El polémico escritor francés Michel Houellebecq ha planteado que los peligros que en la actualidad amenazan a la literatura provienen esencialmente de que los occidentales contemporáneos ya no consiguen ser lectores. En un mundo en el que todo gira demasiado deprisa, en una realidad sometida a un proceso de constante fluctuación, renovación y recambio, no es extraño que nuestras percepciones y sensaciones sufran una suerte de aceleración que las lleve a ajustarse a esa creciente velocidad. Frente a ella, dice Houellebecq, un libro sólo puede apreciarse despacio. Porque apreciarlo exige reflexión. Vuelta atrás, parada, relectura. Algo imposible, absurdo, allí donde, en lugar de lectores dispuestos a la lentitud y a la parada, a la reflexión y la vuelta atrás sobre lo ya leído, sólo existen voraces consumidores. También de libros.
Quizá sea esta ausencia de verdaderos lectores diagnosticada por el propio Houellebecq lo que explique que tantos se hayan escandalizado con sus novelas. Por ellas se le ha acusado de misoginia, de racismo, de islamofobia. Incluso de hacer apología de la pedofilia y del turismo y la explotación sexual. Acusaciones que, en efecto, considero únicamente justificables como producto de una lectura en exceso apresurada de sus obras. De una lectura que no se ha detenido mínimamente a pensar en las motivaciones que hayan podido alentar a su autor a escribirlas.
Leer a Houellebecq no es, admitámoslo, una experiencia agradable. Mucho menos si, como es mi caso, quien se enfrenta a sus novelas es una mujer. Sus protagonistas, hombres que en casi todas ellas son los narradores en primera persona de la historia, pueden causar reacciones de auténtica repulsa. Son seres vacíos, huecos, descreídos. Cínicos recalcitrantes, hacen gala de una visión fría y cruel de la existencia, del mundo, de sus semejantes. Algunos de sus comentarios provocan escalofríos, si no arcadas en los estómagos más delicados. En general, parecen detestar a las mujeres. Cuando no las detestan, las mujeres se reducen a sus ojos a las vaginas, a las bocas que ejercerán de fuente de su placer. Sus relaciones con ellas, obsesivamente sexuales, son narradas con una crudeza pornográfica que elude cualquier asomo de sentimiento, de emoción más allá de ese mismo placer buscado y obtenido a través de sus cuerpos. En las novelas de Houellebecq no hay lugar para la comunión de las almas, para los afectos espirituales. Las relaciones hombre-mujer pivotan en torno a los recurrentes intercambios de fluidos, a las reiteradas fricciones de los sexos, a las abusivas felaciones y masturbaciones recíprocas. Sin embargo, lo más sorprendente, y quizá para algunos lo más escandaloso del asunto, estriba en que esos personajes masculinos -y también algunos de los femeninos-, interpretan en términos de amor esos vínculos sexuales desnudados de todo sentimentalismo y descritos desde la óptica más fisiológica y carnicera. En el universo Houellebecq el amor nace, se focaliza y se agota en el sexo. En el placer predominantemente genital logrado a través del sexo. En apariencia, ningún otro lazo, ninguna otra ligadura, lo sustenta y arropa. Y es en el sexo donde sus protagonistas alcanzan ciertos estados de felicidad plena, en todas sus novelas irremediablemente abocados a la destrucción.
La respuesta al porqué de semejante visión del ser humano, del amor, de las relaciones humanas, se halla sin duda en cada una de las novelas de Houellebecq. Dar con ella exige, eso sí, esa lectura lenta, reflexiva, con vuelta atrás, parada y relectura que, según Houellebecq, no practican los consumidores occidentales del libros. Para quienes, sin embargo, no se sientan dispuestos a ahondar en la nada grata experiencia que supone leer sus obras, el propio Houellebecq ha elaborado y expuesto públicamente dicha respuesta. La encontrarán bajo la forma de una recopilación de ensayos y artículos titulada "El mundo como supermercado" en la que, ya sin posibilidad de equívoco alguno, el escritor francés revela los supuestos teóricos que alimentan sus controvertidas novelas.
Houellebecq defiende que no vivimos simplemente en una economía de mercado, sino en una sociedad de mercado en la que la lógica consumista -lo que él llama la lógica del supermercado-, las operaciones de compra-venta, las transacciones comerciales, determinan toda relación humana, sea ésta erótica, amorosa o profesional. La misma despersonalización que observa en la arquitectura contemporánea, destinada a producir espacios neutros que faciliten la circulación de individuos y mercancías y el flujo de mensajes informativo-publicitarios, es la base del éxito del despersonalizado empleado moderno, impulsado a la infinita flexibilidad, al desprendimiento de cualquier rigidez intelectual y emocional. De la renuncia a toda clase de adhesión, fidelidad, o código de comportamiento estricto, dependerá el incremento de su valor, limitado a mero valor de cambio. Pero el volátil y maleable hombre de supermercado no sólo carece de personalidad, sino también de voluntad. Ésta resulta incompatible con la dispersión y proliferación del deseo, con la multiplicidad variable y fluctuante de deseos suscitados por las decisiones publicitarias. Las decisiones que han engendrado un implacable super-ego que a todas horas, desde todos los flancos, le ordena que desee, que sea deseable, que compita, que luche, que no se detenga, que no se quede atrás.
El resultado: individuos egoístas, competitivos, calculadores. Partículas aisladas, atomizadas en el todo social. Individuos desarraigados, proclives a la depresión. Profundamente solos. Profundamente narcisistas. Hasta el punto de que, según Houellebecq, lo que se busca en el hipermercado del sexo ya no es el placer, sino la mera gratificación narcisista, la embriaguez narcisista de la conquista. El sexo queda así transformado en puro medio para la constatación y reconocimiento del propio valor erótico en la escala de cotizaciones del mercado. Una escala, popularizada primero por la industria pornográfica y más tarde por las revistas femeninas, cada vez más inflexiblemente ligada a rígidos parámetros numéricos (edad, altura, peso, medidas de caderas-cintura-pecho, medidas del pene en erección). En el gran supermercado del mundo, declara Houellebecq con ironía, tan sólo algunos seres con valores desviados siguen asociando la sexualidad y el amor.
Los narradores masculinos de las novelas de Houellebecq, también algunas de las mujeres con las que follan, son el perfecto retrato de esos individuos egoístas, competitivos, calculadores. Aislados, desarraigados, proclives a la depresión. Profundamente solos. Profundamente narcisistas. No obstante, lo que los hace merecedores de protagonizar sus novelas es algo que aún los diferencia del resto. Exactamente lo mismo que los condenará al más estrepitoso fracaso: pese a su egoísmo, a su incompetencia emocional, a su incapacidad para entrar en comunicación con sus semejantes, mantienen una mirada lúcida sobre la vacuidad de sus existencias y todavía no se aman lo suficientemente a sí mismos, todavía no son lo bastante narcisistas, como para no querer amar y ser amados. Sólo que, desde la raquítica precariedad de sus valores y sentimientos, desde la extrema pobreza de su constitución como sujetos deseantes sin voluntad, la única vía, el único recurso del que disponen para amar y ser amados es el sexo. El placer que dan y reciben por medio del sexo.
"Eso es lo maravilloso de ti: te gusta dar placer -le dice el protagonista de "Plataforma" a la mujer que ama- Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menor atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, sin la aceptación, al menos temporal, de un cierto estado de dependencia y de debilidad. La exaltación sentimental y la obsesión sexual tienen el mismo origen, las dos proceden del olvido parcial de uno mismo; no es un terreno en el que podamos realizarnos sin perdernos. Nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos; ante todo, queremos evitar la alienación y la dependencia".
Comprendo que muchos rechazarán con una sonrisa escéptica y burlona esta visión tan pesimista, tan apocalíptica de nuestro mundo occidental. Que proclamarán con sinceridad no reconocerse ni reconocer en lo descrito por Houellebecq la realidad en la que viven día a día. Que valorarán que, definitivamente, el mundo que perciben, que pisan, en el que entablan relaciones con otros seres humanos, no es ese gran supermercado. Bien. Pero quizá sea necesario pararse a pensar con Houellebecq si ese gran supermercado que aún no experimentamos con nitidez a nuestro alrededor, pero del cual es imposible no percibir ya ciertos atisbos, no es tal vez, y al menos en parte, el mundo al que nos encaminamos. Un mundo deshumanizado y discapacitado para el amor que Houellebecq pretende denunciar anticipadamente con su polémica e hiriente escritura.
Quizá sea esta ausencia de verdaderos lectores diagnosticada por el propio Houellebecq lo que explique que tantos se hayan escandalizado con sus novelas. Por ellas se le ha acusado de misoginia, de racismo, de islamofobia. Incluso de hacer apología de la pedofilia y del turismo y la explotación sexual. Acusaciones que, en efecto, considero únicamente justificables como producto de una lectura en exceso apresurada de sus obras. De una lectura que no se ha detenido mínimamente a pensar en las motivaciones que hayan podido alentar a su autor a escribirlas.
Leer a Houellebecq no es, admitámoslo, una experiencia agradable. Mucho menos si, como es mi caso, quien se enfrenta a sus novelas es una mujer. Sus protagonistas, hombres que en casi todas ellas son los narradores en primera persona de la historia, pueden causar reacciones de auténtica repulsa. Son seres vacíos, huecos, descreídos. Cínicos recalcitrantes, hacen gala de una visión fría y cruel de la existencia, del mundo, de sus semejantes. Algunos de sus comentarios provocan escalofríos, si no arcadas en los estómagos más delicados. En general, parecen detestar a las mujeres. Cuando no las detestan, las mujeres se reducen a sus ojos a las vaginas, a las bocas que ejercerán de fuente de su placer. Sus relaciones con ellas, obsesivamente sexuales, son narradas con una crudeza pornográfica que elude cualquier asomo de sentimiento, de emoción más allá de ese mismo placer buscado y obtenido a través de sus cuerpos. En las novelas de Houellebecq no hay lugar para la comunión de las almas, para los afectos espirituales. Las relaciones hombre-mujer pivotan en torno a los recurrentes intercambios de fluidos, a las reiteradas fricciones de los sexos, a las abusivas felaciones y masturbaciones recíprocas. Sin embargo, lo más sorprendente, y quizá para algunos lo más escandaloso del asunto, estriba en que esos personajes masculinos -y también algunos de los femeninos-, interpretan en términos de amor esos vínculos sexuales desnudados de todo sentimentalismo y descritos desde la óptica más fisiológica y carnicera. En el universo Houellebecq el amor nace, se focaliza y se agota en el sexo. En el placer predominantemente genital logrado a través del sexo. En apariencia, ningún otro lazo, ninguna otra ligadura, lo sustenta y arropa. Y es en el sexo donde sus protagonistas alcanzan ciertos estados de felicidad plena, en todas sus novelas irremediablemente abocados a la destrucción.
La respuesta al porqué de semejante visión del ser humano, del amor, de las relaciones humanas, se halla sin duda en cada una de las novelas de Houellebecq. Dar con ella exige, eso sí, esa lectura lenta, reflexiva, con vuelta atrás, parada y relectura que, según Houellebecq, no practican los consumidores occidentales del libros. Para quienes, sin embargo, no se sientan dispuestos a ahondar en la nada grata experiencia que supone leer sus obras, el propio Houellebecq ha elaborado y expuesto públicamente dicha respuesta. La encontrarán bajo la forma de una recopilación de ensayos y artículos titulada "El mundo como supermercado" en la que, ya sin posibilidad de equívoco alguno, el escritor francés revela los supuestos teóricos que alimentan sus controvertidas novelas.
Houellebecq defiende que no vivimos simplemente en una economía de mercado, sino en una sociedad de mercado en la que la lógica consumista -lo que él llama la lógica del supermercado-, las operaciones de compra-venta, las transacciones comerciales, determinan toda relación humana, sea ésta erótica, amorosa o profesional. La misma despersonalización que observa en la arquitectura contemporánea, destinada a producir espacios neutros que faciliten la circulación de individuos y mercancías y el flujo de mensajes informativo-publicitarios, es la base del éxito del despersonalizado empleado moderno, impulsado a la infinita flexibilidad, al desprendimiento de cualquier rigidez intelectual y emocional. De la renuncia a toda clase de adhesión, fidelidad, o código de comportamiento estricto, dependerá el incremento de su valor, limitado a mero valor de cambio. Pero el volátil y maleable hombre de supermercado no sólo carece de personalidad, sino también de voluntad. Ésta resulta incompatible con la dispersión y proliferación del deseo, con la multiplicidad variable y fluctuante de deseos suscitados por las decisiones publicitarias. Las decisiones que han engendrado un implacable super-ego que a todas horas, desde todos los flancos, le ordena que desee, que sea deseable, que compita, que luche, que no se detenga, que no se quede atrás.
El resultado: individuos egoístas, competitivos, calculadores. Partículas aisladas, atomizadas en el todo social. Individuos desarraigados, proclives a la depresión. Profundamente solos. Profundamente narcisistas. Hasta el punto de que, según Houellebecq, lo que se busca en el hipermercado del sexo ya no es el placer, sino la mera gratificación narcisista, la embriaguez narcisista de la conquista. El sexo queda así transformado en puro medio para la constatación y reconocimiento del propio valor erótico en la escala de cotizaciones del mercado. Una escala, popularizada primero por la industria pornográfica y más tarde por las revistas femeninas, cada vez más inflexiblemente ligada a rígidos parámetros numéricos (edad, altura, peso, medidas de caderas-cintura-pecho, medidas del pene en erección). En el gran supermercado del mundo, declara Houellebecq con ironía, tan sólo algunos seres con valores desviados siguen asociando la sexualidad y el amor.
Los narradores masculinos de las novelas de Houellebecq, también algunas de las mujeres con las que follan, son el perfecto retrato de esos individuos egoístas, competitivos, calculadores. Aislados, desarraigados, proclives a la depresión. Profundamente solos. Profundamente narcisistas. No obstante, lo que los hace merecedores de protagonizar sus novelas es algo que aún los diferencia del resto. Exactamente lo mismo que los condenará al más estrepitoso fracaso: pese a su egoísmo, a su incompetencia emocional, a su incapacidad para entrar en comunicación con sus semejantes, mantienen una mirada lúcida sobre la vacuidad de sus existencias y todavía no se aman lo suficientemente a sí mismos, todavía no son lo bastante narcisistas, como para no querer amar y ser amados. Sólo que, desde la raquítica precariedad de sus valores y sentimientos, desde la extrema pobreza de su constitución como sujetos deseantes sin voluntad, la única vía, el único recurso del que disponen para amar y ser amados es el sexo. El placer que dan y reciben por medio del sexo.
"Eso es lo maravilloso de ti: te gusta dar placer -le dice el protagonista de "Plataforma" a la mujer que ama- Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita. Han perdido por completo el sentido de la entrega. Por mucho que se esfuercen, no consiguen que el sexo sea algo natural. No sólo se avergüenzan de su propio cuerpo, que no está a la altura de las exigencias del porno, sino que, por los mismos motivos, no sienten la menor atracción hacia el cuerpo de los demás. Es imposible hacer el amor sin un cierto abandono, sin la aceptación, al menos temporal, de un cierto estado de dependencia y de debilidad. La exaltación sentimental y la obsesión sexual tienen el mismo origen, las dos proceden del olvido parcial de uno mismo; no es un terreno en el que podamos realizarnos sin perdernos. Nos hemos vuelto fríos, racionales, extremadamente conscientes de nuestra existencia individual y de nuestros derechos; ante todo, queremos evitar la alienación y la dependencia".
Comprendo que muchos rechazarán con una sonrisa escéptica y burlona esta visión tan pesimista, tan apocalíptica de nuestro mundo occidental. Que proclamarán con sinceridad no reconocerse ni reconocer en lo descrito por Houellebecq la realidad en la que viven día a día. Que valorarán que, definitivamente, el mundo que perciben, que pisan, en el que entablan relaciones con otros seres humanos, no es ese gran supermercado. Bien. Pero quizá sea necesario pararse a pensar con Houellebecq si ese gran supermercado que aún no experimentamos con nitidez a nuestro alrededor, pero del cual es imposible no percibir ya ciertos atisbos, no es tal vez, y al menos en parte, el mundo al que nos encaminamos. Un mundo deshumanizado y discapacitado para el amor que Houellebecq pretende denunciar anticipadamente con su polémica e hiriente escritura.
35 comentarios:
No, yo creo que Houellebecq no se equivoca en absoluto. En lo que no comparto es en que sea tan pornográfico, a mí no me horroriza este hombre (y eso que soy mujer). Eso ya lo hacía Miller hace más de 50 años, y era tan misógino como él. Y tan cínico, pero en otro tiempo, claro. En un tiempo en que todavía la gente no esperaba siempre "algo a cambio" (y claro también que le pone "ese puntito" romanticón guarro que el francés convierte en un freezer). Sospecho que la única intención de Houellebecq -más allá de que sea tan buen escritor o no, que en mi opinión no lo es- es repatear a ese mundo occidental que tan bien expone, un mundo occidental bastante hipócrita que se jacta de unos valores de los que carece sin enterarse. O sin querer enterarse. Basta con irse "a las orillas del mundo" (eufemismo para decir otro eufemismo: el de tercermundo) para comprobar que hay quienes viven en una burbujita. Y Houellebecq nos lo refriega bien por las narices, con su misoginia, su islamofobia, su cinimo recalcitrante, su narcisismo, su megalomanía desinfrada, y toda la mar en coche. De ahí su éxito, supongo. No olvidemos que el bicho humano es tan bicho como para buscar cabeza de turcos en los libros, mientras afuera pasa de todo y ni se entera... ¿Quiénes son más cínicos, sus lectores o él?
Un saludo, buen blog.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH¡¡¡¡¡¡¡¡ LUEGO VUELVOOOOOOOOOOOO¡¡¡¡¡¡ UNO DE MIS ESCRITORES FAVORITOOOOOOOOSSSSSSSSSSS¡¡¡¡¡¡ ME LO HE LEIDO TOOOOOOOODOO¡¡¡¡¡ Eres la mejor¡
Es un visionario. Lo ve todo, tiene la lucidez necesaria y la inteligencia para poder diseccionar el alma, y ese toque de cinismo, le hace diferente, ha vivido mucho, y no se anda con tonterías, lo plasma tal cual es, algo que hoy en día es dificil de encontrar, en la vida, en las personas.
En todas sus novelas, veo lo mismo que tu. Aislamiento, soledad, incomprensión frente al mundo que le toca vivir, que es el nuestro, aunque sufra de sus subjetividades, tiene un epicentro muy interesante, su opinión es descarnada, precisa, y profunda, he releido varias veces algunos de sus libros, y siempre he aprendido algo, algo que me ha revuelto por dentro, que me ha hecho plantearme mi existencia, la famosa brecha, y la posibilidad de salir de ella, de otra manera, airosos, y aprendiendo que una brecha, es un punto perfecto para partir hacia otros lares mas íntegros y mejores, siempre evolucionar.
El hombre del que habla, no te voy a decir mucho... porque conozco a un sujeto exacto al que él describe. Cuando leía tu texto se me ponía la piel de gallina, precisamente, a este sujeto le dejé estos libros, y los devoró con avidez. Había sexo, algo que lo volvía loco, había cinismo, algo con lo que él se identificaba, y había ese deje de hastío infinito del que se sabe ganador y sabedor de todas las cosas, finalmente, sucumbió a este autor. Pero fué incapaz de darle la lectura correcta, que le das tu, que le doy yo. Ir mas allá de todo eso, y encontrar la soledad del ser humano, y la capacidad para paliarla, o encontrarse a sí mismo en ella.
Sí, supongo que ese es el mundo hacia el que nos encaminamos, pero unos vamos mejor armados que otros, y ese mundo, queda aparcado, porque tenemos otras posibilidades, otras opciones que nacen de los valores, de las experiencias acumuladas positivas de haber vivido cosas que nos han enseñado otras.
Ese hombre, del que habla, no quiero verlo ni en pintura. Me lo se de memoria. Y eso del narcisismo y la conquista, lo he vivido en primera persona, y créeme, es así, y es horrible sufrirlo en carne propia.
Te dejo un besazo, y te agradezco haber empezado el día con uno de los míos, será todo lo que quieran que sea y que digan de él, pero tiene algo que lo hace diferente, me repito, está quemado, pero aprende.
Nos vemos en los bares, y pronto.
Touché¡
Recuerdo un verano nefasto en el que para remate me leí tres novelas seguidas de él... si el masoquismo tiene nombre podría definirlo como aquello... jeje.
Y no, no porque me parecieran malas novelas (aunque es verdad que su estilo no me seduce pero me interesa su contenido y dejo a un lado mi paladar literario) sino por la sensación de desesperanza y crudeza que dejaron en mí.
Y mucho de su planteamientos me resultan exagerados pero me sucede como a ti, no me parece tan extraño el vernos encaminados a esa intemperie de velocidad y falta de sentimientos, del usar y tirar en un mundo de todo a cien. Y un enooooorme agujero negro situado en la mitad de cada abdomen. Si esa es la evolución difícilmente podrá sentirse algo que no sea el propio calambre del hambre y los sentimientos se llevan a matar con las ansias narcisistas.
Sus planteamientos me parecen provocadores, revulsivos para este adormecimiento general de masas aturdidas y no están de más, aunque como repito, me parezcan llevados al extremo y bastante exagerados.
De momento creo que ya estamos en un punto anterior, de "yo y los míos" y al resto que le den. Se ha olvidado el sentimiento colectivo, la preocupación por el otro que me importa un pito si no le pongo cara o apellidos. Atrincherados todos en una pequeña porción del mundo y justificándonos (ni siquiera hablo de la aversión o la indiferencia hacia el extranjero o el emigrante, hablo de la familia y los amigos, "los míos"). Y eso ya es lo suficientemente inquietante, no? Cualquiera sabe en lo que podrá derivar...
Besos de ésta desviada!
Yo nunca pude disfrutar de la escritura de este autor de culto, pero no tanto por su carácter provocador sino porque su naturaleza es la de "literatura testigo" de un tiempo históricamente concreto, que es el nuestro. Aprecio su intento de desenmascarar la impostura del hombre moderno, pero para eso dispongo de notables libros de sociología o de historia, más de los que pudiera leer en mi vida. La literatura, para mi, es otra cosa muy distinta...
Ay, y no te olvides de la carta, que espero como agua de mayo...
Carlos
Cartas en la Noche
Gracias a este post valoro un poco más a Houllebecq i entiendo porque escribe siempre la misma novela. Es un favor que nos hace en post de la relectura. Así, a cada nueva novela suya que leemos, releemos la anterior, y aunque, apresados como vamos, nos pensamos que leemos una nueva obra, releemos la de siempre. Ahora que lo se, cada vez que publique un nuevo libro me ahorraré unos euros y leeré de nuevo "las partículas elementales".
Anti,me ha encantado el texto.Además,al pelo me viene en este momento.No sé los demás,pero particularmente,sí pienso que estamos si no en la antesala en el salón principal de ese supermercado al que alude el autor.
Hay personas( qué buena esa definición de incompetentes emocionales)que no pueden ya amar ni ser amadas.Su inercia les lleva por intercambios sexuales consentidos donde dicen hay cariño pero no enamoramiento y mucho menos,amor.Hay personas que bajo ese halo de independencia y libertad(ojito al parche con la película "Up in the air"a la que le dedico mi penúltima entrada)esconden una incapacidad quiero creer reversible para la entrega y el compromiso y sustituyen ese vínculo más exigente por un sucedaneo de follar con cariño,si puede ser entre amigos/as,mejor.Siendo complacientes,ell@s no tienen toda la responsabilidad sobre ese individualismo exacerbado donde se subliman las necesidades sexuales sobre las emocionales.No, ell@s no tienen toda la culpa,la sociedad de supermercado,les lleva a desear, a ser deseados,a conquistar,a acumular conquistas,sin restos de implicación sentimental.Es una cuestión de hedonismo,de narcisismo,de egoísmo llevado a sus últimas consecuencias.
Ahora bien,el resto de los mortales debemos(por imperativo personal de supervivencia)protegernos de est@s individu@s y actuar según nuestros valores desviados,como dice el texto.
Por otro lado, me queda una duda:
¿es@s individu@s son felices así o les presuponemos infelices desde nuestra propia óptica "etnocentrista"?
no sé si desean amar y ser amados,tal vez simplemente les va bien así y no ven necesidad alguna de cambiar.Por la cuenta que a mí me trae,prefiero no formar parte de ese supermercado emocional,a mí, por mucho que me pierda un buen rato,si por mi parte hay implicación emocional,prefiero ver los toros desde la barrera y que los demás (por mi parte,sin juicio ni rencor)lo disfruten bien.
Un besazo y felicidades por el post!
Hija, ¡qué descanso saber que no está mal leer despacio, volver atrás, releer! Joder, veo a tanta gente que devora libros que parece que se convierta en una competición, a ver quién se traga más. Y pasa con los libros y con muchas otras cosas.
Como es fácil suponer, yo a este señor tampoco lo he leído. Entre el poco tiempo que tengo y lo despacio que leo, mi lista de lecturas y autores pendientes asusta al más pintado. En fin.
De todos modos, el asunto del narcisismo, la pérdida del sentimiento, de la empatía, de la voluntad, es algo que ya nos ataca. Vamos hiperrevolucionados, con lo cual apenas queda tiempo para pensar, y en lugar de encontrar los propios valores desde dentro, atrapamos todo lo que nos lanzan desde fuera, casi indiscriminadamente. Creo tener la habilidad de esquivar muchos de estos lanzamientos, pero todos danzamos en este ambiente. Y no todo el mundo está preparado para darse cuenta de lo que hay y de lo que nos aniquila como personas.
¡Que quien sea nos pille confesados!
Un beso, y que tengas un feliz día.
Todavía no he leído nada de Houellebecq, pero me han entrado ganas al leerte.
Es verdad que hoy día nuestra faceta consumidora lo abarca todo, incluso las relaciones sentimentales (¿sexuales?) y la literatura. Lo único que importa es consumir y tener, cuanto mas mejor: tanto tienes-tanto vales, tanto ligas-tanto vales, tanto lees-tanto sabes...
Qué absurdo.
Respecto a los narcisistas estos típicos, para mí no son más que personas más frustradas de lo normal que, por su incapacidad de sentir y vivir con naturalidad, acaban volviendose unos sádicos. Algo así como vampiros emocionales que necesitan del brillo en mirada ajena para inflar sus flacuchos egos.
Y quizá de eso mismo, de necesitar tanto de los demás para salir vencedores en su inventado mundo de juegos consumistas, derive el tándem necesidad-odio que suele guiar sus relaciones.
Sienten asco hacia los que sí son capaces de enamorarse y amar, los consideran ingenuos y débiles hasta el punto de repudiarlos, en una especie de proyección (inconsciente o no) del asco que sienten por ellos mismos.
Me gustaría ver a estos tipos y tipas cuando cumplan 60 o 70 años y estén fofos, arrugados, solos, y huecos. Estoy convencida de que preferirían suicidarse antes que verse en el espejo como unos fracasados en un mundo en el que -quieran o no- al final la que manda es la vida.
Me acomodo en la silla, enciendo un cigarro, y me deleito con tus bien construidos argumentos.
Pienso sin conocer ( no he leído nada de él) que la postura narcisista y sus derivados no son consecuencia exclusiva de unos fundamentos económico-compulsivos,también la educación, la información y la religión que recibimos socavan un espíritu que apenas sí encuentra espacio dónde respirar y sentir libre y pausadamente.
El sexo como única forma de aproximación y/o enriquecimiento humano me parece como la calderilla del tesoro que por derecho propio nos pertenece. Del mismo modo quien cree sentir un amago de realización personal sólo a través de su profesión, aniquila toda posibilidad de crecimiento en otros aspectos más sólidos.
Y aunque, en un alarde de sinceridad, todos acabemos reconociendo que amar y ser amado es nuestro principal objetivo, este fin, no justifica algunos medios.
Un verdadero placer.
Y una sonrisa.
R.A.B., nunca he leído nada de Henry Miller, así que no tengo elemento alguno con el que poder establecer una comparación entre él y Houellebecq. No sé tampoco si mi valoración de Houellebecq como pornográfico se debe al hecho de que no he leído a muchos autores en cuyas novelas el tema de las relaciones sexuales sea tan recurrente y éste sea narrado de una forma tan explícita. Pero quizá lo pornográfico de Houellebecq no estribe tanto en cómo describe esos encuentros sexuales, como en el hecho de que, como he recalcado en el post, la interacción entre dos personas que dicen amarse –o una de ellas amar a la otra- se reduzca y agote de una manera tan llamativa en esos constantes acercamientos sexuales. Nunca deja de sorprenderme que en sus novelas apenas se aluda a nada de lo que, al margen del sexo, podría atraer o unir a esas dos personas. También el modo en que sus protagonistas focalizan su felicidad amorosa en los genitales del otro, en el placer que alcanzan a través del otro, sin tener jamás en cuenta otros aspectos, otras cualidades de esos otros. Probablemente sea ese retrato de las relaciones humanas, donde ya nadie es capaz de encontrar en el otro motivos de admiración, intereses que compartir, donde toda emoción se canaliza a través del contacto sexual, lo que considere que resulta más pornográfico de sus novelas.
Por otra parte, no entiendo muy bien los motivos por los que asumes que Houellebecq es misógino, islamófobo, megalómano y narcisista. No es en absoluto la imagen de él que se desprende del texto “El mundo como supermercado”. Cínico, por supuesto que lo es. Pero ese cinismo deriva para mí del profundo pesimismo que le genera su propio diagnóstico del presente. Personalmente, hay valoraciones suyas que me han encantado, como cuando responde en una entrevista: “Las sociedades animales y humanas establecen diversos sistemas de diferenciación jerárquica, que pueden basarse en el nacimiento (sistema aristocrático), la fortuna, la belleza, la fuerza física, la inteligencia, el talento…, por otra parte, todos estos criterios me parecen igualmente despreciables, y los rechazo; la única superioridad que reconozco es la bondad”. Además, no creo que Houellebecq se molestara en escribir las novelas y los artículos que escribe si no confiara mínimamente en el valor de la denuncia que a través de ellos está haciendo. Y ese valor sólo puede residir en la voluntad de hacernos más conscientes del mundo en el que vivimos como única vía de introducción en él de algún principio de cambio, por mínimo que éste sea.
Gracias por tu comentario y un saludo
Delirium, ¡pues no sabía yo que tú eras tan fan de Houellebecq! No, la verdad es que yo no podría decir que sea uno de mis escritores favoritos, y de hecho aún me queda por leer “Las partículas elementales”. Sus novelas, desde luego, no me han dejado indiferente y siempre me han dado que pensar, cosa que siempre me hace valorar positivamente cualquier cosa que leo. Pero quizá me resulten demasiado cínicas, demasiado dolorosas, como para poder decir que las “disfruto” mientras las leo. Houellebecq hace daño cuando uno lo lee. Al menos a mí me lo hace. Con lo cual no quiero decir que ese dolor esté reñido con afirmar que a uno le gusta Houellebecq. Pero puede que, personalmente, sea más sensible o más receptiva a otras formas de escribir, a otros modos de enfocar lo que se llama “literatura”.
Lo que, sin embargo, no dejo de admirar, es la lucidez que tú misma resaltas para retratar lo más perverso de nuestro mundo, o de lo que llegará a ser nuestro mundo en unos cuantos años si las cosas siguen avanzando en la misma dirección. Una lucidez que he visto además confirmada e incrementada leyendo después de sus novelas esa colección de ensayos de “El mundo como supermercado”, que te recomiendo vivamente. Aquí es donde ya no cabe ninguna duda de lo que quiere decir Houellebecq con sus novelas, porque más claro ya no se puede decir, pese a que hable en él poco de ellas. Y para mí hace además gala de una sensibilidad hacia ciertos temas, así como de una cultura y una erudición, que rebate a todos aquellos que sólo quieren ver en él a un provocador o un cínico de pose.
Yo aún no he conocido a nadie que pudiera decir que se ajuste a ese perfil de los protagonistas de las novelas de Houellebecq, aunque sí a gente que muestra, de forma aislada, algunos de esos rasgos. Conocí a alguien que en la cuestión sexual sí era muy parecido a esos protagonistas y que leyó a Houellebecq. Pero, como en el caso de la persona de la que tú hablas, tampoco fue capaz de darle la lectura correcta. Antes bien al contrario, creía que Houellebecq estaba haciendo una defensa del sexo como fundamento del amor y no atisbó el más mínimo asomo de crítica en sus novelas. Supongo que no hace falta decir que no era un tipo con muchas luces, ¿no? ;)
También creo que, como dices, ese mundo que describe Houellebecq no es el todo del mundo. Houellebecq exagera, magnifica, agranda algunos aspectos para hacerlos más visibles. Me parece un recurso literario válido, de lo contrario, la denuncia que pretende no sería tan evidente, o se diluiría si hiciera un retrato más matizado de la realidad. En este sentido, estoy de acuerdo contigo en que siguen existiendo otras posibilidades de afrontar las cosas, nuestras relaciones con los semejantes. Posiblemente, siempre las habrá. Ningún sistema es perfecto, siempre hay resquicios a los que no alcanza. Pero pienso igualmente que hay que protegerse, en la medida de lo posible, de los valores en alza de nuestra sociedad que, efectivamente, como plantea Houellebecq, conducen a la deshumanización y al vacío. Y el primer paso para protegerse es ser realmente conscientes de qué tenemos que protegernos.
Me alegro de que ese individuo narcisista ya haya quedado atrás en tu vida. Lamentablemente, a veces hay que vivir en primera persona experiencias como ésa para descubrir que lo mejor que podemos hacer es alejarnos de gente así. Pero de todo se aprende, y ninguna experiencia, por dolorosa que sea, es baldía. Estoy segura de que habrás sacado muchas conclusiones con respecto a lo vivido que te ayudarán en el futuro.
Otro besazo grande para ti, querida Delirium, y hasta pronto!
Lo que no sé, querida Margot, es cómo, después de leerte tres novelas seguidas de Houellebecq, algún ser querido no te puso una camisa de fuerza o te dopó hasta las cejas con el fin de impedir que acabaras suicidándote. Qué arrestos tienes, maja! ;)
Tampoco a mí el estilo de Houellebecq me seduce, y comprendo perfectamente esa sensación de crudeza y desesperanza que te generan sus novelas, porque a mí me producen exactamente la misma sensación. Pero si me interesa leerlas es porque, a mis ojos, Houellebecq parece estar dando en el clavo de las principales líneas de fuerza que mueven nuestro mundo: consumo desmedido, competitividad, narcisismo, vacío, soledad, falta de amor…
¿Que Houellebecq exagera? Claro, pero supongo que no de otra manera podría llamar la atención sobre aquellos rasgos de nuestra sociedad que quiere poner bajo los focos. Una vez dijo Günter Anders: "Si hay alguna posibilidad de que los otros nos escuchen, es haciendo que nuestro discurso sea lo más tajante posible. Por eso aquí somos tan tajantes. El tiempo feliz en el que podamos prescindir de esto, en el que podamos evitar la exageración y actuar con sobriedad, aún no ha llegado". Bien, pues creo que hay algo así a la base de los personajes y planteamientos un tanto extremados que propone Houellebecq. Obviamente, es una exageración decir que tan sólo “algunos” seres con valores desviados siguen asociando sexualidad y amor. Por suerte, aún son muchos los seres que siguen asociando sexualidad y amor. Pero creo que lo que Houellebecq quiere decir es que el amor es un valor desviado en nuestra sociedad, en la que se imponen otra serie de valores que acaban resultando incompatibles con las actitudes vitales o las convicciones, o sencillamente la capacidad emocional que exige el amor. Y para que uno se fije y no se olvide de lo que está diciendo, lo exagera, lo magnifica. Lo mismo pasa con sus novelas.
Yo no sé si estamos aún en ese punto de “yo y los míos”. Quizá sí en España o en Italia, donde, por nuestro pasado más conservador, los lazos familiares aún tienen una relevancia en nuestras vidas, aún los consideramos como un valor a fomentar. Pero puedo imaginar que en otros países, como Francia, o Alemania, o Inglaterra, o en Estados Unidos, en los que los polluelos saltan del nido en cuanto son mayores de edad, los valores familiares hace tiempo que no se vivan de tal modo y ya ni tan siquiera reste esa percepción de “yo y los míos”. No en todos los casos, por supuesto. Pero parece claro que Houellebecq acierta también al señalar que la tendencia nos dirige hacia el individualismo, hacia el consecuente aislamiento, hacia la atomización. Lo exige en buena medida la propia flexibilidad profesional que denuncia, que lleva a muchos a cambiar con frecuencia de ciudad y a un desarraigo aceptado como necesario para el éxito profesional.
Besos igualmente desviados, niña Margot!
Toro de Barro, es que yo creo que es difícil “disfrutar”, tener una experiencia literaria amable, o estéticamente satisfactoria con Houellebecq. La escritura de Houellebecq quiere herir al lector, generar en él un malestar, no dejarle indiferente a fuerza de provocar en él reacciones nada positivas en el proceso mismo de la lectura. Asunto diferente es el momento posterior a ella, el momento de la reflexión, cuando uno se pregunta por el porqué de esa voluntad de Houellebecq de resultar tan hiriente, tan desagradable. Y es en ese momento posterior, o de parada de la lectura, cuando, a mi juicio, cobra sentido el haber sufrido con sus libros.
Por otra parte, no creo que las reflexiones que Houellebecq elabora en ese libro de ensayos al que aludo en el post, “El mundo como supermercado” –le voy a tener que pedir comisión a Houellebecq, de tanto como lo estoy ya promocionando :)- tengan nada que envidiarle a muchos tratados de sociología que se escriben sobre el mundo actual. En ese contexto es donde Houellebecq demuestra que es realmente una cabeza pensante de nuestros tiempos, si es que eso no había quedado suficientemente claro con sus novelas.
Que la literatura sea, sin embargo, para ti, otra cosa distinta, lo entiendo perfectamente. Para mí también lo es. Pero no porque crea que lo que hace Houellebecq quede fuera de la categoría “literatura”, sino porque considero que ésta abarca muchas más realidades con las que mi sensibilidad conecta bastante más.
En cuanto a las cartas, ay, ya te comentaré con más detalle en un mail, pero me temo que no me siento en absoluto a la altura de tu proyecto y que dejaré mi puesto a otros que lo estén más que yo.
Un beso!
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Bueno, Dersu, no dudaré después de tu comentario de que Houellebecq no es precisamente santo de tu devoción :)
Sinceramente, yo no creo que siempre escriba la misma novela, y para mí hay significativas diferencias entre “La posibilidad de una isla”, por ejemplo, y “Plataforma”. Aunque te reconoceré que es bastante evidente que le obsesionan una serie de temas que nunca dejan de estar presentes, de un modo u otro, en todas sus novelas. “Las partículas elementales” aún no la he leído, ya ves. En cualquier caso, no he querido defender en mi post que Houellebecq sea un autor imprescindible o de lectura obligada. Más bien lo que me motivó a escribirlo fue la perplejidad que me generó constatar, después de leer “El mundo como supermercado”, lo mal que las novelas de Houellebecq se han comprendido, dadas las acusaciones que ha recibido por su causa.
Un beso!
Me alegro de que te haya gustado el texto, Troyana. La verdad es que mientras lo estaba escribiendo no tenía nada claro que pudiera interesarle a alguien que no hubiera leído a Houellebecq y quisiera entrar al trapo de la valoración de su obra.
Yo, como te decía el otro día en tu blog, no he conocido de cerca a gente a sí. Sí he conocido y conozco personas que dicen desear y ser amados pero que, a la hora de la verdad, no son capaces de la entrega, del compromiso, ni tan siquiera del suficiente interés por el otro como para poder llegar a enamorarse sinceramente. Personas que, cada cierto tiempo, creen haberse enamorado para luego descubrir al poco que, en el fondo, todo es un proceso de autoengaño motivado por su deseo de enamorarse y su incapacidad para hacerlo. No obstante, sé perfectamente, por lo que otros me cuentan, por cosas que yo misma observo, de la existencia de esos individuos que ya han hecho de su incapacidad de amar una posición ante el amor, ante la vida, que proclaman y defienden abiertamente como si se tratara de una elección personal. Y es cierto que detrás de ella suele esconderse un profundo narcisismo, un constante girar de todo en torno a su propio ombligo, que les impide tender lazos sólidos hacia los otros. ¿Consecuencia de la sociedad de supermercado? Pues me temo que sí. La exacerbación del deseo que, según Houellebecq, fomenta el consumismo, resulta de entrada hasta cierto punto incompatible con la fijación y persistencia del deseo sobre un único objeto, con el proceso de profundización en el conocimiento y en la interacción con una sola persona, que requiere el amor. Algo que se deriva igualmente del narcisismo, de la egolatría que, lógicamente, nacen de ese necesario incremento del deseo individual producido por la sociedad de consumo.
¿Si son felices esos individuos? Es difícil juzgarlo, aunque Houellebecq tiene claro que no, y así lo pintan sus novelas y así lo plantea en su ensayo. Posiblemente porque el narcisismo, la excesiva y desmedida dedicación a uno mismo, no pueden no acabar desembocando a la larga en la soledad y en el aislamiento, en la ausencia de lazos verdaderamente vinculantes con el otro. Incluso en la pérdida de sentido, dadas las limitaciones, la pobreza de cada yo, tan pobremente constituido, tan falto de personalidad, tan falto de voluntad. Claro que, por otro lado, los protagonistas de Houellebecq son infelices por la lucidez, por el elevado grado de conciencia que tienen sobre su situación. Un grado de conciencia que no es desde luego común en este mundo, donde todo impulsa a la velocidad y al vértigo, a paliar la insatisfacción persistiendo en la misma dinámica de compra-venta que origina esa satisfacción. En definitiva, a la alienación que constantemente trata de encubrir la infelicidad con sucedáneos de felicidad.
Personalmente, a mí tampoco me atrae nada ese supermercado emocional e incluso me siento francamente incompetente para regirme por sus dictados. ¡Qué le vamos a hacer! Pero, por fortuna, aún existen personas a las que les pasa lo mismo que a ti y a mí. Y de esa clase de personas he intentando siempre rodearme y por supuesto no voy a dejar ahora de hacerlo.
Un beso y un abrazo!
Pues sí, Dusch, aún queda gente que defiende la necesidad de tomarse ciertas cosas, como es la misma lectura, con la lentitud y la calma que precisan. Si no recuerdo mal, hace muchos siglos Epicuro le recomendaba a Meneceo que la clave de la sabiduría no estaba en leer muchos libros, sino en releer constantemente dos o tres buenos libros. Está claro que esta visión ya no tiene cabida en nuestra sociedad de consumo, insostenible si no entramos en esa dinámica de voracidad que señalas.
Como decía antes, no creo que Houellebecq sea un autor imprescindible, así que no te agobies por no haberlo leído. Pero si en algún momento te cruzas con alguna de sus novelas y te apetece sufrir un poco :), prueba a hacer la experiencia. Estoy segura de que no te dejarán indiferente y de que les sacarás partido.
También yo creo que no es fácil sustraerse a la lógica del supermercado que denuncia Houellebecq, al bombardeo indiscriminado de lo que él llama mensajes informativo-publicitarios que padecemos. A fin de cuentas, somos parte de esta sociedad, vivimos inmersos en ella, rodeados de individuos que interactúan con nosotros y que también son parte de ella. Es imposible no dejarse afectar o influir de alguna manera por los valores que en ella se imponen. Pero también confío en la capacidad de resistencia de las personas, de, como tú dices, esquivar esos lanzamientos, de reconocer tales valores en lo que son y considerarlos críticamente antes de aceptarlos e integrarlos sin más en uno mismo.
Un beso enorme y feliz domingo para ti!
Beneditina, pues si te animas a ello, ya me contarás qué tal lo soportan tus tripas ;)
Nuestra faceta consumidora, como le comentaba a Dusch, no puede dejar de estar presente en nosotros en un mundo que ya no sólo, como plantea Houellebecq, se sustenta sobre una economía de mercado, sino que se ha convertido en una sociedad de mercado. ¿Acaso podemos vivir en una burbuja, absolutamente aislados de esa lógica? Me temo que no, por más que lo intentemos. Así que no hay que dejar de reconocer que, en mayor o menor medida, en algunos aspectos quizá más que en otros, todos estamos contaminados por esa manera consumista de relacionarnos con la realidad y con las personas que nos rodean. Absurdo, sí, pero hasta cierto punto inevitable.
Me parece interesante tu valoración sobre lo que se esconde detrás del narcisismo. Quizás yo añadiría a todo eso que mencionas una situación de carencia emocional no reconocida como tal, y encubierta por una aparente satisfacción con uno mismo, fruto de un ejercicio constante destinado a alimentar esa autosatisfacción, que sólo pretende precariamente, sin llegar nunca a conseguirlo, subsanar la carencia. No obstante, todo apunta, en efecto, a lo mismo que señalas: sólo un ego en esencia flacucho puede tender a la autoinflación; un ego construido en torno a un enorme agujero negro que todo lo traga y nunca se sacia.
Por otra parte, leyéndote me ha venido a la cabeza un análisis que hacía Freud acerca de tres ejemplos típicos de personalidad derivados del modo en que se educa al niño para resolver el permanente conflicto entre el principio de placer -el orden de sus deseos- y el principio de realidad. Frente al “deseo según la ley” –el modelo equilibrado- y el “deseo aplastado según la ley” –productor de individuos excesivamente rígidos-, lo que Freud llamaba el “deseo sin ley” sería el modelo educativo del niño excesivamente mimado por unos padres consentidores que no le dan un mínimo aceptable de normas para organizar sus deseos infantiles. El resultado, según Freud, sería un sujeto socialmente inadaptado que pretende que todo debe estarle permitido para satisfacer sus deseos, esto es, un individuo narcisista.
La cuestión, a partir de lo planteado por Houellebecq, sería si este modelo de personalidad no es que el fomenta y hace valer por encima de cualquier otro modelo una sociedad que, para sobrevivir económicamente, necesita de sujetos eternamente deseantes y eternamente insatisfechos. Y, por tanto, si el narcisismo no se está convirtiendo en un rasgo típico de los individuos occidentales, en lugar de ser un rasgo aislado de unos pocos individuos marcados por una idiosincrásica historia personal.
Gracias por tu comentario y un beso!
Iliamehoy, a ver si luego me van a cerrar el blog por incitar al consumo de tabaco ;) Aunque ya sabes que, en este espacio, el humo siempre es bienvenido.
El narcisismo puede ser resultado de muchos factores distintos, y la educación, como le comentaba un poco más arriba a Beneditina, no es de los menos importantes. Pero me parece que la relación que traza Houellebecq entre sociedad de consumo y narcisismo no es en absoluto descabellada. La sociedad de consumo debe crear individuos deseantes que, además, no renuncien a sus deseos, sino que, por el contrario, dediquen buena parte de sus vidas a la búsqueda de su satisfacción. Además, los deseos no pueden agotarse. Los sujetos de la sociedad de consumo siempre deben ser receptivos a nuevos objetos que les lleven a comprar y comprar a la caza de esa presunta satisfacción. Por otra parte, la satisfacción no puede ser real, porque, de lo contrario, dejarían de consumir. ¿No desemboca esto, necesariamente, en el narcisismo? ¿En el “porque yo lo valgo” que usa en sus reclamos publicitarios una conocida casa de cosméticos?
En lo que señalas del sexo como calderilla, sólo puedo estar de acuerdo contigo. Desprovisto de todo el componente emocional que se apoya en todas aquellas cualidades del partenaire sexual que nada tienen que ver con su cuerpo o su sexualidad, tengo la sensación de que el sexo se reduce a un mero deporte que uno podría ejercitar en un gimnasio. O en la intimidad de su casa, a solas consigo mismo. A no ser que, como plantea Houellebecq, lo que se busque en el sexo no sea ni tan siquiera el placer que proporciona, sino meramente la elevación de la propia autoestima a través de la conquista, la muesca en el revólver de haber cazado otra pieza más, y así sentirse más guapo o más atractivo, más deseable sexualmente. ¿O acaso el saberse deseado no es otro de los factores que incita a muchos al frenético recambio de parejas sexuales?
El problema es que amar y ser amado, en el mundo que pinta Houellebecq, es una misión prácticamente imposible. ¿Cómo ser amado si uno es un individuo vacío que nada tiene que ofrecer? ¿Cómo desear amar a quien se percibe como un individuo tan vacío como uno mismo que tampoco tiene nada que ofrecer? De ahí la fijación en el sexo, en las personas que aún son capaces de la mínima entrega que el sexo precisa. Porque ya sólo resta esa posibilidad de entrega donde impera la vacuidad sentimental y la incomunicación.
Un beso y una sonrisa para ti!
¡Coño! ¡Si este tio es igual que yo! ¡Y yo sin saberlo y con estos pelos! Me lo apunto.
A eso le llamo yo precisamente "narcisismo", Veí :P
Pero sí, mejor lo lees y así estás preparado por si acaso un día te confunden con él por la calle y te llueven un montón de improperios.
Un beso!
Creo que mi barba y mi desaliño indumentario me han protegido bien hasta ahora de los vampiros narcisistas que sólo buscan un intercambio de orgasmos, o la satisfacción del "por qué yo lo valgo" de subir la cotización propia en razón de la cotización de la pieza cobrada. Eso quiere decir que yo ni cotizo en el mercao. ¡Bien! eso quiero.
Y mientras voy a seguir sin leer a Houellebecq y procurando llegar a la cama con gente con una cierta densidad interna y con algo más que compartir que un pegajoso condón...
Besos gratuitos, Antígona
Tiene usted razón, doctora Antígona: leer a Houellebecq no puede ser una experiencia agradable, porque el autor procura que no lo sea.. para los individuos con problemas de adaptación a la sociedad del supermercado, claro. Occidente (o el mundo como supermercado) nos incapacita cada vez más para la ternura. No hay beneficio comercial, no hay renovación del consumo, no hay felicidad comprable compulsivamente en la ternura.
Houellebecq parte de una concepción del hombre bastante deprimente, y no le deja avanzar mucho en su desesperación. Quedarse en la redacción del intercambio de fluidos, cuando se lee Plataforma es, en mi opinión, no enterarse de nada.
Respecto a la desnaturalización del sexo, siempre en función de llevarlo a esa cultura de consumismo vacío, me llamó mucho la atención un pasaje de Plataforma en el que el protagonista acaba en un local de intercambio sadomasoquista en París. Allí, el narrador se sorprende de que allí se masturbaban unos a otros con guantes, esto es, un sexo que no admite el tacto siquiera. ¿Es posible un sexo sin tacto? Hasta ahí, o mejor dicho desde ahí parte un concepto de sociedad que necesita eliminar la ternura para sobrevivir. Terrible, para quienes aún creen en el calor de un abrazo. Amar es morir en Houellebecq.
Gracias a Dios, sólo se trata de algunas novelas que denuncian ciertas tendencias de nuestra sociedad, y que aún es relativamente normal encontrar “seres con valores desviados”. Pero no nos engañemos, cada vez menos.
Besos, doctora Antígona!
Compré el libro, ya lo estoy leyendo, me queda menos de la mitad, pero da para reflexionar, y mucho. Además, como bien dices, se le podrá criticar de cínico y provocador, pero tiene un fondo interesante sobre el cual se pueden aprender muchas cosas, y que es un tío válido, no se puede negar la evidencia.
Tengo un amplio círculo de gente alrededor que le odia, en particular, varios franceses, que a pesar de ser sus tocayos, me cuentan anécdotas que me dejan perpleja, pero sobre la subjetividad de cada uno no podría hablar, pues a cada uno le toca de distinta manera el tema.
Y sí, he aprendido sobre el sujeto en cuestión, aparte de haber madurado gracias a él, me he dado cuenta una vez mas, de que a estas edades, es dificil cambiar, y que determinadas actitudes y conductas, muchas veces vienen en los genes, y otras muchas, la persona es incapaz de modificarlas, porque simplemente, no puede verlo, no tiene la capacidad, y cuando a veces ha visto un poco la luz, el esfuerzo de ser de otra manera, no le ha valido la pena.
Hay algo por encima de todo esto, de conductas, maneras de ser, rituales diarios, algo mucho mas importante, que es la voluntad de querer a alguien, y querer trabajar las cosas, lucharlas. Eso es lo que siempre busco en la gente, y eso es algo que en él no encontré nunca.
Lección aprendida, voy dando pasos despacio, y con mucha precaución. Hay mucho lobo disfrazado de cordero, lo sientoooooooo, pero es verdad.
Un besazo fuerte, guapa, toda una terapia el venir aquí.
Qué ganas de leer el ensayo al que te refieres y "Ampliación del campo de batalla",novela que tengo desde hace un año muerta de risa en la etantería esperándome. Hace unos meses leí un ensayo titulado "Las emociones en el capitalismo". Trataba el mismo tema. Al leerla pensaba en la costumbre, cada vez más extendida, de más hablar de las relaciones afectivas en términos comerciales o de consumo: "me separé de él porque no me aportaba nada", "mi hijo murió tan pronto que apenas pude disfrutarlo", etc. Frases que oigo habitualmente en la calle, en la tele e incluso en círculos cercanos y que me producen escalofríos. Besos
Hola de nuevo, Antígona. Me leí ayer "El mundo como supermercado", pecando yo también de consumismo literario, porque hubiera necesitado rumiar sus reflexiones.
Me ha sorprendido encontrar a un Houellebecq tan lúcido como sensible. A mí su honestidad (según él derivada de la ironía, la negatividad y el cinismo) no me parece que deje un regusto tan pesimista.
Alguien tiene que dar en la llaga, como él dice, y reconocer los errores es uno de los primeros pasos hacia el cambio, ¿no? Sea como sea, estoy segura de que hay personas que no están tan tan metidas en esa locura del mundo-supermercado, y en ellas encuentro la vacuna a la depresión que me produciría tanto pesimismo.
De todos modos tendré que seguir leyendo libros suyos. Además, he echado en falta un poco de pornografía en éste :P. A ver qué tal "Las partículas elementales"...
¡Un saludo!
Hola Antígona, por tercera vez,jeje. Nada, sólo quería agradecerte la recomendación y el comentario (aunque casi me da verguenza que leas mis tonterías).
Al final he empezado por "Las partículas elementales", que es el que estaba en la biblioteca. Lo empecé esta mañana y ya casi lo estoy acabando, me tiene atrapadísima. Me encanta ese tipo de personajes, sobre todo la forma tan natural en que se muestran sus formas de vivir y pensar. Qué interesante...
Aunque destile una visión pesimista del mundo y la psique humana, por mi parte prefiero saber cómo funcionan las cosas, y por qué. Eso, mas que infeliz, me permite sentirme más libre.
Leeré el que dices cuando me recupere un poco, que vaya vaya con Houellebecq...:D Un saludo!
Creo que me he expresado mal cuando he dicho: "Y Houellebecq nos lo refriega bien por las narices, con su misoginia, su islamofobia, su cinimo recalcitrante, su narcisismo, su megalomanía desinfrada, y toda la mar en coche", debí aclarar que eso es lo que le endilgan y no lo que posiblemente sea él.
No he leído nada de este autor; pero me atrevo a decir que es un visionario, y que seguramente él vive en ese estado de cosas. La diferencia de dos décadas entre Francia y España, se ha reducido a apenas un lustro, y hacia ese vacío vamos, machos y hembras ibéricas.
Bueno, Huelladeperro, creo que la tuya es una buena forma de protegerse de esos vampiros narcisistas, sea buscada o sencillamente encontrada. Aunque, quién sabe. Puede haber vampiros de toda índole en este mundo consumista. Que no busquen saciar su ego con personas de apariencia atractiva sino con quienes poseen cerebros inteligentes como el tuyo. Así que, pese a todo, ¡ándate con ojo! ;)
Ya he dicho que no creo que Houellebecq sea imprescindible. Pero si te gustó “13,99” de Beigbeder –creo recordar que incluso le hiciste un post- estoy segura de que también disfrutarías con Houellebecq.
Besos sin cotización en bolsa!
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Doctor Lagarto, para mí es obvio que Houellebecq es plenamente consciente de la reacción que quiere provocar en sus lectores. Quien lea sus ensayos lo entenderá perfectamente, dado que allí demuestra que es muy capaz de escribir de otra manera, de plantear otros temas, de poner sobre la mesa otra sensibilidad. El mayor error, a mi juicio, al leer a Houellebecq, estriba en algo tan sencillo como no saber trazar una nítida frontera entre Houellebecq y los protagonistas de sus novelas. Pero quizá esa simple distinción entre el autor y sus personajes de ficción constituya una operación demasiado complicada para los lectores adaptados a la sociedad del supermercado, para los devoradores de libros a quienes el afán consumista les impide detenerse a pensar en lo que leen.
Me parece muy interesante que haya traído a colación ese pasaje de Plataforma donde se habla del sadomasoquismo, en efecto, totalmente relacionado con la progresiva incapacitación para la ternura de Occidente que menciona. Más que desnaturalización del sexo –no creo que el sexo en los humanos sea nada natural-, yo hablaría quizá, como hace el propio Houellebecq, de un distanciamiento y una separación cada vez más radical entre el sexo y el amor, entre el sexo y la afectividad o las emociones que pueden asociársele. Porque amar o sentir afecto por alguien es querer entrar, de un modo u otro, en comunicación con él, en contacto con él. La elusión de todo contacto físico en el sadomasoquismo representaría una suerte de exacerbación de esa voluntad de distanciamiento del otro, de aislamiento frente al otro. Un decir algo así como: del otro no deseo ni tan siquiera el contacto de su piel, me basta con mi propia excitación sexual y con el orgasmo que yo mismo pueda alcanzar. Algo que, por supuesto, se opone radicalmente a la ternura, que tiene que ver con la cercanía, con la empatía, con la proximidad al otro.
¿Eliminar la ternura para sobrevivir? Sí, me parece una conclusión acertada con respecto a nuestra sociedad. Porque esa ternura, esa identificación con el otro que se da a través de ella, nos vuelve más frágiles, más débiles. Nuestro bienestar ya no depende sólo de nosotros mismos, sino también del bienestar del otro. Algo incompatible con los individuos egoístas y narcisistas que produce nuestra sociedad de consumo, que no deben malgastar tiempo ni energía preocupándose por el bienestar del otro, prodigándole su ternura. Usted mismo lo ha dicho: de la ternura no es posible obtener un beneficio económico y además cultivarla inhabilita para saltar de relación en relación sin crear vínculos estables y sólidos, para consumir también en el ámbito de las relaciones humanas y convertirlas en un ejercicio de ombliguismo y autoafirmación vacía.
El mundo que pinta Houellebecq es para meterse bajo la colcha y no volver a salir nunca más. ¿Un mundo donde ya nadie es capaz de amar a nadie? Me parece la peor de las pesadillas nunca soñadas por el hombre. Y sin embargo, es muy posible que cada vez nos estemos acercando más, incluso sin realmente darnos cuenta, a ese modelo de sociedad donde el amor empieza a resultar ridículo, cuando no imposible.
Un beso, doctor Lagarto!
Vaya, Delirium, pues sí que ha tenido éxito entonces mi post! Ahora ya sí que le tengo que pedir una comisión a Houellebecq y reafirmar así su visión mercantilista del mundo :)
Como habrás podido comprobar, se trata de un libro bastante heterogéneo, donde aborda los temas más variopintos. Lógico, tratándose de una recopilación de artículos. Pero más allá de los ensayos que tematizan lo tratado en el post, me han gustado mucho también los que dedica al arte y a la poesía. Lo cierto es que el tipo sabe de muchas cosas y sobre todas ellas plantea perspectivas que comparto.
A mí me importa poco si el Houellebecq persona es realmente un individuo indeseable. No tengo ninguna intención de ir a tomarme un café con él, así que la cuestión no tiene para mí relevancia alguna. Pero el Houellebecq autor me interesa, porque me interesa lo que dice, lo que escribe, las reflexiones que hace. No creo que sea tan descabellado establecer como principio metodológico una cierta separación entre la persona y el escritor, entre el individuo real que es Houellebecq en su día a día y el legado que representan sus escritos. Y es de éste del que realmente podemos aprender algo y no de las anécdotas que la persona Houellebecq haya podido haber protagonizado o no.
Siempre he pensado que si la gente no cambia no es porque no pueda, sino porque realmente no quiere. Puede decir que quiere, incluso decirse a sí mismo que quiere cambiar, pero luego, en el fondo de su conciencia, no hallar verdaderas razones, verdaderos motivos que le impulsen a hacerlo y por eso fracasar en el intento. Un intento que, sin una base sólida, tampoco termina entonces de ser un verdadero intento.
Lo principal para cambiarse uno mismo es quererlo. Pero a veces lo difícil es dar con ese querer, con esa voluntad. Y lo decisivo es que ese querer, esa voluntad, no puede provenir de fuera de uno mismo, de motivaciones ajenas. O uno lo encuentra, lo busca o lo inventa dentro de sí, o no hay posibilidad alguna de transformación.
Me alegro de que sientas que has aprendido con la experiencia. Y sí, la precaución es fundamental, pero sin caer en el escepticismo o la desconfianza, que impiden que nos abramos a los otros.
Otro besazo para ti, niña!
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Arturo, como le decía a Delirium, se trata de un volumen bastante heterogéneo, dado que es una recopilación de artículos o trabajos. Pero aún así creo que vale la pena. Personalmente, creo que la mejor novela de Houellebecq, la más cruda, también la más reflexiva y completa, es “La posibilidad de una isla”. Sin embargo, no he leído aún “Las partículas elementales”, que me espera también en una estantería.
Estuve buscando el otro día el texto que mencionas y no lo encontré, pero intentaré hacerme con él. Leí un extracto sobre él en internet y me pareció muy interesante. Por otra parte, nunca me había fijado en ese tipo de frases, pero ahora que las mencionas, me parece totalmente consecuente con lo que plantea Houellebecq y ese otro texto. A fin de cuentas, ningún cambio en nuestra manera de entender la realidad puede dejar de afectar al lenguaje con el que hablamos sobre ella. Si no sucede más bien que esos cambios también se propician por el surgimiento de nuevos modos de usar el lenguaje. Es decir, que las dos dimensiones, comprensión y lenguaje, se influyen y modifican recíprocamente.
Un beso!
Caray, cómo me alegro, Beneditina, de que mi post haya conseguido despertar de esa manera tu curiosidad y la de Delirium por el libro de Houellebecq. Y más me alegro aún de que el libro no te haya defraudado. A veces tampoco está mal aplacar el ansia voraz leyéndose un libro de un tirón. Estoy segura de que si tú misma has pensando que necesitas rumiar sus reflexiones, acabarás volviendo sobre él tarde o temprano en busca de aquellas cosas que más te hayan interesado o llamado la atención. Yo de hecho lo había leído hace tiempo, y la intención de revisarlo para hacer el post sólo apareció más tarde, cuando por diferentes motivos empecé a recordar diferentes cosas que había leído en él y sentí la necesidad de leerlas y pensarlas de nuevo.
Como ya he dicho antes, tampoco yo creo que el mundo que describe Houellebecq sea nuestro mundo. Houellebecq magnifica, pone una lupa sobre los aspectos que pretende resaltar y eso no puede dejar de producir una cierta deformación en lo que cuenta. Sin embargo, la deformación tampoco significa, para nada, que lo que plantea no exista. Existe y es real. Sólo que todavía no es tan masivo ni tan evidente como en sus novelas, cuya visión de la realidad aparece además mediada por la subjetividad de un narrador.
Por otra parte, comparto contigo esa intención de saber qué terreno piso, en qué mundo me muevo, por desagradable que sea descubrirlo o verlo retratado de una forma tan cruda. Y como tú, también pienso que ese conocimiento es fuente de libertad. Se es más libre cuantas más posibilidades de elección, de las que están a nuestro alcance, se conocen. La ignorancia puede ser para algunos fuente de felicidad. Pero, inevitablemente, disminuye el abanico de posibilidades de elección del que disponemos, por una cuestión de mero desconocimiento de que existen.
Yo no sé si empezaré “Las partículas elementales”, que es la novela que me queda por leer de él, cuando acabe lo que estoy leyendo ahora. Es posible que sí. Pero primero tengo que prepararme un poco mentalmente para el sufrimiento que me espera ;)
Un beso!
PD. No escribes ninguna tontería, Beneditina, el otro día, aunque no tuve tiempo para dejarte más comentarios, le estuve pegando un buen repaso a muchos de tus post anteriores y me gustaron mucho. Intentaré seguirte con más asiduidad, pero es que últimamente me desborda el trabajo y no encuentro tiempo ni calma para nada.
R.A.B., entonces ya está todo aclarado. Entendí, en efecto, que ésa era tu propia valoración de Houellebecq. Me alegro de que te hayas pasado de nuevo para deshacer mi error.
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Señor Rodrigo D. Granados C. (a semejante nick resulta imposible no añadirle un “señor” :P), me parece que ese calificativo de visionario le va estupendamente a Houellebecq. Y no creo que sea nada descabellado lo que dice de las dos décadas que Francia nos lleva de delantera con respecto a la “sociedad de mercado” que retrata Houellebecq. He conocido gente que ha vivido en París y que ha terminado verdaderamente asqueada de esa ciudad. No, por supuesto, de la ciudad en sí, sino del modo en que se vive en ella, de los habitantes que la pueblan. Así que no me extrañaría que en la realidad francesa fuera más fácil reconocer el universo descrito por Houellebecq que por estos mundos subpirenáicos aún leemos con una cierta incredulidad.
Un beso!
No, amiga Antígona, no me gustó el libro de Beigbeder. No me complací en él ni me agradó, como tampoco creo que me agradarían las novelas de Houellebecq... Simplemente aprecié la sinceridad con la que estaba escrito, y me pareció una oportunidad para que mucha gente inserta en el engranage de ansiedad-indefinida-promesa-publicitaria-consumo-compulsivo-y-vuelta-a-empezar pudieran ver desde un ángulo algo más amplio los mecanismos, muelles y ruedecitas de la maquinaria, y quizá vislumbrar quién le da vueltas a la manivela...
Pero el libro suyo no aporta nada nuevo al mundo, no crea belleza (ni nada), simplemente denuncia algo que es negativo.
Ahora tengo con respecto a Beigbeder y a Houellebecq la siguiente inseguridad: Si sus libros no aportan nada bueno sino que simplemente señalan lo malo, ¿no será que ese mal al repetirse en su discurso se amplifica y esa amplificación contrabalancea exactamente el efecto de la denuncia expresada?
Me excusaría en favor de leer al cocainómano diciendo que su libro nos cuenta lo que nos es oculto y nos habla de la manipulación a la que tras las tramoyas nos someten los poderosos de este mundo.
Pero parece que no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oir, y no sé que haya caído ni una sola de las empresas cuya falta de ética denuncia a pesar de los cientos de miles de personas que han leído su libro......
La denuncia que hace Houellebecq de la separación entre amor y sexo y de las horas bajas que vive el primero a favor de un segundo grasiento y metalizado está inextricablemente imbricada con el voceo de esas mismas formas de relacionarse como modernas y exitosas. Y de que sus libros pueden fácilmente ser considerados "manuales de conducta social" es prueba el que tanto Tú como Delirium hayáis conocido personas que así lo hicieron. Yo no conozco a nadie que lo haya leído (o sí, pero no lo sé) pero te podría citar una buena docena de personas que si lo leyeran se declararían sin dudarlo "adeptos" de esa nueva forma de relacion amorosa difundida y preconizada por Houellebecq....
Por eso digo que seguiré sin leerlo, aunque si llega a mis manos el ensayo "el mundo como supermercado" no te quepa duda que le echaré una buena ojeada.
Auque tengo un amigo fanático de Houellebecq no he leído nada de él excepto alguna entrevista o alguna reseña. Y eso que estoy seguro de que me gustará, pero es que se me acumulan los libros. Prometo enmendar el error.
Un beso
Hola, Antígona: He localizado el texto al que me refería. Es el Tratado primero de "La genealogía de la moral". Nietzsche hace en él un desarrollo etimológico de las palabras "bueno" y "malo". Es siempre un gusto pasar por aquí y ponerme al día. Un beso!
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