sábado, 28 de noviembre de 2009

Silencio II


El amor es una flor nacida para marchitarse, piensa María. Una breve exhalación perfumada que pronto se diluye en el mar agridulce de los olores cotidianos. A María le gustan las metáforas. Le sorprende la espontaneidad con que de repente brotan en su cabeza, como impulsadas misteriosamente desde el fondo bullicioso del restaurante mientras se apresura de un lado a otro atendiendo las mesas o espera en la barra la llegada de un pedido.

Sobre el amor, se dice, podría escribir un libro de aforismos plagado de metáforas. Pero seguramente todos los aforismos empezarían de la misma manera -"El amor es..."-, y todas las metáforas que se le ocurren para describirlo arrojarían el mismo sentido. ¿A quién no le resultaría aburrido? Verdadero pero aburrido. Porque María entretiene sus horas de servidumbre en el restaurante observando, examinando con detenimiento los restos del amor. Las flores marchitas o ya podridas. Olfateando la ausencia del perfume que un día exhalaron, el aroma rancio que ahora desprenden. Muy rara vez encuentra un espécimen en el apogeo de su floración, y siempre lo contempla con la tristeza anticipada de quien conoce su patético e ineludible sino.

Pese al ajetreo, sus preferidas son las horas de las comidas. La mayor afluencia de público le ofrece amplias posibilidades de observación. También un mejor seguimiento de los clientes que acuden con relativa frecuencia al restaurante. La atención de María se focaliza sobre las parejas. Sin y con niños. Se fija en el modo en que entran al restaurante. En sus rostros, por lo general parapetados al abrir la puerta tras la máscara de la conveniencia pública. En ocasiones más expresivos e impúdicos. En sus atuendos y en la forma en que caminan.

Pero su cotidiano análisis de los desechos del amor empieza realmente cuando las parejas se sientan a la mesa. En su primer acercamiento para tomar nota de las bebidas mientras ellos aún estudian las cartas, evalúa su grado de concentración en la lectura, sus posturas corporales, quién de los dos y con qué tono de voz efectúa el pedido, si previamente a él sus ojos se cruzan. Conforme lleva y retira platos en las mesas colindantes, espera el momento en que las cartas sean dejadas a un lado como signo inequívoco de que la elección ya ha tenido lugar. Es, a su juicio, el momento decisivo. La pareja se enfrenta al tiempo vacío que media entre su resolución y la llegada de la comida. Cuando ella se aproxime por segunda vez para preguntar por los platos escogidos, su mirada entrenada por la costumbre habrá detectado ya de qué manera ha comenzado a llenarse ese tiempo vacío y podrá anticipar casi con plena seguridad el modo en que marcará el desarrollo de la comida.

Para María, los desechos del amor se palpan ante todo en el silencio. En el silencio incómodo que se despliega, denso y grumoso, entre dos personas sentadas frente a frente o codo con codo en una misma mesa. Dos individuos que, en el mejor de los casos, una vez se amaron y después asistieron o aún asisten al languidecimiento y muerte de su amor. Nadie deja de reaccionar, piensa María tras repetidas jornadas de paciente y discreta vigilancia, frente a ese poderoso silencio que se impone incluso más allá de las palabras. Aunque las formas de reacción sean dispares y en esa disparidad pueda ella atreverse a teorizar sobre la fase del proceso de decadencia del amor que atraviesan los antiguos amantes.

La primera forma de reacción suele ser el embiste defensivo, la resistencia. Una resistencia que se traduce en los infructuosos intentos -María los percibe a retazos en su ágil desplazarse entre mesa y mesa y los recompone en su imaginación- por allanar ese silencio con conatos, con simulacros de conversación. Pero el silencio no se deja quebrar con palabras huecas, pronunciadas únicamente con el fin de romperlo. Ni una leve fisura logran infligirle al silencio las palabras pretexto. Palabras como de cristal, sin sustancia ni contenido, que no dicen nada ni esperan escucha o réplica interesada porque los antiguos amantes, por más que lo nieguen o traten de ocultarlo disparando como balas esas palabras contra el silencio, no tienen ya nada que decirse el uno al otro. Nada que comunicar o compartir, poniendo a brillar sus ojos en el goce de la mutua compañía, por el cauce seco de esas palabras. Nada que los alíe y torne cómplices en el entrelazamiento articulado a dos voces de esas palabras. Las suyas, son palabras carentes del aliento vital necesario para penetrar el ser del otro y seguir tensando en él las cuerdas de la curiosidad, del deseo, de la admiración. Palabras sin sabor a intimidad alguna. Palabras que cada vez aderezarán con menos fuerza la comida y terminarán ahogadas en sus bocas por la sobreabundancia de saliva al contacto con los alimentos.

Después, según María, tiene lugar la asunción del silencio, su muda aceptación. En esta etapa, los antiguos amantes se resignan a matar el tiempo en soledad hasta la llegada de los platos. Aislados en su opaca individualidad, sin esfuerzos ni tentativas por tender puentes sonoros hacia el otro. Inspeccionan a los comensales de las otras mesas con gesto aburrido y cansado. Hacen tamborilear quedamente sus dedos sobre la madera o examinan con inusual detenimiento el estado de sus uñas. Vuelven a abrir las cartas y releen, con fingida concentración, la oferta de platos. En ocasiones, aprovechan para hablar animadamente por el móvil con una tercera persona mientras el otro miembro de la pareja, abandonado a su suerte ante el silencio enemigo, obliga a sus ojos a perderse en algún lugar indefinido más allá de la ventana. Esos ojos que, en todo momento, evitan detenerse en los del otro. Rehuyendo la realidad fría y distanciada que esa otra ventana de comunicación silenciosa, los ojos del antiguo amante, les daría recíprocamente a ver. Servida la comida caliente, se lanzan a ella con fruición, como si la mera operación de masticar absorbiera todas sus energías y anulara sus sentidos. Como si el diálogo perdido entre ambos se reanudara en sus lenguas silenciosas con los pedacitos de carne o las patatas.

Los niños, se dice a menudo María, constituyen el instrumento perfecto para tratar de enmascarar el silencio. En torno a la mesa se les utiliza como a mantas viejas para cubrirlo. A ellos siempre hay algo que decirles, algo que advertirles, algo por lo que reñirles. Pero el silencio tampoco desaparece tras ese velo. Ni tan siquiera alcanza a disimularse. María lo percibe aún con mayor claridad en el ahínco con que los antiguos amantes vuelcan sus palabras sobre los niños, en la inoportunidad de las preguntas que les formulan, en la tenacidad con que se refugian, prolongándolas, en sus conversaciones con ellos. Incluso cuando los niños son apenas bebés balbucientes y el pretendido diálogo se reduce a un monólogo compuesto de exclamaciones pueriles y ridículas en boca de un adulto. Sólo en algunas parejas ancianas ha observado María convertirse al silencio en un comensal más sentado a la mesa que, sin incordiar ni molestar, acompaña a la ausencia del amor con naturalidad bien acogida. Quizás porque la cercanía de la muerte, alterando radicalmente el orden de los valores y las necesidades, transfigura los desechos del amor en tesoro y riqueza frente a la perspectiva, dolorosa desde la costumbre, de la soledad desnuda, ajena a todo disfraz, que supondría la pérdida de la presencia física del otro.

Suerte que ella trabaja ahora en el restaurante. ¿Qué mejor excusa para no desear salir ya más a comer fuera de casa con su marido, a no ser que tengan un compromiso familiar o vayan a encontrarse con amigos? Y en el hogar común, ese gran invento que es el televisor, esa voz perpetuamente parlante que atrapa sus oídos y sus pupilas, apacigua al menos el clamor del silencio que hace ya mucho se interpone entre los que un día fueran amantes.

22 comentarios:

iliamehoy dijo...

Cuando el silencio se derrama, como una mancha de vino en el mantel sin mácula, el amor ya es un muerto que pasea sus despojos por las pupilas de dos seres rotos.
Todo sobra, hasta los intentos por recomponer una pose deslavazada,la sombra agrietada de un hilo que pende inerte por las costuras de una relación malbaratada, ausente de proyectos y que sólo se mantiene por la inercia de los que un día soñaron sus sueños.
Magnífica exposición, como siempre.
Una sonrisa

Ines dijo...

Y sabiendo el final de la pelicula que se estrena nos lanzamos como locos a sacar las entradas , a reservarlas....
Yo lo tnego claro ,cuando el silencio ya ni siquiera es incomodo hay que salir corriendo (o no salir a comer
fuera de casa ).
Tambien hay silencios que unen. Benditos sean .
Un beso

Jota dijo...

Hay silencios que matan, hay silencios cómplices, pero casi nunca son inocentes. Muchas veces en un bar o restaurante, mi mujer y yo hemos pensado lo mismo que María observando a esas parejas, con o sin niños, que apenas se dirigen la palabra y que se pasan la cena con la mirada perdida, absortos en quién sabe qué pensamientos, pero absolutamente desinteresados por el momento presente y quien les acompaña. Hay un arte que muy poca gente domina en nuestra sociedad, que es el de la transformación satisfactoria de la pasión en cariño. Esto, así anunciado, suena hasta mal, como el trueque entre un Pollock y un bordado de punto de cruz, pero creo que es pueril pretender que las llamas del amor temprano nos abrasen eternamente. No sólo pueril, sino contrario a las leyes de la naturaleza, pues todo incendio, por muy virulento que sea al desatarse, acaba reducido a reconfortantes brasas. Otra cosa es dejarlo extinguir hasta que no sea más que cenizas, que es precisamente lo que les pasa a los observador por María (mira, yo también me he levantado hoy metafórico, metafórico facilón, mas metafórico al fin y al cabo).
Y lo de utilizar a los retoños de escudos humanos debería merecer la intervención de los cascos azules...
Un beso.

Margot dijo...

Comparto con María la costumbre de observar al resto de mis cóngeneres y que me causen una inagotable curiosidad los comportamientos ajenos, sobre todo, como en su caso, el de las parejas en los restaurantes. También el de tratar de imaginar cómo serán sus vidas … pajas mentales que no deben estar muy alejadas del estudiarse a sí mismo en los demás, de contemplar espejos en los que pueden derivar las relaciones, temores o ilusiones que proyectamos sin poder evitarlo.

Y sí, los silencios son unos de ellos y tal vez de los más significativos. Los que María contempla son los peores, los que provienen del desgaste de las palabras, del desgaste sin más, y que me asustan como pocos. Tanto como me asustan las conversaciones que tratan de rellenarlos, conversaciones absurdas y superficiales que son como ese runrún televisivo del que habla ella. Pero hay otros silencios a los que es difícil llegar y que son los que me interesan por ilusionantes (al menos para mí), el silencio del ensimismamiento, del de hoy no tengo un día parlachín, del podemos estar en calma sin necesidad de hablar, que son silencios pero no comunicaciones rotas, que vienen a ser una comunicación más sin necesidad de sonidos. Esos silencios también los he observado y se diferencian al ver en ellos un roce en las manos por encima del mantel, una mirada cómplice o un sonrisa de tranquilidad lanzada del uno al otro. Las miradas también vagan por entre las otras mesas pero acaban asentándose en la de su pareja como buscando el ancla y de nuevo la sonrisa o el gesto del “esto es lo que hay hoy”, con comentarios a retazos y sin prisas.
Me gusta pensar y ver éstos silencios; al borbotón de la seducción inicial, de la conversación continua y a bocados llega esta otra y me gusta pensar (deseo pensar, ays) que las buenas relaciones son esas en las que a la explosión deviene la solidez en las que se necesita poco el deslumbramiento y sí la pausa y la complicidad. Y el silencio no molesta, se convierte en un aliado más.

Y que esto lo cuente una conversadora compulsiva, tiene bemoles! Jeje.

Besos sigilosos!

c.e.t.i.n.a. dijo...

Debo reconocer que siempre he sido un "voyeur" de las relaciones de pareja. Aunque no sea mi intención siempre acabo analizando sus pequeños gestos, sus miradas, los silencios, el tono de voz, sus rutinas... Pero de una manera fría y desapasionada como lo haría un biólogo que estudiase las conductas de apareamiento de cualquier otra especie. Mucho más entretenido que los documentales de la 2 ¡dónde va a parar!

Un beso

Apolonia dijo...

Me encanta observar a la gente. Y tu María es una buena observadora. Los silencios son crueles, y generan hastío y dececpción. No me gustan los silencios, pero todavía menos las conversaciones forzadas.

precioso texto...

Un beso

Antígona dijo...

Qué bien, y qué bellamente lo has expresado, Iliamehoy. ¡Mejor que el propio post! :)

Justamente a ese silencio quería apelar, al silencio que revela, incluso si está cargado de palabras, la incomunicación entre dos personas que ya han perdido todo interés por comunicarse.

No sé si pueda haber circunstancias, azares, voluntades, que lleven a ese amor muerto a resucitar. Lo que sí tengo bastante claro es que los seres humanos tenemos una fuerte tendencia a permanecer aferrados a las sobras del amor, a sus despojos. Por muchas razones distintas. La inercia, obviamente, es una de ellas. Pero también juegan un papel importante, por ejemplo, nuestra cobardía para asumir el fracaso o el miedo a la soledad.

Un beso y una sonrisa!

---------------

Casilda, mi protagonista tiene muy claro cuál es el final de la película. Se ha vuelto cínica, escéptica, ante su propio fracaso y ante los numerosos casos de parejas igualmente fracasadas que observa a diario. Pero yo, personalmente, no estoy de acuerdo con ella. No creo que todas las parejas deban acabar así. Es más, confío ciegamente en que es posible, con ilusión y algunos otros ingredientes más, evitar que ese silencio se instale en medio de los amantes y acabe separándolos. Veremos si la vida me da la razón o no.

De los silencios que unen, y que desde luego haberlos haylos, mi protagonista no sabe mucho. Ya sabes, se ha vuelto cínica y escéptica. Y sí, lo que mejor le vendría es, como dices, salir corriendo.

Un beso!

Antígona dijo...

Jota, supongo que es obvio que, aunque yo no sea María, el post se inspira en mis propias observaciones ;)

Y sí, es un fenómeno que, lamentablemente abunda, aunque no creo que sea tan fácil discernir, como cree María, entre los silencios de la incomunicación y otros silencios que pueden ser incluso signo de lo contrario. Quizás tendamos a juzgar en exceso por ciertas apariencias que no sabemos o no podemos interpretar bien porque no conocemos lo suficientemente ni a la pareja que observamos ni su relación.

Qué bueno eso del trueque entre un Pollock y un bordado de punto de cruz! :) Ahora, yo no hablaría, en mi propio vocabulario o en mi propia manera de ver las cosas, de una transformación de la pasión en cariño. Sinceramente, creo que el cariño es algo distinto o al menos, en mi particular lenguaje, no puedo traducir amor por cariño. Y cuando se habla de amor y no de cariño, el elemento pasional debe permanecer de algún modo, aunque no pueda ser, obviamente, el modo en que surge cuando se inicia una relación. O quizá sí se dé en el mismo modo, pero con más calma y serenidad, con menos impaciencia y ebullición, con un ritmo y una cadencia más pausados y tranquilos. Por otra parte, la imagen del incendio y las brasas no me gusta, porque la idea reductiva que implica y a la que tú mismo aludes no hace justicia a algo que, por lo general, no puede percibirse en los inicios de una relación. Y ese algo es que el amor, si persiste entre dos personas, crece día a día y se hace cada vez más sólido y profundo. No hay, por tanto, disminución, sino incremento, crecimiento, aun cuando ese crecimiento no se experimente emocionalmente en el mismo plano en que se experimentan las emociones arrebatadoras de los inicios.

Lo de utilizar retoños humanos debería merecer la intervención de cascos azules pero me temo que es un fenómeno bastante generalizado. ¿Cuántas parejas no se ponen a tener hijos precisamente cuando han empezado a aburrirse el uno del otro, el uno con el otro? Los hijos siempre pueden convertirse en un instrumento para llenar el vacío, tanto el de la propia vida como el que se genera entre dos personas que han dejado de quererse.

Un beso!

Antígona dijo...

Margot, me temo que es una costumbre que compartimos muchos, lo de contemplar vidas ajenas. Y, como dices, también yo creo que buscamos en esa contemplación conocernos mejor a nosotros mismos por contraste con los otros, también saber qué nos cabe esperar de esta vida. Porque en los otros no dejamos de contemplar posibilidades que podrían ser nuestras, y es esencial verlas fuera de uno para ir decidiendo cada día cómo queremos vivir, para tomarlas como modelo a seguir o para rechazarlas de plano. Siempre andamos en busca de referentes, ante el misterio de lo que habrá de ser nuestra propia vida y el desconcierto que nos genera sabernos, lo queramos o no, sus artífices. Y, a veces, es en esos espejos que son los otros donde obtenemos una visión más nítida de nosotros mismos cuando, por las razones que sea, tal visión se nos hurta desde dentro. Y supongo que tenemos un especial interés por contemplar el amor en los otros por ser un terreno tan esencial en nuestras vidas y que a la vez, o precisamente por eso mismo, nos plantea tantas inseguridades, tantos miedos y dudas. A través de esa contemplación nos gustaría saber qué es o qué puede ser el amor, o qué no debe ser si la imagen que nos ofrece en esos otros nos resulta triste y amarga.

A mí también me asustan esos silencios de los que habla María, en la medida en que representan una posibilidad que en absoluto quisiera que llegara a ser mía. Ahora bien, creo que percatarse de ellos y tenerlos presentes es necesario, dado que ese conocimiento podría ayudaros a reconocerlos en nosotros mismos si algún día fuéramos presos de ellos y no tuviéramos la suficiente lucidez para poder verlo.

Esos otros silencios de los que hablas no tienen, claro, nada que ver con los que María contempla. Ahora bien, puesto que lo que María en el post llama silencio puede estar también poblado de palabras –palabras vacías, palabras desgastadas-, siguiendo la línea del post yo no llamaría silencio a esa ausencia de palabras que, sin embargo, no deja de ser una forma de comunicación, y en ocasiones mucho más cómplice, mucho más íntima, que cualquier conversación animada. Pero es posible que esa comunicación que no necesita de palabras o que sabe por un rato dejarlas de lado sea bastante más difícil de alcanzar que la comunicación verbal. Quizá porque tendemos a confundir el silencio de la comunicación rota con este otro silencio comunicativo. O porque le tenemos tanto miedo al silencio que revela distanciamiento y ausencia de interés por parte del otro que rehuimos y evitamos cualquier cosa que mínimamente se le parezca.

No obstante, y aunque ese silencio cómplice, ese silencio que une en lugar de separar sea, como tal, un signo del amor, me resulta difícil entenderlo si no es en conjunción, en alternancia con la comunicación a través de la palabra. El lenguaje tiene sus límites y hay momentos en que hasta sobra. Pero, pese a sus límites, es el instrumento de expresión y comunicación más poderoso que tenemos, y en algunos ámbitos absolutamente insustituible por cualquier otro medio de comunicación.

Besos parlanchines! ;)

Antígona dijo...

Bueno, C.E.T.I.N.A., ya decía yo que siempre me pareció que no eras de este planeta :P

Perdona la broma, pero, ¿cómo puedes mirar a las parejas con esa mirada de entomólogo? Porque “voyeurs” de las vidas ajenas, como le decía a Margot, creo que somos todos y más nos vale serlo que no serlo. Pero precisamente por lo que nos va en la construcción de nuestra propia vida con ese voyeurismo, y más en el terreno del amor, no imagino cómo uno puede no dejarse afectar por lo que ve. Personalmente, me entristece y me asusta ver esas parejas que observa María. Porque no me gustaría acabar como ellas y porque sé que, sin embargo, ni soy tan especial ni tan diferente a las personas que las componen. De ahí que me asuste, porque las circunstancias o mecanismos que propician ese silencio bien pudieran, dios o el diablo no lo quieran, acabar siendo las mías.

En lo que sí te doy la razón es en que la observación de la naturaleza humana a través de la observación directa da mucho más conocimiento que cualquier documental de la 2. Eso sí, siempre que uno no quiera engañarse en aquello que ve.

Un beso!

-------------

Bueno, Esencial, teniendo en cuenta el resto de comentarios, parece que eso de observar a la gente es una afición cuasi universal! ;)

María, la pobre, pasa demasiadas horas sirviendo cafés y comidas en el restaurante como para no tener la necesidad de entretenerse observando a la gente. Que su trabajo debe de ser muy aburrido!

Los silencios pueden ser terribles cuando se dan entre dos personas y del modo en que se dan según las observaciones de María. Cuando son signo de cansancio, de desinterés, de pérdida del amor entre dos personas. Pero también hay silencios francamente acogedores, elocuentes, silencios que se comparten y entrelazan en eso que se comparte más allá de las palabras. No quería, con mi post, estigmatizar el silencio. Antes bien al contrario, soy una persona a la que le gusta y que valora enormemente el silencio.

Un beso!

dErsu_ dijo...

Soy de la opinión que el amor es una entelequia sobrevalorada, muy sobrevalorada. Hay que emparejarse (o entriojarse o como se diga) siguiendo otros criterios más prácticos. Uno nada desdeñable sería la afinidad a la hora de escoger restaurante.

BACCD dijo...

¡Pero qué texto, Antígona, qué texto! Y lo mejor de todo es el final, cuando te das cuenta de que lo que hace María es traspolar a otros lo que a ella misma le está sucediendo. Lo cual, a mi parecer, resta cierta objetividad a su visión, porque en muchas ocasiones puede tener razón (me he visto fotografiada en varias frases, no te digo más), pero en otras simplemente se basarán sus juicios en esa idea que surge de la propia decadencia de pareja que está viviendo.

Nada, yo ya digo que lo mejor es vivir de novios. Cada uno en su casa, y cuando te ves, te alegras, te cuentas, te comunicas, te emocionas, y los silencios no son silencios, porque no siempre hay que hablar para comunicarse. A veces un silencio sólo es señal de que se está a gusto y en ese momento no se necesita más. Y se convierte en un instante espléndido de armonía.

¡Un besazo, hermosa!

NoSurrender dijo...

Supongo que ésta podría ser una buena explicación sobre el por qué de que siempre presida un ruidoso televisor los restaurantes de menú, doctora Antígona :P

Supongo también que no todos los hombres y todas las mujeres entienden lo mismo por amor. Yo, como lo ligo inexorablemente a la admiración y al respeto, entiendo que la conversación debe surgir de manera natural ante cualquier estímulo. Y siempre hay estímulos nuevos que compartir, entre los que incluyo los que muestren el propio televisor ruidoso. A mí, por ejemplo, me encanta comentar noticias cuando leo el periódico acompañado.

Quizás el silencio que estudia María son las palabras que se han convertido en cansancio. Otros silencios, en cambio, son cómplices ajenos, imposibles a la mirada de extraños. Es difícil juzgar el silencio ajeno a veces, ya que los vertederos del amor no son siempre iguales y lo que mejor parece desde fuera de la propia pareja puede ser lo más podrido y viceversa (como en esa película de Allen, Maridos y mujeres).

Besos, doctora Antígona!

NoSurrender dijo...

Perdone que continúe, pero ¿cuál es la visión de la pareja que tenemos los que miramos?, ¿no es lo que proyecta nuestra mirada lo que anhelamos o lo que tememos, independientemente del hecho de desconocer todo lo que realmente importa en la pareja observada?, ¿es sólo, como acaba terriblemente la película que menciono de Allen, nuestro miedo a la soledad lo que nos hace agarrarnos al no-silencio de los otros? Yo creo que es siempre nuestra proyección moralizante sobre lo que vemos en parejas ajenas lo que nos hace saltar la alarma interna. Una alarma muy sana que nos dice que debemos estar atentos para no perder nuestros tesoros.

Más besos, doctora Antígona!

Miss.Burton dijo...

Me ha encantado¡¡¡¡¡¡
Asisto diariamente a esos funerales del amor, cada vez que estoy en un restaurante, o incluso en conciertos, bares... veo las parejas, sus silencios sólo rellenados de pitillos y alguna sonrisa nerviosa.. Veo sus gestos, su manera imperiosa de ocultar su soledad recién nacida, o incluso ya vieja... que ya sabemos que no hay nada mas puto que sentirse solo estando con alguien... y bueno, pues lo veo, y lo viví y vivo.. y siempre será el eterno desencadenante de cualquier historia de amor en horas bajas.
Pero luego están otros silencios. Aquellos en los que uno quiere tanto al otro, y está tan en armonía con el otro, que una simple mirada, un abrazo en un sofá, y el silencio reinando, es la maravilla universal, y el ser consciente, de que igual que construimos con palabras, en determinados momentos, estamos construyendo con silencios, de esos mágicos que sólo se dan cuando dos personas han llegado a un entendimiento absoluto y pleno.
Bueno, que me estoy poniendo romántica, te dejo que tengo mucho curro.
Un besazo fuerte, nos vemos en los bares, pero YAAAAAAAAAAAAAAA¡¡

Antígona dijo...

Yo creo, Dersu, que a los humanos nos mueven las entelequias antes que las realidades. Y sólo gracias a esas entelequias que ponemos en el horizonte somos capaces de crecer día a día, de descubrir facultades en nosotros que, de lo contrario, seguirían ocultándosenos. Y amar es una facultad con la que no nacemos, sino que continuamente estamos aprendiendo. Si queremos.

Personalmente, la comida se me atraganta si no disfruto de la compañía de quien la comparte conmigo. Y da igual lo suculento que sea el manjar. Así que tu criterio práctico no me sirve :P

Un beso!

-------------

Así es, querida Dusch, el post no quería ofrecer una visión pesimista del amor que pretendiera hacerse pasar por objetiva, sino tan sólo una perspectiva: la de alguien que vive y siente el amor con ese pesimismo. Su visión no puede ser, en ese sentido, objetiva. Ahora, tampoco creo que María esté totalmente equivocada en sus juicios, por más que sus interpretaciones se hallen condicionadas por sus propias vivencias. Lo que María ve existe. Aunque, desde luego, no es lo único que existe en relación al amor.

Vivir de novios está muy bien, claro que sí. En esa etapa es posible que la comunicación resulte más fácil por hallarse alimentada por la ausencia y encontrarse a resguardo del desgaste de la cotidianidad. Pero, ¿por qué no aspirar a que la comunicación, y los silencios comunicativos, íntimos, cómplices, duren más allá de la etapa del noviazgo? Yo aspiro a ello. Y tengo la esperanza de no fracasar en el intento :)

Un beso grande, guapa!

Antígona dijo...

Tiene toda la razón, doctor Lagarto. De hecho fue una de las ideas que barajé mientras estaba pensando el cuento: introducir un enorme y vociferante televisor en el restaurante donde trabaja María. Pero luego la deseché para evitar reiteraciones con respecto al final. En cualquier caso, es obvio que los televisores son unas máquinas muy eficaces a la hora de ocultar el muro de silencio que se ha alzado entre dos personas que una vez se amaron. O en el seno de las familias con problemas y falta de comunicación, donde también suele predominar ese silencio apagado por el ruido del televisor.

Veo que coincidimos en esa visión del amor. No sé si será mejor o peor que otras, pero, por mi parte, no puede entenderlo de otra manera. Y a lo que usted liga el amor añadiría yo un elemento más, que es la curiosidad, el interés por conocer al otro, por saber qué opina, por adentrarse en su propia mirada y tratar de averiguar cómo se ve el mundo desde sus ojos. Probablemente sea algo muy estrechamente vinculado a la admiración, puesto que de aquello que admiramos siempre queremos apropiarnos un poco, acercarnos a ello, hacerlo nuestro. Las miradas ajenas siempre enriquecen la nuestra, nos ofrecen una perspectiva más amplia, nos ayudan a aprender. Y para mí amar a alguien significa, entre otras cosas, desear aprender a su lado, pero también de él o de ella. Sentir que uno se hace mejor y más sabio bebiendo del otro, escuchando lo que quiere decirnos, lo que piensa sobre cualquier cosa. El amor es un proceso de enriquecimiento mutuo, y en ese proceso, para mí, es esencial la palabra, la conversación, el compartir informaciones, puntos de vista, ideas.

Es cierto que los silencios cómplices son mucho más difíciles de detectar que las palabras cansadas y vacías. Porque ni los vertederos del amor son siempre iguales, como usted dice, ni tampoco los códigos en los que se expresa el amor más allá de las palabras. Códigos que suelen ser privados, códigos de a dos que sólo entienden verdaderamente los que participan de ellos y han contribuido a crearlos. Está muy bien que haya traído a colación esa película de Woody Allen. Las apariencias no son de fiar en el terreno del amor. Por eso, no es raro que hasta los más allegados se sorprendan cuando una pareja anuncia su separación. Pero quizá no sólo por la variedad de los vertederos del amor. También porque, ante el fracaso del amor, suele imperar de entrada la ficción y el engaño, tanto ante uno mismo si es parte de ese fracaso, como ante los demás. Duele tremendamente reconocer el fracaso en el amor.

Y también es cierto que no podemos dejar de proyectarnos a nosotros mismos en aquello que vemos, sea el amor o cualquier otra cosa, y que no nos importa tanto la realidad de la pareja observada cuanto nuestra propia realidad. Quien tiene un tesoro posee con él el temor de perderlo, es inevitable. Y pienso que de ese temor surge nuestro interés por observar a otras parejas: queremos saber cuáles son los indicios que delatan la pérdida, cuáles son los mecanismos que propiciarían o anunciarían la decadencia de lo que más apreciamos. Queremos hacer bien las cosas y nada acontece de un día para otro, sino que es el resultado de un proceso. De ahí que estemos ansiosos por conocer, a través de la contemplación de las relaciones de otros, las dinámicas con las que podría iniciarse un proceso de decadencia o pérdida no deseada o los signos que las revelarían. Para poder anticiparlos y combatirlos siempre que nos sea posible, para estar alertas ante su posible llegada.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Me alegro mucho, Delirium :)

Las imágenes de los funerales del amor abundan más de lo que nos gustaría y hay muchos lugares en los que se hacen evidentes. Además de los restaurantes, otro lugar para mí muy significativo son las colas ante las cajas de los supermercados. Hacer cola es algo tremendamente aburrido, que a todos nos fastidia. Y no sé si será ese fastidio de cada cual lo que, a mis ojos, suele hacer aflorar con más nitidez el cansancio o incluso la irritación que se siente hacia el otro. De algunos malos gestos, o de algunas miradas de tedio o incluso desprecio entre parejas, he vuelto a casa auténticamente horrorizada y diciéndome, Antígona, por dios, no dejes que nunca te pase esto. Y sí, nada más terrible, como dices, que sentirse solo estando con alguien. El sentimiento de soledad es entonces doble, triple, infinitamente mayor que cuando uno está solo sencillamente por falta de compañía.

Esos otros silencios son una maravilla, sí. Nadie dice que haya que estar las veinticuatro horas del día hablando para que entre una pareja exista armonía y comunicación. Justamente, hay para mí otro síntoma de signo contrario donde uno palpa que una relación funciona: poder estar con la otra persona en una misma habitación, en silencio, cada cual perdido en sus cosas, o en su propio mundo, y no sentir ni un ápice de incomodidad o tensión. Pero luego tiene que llegar, antes o después, de una manera u otra, el momento en que cada cual sienta el impulso de volverse hacia el otro y compartir ese mundo rompiendo el silencio.

Nos vemos ya pronto, muy pronto :)

Un besazo enorme!

troyana dijo...

Antígona,felicidades por el texto,de que manera tan detallada y literaria nos expones el inexorable decaimiento del amor,a medida que pasa el tiempo,esos silencios delatan la pérdida del entusiamo,dejando paso a la inercia,la rutina,la falsa seguridad que proporciona la inmovilidad.Hay que ser conscientes y armarse de valor para romper con esa sucesión de hábitos y rituales que cada pareja va conformando dejando entrever la desilusión y la conformidad.
A medida que pasa el tiempo además,cuesta más arriesgarse,romper,empezar de cero,pero así es la vida: una sucesión continua de cambios,mudas de piel y renovación.
Un abrazo para ti

Miss.Burton dijo...

Sentí ese silencio alguna vez en mi vida, ese del que hablas, en el que uno está con su libro de turno, el otro apoyado en tu hombro, con el suyo. Y todo es mágico, y hay una complicidad única, y sabemos, que de un momento a otro, los libros pasarán a mejor vida para quedarnos a vivir en ls ojos del otro... Sí... eso es magia, de la mejor.
Las colas del super... para mi lo mas representativo son los restaurantes, ando siempre pensando, por favor, QUE NO ME PASE A MI. Y me vuelvo loca pensando en como la gente puede abandonarse a una nada. Nada a la que yo he vuelto a veces, y que es la soledad esa triple de la que hablas.
Nos vemos ya, en los bares, y con muchas ganas.
Un beso fuerte,

Neo dijo...

Básicamente estoy de acuerdo en la visión de un amor natural (que bien lo explica nosurrender), en el que hay espacio para la palabra y el silencio, que fluye, que no se desgasta si no que se hace más fuerte con el tiempo.

Lo que no entiendo es el horror al ver en otras personas que eso no sucede.

Pero creo que esto sólo se consigue totalmente cuando no hay nada forzado, cuando no hay obligación ni posesión; luego si no hay posesión, si no se TIENE un tesoro, no puede haber tampoco miedo de perderlo.

No entiendo el pensar "que no me pase a mí lo que les pasa a ellos", lo mismo que no entiendo pensar en cualquier otra cosa mala que haya en el mundo. "que no me pase un accidente" o "que no me quede sin trabajo"... esos pensamientos son cosa del miedo y hacen que no seamos felices, no?

bsos

Rodrigo D. Granados . dijo...

-¿Qué clase de personas pueden estar sentadas juntas sin nada que decirse? (no es literal)

- Los matrimonios.

Diálogo de "Dos en la carretera", que seguramente será la película preferida de María