jueves, 25 de febrero de 2010

Palabras para Becky



La locura es la única reacción sana para una sociedad enferma

Thomas Szasz

En 1999 salió a la luz un proyecto que el ya desaparecido director de cine Joaquín Jordá y Nuria Villazán llevaban gestando durante largos años y para cuya realización hubieron de superar numerosas dificultades. Se trata de la película "Monos como Becky", un singular documental que pretende denunciar la agresividad de las técnicas psiquiátricas, a la vez que acercarnos a sus víctimas y al problema de cómo es y cómo debería ser tratada la enfermedad mental. Esta reflexión seria y a un tiempo tremendamente cálida sobre el complejo círculo que trazan en su recíproca relación psiquiatría y locura se desarrolla en dos hilos narrativos principales. Dos hilos que se entrecruzan constantemente y acaban confundiéndose, para abrir en tal confusión inquietantes interrogantes sobre la naturaleza, para muchos esencialmente perversa, de ese complejo círculo.

Por un lado, "Monos como Becky" se presenta como una aproximación biográfica a la figura de Egas Moniz, neurólogo portugués a quien en 1949 le fue concedido el premio Nobel por la introducción de la técnica quirúrgica de la lobotomía. Moniz, ya famoso por haber realizado en 1927 la primera angiografía cerebral, pretendía encontrar un método quirúrgico para curar enfermedades mentales como la esquizofrenia o la paranoia que cursaban con crisis agudas y violentas. Se dice que la inspiración le llegó cuando en 1935 asistió a un congreso médico internacional en Londres en el que los neurocirujanos estadounidenses Fulton y Jacobsen presentaron los resultados de sus investigaciones con dos chimpancés, Becky y Lucy, que mostraban conductas agresivas. Tras extirpárseles parte del lóbulo frontal cerebral, Becky y Lucy se transformaron en monas mansas y dóciles, aunque también incapaces de resolver los problemas que habían aprendido a solucionar antes de la intervención. Moniz se decidió entonces a realizar una intervención similar, consistente en seccionar las fibras que unen el lóbulo frontal con el resto del cerebro, en enfermos mentales. Entre 1935 y 1936 Moniz practicó unas veinte lobotomías y se apresuró a publicar los resultados de sus investigaciones. Afirmaba que, tras la operación, todos los pacientes estaban clínicamente curados. La única prueba que aportó para avalar semejante afirmación es que su estado de agitación y su excesiva emotividad habían cesado por un corto período de tiempo. Pero en ningún momento mencionaba si tras la intervención los pacientes podían desenvolverse con normalidad en su vida cotidiana. Probablemente porque, de haberse visto forzado a hacerlo, no habría tenido más remedio que admitir que la lobotomía, además de eliminar la agresividad de los enfermos mentales, aniquilaba su personalidad y su capacidad de razonamiento y los convertía en seres apáticos, sumisos, faltos de toda iniciativa y de toda reacción emocional, cuando no los reducía a un estado puramente vegetativo.


El segundo hilo narrativo lo protagonizan los internos psiquiátricos de la Comunidad Terapéutica de Martutene. Joaquim Jordá les propone formar parte de una representación teatral sobre un peculiar episodio de la vida de Egas Moniz: en 1938 uno de sus pacientes atentó contra su vida disparándole ocho tiros. A cargo de la dirección de la obra se halla Joao Maria Pinto, actor portugués que, según descubrimos hacia el final del film, fue sometido a una intervención cerebral a raíz de una grave depresión que lo ha convertido en un paciente psiquiátrico de por vida, al dejarle como secuela un trastorno maníaco-depresivo crónico. Guiados por el argumento de la preparación de la obra, asistimos a la vida cotidiana de los enfermos en el sanatorio, a su autopresentación ante las cámaras, a sus diálogos con el propio Joaquín Jordá. También a la narración en primera persona de los orígenes de su enfermedad y de los tratamientos que reciben. Todos ellos son individuos rotos, que cargan sobre sus espaldas una larga historia de sufrimiento e incomprensión social hacia ese sufrimiento. Perros apaleados a los que la sociedad ha estigmatizado, aislado e incluso en ocasiones literalmente destruido, por haberse quebrado bajo el peso de los golpes. Por haber sido más frágiles que la media y sucumbir al dolor por la vía de la locura. Llama la atención su manera de hablar, en exceso lenta o, por el contrario, confusa y atropellada. Nada relacionado con sus respectivas enfermedades, sino producto de las medicaciones que toman para combatirlas. Pero su progresivo conocimiento de la historia y relevancia médica de Egas Moniz, interpretado en la ficción por el propio Joao Maria Pinto, terminará por impulsarles a poner de manifiesto su rechazo hacia la agresividad de la metodología psiquiátrica. En la representación final de la obra, contemplamos a Moniz celebrando junto a varios comensales la recepción del premio Nobel. Ramsés, un enfermo diagnosticado de esquizofrenia, en el papel de uno de los comensales que participan de la celebración, pregunta a Moniz insistentemente: "¿Y a usted por qué le han dado el Nobel?" Moniz comienza a contar pomposamente su trayectoria, sus logros, su gran dedicación a la medicina. Hasta que Ramsés le corta, con su hablar precipitado y sintácticamente fallido. Como si pensara más rápido de lo que su lengua le permite expresar: "¿Cambiar conciencias? ¿Suprimir la conciencia humana... a la esclavitud del cuerpo... en vez de a la libertad a la mente? ¿Cree que eso es positivo? Usted es un farsante, usted es un farsante". Y es entonces cuando otro de los enfermos-actores dispara a Egas Moniz.

Una de las reflexiones a mi juicio más interesantes que se intercalan entre ambas historias es la que plantea el filósofo Jorge Larrosa, para quien la brutalidad o agresividad de muchos procedimientos psiquiátricos se justifica por la voluntad de salvaguardar la vida del paciente. Un paciente al que hay que proteger de sus impulsos autodestructivos, al que hay que hacer vivir a toda costa. Sin embargo, la cuestión, dice, será siempre determinar qué significa vida.


Así como nosotros tan sólo disponemos de una palabra para aludir a la vida, los griegos disponían de dos términos diferenciados que designaban dos maneras muy distintas de entenderla. Por una parte, con el vocablo "zoé" se referían a la vida desnuda, a la vida de supervivencia, a la vida pura. La vida cuyo valor se mide por su duración y por la ausencia de dolor. Pero los griegos utilizaban asimismo la palabra "biós" para apelar a la vida en cuanto vida de alguien, a la vida singular que puede ser objeto de una biografía. Y frente a la vida desnuda que era la zoé, solamente el biós podía albergar sentido con independencia de lo que durara, con independencia de lo que doliera.

El problema de las técnicas agresivas de intervención psiquiátrica, afirma el filósofo, es que todas ellas matan la vida para salvar la vida: matan una vida con sentido, aunque duela y dure poco, para crear una vida como supervivencia, una vida donde esté ausente el dolor, pero también el sentido. Ante lo cual resulta imposible eludir la pregunta: ¿qué vida vale la pena vivir? ¿hasta qué punto se puede matar la vida para salvar la vida, para alargar y hacer durar la vida, para proteger la vida?


No obstante, para mí el momento más lúcido y a la vez más emocionante de todo el documental tiene por protagonista a Ramsés. Ramsés el esquizofrénico. Un enfermo mental a quien el pretendido progreso de la psiquiatría ha librado de la condena a una lobotomía irreversible, a cambio de someterlo a otra suerte de lobotomía, en principio reversible aunque de efectos desconocidos a largo plazo: la que supone la ingesta de neurolépticos como método sustitivo de las intervenciones cerebrales. En un último coloquio sobre la obra, Ramsés se revuelve contra la defensa de las "buenas" intenciones de Moniz realizada por uno de los psiquiatras del sanatorio con las siguientes palabras:


"Yo tengo esquizofrenia y opino que soy como una planta. Me tienen que abonar, me tienen dar diplomacia, me tienen que dar ética y tratarme bien. Eso es lo primero. Lo segundo es el tratamiento de pastillas. Pero hablando también se puede curar. Hablando bien, psicológicamente y entendiendo al enfermo. Sus debilidades y sus puntos débiles y fortaleciéndolos. Ayudándole psicológicamente (...). Si no, no valen "pa ná". (...) Porque necesitamos alimento, de palabras... Por eso la película es una terapia, las películas son terapia. (...) Yo me considero como una planta, como una flor. Me tienen que abonar, regar y alimentar. Y ya está. Y si no, no florezco, me quedo mustio. Y ya está. Y tiene que haber una ética psiquiátrica para comunicarse con el enfermo. Primero, no somos niños. Ni nos entendemos o entendemos la mitad, pero no somos niños. Si sufrimos es porque necesitamos algo. Primero, alimentar las neuronas; luego, alimentarnos de cariño y de mucho amor. Y estas personas tienen que dar mucho amor".


Me gusta fantasear con la idea de que tal vez la mona Becky hubiera dejado de comportarse con agresividad si alguien en su día se hubiera molestado en hablarle. En dedicarle las palabras adecuadas. Pero de no ser así, ¿es necesario recordarle a alguien que los enfermos mentales no son monos? ¿Que no merecen ser tratados como primates gritones y violentos a los que se debe acallar y calmar a toda costa al precio de sustraerles la legítima posibilidad de alcanzar una vida con sentido? Me temo que, por desgracia, se trata de una evidencia que la psiquiatría aún no ha sido capaz de integrar dentro de los supuestos que la cimentan.


35 comentarios:

Miss.Burton dijo...

He escrito un mensaje muy largo, y me ha dicho nosequé de los cáracteres y que vamos, me había pasado hablando, para variar.
El verdadero cortocircuito está en el cerebro. Las pastillas y las terapias, ayudan a veces, otras, sino das con el terapeuta adecuado, sólo anestesian una realidad a la que hay que volver, y esconden una patología seria que de no curarse, se repetirá eternamente.
Lobotomía?¿ Semejante atrocidad no puede ser de este mundo, y para plantas, tenemos rosales hermosísimos, las personas nos diferenciamos de ellos por nuestra capacidad para pensar por nosotros mismos, y actuar en consecuencia, creo que hay maneras miles de solucionar el tema, aniquilarlo es tan sólo esconderlo, y matar a la persona que lo tiene. Y cuando alguien decide que no vale la pena vivir siendo persona, y se plantea la vida como un vegetal, sabemos que no está en su sano juicio, y que lo único que queda es darle mucho amor, tener mucha paciencia, y llevarle a alguien que sí sepa desenredar la madeja envenenada que tiene en la cabeza.
Hace años ingresamos a una buena amiga en un psiquiátrico, no daré detalles. La duchaban en un cubículo gris con una emfermera vigilándola, la atiborraban a pastillas, y las sesiones diarias de sicóloga, eran: dibuja a tu familia, dibújate a ti... esto para alguien con un coeficiente intelectual alto, que era el caso, la tía era una lumbrera, era vergonzoso. No encontró nada que la ayudase, y finalmente, la salvó del hoyo su familia, con la que tenía esas cuentas pendientes, y la cual la había desprovisto de cariño alguno desde pequeña. Habiéndolo admitido, se pusieron manos a la obra, cien por cien, y a día de hoy ella está fenómena. Y yo era 24 horas suya, era como esas pulseras que accionas cuando necesitas ayuda, todo el rato estaba a su lado, pero... el legado que ella arrastraba en su cabeza sólo podían recurrirlo los que provocaban ese legado de desidia, su familia.
La lobotomía es algo atroz.
Son carniceros de mentes, nada que ver con la verdadera capacidad de un profesional, de llegar al cerebro, no con un destornillador, sino con un corazón y una paciencia de otro mundo. Y amor, del bueno y a raudales.
Hablemos de recursos, humanos, y no de herramientas que atraviesan el cerebro, eso es puro gore, el problema está en otra parte.
Un besazo, me ha encantado, es un tema delicado, y jodido de acercarse a el, demasiados miedos, pero lo has puesto en la palestra, porque es demasiado importante para esconderlo debajo de la alfombra.
Siempre fuiste una valiente.. y una reivindicadora nada de lo que hay que luchar. Te mojas, por eso me gusta tanto.
Un besazo, y nos vemos en los bares, pero ya¡¡¡¡¡¡¡

Miss.Burton dijo...

Al final quería decir "Una reivindicadora NATA, no nada.." En fin, es lo que tiene escribir a toda leche.
Perdona la extensión, ya sabes que yo es que me pongo muy densa...

Margot dijo...

Sin poder evitarlo me ha venido a la memoria la representación que vi hace un tiempo de Animalario: Marat-Sade. Todo ambientado en un manicomio... en un momento dado Sade levanta la voz, recitando que tal vez la locura no sea tal o no existiría de vivir en otro tipo de sociedad, donde el hombre no fuera tratado como una mercancía (algo así, cito de (escasa) memoria)... coincidiendo con tu cita de Szasz.

Creo que de la locura nos espanta sobre todo el miedo al aislamiento, la separación total del grupo social, la miseria física y económica a la que suele ir unida, casi más que el derrumbe moral, cuando se da éste. Y la dificultad de señalar límites en ella (ésto es locura, ésto no) tanto como en señalarlos en su designación como vida (ésto es vida, ésto no) a la que tú aludes en el texto. El ser humano siempre tan frágil ante la ambigüedad...

En cualquier caso los años 30 a los 50 fueron claramente perversos en lo que a los "avances" médicos se trataba. Desde la eutanasia a deficientes, experimentos macabros con nuevos fármacos a la concesión del Nobel de lobotomías varias. El progreso (su idea) lo justificaba casi todo...

Pero eso me recuerda que en éste país la sanidad mental brilla por su ausencia, que hace años, desde el desmantelamiento democrático de los manicomios y su supuesta progresía, dejó desprotegidas a un montón de familias que sin medios económicos, tienen la mala suerte de contar con un enfermo mental entre sus filas. Ahora somos más modernos y sensibles respecto al problema, sencillamente lo escondemos bajo la alfombra y dejamos que sean otros , los afectados, quienes resuelvan la situación.

Y puestas así las cosas, en la locura, como en la corduda, la capacidad económica es lo que cuenta... la sutil diferencia que va más allá de ellos o nosotros, los enfermos y los sanos, convertidos sencillamente en protegidos y desprotegidos.

Que no sé si me he ido por los cerros... es lo que tienen tus post, ponen en marcha mi lavadora y al final se me van las tuercas... jeje.

Besos sanamente dementes.

troyana dijo...

Antígona,abordas un tema interesante y controvertido:el de las enfermedades mentales.
En mi opinión,de todos los colectivos sujetos a intervención social en este país,si hay uno al que el sistema de protección social da especialmente la espalda es éste.
No hay recursos suficientes,en ocasiones el único recurso es la familia(para quien tiene),eso sí,con tratamiento psiquiátrico ambulatorio,recetando la medicación pertinente y como no,la unidad psiquiátrica de urgencias,para situaciones extremas y puntuales.
Faltan recursos intermedios(no 100% residenciales)como viviendas tuteladas, centros de día,lugares donde se faciliten el vínculo con otras personas,donde se realicen actividades,talleres....al fin y al cabo,se trata de sentirse persona,no un vegetal con patas cuyo miedo está narcotizado por grandes dosis de medicación.
Tengo un amigo de 34 años que padece un trastorno mental(T.O.C.) y su vida de unos años atrás hasta hoy ha experimentado un cambio fuerte y paulatino,perdiendo progresivamente autonomía y calidad de vida,en parte a una atención psiquiátrica en mi opinión,excesivamente basada en la medicación,en parte también a falta de medios a nivel público de recursos intermedios de carácter educativo y convivencial.
También es verdad,que en la medida de sus capacidades,la voluntad de recuperación y la constancia del paciente son decisivas,pero la solución no pasa únicamente por recetar medicación (ni por dios,por intervenciones quirúrjicas tipo Frankenstein o "Alguien voló sobre el nido del cuco"),la solución pasa también por apoyar a la familia,y dar una atención lo más humana posible al paciente,ofreciéndole además recursos de carácter social.
En fín,Antígona que vivimos en una sociedad medicalizada donde la palabra se menoscaba y no hay tiempo para dispensar cariño con las batas blancas,además no entendemos ni comprendemos eso de las enfermedades mentales,más en personas jóvenes potencialmente aptas para trabajar,por lo que a menudo estas personas se han de enfrentar además de a su enfermedad o a todo el peso de la incomprensión cuando no rechazo a nivel social e incluso familiar.
Un abrazo y un beso para ti!

Gato dijo...

Creo que buena parte del problema de la salud mental es, como en muchos otros casos, de dinero y recursos.

No existe dotación pública suficiente y estoy segura de que, a pesar de que pueda haber mucho profesional de la psiquiatría poco dado a la terapia no farmacológica, también debe haber mucho quemado. Y las flores necesitan mucho cariño, que quizá acaba por no poder darles alguien que trabaja en malas condiciones y con tan alta demanda emocional. Un trabajador quemado despersonaliza, y en el sector médico es por desgracia, demasiado habitual.

Lo que me asusta a veces es pensar que esta es una sociedad enferma, y cada vez veo el problema de los trastornos mentales como una cuestión más importante, cuantitativa y cualitativamente. Y creo que no estamos preparados para hacerle frente.

iliamehoy dijo...

La lobotomía, otra mutilación para los seres humanos que una "ciencia" agresiva sólo contempla como meros bancos de pruebas para sus egos particulares.
Sigue primando alargar la vida, como meta, como reto inalcanzable, obviando su sentido mágico y unico: el que sea digna.
En una mesa de operaciones, en el despacho de un psiquiatra, en cualquier lado, una mirada interesada, un ligero apretón de manos, un ser acompañando a otro, no harán milagros, pero calman la soledad, y salvan de la invisibilidad a un ser que ante todo tiene derecho a un trato humano.
Excelente exposición, y una gran ventana a la reflexión.
Una sonrisa

Anónimo dijo...

Uf, sí, que asunto tan delicado. Es verdad que nuestro Estado no se hace cargo casi en absoluto de los enfermos mentales por cuestiones económicas. Pero diría que el mayor problema estriba en la especialidad misma, que parece estar aún en pañales. Quizá los psiquiatras, además de estar quemados como dicen en los comentarios, no tengan recursos más allá de la medicación.

Es horrible que anulen a estas personas con semejante sedación, muchos se ven incapacitados hasta para realizar las mínimas tareas cotidianas. Pero, por otro lado, la medicación al menos ofrece a las familias la solución a un problema muy muy duro de llevar.

También hay varios casos graves a mi alrededor que suponen verdaderos dramas familiares. Si no recurres a la medicación, ¿qué haces cuando a un bipolar le dan esos subidones tan tremendos?, ¿qué haces si tu familiar esquizofrénico no soporta vivir con su familia porque cree que lo quieren matar?, ¿y si recibes decenas de denuncias porque el enfermo se pasa la noche gritando por el balcón? Además, aunque la mayoría no sean violentos, ¿qué haces en el caso de que intenten agredir a alguien?.

Ays, por desgracia es un tema demasiado delicado, y lo peor es que cada día más supone un enorme problema para los enfermos, sus familias y la sociedad.

c.e.t.i.n.a. dijo...

Por cuestiones que no vienen al caso conviví durante años con una persona enferma mental. Esa persona era considerada agresiva por todos los que la conocían. Curiosamente su conducta se fue tranquilizando a medida que pasaron los meses simplemente porque fue tratada como una persona "normal": no era menospreciada, no recibía órdenes constantemente, participaba en la vida familiar, llegó a asumir responsabilidades...

Desgraciadamente solo pudo disfrutar de esa vida tranquila un par de años. Un cáncer de hígado la mató. Sus últimas palabras fueron: "Os quiero mucho".

Pero no hablemos de mi. Lo que pretendo decir es que todos estamos desequilibrados mentalmente en mayor o menor medida. El problema llega cuando el cerebro, llega a un punto en el que ya no tolera más sufrimiento y se enroca en su propia realidad por extraña que ésta sea.

En ese momento los medicamentos pueden servir temporalmente de paliativo pero la solución siempre pasará por solucionar el problema en su origen, no en sus síntomas.

Pero claro, los medicamentos generan beneficios. Y comisiones para los médicos que los recetan... Como decía Sean Connery en "Los Inmortales": "Procura no perder la cabeza"

Un beso

huelladeperro dijo...

Tienes razón en todo lo que dices, Antígona, y yo añadiría que muy poca gente tiene los arrestos (los cojones, vamos) y el amor para bucear junto con el loco en su malestar y echarle una mano desde ahí...

¡Bravo por la amiga Delirium!
Y sobre todo bravo por su amiga la expaciente, porque ya hay que ser valiente y tener amor para arriesgar la propia cordura en la salvación de la familia. Para ella toda mi admiración.

Apunta sin embargo aquí Delirium algo que es trágico y que debería hacernos pensar, y es que las personas que más fácilmente escapan a la locura (una vez se ha manifestado) son también las más inteligentes. Yo imagino la locura como una especie de nudo complejo que se hace en el hilo del devenir diario, de las emociones y del pensamiento. Sólo la inteligencia y la paciencia, la confianza en sí mismo o en el entorno, y la dedicación absoluta e inquebrantable pueden llegar a resolver el problema. (En los dos casos que conozco de curación fue así como se logró.)
La psiquiatría sin embargo, en vez de intentar resolver el problema, procura que no se manifieste:
El término "crisis", en medicina, hacía referencia al momento, en la evolución de una enfermedad, en que manifestándose esta con especial virulencia el cuerpo había adquirido también la capacidad de reaccionar a ella.

La "crisis" era la lucha decisiva.

Cuando el enfermo entraba en crisis sólo había dos salidas: la sanación o la muerte.

El digno significado de esta palabra resbaló, sospecho que gracias a los escritos del nefasto Freud, hacia la ridiculez de querer decir "agitación física y mental exhorbitada que, por ser totalmente incoherente e inútil debe ser ahogada y reducida por la fuerza"

Ahora la psiquiatría, que evita las crisis, evita también, porque sólo viviéndolas se consigue, la curación, y todo su afán consiste en minimizar las manifestaciones del malestar psíquico minimizando también (¡menos mal!) los efectos secundarios de la medicación.

Pero sabemos que algunas personas inteligentes se curan. Sea porque han tenido el valor de enfrentar una situación que entendían anómala; sea porque han tenido la suerte de que alguién igualmente inteligente les acompañara en esa difícil travesía o bien porque han sabido comprometer a su familia en esa curación.

Los inteligentes pueden pues salvarse, aún a pesar de que la ciencia que debería curarlos se empecina en cronificarlos. ¿Y los menos inteligentes? ¿Qué será de ellos? Esos están jodidos.....

¿He dicho ya que creo también que las distintas formas de locura no son más que la manifestación de conflictos existenciales, diría casi de problemas filosóficos acompañados de todo tipo de problemas personales, familiares y sociales?

Sin embargo, quizá porque las certidumbres de todos son en general muy endebles, nadie se atreve a enfrentarse a un enfermo psiquiátrico en crisis si no es armado de una jeringuilla, una camisa de fuerza o un par de policías.


¡Bah! vivimos en un mundo de puros cagaos.

Rodrigo D. Granados . dijo...

No entiendo mucho de salud mental, y quizás deba preocuparme esa circunstancia, porque me gustaría pensar que en ese aspecto estoy hecho un roble, y sin embargo a veces me siento como un bonsai falto de riego (y nunca mejor dicho); en cualquier caso, una "terapia" tan cruenta como la lobotomía, se me antoja una verdadera burrada, como lo sería cortarle las piernas a un niño hiperactivo. Nada hay en el organismo que sobre; otra cosa es que no conozcamos su función, y decidamos que es casquería prescindible. Creo que este tipo de prácticas se alejan de la salud mental, para entrar de lleno en el terreno de la practicidad para con los problemáticos.

Jota dijo...

Hola, Antígona, enhorabuena por otra entrada lúcida, exhaustiva y bien argumentada sobre un tema peliagudo. Conozco el documental, aunque no he tenido ocasión de verlo, pero sí he visto otros sobre la lobotomía o la locura. La falta de respeto (yo creo que provocada por el terror a ser como ellos) hacia los enfermos mentales es proverbial y se da en casi todas las sociedades. Cuesta creer que una práctica tan salvaje como la lobotomía fuera practicada tan alegremente hasta que se vio desprestigiada por la evidencia de los resultados de su barbarie: famosos como la actriz Frances Farmer o una hermana del presidente Kennedy fueron víctimas de la trepanación cerebral a manos de médicos que, como los charlatanes que vendían jarabes para la tos en las películas del Oeste, recorrían el hogar de los valientes realizando intervenciones ante el público para demostrar sus "milagrosos" efectos.
La lobotomía no es más que la manifestación más salvaje de esa idea que comentas: hay que suprimir los impulsos de los enfermos a toda costa, y si junto con los ataques de pánico, ira y automutilación nos llevamos por delante la alegría, la risa o la pasión a pastillazo limpio, no pasa nada, son daños colaterales.
Siempre me ha escandalizado la alegría con la que los médicos recetan psicofármacos: Prozac, Transilium, Tranquimacín, Rohipnol... Yo me atrevería a asegurar que cuando vemos en las noticias esas noticias tremebundas del estilo "mata a su padre a hachazos mientras veían un partido de fútbol" o "madre estrangula a sus hijos con el cable del cargador del móvil" siempre hay detrás trastornos psicóticos relacionados con la mezcla de dichas drogas con alcohol u otras drogas ilegales, pero siempre se mencionan estas últimas como el motor del estropicio, porque a ver quién es el listo que se mete desde un medio de comunicación con los productos estrella de un poderoso laboratorio farmacéutico.
No me enrollo más y acabo con una reflexión: ¿Que sería de la poesía española si alguna luminaria con bata blanca hubiera lobotomizado a Leopoldo María Panero?

Miss.Burton dijo...

Un besazo fuerte para Huella de Perro, siempre me leo sus comentarios porque me parecen lucidísimos y llenos de vivencias interesantes.
Sí que fué duro, pero todo tiene cura, una sola palabra: amor. Cuando amamos, hasta lo inexplicable e inteligible tiene sentido, se lo damos, sea como sea. La persona lo merece.
Y un besazo para ti, Antígona, va... que se te echa de menos, apareceeeeeeeeeeeeeeeeeeeee¡

Margot dijo...

Me puntualizan... es eugenesia, el término al que yo me refería, y no eutanasia... jeje

Qué cruz de mí misma, dió mío!

Más besos

k dijo...

El martes por la noche vi una peli que me encantó: A beautiful mind, sobre este tema de la locura y su tratamiento, completamente recomendable.

Anónimo dijo...

Es verdad, Jota, los médicos mandan con una naturalidad pasmosa medicinas para la salud mental, sin entrar siquiera a valorar qué te pasa exactamente y sobre todo por qué. Acaban antes metiéndote en el saco que pillen mas a mano, y ala, a medicar. Lo que no me queda claro es si realmente conocen otra forma de ayudar a los pacientes...

Sea como sea, está claro que hoy por hoy la psiquiatría sigue sin servir para mucho, y la psicología más de lo mismo. Mi amiga la psicóloga, p.ej., hizo las prácticas de la carrera en un psiquiátrico, y las terapias que hacían con los pacientes eran puras tonterías de esas que insultan la inteligencia.

Como Huella de Perro, creo que habría que tener los cojones de acompañar a estas personas en su peculiar camino, intentar comprenderlas, y darles la oportunidad de sentirse normales.

Para eso habría que empezar por darles un lugar en la sociedad, que es lo más complicado tal y como está diseñada la cosa. Menos mal que hay gente maravillosa que sigue luchando por ello...

NoSurrender dijo...

Doctora Antígona, decía Leopoldo María Panero, un loco con muchos galones, que todos somos máquinas de sufrir. Pero algunos no aceptan el sufrimiento por miedo a sufrir ellos también. El sufrimiento parece algo prohibido en el Mundo Feliz que la sociedad construye día a día. Y, así, la injusticia mayor es estar loco. La mayor soledad imaginable.

La película que usted describe me impresionó mucho. Quizás porque a mí también me cuesta aceptar el sufrimiento que veo en esas personas, que no se diferencian tanto de mí en los primigenios miedos que les acabaron arrastrando hasta ese hospital. Estamos todos tan cerca de la explosión en un mundo cada vez más desquiciado.

Y quizás es de acuerdo con esa prohibición del sufrimiento que parece dominar las relaciones socioeconómicas de los individuos en el Mundo Feliz (casi me dan ganas de llamarlo Supermercado Feliz, y enlazarlo así con su estupendo anterior post sobre Houellebecq) es por lo que las soluciones drásticas que sólo se fijan en la sintomatología y no en las causas acaban triunfando en el mundo de la psiquiatría. Al fin y al cabo, los enfermos mentales se diferencian de los enfermos de cualquier otra parte del cuerpo en que su sufrimiento puede afectar más a los sanos que conviven con ellos. Y no queremos sufrir, o como mejor decía Panero, no queremos aceptar que somos máquinas de sufrir, y necesitamos nuestro Soma.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Uff, queridos y queridas, perdonad que os tenga tan abandonados, tanto aquí como en vuestras casas, y más con los comentarios tan interesantes que me estáis dejando y con todo lo que me han ido suscitando al leerlos estos días. Pero es que tengo una semanita de infarto –la verdad es que llevo unos meses de infarto, pero esta semana es ya la repera- y ni un minuto libre para responderos como me gusta hacerlo.

En un par de días todo se relajará un poco, nos vemos para entonces, si he conseguido sobrevivir a tanto curro, ay :)

Besos y más besos para todos y todas!

k dijo...

Es lo de siempre: esto tiene que ser tu descanso y no una obligación más. Tómatelo con calma: nos gusta leerte, nos encanta poder hablar :)

Antígona dijo...

Delirium, yo también estoy segura de que ese cortocircuito cerebral no se da sin motivo alguno ni tampoco como consecuencia de presuntas alteraciones fortuitas del equilibrio electroquímico del cerebro. La enfermedad mental, o lo que llamamos enfermedad mental, se origina en la relación de una persona –que por supuesto tiene un cerebro, como tantos otros órganos- con la realidad que la rodea. Una relación donde algo se distorsiona, desgarra, o duele hasta tal punto que la persona acaba por no hacer pie en esa realidad.

La lobotomía era una auténtica salvajada, se mire por donde se mire: la osadía de aplicarla sobre seres humanos a partir de experimentos con monos, la falta de seguimiento de los médicos de los pacientes lobotomizados, la flagrante ocultación de las graves lesiones vitales y mentales que provocaba… Pero es que, por lo visto, los manicomios estaban por aquella época a rebosar de enfermos mentales, y había que vaciarlos. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que transformar a gente presuntamente descontrolada en semi-vegetales que, en principio, ya no darían más problemas al cuidado de sus familiares? Brutal, pero cierto. Y mucho más rápido y menos costoso que eso que dices del amor y la paciencia que requiere ayudar a alguien a desenredar la madeja envenenada que tiene en la cabeza.

En cuanto a lo que cuentas de tu amiga, son muchos los críticos de la psiquiatría (entre los cuales se encuentran también reputados psiquiatras, como es el caso de Thomas Szasz, el autor de la cita que encabeza el post) que afirman que el paso del enfermo mental por el psiquiátrico representa para él una experiencia tan traumática que, después de haberla vivido, ya no es posible determinar qué proporción de su alteración psicológica responde a su enfermedad y qué proporción obedece al paso mismo por el psiquiátrico. Y desde luego, lo que cuentas no deja de confirmarlo. Me alegro no obstante de que gracias al apoyo de su familia, y tú entre ellos, tu amiga pudiera seguir adelante. Y que además se acabara asumiendo que su problema procedía de su familia y fueran ellos los que consiguieran finalmente enderezar lo que imagino sería un pasado de decisiones erróneas y dañinas para su hija.

Supongo que los recursos humanos escasean en el campo de la psiquiatría. Pero me temo que escasean no por falta de psiquiatras, sino porque los psiquiatras, como tantos otros médicos, se han dedicado a considerar el cuerpo y a la persona en su conjunto como una máquina a la que reparar con procedimientos más o menos agresivos. Hasta que toda esa visión no cambie, y los psiquiatras se den cuenta de que se enfrentan a personas con problemas no tan alejados de los que cualquiera, también ellos mismos, podrían tener, no pondrán a disposición del enfermo esos recursos no farmacológicos que tanto necesitan.

El tema es delicado, sí, pero siempre ha interesado y me parece muy importante hablar de él, más cuando por lo visto el índice de enfermos mentales asciende cada año en nuestras boyantes sociedades occidentales.

Nos vemos lo antes posible, guapísima, en cuanto podamos coincidir en fechas, eso lo tienes garantizado.

Un besazo enorme!

Antígona dijo...

No he visto esa obra, niña Margot, pero creo que me encantaría. Y va muy en la línea con lo que le acabo de comentar a Delirium y que por lo visto es una realidad ya bastante contrastada: si el número de enfermos mentales va en aumento en nuestras modernas sociedades, digo yo que es de cajón que algo tendrá que ver en ello el modo en que ellas se vive y es tratado, ¿no? Un razonamiento que, desde luego, se les escapa absolutamente a todos aquellos psiquiatras que defienden que la enfermedad mental es puramente asunto de neurotransmisores desequilibrados y en función de esa idea aplican sus tratamientos. ¿Pero es que nunca se habrán preguntado por el porqué, por las causas de esos desequilibrios? ¿Demasiado complicado para ellos?

La locura nos espanta por todo eso que indicas y también porque en lo más hondo tememos compartir demasiadas cosas con el loco, cosas que un buen día nos conduzcan a su misma enfermedad mental. Tememos nuestra propia locura, la posibilidad de nuestra propia locura, que anticipamos, proyectamos como posibilidad real en los ojos del loco, en sus desvaríos en ocasiones no tan exentos de sentido.

Es cierto que esos años fueron perversos. Pero lo más aterrador es que sólo dejaron de serlo gracias a la invención de los neurolépticos, cuyos efectos sobre la persona que los ingiere son, dicen los especialistas, similares a los de la lobotomía, sólo que, en principio reversibles. Pese a que también se sospecha que su ingesta acaba con el paso de los años por desahuciar la mente de quien los ingiere. Y para colmo de males resulta que ahora mismo se está poniendo de nuevo de moda el electroshock bajo el más refinado nombre de “Terapia Electro-convulsiva”. Y ello a pesar de que la comunidad científica sigue reconociendo desconocer cómo actúa sobre el cerebro y cuáles son las causas de su presunta efectividad. Increíble, ¿no?

Fue también con los neurolépticos con lo que se consiguió vaciar manicomios, porque un enfermo farmacológicamente lobotomizado es más manejable, también en el ámbito familar. Pero, ¿y la curación, si es que ésta es posible? ¿Se trata solamente, como dices, de enmascarar el problema a fuerza de pastillas y de esconderlo bajo la alfombra? ¿Cuánto sufrimiento debe de estar generando también este modo de proceder?

Y por supuesto que la cuestión económica cuenta, claro que sí. Dudo mucho que los laboratorios inviertan mucho dinero en investigar y producir fármacos que fueran menos dañinos para la personalidad del enfermo. A fin de cuentas, todavía son un tanto por ciento relativamente pequeño de la población si lo comparamos con todos aquellos que ingieren productos para el resfriado, la acidez de estómago o toman píldoras anticonceptivas.

No te has ido para nada por los cerros, Margot, el problema es tan amplio y tiene tantas dimensiones que cualquier aspecto que se toque de él enriquece el horizonte desde el cual debe ser contemplado.

Besos en equilibrio!

Antígona dijo...

La falta de recursos, Troyana, es obvia, pero también la falta de voluntad de destinar esos recursos necesarios en función de una idea a mi juicio equivocada de cómo debe ser tratada la enfermedad mental. Asistí hace muchos años a unas jornadas sobre este tema donde un famoso psiquiatra madrileño contaba una experiencia que se había realizado con enfermos de esquizofrenia y en la que él mismo había participado. Se había creado una residencia donde convivían enfermos y médicos y donde los esquizofrénicos no eran medicados, sino objeto de múltiples terapias, de naturalezas muy distintas, a manos de diferentes psicólogos y especialistas, en un clima además muy familiar, de afecto y respeto. Por lo visto, obtuvieron muy buenos resultados. Sin embargo, la administración acabó cerrando la residencia porque era demasiado cara de mantener. Y yo me pregunto, ¿demasiado cara en relación a qué? ¿Se puede poner precio a la posibilidad de curar a una persona en lo que realmente la define como tal, que es su mente? Se ve que sí, y que hay esfuerzos que sólo se contemplan desde el punto de vista de su coste económico, en lugar de atender a lo que supuestamente es el objetivo básico de la medicina y en concreto de la psiquiatría.

Lo que me cuentas de tu amigo no me sorprende en absoluto, menos aún cuando vendría a confirmar que, en efecto, la medicación no sólo no soluciona nada sino que termina agravando el problema, y que un enfermo mental necesita mucho más que pastillas para poder salir del pozo en el que se ha hundido. Tienes razón al hablar de esa voluntad de recuperación y constancia del paciente. Pero no creo que sea fácil mantener esa voluntad estando sujeto a una medicación que genera múltiples y graves efectos secundarios, no sólo difíciles de soportar para el paciente, sino además tan llamativos y tan obvios para quienes se relacionen con él, que es como si llevaran escrito en la frente “soy un enfermo mental y me estoy medicando”. De lo cual se deriva un rechazo social hacia el enfermo que obstaculiza aún más su integración social y el que pueda ser visto y aceptado por los otros como un individuo “normal”. Por no mencionar que muchos de esos efectos secundarios cercenan de tal forma la vida del enfermo –por ejemplo, su sexualidad deja de tener cabida en ella- que es imposible que no susciten nuevos sufrimientos y por tanto más enfermedad.

La verdad es que no entiendo por qué cuesta tanto comprender que la atención humana es tan básica para un enfermo mental si uno tiene en cuenta que también lo es para cualquier persona en principio mentalmente sana. ¿O acaso no terminaríamos los presumiblemente sanos enfermando si nos viéramos durante un tiempo sometidos al régimen de exclusión, de falta de escucha y atención, de aislamiento en su problema, al que por lo general se ven sometidos los enfermos mentales?

Un beso y un abrazo, amiga Troyana!

Antígona dijo...

El dinero siempre es importante, Gato, pero no creo que sea el único problema. Me temo que la mayoría de los psiquiatras ni tienen ni se han preocupado por adquirir la formación que les permitiría embarcarse en una psicoterapia con un enfermo. Eso, dirán, es cuestión, si acaso, de los psicólogos. La mayoría de los psiquiatras se dedican a recetar medicamentos y con eso consideran cumplida su tarea. Y tampoco creo que sea tanto porque estén quemados, sino, sencillamente, porque se les ha formado para que piensen que todo lo que exceda a la medicación no es asunto de su competencia. Además de que muchos defienden que ni tan siquiera la tarea de un psicólogo es necesaria, porque siendo la enfermedad mental un fallo puramente mecánico (electroquímico), lo único efectivo para curarla es intervenir a ese nivel fisiológico. Por no hablar de que a la gran mayoría les importa un pimiento un concepto de curación que sobrepase la mera “estabilización” del enfermo y se limitan a aliviar sus síntomas sin profundizar en las circunstancias que los puedan haber causado.

Comparto tu valoración con respecto al estado de salud de nuestra sociedad, además de que son muchos los estudios que la corroboran. Pero, ¿cómo no volverse loco en un mundo que cada vez está más loco, que cada vez es más irracional, más injusto? Y no, también yo opino que no estamos preparados para ello, aunque la psiquiatría y las farmacéuticas tal vez opinen lo contrario y éstas últimas incluso se estén frotando las manos ante tal perspectiva.

Un beso!

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Lo más hiriente de todo este asunto, Iliamehoy, es que la lobotomía se convirtió hasta los años 70 en un tratamiento bastante frecuente, y ya no sólo para enfermedades mentales graves, sino también para trastornos depresivos u otras enfermedades leves, en manos de un tal Freeman (en la foto), que simplificó la intervención al hacerla consistir en la introducción de un picahielos por la órbita del ojo para acceder al lóbulo frontal. Se dice que llegó a practicar, operando incluso fuera de quirófano, a unas 70.000 personas. Hasta que, no es de extrañar, una paciente murió en la mesa de operaciones por una hemorragia cerebral y le retiraron el permiso para practicar lobotomías. ¡Porque además Freeman no era cirujano! ¿Cómo lo ves? Atroz es poco.

Parece que en nuestro mundo tener una enfermedad mental es ya sinónimo de ausencia de reconocimiento de toda dignidad. Con lo cual, ¿quién va a pensar en la dignidad o vida digna de alguien que, según dicho planteamiento, ya la perdido sólo por estar mentalmente enfermo?

Un beso y una sonrisa!

Antígona dijo...

Beneditina, totalmente de acuerdo contigo: el problema se encuentra en la especialidad misma, que no sólo está en pañales, sino que encima se niega a reconocerlo. Te contaré que empecé la carrera de Medicina con la intención de especializarme después en psiquiatría. En segundo curso teníamos una asignatura que era algo así como una introducción a la psiquiatría. El profesor nos puso un documento visual en el que se mostraba a una enferma que padecía un trastorno maníaco-depresivo y en el que se decía que se la trataba con litio. Al terminar el documento, le pregunté al profesor de turno por qué se aplicaba litio a esta clase de enfermos, cómo actuaba el litio en sus cerebros para paliar los síntomas de la enfermedad. Sin ningún empacho, el profesor-psiquiatra dijo que NO sabían cómo actuaba el litio sobre el cerebro. Sencillamente, lo habían probado de manera experimental en enfermos con este trastorno y habían constatado que, de entrada, era eficaz para suprimir las fases maníacas (en las que el enfermo más molesta a su entorno). De entrada. Ni una palabra sobre los efectos a largo plazo en el organismo de esta sustancia, tampoco sobre su efectividad “curativa”. Aunque terminé el segundo curso por preservar mi condición de becaria, al año siguiente ya estaba comenzando una carrera totalmente distinta.

Personalmente, no tengo tan claro que la medicación ofrezca a las familias una solución a largo plazo. Sí, posiblemente, como medida provisional, como medida de urgencia. Pero nada más. Tengo un amigo cuyo hermano es esquizofrénico. Medicado. Recientemente se ha puesto fatal y han temido por que sufriera una nueva crisis. Tras consultar con el psiquiatra, ésta ha sido su respuesta: que la propia medicación se “desregula” cíclicamente, pero que luego (como por arte de magia, digo yo), vuelve a regularse y hay que dar un margen de tiempo para que lo haga. Mi traducción personal a la respuesta del psiquiatra: a) o no tiene ni puta idea de, por qué medicándose, ha sufrido una recaída; b) sabe perfectamente de los efectos dañinos a largo plazo de la medicación pero por supuesto no se lo va a decir a la familia.

Los medicamentos son parches, no un tratamiento curativo, que es de lo que realmente debería buscarse ante cualquier enfermedad, sea ésta cual sea. Pero los psiquiatras se aprovechan de la desesperación de las familias ante el enfermo, o de su ignorancia, para asegurarles –ésta es la autoridad de la que gozan los médicos, el poder del saber- que lo único que puede curarles es la medicación.

¿Nunca has salido de la consulta de un médico con la sensación de que el tío no tiene ni puta idea de lo que te pasa pero tiene que fingir que sí? Pues con los psiquiatras igual, y mucho más cuando reconocen no saber cómo funcionan orgánicamente los medicamentos que recetan.

Un beso!

Antígona dijo...

C.E.T.I.N.A., me parece un magnífico ejemplo el que cuentas. A ver si va ser que la agresividad que muestran ciertas personas, da igual que sean enfermas mentales o no, surge así sin más, como por capricho, sin razón alguna. La agresividad se sustenta sobre razones, y posiblemente la de los enfermos mentales también, aunque las razones estén más ocultas o sean más intrincadas. Pero en un ambiente que combate el impulso a la agresividad –como nos pasaría a todos-, es absolutamente lógico que los comportamientos agresivos desaparezcan. ¿O acaso no ser tratado como una persona normal, ser ninguneado o estigmatizado, recibir órdenes, no sería motivo suficiente para dar rienda suelta a los impulsos agresivos que todos llevamos dentro, y algunos más a flor de piel que otros a causa de sus historias personales o de su más frágil personalidad?

Yo también creo que todos estamos más o menos desequilibrados mentalmente. O por decirlo de otra manera, que en el caso de lo mental, no considero que sea posible decir qué es estar equilibrado o desequilibrado, cuáles son las fronteras reales que separan el equilibrio del desequilibrio. Pese a que, socialmente, está muy claro: será juzgado de desequilibrado quien moleste o perturbe el orden social, quien no se pliegue a la moral establecida (pongamos como ejemplo un tipo que se masturbara en plena calle: no tardará en aparecer el juicio de que se trataba de una persona desequilibrada o mentalmente no en sus cabales).

Por otra parte, también creo que el perder pie en la realidad de los enfermos mentales se debe a un elevadísimo grado de sufrimiento, consciente o inconsciente, reconocido o no reconocido, que los lleva en un momento dado a distorsionar la relación que el común de los mortales mantenemos con el mundo supuestamente objetivo. Y que los medicamentos son paliativos, pero en absoluto se dirigen a erradicar el origen de la enfermedad. Eso sería atribuirle demasiado poder a la química, porque, en definitiva, es obvio que no somos máquinas.

Los medicamentos generan beneficios, claro. Pero me temo que en el caso de los enfermos mentales graves no tantos como para que las farmacéuticas se planteen dedicarse a investigar y promover medicamentos que no provoquen efectos secundarios tan brutales como los que a día de hoy aún provocan los neurolépticos. Me resisto tenazmente a creer que sea materialmente imposible producir medicamentos para estos enfermos que limiten menos sus condiciones de vida.

Un beso!

Antígona dijo...

Huelladeperro, ¿inteligencia, o un entorno de formación cultural y moral suficiente como para poder entender mejor al enfermo y ayudarle a salir de su enfermedad? ¿Inteligencia o una mejor formación, ahora ya hablando del caso del propio enfermo, como para poner en cuestión y distanciarse mínimamente de los tratamientos que se le aplican? Porque recordemos que son los más ignorantes los que más se pliegan a los dictados de la autoridad médica, que es una autoridad basada en el saber.

Me ha parecido sumamente interesante, interesantísimo, lo que dices del concepto de crisis y de cómo la psiquiatría coarta o frena su manifestación en detrimento de la curación del enfermo. Pero es que las crisis son escandalosas, desagradables de vivir tanto para el enfermo como para su entorno. Y no olvidemos que, según Foucault, los manicomios sólo surgen como instituciones destinadas a mantener el orden social. Acabar con la crisis –acabando de paso con el enfermo agitador y perturbador- es el objetivo básico de la psiquiatría desde sus orígenes, por más que pretendan hacernos creer lo contrario. Y ello también es consecuencia de una sociedad, incluso de una cosmovisión antropológica, que considera el sufrimiento como algo a evitar a toda costa en lugar de como un posible tránsito hacia un punto vital mejor del que se partía.

Insistes en que los inteligentes se curan. ¿Y Panero? ¿Te parece una persona poco inteligente? ¿O Nietzsche, o Hölderlin? Yo no tengo nada clara esta cuestión.

Totalmente de acuerdo, no obstante, con tu tesis de que la locura es manifestación de conflictos existenciales, de calado incluso filosófico, acompañado de todo lo demás que mencionas. A fin de cuentas, los humanos, frente a los animales, nos caracterizamos específicamente por atravesar, por vivir esa suerte de conflictos. ¿Y no es algo netamente humano también la enfermedad mental? Pero es que es mucho más difícil aceptar que se trata de algo humano y que, por tanto, podría afectarnos a todos bajo circunstancias X, que refugiarse en la idea de que sólo ciertos individuos tienen no sé qué genes que los predisponen a que sus cerebros dejen de funcionar como deberían.

Deberías ver el documental de Medem “Uno por ciento esquizofrenia”, donde diferentes especialistas sostienen que es un puro mito que los enfermos mentales sean personas más agresivas o violentas que los mentalmente sanos. Más bien sucede todo lo contrario, según ellos.

Un beso!

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Señor Rodrigo D. Granados C. yo creo que todos entendemos de salud e insania mental más de lo que somos capaces de reconocernos a nosotros mismos, sencillamente porque vivimos dentro de nuestras propias, y en ocasiones bastante alocadas, cabecitas :)

La lobotomía era una animalada, por supuesto que sí. Pero a lo mejor dentro de unos años se descubre que la quimioterapia también lo es, pese a que hoy día todo el mundo confía en ella para la curación del cáncer. Por supuesto que no voy a defender la lobotomía, pero creo que hay que entenderla dentro de su contexto histórico. Y tienes toda la razón: con la lobotomía no se pretendía curar –las propias monas sobre las que se aplicó se “curaron” de su agresividad pero se volvieron “tontas”-,sino solventar el problema práctico que representaba socialmente la existencia de individuos descontrolados o hipotéticamente, según la experiencia previa, no controlables.

Un beso!

Antígona dijo...

Jota, muchas gracias por tus palabras, lo cierto es que el tema siempre me ha despertado mucha curiosidad y nunca, de un modo u otro, he dejado de pensar sobre él. Si aún no has visto el documental, te recomiendo vivamente que lo hagas en cuanto puedas, porque no te va a defraudar y es valioso tanto desde el punto de vista del género documental como por el propio interés que el tema de la enfermedad mental pueda suscitar en el espectador.

Como comentaba más arriba, la lobotomía fue practicada tan alegremente como que el tal Freeman iba de psiquiátrico en psiquiátrico con su llamado “Lobotomobile” practicando lobotomías a diestro y siniestro, en apenas unos minutos y un paciente detrás de otro, con los más variados –y también siniestros- resultados. Conocía, de hecho, esos dos casos que mencionas, ambos producto de las “habilidades quirúrgicas” del no-cirujano Freeman. En el primer caso –si no recuerdo mal- por sufrir anorexia, y en el segundo por mostrar en su adolescencia un comportamiento rebelde. Más que un hecho histórico, ¿no parece toda esta historia un relato de ficción de una mala película de terror?

A mí me da igual que la intención de los psiquiatras sea aliviar el sufrimiento de los familiares del enfermo o aliviar el sufrimiento del propio enfermo. Lo que no entiendo es cómo no se dan cuenta de que privando a alguien -alguien que por supuesto, nunca termina de perder totalmente su autoconciencia, su visión de sí mismo- de la risa, la alegría y la pasión, no lo están abocando a la larga a un mayor sufrimiento que perpetuará o incluso incrementará los problemas psicológicos que causaron esos ataques de pánico, ira o automutilación. ¿O no acabaría enloqueciendo cualquiera que, estando sano, recibiera una medicación que lo privara de todo eso? O como planteaba el filósofo Jorge Larrosa: se mata una vida con sentido para salvar una vida de supervivencia. Pero, ¿es que se puede permanecer mentalmente sano después de muchos años de llevar una vida sin sentido? ¿Es que no todos necesitamos de un cierto sentido para mantener un cierto equilibrio mental? Todo es tan absurdo, tal ilógico, tan irracional.

En cuanto a Panero, se trata de un caso muy singular. Aún no entiendo cómo es capaz de mantener tanta lucidez y seguir componiendo poemas con toda la medicación que debe de haber consumido a lo largo de tantos años. Pero en cualquier caso, es obvio que de haberse puesto en manos de un neurocirujano, Panero ya no existiría más que como un vegetal.

Un beso!

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Delirium, Huelladeperro es un tío muy listo, y le agradezco muchísimo que nos haga partícipes en esta casa de su lucidez.

Al final me he librado de un último compromiso que me traía de cabeza y por eso he encontrado tiempo para responderos antes de lo previsto. Ays, pero qué dura es la condición de trabajador, coño!

Más besos!

Antígona dijo...

Margot, ya que apareces de nuevo aprovecho para recomendarte, tú que eres tan dada a los documentales, el documental que ya le he mencionado a Huelladeperro. Es de Julio Médem y se llama “Uno por ciento esquizofrenia”. Seguro que te gustará.

Más besos!

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Ays, K, yo no sé qué me ha pasado con esa peli, que empecé a verla porque me la recomendaron y al final acabé dejándola a mitad. Quizá porque no tuve la suficiente paciencia para llegar a la parte más interesante, no lo sé. No excluyo un segundo intento. Aunque mi favorita a este respecto es “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

Un beso!

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Beneditina, ¿sólo para la salud mental? Yo padezco de una enfermedad intestinal crónica –nada grave, sólo molesta- y no sabes lo que he sufrido por culpa de los médicos y sus potingues. Todo por no querer reconocer que no tienen ni puta idea de en qué consiste esta enfermedad y cómo tratarla.

Exactamente eso mismo que apuntas –compañía, comprensión, oportunidades- es lo que demandan los enfermos mentales, tanto en este documental como en otros que he visto. Pero los médicos no se molestan en hacerles caso. Y sus semejantes, a no ser personas muy cercanas y que los quieran realmente, tampoco solemos hacerlo. Nos da demasiado miedo la enfermedad mental, no tenemos las más mínimas estrategias para enfrentarnos a ella.

Antígona dijo...

Doctor Lagarto, desarrolla usted un tema muy importante y que conecta perfectamente con lo que mencionaba en el post que decía el filósofo Jorge Larrosa: el biós como vida con sentido, aunque dure poco, y sobre todo, aunque duela, matado al precio de la salvación del zoé como vida de supervivencia. El sufrimiento ha caído en el desprestigio más absoluto en este nuestro Mundo Feliz. La cuestión es, para todos en general, evitarlo a toda costa. Y no nos damos cuenta de que del sufrimiento pueden emerger cosas valiosas, incluso hermosas. De que el sufrimiento forma parte de la propia vida y, lo que es importante, de que hay cosas que no se pueden aprender sin dolor. Me atrevería a decir incluso que no se puede crecer como persona, como ser humano, sin sufrimiento ni dolor. ¿O acaso los padres que sobreprotegen a sus hijos para ahorrarles cualquier forma de sufrimiento no acaban produciendo perfectos imbéciles?

Las historias de sufrimiento que cuentan los enfermos mentales del documental y que en principio se hallan a la base de sus respectivas enfermedades no son, desde luego, tan lejanas al sufrimiento que han vivido muchos otros, incluso nosotros mismos. Pero tal vez todo sea cuestión de grados, de grados de resistencia psicológica de los individuos ante el sufrimiento, grados que a su vez dependen del entorno en que se han desarrollado, de los apoyos, visibles o invisibles, que en él han recibido.

El sufrimiento está prohibido en nuestro Mundo Feliz porque su mera manifestación lo pone en peligro. Porque la gente que sufre en él puede acabar revolviéndose contra los fundamentos de ese Mundo Feliz y pretender cambiarlo. También porque, para pervivir, el Mundo Feliz debe mantener a toda costa la apariencia de felicidad que le da su nombre y convencer a quienes lo habitan de que gozan de esa felicidad proclamada a bombo y platillo por el sistema, una felicidad que se derivaría de hallarse, como diría Leibniz, en el mejor de los mundos posibles. El sufrimiento mental es síntoma del malestar que nos genera un determinado modo de vida, el conjunto de relaciones sociales y socioeconómicas en las que nos vemos inmersos. Si lo dejamos campar por sus fueros, nos convertimos en individuos improductivos, en manchas de suciedad dentro de la impoluta perfección del sistema. Por ello, es preciso impedir que aflore, es preciso enmascararlo constantemente. Tanto en los individuos gravemente enfermos como en los que sólo empiezan a mostrar signos de estar enfermando. Para estos últimos también existen múltiples alivios: ansiolíticos, antidepresivos… El todo social nos induce a tomar Soma para seguir produciendo y manteniendo nuestros puestos de trabajo, pagando nuestras hipotecas, produciendo hijos. No nos permite perder tiempo en ahondar en los conflictos que han provocado nuestro malestar y nos incita a cortarlo de raíz sin detenernos en sus causas. Porque, como en el mundo de Huxley, la meta no reside en que alcancemos la verdadera felicidad gracias a la posibilidad de construirnos vidas con sentido. Se trata de que mastiquemos constantemente sucedáneos de felicidad que nos inciten a seguir produciendo y siendo eficientes, sin que nunca lleguemos a preguntarnos por el sentido último de lo que hacemos. Una pregunta que, como señalaba Huelladeperro, tal vez pasaría por que se nos dejara atravesar y sufrir en todo su alcance los momentos de crisis que puedan presentársenos.

¡Muera el Soma! ;)

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Claro que es mi descanso, K, pero es que mira que no tener ni tiempo para descansar como una querría! Por fortuna, ya me ha llegado el momento de hacerlo, aunque me temo que no me durará mucho, ay! En fin, sobreviviremos.

Y me encanta oíros por aquí, así que hablad, hablad, no os cortéis un pelo :)

Otro beso!

k dijo...

Alguien voló... mira la enfermedad "desde fuera" del enfermo y "desde dentro" de la institución. Y Una mente..., mira la enfermedad "desde fuera" de la institución y "desde dentro" del enfermo. No hay que verla. Solo que casualmente la vi esta semana y (tal vez porque esperaba algo peor) me pareció encantadora, llena de sensibilidad y de fuerza (sobre todo por el personaje de Nash y la espectacular interpretación de Russell Crowe, que por ahí en algún sitio parece que tiene sensibilidad, el cacho madera).

Por otra parte, lo único que quería decir con el segundo comentario no es que "debas" descansar, sino que no añadas el blog a la lista de cosas que "debes" hacer. Bastante te agobia el resto de la lista...

k dijo...

(Soy injusta con Russell Crowe, que ha demostrado su sensibilidad sobradamente en varias pelis además de su versión cacho madera, si se me permite el off topic...)

Margot dijo...

Ya me lo había apuntado en la primera mención que hiciste de él en los comentarios, jajaja. Pero gracias, lindura... ya te contaré.

huelladeperro dijo...

No creo, Antígona, que Leopoldo María Panero esté loco. Más bien creo que se encuentra muy solo allá en su cima. Donde sólo tiene como interlocutores válidos algunos malditos poetas muertos.
Otra cosa sería si todos fuéramos tan lúcidos como él. ¿Tú crees que estaría entonces en un psiquiátrico?

Nietzche no es santo de mi devoción, y es para mí un misterio que tenga tantos fans tanto entre la derecha recalcitrante (y a veces cristiana) como entre los rojillos más progresistas. Sin duda el misterio persiste porque no fui capaz de leerme ningún libro suyo. En mi juventud cayó en mis manos el Zaratustra y no pude pasar del primer tercio ¡Qué coñazo! No me extrañó pues en absoluto cuando luego me dijeron que se había vuelto loco. En mi opinión la cosa ocurrió porque había demasiada distancia entre su vida real y los lugares a los que voló su mente. A mí me cargaba el énfasis agresivo que ponía en cada mínima afirmación, fruto sin duda de un inseguridad -digámoslo así, por hacerle la broma- "fisiológica"...
Y es que nuestra vida; la misma existencia; tiene a veces un trasfondo tan absurdo que no puedes estar cuerdo a no ser que tengas suficiente humor para burlarte de ti mismo (-;

De Hölderlin nada sé, y me va a tocar documentarme un poco, pero parece que después de ser declarado loco (esto es "loco oficial") pasó más de treinta años viviendo en casa de un amigo y gozando de una mística mansedumbre panteísta. ¿Es eso estar loco?

Antígona dijo...

Si esa peli mira la enfermedad desde dentro del enfermo, K, entonces creo que le concederé esa segunda oportunidad. Porque de hecho me cansé de verla antes de que la peli se centrara en precisamente en esa cuestión.

Russell Crowe me encantó en “Gladiator”. Pero, si quieres que te diga la verdad, no recuerdo ninguna otra peli suya. O bien me ataca ya el alzheimer, o bien es que ni sus interpretaciones ni las películas que ha hecho me han impresionado mucho :)

Te entendí perfectamente con lo que decías del descanso, guapa. Responder en el blog es algo que me gusta hacer, porque me ayuda a reflexionar sobre el post a raíz de los comentarios que hacéis y nunca escribo sobre ningún tema sobre el que no me interese, en mayor o menor medida, ahondar. Siento que ese diálogo siempre me enriquece, porque me plantea cosas que al escribir el post no me había planteado, o porque me lleva a repensar mejor lo que he escrito. Pero claro, si no tengo el tiempo que me gusta dedicarle o tengo muchas otras cosas que hacer, entonces sí me agobio. Pero porque querría que mis días tuvieran 36 y no 24 horas. Qué desgracia la mía!

Otro beso!

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Caray, Margot, te voy a dar un premio por leerte todos los rollos que les suelto a los demás y no sólo los que te suelto a ti. Lo tuyo es puro masoquismo, maja. Pero se agradece :)

El documental es una maravilla, y aborda multitud de aspectos relacionados con la enfermedad mental, tanto desde la perspectiva de los enfermos como desde la de los psiquiatras o quienes mantienen una posición más crítica con la psiquiatría. Seguro que lo disfrutas.

Más besos!

Antígona dijo...

Bueno, Huelladeperro, por ahí arriba le decía, creo que a Jota, que siempre me ha sorprendido el grado de lucidez que mantiene Panero pese a las ingentes cantidades de medicación que debe de haber recibido durante tantos años. Sin embargo, y pese a su inteligencia y su lucidez, creo que la parte de “locura” que podría atribuírsele bien podría ser producto de la institución psiquiátrica. En “El desencanto” cuenta, y con mucha amargura, cómo su madre no dudó en internarlo en un psiquiátrico después de un presunto intento de suicidio que, según él, cualquiera habría visto menos su madre que sólo trataba de llamar la atención y de que realmente no tenía intención alguna de suicidarse. Y fue para él una experiencia muy traumática, según expresa y se ve perfectamente en el modo en que lo cuenta. O quizá tengas razón y realmente no pueda decirse en ningún sentido que está loco. Sólo que esa tremenda lucidez le aparta del mundo y le lleva a elegir el aislamiento frente a él entre las paredes de un psiquiátrico. No es fácil vivir en este mundo viendo con tan claridad sus contradicciones y miserias.

En cuanto a Nietzsche y a Hölderlin, creo que ambos tienen en común algo parecido a lo que has dicho de Panero: el haber estado ambos más allá de sus contemporáneos en lo que respecta a su percepción del momento histórico que vivían y a la del sentido de ese momento histórico, y haber sufrido por ello de una tremenda soledad y aislamiento intelectual, al margen de las circunstancias particulares de sus vidas. Y cuando, como sucedió en ambos casos, todas las energías se dedican a esa tarea intelectual, supongo que carecer de interlocutores o de una mínima comprensión por parte de sus semejantes debe de ser algo tremendamente doloroso y fuente de enorme sufrimiento.

Sigo pensando que es el sufrimiento lo que por lo general aboca a la locura como mecanismo de evasión frente a ese sufrimiento una vez éste se ha convertido en algo insoportable. Y la inteligencia, la lucidez, engendran por lo general más sufrimiento que la estupidez o la ignorancia. No se puede tener una visión clara de ciertas cosas sin dolerse por ello. Cuántos autoengaños nos procuramos los humanos para evitar sufrir. Como dices, el sentido del humor puede ser un buen agarradero para librarse de caer en la locura que puede producir una percepción demasiado intensa, demasiado contundente, de ese fondo absurdo que la existencia innegablemente tiene. Sólo que no a todos les está concedido poseerlo, ni el sentido del humor viene a salvarnos cuando más lo necesitamos.

Pienso que si ni Nietzsche ni Hölderlin volvieron a ser los que fueron después de sus respectivos derrumbes, tal vez sea porque no tuvieron a nadie a su lado que pudiera intuir sus cotas de sufrimiento y comprenderles en él para así ayudarles a regresar a su estado anterior. O porque, como apuntas en el caso de Hölderlin, no les mereció la pena luchar por salir del estado en el que habían caído. Uff, es un tema muy complicado, a la vez que denso.

Más besos!