los inevitables riesgos que se afrontan con cada cambio son fuente de continua inseguridad e incertidumbre. Tras los horarios flexibles o el fomento del trabajo en equipo, Sennet detecta nuevas formas de control y de ejercicio del poder tanto más eficaces cuanto menos visibles. Y destaca cómo la apuesta por la flexibilidad otorga a los jóvenes, a quienes se considera más tolerantes y maleables, un lugar privilegiado en el mercado laboral en detrimento de los más experimentados: interpretada como signo de rigidez y renuencia al cambio, la experiencia acumulada ha dejado de ser un valor para contemplarse como un obstáculo del que deshacerse en los periódicos reajustes de plantilla. En situación de riesgo permanente y sin que la experiencia pasada les sirva como guía para el presente, el capitalismo flexible ha logrado engendrar en sus trabajadores un nuevo fenómeno: la <i>aprensión al trabajo</i>, que se traduce en constante ansiedad y en tenaz dificultad para encontrar satisfacciones en su vida laboral. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">A todos estos efectos subyace un sistema económico que, para Sennet, irradia indiferencia, puesto que nadie en él puede sentirse necesitado: cada trabajador se sabe enteramente reemplazable, sustituible, intercambiable por cualquier otro. Relegado a la condición de simple mercancía que se desgasta en el corto plazo, sólo podrá sobrevivir en ese sistema si está siempre dispuesto a empezar de cero. Lejos de ampliar las posibilidades de elección de los individuos, la flexibilidad instaura una nueva forma de opresión que, según Sennet, comienza a <i>corroer</i> su potencial carácter. Si por tal se entiende la capacidad de adherirse a una serie de principios y valores, de comprometerse con objetivos a largo plazo y desarrollar la voluntad y firmeza anímica para perseguirlos, el capitalismo flexible resulta por completo incompatible con la producción de individuos con carácter. De sus engranajes tan sólo cabe esperar individuos que asuman vivir a la deriva, en perpetua desorientación y provisional reorientación. Individuos tan desubicados en sus existencias como en sus puestos de trabajo, que renuncien a crecer a falta de suelo estable sobre el que echar alguna suerte de raíces. A falta de caminos de acción cuya duración y sostenibilidad en el tiempo les permita dibujar trayectorias que den sentido y consistencia a sus vidas. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com18tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-66869420055824681842013-01-13T17:53:00.000+01:002013-01-25T15:03:58.592+01:00Inocencia<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoGS9xx-C7bJWPIeUOPESge_mrFJEGZaW1xy9S43fT7-neh8VPyq_ylyuUJu7BB672TN6R435Qdsax4uSHAFPNYo8lNWk3Z2THWrozYc90QrznXzzPbDOvSVMgcQ90E1mM2Ksr5DooZKbg/s1600/ni%C3%B1a.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="373" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoGS9xx-C7bJWPIeUOPESge_mrFJEGZaW1xy9S43fT7-neh8VPyq_ylyuUJu7BB672TN6R435Qdsax4uSHAFPNYo8lNWk3Z2THWrozYc90QrznXzzPbDOvSVMgcQ90E1mM2Ksr5DooZKbg/s400/ni%C3%B1a.jpg" width="480" /></a></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Sentada sobre la manta gris doblada varias veces sobre sí misma para aislarla del frío del suelo, Lola redescubre cada tarde lo despacio que puede llegar a pasar el tiempo. Se dice que si mirara con atención el segundero del pequeño reloj digital que habitualmente rodea su muñeca, y que ahora descansa en el fondo del bolsillo de su anorak cubierto por otra manta azulada, lo vería detenerse en algún momento, paralizado sobre cualquier cifra, el dieciséis, el treinta y uno, el cincuenta y ocho, desafiando burlón la mecánica invisible de su interior para demorarse durante varios segundos en alguno de los números antes de cambiar al siguiente. O tal vez observaría el enlentecimiento de la cadencia que impulsa el cambio de una cifra a otra, cada dígito prolongando indebidamente su presencia sobre la diminuta pantalla, resistiéndose remolón a abandonarla antes de ceder su puesto a los demás. A menudo hace la prueba cuando la maestra se embarca en una de sus larguísimas explicaciones, mientras llena la pizarra de interminables palabras ordenadas en esquema, cuando sus compañeros de clase leen por turnos, en voz alta, del libro de texto. Pero nunca ha conseguido pillar al reloj haciendo trampas. Quizá es que nunca ha podido espiarlo durante el tiempo suficiente, la maestra siempre acaba llamándole la atención, Lola no te distraigas, Lola deja de mirar el reloj y atiende, Lola qué haces que no estás copiando. Pero está segura de que si lo sacara del bolsillo y lo vigilara sin apartar de él la vista durante las horas en que permanece sentada sobre esa manta, antes o después se le revelaría el engaño capaz de explicar por qué en ocasiones el tiempo se dilata y adensa como una enorme y pesada bola que sólo con ímprobo esfuerzo se lograra hacer rodar. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Por eso, aunque papá se lo ha prohibido terminantemente, tú siempre con la cabeza gacha, Lola, no mires a la gente, a ratos se distrae alzando los ojos por entre el flequillo hasta las piernas de los viandantes, no más arriba de las caderas, y juega a imaginar, por el tipo de ropa que viste sus extremidades, cuál será su atuendo completo, si serán jóvenes o viejos, incluso si serán guapos o feos o el posible destino de sus pasos. Sobre todo le gusta fantasear con las piernas femeninas enfundadas en medias y que caminan sobre zapatos de tacón, aunque en estos días invernales abundan más los leotardos y las botas, o los pantalones que se pierden por dentro de botas altas y estilizadas. Los zapatos de tacón hacen un ruido inconfundible sobre el pavimento, de manera que puede anticipar su aparición en el campo de visión que le ofrece su cabeza quieta e inclinada y tratar de adivinar su color, su forma o la altura de sus tacones. Sobre algunos de ellos le parece prácticamente imposible caminar, aunque sus portadoras, que generalmente llevan faldas ceñidas que asoman bajo los abrigos, no muestran dificultad alguna en hacerlo. A veces pasean con languidez junto a piernas que terminan en lustrosos zapatos de cordones de hombre, probablemente sus maridos o quién sabe, piensa divertida, si a lo mejor sus amantes. Otras taconean solas con más apresuramiento, quizá de vuelta a casa después del trabajo o de permitirse algún capricho cuando llevan alguna bolsa de plástico brillante o de papel satinado. Son las mujeres con tacones, que se figura de la edad de su madre o algo mayores, las que más a menudo detienen sus pies ante ella por un instante para depositar una moneda dentro del recipiente de plástico que yace, junto al cartel de cartón, sobre la esquina izquierda de la manta. Las monedas que Lola guarda cuidadosamente en el otro bolsillo de su anorak cuando empiezan a acumularse. Por más que diga mamá, no consigue imaginarse a sí misma en un futuro con unos zapatos de tacón, de ésos negros y aterciopelados que tanto le atraen. Pero también ha visto botas preciosas de tacón bajo que le resultan muy elegantes. Cuando sea mayor y trabaje, lo primero que hará será comprarse unas de ésas. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Nota sus miembros entumecidos por la inmovilidad y el frío a pesar de la manta, y tiene la sensación de que son ya infinitos los pensamientos, las historias a propósito de pies, piernas y zapatos que ha inventado desde que las farolas de la calle iluminan la oscuridad temprana. No puede faltar ya tanto, suspira reconfortada, para que papá, apostado en la acera de enfrente, recoja sus propias mantas y cruce a buscarla. La impaciencia por que llegue ese momento aún se entremezcla con el temor a que, mientras la ayuda a alisarse los pantalones del chándal, a plegar las mantas y el cartel para introducirlos en una de las dos bolsas deportes que lleva consigo, alguien vuelva, como aquella tarde, a increparle y amenazar con llamar a la policía. Pero no le da vergüenza, caballero, es que esto es un delito, gritaba aquel hombre vestido de traje y corbata mientras su padre, sin atreverse a enfrentar su rostro, con esa expresión de tristeza que a menudo atisba en él, atravesada a un tiempo por una contenida mueca de ira, preguntaba para el cuello de su chaqueta, y qué quiere que haga, y qué quiere que haga, una y otra vez. Y así continuó durante buena parte del largo trayecto de regreso hasta que se paró en seco y se inclinó ante ella para mirarla muy fijamente a los ojos con los suyos brillantes de lágrimas, tú lo entiendes, verdad, Lola, decía, te lo hemos explicado muchas veces, lo entiendes, verdad, hija, el dinero es para ti, ya lo sabes, ahora no tenemos otra forma de conseguirlo. Y ella, todavía muda por el nudo que apretaba su garganta desde los gritos de aquel hombre, sólo alcanzó a asentir con fuerza con la cabeza hasta que su padre, después de abrazarla, se levantó por fin y reanudaron la marcha. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Aquella noche, mientras ella bostezaba sobre el cuaderno sentada a la mesa de la cocina de la abuela, ésta renqueaba de un lado a otro preparando la pasta de la cena y Dani, frente al televisor de la salita, pintarrajeaba con sus ceras rotas una caja de galletas vacía y se quejaba lloroso de cuando en cuando de que tenía hambre y de que no quería otra vez pasta, que ya estaba harto de la pasta, papá fue al dormitorio que antes era de la abuela y que ahora utilizaban ellos, a ver si mamá ya había despertado después de volver del hospital, y los oyó discutir y llorar. Primero parecía que gritaba uno y lloraba el otro. Luego al revés. No era la primera vez que sucedía aquello. Tampoco esa vez fue la última. Pero Lola se acuerda especialmente de esa noche, quizá porque aún se sentía sobrecogida por las amenazas del hombre con traje y corbata. También porque, a pesar de que la abuela, como siempre en aquellas ocasiones, se había puesto a canturrear una copla para ahuyentar de sus oídos el sonido de las voces y los sollozos, creyó oír a su madre diciendo algo así como que mejor estaría muerta, que no tenía nombre lo que le estaban haciendo a la pobre Lola, mi niña, la llamaba, pobrecita mi niña, que ni para puta servía en su estado, la palabra puta la oyó tan claramente que se sonrojó, que en cuanto mejorara un poco se iba a hacer la calle sí o sí y se pusiera él como se pusiera, cualquier cosa antes que eso, que no existía carga más inútil que ella. Lola intentaba en vano resolver la multiplicación, dudaba hasta de cuánto eran cinco por cinco. Mirando la fila de cajas de medicamentos que se alineaban, pegados a la pared, sobre el banco de la cocina, hay que ver el dineral que cuestan ahora, se indignaba constantemente mamá, se le vino a la mente la imagen de ella, Dani, papá y la abuela vestidos de negro, ante un ataúd que contenía el cuerpo de su madre muerta, su rostro impasible, como dormido, los párpados cerrados que ya nunca, nunca más se abrirían. Los números a lápiz sobre la página cuadriculada del cuaderno comenzaron a emborronarse, a formar una nube brumosa y confusa. Anda, Lola, deja eso y luego terminas, que hay que poner la mesa, dijo entonces la abuela. Y desapareció con su andar vacilante por el pasillo para reaparecer al poco con papá, que le sonreía con los ojos enrojecidos, cómo van esas mates, Lola, después me enseñas lo que has hecho, mamá va a tomarse un yogur en la cama, que está un poco cansada, luego vas a darle las buenas noches. Durante la cena, papá había estado muy cariñoso con ella y con Dani, pero sobre todo con ella, no dejaba de acariciarle el pelo y gastarle bromas. Sólo se puso serio cuando, como casi cada día, preguntó a la abuela si no había llamado nadie durante el tiempo que habían estado fuera, nadie, hijo, te lo hubiera dicho enseguida, que aunque se me vaya un poco la cabeza eso no se me olvidaría. Bueno, a ver si mañana, igual voy otra vez a la oficina de empleo, por si acaso, mamá, no dicen eso de que la esperanza es lo último que se pierde. A Lola le gusta cómo suena la palabra esperanza, aunque a veces piensa que no termina de entender del todo qué significa. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Otra señora con tacones se ha acercado a dejarle una moneda. Gracias, ha murmurado Lola clavando la mirada sobre sus zapatos, que se han quedado quietos ante ella unos segundos, más de lo habitual, para después alejarse. Desobedeciendo esta vez a su padre, Lola ha alzado y girado la cabeza para observar su figura, su cabello claro recogido en un moño, las piernas esbeltas caminando armoniosamente sobre los elegantes zapatos. Lola vuelve a bajar la cabeza y sus ojos se posan primero en su pierna, desnuda hasta la rodilla donde el borde de la manta cubre los pantalones arremangados, con su calcetín blanco y su deportiva de rayas rojas un tanto ajada, después en la barra metálica que acaba en el pie artificial cubierto por el otro calcetín y la otra deportiva ajada. Alarga la mano por debajo de la manta y roza levemente el metal, que está frío como el hielo. Luego la pierna delgaducha y pálida, casi tan fría como el metal, siempre única y solitaria en su memoria salvo en vagos sueños que<i> </i>se desvanecen al despertar. La voz de su padre la sorprende, anda, Lola, ya está bien por hoy, vámonos a casa a hacer los deberes, que yo te ayudo, estarás cansada, eh, ya guardo yo las monedas de la caja, en casa las juntamos todas, vaya, hay varias de dos euros, qué bien, cariño, siempre me ganas, eh, a ver que te estire un poco más el camal del pantalón, así, ya está. Con las mantas ya metidas en la bolsa, Lola coge el cartel y lo mira antes de plegarlo para ponerlo encima de ellas y pasar la cremallera. <i>“Necesito una nueva <a href="http://www.elmundo.es/elmundosalud/2012/11/08/noticias/1352376757.html"><span style="color: #3d85c6;">prótesis</span></a>. Gracias”</i>, se lee en él. Las letras le quedaron muy bonitas, se le da bien dibujar, se dice orgullosa mientras toma la mano de su padre y comienza a andar, con la pierna aún un poco torpe después de tanto tiempo sentada. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-72883821901046129152012-12-31T21:57:00.001+01:002013-01-01T12:37:10.518+01:00Celebrar II<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhitam8jz9J_P665KOt77cWBTUBd2_QVA0t5O1UuNTtAIRoo3ZwJpKA70yy4RgjbpBC9lpj2llFQsQmTipQGMtcEpdAmne5crDwNMjFODVfrzpXWhLw3NVM7vK4lzg4m2srChoVN4-4Ns5Q/s1600/amanecer-picasso.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="345" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhitam8jz9J_P665KOt77cWBTUBd2_QVA0t5O1UuNTtAIRoo3ZwJpKA70yy4RgjbpBC9lpj2llFQsQmTipQGMtcEpdAmne5crDwNMjFODVfrzpXWhLw3NVM7vK4lzg4m2srChoVN4-4Ns5Q/s400/amanecer-picasso.jpg" width="480" /></a></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Si no me falla la memoria, nunca hasta ahora me había planteado despedir el año con un post. Algunos años, porque el tránsito de una cifra a otra ha coincidido con períodos de ausencia de esta casa que es también la suya. En una concreta ocasión, porque –obedeciendo el sentir común y lo mucho que de costumbre tiene</span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">–</span></span> me pareció más apropiado, en lugar de homenajear el año que termina, inaugurar el nuevo con un post que lo festejara. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Pese a haber renegado con frecuencia de la alegría impuesta de las fiestas navideñas, nunca he dejado de celebrar el inicio de la nueva vuelta alrededor del sol que tendrá lugar dentro de ya apenas un par de horas. Pero esta vez –me temo que no les extrañará que lo confiese</span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">–</span></span> no me siento muy inclinada a la celebración. Por razones en absoluto infundadas </span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">–</span></span>entre otras, que así lo ha anunciado la <a href="http://www.diariofinanciero.com/noticia/economia/merkel-2013-dificil-2012"><span style="color: #3d85c6;">bruja Avería del siglo XXI</span></a>, y quién mejor que ella puede saberlo</span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">–</span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">, sospecho que el 2013, en algunos aspectos nada irrelevantes en mi vida ni tampoco en las suyas, lejos de deparar alguna mejoría en relación con el 2012, será más bien mucho peor. No es difícil anticipar que, de no impedirlo un milagro, en su transcurso asistiremos al ahondamiento, a la extensión de ese proceso de desaparición del mundo conocido hasta ahora del que me lamentaba no tanto tiempo atrás. Qué duda cabe que un mundo imperfecto y siempre perfectible. Pero qué duda cabe igualmente que dotado de ciertas cualidades que estamos aprendiendo a valorar y defender en su pérdida. Como en aquella historia de Michael Ende que leí de adolescente, la nada crece, y no percibo ningún indicio que anuncie la detención de su imparable crecimiento. Como en aquella historia, el vacío que propaga parece estar aniquilando cualquier atisbo de imaginación capaz de proponerse, en su oposición, como alternativa viable a esta realidad terca que se nos echa encima cada día y amenaza con aplastarnos. </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Sin embargo, no quiero ser una aguafiestas en esta noche en la que la celebración resulta también una obligación. Y tampoco sería honesto por mi parte obviar que, pese al terrible avance de esa nada, sigo contando con cosas –tantas, o tan grandes que su valor multiplica su número– cuya presencia en este año que termina no puedo dejar de celebrar. Cosas cuya pervivencia y progresivo desarrollo deseo con todas mis fuerzas para el año venidero. Que me sostienen cotidianamente frente a la nada creciente y me prestan la solidez necesaria para combatir sus embistes. Que continúan enriqueciéndome e incrementando mis ganas de estar viva, de seguir estándolo tanto tiempo como dure su existencia. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Por todas ellas brindaré dentro un rato. También </span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">–</span></span>como cantan Antony and the Johnsons en esta hermosa canción que les quiero regalar esta noche</span></span><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">–</span></span> por la luz diurna y el sol que las besa cada mañana. Y, cómo no, por todos ustedes, que forman parte de la porción más amable de este mundo, tan ajena a la crudeza y fealdad de los acontecimientos económicos y políticos. Mis mejores deseos para ustedes en el nuevo año. En él nos reencontraremos, si ustedes gustan. </span></span><br />
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<iframe allowfullscreen="allowfullscreen" frameborder="0" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/S0L08_oVHSU" width="480"></iframe>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-42507642132238192662012-12-24T13:54:00.001+01:002013-03-26T15:01:53.165+01:00Tu historia al completo<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmIc7ejJylkwEKX423qaoydgTCrii9ObXF9SUrWa2hiGNDKXfH9Ympt4_7LzlKh2GQwobFZx9DBfaGFW7G_0W2sPhNNkQjtQTiTjaCpP_H7ApOTfsc563ADGzD8GSE8KPoag63zGbzvmrx/s1600/Black-Mirror.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmIc7ejJylkwEKX423qaoydgTCrii9ObXF9SUrWa2hiGNDKXfH9Ympt4_7LzlKh2GQwobFZx9DBfaGFW7G_0W2sPhNNkQjtQTiTjaCpP_H7ApOTfsc563ADGzD8GSE8KPoag63zGbzvmrx/s320/Black-Mirror.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span><br />
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">No en otro lugar que en nuestros recuerdos se alberga la posibilidad de hilvanar la historia singular e irrepetible que nos narra. Por eso son la sede, el sustrato, la sustancia misma con la que día a día se levanta ese laberíntico edificio en perpetua construcción que es nuestra siempre quebradiza identidad. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Tal vez a causa de ese papel crucial que desempeñan en lo que creemos, decimos y sentimos ser, nuestros recuerdos se entremezclan de continuo con la vivencia presente, y nunca dejamos de columpiarnos entre el ahora más inmediato y los pedazos del ayer encerrados en nuestras memorias. A ellos acudimos por mero entretenimiento en la soledad del paseo. En busca de un cálido e insustituible refugio en la añoranza del ausente, o en épocas áridas y escarpadas en contraste con la mayor amabilidad de las pretéritas. También del perfecto instrumento de autoflagelación tras la acción fallida y en el remordimiento de la conciencia por el gesto agrio y la palabra dañina. Con enorme alivio desecharíamos aquellos que de súbito arañan nuestras mentes de camino al sueño, impidiéndonos el descanso. Los que entristecen el alma ya apesadumbrada que se empecina en evocarlos. A otros retornamos gozosos una y otra vez, y los acariciamos como si de un precioso tesoro se tratara, con la pretensión de evitar que el paso del tiempo los deshilache y emborrone para finalmente sepultarlos en honduras subterráneas, insondables, nunca más accesibles. Pero tanto si aligeran como si amargan nuestro ánimo, tanto si prueban nuestros logros como nuestros fracasos, no es difícil concluir que nos hallaríamos por completo desamparados, desasistidos de nosotros mismos sin la constante compañía de nuestros recuerdos. Sin los recuerdos que a menudo contamos a otros para desvelarles quiénes somos. Que nos contamos a nosotros mismos intentando perfilar nuestro propio y huidizo retrato. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Imaginemos entonces por un momento que a nuestro alcance se pusiera un dispositivo técnico no sólo capaz de almacenar, como en un disco duro, todos y cada uno de nuestros recuerdos, sino también de permitirnos el acceso a voluntad a ellos y su eventual compartición con nuestros semejantes. Si la idea pudiera de entrada parecernos atractiva, el tercer episodio de la impactante serie británica<i> <a href="http://blogs.elpais.com/quinta-temporada/2012/01/black-mirror-una-bofetada-en-tres-actos.html"><span style="color: #3d85c6;">Black Mirror</span></a></i><span style="color: #3d85c6;">, </span>“<i>Tu historia al completo</i>”, se dedica a ahondar en las inquietantes consecuencias que semejante invento tendría en nuestras vidas.
Los seres humanos de un futuro indeterminado que lo protagonizan han optado por implantarse tras sus orejas el llamado “grano”, un sofisticado artilugio que, segundo a segundo, registra tanto las imágenes que captan sus retinas como los sonidos que al tiempo perciben sus oídos. Por medio de otro pequeño instrumento controlado manualmente, pueden trasladarse a cualquier momento del pasado y proyectar, bien sobre el reverso de sus ojos, bien sobre una pantalla exterior, cada una de las escenas de sus vidas grabadas en el “grano”. Al igual que un reproductor de películas, el artilugio posibilita el rebobinado y repetición <i>ad infinitum</i> de una misma escena, la detención en pausa sobre cada uno de sus fotogramas, incluso la ampliación en zoom de todos sus detalles o la selección de recuerdos según algún factor común. El “grano” ofrece recuerdos desprovistos de emociones, pero carentes de lagunas o neblinas. Recuerdos precisos sin un ápice de distorsión o emborronamiento. Además, es obvio que las imágenes captadas por nuestros ojos y grabadas en el “grano” contienen más información que la que nuestras mentes logran aprehender en la inmediatez vertiginosa de la vivencia. De ahí que, en esa sociedad futura, se haya instalado el hábito de “revisar” escrupulosamente los momentos más relevantes vividos en el día. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjL8JEQ_FM6fAGEHgdVazPs8h8WdTpSPX5PwW2vpjhoxTriuX0R-SEFzOTdiWZiO5q6Irq7iydPMedX78S6hAybfsf_tifEnUp8dw9_LywsN6G-4HLCJnQBX0l2c8FUlwGIc6JoaO-H_nr2/s1600/Black4.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjL8JEQ_FM6fAGEHgdVazPs8h8WdTpSPX5PwW2vpjhoxTriuX0R-SEFzOTdiWZiO5q6Irq7iydPMedX78S6hAybfsf_tifEnUp8dw9_LywsN6G-4HLCJnQBX0l2c8FUlwGIc6JoaO-H_nr2/s400/Black4.jpeg" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Así, tras una entrevista de trabajo de cuyos resultados no está muy convencido, Liam revisa en el taxi de vuelta a casa los gestos, las palabras, las expresiones faciales de sus entrevistadores registradas en el “grano”, con el propósito de averiguar qué impresión habrán tenido de él y sus posibilidades de ser contratado. Más tarde proyectará ante su mujer, Fiona, esas mismas escenas sobre la pantalla de otro taxi –específicamente dispuesta a tal efecto– para que ella pueda valorar por sí misma las perspectivas futuras de la entrevista. En el aeropuerto, el control que seguridad al que Liam es sometido consiste en la revisión acelerada, sobre la pantalla de un portátil, de algunos intervalos de sus vivencias pasadas. Durante la cena en casa de unos amigos a la que acude al encuentro de Fiona, los asistentes se entretienen mostrando a los demás recuerdos de sus viajes o escenas de fiestas en las que todos participaron tiempo atrás. Comentando con cierto cinismo su incapacidad para mantener relaciones duraderas, Jonas, uno de los asistentes, cuenta que con frecuencia abandonaba la cama donde dormía su pareja para masturbarse en el salón revisando sus experiencias sexuales con otras parejas. De vuelta en casa, Fiona proyecta sobre una pantalla ubicada en el salón los recuerdos almacenados en el “grano” de su hija, aún un bebé, con el fin de cerciorarse de que, durante su ausencia, ha sido debidamente atendida por la niñera. Inquieto por ciertos gestos de Fiona hacia Jonas en el transcurso de la velada, Liam no dudará en revisar y analizar al detalle algunos de sus recuerdos de la misma para averiguar si existe alguna relación entre ambos de la que Fiona nunca le ha hablado. Y tras una fuerte discusión entre el matrimonio motivada por los recelos de Liam, discusión en la que cada palabra hiriente, cada argumento utilizado, podrá ser exactamente recordado y echado en cara al otro por medio de su proyección en la pantalla del salón, Liam y Fiona intentan reconciliarse haciendo el amor. Su falta de pasión en el presente será suplida por la proyección simultánea en el reverso de sus respectivos ojos del recuerdo de uno de sus encuentros amorosos más encendidos. No obstante, ello no conseguirá tranquilizar a Liam. Desde la sospecha de que Fiona le es infiel, proseguirá indagando en sus recuerdos para acabar iniciando un camino sin retorno. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8HkCydHyUkg2GzifwDtbdbZXAmXRevqC5qwmo7faMk8x1DBmxLVb6phC8vkioxatZ-AYcfXU9dnrxb5stsxB7zpPv4EnraNYXbmS94oNYMLxKuFz80HYvZhmQa4tu7bHuqqx2onRhmSss/s1600/Black3.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8HkCydHyUkg2GzifwDtbdbZXAmXRevqC5qwmo7faMk8x1DBmxLVb6phC8vkioxatZ-AYcfXU9dnrxb5stsxB7zpPv4EnraNYXbmS94oNYMLxKuFz80HYvZhmQa4tu7bHuqqx2onRhmSss/s320/Black3.jpg" width="480" /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"> </span></span></div>
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<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Gracias al “grano”, en el futuro que dibuja “<i>Tu historia al completo</i>” los seres humanos se han convertido en seres que se adivinan huecos y anodinos por culpa de su exceso de dedicación a la revisión de una vida ya vivida que reemplaza, recorta y vacía de potenciales contenidos su vida presente. En obsesivos vigilantes tanto de cada uno de los pasos que dan como de los de sus allegados, dado que la existencia de ese pequeño artefacto ha transformado el concepto mismo de la sinceridad: en su extremo consiste en el consentimiento a la pública exposición de los propios recuerdos. Recíprocamente, también son seres de continuo vigilados por sus seres queridos y por cualquier autoridad que demande, en pro de la seguridad colectiva, el acceso a las imágenes grabadas en el “grano”. En ese futuro en el que los hombres han aceptado de buen grado ser colonizados por la técnica, no parece ya haber lugar para la privacidad, para la reserva y salvaguarda de la propia interioridad del posible escrutinio de miradas ajenas. Tampoco para el secreto, el engaño o la mentira, vil o piadosa, significativa o intrascendente, que oculte las acciones emprendidas al conocimiento de otros. Ni siquiera para el error, susceptible de ser recordado y reprochado por toda una eternidad. En ese mundo ficticio, pero quién sabe si viable en algún momento no tan lejano en el tiempo, el afán de almacenar y visibilizar cada minúsculo fragmento de la propia existencia ha devenido un poderoso instrumento de control e imposición de asfixiante transparencia que vacía y aplana al eliminar casi cualquier resquicio de opacidad sustraído a la observación y al examen. </span></span></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8HkCydHyUkg2GzifwDtbdbZXAmXRevqC5qwmo7faMk8x1DBmxLVb6phC8vkioxatZ-AYcfXU9dnrxb5stsxB7zpPv4EnraNYXbmS94oNYMLxKuFz80HYvZhmQa4tu7bHuqqx2onRhmSss/s1600/Black3.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoHc8etTlZwsu9wuGr8Z6hW-Mb6GpWJmxiUJAz9Jx7dAj431ZedAEhn4kWbY8ppzrXmn-kqplmjqFhS6qVbFBb-fktJ2peil_poOB4bml2oJzSf4Exg29GJHj-D7ph2S7uYzvq2Lus3QEo/s1600/Black_Mirror__The_Entire_History_of_You.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjoHc8etTlZwsu9wuGr8Z6hW-Mb6GpWJmxiUJAz9Jx7dAj431ZedAEhn4kWbY8ppzrXmn-kqplmjqFhS6qVbFBb-fktJ2peil_poOB4bml2oJzSf4Exg29GJHj-D7ph2S7uYzvq2Lus3QEo/s320/Black_Mirror__The_Entire_History_of_You.jpg" width="480" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjL8JEQ_FM6fAGEHgdVazPs8h8WdTpSPX5PwW2vpjhoxTriuX0R-SEFzOTdiWZiO5q6Irq7iydPMedX78S6hAybfsf_tifEnUp8dw9_LywsN6G-4HLCJnQBX0l2c8FUlwGIc6JoaO-H_nr2/s1600/Black4.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a></div>
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Si alguna vez hemos deseado penetrar en la interioridad de otro y acceder a sus más íntimos recuerdos, si alguna vez hemos suspirado por no poder recordar con exactitud o revivir ciertos episodios de nuestras vidas, “<i>Tu historia al completo</i>” quiere alertarnos del peligro que anida en el progreso tecnológico puesto al servicio de esa clase de deseos que pugnan por traspasar las limitaciones de la condición humana. Pues no cabe obviar que todo límite es, a un tiempo, condición de posibilidad. En el que representa el olvido radica la posibilidad de abrirse a lo porvenir. En el que supone la impenetrabilidad de la propia conciencia, la de decidir libremente si abrirse a los otros y así ser capaz de entregarse verdaderamente a ellos. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-43628928057513642792012-11-28T20:31:00.001+01:002012-12-02T13:13:24.458+01:00Ser y no ser<div style="text-align: right;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmGhDSBPa_dzp4-QPIrSUlQUcCus1hgc-sFlUGxh41hOptdzpCk87_nGp6CMfINI2ZHiPS0x7_lAm33obcN1gBcuDq9cJ6qqFUhBQLrBAFefqDnj1pz0ILfdeEyaq-0O0z3hZHxvxuDrhG/s1600/agustin-garcia-calvo-in-memoriam-L-ODTPbG.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="392" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmGhDSBPa_dzp4-QPIrSUlQUcCus1hgc-sFlUGxh41hOptdzpCk87_nGp6CMfINI2ZHiPS0x7_lAm33obcN1gBcuDq9cJ6qqFUhBQLrBAFefqDnj1pz0ILfdeEyaq-0O0z3hZHxvxuDrhG/s400/agustin-garcia-calvo-in-memoriam-L-ODTPbG.jpeg" width="480" /></a></div>
</div>
<div style="text-align: right;">
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><i>Enorgullécete de tu fracaso, </i></span></span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><i>que sugiere lo limpio de la empresa </i></span></span></div>
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Contaba recientemente Amancio Prada que conoció a Agustín García Calvo allá por los años setenta cuando éste, exiliado en París tras haber perdido su cátedra de Lenguas Clásicas en Madrid por apoyar las protestas estudiantiles, se dedicaba a repartir copias de su recién publicado “<i>Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana</i>”. Esa Comuna que se declaraba ya de facto fundada por obra de tal Manifiesto y cuya función consiste, desde entonces, en luchar, de hecho y de palabra, contra el Estado español y todo Estado en general. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">El Manifiesto ofrece amplias directrices sobre la organización de la vida de la Comuna una vez conquistada la independencia del pueblo de Zamora. En un primer momento, todos sus miembros formarán parte de un gobierno provisional cuya principal actividad será la de su provocar su propia disolución. Se producirá una expropiación de los bienes llamados “dinerarios” –es decir, aquellos que sean claramente cuantificables y permitan definir al posesor según el lema del “tanto tienes, tanto vales”–, mientras que se respetarán los objetos que se intuya están siendo plenamente disfrutados por su dueños o con los que éstos hayan establecido ciertos lazos amorosos. Se eliminará la obligatoriedad del trabajo y la noción misma del trabajo, desde la confianza en que su desaparición despertará en los ciudadanos el deseo de emprender toda suerte de actividades que harán florecer la Comuna y que ya no podrán distinguirse de las que habitualmente se consideran ligadas al ocio y al goce. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Pero más allá de éstas y otras directrices que allí se detallan convenientemente, quizá las más importantes en esa tarea de combatir al Estado sean las que afectan a la disolución de la institución de la Familia. Lejos de imponer el amor libre como fórmula abstracta, el Manifiesto propone como primer paso liberar de la ancestral prohibición los amores llamados “incestuosos” entre los hermanos y hermanas que bien se quieran: se sospecha que en la vieja Ley que impide ser amantes a los hermanos se hallaría la causa de que los amantes nunca puedan quererse entre sí como hermanos, de manera que, abolida la Ley, es de esperar que poco a poco pase a mejor vida el estado de guerra y enemistad que suele amargar a las parejas. Se trabajará críticamente por la progresiva desaparición del Amor de posesión mostrando la falsa sensación de seguridad que conlleva, con lo que se supone acabará muriendo también el Sexo que antitéticamente se le opone. Pasado el tiempo, vaticina el Manifiesto, “<i>cada amor estará lleno de toda clase de amor</i>”, sin que tenga ya sentido distinguir entre el amor del alma y el del cuerpo. Gracias a la proliferación de toda suerte de juegos y bromas de sustitución de los niños en los primeros meses de vida, las madres olvidarán fácilmente cuál de los niños paridos es el suyo, y se dedicarán, al igual que todos los miembros de la Comuna, a la educación conjunta de todos ellos. Y una vez el amor se libere de sus ataduras posesivas y todos los miembros de la Comuna hayan pasado amarse como hermanos y hermanas –cosa que implicará la paulatina evaporación del concepto mismo del incesto–, se da por hecho la pronta desaparición de la figura del padre, despreocupado ya por completo por saber qué hijos serían los suyos y de toda pretensión de traspaso a ellos de bienes privados inexistentes. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">No me consta que el pueblo de Zamora alcanzara jamás su independencia del Estado español. Pero si por este motivo nunca pudo llegar a materializarse<i> de hecho</i> –o al menos no de forma que quepa conocer– la función batalladora frente al Estado de esa Comuna Antinacionalista, no puede negarse que Agustín García Calvo jamás dejó de ejercerla <i>de palabra</i>, incluso desde antes de su misma fundación, con cada una de sus numerosas y variadas obras. En repetidas ocasiones siguió combatiendo la idea de la Familia como pilar fundamental del Estado y fuente de nuestra constitución en los Individuos que lo conforman. Pues la Familia es, decía Agustín, la institución que con sus leyes y prohibiciones, con sus dictados e interdicciones –<i>tienes que querer a tu madre, es un crimen si no lo haces, pero nunca quebrantando ciertas fronteras; tienes que respetar a tu padre, eres un mal hijo si no lo haces, pero nunca traspasando ciertas barreras</i>–, impone la sustitución de los sentimientos del infante, por principio indefinidos, carentes de límites, brutales, por entero desmandados, por una idea de tales sentimientos, ya definida y reglada, que los domestica y transforma en una obligación en la que todo goce sólo podrá darse a partir de entonces en medio de la sufriente contradicción e invariablemente bajo la nítida separación del Amor y el Sexo. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">En el seno de la Familia adquirimos el Nombre Propio que nos pretende únicos e irreemplazables a la vez que nos iguala al número por el que devenimos uno más indistinguible de tantos. En ella se construye de forma primaria nuestra identidad como Individuos en tanto que “hijos de” y se conforman poco a poco lo que en adelante serán nuestros Gustos Personales, más que expresión de un verdadero desear y querer, reflejo de la obediencia a lo que está mandado querer. En cuanto unidad de producción económica y consumo, en la Familia aprendemos que el Dinero es el sustituto ideal de todas las cosas: de entrada, del amor que los hijos reclaman a los padres o la mujer al marido pidiendo siempre más Dinero. E interiorizamos entonces la necesidad del Tiempo muerto del Trabajo –el que nace ya sin posibilidad de albergar forma alguna de disfrute– para la consecución de ese sustituto universal de cualquier cosa anhelada que nos permite convertirnos en fieles súbditos del Estado. Sólo por causa de la Familia, llegaremos a ser igualmente fieles reproductores del Orden establecido –ése que siempre se defiende bajo la amenaza del caos terrorífico en su ausencia– cuando, en función de esas mismas reglas y de las idealizaciones que les subyacen, nos lancemos a la búsqueda de la Pareja con la que fundar un nuevo nido para la producción de más Individuos. Una Pareja en la que acabará primando antes la Idea de lo que debe ser que los sentimientos que laten en sus honduras y dieron lugar a su surgimiento. Antes la urgencia de la posesión del otro que el disfrute mutuo y compartido. Antes el afán de conocer al otro como forma de poseerlo que el misterio que emerge de no saberlo y la libertad que se le otorga no forzándole a que se sepa a sí mismo a través de nuestro conocimiento. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Pues, para Agustín, si algo originario, algo espontáneo, algo vivo respira en nosotros por debajo de tanta Ley, de tanta conformación, de tanta imposición constitutiva de las Personas que somos, es, precisamente, aquello que no sabemos de nosotros mismos ni podemos saber porque la operación misma de pretender saberlo propicia de inmediato su pérdida: al intentar apresarlo se nos escurre entre los dedos, y sólo logramos aferrar en su lugar la pálida idea, fija, inerte, de eso que antes, por no saberlo, palpitaba en nosotros con toda su fuerza. De ahí que Agustín nos legara un largo sermón sobre el ser y el no ser que venía prologado por un par de sonetos de los que me permito extraer los siguientes versos: </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i>¿Por lo que triunfo y lo que logro, ciego </i></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i>me nombras y me amas?: yo me niego, </i></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i> y en ese espejo no me reconozco. </i></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i>Yo soy el acto de quebrar la esencia: </i></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i>yo soy el que no soy. Yo no conozco </i></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><i>más modo de virtud que la impotencia. </i></span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Y que el final del segundo soneto proclame que así como “<i>tu muerte es tuya</i>” –y ojalá lográramos deshacernos de esta maldita posesión indeseada–, “<i>tu no saber es toda tu esperanza</i>”. Y es que ser es, según Agustín, idéntico a saberse. Y no otra cosa que eso que decimos ser y saber del ser que somos es lo que nos aprisiona y limita al definirnos, impidiéndonos acceder a la sustancia viva e indefinible que alienta por debajo de cada determinación que forja pública y privadamente nuestro ser. Por eso Agustín quiso cantar al no ser idéntico al no saber. Por eso nos conminó con sus poemas, con sus cuentos, con sus ensayos y sus originales tratados sobre los antiguos o la estructura del lenguaje que habla en nuestras bocas sin pertenecer a ninguna, a reparar en lo que no somos y en ese no ser no sabemos de nosotros mismos. Con la esperanza de que, en algún momento y probablemente sólo de forma fugaz, alcancemos a ser <i>otro</i> que ése que somos –y en ese ser otro, uno <i>cualquiera, </i>como de cualquiera es el lenguaje que nos atraviesa de parte a parte–, y así nos liberemos, nos deshagamos un poco de la constante imposición de ser los Individuos arrojados a la muerte que nos han llevado a ser. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
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<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;">Por más que Agustín despotricara constantemente contra la institución de la Pareja, nunca dejó de reconocer que ese sentimiento que, a su juicio, mejor no nombrar para no matarlo, y que trivialmente asociamos al enamoramiento, constituye una de las pocas maravillas capaz de hacernos transitar del ser al no ser, de conducirnos desde la definición y el saber a la confusión y momentánea disolución del ser que de continuo estamos de obligados a ser. Un sentimiento que se asocia obsesivamente a un Tú en cuyos brazos nos perdemos y olvidamos gozosamente de nosotros mismos y del cual, por causa de esa dichosa pérdida que nos vuelca el cielo boca abajo, queremos hacer la única Ley, el único Dios, la única Patria, el único Ejército, los únicos Padres que manden en nuestras vidas. O al menos así lo expresaba él en este poema al que pusieron música<span style="font-size: x-small;"><span style="font-size: x-small;"> </span></span>Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio. Sirva aquí su recuerdo como cierre de este pequeño homenaje que he querido rendir al gran maestro de la pluma que fue y sigue siendo en sus obras Agustín García Calvo. Hasta siempre, maestro. </span></span><br />
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<br /></div>
<iframe allowfullscreen="allowfullscreen" frameborder="0" height="375" src="http://www.youtube.com/embed/4d6GU34kc9A" width="480"></iframe>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-60192368429661004582012-11-14T21:53:00.000+01:002012-11-28T20:32:14.811+01:00Cambios<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiyHrWp0WCJuK2cLmgwcB7GKUsj3151wXvTabfGMFfv1o-64iiZtzRjHWGhxkt-W1dnlXjhYGofEz_V9moWgTStoRLB-0uq33ivQ3sSOORwRnYxz5KUdildEnxf3ZDW7-JcVGHAnk8FZ3em/s1600/14n.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiyHrWp0WCJuK2cLmgwcB7GKUsj3151wXvTabfGMFfv1o-64iiZtzRjHWGhxkt-W1dnlXjhYGofEz_V9moWgTStoRLB-0uq33ivQ3sSOORwRnYxz5KUdildEnxf3ZDW7-JcVGHAnk8FZ3em/s400/14n.jpg" width="348" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Hace ya bastantes décadas dijo un conocido pensador que la oración matutina del hombre moderno era la lectura del periódico. En atención a sus palabras, he de confesar que durante la mayor parte de mi vida he sido decididamente pre-moderna. Sin que ello fuera fuente de excesiva inquietud, he vivido casi por completo al margen de cualquier acontecimiento de los que se consideran noticia. Prácticamente ajena a cualquier debacle pública o política que excediera el ámbito de mi entorno más cercano. Inmersa en realidades bien distantes de la actualidad mediática del día a día, salvo las novedades literarias que cada sábado aparecían en el suplemento cultural de cierto renombrado periódico. Tan sólo por el relato de mis allegados tenía constancia de algunos sucesos. Creo recordar que muy raramente lograba interesarme por ellos. </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Esta situación se ha transformado radicalmente en los últimos años. El cambio empezó y fue ganando terreno de manera paulatina debido a la presencia en mi vida de factores antes inexistentes. Se consolidó en el verano en que la Europa liderada por Alemania se empecinaba en asfixiar la economía griega con sus políticas de austeridad cuando estaba ya más que probado que tales políticas sólo estaban contribuyendo a la creciente miseria y sufrimiento del pueblo griego. Y terminó por instalarse en mi rutina diaria en el momento en que, bajo el pretexto, ya intragable a la vista del ejemplo heleno, de la ausencia de cualquier otra alternativa frente a la crisis, los españolitos de a pie comenzamos a padecer en nuestras propias carnes el mordisco de los efectos de esos mismos programas de austeridad. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">A día de hoy, estar al tanto de lo que sucede en la parcela del mundo que más directamente afecta a mi persona se ha convertido en una obsesión que no vacilaré en calificar de enfermiza. Abandono la placidez del sueño cada mañana con las noticias de la radio. Con ellas desayuno mientras consulto los periódicos digitales, y con ellas me dirijo al trabajo y regreso a casa para volver a encender la radio y consultar más periódicos digitales, las noticias que mis contactos cuelgan en el facebook, los artículos de opinión sobre la actualidad más reciente que ofrecen las páginas –y los de algunas otras– que figuran en el margen derecho de este blog. Pocas son las tareas que emprendo que no interrumpa cada cierto tiempo para consultar de nuevo algún periódico o blog de análisis de los hechos económicos y políticos que ocupan las portadas. Nunca hasta ahora había experimentado tal urgencia por tener información inmediata sobre el presente que se nos va viniendo encima día a día. Nunca hasta ahora me había sentido hasta tal punto colonizada por la exterioridad que se despliega más allá de mis obligaciones y devociones cotidianas. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Al margen del componente claramente adictivo que observo en esta conducta –alguien habló de la avidez de novedades que tiende a dominar la vida humana–, la considero enfermiza por los efectos que causa en mis estados de ánimo. Si Spinoza afirmara que, de aspirar a tener una vida buena, debemos esforzarnos por alejar de nosotros aquellos objetos que nos entristecen y rodearnos de aquellos otros que despiertan nuestra alegría, pues la tristeza nos debilita y empequeñece mientras que la alegría nos potencia y engrandece, es más que obvio que me estoy empeñando en desoír sus consejos. Del cabreo casi diario con las decisiones políticas nacionales e internacionales, de la indignación ante el relato de las terribles, insoportablemente dramáticas consecuencias de tales decisiones, de la enorme sensación de impotencia que se apodera de mí al contemplar esta sistemática y perfectamente programada demolición de lo poco o mucho que, en algunas naciones europeas, incluida la nuestra, había llegado a materializarse de la idea de Estado social y democrático de derecho, de todas esas cosas, digo, no puede acabar derivándose, con el transcurrir del tiempo, más que un raro sentimiento de tristeza. Raro porque no impide la risa ocasional ni la parcial emergencia de la alegría, pero acompaña de continuo desde algún lugar recóndito como una especie de blues desafinado en sordina que aprovechara el cansancio, la soledad o el silencio para hacerse notar. Rara también la manera en que, imponiendo una incómoda pesadez interior, empuja al desánimo, a la desgana –a la debilidad, que diría Spinoza–, quizá por estar acostumbrados a tristezas de raíz más propia y cercana que ésta que brota de un panorama social y económico tan desolador en el presente y más desolador aún en su proyección futura. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Siempre he creído firmemente que si la jornada laboral de ocho horas se ganó en luchas obreras a finales de S. XIX, seguir trabajando ocho horas diarias más de un siglo después y tras una vertiginosa revolución tecnológica es el resultado de una notoria e intolerable estafa. Ahora asistimos al progresivo aumento del número de trabajadores cuyas jornadas superan con creces esas ocho horas a cambio de un salario miserable que apenas les da para vivir. A la pérdida de derechos laborales conseguidos gracias a décadas de protesta y sangre derramada en las calles. Al imparable incremento del paro, fruto de esa misma pérdida de derechos y de la explotación indiscriminada de quienes aún tienen la suerte de poseer un empleo, que tantas tragedias personales y tanta desesperación desata. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">La lógica más elemental, ratificada sobradamente por los hechos, muestra que los recortes drásticos en gasto público empobrecen la economía al generar más paro y disminuir el consumo. Por más que se proclame que se persiguen con el objetivo de reducir el déficit, se sabe a ciencia cierta que su aplicación sólo genera más déficit y, en consecuencia, un mayor endeudamiento y un nuevo argumento para seguir recortando en una espiral suicida que ya está dejando muertos por las esquinas. Hoy, sin embargo, el ministro de economía anunciaba que las políticas de recortes son la única opción para salir de la crisis. Así que no me cabe la menor duda de que seguiremos sufriendo recortes, viendo cómo aumenta el número de parados y se empeoran a marchas forzadas las condiciones laborales, viviendo cada vez con mayores apreturas, con más miedo a perder lo poco que aún nos quede. Como no me cabe la menor duda de que, tal y como marca la senda griega, el déficit, y con él la deuda soberana que lleva aparejada, continuarán incrementándose para mayor beneficio de la banca nacional e internacional que se alimenta de esa deuda. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Mientras tanto, tal como y anunciaba por aquí hace unos meses, se disparan las privatizaciones, en algunas comunidades de forma masiva. De la educación, de la sanidad, de los transportes públicos. Agotado el negocio de la construcción, es hora de buscar nuevas formas de saciar la avaricia y el afán patológico de enriquecimiento de quienes más tienen y pueden. Qué mejor que aprovechar la estancia en las alturas para robarnos lo que es de todos y llenar sus bolsillos y los de sus cómplices, exprimiendo aún más al ciudadano con el repago de servicios ineludibles, o condenándolo a morir mientras desmantelan el sistema sanitario público para transitar hacia su completa privatización. No otro es el objetivo que empieza a abrirse paso cada vez con menos disimulo. Dicen los entendidos que el negocio más codiciado por ciertas aves de rapiña se encuentra en el sistema de pensiones. Tiempo al tiempo. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Espero que convengan conmigo en que no me faltan motivos –y éstos son sólo unos pocos– para estar cabreada. Para estar triste de resultas de tanto cabreo. Haciendo un esfuerzo, podría proponerme apagar la radio, dejar de mirar la prensa digital, abstraerme de los acontecimientos que se suceden día a día y retornar al limbo en el que viví durante tantos años. No se crean que no lo he pensado más de una vez. Pero estoy segura de que logré habitar en ese limbo porque otras eran las circunstancias que me lo permitieron. Circunstancias que no sólo no son ya las mismas, ni tan siquiera remotamente parecidas, sino que están cambiando a un ritmo frenético a cada hora que pasa. Para conducirnos a un mundo mucho más inhóspito e injusto que el que hasta ahora he conocido. Y necesito estar al tanto y ser consciente de ese cambio. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">No sé si por un afán hasta cierto punto morboso de saber lo que se nos avecina antes de su llegada, o porque una parte de mí confía ingenuamente en que sólo de esa conciencia mía y de muchos otros podría surgir, si acaso, alguna vía para frenar ese proceso. No hay día que no me plantee la pregunta acerca de la posible existencia de esa vía, ni día que halle respuesta clara para ella. Aunque hoy sí haya tenido meridianamente claro que no me quedaba sino declararme en huelga y echarme a la calle. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com18tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-27324692274560262382012-10-31T21:52:00.000+01:002012-11-04T20:15:21.477+01:00Buscar<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQ-9f2400kOb3b72OU56LWbIk5kEfAWGBAlZwr7XL6Fl2uCWLJibkdlLG4P5phRTuWsadaJLmU-bER1Bjc4So0L9Mg463mZVk0u8-GL-RVFFRfFeZzP_VFc9f5Wua5BSi_lSHXHYa-0nvN/s1600/delvaux.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="474" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQ-9f2400kOb3b72OU56LWbIk5kEfAWGBAlZwr7XL6Fl2uCWLJibkdlLG4P5phRTuWsadaJLmU-bER1Bjc4So0L9Mg463mZVk0u8-GL-RVFFRfFeZzP_VFc9f5Wua5BSi_lSHXHYa-0nvN/s400/delvaux.jpg" width="400" /></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Poco más somos al despertar a la vida que un amasijo sanguinolento de necesidades no sabidas. Desconocedores de la urgencia de su satisfacción, hasta la primera bocanada de aire irrumpe en nuestros pulmones vírgenes como un golpe de viento inesperado exento de todo reclamo. Si acaso un dolor todavía sin concepto, una desazón desprovista de toda noción de sí, dispara infalible el automatismo, ajeno a cualquier propósito o finalidad, de un llanto animal similar a un aullido. Pero el cálido pezón inundando la boca nos muestra por primera vez el camino. Con el reconocimiento de la carencia, aprendemos la existencia del mecanismo destinado a suprimirla. Junto al vacío en ascenso desde las entrañas hacia la lengua, intuimos la presencia de un mundo más allá del propio cuerpo diminuto capaz de colmarlo. Así comienza, aún incipiente, la búsqueda, si por causa de nuestra inmadurez se complacen nuestras demandas casi al instante de emerger, y el pezón reaparece sobre sus bordes apenas los labios se entreabren en su afán de encontrarlo. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Quién sabe si no descubrimos el verdadero sinsabor de la falta ante el primer juguete extraviado. Ante la ausencia del peluche sustraído al tacto al alargar la mano, menesterosa entre tinieblas del compañero suave y familiar, sin que de nuevo se nos brindara, rescatado del suelo, con proporcional presteza a la de nuestro apremio por hallarlo. Porque tal vez fuera entonces cuando empezamos a entrever la tarea infinita del buscar inagotable al que habrán de forzarnos, hasta su último aliento, nuestros cuerpos y almas indigentes. Auxiliado en la precariedad inmensa de la infancia por ojos y brazos más diestros en su entrenamiento. Devenido poco a poco ejercicio cada vez más solitario, en su éxito o fracaso cada vez más dependiente de la habilidad conquistada y del margen de fortuna con que seamos agraciados. Tantas son las faltas, las pérdidas, las carencias que a todos sin excepción nos acosan, tan caprichosos y variopintos los revestimientos que su naturaleza en esencia común adopta, que sólo los propios hombros podrán acabar cargando el ingente peso del reto de contentarlas. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">A todas horas buscamos el objeto cercano y conocido. El útil transformado en prolongación de los dedos que posibilita la tarea requerida. La prenda en el armario ante la repentina ola de frío. En medio de la noche, el calor de la piel de quien comparte nuestras sábanas. Las llaves en el bolsillo. Con creciente preocupación, las llaves que no aparecen en el bolsillo. En el mar de enseres por el que a diario braceamos, no es raro que su multitud propicie su recíproco encubrimiento y a nuestros ojos se oculte la tranquila presencia del objeto solicitado. Con el fin de evitar su extravío, la voluntad ordenadora se esfuerza por asignar su lugar a cada cosa. Pero privadas de mágicos imanes que las fijaran a sus puestos como a soldados bien disciplinados, el reloj que apura, o el frecuente vagar de la cabeza por parajes distantes a los escenarios que las circundan, tienden a soltarlas al paso del descuido, sin conciencia que discierna el dónde azaroso del soltar, obstaculizando el esperado reencuentro. Un reencuentro que nunca habrá de producirse cuando, por similar descuido, queden abandonadas nuestras cotidianas pertenencias en territorios que exceden nuestros dominios para entregarnos al desamparo, al enfado, incluso a la tristeza de su pérdida definitiva en el momento en que de ellas precisamos. Pues el buscar es esclavo del tiempo: vive anudado al aquí y ahora de la necesidad que demanda satisfacción inmediata. Superada la intensidad de su percepción, a veces saciada por cauces secundarios, el ulterior hallazgo del objeto previamente ansiado puede abocarnos a la indiferencia, al desprecio, a la rabia. De poco sirve recordar el dato, perseguido inútilmente por el laberinto de una memoria convertida de repente en laguna, una vez concluida la prueba. Con cierto rencor recibimos la caricia eludida cuando más nos urgía. Maldiciendo nuestra torpeza, damos a deshora con las palabras justas que se nos hurtaron ante el destinatario hambriento de consuelo. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">También se despliega ese incesante buscar hacia lo lejano y variablemente conocido en su imagen, brillante en su nitidez o borrosa en sus contornos. El objeto largamente deseado y nunca poseído. El tesoro sumergido bajo las ruinas en aguas remotas. El regalo capaz de despertar la sonrisa de la persona querida. Aquello que una vez fue nuestro y perdimos sin quererlo por circunstancias incontrolables, o en virtud del error siempre al acecho. Lo que se echa insólitamente en falta pese a jamás haberlo tenido. A menudo en perfecto disimulo de la búsqueda si el objeto anhelado, índice inequívoco de la oquedad en el alma aun en medio de la abundancia, no consiente pública exposición por suscitar la más ruborizante vergüenza. Cuando el vacío nocturno que impulsa a la caza de la mirada lúbrica en ojos distintos a los presuntamente amados se intuye inadmisible ante el severo tribunal de la conciencia propia o ajena. En el caso de que pretendamos ocultar el tormento en el corazón por la herida abierta del amor que no llega bajo la fachada de autosuficiente plenitud que cada mañana construimos frente al espejo. No es raro que, a través de esos huecos, cuyo encubrimiento tiende a agudizar su petición de ser colmados, parloteen con indiscreción la sensación de fracaso, las expectativas fallidas, el frágil edificio de una vida cimentada sobre la omisión obligada o la renuncia a lo tardíamente desvelado irrenunciable. Y en ocasiones provoca el propio desatino que terminemos poseyendo lo nunca buscado, y percibamos el respirar entrecortado del socavón en nuestro interior, asfixiado por pertenencias apenas valoradas que, lejos de calmar cualquier sed, secarán de continuo nuestras bocas. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Pero hay épocas extrañas en que nos adivinamos atrapados en una búsqueda tan tenaz como ignorante de su oscuro objeto. Ante la pregunta hipotética o real de nuestro íntimo desconcierto, rehuirá toda definición y sólo lograremos describirlo con un desarmado encogimiento de hombros y una expresión perpleja en el rostro. No por el objeto, invisible a nuestros sentidos, indescifrable a nuestra mente inquisidora, alcanzamos entonces a diagnosticar la búsqueda, sino por la creciente inquietud que pareciera habernos tomado al asalto y el movimiento casi compulsivo empujando a los miembros. Por el brincar nervioso de una casilla a otra del tablero, de un libro desechado a mitad que nos precipita hacia el siguiente en la pila, de un territorio al vecino y desde éste de retorno al primero, que pone de relieve la indudable carencia sin mostrar la figura del pedazo ausente. También por la añoranza doliente del tiempo para caminar en direcciones que abrieran nuevos horizontes a explorar allí donde la marcha rutinaria, circular, experimentada como estéril, ya nos ocupa a la vez que nos horada si ninguno de nuestros pasos conduce al pan que sacia. Registrado en la reflexión el desasosiego, la fluctuación frenética que fuerza a la inconstancia, nos sentimos abocados a concluir que, en efecto, algo buscamos, pero no sabemos qué. Conscientes tras innumerables extravíos de que la impaciencia antes desorienta que facilita el acierto, antes ciega que otorga lucidez para el hallazgo, trataremos de apostar por la calma. Quizá nos detengamos a revisar cada uno de los centímetros del tapiz siempre inconcluso que exhibe el dibujo de nuestra vida. A valorar la consistencia de sus puntadas ante la sospecha de pequeños agujeros bajo su pulida apariencia. A examinar la potencial existencia de una porción ausente y como tal desapercibida en el centro mismo de la imagen que traza. Con toda probabilidad, incontables serán los claros en la tela que afloren. Casi con idéntica probabilidad, ninguno que con inequívoca transparencia se revele motor esencial de nuestro acusado estado de indigencia. No nos restará sino amarrar con fuerza la ansiedad y proseguir más pausadamente la búsqueda. Más atentos a la elección y pertinente demora en los objetos que la guían. Confiando tal vez en la definitiva disolución de la incógnita cuando algún día nuestros ojos reconozcan en lo encontrado aquello que sin saberlo buscamos. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Tarde o temprano habremos de aceptar que la búsqueda no hallará jamás su término. Que lo que con más afán perseguimos no pertenece a este mundo ni tampoco a ningún otro, por carecer la necesidad que en lo más hondo nos ahueca de toda posible satisfacción. La experiencia observada anuncia que el avanzar del tiempo acabará por enfrentarnos a la tentación de enmascarar el hueco, de tapiar superficialmente su vacío, con el fin de abandonar la caza y así evitar el dolor de la tensión en el alma que su frustrante ejercicio suscita. Para enseñar a la vez en su anuncio que ceder a ella, desistiendo por fin del desasosegante buscar, significará la mortecina desaparición del pulso que esa misma tensión pone a latir en nuestras arterias. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com11tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-47760021822298461262012-10-14T11:24:00.003+02:002012-10-15T17:49:16.410+02:00Romperse<div style="text-align: justify;">
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgH9QsYNgWaZi2X2wNlUqhUuiULfr-EAwQa1BiPzsNNTuqttEdHMKRshIDo6Y4Gi1I8yyK7sahBjDrGkkZq8dkTyga2Cs9IkXMFoNl-UTHrS2hSxw22T2Nf6oBLNeGuWn8ZAlDIx0vK5Bej/s1600/Esquizofrenia1.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgH9QsYNgWaZi2X2wNlUqhUuiULfr-EAwQa1BiPzsNNTuqttEdHMKRshIDo6Y4Gi1I8yyK7sahBjDrGkkZq8dkTyga2Cs9IkXMFoNl-UTHrS2hSxw22T2Nf6oBLNeGuWn8ZAlDIx0vK5Bej/s320/Esquizofrenia1.JPG" width="470" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjb-CTrUb-VBZTc1i2wfYVx07rlhhAlW0ZOHo-mE9Hb6y9NRVDg92s1pw-hK7x2HmgoE4U-B-L_w7_jKvQV5b4jBluLui5NhLxResJLQO7Gt2qMwU5KJTU0TEwD7ShAuOVDBS-73ksGISSR/s1600/Esquizofrenia4.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><br /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Entre tantas de esas cosas cuya existencia y definición al uso solemos dar por sentadas sin preguntarnos por su carácter problemático, se encuentra para mí una que desde bien joven ha llamado poderosamente mi atención: la enfermedad mental. Pues si por lo común pensamos la enfermedad en términos del fallo de los órganos, de la disfunción de los aparatos que componen la maquinaria de nuestro cuerpo, del desajuste o desgaste de las piezas que configuran sus complicados engranajes, ¿cómo puede enfermar de la misma manera esa realidad etérea pero de la que todo depende, carente de toda dimensión física y espacial, desprovista de toda suerte de elementos aislados que articularan su estructura, que llamamos nuestra mente? Y si cotidianamente hablamos de <i>nuestro cuerpo</i>, o del hecho de que <i>tenemos un cuerpo</i> cuya posesión atribuimos al<i> yo</i> con el que nos identificamos como si de dos instancias hasta cierto punto separadas y separables se tratara –mi <i>yo</i> que tiene un <i>cuerpo</i>–, parece comprensible que ese cuerpo mío pueda enfermar –por eso me duele el estómago y mi yo reconoce su dolor–, pero en absoluto resulta evidente que ese yo que soy y con el que me solapo plenamente –¿acaso puedo alguna vez dejarlo de lado?– sea capaz de sufrir alguna suerte de patología similar a las de mi órganos corporales. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Entenderéis entonces que me fascinara en su momento y me siga fascinando el documental <a href="http://www.filmaffinity.com/es/film116796.html"><span style="color: #3d85c6;"><i>"Uno por ciento esquizofrenia"</i></span></a>, dirigido en 2006 por Ione Hernández y Julio Medem. La esquizofrenia es la reina y clave de las enfermedades mentales, la que aglutina prácticamente todos y cada uno de los síntomas que sirven para tipificar el resto de patologías de la mente, y todavía a día de hoy, el gran enigma de la psiquiatría y la psicología. De ahí que, para intentar comprender algo de esta enfermedad, sea preciso contemplarla desde la multiplicidad de aspectos que abarca: sólo su consideración conjunta permitirá una mínima aproximación a la singular experiencia de quien ha sido diagnosticado de esquizofrenia. Esta mirada caleidoscópica es la que nos propone este interesantísimo documental. Pero también una mirada profundamente humana y profundamente conmovedora en su humanidad, dado que sus principales protagonistas son los enfermos y el relato de sus vivencias, intercalado, por un lado, con el de familiares de otras personas aquejadas de esta misma enfermedad que luchan por sus derechos, y por otro, con el de toda una serie de psicólogos y psiquiatras que nos ofrecen una visión nada homogénea de lo que es o podría ser la esquizofrenia. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">La controversia existente dentro de la propia medicina en torno al horizonte de interpretación de esta enfermedad –y, en principio, de cualquier enfermedad mental– se nos presenta abiertamente desde sus primeras secuencias. Frente a los psiquiatras que, revestidos de la autoridad de su bata blanca, aseguran el origen claramente orgánico de esta enfermedad y, por tanto, el éxito de su tratamiento con psicofármacos, se encuentran aquellos otros que subrayan el notorio desconocimiento médico y psicológico de su naturaleza. Frente a los que hablan de anormalidades en la estructura cerebral heredadas genéticamente, quizá todavía no identificadas pero identificables con el paso del tiempo, están los que destacan que no puede ser casual que la esquizofrenia aparezca prioritariamente en ambientes de pobreza, marginalidad y vidas de condiciones adversas. Que los enfermos suelen proceder de familias donde imperan mecanismos de comunicación altamente desquiciantes, como el llamado <i>doble vínculo</i> o <i>doble mensaje</i>, consistente en la emisión, explícita o implícita, de órdenes contradictorias que dejan sin salida de actuación satisfactoria –mal si andas, mal si no andas– a quien las recibe. O que en la raíz de esta patología anida una experiencia de intensísima angustia que fuerza al sujeto a escapar de ella rompiendo con la realidad que le rodea. </span></span><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiM6FKELnTNmIcUv9B8PY-lrXJnJ8i5_CtssgJnxHl7bIzBsYx_FRY46pZYe2ATUeFLd-epN5SE2hFYO57Vx3SjoZj1YhKUiVr8nlJdAD5FzsjqpHeFv4g73QwQcHlYnkqX8vdup_rmxlkw/s1600/unoporciento.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiM6FKELnTNmIcUv9B8PY-lrXJnJ8i5_CtssgJnxHl7bIzBsYx_FRY46pZYe2ATUeFLd-epN5SE2hFYO57Vx3SjoZj1YhKUiVr8nlJdAD5FzsjqpHeFv4g73QwQcHlYnkqX8vdup_rmxlkw/s400/unoporciento.jpg" width="470" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"></span></span> </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Buena parte de las narraciones de las personas diagnosticadas de esquizofrenia avalarán la interpretación según la cual el esquizofrénico no nace, sino que se hace. Pese a su carácter fragmentario, tienden a revelar infancias infernales –nuestra etapa de mayor indefensión– marcadas por la orfandad o los abusos sexuales, por la tiranía de progenitores ajenos a las necesidades de sus hijos, o demasiado ignorantes o ahogados por la precariedad como para preocuparse por algo más que ponerles un plato delante. Pero el documental también ahonda en el modo en que la propia emergencia de la enfermedad alimenta una angustia que es a su vez causa de su creciente morbilidad. El esquizofrénico no sólo se siente por completo aislado del resto del mundo en sus delirios, en su visión distorsionada de las cosas, en el yo que se le quiebra y rehúye ese control que todos creemos poder ejercer sobre nosotros mismos. Sobre ese aislamiento se instala a su vez el que brota del miedo que le produce la conciencia, más o difusa, más o menos clarividente, de esa quiebra en el núcleo mismo de su ser y de su incapacidad para frenarla o manejarla. Y sobre ése, el del miedo a hacer daño a sus seres queridos –a pesar de que, en contra de la creencia popular ampliamente extendida, las estadísticas muestran que los esquizofrénicos son menos agresivos que los sujetos “sanos”– cuando las crisis les alejan de ellos mismos y se sienten dominados por una voluntad extraña o desasistidos de eso que llamarían “su” voluntad. Y sobre ése último aislamiento, aún se superpone el que procede del rechazo social: nadie mira sin prevención o sin el temor de hallarse ante un individuo peligroso a aquel que ha recibido el estigma que supone la etiqueta de esta grave enfermedad. </span></span><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJduZWLpawos_pqtNJYFtC8eIKj1HhLMNnHGY4eznBPeeLEn5-uQ8Yxor8s5iw1cyGB_u664gnc-UzMMz0CVeuA74O5Ztdb42-dvBkI39O-78CSSKdXoNRQnxk-85wIRfoo95AfLNRSKQP/s1600/Esquizofrenia3.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJduZWLpawos_pqtNJYFtC8eIKj1HhLMNnHGY4eznBPeeLEn5-uQ8Yxor8s5iw1cyGB_u664gnc-UzMMz0CVeuA74O5Ztdb42-dvBkI39O-78CSSKdXoNRQnxk-85wIRfoo95AfLNRSKQP/s320/Esquizofrenia3.JPG" width="470" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span></div>
<div style="text-align: justify;">
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">La esquizofrenia parece condenada a nutrirse a sí misma y, en una suerte de espiral diabólica, a recrudecerse a consecuencia de todo aquello que trae consigo. Tratamiento psiquiátrico incluido, como denuncia este documental sin cargar en exceso las tintas, pero poniendo ante nuestros ojos las deficiencias de un sistema sanitario y un paradigma médico que, indudablemente con las mejores intenciones, antes sirve para agravar la enfermedad que para curarla. Cuentan algunos de los psiquiatras que, tras acabar a raíz de uno de sus “brotes” internados en un psiquiátrico, donde el único tratamiento que reciben suele limitarse a fuertes dosis de psicofármacos y prácticamente nula atención psicoterapéutica, los enfermos lo abandonan en un estado mental estructuralmente más deteriorado que el que tenían antes de entrar, dada la vivencia traumática y desoladora que han sufrido. Cuentan algunos enfermos que la sanidad pública tan sólo les ofrece citas con el psiquiatra de veinte minutos cada tres meses, que apenas alcanzan para que éste les pregunte cómo les sienta la medicación. Una medicación cuyos múltiples e invalidantes efectos secundarios, que por lo general se ocultan al esquizofrénico para que siga tomando los fármacos –entre ellos, la imposibilidad de una vivencia mínimamente satisfactoria de su sexualidad–, lo enclaustran en un estado físico y anímico que ya en sí mismo sería percibido por cualquier persona sana como un estado patológico, muy lejano al bienestar sobre el que ciframos la posibilidad de una vida que transcurriera por los cauces de la normalidad. No puede sorprender entonces que tantos sujetos diagnosticados de esquizofrenia, incapaces de soportar el enorme sufrimiento que arrastran, decidan un buen día terminar con él poniendo fin violentamente a sus vidas. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span><br />
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Son los propios enfermos los que, frente a esta regresión de la psiquiatría a sus métodos más tradicionales –en gran medida motivada por las subvenciones que la investigación en psicofármacos recibe de la industria farmacológica, inexistentes cuando se trata de investigar otras formas de terapia–, reclaman un tratamiento más humano. Ser escuchados por otros. Ser atendidos por alguien que les invite a hablar y que hable con ellos. Saben perfectamente que los tratamientos que reciben obedecen al hecho de que es más fácil recetar unas cuantas pastillas que invertir tiempo en averiguar qué les ocurre y qué sienten. Por eso el documental también nos habla de terapias de expresión simbólica de los conflictos subyacentes a la esquizofrenia a través del arte. Del poder curativo del teatro en uno de los enfermos. De la necesidad de que se inviertan más recursos en equipos humanos –el factor fundamental para la potencial curación de cualquier enfermedad mental– que ayuden a los esquizofrénicos a recobrar la propiedad perdida de sus vidas. Porque en eso consiste, básicamente, la esquizofrenia, según afirma uno de los psiquiatras: en la pérdida del sentido de propiedad de la propia vida. </span></span><br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjb-CTrUb-VBZTc1i2wfYVx07rlhhAlW0ZOHo-mE9Hb6y9NRVDg92s1pw-hK7x2HmgoE4U-B-L_w7_jKvQV5b4jBluLui5NhLxResJLQO7Gt2qMwU5KJTU0TEwD7ShAuOVDBS-73ksGISSR/s1600/Esquizofrenia4.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="280" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjb-CTrUb-VBZTc1i2wfYVx07rlhhAlW0ZOHo-mE9Hb6y9NRVDg92s1pw-hK7x2HmgoE4U-B-L_w7_jKvQV5b4jBluLui5NhLxResJLQO7Gt2qMwU5KJTU0TEwD7ShAuOVDBS-73ksGISSR/s320/Esquizofrenia4.JPG" width="470" /></a></div>
<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Hace tiempo que la Organización Mundial de la Salud ha advertido del probable aumento de la incidencia de la esquizofrenia en las sociedades avanzadas debido al incremento de los factores adversos que la provocan. Da así a entender que vivimos en sociedades cada vez más alienantes que no pueden dejar de generar sujetos alienados en el sentido más estricto de la palabra. Y que allí donde se habla de enfermedad mental, se habla en esencia de personas especialmente vulnerables a esos factores adversos y alienantes presentes en las sociedades humanas. Y es que tal vez a la mente no le sea dado enfermar de la misma forma que al cuerpo. Pero sí parece poder romperse como un hueso frágil cuando choca una y otra vez contra una realidad que la agrede y castiga sin motivo. Quizá en esa ruptura no se esconda más que un mecanismo de huida, evidentemente fallido, pero inevitable en el momento en que el sufrimiento del yo alcanza cotas insostenibles. O un intento desesperado por recomponer, en la propia mente enajenada del mundo, los fragmentos inconexos del sentido que éste se muestra incapaz de ofrecerle. </span></span></div>
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<iframe allowfullscreen='allowfullscreen' webkitallowfullscreen='webkitallowfullscreen' mozallowfullscreen='mozallowfullscreen' width='450' height='320' src='https://www.youtube.com/embed/M5qq1FEj6uw?feature=player_embedded' frameborder='0'></iframe></div>
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com21tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-28826891300122165592012-09-30T17:33:00.003+02:002012-10-15T17:49:45.294+02:00Presagio<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_Oa-7Q3AVgy7iD-F4NX9nQPEFT_2FYs888rPmqLrxNAsrIjmxS2llrbEz9WDD7vCUnHk_Hi2lx3QyjCLpTVbk-zZnnzP6BG-tIRhBTs7TnmxgYayOTJgnAMj4eTc_eDjAZuzQKSBukrA-/s1600/Magritte+-+Perspective+I,+David%27s+Madame+Recamier.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-family: inherit;"><img border="0" height="380" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_Oa-7Q3AVgy7iD-F4NX9nQPEFT_2FYs888rPmqLrxNAsrIjmxS2llrbEz9WDD7vCUnHk_Hi2lx3QyjCLpTVbk-zZnnzP6BG-tIRhBTs7TnmxgYayOTJgnAMj4eTc_eDjAZuzQKSBukrA-/s400/Magritte+-+Perspective+I,+David%27s+Madame+Recamier.jpg" width="480" /></span></a></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Y por qué la visión. Por qué ahora. Por qué ahora esta visión inquietante. Por qué. La pregunta se le descoyunta en la lengua muda a fuerza de repetirla, y se reúnen de nuevo sus miembros desarticulados para volver a descomponerse, ninguna respuesta nítida entre el abanico desplegado en su reiteración, cuando gira la llave de contacto y escucha apagarse el zumbido del motor. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"> El buitre posado, impávido, amenazador, sobre la señal circular que marca el límite de velocidad en la autovía. Ajeno al estruendo de los tres carriles, del tránsito concurrido al caer la tarde pese al período estival. Tan insólita su cercanía a la gran urbe que no consigue apartar la sospecha del espejismo por causa del sol de frente, hiriendo en el fulgor de su declive los ojos de los miles de conductores que han pasado ante él. O quizá la causa no sólo ahí fuera sino también dentro, el sol sumado al cansancio sumado a la pesadumbre que desde hace semanas ensucia sus retinas, descubriéndole en cada gesto propio o ajeno, en cada objeto cotidiano, en cada rincón de la realidad, la inutilidad de una vida condenada al esfuerzo agotador y al constante desvelo a cambio de unas míseras gotas de placer y siempre provisional alegría. Poniéndole delante la fealdad de un mundo diseñado para el absurdo de esa misma vida, la estúpida ceguera de sus semejantes, corriendo como ratones año a año, década tras década por las ruedas de sus jaulas, aceptando resignados el cansancio y la cojera de la carne que declina como si de un mal inevitable se tratara… Apenas han sido unos pocos segundos de encuentro azaroso entre sus pupilas atentas al vértigo del horizonte cambiante ante el volante –tan familiar, por otra parte, que la atención mecánica se alía con frecuencia al vagar caprichoso de los pensamientos al ritmo de la música que habitualmente le acompaña–, y la imagen extraña del buitre, imponente en su quietud salvaje sobre el artificio humano del metal alertando la conducción. Pero en pugna con sus recelos por la hipotética ilusión, el recuerdo de la claridad de la impresión, del regocijo casi infantil ante lo inesperado y en extremo sorprendente, su cabeza desviándose temeraria de la carretera para cerciorarse de la presencia del buitre, demasiada la velocidad del vehículo, de todos los vehículos, para lograrlo. Y enseguida el miedo brotando de la automática asociación de la imagen a la idea del presagio: la muerte aguardándole en la próxima curva, o en la siguiente, o en la siguiente, como esperan pacientes los buitres la muerte del animal malherido, famélico, desfalleciente, para aspirar de su cuerpo muerto el sustento de su propia vida, igualmente inútil pero a salvo del absurdo por su bendita inconsciencia. El miedo que, en contra de la costumbre, le ha llevado a situarse en el carril derecho, a sujetar la aguja a los límites legales, a vigilar, aprensivo, la conducción de los hombres y mujeres anónimos que han escoltado su trayecto. </span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Sin embargo, su cuerpo sigue vivo e intacto en el interior silencioso del coche aparcado. Aún. Por más que, conforme el viaje discurría sin contratiempos, la idea del buitre augurando su muerte se haya ido cubriendo del color amarillento de lo ridículo, continúa rebotando como una pelota de un lado a otro de su cabeza, chocando con el resto de hipótesis, la ilusión óptica producto del sol, o producto del desaliento pesando sobre su cejas, o, por qué no, la insignificancia del fenómeno improbable, pero no imposible, de un buitre desorientado en las inmediaciones de la ciudad que ya habrá alzado el vuelo, dejando de perturbar a más conductores. Si lograra aferrarse a esta última opción acallando las demás, detendría en seco el girar vertiginoso de la pregunta que le atormenta. El reloj en el salpicadero le revela una hora algo más temprana de la que creía. Coge la cartera del asiento del copiloto, abandona el vehículo y, tras un leve titubeo, empieza a andar. </span></span><br />
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">La terraza del bar comienza a llenarse a esas horas pero, por suerte, quedan todavía algunas mesas libres. Pide una cerveza y, tras echar una ojeada al móvil, lo guarda en el bolsillo de la chaqueta y lanza distraído una mirada a su alrededor. Frente a su mesa, y junto a la que ocupan dos parejas de mediana edad, una chica joven –sobre la mesa una tónica y un paquete de cigarrillos– parece esforzarse por concentrar su mente en el libro que reposa abierto sobre su regazo, quizá molesta por el tono, notoriamente elevado, de la animada conversación que se desarrolla junto a ella y por las frecuentes risas que la salpican. Calcula que no tendrá más de veinte años. En su perfil quieto intuye que no es especialmente atractiva. Pero algo en sus mejillas sonrosadas, en la tersura de la piel de los hombros desnudos enmarcados por los tirantes de la camiseta blanca, en su silueta imperfecta pero armoniosa, le invitan a observarla con detenimiento aprovechando su abstracción. Acaso también ella se sienta en ocasiones cansada y abatida. Aunque seguro que no en la forma en que él experimenta tales sensaciones, sobre todo ahora que se han instalado en el interior de sus huesos como un cáncer que lo fuera corroyendo lentamente. También en la juventud la vida puede parecer absurda. A él mismo, a veces, se lo parecía. Sin embargo, a pesar de su innata tendencia a la melancolía, la ilusión por lo nuevo y desconocido, el futuro y sus incógnitas abierto en perspectiva, su inocente confianza en sí mismo y en el prójimo, su infinita curiosidad, le permitían sobrellevarla con serenidad, contemplarla en la distancia como una rareza suya, una pequeña carga consecuencia de su carácter reflexivo y su gusto por la lectura y la soledad. Nunca ha sentido nostalgia de su juventud. Nunca ha deseado, como tantos manifiestan, retornar a aquellos años de incertidumbre e inexperiencia, de torpezas y desconcierto. Si por un momento alcanza a desprenderse del peso que últimamente abruma sus hombros y sus sienes, y analiza con frialdad las piezas que componen el retrato de su vida, sabe que, en comparación con muchos otros, tiene razones más que sobradas para sentirse afortunado. Pero hoy, el día en que un buitre se le ha aparecido en la carretera, debe reconocer que siente cierta envidia de la frescura que el cuerpo de la chica destila, de la despreocupación que gratuitamente le atribuye, de la energía que adivina en su expresión concentrada en contraste con su agotada debilidad. </span></span></div>
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<span style="font-size: x-small;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">El sol ha desaparecido ya tras los edificios. Debe volver a casa. Apura la cerveza de un trago y se levanta. La chica ni tan siquiera se ha percatado de su presencia. Mientras camina hacia el portal, vuelve a imponérsele la visión del buitre, junto a él el repiqueteo de la pregunta todavía sin respuesta. Tal vez si se les cuenta lo sucedido a Sonia y a Enrique durante la cena, presentándolo como una anécdota curiosa, se desvanezca esta necia inquietud que la aguijonea. Puede imaginar a Enrique con sus grandes ojos muy abiertos, ¿de verdad, papá?, ¡un buitre! A Sonia probablemente con una sonrisa en los labios si consigue imprimir un tono desenfadado a su narración, tan pendiente de sus palabras como lo está de un tiempo a esta parte, consciente de su desánimo aunque él se empeñe en ocultarlo, comprensiva con él porque, es cierto, son demasiadas las horas que pasa en la oficina tras los últimos despidos, demasiado el estrés y la bota de la directiva sobre su cuello. Sonia reprimiendo a menudo el velado reproche que, ante su apatía, quiere asomar en su mirada, recordándole que ahí está Enrique, que ahí está ella, ella y sus sinceros deseos de hacerlo feliz. Sonia, fuente indudable de sus mayores alegrías. La pesadez se aligera invariablemente cuando la besa, cuando escucha su risa intacta pese a las excesivas tensiones que también ella sufre en su trabajo, y termina por evaporarse cuando se abraza a su torso cálido al vencerle el sueño cada noche tras apenas un par de páginas de lectura, por más que renazca con toda su intensidad al sonar el maldito despertador, y amenace con derrumbarle sobre la taza de café ante la visión anticipada de un nuevo día de fatigas, más tétrica y mortífera a esas horas tempranísimas que la de cualquier buitre en lugar insólito. </span></span></div>
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<span style="font-size: x-small;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;"><br /></span></span></div>
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<span style="font-size: 85%;"><span style="font-family: Verdana,sans-serif;">Al subir al ascensor su inquietud se agudiza por la emergencia de una nueva hipótesis no barajada hasta entonces: el buitre presagiando no ya su muerte, sino la de Sonia y su salud un tanto frágil, anunciándole el horror, la pesadilla siempre temida de su desaparición, quién sabe si tras una cruel enfermedad que ya coloniza subrepticiamente sus entrañas… Al detenerse en el quinto siente el calor húmedo de las lágrimas tratando de desbordar sus párpados. Los cierra nervioso y agita la cabeza, en un intento desesperado por disipar sus negros pensamientos, por frenar la creciente angustia que los envuelve. Sale despacio del ascensor y se sienta sobre el penúltimo escalón del rellano. No quiere entrar en casa hasta haberse tranquilizado. En escasos segundos la luz se apaga. Envuelto en espesas sombras, rememora, una vez más, la imagen cada vez más borrosa del buitre sobre la señal de tráfico. La extrañeza de su figura imponente e impávida en los márgenes de la autovía. Sí, bien podría tratarse de un presagio de muerte. Pero no de la muerte definitiva, ni la suya ni la de Sonia, sino de esta muerte lenta que, día a día, le invade desde dentro cogida del brazo de su propia tristeza, de su pesadumbre, del desaliento penetrando sus pulmones como un fino polvo venenoso que entorpeciera su respiración. Ésa y no otra es la muerte que, ahora, más debe temer, antes de que acabe por aniquilar en él todo deseo de vida. Tendrá que aprender a respirar por los resquicios. Tendrá que aprender a exprimirles toda la fuerza y el gozo que sea capaz de extraer de ellos, a ver si así logra repeler este abatimiento que lo hunde y vence a cada paso. No puede desperdiciarlos como si no fueran nada, piensa mientras busca la llave en el bolsillo. Como si fueran carroña que se arroja a los buitres para seguir alimentando inútilmente su vida inútil. </span></span><br />
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Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-56540427615058919832012-09-15T23:25:00.014+02:002012-09-16T21:40:50.199+02:00Dialogar<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnlCbapaze3QkAMA_-2C1yZBAOsIQD-0F3FR7ikqzgqDdUpJj0-jxNNkPeI05AEPFa4-l9Vgcm1hb5S5y8-RN4ZGaKH665mpj0KN488YfXBZaD3Zyj3d24zvI9oSukcatMGsZfnSbU3ye2/s1600/doce_hombres_sin_piedad.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnlCbapaze3QkAMA_-2C1yZBAOsIQD-0F3FR7ikqzgqDdUpJj0-jxNNkPeI05AEPFa4-l9Vgcm1hb5S5y8-RN4ZGaKH665mpj0KN488YfXBZaD3Zyj3d24zvI9oSukcatMGsZfnSbU3ye2/s400/doce_hombres_sin_piedad.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5788523565693915938" width="486" height="324" border="0" /></a><br /><div align="justify"><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Cada vez que me enzarzo en una discusión que termina por puro agotamiento sin tan siquiera un mínimo de entendimiento entre los interlocutores, cada vez que la televisión encendida en segundo plano hace llegar a mis oídos el sonido de las voces crispadas y a menudo gritonas de los participantes de un debate peregrino cualquiera, cada vez que escucho a algún conocido o desconocido esgrimir argumentos equivocados y fundados en hechos falsos o, sencillamente, carentes de todo fundamento, y pienso en lo difícil que resultaría abrir sus ojos al palmario error al que se aferra en su inconsciencia o en su contumacia, se me viene a la cabeza la que fuera la primera película, y a mi modesto entender una de las mejores, del genial director <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Sidney_Lumet"><span style="color:#3333ff;">Sidney Lumet</span></a>.</span><br /></div><div align="justify"><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Basada en una obra para televisión de Reginald Rose, "<a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Doce_hombres_sin_piedad"><span style="color:#3333ff;"><i>Doce hombres sin piedad</i></span></a>" parte de un planteamiento sencillo: los doce miembros de un jurado popular deben decidir sobre el destino de un joven, criado en un barrio marginal y sometido desde su infancia a la violencia familiar, al que se acusa de haber matado a su padre. Si el jurado se decanta por su culpabilidad, morirá sin remedio en la silla eléctrica. Pero si los miembros del jurado determinan, como subraya el juez en la primera escena de la película, que existe <i>alguna duda razonable</i> sobre la culpabilidad del joven que indique que éste <i>podría</i> no haber cometido el crimen, deberán declararlo no-culpable y librarlo del fatal final. La decisión del jurado tiene que ser unánime. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Tras escuchar las declaraciones de acusado y testigos, así como las argumentaciones de abogado y fiscal, los doce miembros del jurado se reúnen a votar en el que, según se ha anunciado en los medios, será el día más caluroso del año. Se encuentran encerrados bajo llave en una habitación pequeña y el ventilador no funciona. Todos sudan copiosamente. De entrada, parece un caso claro: todas las pruebas apuntan a la culpabilidad del joven. Las evidencias no semejan abrir resquicios a la duda. Los miembros del jurado creen enfrentarse a una votación de trámite que se resolverá rápidamente en contra del acusado y les permitirá retornar sin demoras a sus ocupaciones cotidianas. Habrán cumplido con su obligación con la sociedad y recobrarán con la conciencia tranquila su condición de ciudadanos anónimos. Sin embargo, la primera votación les depara una sorpresa y también una decepción: once votos donde se lee la palabra “culpable”, uno donde se lee “no culpable”. Pero quién puede ser el insensato que ponga en cuestión la culpabilidad del muchacho, se preguntan indignados once de los miembros del jurado. </span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMAohuZSa5l16-puOxTRpPhE5Jry04qbXMKfG5fTH2yXjwTTvOXPu6J2L2K4EXp_5z6jPj20c29-hOot2MzgOcQjMomYkZ8FStiy7fJRvjqcInCo4F-Q5SfAl9DQ_sqSuXZ2AiyWB1IpFG/s1600/Doce-hombres-sin-piedad-12-Angry-Men.-EE.UU_.-1957.-Dir.-Sydney-Lumet.-Int.-Henry-Fonda-Lee-J.-Cobb-E.-G.-Marshall-Jack-Warden-Ed-Begley-35milimetros.org_-290x290.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMAohuZSa5l16-puOxTRpPhE5Jry04qbXMKfG5fTH2yXjwTTvOXPu6J2L2K4EXp_5z6jPj20c29-hOot2MzgOcQjMomYkZ8FStiy7fJRvjqcInCo4F-Q5SfAl9DQ_sqSuXZ2AiyWB1IpFG/s400/Doce-hombres-sin-piedad-12-Angry-Men.-EE.UU_.-1957.-Dir.-Sydney-Lumet.-Int.-Henry-Fonda-Lee-J.-Cobb-E.-G.-Marshall-Jack-Warden-Ed-Begley-35milimetros.org_-290x290.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5788525868405642130" width="409" height="409" border="0" /></a><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Se trata del miembro nº 8 –interpretado por Henry Fonda–, de quien únicamente sabemos que es arquitecto. Interpelado por sus compañeros, proclama, con exquisita serenidad, no estar seguro de que el acusado sea culpable, por más que tal vez lo sea. Aunque sólo <i>tal vez</i>. ¿Qué hacer ante esta situación, insólita para el resto de hombres, plenamente convencidos de que el muchacho ha asesinado a su padre? Lo único que pueden y deben hacer en esa asfixiante habitación, sugiere nº 8: hablar entre ellos, analizar las razones por las que creen que el joven es culpable, repasar las evidencias que lo acusan. Algunos de los miembros del jurado –el representante preocupado por llegar a tiempo al partido de beisbol que se celebrará esa tarde y al que las entradas le queman en el bolsillo, el propietario de varios garajes que permanecen cerrados e inactivos en su ausencia, el corredor de bolsa que confía plenamente en la veracidad de los hechos expuestos durante el juicio…– se exasperan: no tiene sentido alguno perder su precioso tiempo hablando sobre algo que no ofrece ningún motivo de duda. Otros se disponen a perder un tiempo que no les importa tanto dilapidar de la forma menos tediosa posible. El resto calla. La renuencia al diálogo de once de los miembros del jurado es absoluta. Pero nº 8 no se arredra. Y comienza a lanzar preguntas, tratando de hacer partícipes a sus compañeros de las dudas que alberga con respecto a las pruebas presentadas. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Durante el extenso diálogo que se desarrolla a lo largo de la película, van aflorando poco a poco los perfiles humanos y psicológicos de los protagonistas, estrechamente ligados a los motivos que sustentan su creencia en la culpabilidad del chico y también a sus reacciones ante la actitud interrogante de nº 8. No son pocos los que, de entrada, se muestran víctimas de los prejuicios que les llevan a dar por sentado que los orígenes del chico, y la corta trayectoria de violencia que arrastra consigo, resultan razones más que suficientes para no vacilar de su naturaleza criminal. Los más apocados o inseguros parecen incapaces de poner en cuestión la autoridad intelectual del fiscal o la validez de las declaraciones de los testigos. Los juicios de algunos dependen por completo de la opinión de la mayoría. Y en algún caso las circunstancias más estrictamente personales y el dolor vinculado a ciertas vivencias pretéritas se revelarán determinantes de la cerrazón al intento de nº 8 de valorar si las apariencias no nos engañan más a menudo de lo que pensamos. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Sin embargo, si por algo me conmueve esta película y la recuerdo tan a menudo es porque, a mi modo de ver, presenta a la perfección las bases sobre las cuales se abre la posibilidad de un diálogo entre personas que saque a relucir una verdad que a la mayoría de ellas se les oculta. La posibilidad de que, por medio de la palabra, convicciones inconsistentes acaben por tambalearse para dar paso a una visión más ajustada de la realidad. En todo ello juega un papel crucial no sólo la inteligencia, sino también la amabilidad, la empatía y la calma de esa especie de Sócrates moderno que es nº 8. Porque nº 8 no impone respuestas, sino que, básicamente, se limita a hacer preguntas. No esgrime sus razones como si éstas fueran de antemano correctas: a través de sus interrogantes, invita a los otros miembros del jurado a que inicien un ejercicio reflexivo, propio y autónomo, que terminará por llevarles a vislumbrar las mismas dudas que él ya posee desde un principio sobre la hipotética culpabilidad del muchacho. El liderazgo de nº 8 en el tortuoso proceso al que asistimos es un liderazgo en la sombra, y por ello efectivo: lejos de dirigir en todo momento la conversación, deja que los demás se erijan en protagonistas del debate allí donde, a partir de sus preguntas, razonan por sí mismos y plantean cuestiones no formuladas por él. Con apenas un gesto, crea lazos de cercanía con quienes menos colaboradores se muestran. Escucha pacientemente a quienes hablan sin interrumpirles ni recriminarles su persistencia en el error. En la pugna dialéctica que enfrenta a estos doce hombres no debe haber vencedores ni vencidos. De lo contrario no habría acuerdo, ni tampoco la unanimidad que precisa la salvación del chico. Por eso –ésta es la perspectiva que trasluce el comportamiento de nº 8– en este cuadrilátero no caben ni la humillación, ni el sarcasmo ni la ridiculización del contrario, por ridículos que puedan ser sus argumentos. La verdad de que no hay pruebas concluyentes que conduzcan al muchacho a la silla eléctrica debe ser construida entre todos en un trabajo compartido, cuyo éxito depende de que cada uno de los que colaboran en él contribuya a construir esa misma verdad desde su singular posición. </span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhTjLNZNRKpwPi6mmgO3ZvJ1Ptn_LQv_CZN7O1iqmspFw-8zPGM7k7DoO4Sf5og2SYyjRLB5189JOZXH7EsmtZ6uwmwHzcvbA3CbBJ-T5raPr86yBIBpdYuA9LyyToT-0HBK5aSwjLUIqcN/s1600/12-hombres-sin-piedad_62420.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhTjLNZNRKpwPi6mmgO3ZvJ1Ptn_LQv_CZN7O1iqmspFw-8zPGM7k7DoO4Sf5og2SYyjRLB5189JOZXH7EsmtZ6uwmwHzcvbA3CbBJ-T5raPr86yBIBpdYuA9LyyToT-0HBK5aSwjLUIqcN/s400/12-hombres-sin-piedad_62420.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5788523419153016642" width="487" height="288" border="0" /></a><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">“<i>Doce hombres sin piedad</i>” es, en lo esencial, un elogio al razonamiento colectivo encaminado al triunfo de las mejores razones. Un triunfo que siempre depende de que quienes se hallan en el error sean capaces no sólo de admitirlo, sino también de adherirse sin reparos a aquellos argumentos que explican la realidad de forma más fiable que los que en un principio defendieron una vez logran sentirlos como propios. Pero admitir que uno se encuentra equivocado nunca es fácil. Menos fácil aún es conseguir que otra persona se percate de que está en un error. Sólo hay que pensar en las ocasiones en que, blandiendo nuestros propios argumentos como si de armas se tratara, atacamos al otro con la convicción de que caerá rendido ante el peso de nuestras evidencias. En las veces en que, probablemente sin pretenderlo, ironizamos o le señalamos su ignorancia o falta de coherencia lógica con la pretensión de batir sus creencias como si estuviéramos frente al enemigo. O en aquellos momentos en que, plenamente conscientes de lo que hacemos, humillamos dialécticamente a nuestro contrincante para demostrarle nuestra superioridad intelectual, confiando, ilusos, en que no tendrá más remedio que doblegarse ante ella. ¿Y qué conseguimos? Por lo general, únicamente que el otro se atrinchere tras sus creencias y se aferre aún más a sus convicciones, con el muy comprensible objetivo de salvaguardar su autoestima. En su rechazo frontal del camino de reflexión que podría sacarle de su error se halla la prueba más notoria de que, de una estrategia fallida, sólo cabe esperar el fracaso. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">No vivimos precisamente en un tiempo que propicie el cultivo de las condiciones necesarias para el triunfo de las mejores razones. Pero si desean saber algo más sobre cuáles serían tales condiciones, no se pierdan esta película de Sidney Lumet. </span><br /><br /></div>Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-55265203323542924742012-07-31T13:07:00.020+02:002012-07-31T21:12:15.468+02:00Lo privado y lo público<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyrehVXx8W2kVdAp_LxYL9ZzdEs-0jDLVZ14vBimObmqiPBWEf3_orNVaRUSJeaGca3Wq_DFD1b5zpAP9axNhwmHiXy46zlIlkfLvgGPrAAwXqXDUkEkdnOCxBrPPzwPsayR2nRqstXUoe/s1600/1+revolucion+industrial.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyrehVXx8W2kVdAp_LxYL9ZzdEs-0jDLVZ14vBimObmqiPBWEf3_orNVaRUSJeaGca3Wq_DFD1b5zpAP9axNhwmHiXy46zlIlkfLvgGPrAAwXqXDUkEkdnOCxBrPPzwPsayR2nRqstXUoe/s400/1+revolucion+industrial.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5771290149325660946" width="490" height="353" border="0" /></a><br /><br /><div align="justify"><div align="right"><i><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">“Uno de los principios fundamentales de la doctrina Gradgrind era que todas las cosas debían pagarse. Nadie debía jamás dar algo a alguien sin compensación. La gratitud debía abolirse y los beneficios que de ella se derivaban no tenían razón de ser. Cada mínima parte de la existencia de los seres humanos, del nacimiento hasta la muerte, debía ser un negocio al contado. Y si era imposible ganarse el cielo de esta forma, significaba que el cielo no era un lugar regido por la economía política, y que no era un lugar para el hombre.”</span></i><br /></div><br /><div align="right"><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><i>Tiempos difíciles</i>, Charles Dickens. </span><br /></div><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Ahora que estamos parcialmente rescatados y pudiera ser que a punto del rescate total, ése que dará a las fuerzas del Mal neoliberal –¡viva el Mal, viva el Capital!– su dominio absoluto sobre los sufridos y ampliamente recortados –casi valdría decir mutilados– españolitos de a pie, hay razones más que sobradas para sospechar que –al igual que sucediera en los países del Este tras la caída del Muro, o en el Chile de Pinochet bajo los experimentos de los <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Escuela_de_Econom%C3%ADa_de_Chicago"><span style="color:#3333ff;"><i>Chicago boys</i></span></a>– sus próximas exigencias recaerán sobre la privatización de los servicios públicos. Propondrán, pues, que empresas que son propiedad del Estado y que se encargan de ofrecer tales servicios a los ciudadanos sean vendidas a inversores privados. Inversores que, a partir de ese momento, dispondrán de la propiedad y gestión de dichas empresas. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Repite como un mantra el dogma neoliberal que la gestión privada es siempre mejor que la pública. Mejor significa en este caso más eficiente: según el dogma, con iguales o menores recursos, la gestión privada es capaz de ofrecer a los ciudadanos servicios de mayor calidad. ¿Lo dicen porque los gestores públicos son, en comparación con los gestores privados, unos ineptos de tres al cuarto que contratan a los proveedores más caros, elevan desmesuradamente el salario de los trabajadores públicos y se echan al bolsillo lo que no deberían, de tal forma que, a la postre, los servicios públicos tienen un coste mucho más elevado del que podrían tener de ser gestionados de forma privada? No exactamente, aunque a veces, cuando algún gestor público defiende denodadamente la privatización de los servicios públicos arguyendo la mayor eficacia de la gestión privada, da que pensar si no se estará llamando incompetente a sí mismo o si, en realidad, es tan inepto que no se percata de que con dicha defensa los ciudadanos podrían llegar a concluir que, en efecto, se trata de un completo incompetente para el cargo que ocupa. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Pero hemos dicho que <i>no exactamente</i>: lo que defienden los neoliberales es que un mercado libre, en el que cada agente persiga su propio beneficio egoísta, tenderá a ser un mercado autorregulado, es decir, un mercado que generará una perfecta distribución y reparto de los recursos a todos los agentes que concurran en él –cualquiera de nosotros– y en el que toda mercancía alcanzará el precio más justo –ni demasiado escaso, ni demasiado abusivo–. En la medida en que cualquier intervención del Estado en el mercado </span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">–</span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">sea bajo la forma de fijación de salarios mínimos, que impiden la libre negociación entre el trabajador y el empresario que procuraría el justo precio del salario del primero, sea bajo la forma de la gestión de servicios como la sanidad y la educación, que impiden la libre competencia entre agentes económicos que fijaría el precio más justo de tales servicios, sea bajo cualquier otra forma imaginable</span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">–</span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"> obstaculiza la consecución de ese paraíso terrenal que es el mercado autorregulado, es preciso eliminarla a toda costa. Porque, además, la única vía para que cualquier servicio requerido por los ciudadanos goce de los beneficios del mercado autorregulado radica en su conversión en <i>mercancía</i>. O, lo que es lo mismo, en libre objeto de intercambio y compra-venta. Y esto sólo se logra cuando pasa a ser propiedad privada. En puras y simples mercancías deben transformarse entonces la educación, la sanidad, la atención a dependientes, los transportes públicos… y toda suerte de servicio social que se les ocurra con el fin de que los ciudadanos podamos ver satisfechas nuestras necesidades con la calidad y eficiencia que merecemos. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Antes que argumentar en contra de esta perversa utopía, algunos ejemplos paradigmáticos sirven a la perfección para su desmontaje. ¿Han oído alguna vez hablar de la extrema puntualidad de los trenes británicos, orgullo nacional de los habitantes del Reino Unido? Seguro que sí. Lástima que la privatización la convirtiera en una leyenda que los pasajeros británicos recuerdan con compungida nostalgia. </span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0lov6woXSLxWPSaqHvb1OkRki6DT4-8j2spn7iHbWXQD8tlQYbfr24vyFXw5XCNn0hGmHBYUGBX2V2HLhu897TlpzIREtjUyUKmFikVV2tR5R3PsZUfy4ePbxJcV5yHg8d2ZH4yvmb7xW/s1600/tren-antiguo-1.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0lov6woXSLxWPSaqHvb1OkRki6DT4-8j2spn7iHbWXQD8tlQYbfr24vyFXw5XCNn0hGmHBYUGBX2V2HLhu897TlpzIREtjUyUKmFikVV2tR5R3PsZUfy4ePbxJcV5yHg8d2ZH4yvmb7xW/s400/tren-antiguo-1.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5771289994810703298" width="490" height="385" border="0" /></a><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">En 1996, British Rail, la empresa pública que gestionaba el transporte en ferrocarril en el Reino Unido, fue privatizada en partes y desmembrada en más de cien empresas privadas. En su centro se situó Rail Track, empresa responsable del mantenimiento de las vías y estaciones. Curiosamente, y pese a que la operación se efectuó bajo la promesa de una mayor eficiencia en un servicio hasta entonces adecuado pero deficitario, al poco tiempo los usuarios comenzaron a quejarse de la significativa subida de las tarifas, la impuntualidad y lentitud de los trenes y, en general, del mal funcionamiento de la red de ferrocarriles. Hasta ahí, soportable. El problema es que, apenas un año después de la privatización, en 1997, se produjo un accidente ferroviario que se saldó con la vida de 7 personas. En 1999, dos trenes chocaban en la estación londinense de Paddington: el aún más grave accidente segaba la vida de 31 personas y dejaba más de 250 heridos. Y en 2000, 4 personas más perdían la vida a causa de un descarrilamiento. Ya es mala suerte, ¿no? Porque mientras los usuarios británicos sufrían el deterioro de los servicios y morían en accidentes ferroviarios, la empresa Rail Track había empezado a cotizar en bolsa y reportaba pingües beneficios tanto a sus directivos –algunos de sus consejeros delegados tenían asignado un salario anual de 400.000 libras– como a sus accionistas. Tanto es así que si en 1996 –el año de la privatización– una acción de esta empresa valía unas 2 libras, en 1998 superaba las 17 libras. En ese mismo año, la empresa llegó a generar unos beneficios de 1,2 millones de libras al día. Ahí es nada. </span><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQLI7PWQz50Ry_w2Z2rvtG3q3-d55Tbr-21MdZw0hr_Tf3XDdO41OVA0n1vdV7KhVLvmHS66EewwvvwoXSUjTsRqzL76CR8Cmmza3_J-btgxsaioPx_RvJJ9yttbnxVX2RGZvszuvNfx3h/s1600/Precio+acci%25C3%25B3n+Rail+Track.PNG"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQLI7PWQz50Ry_w2Z2rvtG3q3-d55Tbr-21MdZw0hr_Tf3XDdO41OVA0n1vdV7KhVLvmHS66EewwvvwoXSUjTsRqzL76CR8Cmmza3_J-btgxsaioPx_RvJJ9yttbnxVX2RGZvszuvNfx3h/s400/Precio+acci%25C3%25B3n+Rail+Track.PNG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5771289797222329602" width="490" height="356" border="0" /></a><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">¿Cómo es posible entonces que una empresa con tales beneficios ofreciera tan mal servicio a sus usuarios e incluso les hiciera perder la vida en numerosos accidentes? La pregunta, obviamente, está mal formulada. Pues lo que investigaciones posteriores sacaron a la luz fue que la vida de los pasajeros había sido, precisamente, el alto precio que la sociedad británica tuvo que pagar a cambio de las cuantiosas ganancias de los directivos y accionistas de Rail Track: en su búsqueda del beneficio empresarial, Rail Track no sólo no había destinado dinero alguno a la expansión de la red ferroviaria, sino que ni tan siquiera había invertido –tal y como había pactado con el gobierno– en la conservación del estado de los raíles. Los accidentes ferroviarios no fueron, por tanto, fruto de la casualidad. Sólo del deterioro de los raíles, consecuencia de la falta de inversión que llenó las cuentas corrientes de unos cuantos avariciosos. Y como ningún país civilizado puede permitirse el lujo de carecer de red ferroviaria, en 2002, cuando ya las acciones de Rail Track habían caído en picado, el gobierno británico no tuvo más remedio que proceder a su renacionalización. La operación costó miles de millones de libras a los contribuyentes británicos que aún quedaban con vida tras la desastrosa experiencia de la privatización: los que hubieron de dedicarse tanto a la reparación de las maltrechas vías como al pago de la tremenda deuda –unos 2.000 millones de libras– generada por la empresa privada. </span><br /><br /><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Así que cuando algún iluso venga a contarles que la gestión privada es más eficiente que la pública, les recomiendo que le contesten con una carcajada y una sonora pedorreta. O si lo prefieren, replíquenles apelando a las palabras de Dickens: convertir cada mínima parte de la existencia de los seres humanos, del nacimiento hasta la muerte, en un negocio al contado, es, en sí mismo, un negocio que puede saldarse con la liquidación de la propia existencia. La <i>tuya</i>, por supuesto, recálquenle al iluso. Los buitres que se alimentan de la muerte ajena suelen tener las espaldas bien cubiertas. </span><br /><br /></div>Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com20tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-37136284336713874512012-07-14T16:19:00.005+02:002012-07-14T17:08:46.041+02:00Hopper y la decisión<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjELLKm7MAigcz5IcBlzj-gDfbOkZDks0ra97P8T-pxxJcpg_JEM3CzpDcI4RkJOzPlgR2sH96pKH7kY96E1txUUNBuBdG6fbjcFWz5AaYm12q8d7i_Otm_pS4AnjXnOazYeWF_OJH5ynjN/s1600/hopper-habitacic3b3n-de-hotel1.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 493px; height: 449px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjELLKm7MAigcz5IcBlzj-gDfbOkZDks0ra97P8T-pxxJcpg_JEM3CzpDcI4RkJOzPlgR2sH96pKH7kY96E1txUUNBuBdG6fbjcFWz5AaYm12q8d7i_Otm_pS4AnjXnOazYeWF_OJH5ynjN/s400/hopper-habitacic3b3n-de-hotel1.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5764966881328792594" border="0" /></a><br /><div style="text-align: justify; font-family:verdana;"><span style="font-size:85%;"><span style="font-family:verdana;">No es ésta la primera ocasión en que escojo un cuadro de </span><a style="color: rgb(51, 51, 255); font-family: verdana;" href="http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/285">Edward Hopper</a><span style="font-family:verdana;"> para ilustrar los textos de este blog. Pero, aunque siempre que elijo una determinada imagen que creo relacionada con el espíritu del texto suelo hacer un breve recorrido por otras obras del autor al que pertenece, nunca me había percatado –o quizá sí, y el pensamiento fugaz se evaporó sin dejar huella- de lo que alguien me comentó hace poco: las escenas que retratan algunos cuadros de Hopper parecen situarnos en el interior de una historia cuya narración quiere aflorar en nuestra mente a través de su contemplación. Es obvio que toda imagen representativa, sea pictórica, sea fotográfica, supone la fijación artificiosa de un instante en el flujo imparable del tiempo. Pero también es evidente que no toda imagen es capaz de expandir con ella el presente que retrata para remitirnos al pasado invisible que la sustenta y al futuro no menos invisible al que podría abocar. Esto es, sin embargo, lo que sucede en determinadas pinturas de Hopper: en el instante fijo que representan se abre un relato que no nos es dado observar –como si contempláramos el fotograma detenido de una película cuya procedencia y destino desconocemos–, pero que invariablemente se construye en nuestra imaginación apenas nos preguntamos por el sentido de la posición de los personajes en el cuadro, por sus gestos, por la expresión de sus rostros, por los objetos que los acompañan.</span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">En el cuadro “</span><span style="font-style: italic; font-family:verdana;" >Habitación de hotel</span><span style="font-family:verdana;">”, vemos a una mujer sentada sobre la cama de una habitación escueta pero ampliamente iluminada. Parecería que la mujer hace poco que se ha instalado en ella: las dos maletas que presuponemos suyas aún permanecen cerradas junto a la cama, como si las hubiera depositado allí apenas unos minutos antes. Quizá es un día caluroso y por eso, además de quitarse los zapatos, se ha desprendido del vestido cuidadosamente colocado sobre el reposabrazos del sillón verde situado a los pies de la cama. Sus manos sujetan, caídas sobre sus rodillas, lo que se deja interpretar como una carta. No obstante, los pliegues del papel –las cartas suelen doblarse desde la cabecera, y no por los lados– nos indican que, si bien la mirada de la mujer se proyecta en dirección a él, no puede estar leyéndolo. Probablemente ha terminado de hacerlo y sus ojos descansan sobre el papel –o sobre los pulgares que lo sostienen–, sin ver propiamente lo que a ellos se ofrece, vueltos hacia pensamientos inaccesibles al espectador. Su rostro, oscurecido por la sombra, tiene una expresión grave que revela su ensimismamiento. Los hombros ligeramente vencidos hacia adelante, el arco de su espalda inclinada, transmiten una cierta sensación de abatimiento. Ningún sobre del que hubiera extraído la carta aparece sobre la cama o en algún otro lugar de la habitación. Hopper parece señalar, así, que no se trata de una carta que la mujer acabe de recibir – además, las cartas recién recibidas, si son importantes, suelen leerse al momento de llegar a nosotros, antes de que se nos ocurra desvestirnos para mayor comodidad–, sino de una carta ya leída que portaba consigo y que ahora, por algún motivo, ha vuelto a leer en esa habitación de hotel.</span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">Advertir todos estos detalles es descubrir en el cuadro una suerte de enigma que no dejará de traducirse en preguntas. Qué hace esta mujer en esa habitación de hotel. Por qué motivo ha ido a parar allí. Cuál será el contenido de esa carta de la que, en función de lo presentado y omitido en la pintura, concluimos que ha leído al menos por segunda vez. En la historia que a mí, en respuesta a ellas, se me impone, la habitación de hotel –siempre son estancias de paso– escenifica un momento de tránsito en su vida. Le precede el abandono del hogar conyugal, de un matrimonio fallido que ha desembocado en la insatisfacción, en la convicción de la imposibilidad de alcanzar la felicidad imaginada, en la decepción fruto de expectativas frustradas. Lo que le sucederá es el encuentro –bien en esa misma habitación, bien en otro lugar distinto al que se dirige con las escasas posesiones que ha cargado en sus maletas–, con el hombre por cuya causa ha conseguido reunir el valor suficiente para el abandono. Quién sabe si subrepticio –una huida precipitada en plena mañana mientras el marido trabaja, las explicaciones precisas escritas esta vez por su mano en otra carta que ha dejado sobre la cómoda o el mueble de la entrada–, o antecedido por una abierta declaración de intenciones seguida de una fuerte disputa, de un mar de lágrimas y sollozos, de desgarrones en el alma o, por qué no, de miradas impasibles e indiferentes. O acaso de una secuencia compuesta por la totalidad de tales sucesos. De ese hombre hacia el que huye proviene la carta que reposa sobre sus rodillas. Tal vez la última carta que éste le enviara y en la que le comunica aquello que la ha impulsado a dejar atrás su vida anterior. Tal vez una de las muchas que se han intercambiado, pero que a ella le resulta especialmente querida por la vehemencia con la que en sus líneas hablan el amor y el deseo.</span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">Sin embargo, ya hemos comentado que la figura de la mujer trasluce abatimiento, y su rostro una gravedad que aleja cualquier impresión de alegría, de ilusión por el próximo encuentro con su amante, ni tan siquiera de relajación interna ante la decisión tomada. Antes bien, son la duda, la vacilación, el temor al error y sus consecuencias futuras lo que refleja su gesto reconcentrado. Como si en esa habitación de hotel, ya protegida por sus cuatro paredes del bullicio de la calle y de la presencia de sus semejantes, pudiera por fin dejarse aplastar sin testigos molestos por los interrogantes que llevan asaltándola desde que iniciara el trayecto que la ha conducido hasta ella. Si el camino escogido es el correcto. Si merecía su marido este golpe propiciado por su propia mano. Si es legítimo que el precio de su felicidad se cifre en el dolor del hombre al que, en definitiva, una vez quiso. Ya sin necesidad de sofocarlos, vencen sus hombros los recuerdos de los últimos acontecimientos que han vivido juntos. El remordimiento y el sabor amargo de la traición. La incertidumbre que tensa nuestros estómagos tras la decisión que imprimirá en nuestras vidas un giro hacia lo desconocido que cierra toda posibilidad de retroceso. Por eso ha sentido la urgencia de leer una vez más la carta de él. Ha buscado en los trazos de tinta ya familiares un refugio de seguridad que mitigue su desasosiego. Una cuerda firme a la que asir manos y vértigo mientras los pies cuelgan al borde del precipicio en las palabras tiernas que dibujan. En la memoria inventada de su voz pronunciando esas letras silenciosas, una confirmación del acierto, del blanco razonablemente cercano a la diana en la perspectiva anticipada. Algo semejante a una prueba del porvenir más dichoso que la aguarda, en la reciprocidad de la pasión y el amor compartido, en justa recompensa por el riesgo asumido al apartar de sí un presente plagado de tedio y desafecto que apenas estrena su condición pretérita. </span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">Finalizada la lectura, la mujer juguetea con el papel, recorriendo sus márgenes con la punta de los dedos, hasta que lo deja caer blandamente sobre sus rodillas. Lejos de calmar su angustia, las palabras de él la han sumido en un mayor desconcierto. Se siente incapaz de discernir si es su propio temor el que ahora las desfigura, tornándolas quebradizas, carentes de la consistencia necesaria para soportar el peso de su salto, o si es éste y su trascendencia lo que ha conseguido sacar a la luz la verdad de su endeble naturaleza, antes no percibida. Por primera vez cobra conciencia de hallarse, en esa escueta habitación de hotel, en tierra de nadie. En el espacio vacío y solitario que, tras la decisión, se expande entre la sombra rota del pasado y el espejismo imaginado del futuro. Sólo le cabe esperar con paciencia su siempre progresiva y lenta llegada. Sólo ella podrá disipar la confusión consternada que oprime su nuca abriendo en su centro un círculo de claridad. Debe estar preparada para afrontar lo que en su interior acabe por mostrarse. Y quién no debe estarlo, se dice mientras se recuesta sobre la almohada, hurtándonos finalmente la visión de su rostro. </span><br style="font-family: verdana;"><br /></span></div>Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-16978648065409217922012-06-28T18:44:00.008+02:002012-10-15T17:50:04.930+02:00Lejos de mí<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhaYPgdcAaeFUOhqcKi97CxbumTUzQ5I_3yeuL70wUVGvXnQraq6nd4NR9XLHto6pcKitH83zvEJut6WQuSxmizsMHZA39zikDExWRVtGvOflIZ9X_Eh9vQPfLYbzlDMZcwXOuqrFSAhveO/s1600/477.jpg"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5759131994521999074" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhaYPgdcAaeFUOhqcKi97CxbumTUzQ5I_3yeuL70wUVGvXnQraq6nd4NR9XLHto6pcKitH83zvEJut6WQuSxmizsMHZA39zikDExWRVtGvOflIZ9X_Eh9vQPfLYbzlDMZcwXOuqrFSAhveO/s400/477.jpg" style="cursor: pointer; display: block; height: 404px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 481px;" /></a><br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Querido Mario:</span><br />
<br />
<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">¿Sorprendido de encontrar este correo en tu buzón? Hacía mucho que no nos veíamos, pero aun así estoy seguro de poder reproducir en mi cabeza el modo en que habrás alzado las cejas y arrugado la frente al descubrir en tu bandeja de entrada la dirección que en otro tiempo tanto la frecuentaba. Supongo que al verla te habrás preguntado por qué te escribo, si mi reacción de hoy ha sido la de la más cobarde huida. Si llevo casi una década huyendo de ti. Aunque también pudiera suceder que hayas estado esperando pacientemente este correo que por fin empiezas a leer. Tal vez no haya cambiado tanto como creo. </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Es cierto, la coherencia hubiera exigido que refrenara este impulso que ahora me anima a escribirte. Que lo apartara de un manotazo en lugar de plegarme a él. No creas que no lo he intentado. Si nuestro inesperado encuentro me ha resultado tan incómodo, tan embarazoso, ¿por qué no continuar por la senda del alejamiento que emprendí años atrás, y eludir cualquier tipo de movimiento opuesto a ella? ¿Por qué habría de desear ahora convertirte en el interlocutor que aparté de mi vida y hace apenas unas horas he vuelto a rechazar? ¿Por qué no ser consecuente y hacerte desaparecer de nuevo en ese lugar recóndito de mi mente al que había logrado relegarte, de la misma forma en que esta mañana he actuado para que cuanto antes desaparecieras de mi vista? Con preguntas como éstas llevo debatiéndome desde que he llegado a casa. Pero si en estos momentos tecleo estas líneas, es porque –gracias a nuestro encuentro causal ha aflorado esta verdad dormida– en mi conciencia pesan los años de intensa amistad que nos unieron y la consideración de que todos ellos te hacen merecedor de alguna suerte de explicación de mi conducta. No sólo de la de hoy. Debe de ser que, pese al tiempo transcurrido, aún me importa lo que pienses de mí. Debe de ser, también, que aún me importas, y por eso me hiere el recuerdo de la estupefacción y la decepción mezclados en tu rostro justo antes de darme la vuelta y echar a andar. O quién sabe: tal vez esté aprovechando esta coyuntura para emprender un ajuste de cuentas conmigo mismo largamente diferido, y sea yo el verdadero destinatario de este correo, por más que sólo tu nombre lo presida.</span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Muy probablemente lo que te cuente a continuación sólo venga confirmar sospechas que ya albergabas, hipótesis con las que habrás tratado de hacerte mínimamente comprensible mi distanciamiento: no me siento la misma persona que era cuando nos vimos por última vez. Hasta cierto punto es lógico: si aquello que nos define son nuestros actos, aquello que ocupa nuestro tiempo, los pensamientos y proyectos a los que entregamos nuestras mentes, entonces de ninguna manera puede decirse que sea la misma persona, aunque tú me hayas reconocido de inmediato y apenas unos pocos detalles irrelevantes en mi apariencia –las arrugas en torno a los ojos, el pelo que comienza a encanecer– denoten tal transformación. Tampoco en los aspectos más aparentes de mi vida, ésos que tantos utilizan para componer el retrato que nos identifique y de los que has ido teniendo noticia en nuestras últimas comunicaciones hasta que opté sencillamente por el silencio, se han producido cambios significativos. Continúo en mi cómodo puesto en la administración, mi matrimonio se desliza –sin más fricciones que las esperables– por los suaves rieles de una rutina no exenta de alegrías y en cualquier caso reconfortante, el tema de los niños parece a estas alturas descartado, viajamos a menudo al norte para visitar a la familia de Elena…. Sin embargo, nadie mejor que tú sabe que ninguna de esas facetas roza siquiera el centro menos visible en torno al cual giraban mis días antes de que anunciaras que ibas a cruzar el charco en busca de la gloria que aquí se te denegaba. El centro en la sombra que iluminaba cada mañana mi despertar al mundo –a veces también lo oscurecía, ¿recuerdas?, pero con una oscuridad que me llenaba de fuerza– y lo dotaba a mis ojos de la consistencia y el espesor de los que por sí mismo carece. Pues bien, es ese centro el que, sin llegar siquiera a proponérmelo, sin que yo tenga memoria de un instante de firme resolución de eliminarlo, fui dejando caer, con la misma languidez con que se dejan caer las hojas de los árboles, hasta lograr que se esfumara por completo. Ahora ya no te cabe duda alguna, ¿verdad? Aun así te lo confirmo: hace años que abandoné la literatura. Que dejé de escribir. Que dejé de frecuentar las tertulias literarias a las que solíamos acudir juntos. Es más: apenas si leo nada que merezca leerse si no es con el mero fin del entretenimiento, de la evasión que ayuda al discurrir de las horas hasta la siguiente jornada de trabajo. Si no es con el propósito de –como habitúa a decirse, siempre me pareció muy gráfica esta expresión– matar el tiempo y, con él, el aburrimiento que nos tortura en su vacío. Me deshice definitivamente de la compañía de los grandes y sin ellos sigo viviendo. Es posible que todavía anden escondidos por algún cajón los esbozos de aquella novela que empezaba a escribir cuando nos despedimos, los cuadernos de poemas en los que trabajaba. Muy rara vez pienso en ellos. </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Te preguntarás cómo ocurrió. No tengo para ello una respuesta clara. Tampoco me apetece mirar hacia atrás e indagar en el proceso. Me figuro que poco a poco –y en contra del imperativo rilkeano de mantenernos en lo difícil que entonces teníamos tan presente– me dejé arrastrar por lo fácil y sucumbí al encanto de los placeres sencillos, ésos que antes tanto despreciaba. Me figuro que paulatinamente dejé de verle el sentido –o no quise persistir en su visión– a mi anterior existencia de poeta en ciernes, a la disciplina solitaria frente al cuaderno o el ordenador después del trabajo, al esforzado placer, en tantos momentos resultado de la superación de la angustia, de encontrar las palabras que se nos resisten para ponerle voz a esta realidad muda. Alguna vez recuerdo cómo en aquella época la ansiedad se apoderaba de mí cuando me veía obligado a comer con mis anodinos compañeros de trabajo, con la convencional familia de Elena. Me desesperaba por que aquellas reuniones acabaran, para regresar así a la soledad de mi buhardilla, a mis libros, a mis escritos. Tenía miedo. Miedo a acostumbrarme a la mediocridad reinante en aquellos encuentros inexcusables. Miedo a contagiarme del placer que los demás parecían hallar en sus conversaciones repletas de lugares comunes, carcomidas a mis ojos por la más trivial insustancialidad. Tenía miedo a convertirme en uno de ellos. A que llegara un día en que yo mismo disfrutara de esas charlas banales que juzgaba como una auténtica pérdida –¿o quizá debería decir asesinato?– de tiempo, como una odiosa dilapidación de la propia existencia. Contradictoriamente, me decía, si eso llega a suceder algún día, ni siquiera te darás cuenta ni sufrirás tampoco por ello. Y eso me atemorizaba aún más y acuciaba mis deseos de alejarme de esa gris medianía para protegerme de ella con mis proyectos literarios. Bien, a día de hoy debería concluir que me he convertido en uno de ellos, ya que esa ansiedad se ha ido mitigando hasta evaporarse de raíz. A día de hoy no tengo más remedio que concluir que mis miedos no fueron lo suficientemente poderosos como para apartarme de aquello que de antemano rechazaba. </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Tal y como anticipaba, el hecho es que, en efecto, no sufro. A veces, incluso, creo ser feliz. Atrás quedaron la desazón, la tensión, la angustia de la creación. No te revelo ninguna verdad que desconozcas: escribir –también pintar, en tu caso– es nadar contracorriente. Debatirse constantemente con y contra uno mismo. Dar la espalda a la vida que late indolente al sol del mediodía. Al gozo de la inmediatez sin esfuerzo de lo simple. Y yo ya no me siento capaz de ese ejercicio tan escarpado como agotador, por más que sus satisfacciones –no sería de justicia no reconocerlo– pertenezcan a un orden que raya lo sublime. No. Prefiero tumbarme al sol y dejarme calentar por sus rayos mientras el tiempo transcurre manso y silencioso por encima de mis párpados cerrados. </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Te confesaré, no obstante, que hoy, al verte, he tenido una extraña sensación que únicamente ahora, mientras te escribo, consigo verter en palabras: me he sentido lejos de mí. Lejos de una parte de mí mismo que no puede estar tan muerta como creía, porque de lo contrario no te estaría escribiendo. Lejos de algo que fui y que todavía debo ser, aun cuando sólo en la forma de un leve poso aletargado, porque cómo podría si no experimentar esta rara sensación de lejanía de mí mismo que hace que el suelo vacile bajo mis pies. Verte de nuevo ha resucitado en mi cabeza una pregunta que se formulaba Pessoa y que me perturbó durante largo tiempo: <span style="font-style: italic;">¿Qué es ese intervalo que hay entre yo mismo y yo?</span> Nunca supe exactamente lo que Pessoa quería decir con ella. Pero la cuestión es que hoy no he dejado de preguntarme en todo el día quién es en mi caso ese yo mismo que no coincide con mi yo, y que por ello siente tal lejanía de él.</span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Te imaginarás que no es agradable sentirse lejos de uno mismo. Eso explica mi precipitada huida de esta mañana. Quizá, también –sólo por causa de nuestro encuentro he logrado darme cuenta–, que lleve años huyendo de ti para evitar la emergencia de esa inquietante sensación. Comprenderás igualmente que no es posible vivir cargando con ella: todo lo enrarece. Así que me temo que, a partir de este momento, no me queda sino retomar la senda que inicié hace años y seguir caminando por ella como si jamás hubiera escrito este correo. </span><span style="font-family: verdana;"> </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Huelga decir que no espero respuesta. O, en honor a la sinceridad, que no deseo ninguna respuesta. Me alegraría saber que tu carrera artística continúa y que has cosechado los éxitos que tus primeros cuadros auguraban. Pero también me haría daño. Por eso prefiero no saberlo. </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">El que fuera una vez tu amigo,</span><span style="font-family: verdana;"> </span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%;">Ángel.</span><br />
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<span style="font-family: verdana; font-size: 85%; font-style: italic;">El título de este post es un descarado robo del de un <a href="http://www.marbotediciones.com/es/inicio/catalogo/lejos-de-mi/item/lejos-de-mi" style="color: #3333ff;">libro</a> de <span style="text-decoration: underline;"></span>Clément Rosset que trata sobre el problema de la identidad. Sin embargo, al margen de la frase de Pessoa, que he encontrado en él, cualquier parecido entre este post y el libro de Rosset es, como suele decirse, pura coincidencia. O casi.</span></div>
Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com15tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-55447533259903332992012-06-14T17:57:00.023+02:002012-06-19T18:42:22.973+02:00Futuro<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwfnYb0xk4Kes_MfKvcGyUmONZwr5wTUcnHhZLtR4IWThzVKmr4A8hiHCObhqZEG7ucbZMFoj9KjSukBmPeOwXwsVEEjJKlExtwfazfQ4B6FLwoRAW_REyn2eEjDIzzRbSSl4hT7CxToHQ/s1600/elhuevodelaserpiente44.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 483px; height: 315px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwfnYb0xk4Kes_MfKvcGyUmONZwr5wTUcnHhZLtR4IWThzVKmr4A8hiHCObhqZEG7ucbZMFoj9KjSukBmPeOwXwsVEEjJKlExtwfazfQ4B6FLwoRAW_REyn2eEjDIzzRbSSl4hT7CxToHQ/s400/elhuevodelaserpiente44.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5753925819448482018" border="0" /></a><br /><br /><div style="text-align: justify; font-family:verdana;"><div style="text-align: right; font-family:verdana;"><span style="font-style: italic; font-family:verdana;font-size:85%;" >Cualquiera que haga un mínimo esfuerzo puede ver lo que depara el futuro. </span><span style="font-style: italic; font-family:verdana;font-size:85%;" >Es como un huevo de serpiente. A través de la delgada membrana es posible distinguir un reptil ya formado.</span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><br /></span><span style="font-size:85%;"><span style="font-family:verdana;">Hans Vergerus.</span><br /></span></div><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><br />Echar la vista atrás y comprobar que los acontecimientos pasados no podían sino desembocar en los presentes es una operación que en ocasiones puede resultar dolorosa, pero que por lo general se halla desprovista de grandes dificultades. Es verdad que la historia no se mueve con necesidad matemática y siempre existe la posibilidad de que ciertos sucesos inesperados, azarosos, accidentales, alteren el rumbo que parece tener marcado. Pero sí cabe afirmar que, cuanto menos, suele avanzar con una cierta coherencia lógica. Las acciones que emprendemos individual o colectivamente tienen consecuencias. Consecuencias que, una vez convertidas en presente, comprendemos como el evidente resultado, como el efecto previsible en la consideración retrospectiva de reconocibles causas pretéritas.<br /><br />Sin embargo, la dificultad se agrava notablemente cuando desde nuestro aquí y ahora tratamos de adivinar a dónde nos conducirán los acontecimientos presentes. La falta de experiencia, una escogida ceguera temerosa de la realidad o, simplemente, la asunción de la ausencia de esa lógica matemática en todo aquello que compone el curso del tiempo, provocan que a menudo nos sintamos desarmados en el momento en que, angustiados o ilusionados, nos preguntamos por lo que se derivará de lo que hoy vivimos. Excluyendo el comportamiento regido por leyes invariables de la materia, el futuro –nos decimos– es por definición incierto. Miramos hacia adelante y vemos alzarse ante nuestros ojos una gran llanura incógnita de contornos indiscernibles, un desierto sin relieves sobre el que, a veces, entretenemos las horas proyectando construcciones de humo carentes de más consistencia que la conferida por nuestra imaginación tanto al servicio del temor por la posible desgracia, como del deseo y la confianza infundada en su cumplimiento.<br /><br />Ahora bien, ¿qué sucedería si, no obstante, hubiera situaciones, circunstancias, coyunturas históricas en las cuales, como afirma el doctor Hans Vergerus justo antes de suicidarse, el presente fuera idéntico a ese huevo de serpiente a través de cuya membrana pudiéramos, de realmente quererlo, vislumbrar las formas precisas del animal que emergerá de él? ¿Qué nos impediría entonces anticipar con certeza cuáles serán los acontecimientos que tendrán lugar en el futuro? ¿Se nos abriría así la puerta que nos permitiría reforzar con nuestros actos el advenimiento de ese futuro legible a través de la fina cáscara o, por el contrario, de tratarse de un futuro de espanto, que nos impulsaría a actuar con el objetivo de evitar su llegada? ¿O quizá, una vez contempláramos a través de la membrana el reptil ya formado, nos veríamos sin remedio abocados, impotentes frente al animal en ciernes, a presenciar su irrefrenable nacimiento?<br /><br />Estas son algunas de las reflexiones y preguntas que, a mi juicio, plantea la película de Ingmar Bergman “<span style="font-style: italic; color: rgb(51, 51, 255);">El huevo de la serpiente</span>” (1977). En el retrato de sus protagonistas, de las calles ruinosas por las que caminan, de los claroscuros de los espacios por los que transitan, Bergman pretende ofrecer una imagen de la sociedad que elevaría a Hitler al poder diez años antes de su elección democrática. En esa imagen, una posible dilucidación de las causas que la llevarían a decidir el triunfo de Hitler. La intención de Bergman se intuye ya desde la primera escena de la película: un plano silencioso de una multitud de rostros cabizbajos y abatidos avanzando a cámara lenta que se intercala rítmicamente entre los títulos de crédito y entrecorta la distendida música de cabaret que los acompaña. El enigmático y opresivo silencio quebrando abruptamente la ligereza de la melodía no dejará de suscitar en el espectador un incipiente desasosiego.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBINfWAYZT_19H4PXfaIYnQOyNBllznPIKsaPPqCchyEJh-F0tL9wV2rXw-Wa_Fm-91jd0bYOga2uDx7toZTuVvEmSQRS4e_lXzotiQHQsoGavAfKoNBy-bmKSpdShGxLhhcEAFbWloRFS/s1600/Huevo+serpiente.PNG"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 488px; height: 313px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBINfWAYZT_19H4PXfaIYnQOyNBllznPIKsaPPqCchyEJh-F0tL9wV2rXw-Wa_Fm-91jd0bYOga2uDx7toZTuVvEmSQRS4e_lXzotiQHQsoGavAfKoNBy-bmKSpdShGxLhhcEAFbWloRFS/s400/Huevo+serpiente.PNG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5753924662477219874" border="0" /></a></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><br /></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">La acción comienza en el Berlín de 1923. Una voz <span style="font-style: italic;">en-off</span> nos informa de la hiperinflación reinante: un paquete de tabaco cuesta 4 billones de marcos. Todo el mundo, afirma la voz, ha perdido la fe en el futuro y el presente. En la habitación que comparten en una pensión, Abel (<span style="font-style: italic;">David Carradine</span>) encuentra el cadáver de su hermano Max, que ha puesto fin a su vida de un disparo en la cabeza, mientras en el comedor un concurrido grupo canta con entusiasmo alrededor de la mesa. No tardamos en enterarnos de que ambos hermanos, así como Manuela (<span style="font-style: italic;">Liv Ullmann</span>), ex-mujer de Max, son americanos y trabajaban en un número de trapecio en un circo hasta que, cuando actuaban en Berlín, Max se rompe una muñeca y los tres se suman a las altísimas cotas de desempleados que inundan la ciudad. La prensa informa de que en Rusia los judíos –Lenin era de ascendencia judía– asesinan en masa a cristianos inocentes. Como su fallecido hermano, Abel es judío.<br /><br />Abel acude al cabaret donde trabaja Manuela para comunicarle la muerte de su ex-marido. Max ha dejado una carta ilegible para ambos, salvo por una única frase: “<span style="font-style: italic;">Hay un envenenamiento</span>”. Sólo conforme transcurra la película iremos descubriendo que el envenenamiento del que habla Max en su carta es el que, a ojos de Bergman, se ha adueñado de la sociedad alemana y también de Abel. Porque Abel no consigue hacer frente ni a su situación ni a la miseria que le envuelve tanto por causa de tal envenenamiento como por su impotente conciencia de los efectos que sobre él está generando. Como tantos alemanes, Abel se halla paralizado por el miedo y una angustia crecientes, que van apoderándose de él tras ser testigo de las humillaciones y linchamientos que, cada vez más abiertamente, sufren los judíos ante la absoluta indiferencia de la policía. Desde su llegada a Berlín se ha abandonado al alcohol: prefiere las pesadillas del sueño etílico a la aún más cruel realidad que percibe cuando despierta. Cuando el miedo se transforma en terror, no puede canalizarlo más que en violencia gratuita y en la búsqueda del contacto con sórdidas e insoportablemente desalmadas prostitutas. Pero, ante todo, Abel es incapaz de responder a las peticiones de ternura de Manuela, quien, apartando la vista de la terrible realidad social, concentra todas sus energías en sobrevivir alternando su trabajo en el cabaret con la prostitución y ofrece a Abel una mano salvadora que al tiempo persigue en él a un necesario aliado en su lucha por la supervivencia.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh9QIFZloA3HM2X-o9IdimhzEPv0-fhxKlLqYrcWqFDgtJ13UmaFeQFX8vSdB9R3E48UGNjMq5BGb14iPZ7sXPFt28tPQx5mozYQJ80tBfjDXI_zga7yhvTaSLulQK8hj-SV2Rx-NlKlNfs/s1600/elhuevodelaserpiente34.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 473px; height: 344px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh9QIFZloA3HM2X-o9IdimhzEPv0-fhxKlLqYrcWqFDgtJ13UmaFeQFX8vSdB9R3E48UGNjMq5BGb14iPZ7sXPFt28tPQx5mozYQJ80tBfjDXI_zga7yhvTaSLulQK8hj-SV2Rx-NlKlNfs/s400/elhuevodelaserpiente34.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5753925203696041922" border="0" /></a></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><br />En el momento en que la acción se sitúa en el 6 de Noviembre de 1923, dos días antes de la noche en que Hitler da en Munich su fallido golpe de estado a la República de Weimar, los acontecimientos se precipitan. Más que nunca el caos, el desorden, la amenaza se ciernen sobre un Berlín fantasmagórico donde ya no se puede comprar leche, donde se matan y descuartizan caballos en plena calle para vender su carne, donde los grupos extremistas se enfrentan en ataques sangrientos ante un gobierno que parece indefenso. Las escenas que se suceden –en ocasiones dignas de una narración del género de terror: una mano que se detiene a escasos centímetros de la espalda de Abel sin que, cuando él se vuelve, pertenezca a nadie– nos llevan al último encuentro de Abel con el doctor Vergerus, quien le muestra la grabación de los espeluznantes experimentos que ha dirigido. Experimentos con personas que, voluntariamente, se han prestado a ellos a cambio de comida y un poco de dinero: una mujer ha sido encerrada en una habitación con un bebé que llora sin descanso a causa de una lesión cerebral, con el objetivo de averiguar cuánto tiempo tardará en acabar con su vida; un hombre es sometido ante sus ojos a una brutal deprivación sensorial; a varios sujetos se les inyecta una droga que genera una angustia extrema. Vergerus le informa de que días después, ya tras la extinción de los efectos de la droga, todos ellos se han suicidado. Entre ellos, su hermano Max.<br /><br />Pero el doctor Vergerus también le explica el propósito de sus experimentos. No confía en el golpe de estado de Hitler, que define como un “<span style="font-style: italic;">fiasco descomunal</span>”, puesto que, a su juicio, Hitler carece de la capacidad intelectual y técnica para el triunfo. Pero sí confía en el poder de la población alemana. Nuevamente contemplamos, ahora proyectadas por la cámara que maneja Vergerus, el plano silencioso de la multitud que avanza hacia el espectador. “<span style="font-style: italic;">Observa a toda esa gente</span>”, le dice Vergerus a Abel. “<span style="font-style: italic;">Son incapaces de una revolución. Están muy humillados, muy temerosos, muy oprimidos. Pero en diez años, los que tienen diez años tendrán veinte, los que tienen quince años tendrán veinticinco. Al odio heredado por sus padres, ellos añadirán su propio idealismo e impaciencia. Alguno se adelantará y pondrá sus sentimientos en palabras. Alguno prometerá un futuro. Alguno hará sus demandas. Alguno hablará de grandeza y sacrificio. Los jóvenes e inexpertos brindarán su valor y su fe a los cansados e indecisos. Y entonces habrá una revolución, y nuestro mundo se hundirá en sangre y fuego. En diez años, no más, ellos crearán una sociedad sin igual en la historia mundial</span>”. Porque, según Vergerus, la social actual se funda en ideas equivocadas sobre la bondad del hombre que serán corregidas en la nueva sociedad emergente. No, el hombre no es bueno. Es, por el contrario, “<span style="font-style: italic;">una deformidad, una perversión de la naturaleza. Ahí es donde nuestros experimentos toman lugar. Lidiamos con la forma básica y la moldeamos. Liberamos las fuerzas constructivas y controlamos las destructivas. Exterminamos lo inferior y aumentamos lo útil</span>”. Y es entonces cuando advierte a Abel de que si algún día revela a otros lo que él acaba de contarle, nadie le creerá, pese a que cualquiera que lo desee podrá ver lo que el futuro depara a la sociedad alemana. Pues el presente es como un huevo de serpiente.<br /><br /></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhxVaI3yuiPeJMdaSUp6LtP5IJA-he-qQ-zBMv_uSKVkIC9wsFYM3KpLIBUniyjzpeSensuv505EvfjHAIn06uBFJ_U1A-qSGqY0VBHQGSu7hdfpI3-BNnrs82ZIgJOI3dt_V7A8KVhyphenhyphenI9v/s1600/elhuevodelaserpiente4.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 469px; height: 310px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhxVaI3yuiPeJMdaSUp6LtP5IJA-he-qQ-zBMv_uSKVkIC9wsFYM3KpLIBUniyjzpeSensuv505EvfjHAIn06uBFJ_U1A-qSGqY0VBHQGSu7hdfpI3-BNnrs82ZIgJOI3dt_V7A8KVhyphenhyphenI9v/s400/elhuevodelaserpiente4.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5753924486430713090" border="0" /></a></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><br /></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;">Sin embargo, por más que Vergerus pretenda poder predecir el futuro, no acierta en sus vaticinios al despreciar el indispensable papel de Hitler en el futuro de la sociedad alemana. Pero más trágicamente se equivoca el inspector Bauer, personaje que trata de ayudar a Abel y que, al final de la película, describe la acción de Hitler con los mismos términos que Vergerus, un <span style="font-style: italic;">"</span><span style="font-style: italic;">fiasco descomunal</span>”, para después proclamar con una sonrisa en los labios que Hitler ha fracasado por haber subestimado “<span style="font-style: italic;">la fuerza de la democracia alemana</span>”. Precisamente la fuerza democrática que, como es sabido, diez años más tarde le otorgaría el poder y acabaría desencadenando uno de los más atroces crímenes contra la humanidad de nuestra historia reciente.<br /><br />Bergman parece así poner de relieve que, pese a la seguridad de las palabras de Vergerus, ni él ni Bauer alcanzan a distinguir con nitidez la realidad del reptil ya formado que se divisa tras la fina cáscara del huevo. Quizá porque entre la mirada de Vergerus y la cáscara del huevo de serpiente se interponen sus propios deseos y las ideas eugenésicas que defiende. Y entre la de Bauer y el futuro, su propia naturaleza optimista que le impulsa a buscar un orden incluso dentro del caos. En contra de las apariencias, nuestra posible capacidad visionaria queda en entredicho en esta película. Su mayor obstáculo no se hallaría sino en los ojos que miran al reptil nonato a través de la delgada membrana que lo cubre.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBZ24EVYWC0zsMrydqU3DrNa_ZEnAW7LfTYm6eqwooIBeHqo49wHlIEnAgS1gHw0UlKiFySfxRRhFP_SSsP4GYYFERjbFstU7EFmUIlWsxUcYuFICoRuZDPSLizdGJCLqjKGW9UlUYGmDe/s1600/bergman.jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 471px; height: 316px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBZ24EVYWC0zsMrydqU3DrNa_ZEnAW7LfTYm6eqwooIBeHqo49wHlIEnAgS1gHw0UlKiFySfxRRhFP_SSsP4GYYFERjbFstU7EFmUIlWsxUcYuFICoRuZDPSLizdGJCLqjKGW9UlUYGmDe/s400/bergman.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5753924408477716194" border="0" /></a></span><span style="font-family:verdana;font-size:85%;"><br /></span><span style="font-size:85%;"><span style="font-family:verdana;">Extraño que yo, sin embargo, en los últimos tiempos tenga la sensación de que desde hace meses -años, incluso- en nuestro presente se percibe con palmaria claridad y en todos sus detalles la forma de esa serpiente que poco a poco empieza a romper su cascarón. Será porque algunos han logrado dibujar con precisión la imagen de ese reptil desde mucho antes de su nacimiento, y ahora comenzamos a constatar cómo la fea realidad que asoma por entre la cáscara quebrada resulta incuestionablemente idéntica a sus trazados.</span><br style="font-family: verdana;"><br /></span></div>Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com21tag:blogger.com,1999:blog-1098392656461807774.post-19909307291663381232012-05-28T19:57:00.022+02:002012-07-03T16:47:18.059+02:00Esclavitud<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjD_6pGaPUugavL4x_mmi39gztq31r8xcjRTukvEvs7KqfhXkDQHu-aW7uJB5iPZNsgXuIoXvIA2GQ9U0pUF3vPxzZ6GnP6N_TB6oWelmXY9s-DmWBV4l61L-gVaP7tgK-80YdKlsCxJ4La/s1600/1937.+LAS+MET.+DE+NARCISO..jpg"><img style="display: block; margin: 0px auto 10px; text-align: center; cursor: pointer; width: 486px; height: 325px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjD_6pGaPUugavL4x_mmi39gztq31r8xcjRTukvEvs7KqfhXkDQHu-aW7uJB5iPZNsgXuIoXvIA2GQ9U0pUF3vPxzZ6GnP6N_TB6oWelmXY9s-DmWBV4l61L-gVaP7tgK-80YdKlsCxJ4La/s400/1937.+LAS+MET.+DE+NARCISO..jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5747650001178235890" border="0" /></a><br /><div style="text-align: justify; font-family: verdana;font-family:verdana;"><span style="font-size:85%;">Por temor a perder una vida mutilada, en su asfixiante limitación siempre algo más que la llana y negra nada, fueron esclavos los esclavos de antaño. Donde la fría ley castiga implacable la insumisión con la muerte, se comprende su resignada inclinación a la obediencia. Cifrado en la extinción definitiva el precio de la rebeldía, se adivina el miedo ancestral capaz de trocar su germen incipiente en paciente docilidad y blanda mansedumbre. Nacían los esclavos de entonces antes al miedo que a la vida. Quizá por eso se aferraban con fuerza a sus despojos, arrojados con cretina benevolencia por sus dueños como a los perros las sobras al caer el día. Y en los retazos de goce arañados por los resquicios a la servidumbre, atesoraban escuetas, aun así valiosas monedas doradas que apuntalaban el sentido de su existencia. No por otra razón podían festejar en el mendrugo de hoy la mayor ternura del pan en contraste con el recuerdo del engullido ayer.<br /></span></div><div style="text-align: justify; font-family:verdana;"><span style="font-size:85%;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">También el temor a perder es el amo espectral de los espíritus esclavos que han poblado y poblarán la frágil densidad de esta tierra en cualquiera de sus épocas y coordenadas. Sin cadenas en torno a sus tobillos viven atados, y atados se someten y obedecen pese a la ausencia de sogas rugosas lastimando sus cuellos, de espadas afiladas pendiendo sobre sus cabezas ante la tentación de la insubordinación o la huida. A salvo está del derramamiento la sangre que recorre sus miembros, la piel intacta del vértigo cortante del látigo. Pero una vez la vida desnuda se sabe a resguardo, nunca deja de construir sobre su suelo primario un universo variable de posesiones dispares, de pertenencias materiales y bienes invisibles, de dominios en propiedad o usufructo, cuya totalidad conforma ante nuestros ojos la figura aproximada de la vida vivible, la estampa difusa de la vida habitable según los criterios del expansivo corazón humano más allá del rítmico e inconsciente golpeteo que en nuestras muñecas revela su mecánico latido. Ninguna otra causa que el miedo por el angostamiento y posible desaparición de esa figura explica el temblor imperceptible en la cabeza inclinada del alma esclavizada dentro de un cuerpo libre. Las ataduras que paralizan la justa respuesta al ultraje llovido desde las alturas. El acatamiento de órdenes y directrices que sujetan, coartan, y hasta humillan los propios deseos en su rebaja.</span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">De la natural indefinición de sus contornos, de su necesaria laxitud en continuo ajuste con las circunstancias, también de la versatilidad de cada experiencia individual en medio de la masa amorfa, se sirven los señores del poder en su enfermiza avidez por obtener crecientes beneficios del sudor del rebaño. No importa bajo qué pretexto ficticio: siempre cabe intentar recortar, una vez más, un poco más, los límites de la figura. Cuentan para ello con la tenaz alianza, con la sempiterna complicidad de los espíritus esclavos. Tras contemplar la dentellada en la figura, y aun en medio de los gritos por la merma y el acuse de la pérdida, sus corazones cautivos suelen forzarse al olvido de la silueta original ahora cercenada, ansiosos por recobrar, tan pronto como les sea posible, la obligada alegría por las posesiones que todavía les restan. Una vez contabilizados cuidadosamente los daños, alaban en público su suerte y en público se recriminan sus primeras quejas y las de sus vecinos, apresurándose a comparar la mayor cuantía de sus pertenencias con las atribuidas a la indigencia. Incluso los hay que gozan íntimamente del deterioro de la vida vivible, recreándose en la idea de la proeza que se asocia al esfuerzo incrementado, idénticos a camellos que presumieran de la más pesada carga que soportan sus jorobas mientras la tensión extrema de los músculos amenaza con la quiebra de los huesos. Son los que se jactan con orgullo de la aceptación jovial del mazazo, y se felicitan por el trabajo bien hecho en condiciones adversas. Nunca faltan, tampoco, quienes se abrazan a la reconfortante sensación de descubrirse víctimas impotentes de un Mal imbatible y todopoderoso que, por fin, legitima la tediosa letanía de sus antiguos lamentos. De llegar a intuir en sus pechos el pálpito ardoroso de la rebeldía, los espíritus esclavos concentran sus energías en aniquilarlo, amedrentados por la fantasía de la acción subversiva poniendo en peligro lo poco o mucho que aún les pertenece. Acobardados de igual forma por la imagen de la rabia que nutre esa rebeldía emponzoñando su menguado pero precioso, sagrado tiempo de asueto. Ése que se le escatima en un robo de proporciones tan descomunales como estúpidamente consentidas, si no otra cosa que tiempo es la sustancia misma de la vida, y su forzosa dilapidación desmedida a cambio del sustento la estafa más letal de la que podemos ser objeto. En cada minuto que nos hurtan, un minuto menos de esta vida nuestra y única de días contados por la muerte.</span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">Por ello, ante la propuesta de insurrección, de organización de la resistencia y la lucha por reconquistar los espacios usurpados en el momento en que la estrechez impuesta comienza a percibirse inhabitable, los espíritus esclavos miran hacia otra parte: maquinan estrategias para redecorar sus moradas, cubriéndolas de espejos que embauquen a los ojos, mullendo las paredes con algodones que enmascaren su opresivo encogimiento. Cuando se acercan a participar en el debate, se aprestan aun sin quererlo a desarticular la iniciativa acumulando objeciones, proclamando peros, enlazando argumentos que revelen la inutilidad de la batalla, anticipando consecuencias nocivas sin duda probables pero en cualquier caso inciertas, pregonando como única opción la moral bovina del aguante y el manual de supervivencia bajo el brazo del sálvese quien pueda. Por los rincones, osan criticar secretamente la pueril debilidad de quienes rechazan convertirse en mulas de carga. Aprovechan los más aviesos para arrimarse con disimulo a las élites del rebaño: en medio de la revuelta, intentan rascar para sí algún que otro privilegio que aligere su particular apretura.</span><br style="font-family:verdana;"><br style="font-family:verdana;"><span style="font-family:verdana;">Que nadie se llame a engaño: si poseer es igual a temer perder, aún no ha visto la luz criatura humana que no albergue en su interior el espíritu del esclavo. Tan íntimamente arraigado a sus entrañas que la vana pretensión de aniquilarlo debe ser de inmediato desechada. Pero el reconocimiento de su existencia queda muy lejos de la afirmación de su omnipotencia. Frente a este ineludible compañero de fatigas, todo estriba en impedir que se apodere de las riendas que dirigen la voluntad y marcan la decisión. En atreverse a contrarrestar su fuerza invariablemente reactiva. Arriesgándose a desoír su voz temerosa allí donde la obediencia y el acatamiento prudentes, dominados por el miedo a la pérdida y el afán de conservación de apenas unos cuantos escombros, equivalen, en impoluta ecuación, al consentimiento de la pérdida fatal, quién sabe si algún día reparable: la que menoscabará en sus trazos esenciales la figura mínima de la vida vivible para reducirla a esos mismos escombros.<br /><br /></span></span></div>Antígonahttp://www.blogger.com/profile/16663356725297508681noreply@blogger.com16