Se nos deslucen las palabras en la boca de tanto gastarlas, como monedas que pasando de mano en mano fueran mermando en lustre, perdido entre el sudor y el polvo de dedos incontables su brillo originario, limada por el uso la nitidez primera del cuño de sus relieves, evaporado con el correr del tiempo aquel sabor inédito a tesoro extraño y recién capturado que paladearon una y otra vez nuestras lenguas infantiles al conquistar su poder. Ahora las lanzan al aire, o inmóviles al silencio reflectante de nuestras cabezas, convertidas en útiles, prácticos enseres, instrumentos tendidos hacia otros, hacia nuestra interioridad confusa, como puentes que devienen invisibles para los ojos fijos en la orilla a alcanzar. Y así emergen de nuestras gargantas apenas percibidas en sus contornos, difusamente entrelazadas por el enigmático automatismo tan sólo en una ínfima parte nutrido de la costumbre, ajenos los oídos las más de las ocasiones a la amplitud frondosa que se agazapa tras la superficie repetida y cotidianamente recortada de su significado. Al igual que se oculta la honda riqueza del dar al confinarse su pronunciación a la donación del pan y el martillo.
Pero hay quienes no cesan de abismarse sobre los zurcidos que la experiencia cose en sus entrañas, de abrazarse a los espectros brotados de su fantasía, de aguzar sus sentidos y afinar sus sentires en busca de la sustancia que arma el mundo, y en descenso por las raíces que el lenguaje clavara en sus almas, desde allí se afanan en amasar el barro de las palabras para moldear figuras de líneas delicadamente esculpidas. Como aplicados orfebres engastan las piezas del collar único y precioso escogiendo con cuidado cada trozo de metal irremplazable, meditando reflexivos sobre la justeza de cada ligadura, engarzando primorosamente una palabra tras otra. Y en su esmerada trabazón, insólita o en su sencillez reveladora, logran devolverles el brillo que acaso un día poseyeran. Desnudas sobre el papel, adheridas al son de una melodía en los oídos, refulgen entonces las palabras como piedras recién extraídas de una cantera, recobrada su fuerza bruta, revestidas de su autoridad nominativa primigenia. Dispuestas a resonar de nuevo en nuestras bocas con los ecos vírgenes que acompañaron su nacimiento, solícitas a vibrar en nuestras lenguas como si por vez primera las engendraran fraguando su sentido. Y hasta el silencio que separándolas las alía y uniéndolas las distancia, reverbera en ellas sinuoso como su signo escrito sobre la partitura, tornándose patente en el vacío que lo conforma.
Brillan las palabras en el metal forjado de sus versos, y brillan con ellas las cosas que nombran, en idéntico proceso deslucidas y opacas, desgastadas y sobadas por las manos en el hábito de la ejecución, por la mirada que en su reiteración las baquetea y aplana, aplastando el misterio que soporta su existencia, sepultando la belleza que en su singularidad se alberga. Disuelto por la designación atenta el gris plomizo que enturbia su manifestación rutinaria, se nos aparecen de súbito bajo una nueva luz, una luz distinta, más pura, más salvaje, que irradian perfilando sus límites, fundiéndola en su materia. Por eso descubrimos una y otra vez en el relucir de esas palabras la hermosura de la rosa ignorada durante el paseo, la suavidad fugaz de sus pétalos destinados a caer como párpados somnolientos, el orgullo inocente de sus espinas. Siempre pasmoso, el azul del cielo soleado que sobrevuela nuestras coronillas apresuradas. La frescura del agua manando en surtidor de la fuente o el muro impenetrable en los ojos dulces de la gacela. Y en todo ello, el milagro de que cada pequeña cosa, cada insignificante mota de polvo, haya llegado a estar ahí para arroparnos con su presencia. Pero también aprendemos una y otra vez, al calor de esos nombres y verbos pulcramente encajados, la soledad que ensombrece nuestras conciencias en el rugido negro de una pantera enjaulada. En un cuenco lleno de flores el asombro pintado de verde de la muerte. La potencia quizá aniquiladora, acaso vivificadora del dolor y la tristeza muelle de la melancolía. El desgarro irrenunciable del amor, siempre esposado al sufrimiento enajenado del desamor y la pérdida. La ironía terrible del cáncer como fiesta enloquecida de las células.
Es misión de poetas y trovadores arrastrarnos como flautistas por los senderos sedosos de sus palabras para arrojarnos en pleno rostro, rescatadas del nicho de la costumbre y entretejidas al ritmo de sus silencios, verdades que apartamos tozudos guiados por la pretensión vana de rehuir la angustia. Bastidores de los aconteceres que nos gestan, quizá tan sólo encerrados en el arcón de la desmemoria por el trasiego de los desvelos diarios. Apenas intuidas a veces desde el lenguaje común y la vivencia roma, evidencias que nos atraviesan en unas breves estrofas con la contundencia del rayo. Y no es raro que logren sus versos incrustarse con tal tenacidad en nuestra retinas que ya nunca dejemos de vislumbrar rojos los leones sobre las cálidas praderas, de tierra los cuerpos unidos en la noche, el blanco de su gemido al sobrevenir el alba. Poetas y trovadores trabajan el elemento dúctil del lenguaje para decir aquello que las cosas pueden ser y entonces son. Para fundar lo que en su aparecer las muestra y define al ser dichas y nombradas si aquí es, como uno de ellos cantara, el tiempo de lo decible. Se inventa y construye el mundo, ése que hacia adentro y por fuera nos es dado contemplar, ése que esencialmente habita en nuestras pupilas, en la presteza convulsa de sus dedos y la articulación de sus lenguas. Esponjado por ellas en sus aparentes cercados, ensanchado en su masa mostrenca al desamparo de las palabras. Y así es como de continuo se puebla de ángeles sobrecogedores, de dioses olímpicos, de atlántidas sumergidas, no por invisibles a los ojos del cuerpo menos tangibles para los del alma. De Aquiles encolerizado, Ulises nostálgico y añejos caballeros andantes. De infinitas entidades más concretas, más compactas y veraces en el tránsito del papel a la cabeza que los seres engañosamente cercanos al alcance de nuestras manos. De torsos de Apolo salvados de entre las ruinas capaces de impulsarnos a cambiar nuestra vida.
Y quién sabe si acaso no cantan y celebran, maldicen y lloran en sus elegías poetas y trovadores, como Orfeos regresados del averno, para ofrecernos en préstamo sus voces doradas cada vez que el aire, devenido incógnita densa en la ecuación indescifrable, ataranta y enmudece nuestras lenguas de trapo hurtándonos la palabra. Cada vez que vapuleados por el oleaje agitado que levanta en las vísceras esta realidad siempre extraña, siempre brumosa y desbordante, se nos torna correoso el lenguaje en la boca, reducida el habla a torpe balbuceo o grito ahogado, usurpándonos la posibilidad del justo decir y nombrar. Condenándonos a un desasosegante silencio. Penetramos sus letras y de pronto ahí estamos, retratados en su inaudita composición como en un espejo claro. Escuchamos sus versos y en su fluir ordenado nos hallamos, en pugna con boca y mundo, dichos en el pesar que asfixia la garganta, nombrados atinadamente en el pasmo que nos calla. Pues ellos son quienes, transformando en verbo su carne mortal, desgranan con cuidado la amalgama confusa de la experiencia para brindarla abierta a nuestras lenguas. Y repitiendo sus palabras pulidas, vibrantes, recobramos nosotros la voz. Diciéndonos en su sonido cristalino como nadie mejor nos hubiera dicho.
Pero hay quienes no cesan de abismarse sobre los zurcidos que la experiencia cose en sus entrañas, de abrazarse a los espectros brotados de su fantasía, de aguzar sus sentidos y afinar sus sentires en busca de la sustancia que arma el mundo, y en descenso por las raíces que el lenguaje clavara en sus almas, desde allí se afanan en amasar el barro de las palabras para moldear figuras de líneas delicadamente esculpidas. Como aplicados orfebres engastan las piezas del collar único y precioso escogiendo con cuidado cada trozo de metal irremplazable, meditando reflexivos sobre la justeza de cada ligadura, engarzando primorosamente una palabra tras otra. Y en su esmerada trabazón, insólita o en su sencillez reveladora, logran devolverles el brillo que acaso un día poseyeran. Desnudas sobre el papel, adheridas al son de una melodía en los oídos, refulgen entonces las palabras como piedras recién extraídas de una cantera, recobrada su fuerza bruta, revestidas de su autoridad nominativa primigenia. Dispuestas a resonar de nuevo en nuestras bocas con los ecos vírgenes que acompañaron su nacimiento, solícitas a vibrar en nuestras lenguas como si por vez primera las engendraran fraguando su sentido. Y hasta el silencio que separándolas las alía y uniéndolas las distancia, reverbera en ellas sinuoso como su signo escrito sobre la partitura, tornándose patente en el vacío que lo conforma.
Brillan las palabras en el metal forjado de sus versos, y brillan con ellas las cosas que nombran, en idéntico proceso deslucidas y opacas, desgastadas y sobadas por las manos en el hábito de la ejecución, por la mirada que en su reiteración las baquetea y aplana, aplastando el misterio que soporta su existencia, sepultando la belleza que en su singularidad se alberga. Disuelto por la designación atenta el gris plomizo que enturbia su manifestación rutinaria, se nos aparecen de súbito bajo una nueva luz, una luz distinta, más pura, más salvaje, que irradian perfilando sus límites, fundiéndola en su materia. Por eso descubrimos una y otra vez en el relucir de esas palabras la hermosura de la rosa ignorada durante el paseo, la suavidad fugaz de sus pétalos destinados a caer como párpados somnolientos, el orgullo inocente de sus espinas. Siempre pasmoso, el azul del cielo soleado que sobrevuela nuestras coronillas apresuradas. La frescura del agua manando en surtidor de la fuente o el muro impenetrable en los ojos dulces de la gacela. Y en todo ello, el milagro de que cada pequeña cosa, cada insignificante mota de polvo, haya llegado a estar ahí para arroparnos con su presencia. Pero también aprendemos una y otra vez, al calor de esos nombres y verbos pulcramente encajados, la soledad que ensombrece nuestras conciencias en el rugido negro de una pantera enjaulada. En un cuenco lleno de flores el asombro pintado de verde de la muerte. La potencia quizá aniquiladora, acaso vivificadora del dolor y la tristeza muelle de la melancolía. El desgarro irrenunciable del amor, siempre esposado al sufrimiento enajenado del desamor y la pérdida. La ironía terrible del cáncer como fiesta enloquecida de las células.
Es misión de poetas y trovadores arrastrarnos como flautistas por los senderos sedosos de sus palabras para arrojarnos en pleno rostro, rescatadas del nicho de la costumbre y entretejidas al ritmo de sus silencios, verdades que apartamos tozudos guiados por la pretensión vana de rehuir la angustia. Bastidores de los aconteceres que nos gestan, quizá tan sólo encerrados en el arcón de la desmemoria por el trasiego de los desvelos diarios. Apenas intuidas a veces desde el lenguaje común y la vivencia roma, evidencias que nos atraviesan en unas breves estrofas con la contundencia del rayo. Y no es raro que logren sus versos incrustarse con tal tenacidad en nuestra retinas que ya nunca dejemos de vislumbrar rojos los leones sobre las cálidas praderas, de tierra los cuerpos unidos en la noche, el blanco de su gemido al sobrevenir el alba. Poetas y trovadores trabajan el elemento dúctil del lenguaje para decir aquello que las cosas pueden ser y entonces son. Para fundar lo que en su aparecer las muestra y define al ser dichas y nombradas si aquí es, como uno de ellos cantara, el tiempo de lo decible. Se inventa y construye el mundo, ése que hacia adentro y por fuera nos es dado contemplar, ése que esencialmente habita en nuestras pupilas, en la presteza convulsa de sus dedos y la articulación de sus lenguas. Esponjado por ellas en sus aparentes cercados, ensanchado en su masa mostrenca al desamparo de las palabras. Y así es como de continuo se puebla de ángeles sobrecogedores, de dioses olímpicos, de atlántidas sumergidas, no por invisibles a los ojos del cuerpo menos tangibles para los del alma. De Aquiles encolerizado, Ulises nostálgico y añejos caballeros andantes. De infinitas entidades más concretas, más compactas y veraces en el tránsito del papel a la cabeza que los seres engañosamente cercanos al alcance de nuestras manos. De torsos de Apolo salvados de entre las ruinas capaces de impulsarnos a cambiar nuestra vida.
Y quién sabe si acaso no cantan y celebran, maldicen y lloran en sus elegías poetas y trovadores, como Orfeos regresados del averno, para ofrecernos en préstamo sus voces doradas cada vez que el aire, devenido incógnita densa en la ecuación indescifrable, ataranta y enmudece nuestras lenguas de trapo hurtándonos la palabra. Cada vez que vapuleados por el oleaje agitado que levanta en las vísceras esta realidad siempre extraña, siempre brumosa y desbordante, se nos torna correoso el lenguaje en la boca, reducida el habla a torpe balbuceo o grito ahogado, usurpándonos la posibilidad del justo decir y nombrar. Condenándonos a un desasosegante silencio. Penetramos sus letras y de pronto ahí estamos, retratados en su inaudita composición como en un espejo claro. Escuchamos sus versos y en su fluir ordenado nos hallamos, en pugna con boca y mundo, dichos en el pesar que asfixia la garganta, nombrados atinadamente en el pasmo que nos calla. Pues ellos son quienes, transformando en verbo su carne mortal, desgranan con cuidado la amalgama confusa de la experiencia para brindarla abierta a nuestras lenguas. Y repitiendo sus palabras pulidas, vibrantes, recobramos nosotros la voz. Diciéndonos en su sonido cristalino como nadie mejor nos hubiera dicho.
25 comentarios:
Querida Antígona, viajar y sumergirme en tus palabras y las imágenes que construyes con ellas, es un verdadero placer. Saborear cada frase y vislumbrar cada imagén que leo, vuelve a colocarlas en el lugar que merecen.
Las palabras, cómo bien dices podemos llegar a gastarlas y hacer que se apaguen, pero de repente si te fijas en ellas y las escuchas, vuelven poderosas y altivas, con toda la fuerza que se merecen. Un simple Hola, simplemente vaciado por la boca cambia cuando lo emite el corazón, y leerlo sin sentirlo que distinto es de acogerlo en nosotras.
Las palabras son grandes, pero ordenarlas cómo tú lo haces y construir lo que trasmites es una maravilla.
Besotes miles
Uf, me he leído tu entrada tres veces y cada vez he descubierto nuevos giros, cada palabra que escribes está cargada de significado y me da que no has escogido las palabras al azar, sino que están pensadas y valoradas cada una de ellas, como lo mismo que expresas :-) No he podido evitar relacionar lo que dices con lo que ahora mismo estoy leyendo, uno de los diarios de Anaïs Nin, en uno de los pasajes transcribe un texto que en su día escribió por encargo en el que expresa su motivación para escribir y no es otra que la de sentirse libre, fuera de toda convención y de opresión en este mundo y de, además, así buscar la verdad y conseguir extraerla y plasmarla para mantenernos vivos. En tu entrada también hablas de la esencia y de la verdad como tarea que llevan a cabo los poetas y nosotros/as como lectores nos sentimos identificad@s con ello por vernos ahí reflejados.
El trabajo de análisis y búsqueda de la verdad de los poetas y escritores está infravalorado :-) Suerte de este mundo virtual para ponerlo de relieve.
Besossssssssss
¡Cásese conmigo Antígona!, será conmigo tan infeliz como con cualquier otro; pero podrá disfrutar de esa tendencia de las mujeres, de hacer felices a los pequeños (mido 1,30 Mts)
Aplaudiría yo con las orejas cuando me leyera sus textos, y borracho de buen humor, sacaría la alfombra y apalearía al gato; llevaría la basura a ls contenedores y me esforzaría por poner cada cosa en su sitio.
NO soy un muchacho bueno ni trabajador, de hecho dejé de ser un muchacho antes de que asumiera Reagan; pero le aseguro que estar cerca de alguien capaz de engarzar la poética de las palabras con los razonamientos más profundos, pdría hacer mucho por mi quinta adolescencia.
Mi enhorabuena doctora, brillante texto, con un dominio del lenguaje que para sí quisieran muchos (no, no estoy pensando en Pepiño Blanco)
PD: el post anterior me dejó perplejo hace unos días; parecía una obra de Kafka
Antígona, si puedes, pásate por mi casa.
Un besazo
Hola, vengo de casa de Carmela; y ahora entiendo el porque de sus palabras, un gusto pasar por aca.
Un beso.
Guauuuu, eso es arte y olé!
Y es cargarse la afonía que a veces esconden las palabras y nuestras lenguas, de una sola atacada... y es ilustrar el "para" de la necesidad de la cavidad de las palabras.
Tengo una amiga que cuando no te salen las palabras o no encuentras la apropiada, asegura que existen duendes en la lengua trabándolas... de ser cierto resultaría que hoy los tuyos se han debido quedar boquiabiertos, jeje.
Necesario y bello texto!
Un besote y sus fonemas.
Aunque un filete de carne o de pescado no tenga nada que ver con un poema, la humildad y el esmero son siempre necesarios en todos los casos, sirva pues, en este sentido, el párrafo que a continuación le transcribo de Robert Louis Stevenson como contrapunto a su texto y como sencilla respuesta a su “para qué”, ¿para qué?, para ser humildes y esmerados en aquello que hacemos e incluso en todo lo demás que dejamos de hacer.
“Pero el escritor (pese a los notorios ejemplos en sentido contrario) debe procurar estar mal pagado. Tennyson y Montépin se ganaron la vida espléndidamente; pero no todos podemos esperar ser Tennyson ni acaso desear ser Montépin. Si uno ha adoptado un arte como oficio, renuncie desde el principio a toda ambición económica. Lo más que puede honradamente esperar, si tiene talento y disciplina, es obtener los mismos ingresos que un oficinista invirtiendo la décima, si no la vigésima parte de su energía nerviosa. Tampoco tiene derecho a pedir más; en el salario de la vida, no en el del oficio, está su recompensa; así, el salario es el trabajo. Es evidente que no me inspiran simpatía los vulgares lamentos de la clase artística. Quizá olvidan el sistema de aparcería de los campesinos; ¿o piensan que no cabe trazar paralelismos? Tal vez no hayan reparado nunca en la pensión de retiro de un oficial de campo; ¿o es que creen que su contribución a las artes cuyo destino es agradar es más importante que los servicios de un coronel? ¿Olvidan con qué poco se conformó Millet para vivir? ¿O piensan que el tener menos genio les exime de mostrar iguales virtudes? No debe existir ninguna duda sobre este aspecto: un hombre que no es frugal, no tiene nada que hacer en las artes. Si no es frugal sus pasos le conducirán hacia el trágico fin del vieux saltimbanque; si no es frugal, cada vez le será más difícil ser honesto. Un día, cuando el carnicero llame a su puerta, acaso le tiente o se vea obligado a producir y vender una obra desaliñada. Si esta necesidad no es producto de su propia desidia, aún será digno de elogio; pues faltan palabras que puedan expresar hasta qué punto es más necesario para un hombre mantener a su familia que conseguir preservar- alguna distinción en las artes. Pero si es responsable de su indigencia, roba, roba a quien puso confianza en él, y (lo que es peor) roba de forma tal que siempre sale impune”. (Fragmento de: “Carta a un joven que se propone abrazar la carrera del arte “, Robert Louis Stevenson)
Saludos.
Querida Carmela, tienes razón, pero sigo pensando que donde mejor recobran las palabras el brillo que pierden en su uso cotidiano, donde realmente despiertan todas las resonancias que olvidamos al intercambiarlas a diestro y siniestro como meras herramientas de comunicación, es en el modo en que las utilizan los poetas. Sencillamente porque para eso ellos son, como decían los antiguos, los expertos en el decir, los que se dedican a cultivar un decir excelente que precisamente por su excelencia, por el primor con el que está producido, por el cuidado y la búsqueda de la palabra justa, a nosotros nos gusta escuchar o leer.
Aunque es cierto, hay situaciones, normalmente mediadas por la emoción, en que también en nuestra boca parecen las palabras recobrar toda su fuerza originaria. Pero ellos son, en cualquier caso, los que mejor dicen. Y los que mejor nos dicen cuando nos faltan las palabras.
Un besazo!
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Pues sí, Dona, a mí también me gusta de cuando en cuando jugar a este juego de ordenar palabras tratando de producir un poquito de verdad y un poquito de belleza. Pero sólo como juego, obviamente, y sin más pretensión que disfrutarlo –y sufrirlo a veces, hay que reconocerlo, si la búsqueda de la palabra intuida o la palabra que exprese lo que se tiene en la nebulosa de la cabeza se resiste- mientras dura.
Me parece muy bonito, y también verdadero, eso que decía Anaïs Nin. Porque es verdad que, por un lado, el lenguaje nos ofrece la posibilidad de escapar de este mundo creando mundos paralelos donde tiene cabida todo lo que la realidad impide. Mundos paralelos que, sin embargo, pueden acabar teniendo más peso en nuestra percepción de las cosas que eso que llamamos realidad. Y, por otro lado, no puede negarse la voluntad de verdad que anida en eso que el discurso científico, como discurso instituido de la verdad, relega al plano de lo puramente ficticio y carente de validez. Pues bien, yo pienso que más verdad puede albergar una novela, una canción o un poema sobre, por ejemplo, las emociones humanas, que un sesudo tratado de psicología. O sobre lo que para nosotros significa la presencia de las ruinas de un templo griego más allá de lo que los libros de historia puedan decir sobre él. O sobre lo que implica el paso del tiempo, que antes comprendemos a través de la literatura o la poesía que por medio de un tratado de física cuántica. Claro que ellos hablan de la verdad. Y es posible que en su manera de hablar las cosas se nos aparezcan de un modo más claro y verdadero, más cercano e iluminador sobre nosotros mismos, que en cualquier otro ámbito discursivo que pretende refrendar su validez sobre hechos y experimentos.
Besos, guapa!
Le agradezco su propuesta, estimado Luzbel, pero me temo que no soy yo de las que se casan y además las bodas me dan alergia. A no ser, claro, que la petición proviniera de un gentil y guapo millonario que me retirara de trabajar y pusiera a mis pies un paraíso terrenal en el que no tuviera más ocupación que pelearme con las palabras. Sólo entonces estaría dispuesta a quebrantar mis firmes principios contra el matrimonio :P
De todos modos, me temo que, de conocerme usted un poco más, ni se le habría ocurrido hacerme semejante proposición. ¿No le he comentado nunca que estoy contrahecha, jorobada, y para más inri encima tengo un carácter insufrible y un humor de mil demonios, sobre todo cuando estoy premenstrual? No se deje usted llevar por las apariencias, que detrás de todas estas palabras engarzadas podría esconderse una arpía fea y desmañada que ni siquiera para bruja valdría, como tan bien cantaba Krahe en aquella canción llamada “Ciencias ocultas” (http://www.youtube.com/results?search_query=krahe+ciencias+ocultas&aq=f). Y entonces, ¡menudo susto se iba a llevar usted ante el altar! :P
Y, por Dios, ¡no le dé por apalear gatos, pobres criaturas!
Gracias por la enhorabuena y un beso!
PD. Es que ya sabemos desde Kafka que la realidad puede llegar a ser más kafkiana que sus cuentos.
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Querida Carmela, gracias por la sorpresa del homenaje en tu casa. ¡Larga vida a tu blog!
Más besos!
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Cheli, muchas gracias por tu visita. La casa de Carmela está llena de interesantes referencias.
Un beso!
Uff, niña Marga, pues yo también soy de las que a menudo se quedan sin habla, y también me crecen duendes en la boca que a menudo me traban la lengua o los dedos sobre el teclado. Pero como soy cabezona me peleo con ellos y al final siempre acabo ganándoles alguna que otra batalla, que no la guerra, que cómo no sigue en marcha y así seguirá durante el resto de mis días.
¿Te imaginas qué sería este mundo sin todas esas palabras que los poetas nos han legado? ¿Sin la compañía de esas palabras en nuestras cabezas cuando estamos solos? ¿Sin la posibilidad de que sean ellos los que nos descubran con unos cuantos versos cómo nos sentimos, o qué nos pasa, o por qué nos duele lo que nos duele y nos alegra lo que nos lleva a sentirnos vivos? ¿Sin la belleza que son capaces de crear con el lenguaje? Un lugar infinitamente más pobre, gris y triste. Algo que, sencillamente, me cuesta imaginar si son las palabras, las nuestras, las suyas, las suyas resonando en las nuestras, las que construyen ese mundo para nuestros ojos, para nuestras entrañas. Ni un solo día deberíamos dejar de celebrar su existencia y su trabajo.
Un beso muacks, bien sonoro!
Estimado Peletero, le agradezco este fragmento de Stevenson, que me parece lúcido y honesto. Y a no olvidar además en los tiempos que corren, en los que tantos y tantos pretenden hacerse ricos con sus creaciones artísticas, que pareciera que tanto menos artísticas y bien cuidadas y humildes y esmeradas son cuanto más pretenden sus creadores hacerse pagar por ellas.
Me gusta eso que dice de que en el arte el salario es el trabajo, porque su recompensa está en el salario de la vida. A fin de cuentas, quienes crean de verdad lo hacen porque no pueden dejar de hacerlo, porque seguirían haciéndolo incluso si nadie les reconociera por ello y por supuesto también si nadie les pagara.
En este sentido, no he podido dejar de acordarme de aquellas palabras de Rilke al joven poeta: “Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Anteriormente le preguntó a otros. Los lleva a las revistas. Los coteja con otros, y se preocupa porque algunas reacciones los rechazan. Entonces (como usted me ha permitido aconsejarlo), le suplico que abandone eso. Usted mira hacia fuera y, es precisamente lo que no debe hacer ahora. Nadie puede aconsejarlo ni ayudarlo, nadie. Solamente existe una manera: entre en sí mismo. Descubra el fundamento que lo lleva a escribir; investigue si tiene raíces en el lugar más profundo de su corazón; reconozca si para usted sería necesaria la muerte en caso de ser privado de escribir. Esto ante todo: pregúntese en la hora más callada de la noche: ¿debo escribir? Busque en lo más profundo de sí mismo la respuesta. Y si esta es afirmativa, si enfrenta esta grave pregunta con un seguro y sencillo "debo", siendo así, edifique su vida conforme a tal necesidad: su vida, aún en la hora más insignificante y pequeña, debe ser signo y testimonio de ese acto. (…) Una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad de crearla. En esa naturaleza de origen está implícito el juicio: no hay otro. Por eso, mi querido señor, no podría darle otro consejo que este: penetrar en sí mismo y encontrar las cosas más profundas de su vida. Esa es la fuente en la cual usted encontrará la respuesta a su pregunta si debe crear; tómela como suene, sin explicaciones. Tal vez suceda que usted está llamado a ser artista. Si es así, acepte su destino y llévelo con su sufrimiento y su grandeza, sin preguntar jamás por la recompensa que hallará afuera.”
Y estoy de acuerdo: humildad y esmero en el hacer son siempre necesarios, se haga lo que se haga. No hay mejor premio para el propio hacer que la satisfacción por la obra bien hecha. Y ese buen hacer sólo puede ser resultado de ambas condiciones.
Un beso!
Hace un millón de años descubrí leyendo a Hermann Hesse estas palabras: " Si la iglesias y sacerdotes de Cristo fueran como él mismo, sobrarían los poetas"
Para mí, Cristo es mi poeta, el poeta del perdón, del amor, de la luz, de la alegria, de la vida, de la ternura, de la generosidad, de la verdad.
Si me llamastes la atención y te descubrí distinto de los demás es porque creí sentir en ti un rastro de poeta.
Un beso
Adiós
Ah, los poetas... ¿pero queda sitio para ellos hoy en día?
Decía Bolaño en uno de sus poemas:
Poetas troyanos
Ya nada de lo que podía ser vuestro
Existe
Quiero decir, si la poesía es, como decía un filósofo alemán, plantear el inexplicable hecho de ser, ¿tiene algún sentido el poeta en un mundo en el que el consumismo y la tecnología dominan todas las formas de pensar? ¿no serían los poetas de nuestro siglo los publicistas que con sus eslóganes nos hacen desear y nos hacen encontrar el sentido de nuestro ser en el consumo x?
Quizás el silencio de los Bartleby sea de lo más significativo de lo que queda de la poesía, aparte de este texto tan precioso que nos ha traído usted, doctora Antígona.
Y me viene a la cabeza otros versos de Bolaño:
Dice el saltimbanqui: este es el Desierto
El lugar donde se hacen los poemas
un beso, doctora Antígona!
Para calmarme, apaciguarme, animarme, expresar mis sentimientos, empujarme, nutrirme, entenderme y comprender.........
Qué lo diga mejor un poeta, Octavio Paz:
"La poesía se emplea para aplacar las tormentas del alma, redimir a una mujer o un hombre o llenar el corazón de ese sentimiento llamado amor. Puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, asustar una soledad y alejar una tristeza. Sirve también para reflexionar acerca de si las piedras hablan o si la luna es medicina para el mal de amores.”
el estancamiento genera podredumbre en cualquiera, monotonía desctructiva
Lo que más me gusta de esta entrada es que relacionas la valía de poetas y trovadores con su capacidad para, a través de su manipulación de las palabras, incidir en lo más profundo de nuestro ser. No es otra cosa la poesía, lastrada demasiado a menudo por cursilerías y reflejos engañosos que no dejan ver el bosque. La poesía y la literatura, el cine, la música, la pintura y las artes en general, creo yo, deben servir para removernos, deben operar como motor de cambio. El resto son adornos huecos a mayor gloria del ego de firmantes que se creen el colmo de la sensibilidad.
Tú también haces poesía con tus palabras, Antígona. La musicalidad de tu prosa es el traje con que se visten esas ideas que, al menos a mí, tanto me hacen pensar.
Y de eso se trata, al fin y al cabo.
Besos.
Me ha encantado esta entrada. ¿Para qué sirve un poeta? La pregunta tiene trampa porque parte de la premisa de que todo debe servir para algo (o alguien). Como si hubiese un fin en todas las cosas.
La poesía no puede servir porque está demasiado ligada a cosas tan "inútiles" como los sentimientos o la belleza. Para servir ya están los manuales de instrucciones. Y no todos.
Un ósculo inservible
No es por quitarle la razón a Hermann Hesse, ¿A mí qué?, pero me temo que no puedo estar de acuerdo con él en este caso. Cristo podrá ser tomado por un poeta, universal o particularmente, pero su existencia no invalida ni empaña la de los demás, que no sólo hablan del perdón, sino también del rencor, ni sólo del amor sino también del sufrimiento del desamor, ni sólo de la luz sino también de la oscuridad… y de la tristeza, y de la muerte, y de la dureza de nuestros semejantes, y del egoísmo y de la mentira… Todo ello también forma parte de nuestra humana condición, y creo que conocernos a nosotros mismos también pasa por descubrirnos en lo peor que tenemos a través de los poetas. Un verdadero poeta no puede dejar de cantar a todo lo que hay, duela o no, hieda o no. Sólo así su celebración del mundo en cuanto tal es verdadera celebración.
Un beso!
Uff, doctor Lagarto, me parece que ha ido usted a dar con una cuestión nada trivial.
A veces he pensando que precisamente en este mundo colonizado por la técnica poco queda ya a lo que cantar. ¿Cantarán los poetas al teléfono, a la televisión, a las autovías, a los portátiles o a los ibooks? Bien, quizá lo hagan, si es cierto que los poetas tienen la capacidad de proyectar una mirada distinta sobre cualquier cosa, sea ésta una rosa o un móvil, una cañada o una autovía, y hacérnosla aparecer bajo una luz distinta que altere su sentido más trillado. O quizá canten precisamente para revelarnos la ausencia de belleza de este mundo nuestro tecnificado y devorado por la velocidad del que, como precisamente decía un poeta, los dioses hace ya mucho que huyeron y ni siquiera percibimos la indigencia de su falta.
En cualquier caso, mientras existan poetas –y haberlos haylos, ahí están esos preciosos y lúcidos versos de Bolaño para corroborarlo- será porque aún existen seres humanos deseosos de amasar palabras para buscar el brillo oculto del lenguaje y a través de él poner a brillar algo del mundo o el mundo en su conjunto. Aunque este mundo en constante cambio parezca tan lejos de todo brillo o el modo de llevarlo a brillar haya de ser radicalmente distinto al que utilizaran poetas de otros tiempos. O quizá precisamente porque en este mundo nos ensordecen a cada paso las voces de esos publicistas, es lo por lo que, más que nunca, nos hacen falta los poetas para hacernos entender qué son esos publicistas y cómo nos consume ese sentido del ser depositado tan alegremente sobre el consumo.
Tal vez algo así quería decir Rilke con este poema:
“Rápido cambia el mundo,
como formas de nubes.
A casa, a lo primigenio,
retorna todo lo consumado.
Por encima del cambio y la marcha,
más grande y libre,
dura todavía tu canto previo,
dios de la lira.
No se reconocen los sufrimientos,
no se aprende el amor,
y eso que en la muerte nos aleja,
no se desvela.
Sólo el canto sobre la tierra
consagra y celebra”.
Aún podemos esperar el milagro de que crezcan flores en el Desierto. O a lo mejor la poesía siempre ha consistido en obrar ese milagro.
Un beso, doctor Lagarto!
Laura Uve, estoy segura de que la poesía sirve para todo eso que apuntas y para todo lo que cada cual sea capaz de encontrar dentro de sí a través de ella. Pero me gusta especialmente la idea de que los poetas están ahí para darnos voz. Porque, ¿quién mejor que ellos sabe decir lo que tantas veces querríamos decir y no sabemos cómo?
Y eso que querríamos decir abarca tal vez el campo entero de la existencia, donde tienen su lugar específico las tormentas del alma, las redenciones, el amor, la necesidad de alimentar el espíritu, de aliviar la soledad y la tristeza. Donde tiene sentido preguntarse si las piedras hablan en su silencio o la luna nos habla del amor y del desamor. Todo eso, además de tantas y tantas cosas.
Gracias por esas excelentes palabras de Octavio Paz.
Un beso!
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Es cierto, Gift, y acaso el gesto de abrir un libro de poemas y detenerse pausada y lentamente sobre sus palabras tenga por fin huir del estancamiento y el hastío que esta realidad muda o afónica tantas veces nos provoca.
Gracias por tu comentario y bienvenido a esta casa.
Incidir en nuestro ser, Jota, que –no lo olvidemos- es a un tiempo la abertura por la que se muestran y aparecen todas esas cosas que no somos nosotros mismos. De manera que hablar de ese ser y de aquello que lo configura es a la vez, e inevitablemente, hablar de todo eso que compone el mundo en su complejidad y misterio, aunque cada poeta lo diga a su manera y centrándose en un esquina u otra de ese todo que excede el conjunto de cosas que lo componen.
Y ¿cómo esa manera de retratarnos y de retratar todo lo que nos circunda no iba a removernos si cuando nos paramos mínimamente sobre la realidad más cotidiana somos un amasijo de preguntas apenas acalladas por muy pocas y siempre incompletas respuestas?
Yo también estoy de acuerdo contigo, y quizá se nos ha hecho creer erróneamente que la poesía y la literatura, el cine, la música, la pintura y las artes en general deben ser meros medios de entretenimiento en lugar de –o por qué no, también junto con ese entretenimiento- indagaciones sobre la verdad que nos constituye e instrumentos de conocimiento.
Supongo que no es extraña la necesidad de pensar e interrogarse por la poesía o por el arte en general. Son de las pocas creaciones humanas que, sin “servir” para nada en el sentido más estrictamente práctico del término, sin embargo más nos definen y a la vez más enigmáticas en sus motivaciones y aspiraciones nos resultan. Podemos imaginar un robot fabricando o diseñando a otro robot. ¿Pero escribiendo un poema o pintando un cuadro?
Un beso!
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Gracias, C.E.T.I.N.A. Obviamente, la pregunta no es de las que se dejan responder en función de criterio alguno de utilidad, sino, como le comentaba a Jota, de las que preguntan por el sentido y el valor de la existencia de algo, que es muy distinto de la utilidad.
Me has hecho recordar a un amigo mío, profesor de filosofía, quien, cuando sus alumnos le preguntaban que para qué servía la filosofía, les decía que debían distinguir entre utilidad y valor poniéndoles el ejemplo del papel higiénico, que si bien es muy útil, no vale nada :)
Un beso sin manual!
Volver a poner las Palabras en la Realidad, esa es la cuestión.
Por esto, preguntamos:
¿Dónde estáis, poetas humanistas? Vuestra oportunidad de escribir en la tierra se ha presentado, descended de vuestra obra egoísta, a qué esperáis si ya no tenéis excusa ?.
Amáis al mundo y a todos los hombres, pero no reconoceríais vuestro rostro en el espejo.
Queréis más que nadie y os rasgáis el alma de tanto soñar, ¿Por que queréis decir amor cuando queréis decir ego?
Bailáis como cisnes y tenéis visiones desde el más allá. Intentad mirar a vuestro alrededor de vez en cuando y tratad de repararlo.
Escribis páginas y páginas, os pagan y halagan, Si vuestra libertad se mide en dinero, ¿Qué le queda a la dignidad?.
Poetas, bajad de vuestra Torre Triste. La poesía ha salido a la calle. Venid y construid esta Resistencia en Carne, en Verbo y en Revolución.
¿Dónde estáis, poetas? los tiempos de la queja se acabaron, es tiempo del Hacer-Ahora, del No-Más, es tiempo de recuperar las palabras, son los Tiempos de la Transición Poética Emancipadora.
POETAS BAJAD AL MUNDO, BAJAD A LA REALIDAD. LA POESÍA ESTÁ EN LA CALLE.
Profundistas en Acción.
Pon, pon...
¿Se puede?
Después de 2 meses he vuelto a asomarme a un ordenador y he buscado tus palabras.
Quizá lo más prudente hubiera sido no decir nada y guardar tu beso de despedida pero...
Yo entiendo las palabras de Hermann Hesse con otro sentido distinto del tuyo y ese sentido no quita que los poetas nos reflejen no solo la luz, la belleza, la bondad, la generosidad,sino también la oscuridad, la fealdad, el egoísmo, la maldad, la mentira... Yo lo entendía como una esperanza, los poetas por su capacidad especial de saber transmitir lo que sienten ,lo que viven, siempre para mi traen luz aunque vivan en la oscuridad, traen amor y generosidad aunque esten sumergidos en el odio y el egoismo, traen belleza aunque a su alrededor todo sea fealdad, traen olores como de tierra mojada o de jazmin aunque esten rodeados de mierda, en el dolor transmiten la esperanza del gozo... La vida es todo eso que los poetas sienten y viven pero son especiles por ese motivo, porque a pesar de todos los pesares, en sus palabras aunque reflejen todo el dolor, oscuridad, fealdad, egoismo y tristeza que nos habitan, de ahí el milagro, transmiten luz, amor, gozo, generosidad, vida... No sé explicarme porque no soy poeta pero siento, reconozco a un poeta de ahí las palabras de Hermann Hesse. No sé si he sabido explicarme.
Un beso
Maldito liberalismo romanticoloide, has matado a los poetas? ya son tuyos.
Atacad la realidad, empiezan los tanques y los fuegos y es tiempo de bajar de ese pedestal.
Venid conmigo, te ofrezco un pedazo de esperanza...
vaya muy buen post, excelente tu forma de exresarte, mucha clase.
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