"Yo he vivido cada día como si fuera una parodia... una mala imitación. (...) No me acuerdo de nada. Si muriese en este momento y el padre eterno me dijera: "Romano, ¿qué recuerdas de tu vida?"
La nana que me cantaba mi madre cuando era pequeño, el rostro de Elisa la primera noche, y las brumas de Rusia".
¿Cómo es posible que los recuerdos de una vida se reduzcan a tan poco? ¿Que los largos años que componen el trayecto de una vida desaparezcan en el desierto sin nombres del olvido como si jamás hubieran existido? Quizá todo dependa del modo en que se ha vivido esa vida. O mejor: del modo en que no se ha vivido. Porque en la condena a la ausencia de memoria adivinamos el vacío de una vida carente de verdadera vida. Una vida transcurrida sobre los cauces invisibles de la rutina apática, de la tranquila indiferencia, incluso de la alegría hueca y banal, buscada y sentida con agitación en el presente pero incapaz de dejar poso alguno. Una vida sin emociones auténticas, sin desafíos ni decisiones propias. Tantas y tan variopintas pueden ser las máscaras del vacío. Pero el elemento común a sus diferentes contornos reside tal vez en esa falta de de peso y profundidad que les impide dejar una huella indeleble, una impronta resistente a la erosión y el desgaste naturales del imparable tic tac del reloj, en la tierra movediza de nuestra frágil memoria.
Romano salva tan sólo tres momentos de ese vacío. La música que, cantada por su madre, meció los sueños de su niñez, la etapa en que nuestra memoria virgen y aún inocente resulta más impresionable. El rostro joven y fresco de su mujer, que intuimos iluminado por el iniciático descubrimiento del misterio del amor en esa primera noche, una noche en la que Romano aún podía acariciar la imagen de una vida cargada de promesas. Y las brumas de Rusia. Mientras Romano va extrayéndolos como tesoros del pozo seco de su memoria, sus ojos han ido llenándose de lágrimas. Pero con este último recuerdo las lágrimas se desbordan en un llanto que parece el llanto inconsolable de un niño. De un niño que, como Romano, llevara las manos a sus ojos y los frotara y así se cegara al mundo en su dolor. De un niño que, como Romano, aún no hubiera vivido. Sólo que a diferencia de ese niño, el llanto de Romano brota de la sinceridad con la que se enfrenta, a través de esos tres recuerdos arrancados al olvido, al erial en que esas mismas manos han convertido su vida.
Sin embargo, el momento de franco desgarro, de inapelable reconocimiento del fracaso y del vacío por él mismo labrado, apenas dura unos pocos segundos. Tal y como ha sido habitual en él durante toda esa vida, Romano arroja con premura sobre su dolor un velo de fatua e inconsciente alegría que le impele a cantar y a bailar al ritmo de la música gitana surgida de su cabeza al recuerdo de las brumas de Rusia. Éste es Romano. Eternamente frívolo. Eternamente despreocupado y alegre en danza sobre el vacío.
Las brumas de Rusia representan, para Romano, el último momento de su vida en que tomó la decisión de trocar la alegría frívola y ligera en proyecto de felicidad. El último momento en que se resolvió a abandonar su tranquilo y plácido letargo para dar un paso hacia la vigilia, difícil, en ocasiones dolorosa, pero también más plena e intensa, de la verdadera vida. Unas horas antes se ha declarado a la mujer que ama. La mujer por la que ha recorrido miles de kilómetros desde Italia, donde goza de una vida fácil y cómoda junto a su esposa, Elisa, una rica heredera a quien ya no ama. Romano conoció a Ana, la mujer del perrito, en un balneario en el que también había conocido y después olvidado a muchas otras mujeres. Pero con Ana le ha sucedido algo distinto, algo sorprendente: de vuelta en el hermoso palacio de su esposa, no consigue olvidar su rostro. Por eso, la noche anterior, cuando finalmente la casualidad le lleva hasta ella, le ha dicho con voz clara y firme: "No puedo vivir sin ti". Y Ana, con voz trémula, le ha confesado que tampoco ella puede vivir sin él. Bajo las brumas de Rusia, Romano viaja a bordo de un carro hacia Italia empuñando la idea de poner fin a su matrimonio y posteriormente regresar a Rusia para emprender una nueva vida con Ana. Una vida muy diferente de la que ha vivido hasta entonces. Romano palpa ya la felicidad. Está pletórico, exultante, pero sobre todo, reconciliado consigo mismo. Por primera vez, confesará mucho tiempo después a un hombre ruso en el restaurante de un barco, después de largos y largos años, no siente el peso de su conciencia. Porque por primera vez ha tomado las riendas de su vida y se aleja del vacío para embarcar rumbo hacia la posibilidad de la plenitud.
Pero Romano, pobre Romano, no logrará estar a la altura de esa decisión. De vuelta en Italia, y llegado el momento de comunicarla a su esposa, basta que ella le pregunte inquieta, temerosa, si hay otra mujer en su vida para que Romano niegue, ante ella y ante sí mismo, la felicidad serena, grave, resuelta, proyectada hacia adelante, que ha vivido bajo las brumas de Rusia. ¿Por cobardía? ¿Por miedo? Sin duda si, como alguien dijo, el miedo es, al igual que la mentira, una tentación de la facilidad. En ese instante crucial, es más fácil para Romano mentir a su mujer que afrontar el sufrimiento de ella ante la ruptura, los reproches, su mirada decepcionada o iracunda. Lejos de las brumas de Rusia, es más fácil tratar de aniquilar el recuerdo y dejarse vencer, traicionando la verdad sobre sí allí descubierta, por la fuerza de la costumbre, por la inercia de su vida cómoda y regalada. De regreso en casa, es más fácil elegir la seguridad de lo ya conocido frente a la incertidumbre y el riesgo que supondría mantenerse fiel a esa verdad. A fin de cuentas, ése ha sido siempre Romano. Alegre, frívolo, inconsciente. Habituado a rehuir lo difícil sucumbiendo cada vez a la tentación de la facilidad.
Y, sin embargo, ocho años después, Romano llora amargamente. Ni tan siquiera su natural despreocupación, su pertinaz ligereza, su carácter jocoso, han conseguido borrar, en el desierto de su memoria vacía, el recuerdo de las brumas de Rusia y lo que para él significan. Porque por más que Romano sea un maestro de la facilidad y el olvido, y acabe ahogando sus lágrimas en canto y baile, su llanto es el síntoma de una conciencia que nunca logrará apagar definitivamente: la de que, de haber optado por lo difícil, su vida podría quizá haber sido una verdadera vida en lugar de una parodia, de una mala imitación suya.
Que algo nos sea difícil, le escribió una vez Rilke a un joven poeta, debe ser un motivo más para llevarlo a cabo.
Romano es, como muchos ya sabréis, el protagonista de la bella película de Nikita Mijalkov "Ojos negros", inspirada, entre otros, en el cuento de Anton Chejov "La señora del perrito". No he conseguido averiguar cuáles son esos otros cuentos. Si alguien lo sabe, que haga el favor de saciar mi curiosidad :)
La nana que me cantaba mi madre cuando era pequeño, el rostro de Elisa la primera noche, y las brumas de Rusia".
¿Cómo es posible que los recuerdos de una vida se reduzcan a tan poco? ¿Que los largos años que componen el trayecto de una vida desaparezcan en el desierto sin nombres del olvido como si jamás hubieran existido? Quizá todo dependa del modo en que se ha vivido esa vida. O mejor: del modo en que no se ha vivido. Porque en la condena a la ausencia de memoria adivinamos el vacío de una vida carente de verdadera vida. Una vida transcurrida sobre los cauces invisibles de la rutina apática, de la tranquila indiferencia, incluso de la alegría hueca y banal, buscada y sentida con agitación en el presente pero incapaz de dejar poso alguno. Una vida sin emociones auténticas, sin desafíos ni decisiones propias. Tantas y tan variopintas pueden ser las máscaras del vacío. Pero el elemento común a sus diferentes contornos reside tal vez en esa falta de de peso y profundidad que les impide dejar una huella indeleble, una impronta resistente a la erosión y el desgaste naturales del imparable tic tac del reloj, en la tierra movediza de nuestra frágil memoria.
Romano salva tan sólo tres momentos de ese vacío. La música que, cantada por su madre, meció los sueños de su niñez, la etapa en que nuestra memoria virgen y aún inocente resulta más impresionable. El rostro joven y fresco de su mujer, que intuimos iluminado por el iniciático descubrimiento del misterio del amor en esa primera noche, una noche en la que Romano aún podía acariciar la imagen de una vida cargada de promesas. Y las brumas de Rusia. Mientras Romano va extrayéndolos como tesoros del pozo seco de su memoria, sus ojos han ido llenándose de lágrimas. Pero con este último recuerdo las lágrimas se desbordan en un llanto que parece el llanto inconsolable de un niño. De un niño que, como Romano, llevara las manos a sus ojos y los frotara y así se cegara al mundo en su dolor. De un niño que, como Romano, aún no hubiera vivido. Sólo que a diferencia de ese niño, el llanto de Romano brota de la sinceridad con la que se enfrenta, a través de esos tres recuerdos arrancados al olvido, al erial en que esas mismas manos han convertido su vida.
Sin embargo, el momento de franco desgarro, de inapelable reconocimiento del fracaso y del vacío por él mismo labrado, apenas dura unos pocos segundos. Tal y como ha sido habitual en él durante toda esa vida, Romano arroja con premura sobre su dolor un velo de fatua e inconsciente alegría que le impele a cantar y a bailar al ritmo de la música gitana surgida de su cabeza al recuerdo de las brumas de Rusia. Éste es Romano. Eternamente frívolo. Eternamente despreocupado y alegre en danza sobre el vacío.
Las brumas de Rusia representan, para Romano, el último momento de su vida en que tomó la decisión de trocar la alegría frívola y ligera en proyecto de felicidad. El último momento en que se resolvió a abandonar su tranquilo y plácido letargo para dar un paso hacia la vigilia, difícil, en ocasiones dolorosa, pero también más plena e intensa, de la verdadera vida. Unas horas antes se ha declarado a la mujer que ama. La mujer por la que ha recorrido miles de kilómetros desde Italia, donde goza de una vida fácil y cómoda junto a su esposa, Elisa, una rica heredera a quien ya no ama. Romano conoció a Ana, la mujer del perrito, en un balneario en el que también había conocido y después olvidado a muchas otras mujeres. Pero con Ana le ha sucedido algo distinto, algo sorprendente: de vuelta en el hermoso palacio de su esposa, no consigue olvidar su rostro. Por eso, la noche anterior, cuando finalmente la casualidad le lleva hasta ella, le ha dicho con voz clara y firme: "No puedo vivir sin ti". Y Ana, con voz trémula, le ha confesado que tampoco ella puede vivir sin él. Bajo las brumas de Rusia, Romano viaja a bordo de un carro hacia Italia empuñando la idea de poner fin a su matrimonio y posteriormente regresar a Rusia para emprender una nueva vida con Ana. Una vida muy diferente de la que ha vivido hasta entonces. Romano palpa ya la felicidad. Está pletórico, exultante, pero sobre todo, reconciliado consigo mismo. Por primera vez, confesará mucho tiempo después a un hombre ruso en el restaurante de un barco, después de largos y largos años, no siente el peso de su conciencia. Porque por primera vez ha tomado las riendas de su vida y se aleja del vacío para embarcar rumbo hacia la posibilidad de la plenitud.
Pero Romano, pobre Romano, no logrará estar a la altura de esa decisión. De vuelta en Italia, y llegado el momento de comunicarla a su esposa, basta que ella le pregunte inquieta, temerosa, si hay otra mujer en su vida para que Romano niegue, ante ella y ante sí mismo, la felicidad serena, grave, resuelta, proyectada hacia adelante, que ha vivido bajo las brumas de Rusia. ¿Por cobardía? ¿Por miedo? Sin duda si, como alguien dijo, el miedo es, al igual que la mentira, una tentación de la facilidad. En ese instante crucial, es más fácil para Romano mentir a su mujer que afrontar el sufrimiento de ella ante la ruptura, los reproches, su mirada decepcionada o iracunda. Lejos de las brumas de Rusia, es más fácil tratar de aniquilar el recuerdo y dejarse vencer, traicionando la verdad sobre sí allí descubierta, por la fuerza de la costumbre, por la inercia de su vida cómoda y regalada. De regreso en casa, es más fácil elegir la seguridad de lo ya conocido frente a la incertidumbre y el riesgo que supondría mantenerse fiel a esa verdad. A fin de cuentas, ése ha sido siempre Romano. Alegre, frívolo, inconsciente. Habituado a rehuir lo difícil sucumbiendo cada vez a la tentación de la facilidad.
Y, sin embargo, ocho años después, Romano llora amargamente. Ni tan siquiera su natural despreocupación, su pertinaz ligereza, su carácter jocoso, han conseguido borrar, en el desierto de su memoria vacía, el recuerdo de las brumas de Rusia y lo que para él significan. Porque por más que Romano sea un maestro de la facilidad y el olvido, y acabe ahogando sus lágrimas en canto y baile, su llanto es el síntoma de una conciencia que nunca logrará apagar definitivamente: la de que, de haber optado por lo difícil, su vida podría quizá haber sido una verdadera vida en lugar de una parodia, de una mala imitación suya.
Que algo nos sea difícil, le escribió una vez Rilke a un joven poeta, debe ser un motivo más para llevarlo a cabo.
Romano es, como muchos ya sabréis, el protagonista de la bella película de Nikita Mijalkov "Ojos negros", inspirada, entre otros, en el cuento de Anton Chejov "La señora del perrito". No he conseguido averiguar cuáles son esos otros cuentos. Si alguien lo sabe, que haga el favor de saciar mi curiosidad :)
32 comentarios:
¡¿Una película inspirada en cuentos de Chejov?!
Hoy no te hago la segunda lectura Antígona. ¡Tengo que ver esa peli ya mismo! ¿Por qué no me había enterado yo de esto? ¿Será que trabajo demasiado?
Intentaré descubrir cuáles son los otros cuentos. Además, así tengo una excusa para releer a Chejov.
¡Un beso!
Antígona,hermoso post.Por un lado,la memoria selectiva que olvida,y al final retiene caprichosa un puñado de difusos y recreados recuerdos.Por otro lado,me ha encantado esa definición del miedo como una tentación de la facilidad, y es así,porque enfrentarse a nuestros miedos es tarea de Hércules y requiere esfuerzo y sufrimiento, mientras que ceder a lo conocido y sucumbir y justificar un destino adverso sin apenas luchar es una tentación de lo fácil y lo complaciente.
Un abrazo y un beso para ti
Muy bonito, Antígona. Aprovecho para contarte que en edición de Antonio Pau han salido recientemente a la luz algunas cosas de Rilke, traducidas del ruso (aunque igual tú sabes ruso y lo lees directamente).
Un beso,
JJ
Ummm en cuanto leí el nombre de Romano me sonreí, recordando la película... Maravilloso Mastroiani, ummm. Y maravillosa película. Lamento no poder decirte lo de los cuentos... ni idea, sabía que se basaba en escritos de Chejov pero poco más. Tengo el DVD original en casa, voy a mirar a ver si apareciera algo al respecto en los extras.
Y esa frase de Rilke la hice mía hace mucho tiempo (la misma persona que me regaló la película, me regaló el libro de Rilke, jajaja, no soy muy dada, nada de nada, a casualidades místicas pero me hacen gracia cuando se producen), de hecho, como ya te he comentado otras veces, lo que más aborrezco de estos tiempos nuestros es precisamente eso, la cultura de la facilidad y lo que yo llamo "la digestión rápida"...
Los bocados lentos se recuerdan mejor, jeje.
Por una vida plena, o su intento, Antígona muá, besos con brumas.
Independientemente de la manera que se sea, llega un momento en la vida, en el que uno no puede escapar de su propia conciencia. Podremos distraerla, pero nunca acallarla.
Supongo que hay personas que pasan por la vida deslizándose, y luego estamos los que pasamos la vida comiéndonosla por los cuatro costados.
Romano elige lo facil, elige el estar muerto en vida, no es el miedo lo que le impide seguir, es quizás, el saber que no está a la altura, y además, no le es incómodo seguir esa pauta de vida banal en la que no cabe el plantearse una existencia plena y digna.
Creo que se nace, no se hace. A todos nos llegan momentos de ida sin vuelta, en los que hay que apechugar, y apechugamos como podemos. Pero luego están esos otros, los que no quieren, porque sencillamente, no pueden. El miedo es una mierda que denomina a esos momentos en los que uno no quiere forzarse a nada. Cobardía... hay tantos sinónimos...
Lo importante es que Romano, desde su frivolidad, que es una coraza con la que se defiende de la vida que duele, llega a ese punto de inflexión necesario, y al menos, reconoce que lo que vivió fueron tan sólo cortinas de humo, y que es pequeño, porque no ha sabido manejarse ante situaciones de gran calibre. No ha podido, mejor dicho, no se lo ha querido permitir, que la vida jode, y los sueños son mas bonitos, y fáciles, y cómodos.
A mi la palabra dificil, ya me pone de por sí. Mi vida es siempre eso. Y puedo asegurarte, que cada paso que doy, y cada guerra que libro... es un aprendizaje eterno. Y que vinimos a vivir, coño, y lo demás, lo demás es mentira de la buena, y maneras de engañarse, que las hay a mares.
Un besazo fuerte, ya nos vemos muy prontito.
Romano es un cagón, prefiero estar recosida que cagada. Eso lo firmo¡
Pues tomo nota, de la peli y de al menos ese cuento.
A Romano le inunda la frustración. Por no complicarse la existencia, le anula el sentido. Ese proceder frívolo destinado a la autoprotección no le conduce más que a la aniquilación de su propio ser. Podría ser una de esas personas que terminan suicidándose ante el terror evidente del vacío.
Como siempre, el truco de la vida consiste en el punto intermedio: ni demasiado fácil, ni demasiado difícil. Lo fácil ya lo has expuesto tú. Y lo difícil, pues sí, es un reto. Es la experiencia que realmente nos puede permitir avanzar. Pero una lucha continua sin tregua puede acabar siendo también aniquiladora. Pero bueno, supongo que eso ya va a caracteres. Lo más importante del asunto es poder llegar a ser sincero con uno mismo, una de las tareas más complicadas. Porque las peores luchas no las libramos contra los demás, sino contra nosotros mismos.
Un beso sin patatas fritas ;)
Madre mia que sorpresa , "Ojos negros " ha sido "mi pelicula " durante un montón de tiempo.
Cada dia me sientas mejor Antigona .
Perfecto retrato de Romano.
Un besazo
Bueno, Esencial, pues como parece que tú eres aquí la experta en Chejov, seguro que serás también la persona más indicada para, una vez hayas visto la película, averiguar en cuáles de ellos -además de “La señora del perrito”- está inspirada. No me falles! ;)
Hazte con ella cuanto antes que seguro que te va a encantar. Y disfruta de tu relectura de Chejov!
¡Un beso!
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Querida Troyana, nuestra memoria tiene un funcionamiento tan prodigioso como misterioso, y es muy posible que su activación o parálisis en determinados momentos sea un claro reflejo de lo que ocupa entonces nuestras vidas. Algunos olvidos son a veces extremadamente significativos, como también lo es la activación inesperada de determinados recuerdos. Me alegra que te haya gustado esa definición del miedo. No la he leído del propio Jankélevitch, sino que la encontré citada en un libro de otro autor y me pareció muy iluminadora, por verdadera. Enfrentarnos a nuestros miedos es probablemente el mayor reto de toda vida humana. Porque los miedos son omnipresentes, nunca se agotan, e incluso en ocasiones se encubren bajo la faz de otros sentimientos porque, o bien no somos capaces de reconocerlos, o nos resulta más fácil no admitirlos. Y a cada tramo de nuestra vida, sus miedos específicos, que nos acompañarán hasta el instante mismo de nuestra muerte. Por eso, esa lucha es siempre difícil, por agotadora, por inacabable, porque vencer y superar los miedos en pos de aquello que se abre más allá de ellos requiere un esfuerzo del que no siempre nos sentimos capaces. Pero es necesario hacerlo si queremos evitar el fracaso. El fracaso que supone no haber estado a la altura de nuestros deseos y proyectos por culpa de esos dichosos e inevitables miedos.
Un beso y un abrazo, y mucho ánimo frente a los tornados! ;)
Muchas gracias, JJ. Lo buscaré por la red y lo encargaré, que últimamente no tengo tiempo ni de pisar librerías. Lo de saber ruso, jajaja, ¿de dónde te has sacado esa peregrina idea? Con el alemán ya tengo más que bastante, que encima se me está olvidando a pasos agigantados.
Cuídate y un gran beso!
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Niña Margot, algo me decía que tú ibas a ser de las admiradoras de esta película ;) Yo la ví hace muchos años, de bien jovencita, y me gustó muchísimo. Así que hace poco por alguna razón la recordé, me hice con ella y he vuelto a verla estos días atrás. Y la verdad es que no me ha defraudado en absoluto, porque a veces tiendo a idealizar en el recuerdo determinadas películas y cuando vuelvo a verlas ya no es lo mismo. Pero desde luego no ha sido el caso de ésta. Tiene escenas de una belleza realmente impactante. Y el personaje de Romano es para mí un personaje de antología. Algo que tampoco es independiente de que fuera el gran Mastroiani quien lo interpretara.
Rilke tiene frases que habría que enmarcar y colgarlas bien visibles en la pared del salón para que no se nos olvidaran nunca. Para mí son un pozo de sabiduría vital del que beber una y otra vez. Ya he dado aquí bastante prueba de mi predilección por él. Pero el caso es que, por más que pase tiempo sin leerlo, me doy cuenta de que nunca dejará de ser un referente en mi vida. Y es que en lo difícil, y no en lo fácil, es donde se esconde todo aquello que nos puede hacer crecer y engrandecernos día a día. El lugar donde se albergan los tesoros que nunca deberíamos dejar de buscar para tener la vida que realmente deseamos tener. Nada es gratis, y menos lo valioso. Y para alcanzarlo hay que estar dispuesto a pagar ese precio, por difícil y costoso que nos resulte. Luego siempre llega el premio.
Un beso a la rusa!
También yo creo, Delirium, que nuestra conciencia nunca nos dejará en paz, por más que tratemos de acallarla. Y eso está bien, porque de esa voz es de donde surge nuestro afán de no volver a cometer los mismos errores que en el pasado, la posibilidad de dar un giro a aquellas cosas que no funcionan bien o con las que estamos satisfechos. Siempre y cuando, claro, no hayamos sido tan estúpidos como para no querer escucharla hasta que nada tiene remedio, como le sucede, por ejemplo, al protagonista de “Fresas salvajes” de Bergman.
Romano es un personaje complejo, y tienes razón, otra lectura de lo que le sucede es la de que él mismo sabe que no puede estar a la altura de la decisión que tomara en Rusia, que ni él mismo se cree capaz de dar un giro a su vida. Pero, ¿no es ese presunto saber sobre nosotros mismos a veces algo engañoso? ¿No es precisamente un subterfugio más para continuar huyendo de lo que uno siente que debería hacer? Porque realmente no sabemos de lo que somos capaces hasta que no lo intentamos. Y decir “yo soy así y nunca podré ser de otra manera” es probablemente la mentira más grande que podemos contarnos a nosotros mismos justamente para acallar esa conciencia que incordia. Y también la jaula más grande en la que podemos encerrarnos por no atrevernos a desplegar las alas que podrían conducirnos al cumplimiento de nuestros deseos.
En este sentido, yo no creo que en esta vida se nazca con nada que realmente nos determine hasta el punto de orientarnos por unos caminos por cerrarnos otros. Tampoco diré que todo es cuestión de voluntad. Alguien decía, hablando de la libertad, que no somos libres de decidir muchas, incluso la gran mayoría de las cosas que nos pasan, pero siempre somos libres de decidir afrontar de una manera u otra eso que nos pasa. Por eso creo que Romano siempre hubiera podido saltar por encima de sí mismo, de su tendencia a la frivolidad, de su vida complaciente, y al menos intentar darse a sí mismo la posibilidad de otra vida. Aun cuando hubiera tal vez fracasado en el intento. Y el propio Romano sabe, es consciente, de que hubiera podido intentarlo. ¿Cómo si no se explica ese llanto amargo al recordar las brumas de Rusia? Porque algo en él le dice que no lo hizo bien, y si no lo hizo bien, fue porque siente que podría al menos haber hecho el intento de hacerlo mejor.
Muy interesante lo que dices del aprendizaje. Porque, en efecto, es eso lo que se alcanza con el enfrentamiento con lo difícil: aprender sobre sí mismo, sobre las propias capacidades, sobre los propios deseos. Del enfrentarse a lo fácil y trillado, a lo ya conocido, no surge conocimiento alguno. Para aprender a vivir esta vida, hay que adentrarse en lo difícil, en lo que tememos, en lo que más nos acobarda, y recorrer su senda aunque sea temblando de miedo. Eso es lo que diferencia al cobarde del valiente: ambos tienen miedo, pero sólo el segundo decide asumirlo y ponerse por encima de él para que no sea un impedimento en su proyecto de vida.
Un beso enorme y hasta muy muy pronto!!!
Toma nota, sí, querida Dusch, porque es de esas películas que uno no se puede haber muerto sin haber visto –bueno, eso es una exageración, pero ya me entiendes :)- y conociéndote un poquito, estoy segura de que te va a encantar. La película sólo está parcialmente inspirada en ese cuento, y si lo lees después de ver la peli, verás que el desenlace es totalmente distinto. Por eso tengo tanta curiosidad por saber en qué otros cuentos de Chejov está inspirada. Porque el desenlace de la película es esencial en la historia de Romano, y me gustaría saber si proviene de algún otro cuento de Chejov o es una aportación del director.
Cuando la veas, verás que Romano parece de todo menos un hombre frustrado, aun cuando esa frustración anide, en efecto, en el fondo de su ser. Se ha pasado tantos años rehuyendo el dolor y entregándose a la inconsciencia y a la frivolidad que ambas han pasado a constituir la parte más esencial de su carácter, de su manera de encarar cada una de las cosas que vive. Romano, a no ser por ese momento de llanto y desgarro que la película presenta de una manera tan descarnada, tan conmovedora, es la viva estampa de la alegría, del olvido, de la despreocupación. Incluso el aparato teórico que despliega para interpretarse a sí mismo, al mundo, sus ideas, sus creencias, están al servicio de esa autoprotección y mantienen bien a raya su conciencia. Pero algo pasa en la película –no te lo voy a contar, claro- que hará caer momentáneamente esas barreras. Aunque sólo momentáneamente. Porque el llanto vuelve a mezclarse en cuestión de segundos con la alegría y el baile. Así que no creo que Romano sea de los que se suicidan. Pero quién sabe.
Te doy la razón en lo que señalas del equilibrio entre lo fácil y lo difícil. Más cuando la vida avanza y uno empieza a, fuerza de experiencia, a conocer sus límites. No podemos enfrentarnos a lo difícil como si fuéramos kamikazes, como si nada hubiera insuperable para nosotros. Siempre hay cosas que nos superan, y es mejor reconocerlas antes que estrellarse por temeridad o falta de conocimiento de sí. Pero también creo que hay que estar atento con nuestros “no puedo, para qué intentarlo”. Porque confío en la capacidad del ser humano para poder incluso lo más insospechado para él mismo a fuerza de tesón, voluntad e ilusión. De lo que somos o no capaces, nunca terminamos de saberlo hasta no intentarlo. Y, a veces, lo que creemos más difícil, es más un terrible fantasma de lo difícil que su realidad. Sólo que no podemos saberlo hasta que no nos decidimos a afrontarlo.
Por cierto, que aunque no me sienten bien, no te dije que tus patatas tenían una pinta estupenda ;)
Un besazo!
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Vaya, Casilda, cómo me alegro de esta coincidencia y de haberte llegado con el post. Espero, no obstante, que no haya dejado de ser “tu película” sino, sencillamente, que a la lista de “tus películas” se hayan sumado otras más. Un día me las cuentas, que seguro que saco de ellas algún descubrimiento valioso :)
Romano es un personaje inolvidable, sí. Lástima no haber encontrado un youtube de ese momento en el que se centra el post, que es tan inolvidable como el propio Romano.
Un gran beso!
Me apunto el título de la película, que no he visto. Lo curioso, para mí, es que enfrentarse al miedo no parece más doloroso que vivir en él. ¿Por qué, entonces, cuesta tanto hacerle frente?, ¿por costumbre?, ¿porque la mayoría de los miedos se hereda y lo novedoso es siempre realizarnos a nosotros mismos deshaciéndonos de sus caretas? Maravillosa la entrada, como siempre.
Besos
Pues amiga Antígona, no tengo mucho tiempo para comentar tu entrada como se merece, pero sí puedo decirte cuales son los relatos de Chejov en los que está basada la película.
El guionista y su equipo tomaron elementos basicamente de "La señora del perrito" y "La fiesta de cumpleaños". Después para dar sustancia al caracter de Ana se basaron en "Ana en el cuello", y después se inspiraron en "Mi esposa" para elaborar el final del guión.
Esos son los cuatro relatos que buscabas. Me debes una birrita.
Este inmenso post me ha tocado demasiado hondo, cualquier cosa que diga será una tontería.
Deseando que Dios le guarde por muchos años su asombrosa lucidez, quedo a sus pies, señorita.
Lo bordas, niña, lo bordas¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Un besazo, nos vemos en los bares... que estarán llenos de cenas de empresa, copas de empresa, peña de empresa... joder, que pereza, si lo pienso, me atrichero en mi castillo y no salgo hasta el 7 de enero...
BSSSSSSSSSSSS
Antígona,
bajo la influencia de tu entrada,acabo de ver "Ojos negros" y el texto ahora cobra mayor relieve para mí, si cabe.
Me entristece pensar que conozco a más de un Romano incapaz de afrontar sus pesares,refugiado en su rutina,su forzada alegría,su frivolidad...pero líbreme Dios de aguantar más palo que el de mi vela,que ya tengo bastante con mi propia conciencia,y ésa no es tarea mía.
Por otro lado,últimamente me ronda por la cabeza la idea de la fácil renuncia,de la falta de persistencia al primer obstáculo,de la complacencia y la cobardía,pero: ¿cúando saber pasar página ante la falta de conveniencia si a veces_y esto ya lo hemos hablado-lo mejor que puede pasarnos es que no se cumplan nuestros deseos?¿y si paradójicamente nos empecinemos en lo imposible y en lo que nos causa trastorno y sufrimiento?
Ay, Antígona,cúantas preguntas,últimamente no tengo más que incertezas,quíen pudiera estar a veces ante el Oráculo de Delfos aunque la respuesta estuviera cifrada y requiriría todo nuestro ingenio averiguar su significado;)
Un abrazo para ti!
¡Pobres frívolos! Siempre ocupados en demostrar que nada les afecta. Siempre teniendo que esconder sus miedos tras la máscara de la despreocupación.
Con sencillo que es todo. Cuando te miras al espejo y no te gusta lo que ves soluciónalo. Pero no hagas como Belén Esteban. La cirugía ha de ser mental no plástica.
Un beso
Qué bellísimo texto, qué intenso sabor me ha dejado esta evocación de Romano, que no necesita de Romano para elevarte hacia arriba. Deme unos días para entrar en su mundo. Y permítame que, ahora, no quiera salir. Me quito el sombrero.
Si,Romano puede vivir sin Ana, si para vivir basta respirar entrecortado.
Pero no quiere que la culpa, mastique su ánimo, porque así no pueden vivir quienes nunca han creído en sí mismos, aún fingiéndose villanos, quienes renunciaron a quererse antes de subir al escenario.
Y llora, sólo un rato, por la vida que no tuvo, por un guión mal interpretado y porque cuando le pregunten ,de su vida sólo acierte
a citar tres frases.
No he visto la película, mis palabras se desprenden de lo que me ha despertado la lectura de tu
entrada.
Una sonrisa
Arturo, es una gran película, no te la pierdas.
Supongo que la cuestión es que siempre podemos renunciar a aquellas cosas que de entrada nos atemorizan. Huir de aquello cuyo enfrentamiento nos asusta. También es doloroso vivir en la renuncia, más cuando se trata de renunciar al cumplimiento de nuestros deseos. Pero tal vez, como Romano, creemos que es más fácil apagar nuestros deseos, ocultarlos, olvidarlos, o incluso engañarnos convenciéndonos de que nunca fueron nuestros o que son quimeras irrealizables, que enfrentarnos a las circunstancias de entrada penosas de quizá podrían hacerlos realidad. Y supongo que lo que más nos asusta es el fracaso y nos decimos que no hay fracaso si no hay intento. Cuando, por el contrario, el mayor fracaso estriba en no atreverse a afrontar el omnipresente riesgo de fracasar en cualquier intento.
Un beso!
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Amigo Carrascus, aunque ya te di las gracias por este “regalito” en tu propio blog, te las vuelvo a dar aquí, que no sabes la ilusión que me ha hecho encontrarme con la solución al enigma después de haber buscado infructuosamente por la red. En cuanto tenga un rato me hago con ellos, que tengo mucha curiosidad por conocer de primera mano las historias sobre las que se basa la película y ver qué hay en ella del propio Chejov y qué es aportación de Nikita Mijalkov.
Ahora, un día me tienes que contar con más detalle cuáles son tus fuentes de información. Que no está bien eso de dar peces al hambriento y no enseñarle a pescar ;)
La o las birritas, las tienes garantizadas, claro que sí. Y unas tapitas también, que en esta casa no por coléricos somos menos generosos :)
Un beso!
Jota, dudo mucho que tú dijeras ninguna tontería, pero por supuesto que no hace falta tampoco decir nada. Me basta con que me digas que te ha llegado, que es de lo que se trata. Y me alegra mucho, además.
Espero, no obstante, que la conservación de mi mucha o poca lucidez no dependa de ningún Dios, como no sea de los antiguos dioses griegos, que son los únicos que me caen simpáticos, aunque haga ya tanto que se perdieran. Y, por favor, ¡de señorita nada! ¿O es que no sabes que todas las mujeres somos señoras aunque no estemos casadas? :P
¡Un beso!
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Hola de nuevo, guapa!
La verdad es que al final no se notó tanto ayer lo de las cenas de empresa y las odiosas aglomeraciones pre-navideñas, ¿no? Me imaginaba que iba a ser mucho peor. Ahora, estoy segura de que, de haber habido más follón, lo hubiéramos pasado igual de bien. Que yo cuando estoy a gusto me olvido de todo que lo haya a mi alrededor. Me alegré mucho de verte, niña. Pero no te atrincheres en tu castillo y a ver si repetimos antes del 7.
Cuídate y un besote!
Qué bien, Troyana, que ya la hayas visto! Confío en que no te haya defraudado y que la hayas disfrutado, pese al dramatismo de algunos momentos de la película. Aunque para mí no es incompatible lo de disfrutar una peli y acabar llorando a moco tendido con ella. Para nada.
Es posible que el personaje de Romano nos llegue, a quienes nos llega, porque no podemos dejar de reconocernos en él en algún aspecto u otro de nuestras vidas. Romano es la encarnación de una fragilidad, de una debilidad muy propia de los seres que somos, buscadores, por un lado, de la comodidad y el bienestar, y por otro, necesitados de superarnos a nosotros mismos, con todas nuestras limitaciones, para poder vivir del modo en que deseamos hacerlo.
Me parecen muy lúcidas todas las preguntas que planteas, Troyana, lúcidas y vitales, porque otra de nuestras grandes dificultades como humanos es saber lidiar con la naturaleza de nuestros deseos. Deseos cuya legitimidad o conveniencia no siempre podemos asegurar, deseos que, en ocasiones, nos traicionan porque surgen de falsas creencias, de falsas ideas, de interpretaciones erróneas de nosotros mismos o tal vez del mero desconocimiento de lo que mejor nos sentaría. O deseos que, sencillamente, como apuntas, deberíamos abandonar por insensatos, puesto que no encajan, no ya con nuestros propios límites, sino con los de la realidad. Y sufrir por lo imposible es sufrir en balde y hay que aceptar que, por dolorosa que sea, también la renuncia es una parte imprescindible de nuestras vidas.
También a mí me gustaría a veces tener a mano ese Oráculo con todas sus respuestas. Pero no sé si realmente nos serviría para algo. Las respuestas, así es, estarían cifradas, y es probable que sólo acabáramos leyendo en ellas lo que deseáramos leer, y no la presunta verdad que quisieran revelarnos. Los Oráculos sólo son mecanismos para la interpretación de nosotros mismos, y cargan por ello con la posibilidad de todos nuestros errores.
Ahora, sin tener yo ninguna respuesta para lo que planteas, sí diría que hay que intentarlo al menos una vez antes de renunciar. Quizá nos estampemos contra un muro, pero en el proceso habremos aprendido a enfrentarnos a nuestros miedos, cuyo poder paralizador es nefasto. Lo de saber cuándo cejar en el empeño, ay, eso ya es una cuestión mucho más complicada. Pero creo que a ello siempre nos ayudará el intentar mirar la realidad con una cierta distancia sin dejarnos cegar por nuestros deseos. Y otra cosa muy importante: contar con la visión que otros tienen de esa misma realidad y no enclaustrarnos en nuestra propia visión, siempre tan subjetiva y limitada.
Más besos!
Ay, C.E.T.I.N.A., pero es que supongo que nadie está libre de caer en esa frivolidad, sobre todo cuando no soportamos el peso de nuestros errores o de nuestras cobardías. Sin embargo, lo malo de esa frivolidad es que nos niega la posibilidad de aprender, de cambiar, de no volver a cometer los mismos errores.
Tienes razón al decir que el planteamiento es sencillo: mirarse al espejo y cambiar aquello que en él se refleja y no nos gusta. Pero no creo que su ejecución sea tan sencilla. No es sencillo ponerse frente al espejo, no es sencillo mirar atentamente, sin subterfugios ni engaños, lo que en él se nos muestra, ni es sencillo, en el caso de que seamos capaces de vernos, de apostar por el cambio, con todo lo que nos asusta o el trabajo que supone. La cirugía mental es mucho más complicada y costosa que la plástica. Por eso nos cuesta tanto llevarla a cabo.
Un beso!
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Me abruman sus palabras, Cartas en la noche :) Le doy las gracias por ellas, con las mejillas arreboladas. Esta casa no tiene puertas cerradas. Así que entre y salga de ella cuantas veces lo desee y sin pedir permiso. Ah, y en la nevera hay refrescos y cerveza y los sillones son grandes y cómodos, por si decide prolongar las visitas ;)
Un beso!
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Lo has dicho muy bien, Iliamehoy. Porque Romano es un superviviente, más que un viviente. Y aunque por unos momentos, por unos instantes, no tenga más remedio que hacerse cargo, que enfrentar cara a cara esa condición de superviviente, parte inevitable de ella es haberse habituado a no verla, haberse acostumbrado a esconderla bajo la alfombra para que no le duela. O decirse a sí mismo, ¿pero quién vive? Si nadie vive, si lo único a lo que se puede aspirar es a sobrevivir.
En este tipo de supervivientes el autoengaño es clave. De lo contrario, de no poseer esa capacidad para sobrevolar la verdad, no lo serían. Porque el dolor sentido sin enmascaramientos les empujaría a empezar a vivir.
Un beso y una sonrisa!
Qué gran película, doctora Antígona. Me encantó la historia desgarradora de Romano.
Yo creo que Romano perdió el ánimo justo en el momento en que conoció a su esposa Elisa, y supo que su vida sería algo regalado. Dejó de estudiar arquitectura, dejó sus proyectos, dejó a sus amigos y potenciales socios por falta de interés, porque ya tenía conseguida la vida acomodada exquisita que pensaba que era el objetivo de su carrera como arquitecto.
Cuando se tiene todo, ya no se busca nada. Eso es lo que imbeciliza a Romano. Nunca deberíamos dejar de tener necesidades no cubiertas (como decía una canción de alguien que no recuerdo “stay hard, stay hungry, stay alive if you can”), ya que si perdemos el interés por la lucha acabamos perdiendo el interés por nosotros mismos. Pobre Romano, sí. Y qué tragedia cuando Romano toma conciencia, en un segundo, en ese maravilloso plano que ha traído usted aquí, de que su vida ha sido una simple parodia.
Quizás todos tengamos un poco de Romano, en el sentido de tener la prioridad de huir del dolor, de huir de cualquier cosa que nos quite el confort en el que nos estamos instalando con los años.
Me ha encantado la frase de Rilke. Tiene razón el poeta alemán, sólo estamos vivos en la batalla, cualquiera que sea el resultado de ésta.
Un beso, doctora Antígona!
¿Por cobardía? ¿Por miedo?
Querida Antígona:
Llevo toda la noche entrando en tus habitaciones interiores, a las que entré cuando prearaba algunos para "Cartas en la noche". Pero, sean los que sean los pasillos que he atravesado, siempre he acabado en esta evocación de Romano, y en las cartas cruzadas -verdaderas joyas literarias en algunos cosos- entre tú y tus lectores...
"Optar por lo dificil": eso dices cuando señalas en el mapa de nuestros laberintos los pocos senderos que le quedaban a Romano -y que aún les quedan a nuestro propio espíritu- para hacer de la existencia una "verdadera vida en lugar de una parodia" o una "mala imitación" de lo pudo ser. Sitúas, además, en el miedo el origen de la continua ablación de su propia identidad, y de su huída adelante atado como una débil a los placer con que pretende sortear los zarpazos de su propia conciencia.
El de Romano es un gesto aniheroico que me arrastra esta noche -como lo hizo siempre desde que ví la película- hacia las orillas de mis propias frustaciones. ¿Tiene sentido "renunciar a la felicidad" que nos otorga las pequeñas cosas para lanzarse como loco a "lo difícil"? ¿Abandonarse a la "tentación de la felicidad" supone realmente una "traición" a la vida? ¿Cobardía? ¿Miedo?.
Esta reflexión tuya me inquieta como inquieta a ese abigarrado mallazo de lectores que han hecho de tus habitaciones una rada final en que descansar su barco, o una guarida en que guarecerse de los frios del invierno. Yo soy de los que han cometido el inmenso error de plantearse la vida como un constate subir a las montañas más altas y arriscadas, sin percatarme -eso lo sé ahora- de la belleza de esas otras pequeñas elevciones mesetas que, de haberlas explorado con humildad, me habrían conducido a las cimas altas a las que siempre quise encaramarse, como el hombre de Friedrich...No recuerdo si era Sísifo o era Tántalo, pero he vivido la ansiedad y la sed de quien, atado a una piera a la vera del río, no alcanza a tomar un poco del agua fresquísima que pasa a nuestro lado. Ahora, y despues de haber muerto y resucitado más de una vez, he advertido que no es el miedo al abismo lo que me impide subirme al tren y abrazarme a mi propia verdad, sino la aceptación de que no soy, ni quiero ser, un héroe.
Yo ya sé que hay muchas cosas que, ni como editor, ni como escritor, ni como persona, podré hacer. Pero he aprendido a renunciar a los debastadores blucles de la melancolía; he aprendido, también, a mirarme a mí mismo con un poco de piedad, la justa como para poder abrazar en su nimiedad y en su desnudez al hombre que está dentro del hombre que yo soy, al hombre más hermoso de mi vida. Y, finalmente, he renunciado a las cimas más altas a la que siempre aspiré, por el placer de conquistas muchas y más pequeñas cumbres.
Perdona por esta larga confesión: eso me pasa por haber bebido tanto vino bueno como hay aquí, en el tonel de Aquileo, para decirle al frío que se vaya un poquito más lejos...
Carlos
Perdóname de nuevo, pero no teniendo un correo electrónico al que poder dirigirme, no tengo otro remedio que decírtelo aquí. Me gustaría mucho -muchísimo- que colaborasen con una carta tuya en Cartas en la Noche, que espero publicar algún día en el papel. Lo que he visto aquí, las respuestas y contra-respuestas entre tú y algunos de tus lectores, son auténticas epístolas cargadas de literatura, como puedan estarlo las de Cortázar o las Albert Cohen.
Por favor, escríbeme a carlosmorales59@yahoo.es
Y te contaré más cosas.
Gracias, y perdón por haber ocupado tanto espacio con mi confesión anterior, cargada de erratas y de ausencias...
Carlos
Sólo he venido esta vez a dejarte esta pequeña historia de amor de tierra adentro colgada en tus calcetines rojos, como un pequeño regalo de navidad y de agradecimiento por los buenos ratos -y a veces no tan buenos- que me has hecho pasar.
Un abrazo
Me alegro de que comparta mi admiración por esta película, doctor Lagarto. Tiene usted buen gusto ;)
También yo creo que el cruce de Romano con Elisa fue un acontecimiento nefasto en su vida. Pero imprevisible en su fatalidad, puesto que Romano se enamoró de ella -¿y quién decide de quién enamorarse?- y no podía probablemente anticipar lo que la decisión de casarse con ella traería consigo. La vida a veces nos conduce por caminos que no resultan ser los mejores para nosotros, y no siempre tenemos la lucidez de verlos a tiempo ni la fuerza para reaccionar frente a todo lo negativo que supone hallarse un buen día recorriéndolos.
Y también estoy de acuerdo, más que de acuerdo, en su valoración de lo que significa tenerlo todo y entonces no sentir la necesidad de buscar ya nada. Ahora bien, quizá ese sentimiento o percepción de que lo tenemos todo no sea, por lo general, más que un falso espejismo y tan sólo un síntoma de que hemos dejado de buscar aquello que podría seguir haciéndonos aprender y enriqueciéndonos día a día. Porque, desde mi perspectiva, ese proceso no puede terminar más que con la muerte, y cuando nosotros mismos lo damos por terminado nos equivocamos absolutamente en lo que respecta a nuestra propia naturaleza, a lo que como seres humanos somos, a lo que, como dice la letra de esa canción, puede hacernos seguir vivos hasta el final de nuestros días.
Y en Romano es un espejismo evidente, puesto que a él le faltaba algo que todos los humanos reconocemos como esencial para seguir sintiéndonos vivos, que es el amor y la ilusión por el amor. De ahí que su llanto le delate y delate su conciencia de sí más allá de toda su frivolidad: ese amor aún le sigue faltando, pero dejó caer de sus propias manos la ocasión de entregarse a él y luchar por él.
Para mí es obvio que todos tenemos un poco de Romano. O mejor, que en todos vive un Romano junto con otras posibilidades de nosotros mismos que se le oponen. Por eso mismo me parece una figura sobre la que es necesario detenerse y pensar: para que ese Romano que vive en nosotros no acabe imponiéndose sobre las otras posibilidades y dominando nuestras vidas, condenándolas así a la parodia y a la falsa vida.
Me alegro igualmente de que le haya gustado la frase de Rilke. En realidad, diría que comparte el mismo espíritu que aquella otra que me regaló hace un tiempo y que decía “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo” y ahora cuelga en un post-it de mi librería. Porque me temo que la batalla frente a lo difícil nunca la ganaremos del todo, pero no por ello hay que dejar de empuñar las armas.
Un beso, doctor Lagarto!
Estimado Carlos, te agradezco sinceramente esta confesión tuya. Una confesión que, si dejamos al margen lo que de personal e íntimo tiene –algo fácil en este caso puesto que no te conozco-, me resulta valiosa por la reflexión que aporta a la problemática planteada en el post a través de la figura de Romano.
Ante ella sólo se me ocurre decirte algunas cosas. Y es que, por una parte, no creo que eso que Rilke llama “lo difícil” sea idéntico para cada ser humano. Todo depende de nuestro particular punto de partida, de nuestras naturales o adquiridas –poco importa- predisposiciones, de nuestras tendencias espontáneas o nuestros hábitos. Rilke recomienda al joven poeta la soledad por ser difícil. Pero no me cabe la menor duda de que para algunos la soledad es algo más fácil y aproblemático que la compañía. Y enfrentados ésos al reto de lo difícil no lo hallarían en la soledad a la que por las razones que sea tienden, sino, por el contrario, en la compañía que temen o en la que no aciertan a manejarse. Para ellos, la tentación de la facilidad se encuentra en la soledad a lo que están acostumbrados, en la soledad familiar y trillada, y lo difícil, por tanto, en el lado opuesto de tantos otros que rehúyen la soledad o no son capaces de soportarla.
Entiendo, pues, que lo difícil no tiene por qué residir en el acto heroico ni en la gran hazaña. Lo difícil reside, para mí, simplemente en aquello de lo cual cobramos conciencia que deberíamos incorporar a nuestras vidas por reconocer en ello una fuente de saber y aprendizaje –sobre nosotros mismos, sobre el mundo que nos rodea-, pero a lo cual nos resistimos por temor a la incertidumbre y a la inseguridad de los cambios, por pereza, por la comodidad de nuestras labradas rutinas.
Qué sea lo difícil para cada cual, eso sólo lo puede saber uno mismo en la intimidad de su conciencia. Y quizá la única manera de saberlo estribe en ser capaces de escrutar nuestros más profundos temores, de enfrentarnos a nuestros más íntimos miedos. Aun cuando por lo general los miedos sean comunes en lo esencial, no dejan de tener un revestimiento absolutamente individual e intransferible, un revestimiento que proviene de nuestra singular trayectoria y por el que tampoco somos equiparables a nadie. Son miedos que a veces nos resulta complicado identificar y que son siempre nocivos porque limitan el campo real y objetivo de las posibilidades que se hallan a nuestro alcance. Pues bien, desear conocer esos miedos que son tan nuestros, tan de cada uno de nosotros, y trabajar por superarlos, ¿no es siempre algo difícil, un desafío que cada cual debe afrontar si pretende ampliar el campo de sus posibilidades a la medida de sus ambiciones y expectativas?
Ahora bien, para mí también forma parte de lo difícil un aprendizaje que los humanos nunca hacemos con agrado e incluso nos negamos a hacer: el del reconocimiento y la asunción de los propios límites, el de la aceptación de que no todo nos es posible y mucho menos el cumplimiento de todos nuestros deseos. Y en este sentido, estoy segura de que esas renuncias de las que hablas, de que esos aprendizajes sobre ti mismo y sobre el modo en que debes mirarte, no te han costado pocos esfuerzos o sinsabores. Precisamente porque son algo difícil frente a la “tentación de la facilidad” del desconocimiento de sí, del autoengaño, de las falsas ilusiones y de la persistencia en el error.
En cuanto a tu propuesta, me halaga doblemente y no creo que tenga ningún problema en acceder a ella. Pero sí, te escribo en cuanto tenga un rato y me lo cuentas con más calma
Por último, muchas gracias por tu regalo navideño. Aún no he tenido ocasión de leerlo pero le he echado un vistazo y me ha gustado lo que he visto. Así que estoy segura de que lo disfrutaré. Y confío en que los malos ratos que, según dices, te he hecho pasar con algunos de mis post no hayan sido en balde. Que aunque este blog se llame “La cólera de Aquiles”, a Antígona no le gusta hacer sufrir a nadie :)
Un beso!
Estoy de acuerdo en que no hay que huir de lo difícil ni del miedo, pero es que, cuando ves realmente lo que pensabas que era muy difícil, te das cuenta de que no lo es tanto.
Y cuando ves realmente lo que es el miedo, desaparece.
¿Te has parado a pensar porqué Romano recuerda sólo esas cosas? pero profundizando al máximo. ¿porqué recordamos nítidamente cieros pasajes de nuestra vida? porqué es selectiva la memoria?
ah, y de paso, ¿porqué necesitamos recordar ciertas cosas? (y no me refiero a datos, fechas, técnicas...)
Yo creo que psicológicamente no hay que recordar nada. Ahí lo dejo =)
Sin lugar a dudas, se trata de una obra maestraesta película, y la actuación de Marcello... simplemente memorable. Vi este film hará más de veinte años, y reconozco perfectamente la minuciosa descripción que hace de algunas escenas; o tiene Ud. mucha memoria o un buen video club cerca. ¡Enhorabuena por suu gusto cinematográfico!
Seguramente ya habrán contestado a tu pregunta final, y ahora me da pereza leer todos los comentarios. Te copio los títulos de los cuentos de Chejov que son utilizados en el guión de esta película: La dama del perrito. Una mujer y El aniversario.
Ayer escribía una entrada sobre esta película y mis impresiones después de una maravillosa lectura de un grueso volumen de los cuentos de Anton Chejov. Troyana dejaba el enlace de tu blog y aquí me tienes, encantada por cómo lo describes.
La temática de la vida vacía y sonrisa impostada es muy interesante, pero a mi no acaba de gustarme el planteamiento formal de la película, con muchos alti-bajos y demasiados indicios Fellini – Visconti. Buscaba brumas de Rusia y me encuentro a Mastroianni y todo ese aroma tan italiano.
http://tartarugamxica.blogspot.com/2011/04/ojos-negros.html
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