domingo, 13 de mayo de 2012

Amor paradójico, amor imperfecto


Hablar del amor es siempre partir del desorden interior de cada uno.

Dos grandes proyectos de emancipación del individuo se han trazado por la senda de ese sentimiento tan celebrado como vituperado, tan ansiado como denostado en su fracaso que es el amor. El primero vio la luz en torno al siglo XVIII, cuando comienza a rechazarse la institución del matrimonio entendido como contrato comercial, y contra esta “prostitución legal” –así lo calificaría Stendhal– más propia de mercancías que de individuos, se reivindica la idea del matrimonio por amor, de la libre unión de los esposos sobre el pilar único de la atracción y el sentimiento. El segundo nos queda mucho más cerca en el tiempo y se resume en la fórmula revolucionaria del “amor libre” gritada a los cuatro vientos a finales de los sesenta. Fue la época de la afirmación radical del deseo amoroso más allá de cualquier institución, tradición o lazo contractual. De la liberación sexual, convertida en la expresión más pura del yo y sus afectos, en beligerante ruptura con las reglas morales y sociales que hasta entonces habían encerrado el amor entre las rejas presuntamente represoras de la pareja y la familia. Con la mirada puesta en el horizonte de una transformación utópica y benefactora de la humanidad, tuvo lugar una alocada exaltación de la libertad individual ajena a todo límite, entregada por completo a su expansión pulsional y libidinosa en confrontación con el orden establecido, que incluso llegaría a sospechar del amor allí donde éste afloraba, corrupto, aún encadenado a los ingredientes –la exclusividad de la pareja, el vínculo estable, los celos– del caduco matrimonio burgués.


No obstante, y a pesar de las significativas transformaciones que han experimentado a partir de la revolución sexual de los setenta, en la actualidad ni el matrimonio, ni la familia, ni la exigencia de fidelidad en la pareja han desaparecido. Según Pascal Bruckner, autor del brillante ensayo La paradoja del amor, porque las proclamas del mayo del 68 no sólo no lograron desplazar las viejas costumbres de las generaciones precedentes, sino que contribuyeron a crear un nuevo ideal del amor en el que, en abierta y en ocasiones sangrante contradicción, conviven ambos proyectos de emancipación. Los hombres y mujeres del siglo XXI somos, así, los perplejos herederos de dos exigencias en su concepto incompatibles y que explican la profunda desorientación que padecemos en materia amorosa: por un lado, queremos ser libres y autónomos, no depender de nada ni de nadie, permanecer abiertos a toda posibilidad, ser dueños de nosotros mismos; por otro, deseamos amar fervorosamente y ser fervorosamente amados, vivir pasiones arrebatadoras, entregarnos a la aventura del amor y que éste mantenga eternamente su llama en la seguridad del hogar.

Nos debatimos entre el afán de autosuficiencia y el temor a la soledad que supone el no sabernos necesitados por nadie. Entre la voluntad de realizarnos sin cortapisas ni ataduras y la de contar con un cálido y vivificante refugio en los brazos del otro. Entre el rechazo a todo compromiso que nos limite y la angustia ante la ausencia de quien desee comprometerse con nosotros. Por ello, si renunciamos por amor a ciertas libertades, pretendemos mantener en todo momento la prerrogativa del alejamiento y la recuperación de la independencia suspendida. Si vemos en el amor una oportunidad, también lo contemplamos con recelo por el potencial peligro que implica de perdernos a nosotros mismos. Porque, con desgarradora duplicidad, aspiramos a extraviarnos en el otro tanto como a preservar en todo caso y bajo cualquier circunstancia la libre disposición sobre nuestra propia vida.

Ésta es la razón por la cual, según el análisis de Bruckner, año a año aumenta el número de divorcios y en la actualidad es frecuente vivir en una suerte de poligamia sucesiva. Las parejas, en su opinión, acaban muriendo antes por exceso de idealismo que de egoísmo: le pedimos demasiado al amor. Pues la pareja no sólo debe enfrentarse a la difícil tarea de compaginar el afán de libertad, individualidad y soberanía de cada uno de sus miembros con la necesidad del tiempo en común, de la diversión compartida, de la vinculación emocional. En la medida en que no hay unión amorosa sin cierto sacrificio de la libertad de elección, de la disponibilidad sobre sí y de la autonomía, demandamos del otro, en pago por esa renuncia, la total satisfacción de unas aspiraciones que terminan por revelarse insaciables. Del otro esperamos éxtasis y estremecimiento, redención y salvación, felicidad perenne y vida constante en las alturas. Que nos reembolse el sacrificio de nuestra soberanía, si puede ser con intereses, demostrándonos diariamente amor ardiente y absoluto desprecio por otros posibles amores. No es extraño, por ello, que los tortolitos se transformen en guerreros vengadores en el momento en que se sienten estafados y, en la separación o el divorcio, reclamen furiosamente la justa compensación por la inversión realizada y malograda. Ni infrecuente que en los comienzos de su relación se comporten en la intimidad de sus conciencias como fríos contables que anotan escrupulosamente el montante de lo dado y lo recibido y hacen balance con regularidad del esperado equilibrio de los haberes y debes. O que el arrobo de los amantes se amalgame con la constante investigación policial del otro en busca de las huellas del crimen potencial, de las pruebas de la traición que fuercen a la liberación de la apuesta fallida y del horror del sacrificio en vano.

A ello se añade el que, tras la experiencia de la revolución sexual, el compromiso de fidelidad se cifre en un precio muy alto: las desorbitadas expectativas depositadas sobre el sexo en pareja. Más que nunca, afirma Bruckner, los amantes cohabitan bajo el imperativo de procurarse gozo recíproco, y tanto para ellos como para ellas, el erotismo se coloca bajo el yugo de la moral de la proeza, de la pericia, de la intransigencia más feroz ante la torpeza del otro. De las utopías del mundo contemporáneo, quizá la más conmovedora, señala con ironía, es la de la durabilidad ad aeternum del frenesí sexual de las primeras etapas del amor, inevitablemente acompañada del pánico ante el natural debilitamiento de la libido. De igual modo que se pretende aunar libertad y dependencia, se apuesta extravagante y atolondradamente por la conjunción imposible de duración e intensidad. De ahí que ese ideal irrealizable del amor nos lleve de decepción en decepción, de fracaso en fracaso y de sufrimiento en sufrimiento. Y si no llega a tanto, no es raro que nos suma en continuas cavilaciones sobre lo que son los amores que vivimos en contraste con lo que pensamos que podrían o deberían ser, y que a menudo nos desborden las dudas que en nosotros suscita la más que probable distancia entre la realidad del amor y su concepto inflacionado.

En “La paradoja del amor”, libro que recomiendo sin vacilación alguna a todo aquel que desee comprenderse mejor en sus experiencias y expectativas sobre el amor, Pascal Bruckner disecciona, con objetividad y un elegante rigor conceptual aderezado de un fino sentido del humor, todos aquellos factores que endulzan y amargan la existencia del individuo del siglo XXI en su dimensión afectiva y amorosa: desde el mercadeo de la seducción que rodea la caza de pareja o del eventual partenaire erótico, pese a la liberación sexual aún dominado por la tiranía de la belleza y de la juventud, hasta la sobrevaloración del hedonismo –el placer produce alegría, pero no enseña nada, sentencia sabiamente Bruckner– que exacerba peligrosamente la búsqueda del goce e incrementa también peligrosamente la angustia de la insatisfacción; desde los sentimientos ambivalentes que en nosotros provocan los fantasmas de los “ex” de nuestras parejas, hasta las nuevas formas –algunas descaradamente intolerables: ¡romper con un sms!- con que se afronta el siempre amargo trago de la separación; desde el imaginario irrealizable que imprime en nuestras mentes la pornografía, hasta la creciente proscripción de la prostitución en manos de un feminismo caracterizado por la intolerancia.

Pero en el ensayo de Bruckner cabe leer igualmente una celebración del amor en el mundo de libertades en que hoy nos ha sido dado experimentarlo, tal y como revelan las deliciosas líneas que dedica a las alegrías de la vida en pareja vivir bajo la mirada tierna del otro, captar su escucha benevolente, atreverse los dos a hacer lo que no osa hacer uno solo… estoy salvado en cuanto el ser amado está a mi lado y se convierte en testigo de mis menores actos… ser aceptado tal como se es, con las debilidades, sin ser fulminado…, o al suicidio programado de los viejos amantes, que se niegan a hacer el último viaje por separado. Y, a mi entender, sus consideraciones son el resultado de una mirada tan extremadamente lúcida como benevolente, que con decisión se resguarda de toda censura, sobre la complejidad del ser humano, que nunca dejará de enfrentarse a sus más elevadas cualidades y a sus más rastreras bajezas en el desafío excitante y cargado de prevenciones del amor. En esta época de desconcierto y amor paradójico, es preciso evitar sucumbir a una última ilusión, advierte Bruckner: la de denunciar el amor como una ilusión. Eso sí: siempre que se acepte que el amor humano es una posibilidad impura, invariablemente imperfecta, ambigua hasta la médula. Y que de poder eliminarse su ambigüedad, se aniquilaría también con ella la fuerza del hechizo que nos impulsa a perseguirlo.



Sobre el modo en que esa ambigüedad puede llegar a agudizarse en tiempos de crisis como los que estamos atravesando, no os perdáis este estupendo corto:


22 comentarios:

TRoyaNa dijo...

Antígona,
cómo me ha gustado la entrada.
Has hecho un repaso cronológico de varias concepciones del amor,y es cierto hay ciertas formas que no han caducado:la del compromiso,la estabilidad,la fidelidad...etc...y que contrariamente conviven con otras formas menos ortodoxas como esa poligamia sucesiva,a la que aludes.

Lo has explicado muy bien y me ha venido,no sé porqué la imagen del hombre de Vitruvio con las manos y las piernas abiertas,como si de cada extremidad tirarán de nosotros tensos hilos que nos llevan en direcciones contrarias:por lado,el compromiso,el deseo de ser esperados,reconocidos,amados....por otro,el deseo de afirmar nuestra individualidad y de conservar nuestro espacio,nuestra libertad de movimientos,nuestra independencia.
No sé si estos deseos son irreconciliables y si lo son,si pueden seguir siéndolo con el paso del tiempo.
Tentados estamos todos a caer en esa fe a la que alude el libro,en pensar que el amor no es una ilusión.
Sin embargo,no puedo dejar de pensar que si no es una ilusión,no creo sea una realidad eterna ni tampoco exclusiva.No al menos en todos los casos sin excepción.
Y sí,es posible se le pida demasiado al amor,cuando volcamos en el otro,todas las expectativas de sentirnos llenos y satisfechos con nuestras vidas,cuando volcamos en la relación el deseo de que no disminuya su intensidad.
Pero también es cierto,que no somos dueños de las emociones,si no más bien esclavos de ellas,y lejos de abogar por la poligamia sucesiva,tampoco creo en la fórmula de intentar salvar una y otra vez lo que es insalvable,lo que está fuera de nuestro alcance y nuestro control.

Sé que el tiempo amansa,la extensión está reñida con la intensidad,pero todavía me cuesta comprender el porqué se prioriza el "sentido práctico",la conveniencia,la razón y el sentido común en lo que tendría que predominar la emoción,aunque fuera ya atenuada.

Me ha gustado mucho ese abanico de posibilidades erótico-amorosas del individuo del siglo XXI,aunque sin considerarme en absoluto hedonista,sí creo que el placer además de producir alegría es una fuente de conocimiento inagotable,o sea que en ese sentido,discrepo de Bruckner.
Tiendo a pensar que se aprende de todo,del placer y del sufrimiento y a través del placer llegamos a conocernos mejor a nosotros mismos y también aprendemos de cada persona que ha pasado por nuestras vidas,por muy fugaz que fuera su paso.
Lo de romper por sms( o a través de un pósit) me parece más propio de pusilánimes y me ha sonado bastante cinematográfico;)
Me ha gustado esa definición última del amor como " una posibilidad impura, invariablemente imperfecta, ambigua hasta la médula.Y que de poder eliminarse su ambigüedad, se aniquilaría también con ella la fuerza del hechizo que nos impulsa a perseguirlo."


Has conseguido despertar mi curiosidad con el libro y también con la imagen que encabeza el texto:
¿es de Klimt?

En cuanto al corto,
¿qué decir?¿se instaurará el mercadeo de la seducción en las parejas estables a fin de sobrevivir a la crisis que no acaba?
Imaginación al poder;)

Besos Anti,qué buena entrada:)

Marga dijo...

Chapó, mi querida señora Antígona. Un texto magnífico.

Es posible que en mi valoración influyan los dimes y diretes que me traigo conmigo misma en los últimos meses. O que haya soltado una carcajada al verme retratada en esa paradoja que significa verse entre las aguas del imperante deseo de autonomía y la necesidad de reflejarme en unos ojos que me levanten las ganas. Ese no me entiendo ni yo, estaré idiota, a ver si te aclaras, bonita…

Y me ha traido a la memoria aquella enseñanza básica: “nena, no se puede tener todo”. Enseñanza contra la que yo pataleaba y me rebelaba. Claro, en aquel entonces era una niña y ahora… se supone que no, verdad? O sólo se supone? Tal vez el amor sea uno de los sentimientos más complejos a los que debamos enfrentarnos precisamente por esa frase del principio que tanto me ha gustado por acertada, por ser el reflejo de nuestro desorden interno. Y porque intentamos explicar lo inexplicable, que cantaba otra de mis canciones de infancia. Porque en él se aunan no sólo condicionantes sociológicos sino propios, proyectos y expectativas personales, patrones anteriores y familiares, experiencias más o menos fallidas, y porque en el amor de pareja, debido a su naturaleza, se produce la prueba más extrema a la que tenemos que enfrentar un “yo” con un “el otro”. Un batiburrillo excesivo, no crees? Demasiadas variables para nuestra imperfección.

Hace un tiempo vi unos documentales de la BBC. Trataban de la investigación con pautas científicas sobre cómo se produce el enamoramiento y si se podía encontrar una “fórmula” que explicara la durabilidad de algunas parejas. Además de muy interesantes resulta que te partías de risa con ellos: la conclusión a la que llegaban era la imposibilidad de investigarlo y ofrecer un estudio concluyente. El amor, al menos de momento, sigue escapando a toda pauta racional. Dando con ello la razón a todos los poetas que en el mundo ha habido. Una cosa me hizo especial gracia: estudiando los reflejos cerebrales que se producen cuando estamos enamorados, se comprobaba que la zona donde se ubica el criterio, difuminaba y apagaba su color al contemplar al amado. Ahí está, me dije, prueba irrefutable de que el amor te vuelve idiota… jajajaja. Bromas aparte, de verdad que eran curiosos. No recuerdo sus títulos pero si quieres los busco por el disco duro que por ahí seguirán.

Y dicho todo esto, con mis dudas y escepticismos, miedos y rabietas… qué narices! No conozco estado vital que me guste más que el de estar enamorado. Y no, nunca caeré en ese juego de suponer que el amor sea una ilusión. Creo que es extraño y desesperante y curioso y una barbaridad y una delicia y una contradicción continua, una putada en ocasiones… En fin, eso, humano, profundamente humano. Y que como Bruckner, no quiero renunciar a la humanidad ni a la ambigüedad que supone su existencia.

Y voy a buscar el libro. Me has picado!

Besotes enajenados.

El peletero dijo...

Creo que siempre confundimos amor con enamoramiento, y con sexo, y aunque en algunos casos van juntos en la mayoría de ocasiones no. De todas maneras, tiene usted toda la razón, querida Antígona, lo deseamos todo, incluso los contrarios, queremos saber sin aprender, ganar carreras sin correr, que nos amen sin amar, ser libres rodeados de esclavos que nos sirvan.

Sin embargo, me enternecer ver, que a pesar de todo, usted nos califica de idealistas y no de egoístas, un magnífico eufemismo que viste a la mona de seda. ¿No será usted la idealista al no querer ver el material del que estamos hechos?

La economía siempre ha sido un poderosísimo instrumento de seducción amorosa y sexual, un potente afrodisíaco, o todo lo contrario, que como la misma temperatura hace subir o bajar los termómetros que regulan los sentimientos y las pasiones que, como el dinero, la riqueza y la pobreza, van y vienen.

Por ello pienso que no eran tan injustos los matrimonios por conveniencia fuera de la opresión femenina que en ellos se daba. Quizá deberíamos volver a usarlos, modernizándolos, adaptándolos a los tiempos que corren, en igualdad de condiciones para los cónyuges, sexuales, paternales y económicas, sean del mismo o de diferente sexo, de dos o más de dos esposos.

Piense que la misma crisis tal vez nos obligue al braguetazo por necesidad, yo mismo me ofrezco con su permiso y, abusando también de su hospitalidad, me anuncio:

Peletero catalán, madurito y cascarrabias de buen ver, se ofrece a señora simpática y con posibles para matrimonio de conveniencia. Se aportará lo necesario menos dinero, la presente situación me obliga a valorar mis “activos”, que sin ser muchos no son pocos, en especies y no en moneda de cambio que ya sabemos pronto no valdrá nada.

Interesadas escribir a “El peletero”, se agradecerá foto de cuerpo entero con poca ropa. (O ninguna)

El Peletero

(Gracias, Antígona)

Antígona dijo...

Querida Troyana, pues atribúyele todo el mérito al libro de Bruckner, que yo me he limitado a reseñarlo, según lo he entendido, y a entresacar de él las ideas que más me han llamado la atención. Y son muchas las cosas que habría valido la pena mencionar igualmente y que me he dejado en el tintero porque el post era ya demasiado largo. ¡Es que el libro es estupendo!

No sé si se ha entendido bien, pero lo que Bruckner llama poligamia sucesiva no es más que el hecho de que, frente a años atrás, ahora es muy normal que se vaya cambiando de pareja –con más o menos frecuencia según los casos- y que, por tanto, se vayan teniendo diferentes relaciones a lo largo del tiempo. Desde luego –y teniendo en cuenta que hay quien cambia de pareja como de camisa- se trata de una forma nada ortodoxa en comparación, por ejemplo, con las experiencias de la generación de nuestros padres.

Si me ha interesado tanto el libro de Bruckner es porque, como parece ser tu caso, me he sentido plenamente identificada con ese análisis que nos describe desgarrados entre el deseo de independencia y el deseo de querer y ser queridos que contradice hasta cierto punto esa independencia. Bruckner no dice, por supuesto, que ambos deseos sean per se irreconciliables. Pero sí es cierto que, en la medida en que son deseos contradictorios, la posibilidad de que ambos se realicen en la medida en que tal realización nos deje satisfechos no es tarea fácil y nos vuelve un tanto esquizofrénicos respecto al amor. Porque es cierto que no puede haber compromiso sin un cierto grado de renuncia a la propia libertad, y no creo que sea fácil acertar con el adecuado equilibrio que nos lleve a sentir que ni la renuncia es demasiado gravosa ni el compromiso demasiado poco comprometido.

Yo tampoco creo que el amor sea una ilusión. Lo ilusorio más bien es atribuir ciertos rasgos al amor que corresponden antes a un ideal que nos hemos forjado que a la realidad que somos capaces de vivir. Eso es, según Bruckner, lo que más destructivo resulta para la pareja, y lo que más daño nos hace como individuos, puesto que nos lleva a anhelar lo que no es más que el fruto de una fantasía irrealizable.

Tienes razón en que no somos dueños de nuestras emociones, sino más bien esclavos de ellas. Pero hay una teoría de un tal Albert Ellis que dice que nuestras reacciones emocionales no son el fruto inmediato de las cosas que nos suceden, sino de las creencias que tenemos sobre tales acontecimientos y la interpretación que a partir de ellas les damos. Lo que quiero decir es que nuestras emociones no dejan de depender de las ideas que tenemos sobre cómo son o deben ser las cosas, y cuando las ideas son erróneas o absolutistas, tenemos reacciones emocionales que podrían evitarse de contar con ideas algo más flexibles o acordes con la realidad. Algo de esto creo que sucede en el amor, y quizá aún estamos demasiados presos del ideal del amor eterno y del fueron felices y comieron perdices y por ello experimentamos, por ejemplo, el acabamiento del amor como un fracaso desgarrador en lugar de como una posibilidad nada infrecuente con el paso del tiempo o la dispar evolución de los componentes de una pareja.

Por otra parte, no creo que Bruckner abogue en absoluto por ese sentido práctico o conveniencia que mencionas. Más bien lo que plantea es que hay emociones calmadas y serenas tan valiosas a la hora de hacernos sentir felices como las más intensas o excitantes que caracterizan los inicios de la relación amorosa. Es decir, que en este mundo que tanto predica la intensidad y las emociones fuertes deberíamos tal vez empezar a valorar más otras emociones tan imprescindibles o más en nuestras vidas.

(sigo abajo)

Antígona dijo...

Lo que Bruckner señala sobre el placer es ante todo una respuesta a lo que él entiende como una suerte de inflación de su búsqueda en estos tiempos, que asocia al consumismo y los imperativos de satisfacción inmediata que impone. A su juicio, la liberación del deseo ha conducido a que éste se convierta en un mandato, en una orden de disfrute cuya obediencia resulta a la postre conformista. No es que esté en contra del placer y niegue su importancia, claro que no. Más bien creo que con su afirmación trata de ponerlo en su lugar para señalar que no es su búsqueda en exclusiva lo que debe guiar nuestras vidas. En nuestras vidas hay y tiene que haber espacio para muchas más cosas.

Lo de romper con un sms, ¡jajajaja!, es un ejemplo que pone que mi hizo mucha gracia, pero además es que conozco casos de personas a las que han dejado de esta manera tan rastrera y cobarde.

La imagen es de un fragmento de un cuadro de Egon Schiele que, si no me equivoco, se llama “El abrazo”. Aquí puedes verlo entero: http://giverny.lacoctelera.net/post/2008/05/28/egon-schiele-el-abrazo.

El corto es de un amigo y me gusta por la visión tan cruda, tan sórdida que plantea de la crisis a través de esa relación de pareja. No dudo yo que esta crisis no haya de afrontarse con un poco de imaginación, pero siempre y cuando el remedio no sea peor que la enfermedad, ¿no? :)

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Te digo, niña Marga, lo que le acabo de decir a Troyana. Ese chapó para Bruckner, que es quien ha logrado hacer ese ensayo tan brillante en su forma como en su contenido.

Ya vamos tres, entonces, que nos sentimos identificadas :) Y será entonces que el diagnóstico de Bruckner tiene mucho de cierto y que esas contradicciones que vivimos internamente no son más que el reflejo en cada uno de nosotros de ideas en las que nos hemos educado y que respiramos a cada paso como resultado del devenir histórico que él mismo expone. Supongo que ni nuestros deseos de independencia ni de ser amados nos lo hemos inventado cada cual, aunque luego en cada cual se interioricen, integren y expresen de maneras distintas, que para eso somos cada uno muy nuestros y un pozo insondable en la intimidad de nuestras entretelas.

No, no se puede tener todo. Recuerdo haber leído un fragmento de otro texto de Bruckner donde decía algo así como que el infantilismo es la utopía de la renuncia a la renuncia. Cuánto nos cuesta aprender que cada elección que hacemos implica necesariamente la renuncia a muchas otras, y que en esta vida finita no nos cabe todo y se impone la selección y el descarte, aunque sólo sea en grados en aquello a lo que en absoluto podemos renunciar sin sentir que renunciamos a una parte esencial de nosotros mismos sin la cual la vida nos resultaría inhabitable. Desorden interno… ¿quién no es víctima de él? ¿Quién se aclara consigo mismo en todo lo que desea y en el modo en que lo desea? No es nada fácil, no ya poner un poco de orden en ese caos, sino siquiera aclararse con el propio desorden para entenderlo y no sufrir en exceso por su causa. Y en las relaciones de pareja, donde tratan de armonizarse dos desórdenes de universos paralelos, el batiburrillo está más que servido.

De los documentales, no sé si me basta con lo que me has contado y con la conclusión que se desprende de los mismos, y que ya con cierto sentido común anticipaba. El día en que se logre una explicación científica del amor que además sea honesta –porque con falta de honestidad, se puede explicar todo científicamente- ¡¡¡volarán burros por el cielo!!! Pero me parece muy bien que se hagan estudios para demostrar que hay cosas que carecen de explicación racional, que andamos todos muy deseosos de explicaciones que nos tranquilicen y sosieguen y el aura de la ciencia la convierte en un instrumento peligroso en manos de quienes rehúsan aceptar sus límites. Me ha hecho mucha gracia lo de la zona del criterio: ¡idiotas perdidos cuando nos enamoramos, jajaja, y ya con constatación científica y todo! Yo, sin embargo, recuerdo otro estudio científico que salió en no sé qué medio de divulgación que afirmaba, en función de una investigación de parámetros bioquímicos y hormonales, que el amor estaba condenado a morir en un plazo de cuatro años. ¿Te imaginas, una pareja explicando a sus amigos que se separan porque sus hormonas ya han acabado el ciclo natural que les mantenía unidos? Hablábamos el otro día de determinismos y hay qué ver cuántas estupideces se dicen en nombre de la naturaleza que se hacen valer como pretextos para dejar nuestras conciencias tranquilas y proporcionarnos una explicación simplona que nos libre de reflexionar con sinceridad y profundidad sobre las cosas que nos pasan.

(sigo abajo)

Antígona dijo...

Estar enamorado es un regalo y un milagro, angustias, temores y sufrimientos incluidos y aunque no falten ocasiones en que uno tiraría al amor y al otro por la ventana, jajajaja. ¿Ilusión? De ninguna manera. El amor es un sentimiento y como decía Dante, la fuerza que todo lo mueve. Lo que son ilusiones son todas aquellas cábalas que nos hacemos sobre lo que debería ser que nos ponen la zancadilla mientras lo estamos viviendo. Y es además una aventura renovada cada día en la que uno nunca deja de aprender sobre sí mismo, aunque a veces lo haga a tortas con la contradicción.

El libro te va a encantar, Marga. Lo que yo he conseguido reflejar aquí no es más que una pálida sombra de todo lo que contiene. Así que te auguro momentos de mucho, muchísimo disfrute con él. Y el tipo, ¡ay cómo escribe! Pura envidia es lo que me da.

Besos con el criterio difuminado!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, se me ha colado su comentario mientras respondía a Marga y a Troyana y ahora no tengo tiempo de continuar.

En cuanto encuentre un hueco le respondo gustosamente.

Besos!

Dona invisible dijo...

Hola, Antígona,
precisamente el otro día pensaba en tu post sobre el conocimiento del otro/a, sobre hasta qué punto sabemos lo que experimenta la otra persona en determinados momentos en que se produce la comunicación. !Y qué mejor momento para plantearse ese dilema del conocimiento de la otra persona que el del amor!? La inseguradad que experimentamos al preguntarnos si el otro/a sentirá lo mismo que nosotros/as mismos/as cuando ni siquiera nos conocemos bien y se trata de una experiencia turbadora...
Hace tiempo leí un artículo en el que se aseguraba que el amor romántico es una invención de la literatura y del cine, que en realidad no existe y nuestra tendencia a buscar constantemente ese ideal es lo que tiene como consecuencia la frustración. Está claro que aspiramos a un ideal y a una utopía y que las expectativas de amor ideal no se cumplen. Pero, como bien he leído por aquí en tus respuestas, eso no supone que el amor no exista. Más allá de la influencia de las novelas y las series de sobremesa, escapa a nuestra razón el porqué de repente sentimos esa necesidad de estar con alguien en quien pensamos constamente, o esa turbación que se produce al verlo. ¿Es química? ¿Son las feromonas? No lo sé, en todo caso sí que sé que esa primera experiencia turbadora se transforma al cabo del tiempo. Y es que no hay bien (o mal, según se mire) que cien años dure ;-)
Besosssssss

Antígona dijo...

Estimado Peletero, no sé si le entiendo muy bien. Limitando de entrada el concepto de amor al amor de pareja, es cierto que no es lo mismo amor, que enamoramiento, que sexo. Pero me resulta difícil concebir un amor –al menos en estos tiempos en que ya no quedan, al menos por nuestros lares, matrimonios de conveniencia donde el amor pudiera surgir a posteriori- que no haya ido precedido de alguna suerte de enamoramiento y en el que no haya –o haya habido- atracción sexual. ¿No es así como entendemos el amor de pareja? Es decir, ¿no se diferencia precisamente ese amor –frente al que maternal o fraternal- por la experiencia del enamoramiento y la atracción sexual?

Decía Freud que el Ello, sede de nuestros deseos, es por completo ajeno a las leyes de la lógica. De ahí que no sea extraño que deseemos a la vez A y no A y que sólo la necesidad de plegarnos a la realidad nos obligue a domesticar esos deseos contradictorios, en un duro aprendizaje que nunca termina.

No soy yo, sino Pascal Bruckner, quien nos califica frente al amor antes de idealistas que de egoístas. Lo cual no significa que no podamos ser tanto egoístas como idealistas. Lo que afirma es que en la actualidad las parejas fracasan más por su idealismo que por su egoísmo. ¿O no está usted de acuerdo con que el amor es uno de aquellos ámbitos en los que con más insistencia la pregunta acerca de qué debería ser tiende a responderse antes con ideales que con experiencias vividas?

Yo no dudo que en otros tiempos, y también en estos para algunas personas, la economía no sea un poderoso instrumento de seducción amorosa. El propio Bruckner lo admite. Pero, personalmente, no podría llamar amor a la atracción fundada en el interés económico, y mi termómetro sentimental jamás ha subido o bajado en consideración a la pobreza o riqueza de nadie. ¿Será que soy víctima de ese ideal que Bruckner denuncia?

Los defensores del matrimonio de conveniencia afirmaban, y no sin razón, que un matrimonio era tanto más sólido cuanto menos sentimientos y pasiones mediaran entre los cónyuges. Pero es que los matrimonios de conveniencia cumplían una función social y no pretendían satisfacer amorosa o sentimentalmente a sus integrantes. No creo por ello que su sugerencia tenga éxito alguno: hoy entendemos que la realización personal pasa necesariamente por la realización afectiva y, sin querer juzgar si esto es bueno o es malo, no veo la manera en que esta situación pudiera revertirse a la anterior.

En absoluto abusa usted de mi hospitalidad y le deseo mucha suerte con su anuncio. Eso sí, dado que ha tenido a bien utilizar esta casa para su ofrecimiento, sería un detalle que me tuviera al tanto de sus resultados. Sin incluir las fotos, obviamente. A tanto no llega mi curiosidad :P

Un beso!

Antígona dijo...

También yo creo, Dona, que es en la experiencia del amor donde más urgente se vuelve la pregunta por el modo en que el otro tiene experiencia de las cosas que nosotros mismos vivimos. Supongo que porque en ningún otro caso nos sentimos tan cerca del otro y ese sentimiento se transforma en el deseo de traspasar los límites que nos separan de él y penetrar en la intimidad de su conciencia. Bruckner dedica unas páginas preciosas a la experiencia del reconocimiento de ese límite en la propia unión sexual, en la que la cercanía al cuerpo del otro nos lo devuelve al mismo tiempo como un enigma impenetrable. Por no hablar, como señalas, de esa inseguridad que nos sobreviene cuando nos preguntamos si el otro albergará sentimientos idénticos a los nuestros cuando utiliza con respecto a nosotros la palabra amor. El enamorado busca certezas, la confirmación de que sus deseos serán satisfechos. Y sufre incluso cuando se le ofrece de palabra esa certeza porque siempre resta la incertidumbre insalvable de lo que realmente se alberga tras la palabra del otro.

Alguna vez he oído esa teoría del amor romántico como invención del cine y la literatura, aunque no he leído nada al respecto. En cualquier caso, ¿y qué, si así fuera? ¿No son también los derechos humanos una invención nuestra? Lo problemático no es tanto que los seres humanos inventemos ideales como que confundamos el ideal con la realidad, o que nos planteemos ideales que se hallan por completo fuera de nuestro alcance y al mismo tiempo pretendamos convertirlos en nuestra realidad. Por otro lado, siempre he pensado que los ideales, en general, son construcciones que se encuentran por definición en un lejano horizonte pero que al mismo tiempo nos impulsan a avanzar, tanto individual como colectivamente. ¿Por qué habría de ser distinto en el caso del amor? ¿O acaso no nos define como especie nuestra capacidad de cambio y transformación en función de las metas que nos marcamos?

En cuanto a esa experiencia turbadora de la que hablas, ay, yo me temo que nunca llegaremos a saber qué es lo que nos lleva a vivirla con unas personas y no con otras y por qué en unos momentos y no en otros. La cuestión es que es un hecho, algo que nos sucede, y que nunca dejamos de celebrar porque constituye una de las experiencias que más vivos nos hacen sentirnos, aun cuando, por otra parte, pueda ir también acompañada de grandes dosis de sufrimiento.

Que esa experiencia de turbación no dure cien años me parece antes una bendición que una maldición. ¡Es agotadora! :) Lo decisivo, para mí, es en qué se transforme y si en esa transformación siguen vivas las ganas y el placer de estar en compañía del otro.

Besazos!

Jota Martínez Galiana dijo...

No es fácil escribir de algo sobre lo que se han vertido tantos ríos de tinta como el amor, pero tú, como siempre, (con el apoyo de Bruckner) ;) lo bordas. Muy buen análisis de los múltiples matices y contradicciones de uno de los motores principales, si no el único, de la existencia humana. Vivimos por y para el amor, y aun negándolo desde el cinismo despechado, es imposible sustraerse a su influjo.
Estoy totalmente de acuerdo en que la pornografía esclaviza las mentes, encadenándolas a fantasías en muchos casos irrealizables y absurdas que generan muchas frustraciones. Y desgraciadamente, en esta cultura de lo banal y lo superficial, se prima la satisfacción inmediata de impulsos e instintos frente a la complicada labor de orfebrería que supone el construir una base sólida de cariño y respeto mutuo.
Otra cosa que afecta al amor y que es complicado sobrellevar es la aparición de un hijo, es decir, la dispersión del amor, el paso de una condición bidimensional a tridimensional, la presencia permanente de un testigo de la vida conyugal ante el que no solo hay que ser lo más intachable posible, sino parecerlo.
El corto está bastante aceptable, aunque la interpretación de la chica (ahora me dirás que eres tú o tu prima o una amiga y la habré cagado) deja, en mi opinión, bastante que desear. En general, esto de las interpretaciones poco curradas suele lastrar muchos cortos pero eso merece un capítulo aparte.

El peletero dijo...

Mi intención, querida Antígona, era la de poner una nota de humor que siempre es necesaria, y mucho más en estos temas tan peliagudos, valga la expresión. Cuando queremos romper tópicos muchas veces no hacemos otra cosa que construir de nuevos. Es curioso, la gente ahora dice que se casa, o se empareja, por amor, en cambio en los divorcios los asuntos económicos continúan siendo los que producen los enfrentamientos más penosos y desagradables, los más enconados. La verdadera historia, querida amiga, no se escribe entre las sábanas de las camas, eso sólo es material para poetas ingenuos, sino en los despachos de abogados y notarios, en ellos se encuentra el campo de batalla.

Yo no hago diferencias en el amor, no establezco clases o categorías, no distingo el paternal del filial, el que sienten unos amigos entre sí con el que vivimos con nuestra pareja sexual. Para mí sólo hay un único amor sin distinciones. Lo que sí existe son circunstancias diferentes y personas distintas en las que proyectamos nuestra atención y nuestros intereses. Amamos a personas con las que no tenemos ningún interés sexual y a otras con las que sí.

Amamos a personas y estas personas no son entelquias, seres desnudos, desprovistos de atributos.

Una vez uno de mis personajes, Augustus, conversaba con su hijo, Fidelius y decía:

- Querido hijo, yo solamente sé que en esta vida la única cosa cierta y que no es motivo de opinión es que, como afirma el fundador de los hoteles Hilton, la cortina de la bañera debe de caer por dentro de ella y no por fuera. Todo lo demás es opinable.

- Augustus, siempre te complaces en el sarcasmo. ¿No quieres responder a mi pregunta?

- En el sarcasmo “elegante”, Fidelius, “elegante”.

- Sí, claro, elegante, pero hablábamos de amor, ¿no?, de mujeres enamoradas, ¿no? ¿Quieres responder?, ¿sí o no?

- Hablábamos de personas enamoradas. También de un hombre, de José, parece que los hombres ya no existan. Pero querido Fidelius, el único amor que yo conozco, aparte del tuyo y el mío, es el amor no consumado. No puedo responder eso que me preguntas porque no sé cómo hacerlo.

- Entonces, si me permites, hablaré yo usando palabras de otro.

- ¿De quién?

- En este caso de otra, de la antropóloga Déborah Puig-Pey. Has empezando hablando de fracasos, de soledades y de miedos. Todos esos personajes “apócrifos” parecen muertos, se aman los unos a los otros y apenas dejan su aliento marcado en un espejo.

- No tan muertos, hijo, dejan algo más que un vaho en un cristal.

- ¿El qué?

- Unas palabras escritas. ¿Qué dice tu antropóloga?

- No es “mi” antropóloga, y es un texto aparecido en “El País” el domingo 13 de abril pasado. El periodista que firma el artículo, Joan Carles Ambrojo, dice:

(Sigue)

El peletero dijo...

“En opinión de la antropóloga y escritora Déborah Puig-Pey, ha aumentado el desajuste entre el ideal de pareja y la realidad. “La educación sentimental se basa en el modelo romántico, contradictorio con otros modos de pensar la vida social. La relación de pareja, que es también una relación social, se sigue esperando de ella reciprocidad, sentido, duración, gratuidad. Sin embargo, estas características, que no se esperan del mundo del trabajo o de la política, en la pareja quedan aisladas fuera de contexto, y parecen heredar los mecanismos contrarios: se desarrollan como relaciones de dominio en privado”. Estos enlaces tóxicos se producen “porque son un espejo de todo lo que hemos aprendido de nosotros mismos a través de nuestras relaciones humanas”, añade Puig-Pey.

A pesar de los cambios sociales que se han producido en los últimos años, entre ellos los matrimonios entre personas del mismo sexo o la tendencia hacia una sociedad erotizada, “continúa existiendo un ideal de pareja estable y la exigencia de fidelidad sexual ligada a la fidelidad amorosa sigue siendo igual de fuerte” dice Gerardo Meil, catedrático de Sociología de la Universidad autónoma de Madrid.

Uno de los problemas en el mundo del amor, sigue la antropóloga, es que se ha caricaturizado el ideal electivo o el derecho a elegir libremente la pareja, incrementándose las razones de mercado: “La relación es más tóxica si la pareja se ha formado por una cuestión de prestigio (el dinero, el estatus, el físico) porque es una relación sometida a elementos altamente variables, consumibles e incontrolables.”

- ¿Qué te parecen sus palabras, padre?

- Que tiene razón la señora Puig-Pey, Fidelius, pero se equivoca en los “elementos de elección”, todos son “fungibles”, sean esos los que sean.

- ¿Por qué han de serlo?

- Porque estamos hablando de cuatro cosas diferentes. El enamoramiento, la convivencia, el matrimonio y el amor. Además, los elementos de “prestigio” son tan legítimos como cualquier otro, al fin y al cabo todos son de prestigio. Lo contrario es “casi” una contradicción en los términos.

- No te entiendo.

(Sigue)

El peletero dijo...

- Uno puede elegir una pareja de “prestigio” sin estar enamorada de ella. También puede enamorarse de alguien que no le aporte ninguna clase de prestigio económico, social, cultural o sexual. Pero lo más normal es que los “elementos de prestigio” enamoren, para eso están, para eso sirven, para enamorar. Todos ellos, por separado o juntos, y todo el mundo es vulnerable a su influjo. ¿Ser inteligente no enamora?, ¿ser bello tampoco?, ¿y sabio?, ¿y ser rico?, ¿y el poder o tranquilidad que comporta esa riqueza?, ¿no enamora también? ¿O la listeza y habilidad para conseguir dinero?, ¿la simpatía?, ¿pintar un cuadro, cantar una canción? ¿Ser un buen padre no es un buen elemento de elección? La edad también lo es, una pareja muy joven o muy mayor otorga prestigio según por dónde la pasees. Prestigio y seducción son dos aspectos que forman parte del mismo fenómeno, como el dinero y el sexo, “El-Peletero” lo resalta continuamente, ambas cosas son lo mismo. Siempre hay que recordarlo, las personas necesitan olvidarlo constantemente para sentir y creerse que son bondadosas y que se merecen el cielo. Después, cuando tu pareja pierde la belleza o se arruina, desaparece el amor, ¿cómo ha sido?, ¿qué ha sucedido?, ¿quién mató al lobo? Nadie, se murió solo, cuentan todos.

- ¿Por qué tienen esa necesidad de negar eso que los impele a enamorarse?

- Por ese malentendido que muy acertadamente señala la señora Puig-Pey, por ese desajuste entre el ideal romántico de pareja y la realidad que marca la biología y la psicología humanas.

http://el-peletero.lacoctelera.net/post/2008/05/15/el-peletero-augustus-y-fidelius-el-amor-consumado-primera

http://el-peletero.lacoctelera.net/post/2008/05/19/el-peletero-augustus-y-fidelius-el-amor-consumado-segunda


Yo nunca he dado crédito a lo que la gente piensa sobre sí misma por ello no veo en su idealismo, incluso el político, más que excusas y subterfugios que esconden sus vergüenzas y sus verdaderos propósitos. Con las debidas excepciones.

Ya le contaré sobre los resultados de mi anuncio, pero si quiere que le diga la verdad, tengo pocas esperanzas puestas en él, aunque nunca se sabe, he visto cosas mucho más improbables.

Besos, Antígona

Anónimo dijo...

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/21/actualidad/1332342318_934311.html

NoSurrender dijo...

La verdad es que el matrimonio por amor fue una revolución romántica que puso toda la estructura social patas arriba, y aún no nos hemos recuperado. ¡Con lo equilibrado que tenían todo cuando una de las dos partes no era persona sino cosa! Todos los difíciles problemas de la convivencia se resolvían inmediatamente, claro, y, como decía Tocqueville, una familia fuerte hace un Estado fuerte :) En cambio la del amor libre se trata más de una revolución consumista que romántica, pero que igualmente pone en solfa todo lo inventado hasta entonces. Tiempos líquidos frente a tiempos sólidos, que diría Zygmunt Bauman.

Respecto al grado de libertad que obtenemos cuando tiramos por uno u otro camino (monogamia permanente vs. poligamia seriada), no estoy muy seguro de que el segundo ofrezca más libertad, la verdad. Si aceptamos el hecho (del que también habla Bruckner en otro momento de su obra) de que cuando nos acostamos con alguien nos estamos acostando con todo nuestro pasado y con todo el pasado de nuestra pareja, entonces el número de dueños/manipuladores de nuestras emociones aumenta exponencialmente cada vez que iniciamos una aventura. Otra contradicción más :)

Pero, respecto a las revoluciones del amor, yo añadiría una tercera revolución: la de la literatura. El amor literario. Esa maldita manía que tenemos los humanos de querer imitar lo que vivimos en la literatura, el cine, las canciones (“Remember all the movies, Terry, we'd go see. Trying to learn how to walk like heroes we thought we had to be”). Y lo malo de la literatura es que necesita de acción y de obstáculos. De desgracias y de tragedias. Así, muchas personas identificar el amor con el imposible, con la lucha en la desgracia. Porque el amor feliz no tiene historia. Lo que marca la pauta a toda la lírica occidental es la pasión que sufre, y no el placer de los sentidos y la paz de la pareja. Toda la literatura occidental habla del estremecimiento del primer beso, pero hay pocos best sellers que hablen de la honestidad, la lealtad, el respeto o la admiración serena del café número mil trescientos cincuenta y ocho. De ese momento en que uno se da cuenta de lo que quería decir Bob Dylan cuando escribía Man in me y que supone una especie de síntesis del egoísmo: “Take a woman like you To get through to the man in me”.

Ay, qué difíciles somos las personas, y que contradictorias en nuestras emociones. No me extraña que Bruckner encontrara una mina para hablar de las paradojas del amor. Me ha parecido muy interesante este post, doctora Antígona.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Gracias por tus palabras, Jota, pero insisto en que todo el mérito es de Bruckner y quien compre el libro y lo lea lo comprobará. Bruckner no escatima esfuerzos por abarcar todos esos matices y contradicciones del amor tanto en su imagen universal como en las peculiaridades que cobra en nuestro propio tiempo. Supongo que porque, tal y como tú mismo apuntas, Bruckner parte de la necesidad de confrontarnos con ese innegable motor de nuestras vidas que las pone en movimiento pero que a la vez amenaza con estrellarnos a la primera curva si no sabemos orientar su fuerza.

Como señalo en el post, la mirada de Bruckner no es nunca censuradora, ni con la pornografía ni con las nuevas formas de satisfacción de la sexualidad que incluso dentro de la pareja desbordan el ámbito de la pareja (tríos, intercambios de parejas…). Pero lo que me gusta del libro es que al mismo tiempo, sin censurar ni estigmatizar y destacando los aspectos positivos, también es capaz de subrayar los lados que podrían resultar nocivos para alertar de los peligros que entrañan si uno no ha valorado bien todas las consecuencias de su consumo o no se conoce lo suficiente a sí mismo.

Estoy de acuerdo contigo en que lo que más se valora en esta sociedad no juega precisamente a favor de los valores que se requieren para la construcción sólida y satisfactoria de una relación de pareja. Quizá por ello haya quienes, ante la mínima dificultad, en lugar de aceptar que se trata de una de esas dificultades naturales que comporta la vida en pareja y que son perfectamente asumibles y superables, rompan la relación atribuyendo la ruptura a la inadecuación del otro y se lancen a la caza de una nueva pareja en esa poligamia sucesiva que puede llegar a ser más o menos frenética.

Sobre lo que señalas de la aparición del hijo, en fin, no es un tema sobre el que Bruckner abunde y personalmente me queda muy lejos. Pero todo lo que dices me parece perfectamente sensato, y un nuevo reto en el amor que se profesan dos personas si no desean que la aparición del hijo lo estropee o destruya.

El corto es de un amigo y no te preocupes, que a la chica ni siquiera la conozco :) Pero me fío de tu criterio y se lo comentaré la próxima vez que lo vea.

Un beso!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, le agradezco su extenso comentario, y que haya traído aquí ese diálogo sobre el amor entre Augustus y Fidelio.

No obstante, sigo sin estar de acuerdo con lo que plantea.

Habla en primer lugar de que las parejas piensan que se unen por amor pero luego el litigio de la separación procede del lado del reparto de bienes y pertenencias. Bien, no creo que ello revele que su unión por amor era falsa o ilusoria, y comparto el análisis que el propio Bruckner hace sobre esta cuestión y que yo entiendo de la siguiente manera: también en la gestión de nuestros sentimientos impera la economía de la inversión y la demanda de compensación por lo invertido, y ello no sólo en la relación amorosa, sino en cualquier tipo de relación afectiva. Amar a alguien es entregar y entregarse, y puesto que no somos ángeles, no somos capaces de entregarnos sin esperar recibir algo a cambio. Incluso el amor maternal, que tan desinteresado se pretende, se halla regido por esta lógica del intercambio: son muchas las madres que esperan que sus retoños cumplan con las expectativas depositadas sobre ellos en pago a los cuidados que les han prodigado. Cuando la relación amorosa fracasa, no es raro que, como señala Bruckner, sus miembros se sientan estafados: no han recibido en pago del amor donado aquello que esperaban a cambio. Sienten, por ello, que han desperdiciado su amor entregándoselo a alguien que no ha sido capaz de apreciarlo. Y junto a su amor, que han desperdiciado años preciosos de su vida junto a alguien que a la postre ha resultado ser un fraude. Y como ese tiempo perdido, malogrado, invertido sin el rendimiento esperado, no puede ser recuperado, exigen a cambio lo único que se puede exigir como compensación según reconocen nuestras leyes: dinero. Del mismo modo que a la víctima se la indemniza con dinero aun reconociéndose que ese dinero en nada compensará los daños morales o físicos sufridos. Quizá lo que haya que tener claro en todo este asunto es el simple hecho de que, como he señalado, nadie regala amor, atención y cuidados sin esperar reciprocidad. Y si la reciprocidad se malogra, no es extraño que el amor se transforme en odio y en una voluntad de dañar al otro que se traduce en aquello de “sacarle hasta el último centavo”.

(sigo abajo)

Antígona dijo...

En cuanto a la cuestión del prestigio, estoy de acuerdo con lo que señala la antropóloga, que no es lo mismo que lo que señala usted. Porque entre los factores de prestigio los hay coyunturales y perecederos, y los hay más estables e inherentes a la persona amada. El dinero y el estatus pueden alterarse significativamente a lo largo de la vida, o desaparecer de un plumazo. La belleza es, al menos la asociada a la juventud, manifiestamente perecedera. ¿Pero lo son la inteligencia, la honestidad, la voluntad de amar, la capacidad de dar, la paciencia, o cualquier otro valor moral, intelectual o vital que usted quiera añadir? Esos factores de prestigio no tienen por qué desaparecer con el tiempo ni dependen en principio de circunstancias ajenas a la persona. Otra cuestión es que la duración de la pareja sea cuestión de tiempo y el tiempo pueda llevarnos a traicionar nuestros propios valores y así mermar la, pongamos por caso, admiración que el otro siente por nosotros y hacer caer con el tiempo el enamoramiento. Pero también esos valores que uno elige para sí (hasta la inteligencia se cultiva) pueden crecer con el tiempo y fortalecer el enamoramiento de quien se enamore de nosotros por ellos.

Lo que quiero decir es que es mucho más fácil que la pareja se rompa cuando la belleza desaparece o el otro se arruina cuando esos son los únicos elementos de prestigio que nos unen al otro. Pero si más allá de ellos existen otros elementos de prestigio menos frágiles y caducos que logran pervivir en el tiempo (muchos de los que usted mismo ha nombrado: simpatía, cantar una canción, ser un buen padre…), la ruptura no tiene por qué considerarse de antemano anunciada.

Por ello no creo que el desajuste entre el ideal y la realidad implique necesariamente la imposibilidad del amor en pareja. No dudo que lo dificulte, claro está, y que sea quizá uno de los principales escollos para su duración. Pero los seres humanos también contamos con la capacidad para aprender a revisar nuestros ideales en contraste con la realidad y desechar aquellos aspectos de los mismos que más nocivos nos resulten.

Besos!

Antígona dijo...

Anónimo, muchas gracias por la recomendación. Veo por la reseña, al menos en lo que se dice en la parte final, que el diagnóstico de Precht no queda tan lejos del de Bruckner. Creo que será un buen libro para seguir profundizando sobre el tema, cuya complejidad me parece inagotable y de ahí que la multiplicidad de perspectivas sólo pueda resultar enriquecedora.

Antígona dijo...

Muy acertado su comentario, doctor Lagarto. En efecto, la convivencia debía resultar bastante más fácil en ausencia de otras expectativas sobre la pareja que el respeto, el sustento económico por parte de él y los cuidados del hogar y los hijos por parte de ellas, así como el consabido débito conyugal del sexo. Y cuando se pide tan poco, no existen motivos para la insatisfacción con el otro a no ser que se incumplan estos requisitos mínimos del contrato. Pero nuestras relaciones no buscan ahora ser de mínimos, sino de máximos, y de ahí que susciten en general tanta frustración como insatisfacción y ello propicie fácilmente la ruptura.

Es muy interesante lo que señala Bruckner refiriéndose a Freud: en la cama, y si a los padres de cada miembros se les añaden sus respectivas exparejas, somos una multitud difícil de sobrellevar. No obstante, creo que la experiencia de la monogamia sucesiva es enriquecedora en la medida en que nos ofrece un campo de experiencias diversas en función del cual podemos llegar a conocer mejor con el tiempo qué es lo que deseamos de una relación de pareja, qué aspectos dentro de ella nos son más vitales o esenciales o cómo conducirnos con el otro para no acabar arruinando sin quererlo nuestra relación con él. El peso de los ex, es cierto, genera unas cuantas contradicciones. Pero ante ellas creo que hay que pensar que quien tenemos enfrente es también el producto de las experiencias que tuvo con sus anteriores parejas, y que tal vez aquellos aspectos de su persona que más nos agradan o conmueven no podrían haber surgido sin esas vivencias pasadas. Somos seres en continua transformación, y es en nuestra historia personal donde reside el principio de esa transformación.

En cuanto a la literatura, estoy por completo de acuerdo con lo que comenta, que a su vez sería extrapolable al cine. Es mucho más sencillo narrar los inicios apasionados de un amor que su duración en el tiempo. Resulta más excitante y atractivo para el lector o espectador asistir a los momentos de éxtasis o arrebato sentimental que a una rutina diaria cargada de sentimientos amorosos menos visibles por menos exaltados. Me ha encantado eso que ha dicho de la admiración serena del café número mil trescientos cincuenta y ocho. Porque esa admiración existe y acaba siendo algo mucho más sólido y poderoso, por vinculante, que la admiración arrebatada que envuelve el proceso de inicial de descubrimiento del otro. Siempre que se habla del amor, me viene a la cabeza aquella escena de la película “Trust” en la que María proclama que el amor es la suma de tres ingredientes: admiración, respeto y confianza. Estoy segura de que a ella podrían añadirse otros ingredientes. Pero en ningún caso restarle estos tres. Y aunque estos tres elementos deben hallarse en los inicios de una relación de pareja no condenada de antemano al fracaso, sólo el paso del tiempo puede procurar su más verdadera emergencia.

Esa estrofa de Dylan siempre me ha gustado porque define un aspecto crucial de la relación amorosa: sentir que el otro nos hace llegar al fondo de nosotros mismos y nos acerca un poco más a aquello que querríamos ser. Si nada de esto se produce en nuestra relación con nosotros mismos a través del otro, es que algo esencial está fallando.

Un beso, doctor Lagarto!