miércoles, 9 de marzo de 2011

Saltar del barco


De entre esas percepciones difusas que nos acompañan prácticamente desde que tenemos uso de razón, pero que sólo con el transcurrir de los años logramos identificar al hallarlas formuladas en palabras entre las páginas de un libro, hay una en la que me reconozco especialmente: existir bajo la forma de los extraños animales que somos significa habitar en la constitutiva, radical, inalienable y profundamente desarraigante imposibilidad de sentirse en este mundo como en casa. Hasta el punto de que toda relación de familiaridad con ese mundo, toda visión de éste como un hogar, aparece como un constructo de variable fragilidad destinado a encubrir esa inhospitalidad originaria. La intuimos bajo el poderoso influjo de ciertos estados de ánimo particularmente desasosegantes, a través de los cuales se nos revela que, en el seno de esta constante lucha contra la nada impuesta sobre nuestras cabezas desde que abandonamos el vientre materno, no cabe sentirse como en casa. Estados de ánimo que, con terrible crudeza, nos ponen de manifiesto cómo el lugar donde siempre acecha la amenaza inminente -y más cierta que ninguna otra certeza- del regreso seguro a esa nada, nunca representará un verdadero hogar.

No es ninguna novedad para quienes seguís desde largo la andadura de este blog mi obsesión por este tema, presente de forma más o menos directa, más o menos tangencial, en varias de sus entradas, y quizá incluso motivo que recurrentemente colorea sin siquiera mencionarse el tono de gran parte de ellas. Pues bien, hoy he querido traerlo una vez más a colación -aun a riesgo de aburriros ya definitivamente con él- porque mi obsesiva relación con esta cuestión comienza a cobrar, de un tiempo a esta parte, un cariz que nunca hasta ahora había mostrado: asumida la imposibilidad esencial de sentirse en este mundo como en casa, así como la forzosa búsqueda y creación de los lazos que nos permitan ocultar esa inhospitalidad primigenia derivada de ella, últimamente se ha apoderado de mí la sensación de que no el mundo en cuanto tal, sino este mundo concreto, el que día a día se dibuja con el curso de los acontecimientos, el que se fragua con la introducción de nuevas leyes, el que resulta del comportamiento de quienes en él toman decisiones, se está convirtiendo en un lugar a mis ojos cada vez más inhóspito. Tan inhóspito que reiteradamente me sorprende un absurdo deseo que en callado diálogo conmigo misma me lleva a exclamar: ¡Qué ganas de saltar de este barco! Absurdo porque sé perfectamente que, tal vez en absoluto y sin duda desde mis singulares circunstancias, no hay espacio alternativo alguno al que saltar y no me queda, por tanto, más remedio que permanecer en el barco y tratar de acomodarme al rumbo que lo guía.

No, no soy tan ingenua: ya ni recuerdo cuándo descubrí que este mundo concreto, el que me ha tocado vivir, con su particular configuración, nunca sería un mundo amable para quienes nacimos pobres y carentes de poder. Nunca lo fue, es cierto, para todos aquellos que en similares condiciones hubieron de sufrir en sus propias carnes la maldición bíblica de tener que destinar una parte abusiva del tiempo de sus vidas a procurarse el sustento diario. Pero, a diferencia de los hombres y mujeres de otras épocas de la historia, los trabajadores del siglo XXI hemos de cargar además con la conciencia de que los trazos más gruesos de ese rostro inhóspito que el mundo nos ofrece en la actualidad provienen del indecente fracaso de una de las esperanzas menos utópicas y más potencialmente factibles de la humanidad: que el progreso de la razón científica moderna, con su intrínseca vinculación a la producción técnica, al surgimiento y perfeccionamiento de la máquina, acabaría, si no por liberarnos definitivamente del penoso castigo del trabajo, sí por aliviarnos de él de manera significativa.

Bien, es obvio que hemos logrado inventar y producir tantas máquinas como jamás llegaran a soñarse en el pasado. Máquinas que, en efecto, al reemplazar y multiplicar exponencialmente en su rendimiento el esfuerzo humano, son capaces no sólo de asegurar nuestra subsistencia, sino también de devolvernos por fin el tan preciado tiempo de vida que el perverso dios cristiano nos hurtó bajo el pretexto del pecado. Sin embargo, es otro hecho igualmente palmario que sólo un ridículo porcentaje de la humanidad ha conseguido sustraerse a la condena ancestral, o estaría en disposición de hacerlo si recordara su condición de castigo, mientras nada en la más obscena y aberrante abundancia a costa de la perpetuación de la maldición para su gran mayoría. Y como, además, la porción occidental más favorecida de esa gran mayoría parece también haber olvidado la tremenda injusticia de la que es víctima y ni siquiera rechista por ella gracias a las pequeñas alegrías que obtiene de su inmersión en la espiral consumista, hace ya mucho que entendí que, como miembro que soy de esa porción de la humanidad en su conjunto alienada y conformista, no me cabía sino resignarme y aceptar que habría de seguir invirtiendo una cantidad abusiva del tiempo de mi vida en procurarme el sustento -y yo como más bien poco-, un techo bajo el cual cobijarme, algunos libros de vez en cuando y poco más.

Lo entendí, sí. Pero ese ejercicio de resignación y aceptación que practico religiosamente a diario, cada mañana de jornada laboral que suena el despertador, cada noche en que me acuesto agotada y frustrada por no haber contado con las horas que desearía para hacer otras cosas al margen de trabajar, aún me cuesta demasiados empastes rotos a fuerza de apretar las mandíbulas. Omití comentar que también me ejercito en resignarme a incluir entre mis gastos la periódica factura del dentista.

Ya creía más o menos delimitado el conjunto de los factores sobre los que seguir practicando cada día la resignación y la aceptación, cuando nos sorprendió la crisis, los activos tóxicos y con ellos el anuncio en los periódicos por parte de grandilocuentes articulistas del antes y el después del capitalismo salvaje, de la inevitable alteración del modelo, del doloroso acontecimiento que por fin determinaba, sí o sí, la exigencia de cambio, la demolición del sistema insostenible. En contra de nuestras ilusiones, muchos intuíamos que mejor esperar sentados. Nuestras intuiciones se confirmaron: como en el juego de la ruleta, de nuevo ganaba la banca.

Más tarde llegaron las huelgas de protesta frente a las medidas adoptadas para salir de esa crisis provocada por la avaricia psicópata de los poderosos, y con ellas la decepción al comprobar la pasividad de quienes podían seguirla, la indignación al descubrir la impotencia de quienes, deseando hacerla, no se atrevían a permitírselo por ver peligrar sus puestos de trabajo -ese bien tan preciado en tiempos de crisis, da igual las horas de tiempo de vida que a uno le roben por él-, la incomprensión al constatar la falta de rebeldía de tantos y tantos que reivindicaban ferozmente su derecho a no hacer huelga. Como si las medidas adoptadas no fueran también contra ellos, contra sus familias, contra sus hijos, contra los hijos de sus hijos.

Poco después hube de empezar a hacer tremendos esfuerzos por asumir que, por si no era ya suficiente el ejercicio de resignación con el que cargaba, ahora se le sumaba el correspondiente al incremento de los años del tiempo de mi vida obligatoriamente destinados al sustento futuro, a la vejez presuntamente digna, a la siempre postergada, y ahora todavía más, propiedad del tiempo propio. Esta vez, increíble pero cierto, ya sin huelga ni protesta, sin reacción por parte de nadie, en la más silenciosa aceptación del engrandecimiento de la injusticia. Y, desde los últimos días, la exhortación, la demanda al precio de multa, a un nuevo ejercicio de resignación: emplear aún más tiempo de mi vida, de nuestras vidas, en desplazarnos a nuestros lugares de trabajo. Sin una sola reflexión, sin una sola mención en ningún medio de comunicación, acerca de las posibilidades que la tecnología ofrece para que algunos, bastantes, se liberen de la necesidad de perder ese precioso tiempo en autovías y autopistas -eso que se llama teletrabajo, debe de ser que ni políticos ni periodistas lo han oído nombrar jamás- y así nos liberen al resto de insalubres contaminaciones, de enervantes atascos, de gastos prescindibles, mientras ellos se ganan su sueldo en batín y zapatillas desde sus más humildes o pudientes hogares. Dando obcecadamente por sentado, a mayor beneficio a largo plazo de las petroleras, que cierto uso energético ligado estrechamente al trabajo constituye un factor inamovible en este mundo hostil cuyos costes sólo se pueden rebajar obligando al usuario a dilapidar más tiempo de su vida.

Y mientras tanto, y para más inri, el triunfo de la tiranía de la salud hipócrita que ya ni tan siquiera consiente ni un mísero reducto público para que los fumadores nos envenenemos a voluntad con el placer de la nicotina. Avalado encima por el aplauso generalizado de quienes, alentados a la más odiosa intolerancia, no comprenden que, bajo el imperio de las razones económicas, únicamente asisten a un nuevo paso hacia adelante del proceso de extensión incontrolada de esa lógica tiránica que -no tardaremos en ser testigos de ello- terminará por intevenir, más allá del humo del tabaco, en los hábitos alimenticios, deportivos o sexuales considerados poco saludables.

Pensaba igualmente que hacía tiempo que había alcanzado un grado notable de resignación ante la creciente estupidez, deficiencia mental e inmoralidad de la clase política. Y digo de la clase política porque, al menos en cuanto a estupidez y deficiencia mental -en la inmoralidad cabrían acaso ciertas matizaciones-, a incompetencia para argumentar con un mínimo de credibilidad y sin constantes y groseras mentiras las decisiones que toman o tomarían de ocupar el poder, todos y cada uno de ellos, con independencia del color de su bandera, me parecen idénticamente deleznables. Por desgracia, en estos últimos meses en los que el mundo me resulta un lugar cada vez más inhóspito, un lugar donde las posibilidades de sentirse -aunque sea ilusoriamente- como en casa se reducen a un ritmo vertiginoso, compruebo que no es así. Como compruebo en mis cada día más tensas mandíbulas que mi capacidad para el ejercicio de la resignación está rozando sus límites.

Definitivamente, ¡pero qué ganas de saltar de este barco!

34 comentarios:

Carmela dijo...

Sabes Antígona yo creo que lo peor de todo esto que cuentas tan perfectamente y con lo que estoy de acuerdo es el grado superlativo de aceptación y resignación, que cada vez más, nos rodea. El tema, muchas veces mayoritario, en una conversación es lo malo que está todo,el mundo, el trabajo,la economía, las leyes absurdas que cada día aparecen, …. y que únicamente criticamos y asumimos con grandes aspavientos y protestas que no quedan mas que en pataleos de corros de amigos.
Vemos las noticias del mundo y casi suspiramos de alivio cuando comprobamos que hay gente peor que nosotros, estamos atentos a ver si en esos paises musulmanes ganan ellos o el terrible poder que les tiene debajo del zapato y que gracias a dios nosotros no soportamos, respiramos al pensar que aunque apaguemos el cigarrillo antes de entrar a tomarnos un café, que ya no nos sabe igual que antes, lo hacemos sin llevar un burka puesto, solo nos cabreamos ligeramente cada final de mes cuando recordamos la nómina rebajada para nuestro bien al ver hay quien ni siquiera la tiene, pensamos que la mierda que rodea a políticos de otros lares es mayor que la que baña a los nuestros, asumimos que los desastres de la naturaleza no los provocamos nosotros con nuestro aniquilador hacer sobre la tierra, sino que es producto de la naturaleza que está loca, pensamos que a fin de cuentas los hay con peor suerte que la nuestra.
Ah, pero que no nos toquen ciertos valores que entonces asoma toda nuestra rebeldía, nuestra protesta y nuestro cabreo, nos dicen que los malditos hijos de puta de los controladores que cobran un pastón están de huelga porque quieren mas dinero y mas vacaciones y nos tiramos a la calle a ladrar contra ellos, nos dicen fulanito mató a fulanita y nos lanzamos a decapitar a todos los hombres que son unos desalmados y solo piensan en pisarnos, ganamos el mundial, si señores ese título que nos importa mas que todas las cosas importantes que ocurren y se produce una de las mayores movilizaciones de la historia de esta tierra nuestra y nos lanzamos todos a la calle eufóricos, contentos a ensalzar la maravillosa proeza que hemos conseguido, colgandonos como idiotas tres días del televisor para no perdernos ni un minuto de esta maravilla, les vemos levantarse, desayunar, salir de relax se lo merecen,volver en el avión y todas las cosas que hacen, dicen, piensan y hasta casi cuando cagan, nos tiramos a la calle para besarles los pies y se para el mundo, pero no digas nada que bueno para una alegría que tenemos habrá que celebrarla. Mañana cuando nos digan te bajo el salario, trabaja mas años, suben los precios, no fumes que es malo, han matado a otra mujer, la banca gana y tu pierdes, sube el petroleo, matan a miles en las calles, el terremoto ocurrió hace un año y siguen en la mierda, gadafi es malo pero el petroleo puede subir,.....nos encogeremos de hombros y diremos que todo esta fatal pero que no podemos hacer nada.
Creo Antígona, que cada vez tenemos más lo que nos merecemos y que como no ocurra algo que nos despierte cada vez iremos peor.
Siento no poder decirte nada positivo, y que conste que me gusta el futbol.(pero creo que es un buen ejemplo)
Un beso.

Mikel dijo...

Un texto muy interesante, Antígona. Comparto algunas cosas más que otras, pero en cualquier caso es fácil que la sensación de frustración se haga presente.
Me permito recomendarte un libro: ALGO VA MAL, de Tony Judt. Una maravillosa radiografía del origen de esta sociedad en la que vivimos.
De todos modos, aceptar el mundo como es, con lo bueno y lo malo que tiene, es algo que hay que hacer, o si no nos volvemos locos. Y lo peor: al menos por ahora, no hay otro barco al que subirse...
Un saludo desde aqui!

Carmela dijo...

Perdona la extensión, comencé a escribir y le di al send como siempre sin volver a leer.
Al verlo publicado me dí cuenta de la extensión.
otro beso.

Mikel dijo...

También muy interesante lo que tú dices, Carmela, sobre todo el papel de los medios de comunicación y su continuo bombardeo de bobadas. Otra recomendación: EL SAQUEO DE ROMA, de Alexander Stille, sobre la Italia de Berlusconi, ese gran, gran demócrata y experto manejador de televisiones a su favor...
Otro saludo!

Carmela dijo...

Hola Mikel me apunto los dos libros que recomiendas y a presar de mi larga berborrea tienes razón en que es el único barco que tenemos, aggg por eso me dá tanta rabia.
Un beso
(Antígona tu bella casa como siempre la tomo por asalto)

Mikel dijo...

Está bien que te indignes. Cuando dejas de indignarte es cuando ya estás completamente aborregado... y por ejemplo, saltas, pero al barco de Antena 3! Jaja! Hablando de bobadas...
Otro beso para ti!

Carmela dijo...

Un toque alegre Mikel, para empezar bien el día. Me pongo en marcha para aportar mi granito de arena.
Otro beso.

Cisne Gaseoso dijo...

Al leerte, recordé a Sartre, esa Náusea que surge al encararse con la existencia, al ver que estamos solos. Al ver que no hay nada, sólo el vacío de las cosas. Al ver que el mundo, que la vida es un absurdo, que lo es el día a día... Recordé a Camus, la casi indiferencia con la que acabamos mirando todo, tras pasar por la rabia, por el dolor, por lo inhóspito de lo que nos rodea.

Así es la realidad. Unos se duelen más, otros se acomodan...los más, pasan en masa sin hacerse interrogantes.

Pensar, ver y abrir los ojos, en los tiempos que corren, es el ejercicio de la desolación más absoluta.

El peletero dijo...

Apreciada Antígona, el otro día hablaba con unos amigos y les decía que nuestra generación, la que nacimos aproximadamente en la década de los 50 del siglo pasado, somos unos verdaderos privilegiados. Me miraron con cara de no entender nada, pues ellos piensan, como muchos, que son víctimas de una de las más horrendas etapas de la humanidad.

Les hice una somera comparación con la vida de sus padres y tíos y les expliqué la anécdota, que ya conocían, de mi infección ocular al poco de nacer que me habría dejado ciego de por vida si no hubieran existido los antibióticos.

Les añadí también lo que me cuenta otra amiga que tiene a su hija en Ghana y que allí está todo por hacer y que solo es necesario ir hasta allí, pero siguieron sin comprender mi punto de vista, más preocupados como estaban por su cercana “semana Blanca” y el viaje turístico que tenían ya planificado desde hacía seis largos meses, insistiendo, eso sí, en los grandes males del mundo.

Dices bien, lo importante es lo que hacemos con lo que nos sucede, así que, parafraseando un viejo post, y sin querer dar lecciones a nadie pienso, querida amiga, que hay cosas que te cambian la vida, te la cambian y te la modulan, te la encaminan, a veces te la lastran y te esclavizan. Es así y así hay que decirlo, pero quien no aprende del viaje no merece saber nada.

¿Qué queremos?, ¿la felicidad?, ¿la calma?, ¿la sabiduría?, ¿el sosiego? Una muesca grande de todo ello lo tenemos delante de nuestros ojos, nos está rozando la piel.

¿Queremos justicia?

Besos.

Antígona dijo...

Por favor, Carmela, nada de disculpas por la extensión de tu comentario, que ya sabes que en este blog eso nunca es un problema ni tengo intención alguna de empezar a proponer o imponer recortes ;)

Este post es ante todo un desahogo de la nada retórica profunda sensación de malestar que arrastro desde hace tiempo y que se me empezó a hacer especialmente palpable desde comienzos de año, primero con la hiperrestrictiva ley antitabaco –teniendo además que oír a todas horas en la radio la mentira de que con ella sencillamente nos equiparábamos al resto de países europeos cuando en la mayoría de ellos se ha aplicado de forma más tolerante-, luego con la reforma de las pensiones y en los últimos días con los 110 km/h.

No puedo estar más de acuerdo con todo lo que señalas, si bien en mi caso poco me alivia el saber que hay países donde sus pobladores están en peores condiciones que nosotros. Lo cual no quiere decir que no me solidarice anímicamente con ellos ni me sienta afortunada de pertenecer a un país occidental, sobre todo como mujer. Pero cada país tiene su trayectoria y el rumbo que esa trayectoria está tomando en los países occidentales, a poco que uno aplique una mínima dosis de racionalidad, me resulta cada día más descabellado, rocambolesco e indeseable para sus habitantes si uno se plantea, sencillamente, que las cosas podrían ser de otra manera porque ninguna ley natural o imponderable lo impide y todo depende de decisiones humanas.

Lo digo en el post pero no me importa insistir sobre el tema: tengo la sensación de vivir bajo el imperio de la incompetencia, la falta de reflexión y de inteligencia a la hora de buscar soluciones a los problemas, la inutilidad y la constante mentira de los políticos, que parecen tomarnos por imbéciles con sus argumentaciones falaces, contradictorias y de todo punto carentes de credibilidad. Está llegando un punto en que me pone de los nervios escuchar las tertulias en la radio, donde apenas se escuchan voces con ideas críticas a valorar. La televisión es que ya ni la enciendo. Si tanto políticos como periodistas son un reflejo de la sociedad en la que vivimos, en la medida en que pretenden aportar argumentos que, por un lado, consideran comprensibles para la mayoría y, por otro, creen que pueden influir sobre sus opiniones y convicciones, debe de ser que nos estamos convirtiendo en una sociedad muy bruta, dispuesta a creer cualquier estupidez, incapaz de pensar más allá del último dato que se le aporta y sin cualquier posible perspectiva ni tampoco memoria que le permita tener una visión clara del curso de los acontecimientos.

(sigo abajo… jeje, ¿quién decía nada de la extensión?)

Antígona dijo...

Y luego, como comentas, esta ostentosa falta de rebeldía que, en efecto, se apoya en el pensamiento de que a fin de cuentas, todo podría ser peor, no nos quejemos que en realidad no vivimos tan mal, es necesario sacrificarse porque hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, pongamos un poquito de nuestra parte… Joder, ¡pero si es que no se trata de eso! Se trata de si estamos dispuestos a, por lo menos, protestar por una sociedad un pelín más justa, donde no sean siempre los trabajadores los que tengan que perder, encima por mor de la perpetuación de este sistema radicalmente injusto y para más inri a la larga insostenible. ¿Dónde ha quedado nuestra capacidad de indignación? Como bien dices, se pierde en esas chorradas que en nada mejoran un ápice nuestras vidas mientras, por otro lado, olvidamos nuestras penurias cotidianas celebrando ese acontecimiento futbolístico que tampoco mejorará un ápice nuestras vidas. ¡Y que no nos lo quiten! Que conste que yo ni celebré nada ni lo celebraré jamás en lo que se refiere al fútbol. Mis mecanismos de identificación con unos señores que ganan millones por pegar patadas a un balón en representación del país en el que habito pero del que, a la vista de ciertas cosas, si pudiera me exiliaría, están averiados desde que nací.

Un beso y gracias por tu sentido comentario, Carmela.

Antígona dijo...

Mikel, es lógico que compartas algunas cosas más que otras, en el post se tocan demasiados temas y no espero que los demás compartan mi malestar con todas ellas.

Tomo buena nota de tus dos recomendaciones, aunque no sé si por una temporadita me vendría mejor dejar de pensar en todo esto, porque a este paso, además de con los empastes rotos, voy a acabar con una úlcera en el estómago de tanta bilis como produce mi estómago.

¿Aceptar el mundo como es? No estoy de acuerdo. Como le decía a Carmela, no estamos hablando del curso inalterable de la naturaleza o de catástrofes naturales, sino de cosas que dependen de decisiones humanas. O sea, que las cosas no son como son, sino como nosotros las hacemos. Y aunque es cierto que no me queda más remedio que aceptar no soy yo, sino otros, los que toman las decisiones, no puedo dejar de pensar en que esas decisiones podrían ser otras.

Lo dicho, que acabaré con una úlcera.

Un saludo

Antígona dijo...

No es extraño, Cisne Gaseoso, porque lo que digo al principio del post tiene mucho que ver con ideas desarrolladas por la filosofía existencialista. Y si bien yo me acuerdo estos días especialmente de Mersault, el protagonista de “El extranjero”, el problema es que mi Mersault no asesinaría a nadie sólo por su dolorosa percepción de la existencia, con todo su absurdo, con todo su vacío, sino porque tiene 65 años y no se puede jubilar todavía, o porque está en el paro y no puede mantener a su familia, o porque todos los días se pasa dos horas en el coche al ir y venir de su trabajo y ahora aún tiene que pasarse más tiempo.

Leyéndote me he acordado también de esta frase de Alejandra Pizarnik que escuché hace poco en la película “Lugares comunes”: “La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez”. Pues eso, desolación y dolor y un tipo de placer que parece convencer a muy pocos.

Bienvenida a esta casa y gracias por tu comentario.

Antígona dijo...

Estimado Peletero, entiendo lo que dices pero no puedo compartir esa visión contigo.

Primero, porque estoy muy lejos de creer que seamos víctimas de una de las más horrendas etapas de la humanidad. No, no hace falta tener una visión tan negativa de este mundo, o no ser capaz de apreciar todo lo positivo que nos ha traído en relación a otras épocas de la historia, para ser consciente de su fealdad y dolerse por ella.

Como mujer, creo que es obvio que ninguna otra época de la historia me favorece más que ésta. De haber nacido hace no tanto, o de haberlo hecho en esta misma época pero en un país no occidental, no podría haber recibido la educación que tengo, ni podría ser independiente ni llevar una vida propia. Eso no se me olvida nunca.

Sin embargo, no por ello dejaré de pensar que, como ya he dicho varias veces, la realidad que día a día vivimos es producto de decisiones pasadas y presentes que podrían haber sido o ser otras, y que aún pueden llegar a ser otras. Sí, es probablemente el ámbito de lo posible lo que me mata, lo que enciende en mí toda rebeldía, lo que me indigna y revuelve el estómago. Porque no estoy hablando de lo posible quimérico, de lo posible utópico, de lo posible futuro pero aún no realizable, sino de lo posible cuya realización depende de la inteligencia, de la honestidad, del sentido de la justicia de otros seres que pertenecen a mi misma especie. ¿Por qué deberíamos renunciar a la idea de ver realizadas esas posibilidades cuando los únicos obstáculos que impiden su realización son mecanismos sistémicos fruto de decisiones humanas que podrían –y aquí de nuevo la posibilidad- llegar a ser otros?

Si los obreros que en el siglo pasado trabajaban doce horas al día sin todos los derechos de los que hoy en día disfrutamos gracias a sus huelgas y protestas –e incluso a sus muertes- hubieran pensado: bien, en esta vida hay cosas que te esclavizan y el trabajo es una de ellas, hoy día seguiríamos en sus mismas condiciones laborales. ¿Es que ya lo hemos olvidado?

Las doctrinas estoicas vienen muy bien para aprender a aceptar lo inevitable. Pero todo aquello que me molesta de este mundo no pertenece, a mi juicio, a ese orden de lo inevitable.

Y personalmente, claro que quiero justicia. Por ello me esfuerzo por que mis actos sean justos. Porque sé que mis actos también forman parte de este mundo.

Besos!

NoSurrender dijo...

Tiene usted razón, no hay hogares. Es cierta la inhospitalidad originaria. Pero el hecho es que nuestros cuerpos pertenecen a ese lugar extraño que compartimos con esos otros cuerpos extraños. Y en esa convivencia que toma forma de contrato social se enmarcan todas estas leyes, desde las más estúpidas a las más sensatas.

También es cierto que no hemos pensado bien sobre algunos mecanismos, más o menos automáticos, que nos arrastran hacia el absurdo y la injusticia. Pero, doctora Antígona, si nos sentimos extraños en este mundo ya de por sí, ¡imagínese si encima citamos a alguien tan lúcido y sensato como Karl Marx en este principio de sXXI! Y la verdad es que Herr Karl ya habló con notoria claridad de cómo se establecen las relaciones de producción entre los factores productivos. Y, para más estupor, resulta que quienes parecen ser los únicos en haberle estudiado y aprendido son los que defienden el imperio del capital sobre los hombres. Así nos va.

En cualquier caso, cuando descendemos al plano de lo concreto, al de la burocrática técnica de la fabricación de normas, las cosas se complican si mantener otros mecanismos de crecimiento y distribución de bienestar. No seré yo quien defienda a estos políticos, pero sí pienso que muchas veces no tenemos en cuenta todas las variables que deben conjugarse a la hora de poner o quitar una norma. Y es en esa ignorancia nuestra (¡y en la de los medios de comunicación!) en lo que se basan los que se mantienen en la cúspide del poder para perpetuarse. La ignorancia alimenta a los poderosos, ahora y siempre, a costa de manipular las bases del debate.

Como decía un poeta escocés,

We're living in a strange time
working for a strange goal
We're living in a strange time
working for a strange goal
We're turning flesh and body
into soul



Besos, doctora Antígona!

Marga dijo...

Ufff tantos hilos de donde tirar en tu texto, Antígona muá, tantas coincidencias en percepciones e indignaciones (me reía sola, una de las citas que tengo en una libreta del guión de la película de Aristarain es precisamente esa de Pizarnik, jeje)... pues eso, que no sabría por dónde empezar.

En pedirte un chaleco y lanzarme contigo por la borda? al menos risas y conversaciones no nos iban a faltar...

Pero sí, ahora en serio, reconozco esa sensación de desterrada del mundo, me cabrea y desespera a partes iguales, los últimos tiempos están siendo indignos como pocos (ajá, pero sin comparaciones globales, es mi tiempo y por eso el mejor y el peor que pueda vivir, no debo desenredarlo de la Historia pero tampoco convertirlo en el centro de ella porque en realidad será el único que conozcamos y nos resultará imposible tener una perspectiva real de él) indecentes y tristes y tan, tan dormidos... Y me vas a perdonar pero no sólo los políticos acusan una imbecilidad y una indencia increible, no me parece que sean únicos o debo tener audición alicinativa, porque me sorprenden las conversaciones que escucho a mi alrededor, las del día a día, desmemoriadas y pueriles, más allá de toda lógica al centrarse en puntos que en nada nos afectan y dejando de lado los temas que nos están quemando.

Tenemos lo que nos merecemos? no, sigo pensando que no pero una pequeña parte nos la estamos ganando a pulso y es tal la maraña que ya me cuesta intentar encontrar razones... mucho menos soluciones, ni siquiera personales, para encontrar un camino donde sentirme un poco cómoda y que no me miren como a la radical de turno o a la Casandra agorera cada vez que se me ocurre alzar la voz. Y lo peor es ser consciente de que no lo soy, de que sólo pienso y protesto y busco las cinco patas al gato... algo que hace unos años no era tan extraño... o será que con los años yo me he vuelto susceptible? quién sabe, ya estoy tan liada que...

La resignación nunca fue lo mío y así me va, dándome de hostias con todos los muros, y ahora ya ni te cuento... y es que no aprendo, Antígona, a pesar de las facturas de mis dentistas, como las tuyas, jeje.

Besos glup, glup!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
como siempre,abordas muchos frentes y todos interesantes.
Leyéndote me he acordado de una frase que decía algo así como "Si no puedes hacer lo que amas,ama lo que haces",quiero decir que está claro que parte de tu tiempo,gran parte,está destinada al trabajo,pero el trabajo,no tiene porqué ser sólo un modo de vida o la base de tu sustento,es o puede ser,una fuente de satisfacción inagotable,más oficios relacionados con la enseñanza o lo social,creo se prestan especialmente a cambiar el enfoque y saber disfrutarse lo que uno/a tiene entre manos.
Al menos,hablo desde mi experiencia.
Por otro lado,me parece muy sospechosa esta clase política que cada vez nos sujeta a mayor control y nos prohíbe más y más facetas de nuestra libertad personal.Me da igual derechas que izquierdas,el poder es el poder y en él se engendra el ansia de controlar y someter,también en democracia,por vías acaso más sutiles o menos aparentes.
Ya no se puede fumar en los bares,beber en la vía pública,hacer el amor en las playas....etc.....etc....
cómo tú dices llegarán a regular nuestros hábitos sexuales(auto-estimulación por ejemplo,jueves sí,martes no...ja,ja,ja,ja,ja,ja,)me río por no llorar.
En fín,Antígona,utilicemos el humor y la alegría como tabla de salvación y no nos quedemos impasibles ante la restricción paulatina pero imparable de los derechos sociales,salgamos a las calles,gritemos más que nunca,no seamos conformistas,defensores de la minúscula burbuja que nos envuelve,ampliemos horizontes y perspectivas.Este mundo está loco y del revés,pero es el nuestro,y no nos podemos quedar en la queja o la resignación.
Hay que luchar,combatir,generar espacios donde se incentive el debate es una manera de revolucionar lo establecido.
Así que enciende tu cólera de Áquiles y saca a la palestra las preocupaciones que te hierben,despierta conciencias,haz pensar y reflexionar( que se te da muy bien),que de cuando en cuando,de tanto sembrar,alguien reaccionara,no sólo con el pensamiento sino con la acción.
Hay muchas formas de ser revolucionarios,lo que no podemos ser es contemplativos,conformistas,observadores no pro-activos de una sociedad que envejece en la queja y el escepticismo.
Ya ves,me has pillado incendiaria y combativa,tengo reciente el 8 de Marzo;)
Un abrazo incendiario y alentador!

El peletero dijo...

Querida Antígona, la visión que exponía no era la mía, y sí la de mis amigos.

Otra amiga, muy querida para mí, me hablaba siempre de los “exfuturos”, de aquellas decisiones que de haberlas tomado habrían cambiado completamente nuestras vidas.

Muchas de nuestras decisiones no son fallos ni errores, ni tampoco aciertos como si de resoluciones de problemas matemáticos se tratara, su mismo carácter sistémico así lo indica porque ellas dan lugar a otros sistemas en una emergencia continua donde nada, es cierto, es inevitable, pero donde todo sucede. Cada uno debe saber lo que quiere y tratar de conseguirlo a su manera, haciéndose sindicalista o anacoreta, casándose o manteniéndose soltero.

Todos queremos justicia, pero, sin ser relativista, la justicia es más un acuerdo entre partes que una sentencia, ya lo dice el dicho popular: siempre es mejor un mal acuerdo que un buen juicio porque la vida no es ninguna foto fija, ella esta siempre llena de “exfuturos” que construyen nuestro presente.

Besos para ti, es un placer conversar contigo.

Es verdad lo que afirma Lagarto, no hay hogares fuera del camino que no está hecho para descansar.

mateosantamarta dijo...

Hola, Antigona. Vengo atraído por un buen comentario en el blog de El peletero y me he encontrado con este magnífico lugar de pensamiento, reflexión y crítica, que además cuenta con una magnífica escritura. Algún dia polemizaremos sobre algunas cosas. Hoy sólo te felicito y añado a mi lista de blogs. Un saludo.

koolauleproso dijo...

Bueno, Antígona: Estoy de acuerdo, como dice el tango inmortal, "El mundo es y será una porquería", pero ya que, como decía Sartre "estamos condenados a existir", mi filosofía vital cada vez es más la del "carpe diem", hay que devorar la vida a dentelladas, gozar lo más posible, follar todo lo que se pueda y disfrutar, si es posible, sin descanso.
un saludo, amiga

Anónimo dijo...

El sentido de nacer, de crecer, de vivir antes de morir, que es lo único seguro que sabemos que nos va a suceder, es sentir amor, generoso, inmenso, que no sabe de egoismos. El Dios del cristianismo dijo, que el amor borra todo el mal que hayas podido hacer. Creo que tú te pareces a ese Dios del cristianismo porque creo que sientes amor. El Dios del cristianismo es el Dios de la brisa suave, que te acaricia, te fortalece, te da la paz y sólo es amor de verdad. No juzga ni condena, perdona.

Antígona dijo...

Bien, es cierto, doctor Lagarto, en este mundo extraño, en este espacio inhóspito para cada uno de nosotros, tenemos que convivir. Pero los otros y sus cuerpos extraños pueden ser tanto un refugio de calidez para esa inhospitalidad originaria, como un factor más que contribuya a la percepción de la inhospitalidad del mundo. Y cuando los otros devienen, bien por razones económicas, bien por su creciente intolerancia, fuente de injusticias y malestares, me temo que está claro que están haciendo del mundo un lugar más inhóspito más allá de esa inhospitalidad originaria que es para todos la misma.

Yo no sé si es que no hemos pensado bien sobre los mecanismos que nos arrastran al absurdo y la injusticia, o que algunos han pensando demasiado sobre ellos y trabajan sin denuedo para su perpetuación por ser ellos los favorecidos por el absurdo, como usted mismo sugiere. Porque, en efecto, muchas de las cosas que nos suceden ya están escritas en los libros de Marx. Y tal y como comentaba hace no tanto en su blog al hilo de su post sobre el manifiesto “21 horas”, el valor monetario de las horas de trabajo no se define nunca en función de su rendimiento real, sino a partir del número de horas de trabajo globales que el empresario precisa para su mayor enriquecimiento. No hay, por tanto, un criterio de justicia distributiva, sino de flagrante injusticia para beneficio de quienes ya cuentan con una situación de mayor riqueza y poder. Pero, realmente, ¿debemos asumir que las leyes que rigen las relaciones de producción son absolutamente inalterables? ¿Que no pueden ser corregidas, del mismo modo que lo fueron gracias a las luchas de los trabajadores hace no tantos años?

Yo no dudo que sea complicado fabricar normas en un mundo tan complejo como el nuestro. Pero el pretexto de la ignorancia no me sirve. Si somos ignorantes es también porque se nos oculta información, es decir, porque no se nos cuenta todo aquello que deberíamos saber para entender la aplicación de una norma. Y si nos cuenta es, probablemente, porque no nos gustaría nada escuchar cuáles son todos los factores que intervienen a la hora de poner una norma en lugar de otra. Pero cuando la política se convierte en la sirvienta del mercado, es obvio que no puede abogar por la transparencia ni tampoco practicarla.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Muchos hilos, sí, niña Marga, cada uno de los cuales podría generar por sí mismo un debate, pero en el fondo no era eso lo que quería –habríamos acabado si no a tortas- sino sólo expresar una sensación de malestar.

Jajaja, pues a lo mejor no es tan mala idea esa de saltar por la borda. Quién sabe, a lo mejor topábamos con una isla desierta llena de cocoteros donde reírnos y conversar todo el día tumbadas al sol dejando ya de un lado las resignaciones.

Yo estoy feliz con muchas cosas de nuestro tiempo de las que no renegaría ni borracha. Pero otras, ay, otras provocan mi indignación porque, como bien dices, lo hacen aparecer como escandalosamente indigno. Indigno de nuestra presunta inteligencia y de todos los avances tecnológicos que hemos sido capaces de crear. Indigno de tantos siglos de historia a nuestras espaldas que algo deberían habernos enseñado. Indigno en la medida en que refleja una falta de autoconciencia de la humanidad que ni a los gorilas cabría achacarles. Y sí, coincido contigo, buena parte de mi sensación de, como dices, desterrada del mundo, tiene que ver con lo que observo en la gran mayoría de mis semejantes. Cada día me convenzo más de que, si no quiero sufrir aún mayor crispación, debo evitar ciertas conversaciones con la gente que me rodea –no todo el mundo, menos mal, de lo contrario esta vida sería ya un infierno- porque a la postre acabo aún más cabreada y decepcionada de mis prójimos. ¿Y por qué? Pues porque pase lo que pase, parece que nadie o casi nadie está dispuesto a indignarse. Acatar, obedecer sin cuestionar, amoldarse a cualquier cosa… este parece ser el principio de actuación que rige para una gran mayoría. Por cierto, que he encargado un libro que me han recomendado y cuyo título es, precisamente, “Indignaos”, de un tal Stephane Hessel. Estoy deseando recibirlo, quizá también te interese, si no lo conoces ya, a lo mejor nos sentimos un pelín menos aisladas en nuestra indignación.

A mí tampoco me gusta parecer la radical de turno, ni la protestona, ni la que nunca está de acuerdo con nada… pero caray, es que si encima me tengo que callar y poner buena cara, vamos, ¡es que ya me cargo la dentadura entera! Aunque, como decía antes, cada vez deje más las protestas para la intimidad de mi casa o para este espacio ante la cada más acusada conciencia de que muy pocos son los lugares donde puedan ser comprendidas y compartidas.

En cuanto a los dentistas, jajaja, ¿así que compartimos la misma tortura? Tenía que habérmelo figurado. Yo no he tenido más remedio que comprarme un protector para dormir. Que invariablemente encuentro rodando por la cama cada mañana o incluso depositado cuidadosamente en la mesita de noche sin que yo haya tenido conciencia alguna de habérmelo quitado. Debe de ser que tengo un dormir también muy rebelde, jajaja.

Besos con chaleco!

Antígona dijo...

Ay, querida Troyana, a mí no es que no me guste mi trabajo, que me gusta, algunas cosas más que otras, como a todo el mundo, pero que sin duda me proporciona, claro que sí, satisfacciones y buenos ratos. Mi problema es que no se me agota la conciencia de que, desde que empecé a trabajar, la vida se me queda demasiado corta. Demasiado corta porque perpetuamente tengo la sensación de que me falta tiempo para tantas otras cosas como me gustaría hacer, de que la mayor parte de mis energías se consumen en ese trabajo y luego ya no quedan apenas para otros asuntos a los que, sin embargo, me cuesta mucho renunciar. No sé, tengo la impresión de que la mayor parte de la gente se adapta a lo que hay, se resigna a que, después del trabajo, apenas le quede tiempo cada día para sí misma. Pero yo no lo consigo. Son muchas las mañanas que me digo, ay, ojalá no tuviera que ir a trabajar, y así podría hacer esto, y esto otro, y esto de más allá. En fin, cada cual lleva su cruz, y la mía es esta batalla con el tiempo.

Esta clase política que tanto prohíbe está a la postre sometida a las razones económicas que rigen el mundo. Al poco de implantarse la ley del tabaco saltó la noticia de que en Estados Unidos algunas empresas iban a negarse a contratar a fumadores, incluso si éstos no fumaban en su tiempo de trabajo. Bastaría un análisis de orina para comprobar si el candidato era fumador o no, aunque sólo lo hiciera en su casa. ¿Y por qué? Porque, según ellos, los fumadores generan más gastos médicos y son por tanto más caros para las empresas en tanto éstas pagan sus compañías de seguros. Me moví por algunas páginas en internet que comentaban la noticia y me sorprendió ver cómo algunas personas la justificaban e incluso aplaudían. No se dan cuenta de que el imperio de las razones económicas nos perjudica a todos, a las libertades de todos. Porque esa misma lógica puede terminar provocando que las empresas tengan derecho a conocer la vida sexual de sus trabajadores para así valorar si, por ejemplo, practican conductas de riesgo y por tanto les acarrearán más gastos económicos por infecciones sexuales. O qué número de calorías consumen al día para pronosticar si terminarán acumulando colesterol en sus arterias.

Sí, el humor es siempre un buen recurso, aunque en algunas ocasiones no sea nada fácil recurrir a él, una medida individual salvadora que, como señalas, debería sumarse a la reivindicación colectiva para intentar cambiar las cosas. La cuestión es dónde se encuentra ese colectivo al que sumarse para reivindicar nada, o al que alentar para tratar de modificar algo en este mundo de locos. En fin, no quiero ser pesimista, pero la falta de reacción en este país ante el retraso de la edad de jubilación en comparación con las reacciones que hubo en Francia –donde por cierto ya habían reducido la edad de jubilación a los sesenta años- es de lo más desmoralizante. O escuchar la radio para oír cómo los oyentes llaman y dicen que les parece bien trabajar más años, dado que ahora vivimos más.

En cualquier caso, yo no pierdo la actitud combativa –es más, a veces hasta la proyecto donde no debería- y la hago valer tanto como puedo desde mis particulares circunstancias, sobre los campos de influencia que están a mi alcance. Y supongo que si lo hago es no sólo por una necesidad de desahogo, sino porque de alguna manera sigo confiando en que es mejor hablar que callar. Hablar es también hacer, como decía Agustín García Calvo. Y cuando el silencio significa consentimiento, no cabe permanecer callado.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, yo no tengo problema con mis “exfuturos”. Soy consciente de que cada decisión que tomo determina una ruta en lugar de otra, una dirección, y de que mi vida sería distinta de haber tomado decisiones diferentes. Pero me siento reconciliada con mis decisiones, en la medida en que, acertadas o no –si es que eso puede realmente, como apuntas, valorarse así- entiendo por qué las tomé en los momentos en que las tomé, y me comprendo a mí misma en el pasado tomándolas.

No, mi debate interior, mi malestar, no lo suscitan mis decisiones, sino las decisiones de otros, las que no están en mi poder tomar. Y no me refiero a las decisiones pasadas, ésas que ya no pueden cambiarse, que han determinado el orden del mundo en su actual configuración, sino a las que se toman en el presente y que podrían ser otras, o las que dejan de tomarse aun cuando bien podrían tomarse. De esas decisiones depende nuestro presente, nuestro futuro. Y como ya he dicho muchas veces, ninguna de ellas posee un carácter necesario, sino contingente. No luchamos aquí contra las leyes de la naturaleza, sino contra comportamientos, actitudes, motivaciones humanas carentes de toda necesidad natural e incluso histórica si se piensa que la historia condiciona pero no determina.

Podría admitir que la justicia sea un acuerdo entre las partes. Pero no cabe acuerdo alguno cuando una de las partes sienta las condiciones y a la otra no se le deja más opción que tragar a riesgo, por ejemplo, de perder su puesto de trabajo y quedarse en la puta calle. Cuando una de las partes tiene el poder de decidir qué debe ser acordado y a la otra se le hace creer que ese acuerdo, ya decidido de antemano en sus condiciones, carece de cualquier otra alternativa. Para que haya un verdadero acuerdo, las dos partes deben situarse frente a él en pie de igualdad, dispuestos a perder algo a favor del acuerdo. Pero en este nuestro pacto social siempre hay una parte que no pierde nada. Es más, que nunca deja de ganar.

Gracias a ti por tus comentarios, que siempre son enriquecedores y una ocasión para el debate.

Más besos!

Antígona dijo...

Hola, Mateo. Pues me alegro de que te haya gustado lo que has visto en esta casa. En la que además la polémica es siempre bienvenida. Así que no te cortes.

Gracias por tu comentario y un saludo.

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Entiendo lo que dices, Koolau, pero yo preferiría que el mundo no fuera una porquería y que, si, como creo, nuestra vida en él puede mejorar, no nos resignáramos a dejarlo como está. Sartre tenía toda la razón, sólo que esa condena a la existencia en cuanto tal vale lo mismo para el rico y para el pobre. Y no me cabe la menor duda de que el niño famélico de Etiopía preferiría estar condenado a existir como hijo de un multimillonario en Estados Unidos a estarlo en la situación que le ha tocado en suerte. Vaya, que todos llevamos encima la condena, pero también sabemos qué condiciones pueden hacerla verdaderamente insufrible o un poco más llevadera.

Por el carpe diem hay que apostar siempre, sí. Pero creo que sin dejar de tener puesto un ojo en el futuro. De cómo actuemos en el presente depende nuestro futuro. Y el carpe diem, para no ahogarse en sí mismo, debe ampliar el horizonte hacia adelante.

Besos!

Antígona dijo...

Anónimo, no entiendo muy bien el porqué de tu comentario en este contexto. Es bonito lo que dices, y probablemente cierto, sobre el amor, que es de las pocas cosas que nos salvan de las miserias del mundo. Y probablemente también sea cierto lo que comentas del dios cristiano, al menos según la imagen que Jesús de Nazaret nos brindó de él. Lástima que los que se dicen hoy en día, y mayoritariamente a lo largo de la historia, sus representantes en esta tierra ya ni se acuerden de esa imagen y actúen por lo general sin amor alguno hacia el resto de los hombres.

En cuanto a mí, yo amo desde mi humilde condición mortal, que está llena de debilidades e indeseables egoísmos. Como cualquier otro. Porque ningún humano que no sienta alguna clase de amor se podría definir como humano.

Un saludo

Miss.Burton dijo...

Te doy toda la razón, tengo el mismo asiento de mierda en el barco ese en el que viajas. Día a día, vamos cargando la mochila de piedras tipo curro de horas de mierda que te quita horas de vida, facturas que nos quitan el sueño, leyes absurdas, que nos quitan el cigarrito con los colegas y una buena charla, el país que nos jode con unos políticos estúpidos y corruptos, todos, sean los que sean, etcetcetc.
No hay alternativa posible, no se puede saltar, pero al menos, sí es saltar de alguna manera, hacer este ejercicio de conciencia que nos dejas en forma de post. Asimilar que estamos resignándonos de más, y que no tenemos tiempo de empezar a rebelarnos, porque estamos demasiado cansados de luchar contra nosotros mismos, y contra esa pereza instalada en nuestros cuerpos y mentes, que proviene de una vida agitada sin tiempo para nada, en la que te dan otra mala noticia, y agachas la cabeza, y dices, vale, más, dénme más... que yo voy doblada, pero sigo.
Te entiendo perfectamente. Sólo veo una salidad, salirse del sistema, mudarse a una casa en el campo, mandar todo al carajo, pero por un lado, sería dificil sin tener un duro, y por otro, cortaríamos las alas a esa libertad que eligió en su día ciertas premisas que sí nos gustaban, que sí encajaban con el proyecto de vida que queríamos.
En fin... paciencia. Yo siempre digo que puede ser peor, y suele serlo. Pero de dobladas a tumbadas, hay mucho, así que a seguir adelante. Estoy tan cansada como tu, pero no me tirarán al suelo, ni siquiera pienso saltar del barco, estoy segura que dentro de poco el capitán nos invitará a una fiesta preciosa, y que las aguas se calmarán, y que llegaremos a puerto. Creo en ello, fervientemente, y con unas ganas que no son de este mundo. No queda otra, querida amiga Antígona.
Un beso fuerte, nos vemos en los bares, que ya se puede fumar fuera con este tiempo tan bueno... Cuídate mucho, guapa, somos muchos en el bando equivocado, no consuela, pero sí lo hace, el leerte a una tía tan lista y cabal cómo tú, e identificarnos contigo. Eso significaría que también somos algo cabales y listos.....no creés?¿?¿
Un besazo fuerte,

El peletero dijo...

Tienes razón, querida Antígona, pero el “acuerdo entre partes” remitía a ese viejo concepto de los “usos y costumbres” más que al de los grandes principios, al necesario pacto que nos obliga la vida cotidiana entre las personas que nos rodean y con las que convivimos.

Siempre he pensado que las mayores injusticias se realizan de puertas hacia dentro, en la impunidad en la que creemos vivir, la “Gran” injustita está cimentada en miles de mezquindades pequeñas y viceversa. Mientras espero que hagan carreteras nuevas y automóviles más modernos y seguros he de conducir el mío por la red actual, no tengo más remedio.

Dices:

“No luchamos aquí contra las leyes de la naturaleza, sino contra comportamientos, actitudes, motivaciones humanas carentes de toda necesidad natural e incluso histórica si se piensa que la historia condiciona pero no determina.”

¿Por qué?, ¿qué produce estos comportamientos?

Permíteme ser irónico y quisquilloso, dices también:

“en este nuestro pacto social siempre hay una parte que no pierde nada. Es más, que nunca deja de ganar.”

Con todos mis respetos, eso no es verdad.

Besos.

c.e.t.i.n.a. dijo...

Estamos rodeados. Yo cada día me siento más identificado con los protagonistas de "Walking Dead", últimos supervivientes en un mundo lleno de zombies que sólo responden a pulsiones primarias, y preguntándome si vale la pena seguir luchando contra ellos o si no sería mejor dejarme atrapar y convertirme en uno de ellos. Suerte que siempre hay una canción, o un libro o un amigo que acude al rescate.

Un beso con salvavidas

Antígona dijo...

Somos mayoría en ese barco de mierda, Miss Burton, y encima, si lo contemplamos en todas sus dimensiones, somos los que tenemos en él mejores camarotes mientras muchos otros se mueren de frío sobre cubierta o se hacinan en las bodegas con apenas un mendrugo de pan que echarse a la boca. Qué mundo éste, ¿verdad?

Me alegro de que pienses que una manera de saltar es esta reflexión. Porque si bien es cierto que seguimos en el barco, yo también creo que no es lo mismo estar en él sin ser consciente de lo que supone, que salirse, al menos virtualmente de él, para contemplarse desde fuera y tener claro qué rumbo está tomando. Cuánto estamos tragando. Haciéndose cargo del atropello, de la involución que significan ciertos cambios. De la lógica que con ellos se nos quiere hacer aceptar como incuestionable. El problema es la mala leche que genera esa conciencia, el sufrimiento. Pero, qué quieres que te diga, yo siempre he defendido que es mejor conocer la verdad aunque duela que taparse los ojos con una venda. Algunos dicen que la ignorancia es la felicidad. Yo no lo creo.

No sé si la solución pasaría por mudarnos a una casa en el campo y si con ello realmente podríamos salir del sistema. Pero estoy de acuerdo contigo: no tomaría esa vía sintiendo que decido libremente, sino como forma de huida, como medida desesperada en la que también sería consciente de la renuncia que conlleva con respecto a lo antes elegido y cada vez más degradado en sus condiciones. Y luego está el miedo al futuro, ay, que a todos nos atenaza y tanto nos impide arriesgar. No sé si me siento tan valiente.

También yo me digo una frase que me decía mucho mi madre cuando me quejaba de algo: “Todo es susceptible de empeorar”. Pero lo peor es que preveo que seguirá empeorando. Y tranquila, que si el capitán no nos invita a ninguna fiesta, ya nos la montaremos nosotras con lo que tengamos a mano y todas nuestras ganas de resistir pese a todo y de disfrutar sean cuales sean las circunstancias que nos toque vivir. La mayor derrota sería no resistir y en esa batalla vamos a salir triunfantes, por descontado.

Aquí sois todos muy listos y cabales, mi querida Miss Burton, además de pacientes, que no sé cómo me aguantáis tantos rollos que os suelto, jajaja. Y sí, nos vemos en los bares, pero a ver si llega ya de una vez la primavera, joder, que parece que otra vez estamos de regreso al invierno y podemos airearnos en una terracita.

Un besazo enorme!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, insisto en que la idea del pacto, en cualquier ámbito, cotidiano o no, requiere la cesión de ambas partes ante sus exigencias primeras, las que suponen el conflicto, y que poco pacto puede haber entre amo y esclavo o entre propietario y proletario cuando además la abundancia de éstos los hace perfectamente reemplazables.

¿Qué produce esos comportamientos? Sería complicado dilucidar todos sus motivos, pero creo que una fundamental es la creencia incuestionada de que el liberalismo salvaje es la única vía de prosperidad que tenemos. Junto a determinado concepto de esa misma prosperidad absurdamente ligada a la idea, de todo punto insostenible, del crecimiento imparable. Es decir, toda una cosmovisión, con sus correspondientes deseos y hábitos creados, que nos hace difícilmente imaginable otro modelo económico. Y ante todo, mecanismos heredados, pero no inalterables, que perpetúan la desigualdad y la injusticia. No, no diría jamás que eso que produce esos comportamientos proviene de algo así como la naturaleza humana. Porque no creo en la existencia sustancial de esa presunta naturaleza humana.

Del tema de la justicia, hablaremos, si quieres, a partir de dentro de un rato. Sobre este tema versará la siguiente entrada que cuelgue.

¿Y por qué lo que digo sobre los que ganan y pierden no es verdad?

Un beso!

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Uff, C.E.T.I.N.A., yo nunca me he planteado convertirme en uno de ellos. Es más, a lo que más miedo le tengo es a acabar sin darme cuenta convertida en uno de ellos. Por pura influencia, por pura ósmosis inconsciente con todo aquello que me rodea. Pero por el momento pienso que ese miedo, esa alerta que suena a veces en mi cabeza cuando escucho ciertas conversaciones o veo cómo se comporta la gente, es mi mayor escudo protector.

Y sí, siempre hay cosas que nos salvan. Eso, por pequeño que sea, nunca nos lo podrán quitar.

Besos braceando!

El peletero dijo...

Porque es como decir que dentro de la lógica de una partida de cartas siempre hay una parte que pierde, y otra que gana, ¡claro!, la primera es la parte que pierde y la segunda es la parte que gana.

Y aunque esto no es exactamente una partida de cartas, los que ganan o pierden no pueden ser siempre de la misma parte si no me aclaras de qué parte son.

Lo del “liberalismo salvaje” me hace sonreír por el adjetivo que ya es un lugar común sin demasiado significado fuera de ser una expresión retórica que apela a la codicia. Comprenderás que no te responda, yo soy liberal aunque nada salvaje.

Yo sí creo en la base sustancial de la expresión “naturaleza humana” y que se manifiesta, con las debidas consideraciones, en situaciones extremas.

Otra cosa es la domesticación, o falta de ella, social.


Besos.

julio - casas en venta dijo...

la inhospitalidad, es nata del ser humano.. asi como muchas cosas que mencionas.