viernes, 24 de abril de 2009

De amor y celda


Mi muy querido amigo,

supongo que no hace falta que te diga, y aún así no dejaré de decirlo, cuánto lamento leer en qué penoso estado te encuentras. Por desgracia, los dos sabemos que poco consuelo existe para el mal de amores que no provenga de uno mismo. En estos casos, es el propio paciente quien debe ejercer de médico y luchar por hallar dentro de sí la llave que abra las puertas de su curación. Coincido contigo en que de las muchas y muy dolorosas enfermedades que puede sufrir el alma, la del desamor es, sin duda, una de las más terribles. Pero me consta que ello es también debido a la no menos enfermiza ceguera que en numerosas ocasiones la acompaña. Estamos lejos y no puedo ofrecerte ni tan siquiera el escaso alivio del calor de mi presencia. Pero acaso mis palabras sean capaces de proporcionarte un poco de la luz que, por lo que me cuentas, intuyo que ahora te falta. La luz que ahora ni tan siquiera buscas mientras te esfuerzas por respirar con los ojos cerrados en medio de ese dolor que te asfixia.

Iba esta mañana escuchando en el coche aquel disco de Amancio Prada que tú mismo me grabaste y que tanto te gustaba. No recuerdo ahora su título, pese a que, a fuerza de oírlo una y mil veces, me sé casi de memoria todas sus canciones. No he podido evitar pensar en ti y en cierta conversación que un día tuvimos sobre él. En la primera canción, que era una de tus favoritas, un prisionero llora la ausencia de su carcelero. La cárcel que lo aprisiona no es otra que su amor. Y el carcelero, el objeto de su amor, su amada, por quien dice morir a causa de su tardanza. "No te tardes que me muero, carcelero...", canta el prisionero. Seguro que sabes a cuál me refiero.




Recuerdo que la primera vez que la escuchamos juntos me pregunté en voz alta bajo qué condiciones puede el amor transformarse en una jaula de la que no sólo no deseamos huir, sino en la que nos enclaustramos con devota desesperación. Tú defendiste con vehemencia -haciendo gala de ese escepticismo tuyo tan característico que considerabas inalienable de tu ferviente vindicación de la libertad- que no era necesaria condición alguna, puesto que se trataba de una transformación inevitable, de una maldición inscrita en la naturaleza misma del amor. Y que quien gozaba de la fortuna de hallar el amor, hallaba con él su propia condena. Quien por fin llega a poseer un tesoro de valor incalculable largamente anhelado, planteaste, ¿no está por ello mismo destinado a perder el sueño ante la posibilidad de que algo o alguien se lo arrebate? ¿No son la inquietud y el miedo nacidos de su posesión los que acaban aniquilando sin remedio la alegría que antes suscitara en él la contemplación de su tesoro? Pero aquí la tragedia está ya servida, afirmaste. Porque la lógica perversa del amor consiste en que, una vez evaporada la felicidad que produce, su mero recuerdo, unido a la costumbre y al orgullo de la posesión, convierten al amante en esclavo, en siervo del tesoro de su amor. Y como el prisionero de la canción, uno se descubre una mañana diciendo "...y siempre cuando vinieres, haré lo que tú quisieres...". Vendido. Sometido. Acariciando las paredes de su celda, adorando los barrotes que lo tienen preso. Ansiando la llegada y agonizando por la tardanza de quien atenazánole le salva y salvándole le atenaza. Ésta es, proclamaste, la terrible verdad del amor. Una verdad que para ti también se ponía de manifiesto en esa otra canción que empieza diciendo "Partístesos mis amores..."




Al escucharla, uno se imagina de entrada que quien canta se lamenta por la partida de su amada. Pero no es su amada, sino su amor, el que se ha ido. Ha muerto a manos del propio amor. "Partió la gloria de veros, no el placer de obedeceros", canta el poeta. "Mas el temor de perderos que creció, todo mi bien destruyó". Su amada, probablemente, aún sigue a su lado, defendías. Pero el bien que ésta le procuraba, la gloria de saberla junto a sí, ha sido aniquilado por el temor a la pérdida que entrañaba su posesión.

He reflexionado muchas veces sobre aquella conversación. Tantas, como veces he escuchado el disco. Mi natural optimismo me impide creer que todo amor albergue dentro de sí la inevitabilidad de su muerte. Que no haya pasos y veredas, gestos y actitudes, capaces de soslayar esa maldición de la que hablabas y cuya existencia no puedo dejar de reconocer. Sin embargo, la experiencia de estos años me obliga a darte, en parte, la razón. Aunque sólo en parte. Porque quiero creer que los barrotes de la celda del prisionero no brotaron de su amor, sino de su rostro ya hueco. Porque quiero creer que la gloria del poeta al ver a su amada no partió a causa de ese temor. Quiero creer que, sencillamente, partió. Sin más. Ambos sabemos que múltiples pueden ser las razones para que eso suceda. Algunas, comprensibles. Otras, inescrutables. Pero a veces sucede. El amor se va. Sólo que me parece que es entonces, justamente entonces, cuando con mayor avidez nos aferramos a eso que, paradójicamente, ya se ha ido. Cuando más tememos perder aquello que, de atrevernos a mirar dentro de nosotros mismos, descubriríamos que ya hemos perdido. Y más tenazmente nos abrazamos al cadáver del amor, negándonos a ver que en su cuerpo inerte ya nada palpita. A fin de cuentas, un cadáver es más que nada. Un cadáver es más que el vacío. Nos horroriza la idea de la soledad y junto a él pretendemos anestesiar la que ya padecemos. Lo animamos en nuestra imaginación como si de una marioneta se tratara. Nos empeñamos en vivir en el espejismo de que aún sigue vivo. Y cuanto más putrefacta se vuelve su carne, tanto menos nos creemos capaces de desprendernos de ella, por más que a veces percibamos su hedor insufrible. Apartarse de esa carne significaría afrontar cara a cara la desaparición del tesoro que un día fue fuente de toda nuestra alegría. Y nos sentimos demasiado débiles y cobardes para aceptarlo.

Hemos vivido tanto juntos, mi querido amigo. Ella, tú y yo. No creo que me equivoque al decir que os conozco bien. Que te conozco bien. Por ello, y perdona la rudeza de mis palabras, pienso que quizá haya llegado el momento de que te preguntes, recordando aquel disco, si no hace ya mucho que tu corazón olvidó lo que significaba la gloria de verla. Si el dolor que ahora te ahoga no es el dolor de la pérdida de un amor que partió largo tiempo atrás. Si no has dormido los últimos años abrazado a un cadáver. Porque me temo que en esas preguntas, aun cuando ahora tu doliente ceguera te impida verlo, se encuentra la llave que abrirá las puertas de tu curación.
Tuyo"

30 comentarios:

Antígona dijo...

Me perdonaréis los tubos tan cutres, pero es que no había otros.

Os dejo las letras de ambas canciones:

No te tardes
que me muero
carcelero
no te tardes
que me muero

Apresura tu venida
por que no pierda la vida
que la fe no está perdida
carcelero
no te tardes
que me muero

Bien sabes que la tardanza
trae gran desconfianza
ven y cumple mi esperanza
carcelero
no te tardes
que me muero

Sácame de esta cadena
que recibo muy gran pena
pues tu tardar me condena
carcelero
no te tardes
que me muero

Y siempre cuando vinieres
haré lo que tú quisieres,
Si merced hacerme quieres,
carcelero carcelero
no te tardes
que me muero

-----------

Partístesos mis amores y partió
mi placer todo y murió.
No partió mi pensamiento
y vino mi perdimiento
No murió el contentamiento que me dio
la causa que me perdió

Partístesos mis amores y partió
mi placer todo y murió.
Partió la gloria de veros
no el placer de obedeceros.
Más el temor de perderos que creció
todo mi bien destruyó

Besos!

troyana dijo...

Bueno,bueno,bueno..la verdad es que comprendo perfectamente a tu amigo,y sí, tienes razón la llave de la curación en estos casos,sólo la tiene uno mism@, pero a veces pasan los años, y esa herida no cierra y a veces me pregunto si no mentía aquel que dijo que el tiempo todo lo cura...ya lo dijo el poeta:"...es tan corto el amor y tan largo el olvido" a veces el olvido es eterno.
Y también estoy de acuerdo con tu amigo en que el amor acaba,tarde o temprano,y puede que haya excepciones (como "El amor en los tiempos del cólera")pero yo creo que la vida de los sentimientos no es eterna,a veces se debilita,a veces se esfuma.
Ese cadaver del amor es una compañía que a veces no queremos reconocer,pero esa soledad acompañados es mucho peor que la soledad estando solos.Esa soledad en compañía del cadaver de nuestro amor,te cierra puertas,te ancla al pasado,te congela el paso.
Vivir de lo que fue no es una consigna para vivir plenamente,es un pseudo-vida,un reflejo de otra época que recordamos más gloriosa,
es un refugio para quien no se atreve a volver a entregarse.
Aún así,cada uno tiene su "tempo",su compás,y hay personas que precisan años para cerrar capítulos, y es lícito que uno marque el ritmo,aunque también es oportuno que de cuando en cuando alguien cercano nos empuje a andar a fin de no convertirnos en estatuas de sal.
1 abrazo

carrascus dijo...

Nunca he entendido porqué está tan generalizada la costumbre de comparar eso de estar enamorado con estar en una cárcel. Cuando uno está enamorado más bien le parece estar en algo parecido a lo que debió ser el Jardín del Edén, o al menos en un lugar magnífico, pleno de cosas que llenan tu vida. Y que uno se pase el tiempo de su amor preocupado porque éste va a disiparse tarde o temprano, o porque otro se lo puede arrebatar, me parece enfermizo. Y si yo fuese el médico al que acudiesen lo primero que les prohibiría sería la escucha de los discos de Muermancio Prada.

Debo decir que yo no tengo la experiencia del desamor, porque el que no consiguiese a alguna niña que me gustaba de muy, muy joven no puede entrar en esa categoría, pero mi observación sobre algunos de los que me rodean que sí la han tenido, me lleva a decir categóricamente que cuando a uno le llega el desamor, ni mucho menos es cuando más se aferra a él. En todo caso puede que siga aferrado a la situación que tenían el otro partícipe de ese amor mutuo, si es que para sí no llegó también el desamor, pero eso es pasajero. El tiempo sí que lo cura todo, y el seguir enamorado de alguien que ya no lo está de ti, implica que tu propio amor se irá desvaneciendo, más pronto que tarde incluso.

Nadie vive atado mucho tiempo a la carne putrefacta de un amor que dejó de serlo, y nadie vive mucho tiempo dentro de un espejismo pensando que vive en la realidad. Eso solo ocurre en las poesías y en la películas trágicas.

Y por supuesto, lo que sí puedo afirmar de primera mano es que en el amor no hay ninguna maldición implícita, ni mucho menos es una condena. El que tiene un tesoro no se pasa la vida preocupándose porque se lo vayan a quitar, sino que se la pasa disfrutando de él. Una frase como ésta que has escrito: ¿No son la inquietud y el miedo nacidos de su posesión los que acaban aniquilando sin remedio la alegría que antes suscitara en él la contemplación de su tesoro? a mí me parece absolutamente inconcebible. Y si alguien alguna vez pensase eso, su lugar debería ser la celda de una planta de psiquiatría.

Antígona dijo...

Troyana, la verdad es que no hay amigo alguno :) Quiero decir, que la situación que se lee en la carta del post es totalmente inventada. Sencillamente quería plantear esta cuestión de la posibilidad o la imposibilidad del amor, de cómo reaccionamos ante su pérdida, a partir de esas dos canciones del disco de Amancio Prada, y me pareció que el marco adecuado para hacerlo era crear esta ficción, para así darle un cariz más personal, más cercano.

Ciertamente, las heridas del amor no son fáciles de curar. La curación puede llevar años y cabría incluso dudar de si ésta es siempre completa. Las grandes heridas suelen dejar grandes cicatrices que aún a veces duelen cuando la herida esté totalmente cerrada. Pero creo que también son esas cicatrices las que nos vuelven más sabios tanto en el terreno del amor como con respecto a la vida en general y al modo en que debemos afrontarla. Si uno sobrevive a una gran pérdida, creo que necesariamente saldrá fortalecido de ella.

Yo, a diferencia de lo que el “amigo” defiende en su juventud, me niego categóricamente a creer que el amor tenga que acabar. La vida de los sentimientos puede debilitarse, sí. Esfumarse también, claro. Pero pienso que también hay circunstancias, personas, actitudes, que llevan a que los sentimientos sigan alimentándose con los años, creciendo, consolidándose. Lo pienso y confío en ello.

Estoy de acuerdo contigo en que la soledad de quien se aferra a una persona a la que ya no ama es mucho peor que la de quien asume que está o debe estar solo. Y no sólo por todo lo que mencionas, sino también porque amarga, en la medida en que quien vive esa situación no quiere afrontar ni reconocer ese sentimiento de soledad. Quien está solo, sabe al menos a qué atenerse. Quien está solo estando con alguien no puede, o no quiere comprender por qué en el fondo se siente tan solo. Se niega a mirarse a sí mismo. Y eso, siempre, en cualquier situación, en cualquier circunstancia, es una estrategia vital equivocada capaz de generar grandes sufrimientos.

De esa pseudo-vida de la que hablas supongo que a veces no es fácil escapar. Puede haber compromisos importantes (hijos), miedo al riesgo, miedo a perder el mínimo calor que la presencia de alguien proporciona, y creo que hay que reconocer también que la mera costumbre es una atadura con bastante más peso del que normalmente admitimos. Yo diría que incluso una férrea atadura, nos guste o no.

Los empujones de otros para salir de una determinada situación pueden ser importantes, no lo niego. Pero siempre he pensado que en estas cuestiones lo realmente imprescindible, lo absolutamente necesario, es el propio convencimiento con respecto a lo que uno quiere para sí y lo que no quiere. Y aquí no nos valen los ojos de nadie, esas preguntas sólo podemos responderlas a través de los propios.

Un abrazo y un beso

Antígona dijo...

Ay, amigo Carrascus, pero qué combativo empezamos hoy :)

Yo tampoco creo que, en general, quien está enamorado se sienta preso. Ahora bien, también me parece que en ese poema del carcelero, Juan del Encina podría estar hablando de la desesperación que puede llegar a sentir el enamorado ante la ausencia de su amado, una desesperación en la que se percata de cuánto depende su felicidad, su tranquilidad, del otro, y que le lleva entonces a sentir tal dependencia como una falta de libertad.

De todos modos, supongo que te habrás dado cuenta de que en el post hay dos lecturas de esas dos canciones, la que hace el amigo a quien se dirige la carta, y la que propone quien le escribe. Y la que hace este último considera que lo que puede convertirse en una cárcel no es el amor en cuanto tal, sino nuestra negación a aceptar que el amor se ha acabado y nuestra persistencia en una relación que ya se ha muerto hace tiempo.

Tanto mi propia experiencia como lo que he observado a mi alrededor en otras parejas a lo largo de mi vida me llevan a conclusiones totalmente opuestas a las tuyas. Porque sí creo que, en general, nos cuesta mucho aceptar que la persona de quien en un momento estuvimos enamorados ya no suscita en nosotros los mismos sentimientos. Nos cuesta aceptar que hemos fracasado en la elección de la persona, o que las cosas no han salido tal y como esperábamos, o sencillamente que el mutuo interés y el afecto ha ido disolviéndose con los años. Para quien ha estado mucho tiempo en pareja no resulta además nada fácil verse a sí mismo viviendo otra vez en soledad, careciendo de la compañía de otro, si es eso lo único que queda una vez los sentimientos han muerto.

Me resulta difícil creer, Carrascus, que no conozcas a ningún matrimonio o pareja en el que detectes que entre ellos hay de todo menos amor. Que siguen juntos por la pura costumbre de estarlo pese a que, incluso, puedan llegar a odiarse profundamente o a no soportarse en el día a día. Que se aferran el uno al otro aun cuando los sentimientos que justificarían esa unión hayan desaparecido sólo porque no se sienten capaces de afrontar la vida en soledad. O, tal vez, porque no desean romper, por el bien de los hijos, o de la hipoteca común, la familia que han fundado. Y me cuesta creerlo porque, a diferencia de tu propia percepción de la realidad, yo diría que este tipo de parejas que cada noche se abrazan al cadáver de antiguo amor son precisamente las que más abundan. Parejas que ya no tienen nada que decirse. Parejas entre cuyos miembros reina el aburrimiento, el tedio y la completa falta de ilusión. Vamos, que diría que si las poesías y las películas trágicas reflejan este tipo de relaciones amorosas es, justamente, porque constituyen una realidad mucho más cotidiana de lo que sería deseable. A mí sólo me hace falta ir al supermercado y observar cómo se tratan –o cómo no se tratan- algunas parejas en la cola de las cajas para comprobarlo.

En cuanto a lo último que dices, y que se correspondería con la lectura de las canciones que hace, o más bien hacía años atrás, el destinatario de la carta, yo no creo que su planteamiento sea tan descabellado. Es más, me parece que la intención de Juan del Encina al escribir estos dos poemas en el siglo XVI era advertir, con bastante sabiduría, de uno de los peligros que puede traer consigo una relación amorosa hasta el punto de acabar con ella. Porque el miedo a perder no es solamente algo que se viva internamente, sino que también puede determinar nuestra conducta en relación al otro. ¿No puedes imaginar el caso de alguna pareja en que uno de los dos se vuelva tan posesivo, tan celoso, tan controlador de la vida del otro que ese otro acabe sintiéndose asfixiado y rompiendo la relación? ¿No sería en ese caso el motivo del desamor el miedo a perder de quien ama o dice amar? Pero incluso si prescindimos de este tipo de conductas, creo que no es rara entre los humanos la afirmación de que no desean amar porque sufren demasiado cuando aman, por el miedo a perder, por el desasosiego, por la intranquilidad que al cabo de un tiempo les acomete. Tal vez sea una actitud pasajera, no digo que no. Pero me parece que tampoco en la vida cotidiana no faltan testimonios de ella, al menos en mi propia experiencia de ésta. Y por supuesto no estoy hablando de personas que estén para encerrar en un psiquiátrico, ni muchísimo menos.

En fin, Carrascus, ya me temía yo que en esta cuestión no íbamos a estar en absoluto de acuerdo. Pero, ¿cómo iba a haber si no debate? :)

Un beso

Jorge dijo...

Bueno, resumiendo ( a ver si se te pega, jajaja), es lo que tiene ser y querer ser gilipollas y confundir amor con lo que no es amor.

Antígona dijo...

Jorge, confundir amor con lo que no lo es puede tener múltiples y muy variadas derivadas. La que se presenta en el post sólo es una de ellas.

Y que tire la primera piedra quien no se haya comportado alguna vez en su vida como un auténtico gilipollas.

Yo más bien creo que somos demasiado complejos como para andar resumiendo :P

Un saludo y gracias por tu comentario.

NoSurrender dijo...

Supongo que desde el momento en que sentimos una necesidad, la cárcel está ya creada. Así que la pregunta vuelve a ser siempre la misma ¿amamos porque necesitamos o necesitamos porque amamos? Si amamos porque necesitamos, mala cosa para todos.

Pero tampoco veo tan grave el hecho de necesitar lo que amamos. El sentirnos dependientes de algo que asumimos de manera consciente es propio de la condición humana. Si soy preso de mi necesidad de oxígeno, ¿por qué rebelarse contra el hecho de depender de aquello que amamos? ¿hasta qué punto es libre un ser humano? ¿podemos elegir libremente en contra de nuestras emociones?

Como bien dice usted, doctora Antígona, el problema es cuando lo que nos ata es un cadáver. Y yo veo esta especie de síndrome de Diógenes emocional más a menudo de lo que me gustaría. Incluso, he sido víctima de él durante un tiempo. Aceptar la pérdida es reconocer el cadáver, y negar la realidad es una tentación en esos casos.

Desconozco si los gustos musicales del destinatario de la carta incluyen asuntos más modernos que los del siglo XVI. Pero, si es así, le recomendaría un blues del viejo B.B. King para reafirmar lo que plantea el remitente: The thrill is gone.

http://www.youtube.com/watch?v=vOwks5w4_DM


Besos, Antígona!

Antígona dijo...

Tiene usted razón, doctor Lagarto, al decir que el problema es amar por necesidad –de cubrir carencias, por ejemplo- y no necesitar porque se ama. Ahora, me temo que la distinción no es siempre fácil de trazar. Todos tenemos carencias. Todos deseamos ser amados. Con lo cual no quiero decir, desde luego, que la distinción sea imposible de trazar. Puede trazarse, claro que sí, y vivirse con auténtica transparencia con respecto a sí mismo. Porque la verdad de esa cuestión sólo reside en el fondo de uno mismo.

Tampoco yo creo que sea grave necesitar aquello que amamos. Pero hay que asumirlo y aceptarlo, porque se trata de una elección. No dependemos del aire de la misma manera en que dependemos de la persona amada. Sin aire, sencillamente, no podemos vivir. Además, respirar no duele. Es un acto automático sobre el que sólo reparamos cuando nos falta el aire. Pero sin la persona amada, quizá, tal vez, sí podríamos vivir. Y además el amor duele, aunque sólo sea por el miedo a su pérdida cuando realmente se ama.

No podemos elegir libremente nuestras emociones, pero sí me temo que podemos elegir libremente en contra de ellas. Ya que trae aquí a Diógenes, precisamente la moral de los estoicos radicaba en eso: la clave de la felicidad reside en liberarse de todas aquellas necesidades que no sean absolutamente imprescindibles. Y el amor podría ser una de ellas, al menos si adoptamos la actitud de los estoicos y su voluntad por evitar a toda costa el sufrimiento. Así somos los humanos, capaces hasta de ir en contra de nuestra naturaleza y proponernos, como podría hacer el asceta, dominar hasta nuestras necesidades más básicas de hambre o de sueño. No es, en cualquier caso, mi opción vital. La felicidad debe incluir, para mí, también cierta dosis de sufrimiento o desasosiego. Pero entiendo que puede ser una de tantas.

También yo creo que, como apunta, lo grave no es depender o necesitar aquello que es fuente de alegrías a las que no deseamos en absoluto renunciar, sino depender de aquello que nos hace infelices. Ésta es la parte tenebrosa de las relaciones de dependencia: el poder llegar a depender, por los motivos que sean, de aquello que nos hace daño, de lo que nos impide sentirnos bien con nosotros mismos. Y supongo que es aquí, y no en los casos en que la dependencia se ve sobradamente compensada y justificada desde uno mismo, cuando el amor o aquello en lo que éste degenera pasa a ser experimentada como una cárcel. Cuando uno se siente prisionero de sus propias debilidades y de los sentimientos que brotan de éstas.

Como le decía a Carrascus, me pasa como a usted: veo este síndrome de Diógenes emocional demasiado a menudo y sé de él por experiencia propia. Pero supongo que es natural esa negación de la realidad a la que alude, y que la aceptación de la pérdida, con todo el dolor que conlleva, requiere de un proceso que a veces dura bastante tiempo. No es fácil verse a sí mismo. Ni es fácil detectar cuánta luz hemos perdido cuando uno se ha acostumbrado a vivir en la semipenumbra.

Bonito, aunque muy duro, ese blues de B.B. King. Muchas gracias por el enlace, doctor Lagarto. No conocía la canción y me ha gustado. Seguro que será de gran ayuda para el destinatario de la carta, si se decide por fin a mirarse a sí mismo sin autoengaños :)

Un beso

carrascus dijo...

Amiga Antígona... cuando NoSurrender y tú estáis hablando de amor, es realmente de amor o es de otra cosa...?

El amor no es ese cadáver al que se aferra la gente. Eso es otra cosa. El amor no es una cárcel. Y no me vale tampoco la metáfora de considerar una cárcel todo aquello de lo que dependamos, como el respirar del ejemplo. Y no me vale por la propia definición de lo que es una cárcel.

No hay que confundir la desesperanza de los que viven atados entre sí porque no se atreven a empezar otra vida con el amor.

Como tampoco me parece amor el miedo a perder lo que cree amarse.

Meten ustedes demasiadas cosas en el mismo saco.

Antígona dijo...

Ay, Carrascus, que me parece que no me estás leyendo nada bien o yo me estoy expresando fatal.

Claro que no es amor ese cadáver al que se aferra la gente. Todo lo contrario. El cadáver no era más que una metáfora para expresar justamente la muerte del amor, lo ausencia de amor donde antes sí lo ha habido. El aferrarse al cadáver del amor sería lo que sucede cuando alguien se aferra a su relación de pareja pese a esa desaparición del amor, bien por miedo a la soledad, bien por mera costumbre, bien por no querer aceptar que su relación ha fracasado. Muchos pueden ser los motivos que nos llevan a persistir en una relación de pareja aun cuando el amor se haya acabado.

Esto es lo que me parece que se convierte en una cárcel. Una cárcel que, a fin de cuentas, no es más que la cárcel de la propia debilidad. Porque es la debilidad lo que nos impide afrontar la verdad de que el amor se ha muerto y actuar en consecuencia, en lugar de permanecer aferrados a la mentira de que el amor sigue vivo cuando ya no lo está. La debilidad es una cárcel porque resta libertad, porque coarta y limita nuestra capacidad de elección. Y más allá de la posibilidad de estar presos de nuestras propias debilidades, yo no dudaría en definir una relación de pareja en la que ya no existe amor y sostenida por la mera costumbre o el miedo a la soledad como una prisión asfixiante.

No creo que en ningún momento nadie haya confundido esa desesperanza a la que aludes con el amor.

Y por último, obviamente el miedo a perder lo que se ama no es amor. Es miedo. Pero un miedo que surge inevitablemente con el propio amor, en la medida en que nadie desea perder lo que ama, en que nadie desea que la fuente de su felicidad se agote. ¿O me dirás también que quien ama nunca debería haber sentido miedo ante la posibilidad de perder el objeto de su amor? Yo no creo que esto sea ninguna “perversión” del amor, sino su consecuencia más natural. De la misma manera que es natural que un padre o una madre sientan miedo ante la posibilidad de que a sus hijos les pase algo o de perderlos. Y además, una cosa es tener miedo, y otra muy distinta dejarse arrastrar por él y no saber dominarlo. Sólo esto último puede ser tremendamente peligroso y acabar minando una relación. Pero quien nunca haya temido perder al objeto de su amor, me parece que es porque nunca ha amado de verdad.

Besos

carrascus dijo...

No, si entiendo perfectamente lo que quieres decir, loque ocurre es que no estoy de acuerdo.

Voy a hablar en primera persona, porque a lo mejor es que el caso extraño soy yo, aunque no lo creo. Verás, de mi amor no surge ningún miedo a perderlo, precisamente porque el amor que siento implica una confianza tan absoluta en el objeto de mi amor que sé que si me faltase alguna vez no sería por su causa. No creo de ninguna de las maneras que amar tenga como consecuencia sentir miedo por perder lo que se ama. Y ni mucho menos que eso lleve implícito que no es amor de verdad.

Que uno puede pensar en algún momento en qué haría si le faltase su amor, pues no te digo que no. Pero solo eso, pensar en ello alguna vez, pero... ¿sentir miedo por eso...? ¿y que ese miedo te impida disfrutar de tu situación...? No, y no.

Yo sé que si alguna vez pierdo mi amor será por algún imponderable que no está en nuestras manos gobernar. Y también sé que algún día me voy a morir, pero no por ello me paso la vida temiéndolo, sino que procuro disfrutarla lo más que puedo.

Antígona dijo...

Bueno, Carrascus, yo no he dicho que para que sea amor de verdad uno tenga que vivir atenazado por el miedo, sino que ese miedo es, de alguna manera, consustancial al hecho de querer y por ello uno tiene que haberlo sentido alguna vez. Si uno deja de disfrutar por culpa del miedo, mal rollo. Entonces está poniendo la primera piedra para que la relación se acabe. Pero no era de eso de lo que hablaba, sino del miedo a la pérdida que nos genera en determinados momentos todo aquello cuya posesión o cuya presencia en nuestras vidas percibimos como algo especialmente valioso. ¿O es que nunca, en uno de esos días en que tal vez nos sentimos más flojos, has imaginado que alguna desgracia podía suceder o había sucedido al objeto de tu amor y te has sentido presa del pánico? ¿Crees que es posible, cuando la imaginación, esa loca de la casa, echa a volar fuera de control, no temer al terrible dolor que uno sabe que se apoderaría de él ante una pérdida como esa? Y, por otra parte, ¿cómo explicas, si no es en función de ese miedo a perder, la experiencia de los celos, tan humana que me resulta difícil creer que exista alguien sobre la tierra que no los haya sentido alguna vez en su vida?

Ahora, si tú me dices que ese miedo no lo has sentido nunca, ni siquiera en el caso de los imponderables a los que aludes, y que tu confianza en el objeto de tu amor es tan absoluta que jamás has vivido ni un mísero segundo de intranquilidad o desasosiego, entonces no puedo más que decir que admiro tu seguridad y que estaba muy lejos de mi intención poner en cuestión la experiencia personal de nadie. Tu experiencia es tu experiencia, la mía es la mía. Pero me parece que solamente en atención al tema de los celos, la mía y la de quienes observo a mi alrededor está mucho más cerca de la del común de los mortales que la tuya. Puedes, probablemente, sentirte orgulloso de ser una “rara avis” en este terreno.

Margot dijo...

Uggggg complejo tema, Antígona muá...

Para hablar del amor huyo cada vez más de las coplas, (con lo coplera que soy yo, ni te imaginas! jeje), sean del tipo que sea. No me gusta el amor así entendido, nunca me gustó: ni el amor que encierra, ni el que mata de soledad o ausencia, ni el que permanece en los lazos de la costumbre, ni el que nos inventamos para destrozarnos, ni el que nos calzan para domesticarnos... en fin, que el drama y el amor en mí no cuajan ni a tiros.

No entiendo el amor sin confianza-y no hablo de la confianza simple de "no me pongas los cuernos cuando no te veo o el no me dejes de queré pase lo que pase, vida mía"-, hablo de la confianza en las ganas: las mías, las suyas, nuestro proyecto. La confianza de creer en otro ser humano que no soy yo, tanto como creo en mí y sin sentirme obligada a ello.

Y eso a pesar de mis momentos masocas (quién no los tiene?) en los que la inseguridad o el temor a perder me hace agujeros en el estómago. Claro, no te digo, cualquiera no! Ays.

Pero eso, hablamos de subjetividad, de experiencias propias y el amor conjuga éstas como ningún otro concepto, por tanto no seré yo quien diga qué es válido o qué es amor...

Todos partimos de los mismos ingredientes pero cada cual los cocina a su manera. Ahí está lo apasionante del tema.

Besos salpimentados!

c.e.t.i.n.a. dijo...

Alguien dijo que somos prisioneros de nuestras posesiones y probablemente el problema de muchos amores radique ahí, en considerar la persona amada como algo propio cuando lo verdaderamnete propio es el amor en sí, la sensación de amar.

Desgraciadamente, en estos tiempos tan ávidos de sensaciones nuevas, en la que cada temporada necesitamos nuevos libros, nuevas series de televisión, nuevos restaurantes, nuevos sabores de helado, y hasta nuevos detergentes, el amor está condenado a tener fecha de caducidad. O quizás siempre la tuvo y simplemente nos dejamos engañar por la sensiblería de los poetas. ¡Vaya usted a saber!

¿Y si el amor no fuese más que un desquilibrio mental transitorio? ¿Y si el desamor fuese tan amargo por lo que supone de final del espejismo? ¿Y si el verdadero (auto)engaño fuese decir "Te quiero"?

Mucho se ha escrito sobre el amor para lo poco que sabemos de él a ciencia cierta.

Un beso

Isabel chiara dijo...

Estoy más con Carrascus y Margot en el hecho de no mirar al amor con ojos de cordero degollado, de no asociarlo al sufrimiento si no al placer, aunque es difícil por el sentido de posesión que tenemos tan arraigado, tan aprendido y que nos provoca un placer más allá si cabe que el del propio amor. No creo tanto que ese mirar el amor desde la óptica del disfrute sea necesariamente una cuestión de confianza en sí mismo y en el otro. Yo lo veo más bien como el desprendimiento de atavismos mal entendidos o llevados, de esa necesidad de pertenencia que tiene el ser humano que hace, metafóricamente hablando, hasta del amor un acto mercantilista. De todas formas, este tema tan interesante se puede plantear desde varias perspectivas, y si hablamos de amor romántico se me ocurre que aquí el género actúa de formas muy diversas. Me pregunto cuando si los términos posesión y pertenencia se dan en ambos bandos por igual. No sé si me explico.

Besos Antígona (me encanta que te guste poner el dedo en las llagas, jajaja) Yo también soy de coplillas pero como medio extremo del hombre de pulsar su animalidad, jajaja

Jorge dijo...

Blablabla... Haced el amor y dejaros de parrafadas

Antígona dijo...

Pues recuerdo, niña Margot, que el antropólogo éste que sale de tertuliano en un programa vespertino de la Ser, Manuel Delgado, y que me encanta, dice que es precisamente en las canciones de amor más populares y ramplonas donde mejor se expresan las verdades del amor, y siempre me han parecido muy lúcidos los análisis de que de ellas ha hecho. Claro, que esos análisis no son los que haría cualquiera, jajaja. Pero tienden a mostrar, un tanto en la línea de García Calvo, las contradicciones que entraña el sentimiento del amor por su necesidad de aferrarse a su objeto. O, mejor, la densidad del sentimiento amoroso en cuanto siempre entreverado por toda una serie de sentimientos, tanto positivos y negativos, que suelen aflorar con él. No creo, en esencia, que se trate de entender el amor de una u otra manera, sino de saber reconocer, en cabeza propia o ajena, sobre todo esos sentimientos o actitudes negativas que en determinados momentos o circunstancias lo acompañan y así estar alerta y en guardia para no dejar que crezcan y nos amarguen la vida cuando emergen.

Tampoco yo entiendo el amor sin la confianza. Me parece un elemento absolutamente imprescindible en cualquier relación amorosa y sin el cual no es posible que ésta salga adelante. Ahora, no creo que la voluntad de apostar por la confianza sea incompatible con momentos de debilidad, de fragilidad, de celos, o de inseguridad, o de exceso de posesividad que uno, sólo si reconoce a tiempo y analiza como es debido, será capaz de racionalizar y sosegar.

No era mi intención, en absoluto, decir lo que es un amor válido o lo que no, y espero que no se me haya entendido así. Me apetecía escribir sobre estas dos canciones de Amancio Prada porque creo que algo verdadero señalan de aquello en lo que puede convertirse una relación amorosa, o también, si nos atenemos a la segunda lectura que propone quien escribe la carta en el post, de aquello que puede suceder cuando el amor se ha acabado pero uno se niega a verlo. Y el hecho de que crea que ambas cosas reflejan aspectos ligados a las relaciones amorosas no significa ni que considere que sean deseables, ni mucho menos que tengan que darse necesariamente en toda relación amorosa o ya-no-amorosa.

Besos salerosos, niña Margot!

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Pues yo también pienso, C.E.T.I.N.A., que quien dijo eso tenía toda la razón del mundo. Ya lo decía igualmente Cortázar en aquellas “Instrucciones” que tan famosas se hicieron gracias a un spot publicitario: “…cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire…No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.” Y tienes toda la razón: la persona amada no puede ni debe considerarse como algo propio. Pero me temo que esta tendencia a querer poseer aquello que amamos –y poseer aquí puede entenderse simplemente como algo unido al miedo a perder- está bastante arraigada en nuestra naturaleza y uno tiene que andar a la greña constantemente con ella. Pese a que no lo podías haber dicho mejor: lo verdaderamente propio es el amor en sí, la sensación de amar, que es justo lo que nos hace felices y llena de luz nuestros días.

Cierto que vivimos en un tiempo en el que la novedad se ha convertido en un valor en sí mismo. Pero tal vez, en lo que atañe al amor, lo que ocurre en este tiempo consumista, como decía el otro día Nosurrender en su blog a propósito de Erich Fromm, es que confundimos amor con ser amados, en lugar de con amar activamente, y de ahí que esos amores de consumo, en cuanto mera búsqueda de la satisfacción de la necesidad de ser amados, se hallen sentenciados de antemano.

Yo no sé si todo amor tiene una fecha de caducidad. Supongo que ésa es la incógnita que plantea cada nuevo amor y que el paso del tiempo debe resolver. Cierto es que cada ruptura resuelve la incógnita a favor de la caducidad. Pero nada de ello demuestra que en algunos casos no pueda resolverse en contra de ella. La cuestión es que de esta resolución en contra no sabremos hasta el último día de nuestra vida, si tenemos la suerte de morir amando aún a la persona con quien estemos.

¿El amor como un desequilibrio mental transitorio? Uff, hipótesis provocadora donde las haya. Ahora, hay desequilibrios mentales que duran toda una vida. Y a mí no me importaría ser una desequilibrada mientras eso me haga feliz :)

Un beso

Antígona dijo...

Ichiara, pero es que imagino que nadie pasaría por los “sufrimientos” del amor si al mismo tiempo éstos no se vieran acompañados por el placer y la alegría de amar. Aun cuando aquí me refiero, lógicamente, a los sufrimientos llevaderos, a los que se ven sobradamente compensados por el disfrute que entraña una relación y que por ello no alcanzan a minar su sentido. El caso del aferrarse al cadáver que se citaba en el post ya nada tiene que ver con el amor, sino sólo con su recuerdo, con el temor a la soledad, con las cadenas de la costumbre, con la debilidad.

De esos atavismos es verdad que hay que desprenderse, pese a que también habría que ver cuáles son dañinos y cuáles, sin serlo, son en el fondo inevitables. Porque me parece lógico que si amo a alguien albergue también el deseo de que esa persona no se vaya de mi lado, de que esté junto a mí, de que me permita vivir mi amor hacia ella de la manera en que me nace hacerlo. ¿Es esto sentimiento de posesión? Si lo es, no veo forma de poder soslayarlo, porque no somos ángeles sino humanos, y porque, en el fondo, esa lógica mercantilista me temo que está presente en todas y cada una de nuestras relaciones con los demás, incluso en las amorosas. Si fuéramos ángeles, seríamos capaces de dar sin esperar recibir nada a cambio. Pero no lo somos. Esperamos recibir amor de la persona que amamos y si no lo recibimos terminamos rompiendo la pareja.

Me parece que entiendo lo que planteas en cuanto a la cuestión de género, y supongo que uno podría pensar que lo que históricamente ha correspondido al género masculino es ser poseedor y al femenino el ser poseído. Sin embargo, tengo la sensación de que esta lectura no es correcta. El deseo de posesión suele ser mutuo, incluso si ambos géneros desean poseer cosas diferentes. En la época en que los roles estaban plenamente diferenciados y socialmente consolidados en su diferenciación, él deseaba una mujer bella a la que poder lucir en sociedad, una mujer servicial y buena madre de sus hijos. Ella, dinero, seguridad, o poder a través del poder de él. La relación de intercambio era aquí obvia: algo a cambio de algo, además del afecto que ya se presupone. Por suerte, las cosas ya no son como antes y en principio cada uno de los géneros puede, más allá del afecto, tratar de obtener por sí mismo aquello a lo que aspira sin necesidad de poseerlo vicariamente a través de otro. En este sentido, quiero creer que con el cuestionamiento de la diferenciación de roles se han sentado las bases para que las relaciones amorosas sean menos mercantilistas que antes.

Me gusta poner el dedo en las llagas, sí, debo admitirlo :) Pero porque me parece que es en esas llagas en las que hay que pensar, precisamente para evitar sufrirlas tanto como podamos.

Besos

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¿Y a ti quien te ha dicho, Jorge, que además de hablar no hacemos el amor? :P

Roberto dijo...

Compañera, IMPRESIONANTE!

Tus palabras rezuman una lucidez incontestable. Tememos a la soledad casi más que a la muerte. Necesitamos que nos quieran por encima de todas las cosas. El amor es un inmenso claroscuro de belleza y tedio...

Cuando llego a tu rincón, sé que vienen emociones fuertes.

un beso

Isabel chiara dijo...

Estoy de acuerdo en lo que planteas de un avance importante en la concepción del amor desde el género en lo referente a los roles que el hombre y la mujer han asumido (posesión, necesidad…), pero no sólo queda ahí, en la asunción de la condición que cada uno acepta o no, el control social hacia las manifestaciones de afecto, las expresiones de uno y otro totalmente sesgadas por una cultura judeocristiana poderosísima, el ejercicio de control que implica por una y otra parte, totalmente contrario al sentimiento de libertad que ansiamos, la enfermedad de los celos que legitima socialmente al hombre y lo lleva a conductas que en muchísimos países no sólo están legalizadas si no apoyadas, mientras que las mujeres lo viven no como una afrenta social. Es difícil desprenderse de esos atavismos que regulan el amor.

Quiero pensar que en las épocas más primigenias el amor, el afecto especial entre dos personas se vivía de una forma menos tortuosa, más inmediata, se disfrutaba de ese amor sin preguntas ni futuros.


Besitos

Margot dijo...

Me encanta ese tipo, Antígona, me río con él de aupa y siempre que puedo les escucho al salir del trabajo... me alegran las tardes.

Y claro que en las coplas se pueden ver muchos de los tics que marcan el amor, cómo no? forman parte de nuestra cultura. Siempre he pensado que desde las canciones hasta las películas pasando por muchos cuentos que nos cuentan o nos contamos, explotan un tipo de amor que acabamos por creernos e interiorizar. Y hablo de las canciones, películas, cuentos más ramplones, como bien dices. Y en esto me viene a la mente el pueblecito aquel en las montañas chinas donde los roles culturales son tan distintos a los nuestros, empezando por una sistema político basado en el matriarcado, donde las relaciones amorosas son de todo menos posesivas o basadas en el interés económico. Imagino que allí las coplas que canten poco tendrán que ver con las nuestras... no?

No puedo evitar ver el amor (una importante parte de él, de vivirlo) como un elemento cultural más y sujeto, como todos, a los vaivenes del pensamiento que nos rodea. Y soy muy bruta, prefiero un amor que pueda "pensar" (dentro de un orden, si se deja, jajaja. Ya me entiendes, espero) a ese otro de rompe y rasga y ojitos moraos que tan nerviosa me pone cuando lo veo en los demás. El sufrimiento va, lo acepto, va en el contrato de la vida, pero no gratuito y en exceso, coñe ya! jajaja.

Y claro que estoy contigo, la confianza como base pero sin poder evitar las neuras, o el masoquismo que también mola de vez en cuando....jeje. Somos tan complejos que a ver quién es el guapo que pone puertas al mar, sobre todo al hablar de un sentimiento tan puñetero como es el del amor.

Y te entendí perfectamente, cuando hablaba de lo que era o no válido me refería a mí, para que no pareciera que yo descartaba algo que pudiera llamarse amor o no.

Si entender, nos entendemos, Antígona, a la perfección. Sólo nos falta puntualizar que somos muy tiquismiquis nosotras, jeje.

Besos de la María de la O!

Jorge dijo...

Y lo hacéis?

Jorge dijo...

Jajaja, con lo calladitas que estáis parece que va a ser que sí. Pues me alegro, oye. Que lo disfruten ustedes

Antígona dijo...

Sí, Ichiara, creo que ahora entiendo mejor lo que planteas y se me ocurren dos cosas al respecto. Por un lado, me parece, por las pocas cosas que he leído y oído, que la generalización del amor romántico y su coincidencia con el matrimonio son inventos estrictamente modernos. Tiempos atrás, los matrimonios era cuestión de pura conveniencia, de intereses patrimoniales o incluso de supervivencia. El amor era una cuestión muy secundaria, que o bien debía nacer fruto del matrimonio, o ni tan siquiera se esperaba de él. Cuestión, además, prácticamente limitada a las novelas de caballería, y más una fantasía colectiva que una realidad social. E incluso en la antigüedad griega la exaltación del sentimiento amoroso se daba entre hombres, o entre el maestro y el efebo, con independencia de que el destino de ambos hombres fuera casarse con una mujer que diera herederos del patrimonio familiar. Tal vez, en ese sentido, precisamente por no poder o no tener que desarrollarse dentro del marco de la familia, es decir, dentro de un ámbito cuya estabilidad debía estar garantizada como pilar económico y social, pudiera ser que el amor, cuando surgía, y de las formas que surgiera, se disfrutara de esa manera más inmediata y carente de perspectivas a la que aludes.

Por otra parte, intuyo también motivos sociales y económicos en el hecho de que el hombre fuera erigido en propietario y la mujer en posesión. Pues dado que el valor de ésta se reducía prácticamente al de procreadora de los futuros vástagos y herederos, era necesario que careciera de toda independencia o posibilidad de romper el matrimonio. Convertida la mujer en posesión, brutalmente castigado su adulterio a diferencia del adulterio masculino, el hombre garantizaba que sus bienes pasarían a la sangre de su sangre y no a los hijos de otro.

En este tipo de cuestiones, siempre digo lo mismo: no es posible eliminar de un plumazo veinticinco siglos de patriarcado. La transformación de los deseos, de las expectativas, de las imágenes de lo que nos corresponde o no según aquello con lo que hayamos nacido entre las piernas cambia muy poco a poco y no basta con que las leyes hayan cambiado. Siguen en pie muchos restos, atavismos como dices tú, de sexismo o machismo en lo más profundo o no tan profundo de nuestras conciencias con los que hay que seguir batallando. Y el tema de los celos masculinos que da lugar a ciertas conductas es, muy probablemente, aún uno de esos restos. No podemos olvidar que en este país hasta hace bien poco las señoras casadas perdían su apellido de origen para pasar a ser “señoras de Fulano o Mengano” (preposición aquí claramente indicativa de posesión) y todavía vivimos con generaciones de mujeres (mi madre, mismamente), que siguen definiéndose como “señora de…” aun cuando sus maridos hayan fallecido.

De todos modos, en cuanto a las conductas que mencionas, creo que hay otro factor importante que interviene en el hecho de que hombres y mujeres reaccionen y se comporten de diferentes maneras cuando sienten celos. Y es que los hombres han sido tradicionalmente educados para canalizar sus emociones a través de la agresividad y la violencia y las mujeres no. Y me temo que las consecuencias de esa educación sexista, el modo en que han marcado el carácter de hombres y mujeres, aún sigue vivo en ciertas personas o sectores de nuestra propia sociedad.

¡Besos!

Antígona dijo...

Niña Margot, Manuel Delgado es genial. Hace años asistí a varias conferencias suyas y tuve la suerte de conocerlo en persona y además de encantarme las cosas que dice, es un tío estupendo, sencillo a más no poder, ingenioso, divertido… Vamos, que una maravilla de hombre.

Recuerdo que una de las veces que estuve con él lo acompañamos un amigo y yo a coger, tras una conferencia, el autobús de vuelta a Barcelona. Por el camino nos fue analizando aquella canción de Luz Casal que se llama “No me importa nada”, en especial aquel pasaje que dice “Tú juegas a engañarme, yo juego a que te creas que te creo”, y a partir de ahí empezó a hablar de la necesidad social de la mentira, de cómo interfería en el terreno amoroso… Ay, la verdad que no puedo recordar muy bien lo que argumentaba, pero reconozco que en aquel momento me pareció muy interesante y lúcido.

No obstante, tienes razón en lo que dices. De igual forma que la gastronomía, el vestir, o los rituales festivos pueden ser muy diferentes de una a otra cultura, es lógico que lo mismo suceda en el modo de concebir el amor y las relaciones de pareja. Y en efecto, las coplas o canciones de nuestra cultura reflejarían el modo en que en ella se vive el amor, probablemente nada universalizable ni extensible a otras culturas, al menos en muchos de sus aspectos. En cualquier caso, y pese al valor conformador de cada cultura, los individuos también somos capaces de rechazar algunos de los componentes de esa cultura que nos ha tocado en suerte cuando los vivimos como castradores o asfixiantes. Así que supongo que todo en el fondo estriba, sin dejar de ser conscientes del condicionamiento cultural, en hallar la fórmula propia que mejor se adapte a nuestra experiencia, a nuestra voluntad, a nuestros deseos. Y, por supuesto, también a nuestra voluntad de evitar el dolor y el sufrimiento, que ya decían los antiguos que era la clave de la felicidad, o a la voluntad de sólo aceptar aquellos por los que nos sintamos completamente recompensados. Y si el sufrimiento del amor es, en ocasiones inevitable, pienso que para que valga la pena sufrirlo la balanza debe inclinarse decididamente del lado de lo bueno que nos da y de lo vivos que nos hace sentir.

Claro que nos entendemos perfectamente, Margot. Pero es que a veces hay que hilar un poco fino para deshacer aparentes discrepancias. Que sí que sí, niña, que es que somos muy tiquismiquis :)

Besotes pensantes!

Antígona dijo...

Bueno, Jorge, como ya te has respondido a ti mismo, ¿ya qué voy a añadir yo? ;)

Un saludo

C.Martín dijo...

Te leo con un mes de retraso y celebro vivamente tu regreso (¡bien!)
Sólo añadir a tu lúcido y bello post que la imagen de dormir abrazado a un cadáver me parece aguda y sobrecogedora y que se encuentra también no sólo en las parejas por las que ha pasado el tiempo llevándoselo todo menos la costumbre, sino también en los que han perdido ese amor y están solos en la noche: siguen durmiendo aferrados a un cadáver, al cadáver del amor que se fue y les dejó un lecho frío, el frío de los muertos.

Un abrazo y un beso por la vuelta.

El Toro de Barro editorial dijo...

Me he acercado a tu mundo gracias a una reflexión sobre Judith y Holofernes que dejaste perdida en un blog muy querido. He creído reconocer en él el brillo de viejas sabidurías que, a diferencia del amor, no mueren nunca. Llegué aquí para encontrar, de nuevo, una nueva fuente de luz. Pero, lo que no me esperaba era este fascinante paseo...
Me gustaría publicar esta carta en Cartas en La Noche...
Un beso.

Anónimo dijo...

ola antinoga tras leer el articulo que un amigo me a pasado el link me veo obligado en responderte
yo estoi desde ace unos meses en la situacion de tu amigo y cromprendo todo lo que dices aun que no es facil salir de eso y menos cuando hay hijos de por medio pero en este caso siempre el preso yeba las de perder quiero de cir que el que es dejado es el que sufre y encima tiene que pagar los platos rotos como en mi caso.
no solo e de sopor tar la perdida de el ser que mas e amado en mi vida sino que tambien e de soportar el distanciamiento de mi propia sangre que son mis hijos mi mayor logro en esta vida eso sin con tar que me a dejado en la ruina total y al vorde del suicidio por suerte como tu dices con mucho apollo de mucha gente pero sobre todo el mio propio.
aqui te dejo mi email de conacto por si e apetece hablar gigolo221279@hotmail.com