Siempre sentí una cierta inquietud por el sueño de Laura. Su carácter nervioso solía poner trabas al asalto nocturno de Morfeo, y no pocas noches abandonaba nuestra cama para fumar un cigarrillo y sentarse a leer en el sofá al acecho de algún indicio de su llegada. Cuando regresaba y el cansancio lograba al fin rendir sus miembros y sus párpados, su sueño era profundo como el de los muertos, demasiado a menudo poblado de monstruos cotidianos, de espectros del pasado, de criaturas malintencionadas que la sacudían con fuerza mientras ella, mi dulce niña, les hacía frente con voz ronca, casi al borde del grito, tenso el arco de las cejas sobre los ojos cerrados. No era raro que yo, tras la superficie ligera de mi propio sueño, percibiera su agitación y retornara a la oscuridad de su lado. Le hablaba entonces despacio, envolviéndola con mi abrazo, tratando de arrancarla con suavidad de los entornos inhóspitos que pisaba. Laura apenas volvía en sí unos instantes, sin tan siquiera alzar los párpados, para hundirse de nuevo con presteza en el mar de su inconsciencia. Pero ese brevísimo emerger al sonido de mi voz, al contacto cálido de mi piel, bastaba por lo general para ahuyentar a los monstruos, a los espectros, a las criaturas malévolas, y trasladarla a un renovado y más apacible escenario onírico. Por la mañana casi nunca recordaba la trama de sus pesadillas, a quién se dirigían sus palabras, con qué o quién se había enfurecido en sueños. Yo acariciaba sus cabellos, besaba sus labios sonrientes, y la sabía a mi lado a salvo de sus demonios.
Aún guardo memoria de aquella noche, ya distante en el tiempo, en que por primera vez fue su risa la que quebró mi sueño. Una risa ligeramente distinta de la que tan bien conozco, que tanto adoro, manantial del que bebían mis días, y que ahora sólo se me ofrece en oscuras gotas. Esa risa un poco más aguda, y como amortiguada por una sordina, se entremezclaba en su boca con palabras ininteligibles, palabras también risueñas, cantarinas pese a su confusión, delatoras en el tono que las arropaba de una inusual alegría, de un conmovedor bienestar en el sueño de Laura. Inclinado por la costumbre, la rodeé con mi brazo y ella, aún profundamente dormida, lo apartó de sí rodando hacia un lado, alejándose de mí, como molesta por esa indeseable interferencia de mi cuerpo en su sueño. La risa cesó y con ella el diálogo a cuya mitad entrecortada e incomprensible había asistido en silencio. Pero la respiración honda y serena de Laura hacía surgir en torno a su espalda un extraño halo de felicidad que casi podía palpar. Al levantarse, le pregunté qué había soñado. Tampoco esa vez podía Laura recordarlo. En su memoria únicamente persistía la imagen aislada, huérfana, de unas hermosas flores blancas. La abracé buscando resarcirme de su inconsciente rechazo y ella me acogió tiernamente en su pecho.
Sólo meses más tarde, quizás ya demasiado tarde, fui capaz de intuir el mal presagio que anidaba en aquella primera risa, en aquel primer rechazo. Todavía hoy me tortura la sospecha de que quizá podría haber evitado la catástrofe que se avecinaba de haberla forzado a despertar, saboteando cruelmente esos momentos de felicidad onírica y así arrastrándola hacia mí. Pero, ¿cómo anticipar que a esa risa, a ese rechazo, por justicia sustraído al reproche sensato, les sucederían muchos más? ¿Cómo adivinar que habrían de dar inicio a la transformación, al principio casi imperceptible, luego dolorosamente evidente, de los hábitos nocturnos de Laura, y con ellos del tesoro que más preciábamos en cofre vacío y estéril?
Poco a poco, sus dificultades para conciliar el sueño fueron mitigándose hasta derivar en su extremo opuesto: como guiada por una oculta avidez por sumergirse en las tinieblas, un rayo parecía fulminarla casi al momento de posar su cabeza sobre la almohada, abandonándome en medio de una frase, ausentándose repentinamente de mis incipientes besos y caricias. Después, el sueño comenzó a apoderarse de ella cada vez más temprano, sobre el sofá en el que veíamos la televisión o leíamos. Conocía las tensiones que venía sufriendo desde hacía tiempo en la oficina, su exceso de trabajo, y creí que su cuerpo sucumbía tras tanto insomnio, doblegado por tanto cansancio acumulado. Yo mismo la incité al principio a dejarse conducir por él, a no oponerle resistencia, a acostarse en cuanto reclamara su merecido descanso. En lugar de saciarse, su necesidad de dormir aumentaba gradualmente. El sueño de Laura me la hurtaba cada noche unos minutos antes.
Por las mañanas, dejó de oír el despertador y debía hacer esfuerzos casi titánicos para que abriera los ojos y se preparara para su jornada. Los fines de semana no se levantaba hasta el mediodía, perturbado su sueño por el rugir de su estómago ocioso. Con frecuencia la observaba, mi niña dormida. Seguía riendo y hablando la lengua de Babel. Pero incluso cuando su rostro se cubría de la gravedad impenetrable de los durmientes, todo su cuerpo irradiaba ese extraño halo de felicidad que descubrí aquella primera noche. Una felicidad cada vez más tangible, cada vez más impúdica. Al despertar, Laura amanecía como iluminada por un sol infinito, sus labios curvados en una hermosa sonrisa. Todas las mañanas, aún en la cama, le preguntaba. Ella nunca recordaba más que los mismos nimios, sorprendentes detalles: las flores blancas, un paisaje nevado, el canto de un pájaro sobre la rama de un árbol. Nada que me aproximara siquiera a la llave del misterio de sus diálogos y risas nocturnas. Los evocaba con una mirada bañada de enigmas, una mirada que, atravesando mis ojos, parecía traspasar los límites de este mundo para penetrar en otro. Otro mundo absoluta, radicalmente ajeno a éste. Luego, conforme iban diluyéndose las brumas del sueño, conforme se iba instalando en el día, la luz en Laura comenzaba a evaporarse, su semblante a ensombrecerse. Sus tiempos de vigilia fueron progresivamente invadidos por la tristeza, por el tedio, por el aburrimiento. Alternaban con una persistente irritación que la inducía al enfado infantil, a alzar su voz contra mí, a desbaratados accesos de furia, derramados sin motivo sobre mis hombros, que la obligaban a huir de casa con un portazo. Laura no dejaba de ser consciente de mi preocupación, de mis temores por su salud, de la creciente angustia que en mí provocaban su apatía, su irascibilidad infundada. También de la infección que, inoculada por ellas, se extendía mortífera por la sangre antes sagrada de nuestra relación. Tras cada disputa, leía en todos sus gestos una suerte de súplica: en silencio imploraba mi perdón por una falta paradójicamente nacida de la inocencia, por una culpa carente del suelo legítimo de la voluntad y la premeditación. Ya sólo lograba verla sonreír asomándome al espejo frío e inaccesible de su sueño.
Hace días que Laura se estremece y gime a mi lado mientras duerme, poseída por un cuerpo invisible que no es el mío. Ahora sé que, cada noche, Laura vive en sueños una vida que no es la nuestra, habitada por una presencia a todas luces más poderosa que la mía. Más atenta, más solícita, más amorosa. Una presencia que la ha elevado a cumbres de felicidad que jamás consiguió conquistar de mi mano. Que se esconde con su despertar sin dejar más rastro en ella que una intensa añoranza desconocedora de su objeto. Por cuya ausencia se duele Laura en su vigilia sin ser capaz de vislumbrar la fuente de su dolor. Cuya desaparición diurna apaga su rostro, retuerce su ánimo y me arrebata su afecto y su alegría.
Ahora sé que me he convertido para Laura en uno de esos monstruos cotidianos, de espectros del pasado, de criaturas malintencionadas que pueblan sus sueños y a los que ella, mi dulce niña, hace frente con voz ronca, casi al borde del grito, tenso el arco de las cejas sobre los ojos, rabiosamente abiertos para mí, cerrados para esa presencia. Como sé que es esa misma presencia quien, ocupando mi antiguo lugar, suplantando la realidad cada vez más difusa de mi ser en Laura, le habla entonces despacio, la envuelve en su abrazo, y la arranca de este mal sueño que juntos habitamos para apartarla de mí y así calmar su agitación. La presencia que acaricia su pelo, besa sus labios sonrientes, y la sabe a salvo de sus demonios cuando Laura, cruzando al otro lado de la frontera insuperable que nos separa, despierta y se entrega dichosa a esa otra vida. La vida que me ha relegado al terreno borroso y quebradizo del sueño, de un sueño de Laura. La vida donde mi propia presencia, pálida y etérea, apenas tiene ya la triste, pobre cabida de lo irreal.
Aún guardo memoria de aquella noche, ya distante en el tiempo, en que por primera vez fue su risa la que quebró mi sueño. Una risa ligeramente distinta de la que tan bien conozco, que tanto adoro, manantial del que bebían mis días, y que ahora sólo se me ofrece en oscuras gotas. Esa risa un poco más aguda, y como amortiguada por una sordina, se entremezclaba en su boca con palabras ininteligibles, palabras también risueñas, cantarinas pese a su confusión, delatoras en el tono que las arropaba de una inusual alegría, de un conmovedor bienestar en el sueño de Laura. Inclinado por la costumbre, la rodeé con mi brazo y ella, aún profundamente dormida, lo apartó de sí rodando hacia un lado, alejándose de mí, como molesta por esa indeseable interferencia de mi cuerpo en su sueño. La risa cesó y con ella el diálogo a cuya mitad entrecortada e incomprensible había asistido en silencio. Pero la respiración honda y serena de Laura hacía surgir en torno a su espalda un extraño halo de felicidad que casi podía palpar. Al levantarse, le pregunté qué había soñado. Tampoco esa vez podía Laura recordarlo. En su memoria únicamente persistía la imagen aislada, huérfana, de unas hermosas flores blancas. La abracé buscando resarcirme de su inconsciente rechazo y ella me acogió tiernamente en su pecho.
Sólo meses más tarde, quizás ya demasiado tarde, fui capaz de intuir el mal presagio que anidaba en aquella primera risa, en aquel primer rechazo. Todavía hoy me tortura la sospecha de que quizá podría haber evitado la catástrofe que se avecinaba de haberla forzado a despertar, saboteando cruelmente esos momentos de felicidad onírica y así arrastrándola hacia mí. Pero, ¿cómo anticipar que a esa risa, a ese rechazo, por justicia sustraído al reproche sensato, les sucederían muchos más? ¿Cómo adivinar que habrían de dar inicio a la transformación, al principio casi imperceptible, luego dolorosamente evidente, de los hábitos nocturnos de Laura, y con ellos del tesoro que más preciábamos en cofre vacío y estéril?
Poco a poco, sus dificultades para conciliar el sueño fueron mitigándose hasta derivar en su extremo opuesto: como guiada por una oculta avidez por sumergirse en las tinieblas, un rayo parecía fulminarla casi al momento de posar su cabeza sobre la almohada, abandonándome en medio de una frase, ausentándose repentinamente de mis incipientes besos y caricias. Después, el sueño comenzó a apoderarse de ella cada vez más temprano, sobre el sofá en el que veíamos la televisión o leíamos. Conocía las tensiones que venía sufriendo desde hacía tiempo en la oficina, su exceso de trabajo, y creí que su cuerpo sucumbía tras tanto insomnio, doblegado por tanto cansancio acumulado. Yo mismo la incité al principio a dejarse conducir por él, a no oponerle resistencia, a acostarse en cuanto reclamara su merecido descanso. En lugar de saciarse, su necesidad de dormir aumentaba gradualmente. El sueño de Laura me la hurtaba cada noche unos minutos antes.
Por las mañanas, dejó de oír el despertador y debía hacer esfuerzos casi titánicos para que abriera los ojos y se preparara para su jornada. Los fines de semana no se levantaba hasta el mediodía, perturbado su sueño por el rugir de su estómago ocioso. Con frecuencia la observaba, mi niña dormida. Seguía riendo y hablando la lengua de Babel. Pero incluso cuando su rostro se cubría de la gravedad impenetrable de los durmientes, todo su cuerpo irradiaba ese extraño halo de felicidad que descubrí aquella primera noche. Una felicidad cada vez más tangible, cada vez más impúdica. Al despertar, Laura amanecía como iluminada por un sol infinito, sus labios curvados en una hermosa sonrisa. Todas las mañanas, aún en la cama, le preguntaba. Ella nunca recordaba más que los mismos nimios, sorprendentes detalles: las flores blancas, un paisaje nevado, el canto de un pájaro sobre la rama de un árbol. Nada que me aproximara siquiera a la llave del misterio de sus diálogos y risas nocturnas. Los evocaba con una mirada bañada de enigmas, una mirada que, atravesando mis ojos, parecía traspasar los límites de este mundo para penetrar en otro. Otro mundo absoluta, radicalmente ajeno a éste. Luego, conforme iban diluyéndose las brumas del sueño, conforme se iba instalando en el día, la luz en Laura comenzaba a evaporarse, su semblante a ensombrecerse. Sus tiempos de vigilia fueron progresivamente invadidos por la tristeza, por el tedio, por el aburrimiento. Alternaban con una persistente irritación que la inducía al enfado infantil, a alzar su voz contra mí, a desbaratados accesos de furia, derramados sin motivo sobre mis hombros, que la obligaban a huir de casa con un portazo. Laura no dejaba de ser consciente de mi preocupación, de mis temores por su salud, de la creciente angustia que en mí provocaban su apatía, su irascibilidad infundada. También de la infección que, inoculada por ellas, se extendía mortífera por la sangre antes sagrada de nuestra relación. Tras cada disputa, leía en todos sus gestos una suerte de súplica: en silencio imploraba mi perdón por una falta paradójicamente nacida de la inocencia, por una culpa carente del suelo legítimo de la voluntad y la premeditación. Ya sólo lograba verla sonreír asomándome al espejo frío e inaccesible de su sueño.
Hace días que Laura se estremece y gime a mi lado mientras duerme, poseída por un cuerpo invisible que no es el mío. Ahora sé que, cada noche, Laura vive en sueños una vida que no es la nuestra, habitada por una presencia a todas luces más poderosa que la mía. Más atenta, más solícita, más amorosa. Una presencia que la ha elevado a cumbres de felicidad que jamás consiguió conquistar de mi mano. Que se esconde con su despertar sin dejar más rastro en ella que una intensa añoranza desconocedora de su objeto. Por cuya ausencia se duele Laura en su vigilia sin ser capaz de vislumbrar la fuente de su dolor. Cuya desaparición diurna apaga su rostro, retuerce su ánimo y me arrebata su afecto y su alegría.
Ahora sé que me he convertido para Laura en uno de esos monstruos cotidianos, de espectros del pasado, de criaturas malintencionadas que pueblan sus sueños y a los que ella, mi dulce niña, hace frente con voz ronca, casi al borde del grito, tenso el arco de las cejas sobre los ojos, rabiosamente abiertos para mí, cerrados para esa presencia. Como sé que es esa misma presencia quien, ocupando mi antiguo lugar, suplantando la realidad cada vez más difusa de mi ser en Laura, le habla entonces despacio, la envuelve en su abrazo, y la arranca de este mal sueño que juntos habitamos para apartarla de mí y así calmar su agitación. La presencia que acaricia su pelo, besa sus labios sonrientes, y la sabe a salvo de sus demonios cuando Laura, cruzando al otro lado de la frontera insuperable que nos separa, despierta y se entrega dichosa a esa otra vida. La vida que me ha relegado al terreno borroso y quebradizo del sueño, de un sueño de Laura. La vida donde mi propia presencia, pálida y etérea, apenas tiene ya la triste, pobre cabida de lo irreal.
26 comentarios:
Estos últimos meses, muchas veces, me parecieron los sueños más reales que la vida. Más hermosos sus contenidos, más sólidos, más completos. Y la vida; vida vigilia, se me antojaba como un endeble quiero y no puedo que intentaba asemejarse a ella, la realidad vivida onírica.
había olvidado esa sensación, esas sensaciones, y los razonamientos, ¡las certidumbres casi! que aquella lucidez de los sueños indujeron en mi...
Tu texto, tan hermoso y claro, tan bien definido y perfilado, ha despertado, por un camino diferente, las mismas dudas y pensamientos límites.
¿Quién nos dice que esta vida es la vida? ¿qué no son los sueños una vida tan intensa como ella? ¡Y todos dormimos durante la noche! ¿Y si estuvieran durante esta nuestros hemisferios cerebrales derechos todos conectados? ¿Y si sin nuestro control consciente (el diurno) una especie de consciencia común llenara nuestras noches de verdadera vida, de emoción sentida, y algunos propósitos comunes, apenas esbozados, pudieran dirigir nuestra conciencia (toda) hacia alguna finalidad común más alta?
Un ejemplo de la simetría (y la disimetría) entre vigilia y sueño es el que relatas, magníficamente contado, y como todo caso particular de la vida, incluye su parte de gozo y su parte de dolor... a mi me interesa profundizar (me lo has recordado tú) en el esquema general que permite esa incesante lucha entre vivencias especulares disímiles.
Coño, Antígona!! que buen cuento, me encanta!! Me ha sorprendido el final, como el sueño se da la vuelta, y el desarrollo de la historia hasta llegar a él...
Así son las fronteras, caprichosas e impredecibles.
Ey, hay críticas entusiastas, sin más... jajaja.
Plas, plas. Besos a éste lado de mi frontera.
quizá se vuelvan las tornas para tu consuelo, mas pobre Laura, condenada a no recordar ni los sueños bellos, ni los oscuros.
Ay,que "la vida es sueño",Antígona,esos sueños,nos rescatan de la mísera vigilia,racana cuando se le antoja con nuestros anhelos,sorda e incomprensible.Quien pudiera ser en ocasiones esa Judy Garland en "El Mago de Oz" traspasar esa barrera y soñar por un momento que todo es posible, para al menos volver a la consciencia con la certidumbre de esa sensación.
Anti,un relato onírico,alegórico y sugerente.
Posdata: En mi blog,te he dejado una canción...
Un abrazo
Qué bonito, Antígona...
No debería ser tan malo vivir en los sueños, al menos durante el tiempo en que con los ojos abiertos, no se atisba nada, nada bueno. Como una cura necesaria, un detenerse lo justo para retomar aliento y establecer las propias fronteras, las que dicte nuestro propio universo.
Una sonrisa
En otro orden de cosas, ayer terminamos de ver la serie de documentales del Siglo del Yo... la viste al final entera?
Patidifusa me ha dejado... y el último capítulo ya la bomba. Joder con los ombligos!! cómo se prestan a dejarse llenar de pelusas, no? tan malolientes ellas y en la inopia.
Y ya, es que estaba entusiasmada, jeje.
Muchas veces me ocurrió eso, me abandoné a dormir, a dormir la vida que me tocaba, porque me gustaba mas el calor de la cama, y la seguridad de que quieta, no pasaba nada mas, que el despertar y ver como mi vida continuaba, y el timón estaba en otra parte, lejos, no lo veía, ya sabes, el humo, y la ausencia de luz.
La famosa frontera... Supongo que tu cuento, que es precioso, tiene una vuelta muy interesante, una única vuelta como solución a algo que ya no tenía solución en el mundo de los despiertos. Y me gusta, mucho. Ella vive una mentira porque es lo que necesita, y el otro participa porque también necesita lo mismo, que al final es estar bien con uno mismo, y abandonarse a lo que sea lo que nos de ese estado de bienestar.
Laura ha querido dejar de sufrir, y casi de sentir. La entiendo. Tendrá que despertar, como lo hemos hecho todos, pero ahora mismo, necesita ese sueño para curarse de todas las heridas, y sobre todo, para alejar a ese demonio que la dolió, y coger la perspectiva necesaria para seguramente poder con ello en un futuro.
Es precioso, increible lo que escondes ahí dentro, Antígona, tu corazón es grande, y no te cuento lo que se cuece en tu azotea...
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS, te espero en los bares¡
¡Es fantástico, Antígona! Menuda historia y menuda manera de relatarla. Y terrible el modo en que en Laura se produce ese cambio de vida. No puedo hacer más que felicitarte.
Es cierto que los sueños se pueden vivir a veces con muchísima intensidad. Tanto que no puedes pensar que, a pesar de su falta de tangibilidad, no formen parte de la realidad. Y te hablan, ¡vaya si te hablan!
¡Un beso muy grande, hermosa!
Huelladeperro, no me extraña que hallas podido tener esas sensaciones de que tus sueños fueran más hermosos, más plenos, más sólidos y completos que tu vida. La vida de vigilia, la vida cotidiana, la vida a la que asistimos durante tantas horas desde que entramos en la conciencia hasta que volvemos a perderla con el sueño, está compuesta de multitud de momentos anodinos, tediosos, carentes de sentido, sobre los que nos deslizamos sin grandes dramas sencillamente por la fuerza de la costumbre. Porque, después de tanto tiempo instalados en ella, hemos aprendido a asumir que de la vigilia forman parte el aburrimiento y la repetición, el sinsentido o la sinsustancia, un cierto dejarse arrastrar por el consumirse vacío de las horas en el que uno bien podría morirse sin llegar a lamentarlo.
A veces tengo la impresión de que los niños aún carecen de este aprendizaje y por eso sufren tanto y proclaman a los cuatro vientos y se quejan o lloran cuando se aburren. Como si fuera un delito aburrirse estando vivo, como si se tratara de un estado intolerable e insoportable, como si no soportaran que en el transcurso de sus días cada instante no estuviera lleno de emociones, expectativas, diversión y plenitud, lograda de una u otra manera.
Los sueños, sin embargo, se viven, se sienten, se experimentan con una extraña intensidad. Sean buenos o malos, sean sueños agradables o pavorosas pesadillas. Estoy segura de que cuando se sueña uno puede sentirse mucho más vivo, más consciente, más atento a las circunstancias del sueño, que en muchos de los momentos en que estamos despiertos.
Con respecto a tu pregunta de quién nos dice que esta vida es la vida, te recordaré –es posible que ya lo sepas- que hace ya muchos años, en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, escribía Nietzsche: “Tenía razón Pascal cuando afirmaba que, si todas las noches nos sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos tanto de él como de las cosas que vemos cada día. Si un artesano estuviese seguro de que sueña cada noche, durante doce horas completas, que es rey, creo, dice Pascal, que sería tan dicho como un rey que soñase todas las noches doce horas que es un artesano”.
Supongo que es ahí, precisamente donde señala Nietzsche, donde reside la clave de que nuestros sueños, sólo si acaso de forma temporal, como a ti te pasó, de forma transitoria y olvidadiza, puedan parecernos más reales que la vida misma: por la falta de continuidad de sus contenidos, por su carácter fragmentario, por los muchos vacíos y espacios huecos que median cada noche entre sueño y sueño.
Sólo que quizá es ese mismo carácter fragmentario, esa ausencia de hilazón entre sus contenidos, esos saltos inesperados entre sueño y sueño, así como su imprevisibilidad, lo que los vuelve tan intensos, lo que nos puede llevar a pensar que en ellos estamos más vivos que en la vigilia.
Probablemente, si sucediera lo que apunta Pascal, acabaríamos también pensando que ni como reyes ni como artesanos acabamos de vivir realmente. Y si nuestros hemisferios derechos estuvieran todos conectados, ay, a cuanto gilipollas habría que soportar! :) Yo me temo que prefiero que no lo estén.
Que los sueños se sientan como se sienten, depende para mí justamente de que no son vigilia. Y de desdibujarse las fronteras, creo que perderían toda su magia.
En fin, para cuánto da de sí el sueño. No dejes de hacerme llegar tus profundizaciones sobre el tema. Me resulta, como a ti, fascinante.
Un beso!
Muchas gracias, querida Margot, la verdad es que llevaba ya tiempo con ganas de escribir este cuento, cuya idea se me ocurrió hace meses, pero no me llegaba el momento de ponerme.
Las fronteras son caprichosas e impredecibles, pero sospecho que no entre el sueño y la realidad. Y el día en que empecemos a tener dudas acerca de si estamos despiertos o dormidos, ¡mejor tener a un psiquiatra cerca! :) O pensar si no será que pelis como “Matrix” nos afectaron más de la cuenta :)
Besos desde el lado de la mía, pero con las verjas abiertas! ;)
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¿Para mi consuelo, zorro de Segovia? Espero que no estés pensando que bajo el nick de Antígona se esconde un tío bigotudo y de pelo en pecho :P
Pobre Laura, sí. A mí me gusta recordar mis sueños, pese a que de algunas pesadillas preferiría no guardar memoria. Y sin embargo, si me dieran a elegir, opto por recordar, lo bueno y lo malo. Nuestras vidas se enriquecen, se engrandecen y amplían gracias a nuestros sueños.
Un beso!
Tienes toda la razón, querida Troyana, ¿qué haríamos si al menos no nos quedara el refugio de nuestros sueños cuando la vigilia se vuelve arisca y frustrante? ¿qué haríamos sin esos momentos de evasión, descanso y ruptura con la realidad? Es posible que los seres humanos nos suicidáramos mucho más a menudo de lo que en general lo hacemos de no soñar.
Hace ya mucho tiempo, casi en los inicios de este blog, escribí un post sobre el extraordinario hecho de cómo podemos olvidar cualquier miseria mientras soñamos, hasta el punto de que al despertar siempre hacen falta unos segundos, o incluso unos minutos, para recordar lo que nos hizo caer en la cama tristes, abatidos o desesperados. Me parece extraordinario ese momento de suspensión en el vacío de nuestras propias vidas que sigue al sueño y antecede al despertar pleno y con él a la recuperación de la memoria. Me parece igualmente extraordinario el modo en que volvemos a recobrar nuestra identidad cada mañana gracias al recuerdo, amable o amargo.
Un beso y un abrazo!
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Gracias, Gato, me alegro de que te haya gustado. Quién sabe si de los sueños de Laura no forma parte ese cous-cous tan apetitoso que mostraste en tu blog ;)
Un beso!
Pues no, Iliamehoy, no sería nada malo. El pequeño problema es que no podemos prolongar nuestros sueños a voluntad, ni dirigirlos, ni planificar cada noche con qué o con quién nos gustaría soñar. Y para colmo de males siempre lo jode todo el maldito despertador! :) Aun cuando a veces el despertador sea también una bendición, cuando nuestros sueños, como en el caso de Laura, se nos pueblan de fantasmas y demonios.
Sin embargo, yo también creo que la cura del sueño es estrictamente necesaria. En ocasiones, en los peores momentos, en las peores etapas, nuestro inconsciente nos regala sueños maravillosos, como si se tratara de un mecanismo de compensación para seguir aguantando, para que sepamos, creyendo perdida toda esperanza, que dentro de nosotros también puede refugiarse lo más amable, lo más luminoso.
Un beso y una sonrisa!
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Hola de nuevo, niña Margot!
Pues sí, la vi entera, hace ya tiempo, y quizá por eso la tengo ahora mismo un tanto difuminada. Que llevo un empacho de cosas con tanto hacer de corsario negro! ;)
Pero supongo que te refieres al hecho de cómo se va mostrando hacia el final que la imposición del individualismo, del discurso del yo y sus deseos, mediada por la publicidad y la sociedad de mercado, ha llegado a contaminar incluso el discurso político hasta hacerlo renunciar a sus antiguos ideales y pervertirlo por completo. Es lo que tiene el consumismo: que todo lo devora, hasta los principios que en un determinado momento hubieran podido parecer más irrenunciables. Pero, ¿qué pedimos? Una vez creada la constitución, la figura del individuo, con todo lo que ello conlleva, no es posible pretender anular sus demandas en determinados ámbitos y satisfacerla en otros. El yo y sus deseos son ahora el criterio de verdad. Para cualquier cosa.
Ahora me espera “El poder de las pesadillas”. Ya te contaré ;)
Más besos!
Yo creo que eso que cuentas, querida Delirium, nos hace sucedido a todos o a casi todos en algún momento de nuestras vidas: saber que uno, donde está mejor, es en brazos de Morfeo y no lejos de él cuando esa lejanía no nos ofrece nada que creamos digno de aprecio o interés.
La verdad es que con tu comentario has dado justo en el clavo de lo que podría ser una lectura “realista” de un cuento que, en principio no lo es. Porque en esa lectura Laura no tiene ningún amante en su vida onírica y todo es una fantasía de su pareja para no admitir que Laura ya no puede ser feliz con él. Para no aceptar que Laura sólo se refugia en sueños de una realidad que ha dejado de interesarle o incluso que cada día se le hace más difícil de soportar mientras todavía no ha encontrado el camino para abandonarlo definitivamente y hacerlo desaparecer de su vigilia para siempre. Es mucho más fácil fantasear con la idea de que “otro”, otro invisible, le ha robado a Laura, que reconocer que él mismo no supo brindarle lo que ella necesitaba. ¿Cuántas veces no nos inventamos enemigos invisibles para encubrir nuestros fracasos, nuestras torpezas, nuestro mal hacer?
Eres una tía muy muy lista! :)
Así que sí, Laura habrá de hallar una vía para dejar de soñar y construirse, poco a poco, la vigilia que desea para ella. Pero dejémosla mientras tanto seguir soñando y descansando de su vigilia. Tal vez en sus sueños alcance la clave para emprender esa otra vida. O si no la clave, la fuerza necesaria para desprenderse de lo que la induce a huir de su realidad cotidiana.
Tú sí que eres un tesoro, moza. Y quien te merezca de verdad lo sabrá con plena certeza :)
Un besazo y hasta pronto, en un bar cualquiera, que lo importante es la compañía!
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Bueno, Duschgel, la verdad es que tú no me vas en absoluto a la zaga y lo sabes, que la que se quedó el otro día embobada leyéndote –y aún tengo que volver a leerte con el diccionario en la mano, qué dominio del lenguaje, hija- soy yo.
Tal vez deberíamos empezar a pensar que los sueños sí forman parte de la realidad. No de la realidad que podemos compartir con otros, no de la realidad que cualquiera es capaz de contemplar con una mirada más o menos semejante a la nuestra. Pero sí de nuestra propia realidad, de lo que queremos, de lo que deseamos, de lo que nos constituye, de lo que somos capaces de inventar. Los sueños, fundamentalmente, hablan de nosotros. Y cuántas veces no nos dan las claves de aspectos de nosotros mismos que sólo conocemos a medias o incluso que desconocemos. Se trata, sólo de otro plano, de otro ámbito de nuestra realidad.
Un beso enorme, guapa!
Ajá, sí a eso me refería, incluida la parte en la que la "izquierda" (eso que es lo qué) asume esas mismas técnicas engañándose tanto en sus consecuencias como en la capacidad de cambiarlas que luego tendrían.
Y ya nos contaremos, este finde empezamos también con el de las pesadillas, jeje.
Ays que trasiego!
Besos mañaneros.
Me ha encantado lo de "Eres una tía muy lista" ... tenía uno que no hacía mas que decirme que inteligente no era, pero que espabilada, sí... mandahuevos, está en el cubo de la basura, el titi.
Y lo de mi interpretación... en fin, lo he vivido varias veces, verle sentado en la cama, mirándome... y yo haciéndome la dormida, y abándonandome a una nada que era mas grande que la nada que me ofrecían al otro lado...
Triste, pero aprendemos.
Y un día nos levantamos, finalmente solas, hemos desterrado toda la mierda que nos sacudía y dolía, y la vida, merece la pena. Sólo hay que ser muymuyfuerte, y esperar el momento adecuado, pero siempre, poniendo mucho de nuestra parte. Créeme, es duro y dificil y lo sabes, pero no se puede dormir la vida eternamente. Dejemos a Laura que siga en sus trece, lo necesita.
BSSSSSSSSSSSSSSS, TU SÍ QUE ERES UN TESORO, ALE, VENGA FLOOOOOOOREEESSSSSSSSSSS¡¡¡¡¡¡¡
Doctora Antígona, me ha encantado su cuento onírico, con ese estilo tan Cortázar que usted ha sabido tratar tan bien. La verdad es que siempre que leo historias de derrotados y victoriosos siempre tengo a identificarme con el perdedor. Me imagino como su protagonista, tratando de atarme a alguien que se desata de mí en una lucha imposible de ganar y eso me produce cierta desazón. Pero es que luego escribe usted tan bien, que no puedo evitar la sonrisa y la preciada sensación de calma espiritual que un buen cuento como el suyo me produce.
La frase de Nietzsche que usted trae aquí es muy interesante y me hace pensar muchas cosas respecto a dónde está la verdadera felicidad, si en la ilusión que se vive de manera real o en la realidad de la que nos podemos evadir. La verdad es que la dicha o felicidad debería estar más ligada al conocimiento de la realidad para que sea verdadera, pero, como decía el policía malo en Blade Runner, “Who lives?”
Le deseo muy felices sueños, doctora, pero también una hermosa realidad.
Besos!
Los sueños, cuando no podemos evitar que se conviertan en nuestra obsesiones, son la fuerza más temible de destrucción, no sólo del mundo que habitamos, sino del mundo que somos. Aunque tal vez esta sea una apreciación de un hombre en estado de reserva, precisamente por haber intentado adecuar la realidad a sueños imposibles, pasando por encima de la realidad cotidiana en que tal vez no sabe vivir. Son palabras escritas desde el desconcierto. Testigos del dolor. O de una mala y larga noche...
Me ha encantado, casi podia vivirlo mientras leia .
Tengo una relacion extraña con el sueño que a veces desdibuja un poco (o un mucho ) la frontera que separa el alli del aqui.
Es una gozada pasar por esta casa .
Besazo
La espera ha valido la pena. Es un cuento precioso. No sé porqué me ha recordado a Saramago. Y a la música de Anthony&The Johnsons. No sé, cosas mías.
Todo un acierto la confrontación de la felicidad inconsciente de ella con la progresiva infelicidad consciente de él. Muy bien descrito.
Un besazo inspirado
Margot, supongo que era inevitable que hasta la izquierda acabara plegándose a los dictados del individualismo. A fin de cuentas, son seres individualistas los que debían votarles, ¿no? ¿De qué otro modo podrían si no acceder al poder?
De las pesadillas tan sólo he visto de momento el primero, pero la serie promete. Definitivamente, me voy a hacer miembro del club de fans de Adam Curtis :)
Un besazo vespertino!
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No era ninguna flor, Delirium, eres una tía muy lista, y eso lo sabemos tanto yo como toda la gente que te conoce. Excepto ese oligofrénico, claro, cuyo lugar natural no podía desde luego ser otro que el cubo de la basura.
Supongo que eso que cuentas lo hemos vivido todos, en mayor o menor medida, con sus múltiples y diversas variantes. Las rupturas son dolorosas, costosas, y tomar la decisión de abandonar lo que nos hace daño exige, paradójicamente, mucho esfuerzo. Tenemos miedo a la soledad, a equivocarnos, a hacer daño. Pero la agonía del amor no puede durar eternamente. Al final, resulta tan insoportable que si no es nuestra cabeza la que toma la decisión, acaban tomándola nuestras tripas.
Todo, sin embargo, requiere un tiempo de maduración. Y las tripas pueden aguantar mucho. Sólo que yo confío en que al final siempre acaban hablando.
Un gran beso, hermosa!!!
Me alegro de que le haya gustado el cuento, doctor Lagarto. Y sí, reconozco que ya al ocurrírseme la idea pensé en Cortázar y en que seguro que debo de haber leído, hace ya años, algún cuento suyo con alguna temática o espíritu parecido. Sólo que para no perder el ánimo de escribir la historia, preferí no rebuscar entre sus cuentos y privarme así de averiguarlo ;)
Creo que es una tendencia bastante común esa de identificarse con el derrotado antes que con el victorioso. Quizá porque las derrotas que hemos ido acumulando a lo largo de nuestras vidas son por lo general más numerosas que las victorias. O porque ninguna victoria tiene garantizada su perdurabilidad y esconde tras de sí la posibilidad de una nueva derrota por venir que tememos y que nos produce angustia. Nos identificamos con el derrotado porque somos conscientes de nuestra fragilidad, del peligro constante de la pérdida.
Yo también me pregunto dónde está la verdadera felicidad. Pero quizá ésta se encuentre, no en la dicotomía entre ilusión y realidad, sino en su amalgama. ¿No están también nuestras realidades también construidas de ilusiones, de esperanzas, de proyecciones? ¿De aquello que nosotros ponemos en la fría objetividad del mundo? Sin embargo, cuando pretendemos evadirnos de la realidad, es porque esa realidad resulta incompatible con nuestras ilusiones. Y la amalgama, entonces, deviene imposible. No deseo para mí una realidad en la que no encuentre suficiente motivo de ilusión como para desear evadirme de ella. Las evasiones son un refugio, un consuelo, una tabla de salvación. Pero tan precario e insuficiente, ay, que siempre acaban agotándose. Y agotándonos.
¿Quién vive? Uff, muy malo era ese policía para hacer esa odiosa pregunta :) Pero creo que le respondería que todo aquél que aún se sigue haciendo esa pregunta y esforzándose por sentirse vivo, por alcanzar esa vida que siempre parece que se nos escapa, que queda del otro lado que nosotros habitamos. Y rehuyendo con todas sus fuerzas el letargo de la muerte en vida.
Me encanta que haya traído a esta casa "Blade Runner". ¡Cómo me gusta esa peli! :)
Un beso, doctor Lagarto!
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Estás hablando, supongo, Toro de Barro, de quimeras imposibles por inalcanzables, de sueños destructivos porque se encuentran a una distancia insalvable de nuestras posibilidades y limitaciones. Me temo que a esos sueños hay que renunciar en el momento en que descubrimos que nos hacen demasiado daño, en que devenimos plenamente conscientes de su incompatibilidad con la realidad que vivimos y somos.
La renuncia es parte del aprendizaje vital. Lo doloroso es que nunca terminamos de aprenderla del todo. Pero, ¿quién dijo que ya naceríamos sabiendo vivir? Ninguno sabemos vivir, Toro de Barro. Somos eternos aprendices en ese difícil arte. Que requiere que practiquemos y nos esforcemos en él con tozudez día a día.
Confío en que tu desconcierto haya cesado y te encuentres después de estos días más reconciliado con tu cotidianidad.
Un beso!
Gracias por tus palabras, Casilda. Confío en que esa extraña relación con el sueño que dices tener no te lleve un buen día, como a Laura, a trasladarte a ese allí para desaparecer definitivamente de este aquí. ¡Que te echaríamos de menos! Aunque todo depende de cómo sea y quién habite ese allí de tus sueños, ¿no? ;)
Un beso grande!
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C.E.T.I.N.A., de Saramago sólo he leído el “Ensayo sobre la ceguera”, que me tuvo atrapada y francamente angustiada durante un larguísimo trayecto en autobús atravesando media Europa. Es una novela fascinante en la que uno se sumerge como en un terrorífico mal sueño. En cuanto a Anthony and The Johnsons, ¡ja!, es un grupo que me encanta! Tal vez algo han tenido que ver sin yo saberlo en la composición de este cuento ;)
Me alegro de que hayas disfrutado con el cuento. Esa confrontación, ay, qué amargo resultaría vivirla más allá de las páginas de un relato. Mejor dejarla para la literatura.
Un beso!
Es como un cuento de terror, magistralmente llevado; sabía de su talento para la ficción, pero no puedo dejar de sentirme impresionado tras esta lectura. Mis parabienes.
Hola, el día 23 de febrero ppdo, comencé la aventura de publicar un blog en el que recogeré los relatos que me provoquen el deseo de compartirlo con mis amigos.
He leído tu relato y me ha impactado, lo voy a poner en mi blog, al que desde aquí te invito a entrar y /o participar, si es tu deseo.
Será un placer tenerte en el blog en esta y otras ocasiones. Gracias.
Hola Antígona,
Buenos días. Soy Natalia, Responsable de Comunicación de Paperblog. Quisiera disculparme por dejarte un comentario así, pero no he encontrado otra manera de contactarte. Tras haber descubierto "La cólera de Aquiles", me pongo en contacto contigo para invitarte a conocer el proyecto Paperblog, http://es.paperblog.com, un nuevo servicio de periodismo ciudadano. Paperblog es una plataforma digital de difusión cuya misión es identificar y dar a conocer los mejores artículos de los blogs inscritos, que sino, se diluyen entre la masa de información antes de llegar a los oportunos lectores.
Si el concepto te interesa, anímate a proponer tu blog, creo que tus artículos resultarían muy interesantes para los lectores de "Cultura". Si así fuese, los contenidos serían los mismos que los tu blog, asociados al autor original : acompañados de tu nombre/seudónimo, ficha de perfil y varios vínculos hacia el blog.
Espero que te motive el proyecto que iniciamos en Enero con tanta ilusión. Échale un ojo y mientras, no dudes en escribirme para conocer más detalles.
Un cordial saludo y feliz fin de Pascua,
Natalia natalia @ paperblog.com
Responsable Comunicación Paperblog
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