sábado, 2 de mayo de 2009

Recordar


No puedo decir que sea mi predilecto. Demasiados son los cuentos de Jorge Luis Borges que habrían de competir entre sí para adquirir esa distinción, y otorgársela a uno de ellos sería injusto y mentiroso para el resto. Pero lo que sí puedo decir es que es, probablemente, el relato que en más ocasiones a lo largo de mi vida, por diversos motivos, en diferentes circunstancias, he recordado. Ahora bien, me temo que tampoco yo, al igual que el narrador del cuento, "tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto". El derecho sobre ese verbo sagrado que Borges identifica con el "recordar" lo ostenta Ireneo Funes, el inquietante personaje de "Funes el memorioso".

De niño era conocido como el "cronométrico Funes" por su facultad de saber siempre la hora exacta sin necesidad de reloj alguno. Pero esa asombrosa habilidad palidece ante la que, como tocado por el golpe de gracia de un dios con rostro de genio maligno, le sobreviene tras un accidente que lo deja tullido. Desde su cama, Funes es capaz de percibir y recrear en su memoria todo aquello que escapa a la visión común del común de los mortales. Desde las formas caprichosas y fluctuantes de todas las nubes australes que poblaron el cielo de un concreto amanecer, hasta las vetas dibujadas en la pasta de un libro que viera una única vez. Desde las líneas de espuma que levanta el golpe de un remo en el agua, hasta el complicado y cambiante baile de las llamas de un fuego. Funes percibe no solamente cada una de las hojas que cuelgan de un árbol, en su específica singularidad -ésta y aquélla, y aquélla otra...- y sus para nosotros inapreciables y despreciables diferencias. También es capaz de recordar cada una de las veces que las ha percibido o que las ha imaginado. Y con su prodigiosa penetrancia perceptiva, Funes se percata de que el perro de las tres catorce no es el mismo perro de las tres y cuarto. De continuo asiste a la fugacidad de todas y cada una de las cosas que le rodean, pues su conciencia capta las más ínfimas variaciones que el paso del tiempo imprime en ellas. Además, no necesita escribir nada de lo que piensa. Basta con que lo haya pensado una sola vez para que no pueda borrarse de su memoria.

Funes vive en un mundo diferente al nuestro. Tan diferente, valdría decir, que sencillamente es otro mundo. Un mundo infinitamente más rico y complejo, de desorbitados matices, exuberante en desemejanzas. Un mundo en continuo devenir en el que nada se deja fijar, petrificar. Un mundo de dinamismos pausados pero constantes en el que, como en una filmación acelerada, el nacimiento, la decandencia y la muerte se han vuelto visibles. En el mundo de Funes, nada es igual a nada, nada es igual a sí mismo en el margen de unos pocos segundos. Cada hoja de cada árbol, cada grieta que se abre en cada pared, cada arruga de cada rostro, son inconfundibles. Ni tan siquiera cabe confundirlas con ellas mismas en el sucederse del tiempo.

Siempre que recuerdo -no me queda más remedio que utilizar con consciente frivolidad ese verbo sagrado cuya legitimidad sólo corresponde a Ireneo Funes- este cuento de Borges, no puedo evitar empezar a pasear los ojos por los objetos que me rodean, tratando de detenerme en esos múltiples matices sobre los que jamás reparamos. La forma en que se distribuyen, cada una en una posición distinta, las colillas en el cenicero. Las pequeñas escamas de ceniza sobre las que reposan o que yacen sobre ellas. Las vetas ligeramente más oscuras que componen dibujos aguados en la superficie de mi mesa de trabajo. Puedo ver esos detalles. Puedo tratar de imitar, precariamente, la visión de Ireneo Funes. Pero apenas levanto la vista de cada uno de esos objetos, en mi cabeza sólo resta una imagen borrosa del conjunto.

Los miro de nuevo y pienso que, en verdad, ninguno de esos detalles tiene existencia real en nuestro mundo. Porque ni tan siquiera tienen nombre. Sólo son una colilla, y otra, y otra... Una escama de ceniza y otra y otra... Una veta, y otra y otra... Nos faltan palabras para distinguirlas, como nos faltan para describir las sutiles o no tan sutiles diferencias que hay entre todas y cada una de las hojas de un sólo árbol. Más aún para discernir las de varios árboles de la misma especie. Si se nos pregunta, ¿qué vemos?, sólo contestaremos: hojas. El mismo pobre nombre, tal vez aderezado de unos pocos adjetivos -más grande, más pequeña, más oscura, más ajada- para millares de objetos diferentes entre sí. Al igual ocurre con cada uno de nuestros conceptos: deben servir para aglutinar miles, millones, innumerables cosas tan dispares entre sí como todas y cada una de las mesas posibles, de los amaneceres posibles, de las caricias posibles. El lenguaje es una gran máquina de anular, de aplastar diferencias, que nos vuelve ciegos, sordos y mudos para ellas. Me pregunto entonces cuántas veces habré dicho o pensado que me sentía triste porque carecía de otra palabra capaz de distinguir esa concreta y singular tristeza, esa concreta y singular emoción, de la emoción que cualquier otro día, en cualquier otro momento, identifiqué como tristeza. Y no dejo de asombrarme de lo groseros, de lo mentirosos que por fuerza tienen que ser nuestros recuerdos, si su fijación depende de un armazón tan esquemático e insensible a las diferencias como es la palabra.

Sin embargo, posiblemente porque lo he leído en otras palabras, en otros conceptos, puedo decir que recuerdo, sin sensación de traicionar realidad alguna, que el narrador de ese cuento de Borges parece antes interpretar la portentosa habilidad de Funes como una maldición que como un privilegio. Sospecha que Funes no puede pensar. Porque pensar es "olvidar diferencias, generalizar, abstraer". Me temo que acierta de pleno en su sospecha. Pero para mí es indudable que Funes el memorioso representa el precio, quizá por lo general insignificante, en ocasiones intuyo que nada desdeñable, que pagamos por pensar.

20 comentarios:

Ines dijo...

A mi ese cuento me produce desazon y tembien lo veo como un problema . De virtud nada, menudo agobio.No ver nunca la mesa donde trabajo sino solo las vetas intinitas de la madera .
Me parece una situacion terrible.
Besos

dErsu_ dijo...

No por nada la imagen que nos muestras es la de un membrillero, probablement el que quiso pintar Antonio López, para capturar todo aquello que hubiese recordado el memorioso Funes. López, claro, fracasó, como fracasamos nosotros, aún sin la mirada de Erice en el cogote.

Arcángel Mirón dijo...

Cuando íbamos a la playa con mi prima y yo no llevaba reloj, jugaba a adivinar qué hora era. Mi prima me permitía un margen de diez minutos. Y nunca me hacía falta: yo adivinaba la hora exacta.
Era un pequeño orgullo.

Mi cuento favorito de Borges es Deamtigers, si es que tengo que elegir uno.

:)

Un abrazo, Antígona.

Antígona dijo...

Casilda, a mí también me produce desazón, pero igualmente una cierta admiración mezclada de envidia. Y creo que es lo mismo que le sucede al narrador de la historia, que contempla a Funes el memorioso con una suerte de compasión admirada o admiración compasiva. Me parece significativo el escepticismo del narrador ante su petición de que le preste alguno de los volúmenes latinos que lleva consigo, junto con un diccionario, dado que todavía ignora el latín, y luego su pasmo cuando Funes le recibe recitando a Plinio en su lengua.

Entiendo que vivir constantemente como Funes fuera una situación terrible y angustiante. Funes no logra dormir y muere joven. Pero se siente tremendamente afortunado, siente que por fin ha empezado a vivir. Si fuera posible, no dudaría ni un segundo en meterme en su cabeza por un rato y experimentar esa visión del mundo. Pero claro, supongo que sólo por un rato :)

Besos

-----------

¡Enhorabuena, Dersu! Has acertado de pleno. Puedes pasar a recoger tu premio cuando quieras ;)

En efecto, la imagen es la del cuadro del membrillero de Antonio López. Las imágenes que pongo siempre están relacionadas –aunque reconozco que en ocasiones la conexión puede ser poco clara- con el contenido del post. Y en este caso me pareció perfecto este cuadro, en el que se plasma ese intento de pintar cada hoja del membrillero en su específica singularidad, sin ahorrarse el esfuerzo por reflejar cada detalle, tratando de atrapar la realidad tal y como es. Pero tienes razón, el intento nunca puede dejar fracasar. Entre otras cosas, porque también la pintura o la fotografía petrifican lo que en la realidad nunca deja de cambiar ni alterarse. En el mejor de los casos, la imagen sólo se correspondería con un segundo de la mirada de Funes. Sólo que me parece que el intento es valioso justamente en cuanto fracasado. Porque en el fracaso, y sólo en él, es donde se hace patente la imposibilidad de la tarea.

Un beso

Antígona dijo...

Caray Arcángel, ¿sigues conservando esa rara habilidad o formaba parte de la magia de tu infancia y ya se perdió?

Esperemos que a ti no te tire ningún caballo y te pase lo mismo que a Funes. Ahora, si en algún momento te da la sensación de que empiezas a ver y luego recuerdas con exactitud las formas de todas las nubes de un amanecer cualquiera, u otra cosa que te sorprenda, no dejes de decírnoslo ;)

Precioso ese cuento de Borges. Quién no quisiera causar un tigre en sueños que no acabara tirando a perro o a pájaro. Borges tiene una especial maestría para transformar en cuentos profundas reflexiones sobre la naturaleza de nuestras facultades, sobre lo que en ellas nos acerca y a la vez nos distancia del mundo. Por eso me gusta tanto. Y sigo sin poder decir, ni creo que lo pueda decir nunca, cuál sería mi cuento favorito.

Un beso y un abrazo

Isabel chiara dijo...

El habilidoso Funes no podía hacer otra cosa que morir descompuesto, porque hasta su recuerdo del recuerdo se modificaba de continuo. Es cierto que el lenguaje generaliza, pero la mente no, y esos estados de tristeza que tú sólo podías definir verbalmente con una sola palabra dentro de ti tenían matices que los hacían diferentes. Creo que eso es lo que se pretende con el lenguaje poético más allá de las metáforas, la distinción de un espacio único, el ofrecer un lenguaje preciso que exprese las sensaciones, darles el segundo de Funes. Prefiero el poder de la fantasía, de la creatividad, al poder de la memoria portentosa porque no sé cómo haría para encajar mi propia realidad ya de por sí desencajada, jajaja.

Funes es uno de los relatos que nunca se olvidan.

Por cierto, anoche vi la escafandra y la mariposa de Julien Schnabel. No sé si la has visto o sabes de qué va, pero, en cualquier caso, basada en un hecho real, el protagonista queda inválido y mudo, sólo ve con un ojo y su cabeza funciona de maravilla. Reconciliarse con su memoria (diferente en ese estado de lo que recordaba cuando estaba bien), recordar fantaseando le hace plantearse y comprender un pasado bien distinto. Una peli muy interesante.

Un beso

troyana dijo...

Antígona,a mí el pobre Funes me produce cierta pena porque realmente debe ser agotador percibir las infinitas variaciones de la realidad a cada momento.Por otro lado,con ese grado de precisión,de realismo,de minuciosidad,de fría y distanciada objetividad.Es posible que pensar conlleve el acto de generalizar y abstraer,también recrear y falsear partiendo de nuestra propia subjetividad,pero¿ a dónde le lleva a Funes su habilidad?¿es más dichoso o féliz acumulando toda esa información en constante ebullición?
1 abrazo

huelladeperro dijo...

Mmmm...
Funes parece tener el punto de vista de Dios, Omnisapiente y Perfecto, aunque quizá no su poder creador.

No había leído este cuento de Borges, que no es santo de mi devoción y que en general me carga...

Pero entraré a concurso: mi preferido es sin duda "El jardín de los senderos que se bifurcan"

Y creo que lo que más me gusta de ese cuento (lo único que realmente me gusta de él) es el título...

Pero vamos al lio: la propuesta que nos hace Borges de imaginar a alguien poseyendo una memoria perfecta de todo cuanto vive es hermana gemela del experimento mental que tantas veces he hecho (y Borges sin duda también) de imaginar cuál puede ser el punto de vista de Dios una vez lanzado a existir. Todo aquello que piensa, todo aquello que imagina, todo aquello que crea (de crear, no de croar) el primer ser existente ha de ser retenido por él. Y esto desde los primeros balbuceos de su conciencia hasta el explendor del florecimiento de la vida en todas sus manifestaciones y hasta la última voluta fractal del penacho de un humilde cereal y cada átomo y cada partícula subatómica existentes en el universo.
Dejar de recordar algo (ponte en su lugar; imagínatelo) sería introducir en su propia existencia (Él, lo único existente), un germen de imperfección que pugnaría por, y acabaría, matándolo...

Tal vez la existencia de todo el universo no sea más que la huída hacia adelante de Dios del noser, de aquello que era antes de empezar a ser (un antes que hemos de situar no en el tiempo, no en nuestro tiempo, pobres criaturas que vivimos a lo largo de la línea temporal, sino en la perspectiva de Dios; antes de su existencia); y así Dios, la memoria de Dios, su poder creador, mantenga lo existente ( y a Sí Mismo) a base de multiplicarlo.

Las implicaciones de esto son terribles: El universo no contiene nada aparte del mismo universo, que es como decir no contiene nada aparte de Dios, y Él; nuestro paladín; lucha denodadamente por sostener todo lo que existe frente a la nada, que por todas partes nos rodea y amenaza con aniquilarnos.
¡Qué responsabilidad para nosotros; parte entera de la divinidad que confía en la fragilidad de nuestras sinapsis para ayudarle a sostener el mundo!

------------

Por aquí creo yo que anduvo también Borges, puesto que la frase más importante del cuento, y también la más terrible, es:

Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable: tal vez todos sabemos que somos inmortales y que tarde o temprano todo hombre (y mujer, claro) hará todas las cosas y sabrá todo.

huelladeperro dijo...

PD:

Amancio Prada es cojonudo

Besos

Margot dijo...

Ummm Borges no es de mis escritores preferidos, me satura, no sé la razón... pero conozco este cuento, claro, lo leí cuando aún pensaba que existían libros que "había que leer"... ingenua y maja era yo en aquel entonces... jeje, tan bienmandá.

Y me agobió el cuento, el personaje y las consecuencias de su memoria. Esa forma de perderse en el continente de las cosas, obviando el contenido, no debía ser sana, no señor. Así que después de leerlo me reconcilié con mi desmemoria crónica y nos llevamos tan bien. Y llegué a la conclusión que de salvar algo, prefería que fuera el fondo de lo aprendido y no el dato. Lo llevé a mi terreno, ya, no te digo... jajaja.

Al hablar (comunicar) del fondo puedes extender las palabras, amoldarlas... en el detalle... puedes fallar si no encuentras la unívoca que lo define y acabas liando al personal. Ays de las palabras... y más complicado si se trata de recuerdos, como bien apuntas. Como para fiarse de ellos!!

Besos silábicos!

c.e.t.i.n.a. dijo...

Supongo que el hecho de sentirme el hombre más despistado del mundo, y como puro mecanismo de defensa, me ha hecho llegar a la conclusión de que la memoria es la inteligencia de los necios. Je,je,je...

A mí este cuento me recuerda a un relato de Lovecraft en el que el protagonista se vuelve loco porque sus ojos ven aquello que los ojos del resto de humanos no pueden ver: lo que hay entre las cosas.

Supongo que Borges debía ver esa capacidad de recordar todos los detalles de la propia existencia como una auténtica pesadilla.

A lo mejor por eso yo soy tan desmemoriado... Por eso y porque esta capacidad me permite releer libros estupendos como si fuese la primera vez.

Un beso

Antígona dijo...

Es cierto, Ichiara, que Funes no podía más que morir, pero yo no interpreto que los recuerdos de sus recuerdos cambiaran, sino más bien que se superponían y acumulaban exponencialmente en una dinámica de creciente sobresaturación que necesariamente tenía que acabar con él. Por otra parte, no tengo tan claro que la mente sea algo independiente del lenguaje, al menos para ciertas cosas. Decía Wittgenstein que el único modo que tenemos de identificar nuestras sensaciones, nuestros estados de ánimo, es con las etiquetas del lenguaje que otros nos proporcionan cuando aprendemos a utilizarlo. El niño hace determinados gestos que a sus mayores les llevan a deducir, por ejemplo, que siente dolor y es al decirle en repetidas ocasiones que lo que le sucede es que algo le duele cuando el niño aprende a usar esta palabra. Creo que esta teoría es válida, o al menos lo es parcialmente. Porque las emociones, las sensaciones, son tan fugaces, que es difícil que algo quede en nuestra memoria que no sea la etiqueta con que la identificamos en su momento. Y la etiqueta nunca llega a hacer justicia del todo, por más que se adjetive, a la complejidad de nuestras emociones. Aun cuando también está la memoria involuntaria proustiana, ésa que, por obra del azar, nos retrotrae a través de una determinada sensación o emoción similar a otra vivida a un momento del pasado que somos capaces de revivir en toda su riqueza y complejidad. Pero esta memoria no se puede activar a voluntad. Se nos regala a veces y siempre sin que medie ninguna voluntad de recordar por nuestra parte.

No obstante, estoy totalmente de acuerdo en lo que dices el lenguaje poético, cuya fuerza metafórica sí tiene la potencia de hacernos evocar lo que el lenguaje cotidiano, a fuerza de desgaste y trivialidad, tiende a ocultar. Pero me temo que los recuerdos, más que reproducir, reinventan y crean sobre lo ya vivido. No podemos olvidar que también nosotros, al igual que la realidad que nos rodea, somos antes un flujo de fuerzas cambiantes que una realidad petrificada y siempre idéntica a sí misma. Tiendo a pensar que la identidad, en la que la memoria juega un papel crucial, es una pura construcción. Vitalmente necesaria, por supuesto, pero construcción al fin y al cabo.

No conozco esa película que mencionas, pero el tema me parece de lo más sugerente. Así que tomo buena nota, confío plenamente en tus recomendaciones :). Por cierto, que ya me hice con aquella peli de Liliana Cavani que me recomendaste sobre Lou Andreas Salomé, pero la copia es tan infame que no se deja ver. A ver si puedo conseguir una mejor.

Un beso

------------

Bueno, Troyana, como le decía a Casilda, creo que en mí prima la sensación de asombro o de curiosidad ante lo que significaría tener esa percepción de la realidad que la de pena o compasión. Tampoco creo que su visión sea fría y distanciada, antes bien el narrador del cuento señala que los recuerdos de Funes no son nada simples, sino que cada imagen visual va acompañada de las sensaciones que tuvo en la vivencia originaria. Ahora, de lo que no me cabe duda es de ese estado de agotamiento al que aludes, siempre poblado por un batallón de percepciones y recuerdos que no puede dejar de crecer. Con lo relajante que es dejar la mente en blanco ;)

Está claro que la habilidad de Funes le lleva a la muerte. Pero Funes siente que sólo desde el momento en que ha quedado tullido ha empezado a ver, que por fin ha dejado de ser ciego y sordo. Haberse quedado tullido a cambio de haber ganado esa percepción y memoria prodigiosas le parece una minucia. Ahora bien, quizás sea una cuestión totalmente distinta que a ese estado pudiera llamársele felicidad.

Un abrazo y un beso

Antígona dijo...

Poco puedo añadir, Huelladeperro, a tu interesantísimo comentario asimilando esa mirada de Funes a la de un Dios que, sosteniendo en su mente divina todo lo que es, se halla en guerra perpetua con el no-ser. Si Funes no puede ser Dios, puesto que su mente no puede ser creadora sino sólo perceptiva y reproductora, desde luego sí creo que ejemplifica a la perfección esa lucha a brazo partido con el olvido que sería la nada para que cada una de las cosas que existen, por ínfimas e insignificantes que sean, permanezcan en su existencia.

Me parece, por otra parte, que tu comparación está totalmente en línea con el imaginario borgiano y su imagen del universo y la divinidad. De hecho, lo que dices, pienso, es exactamente lo que se expresa en este poema, que desde hace ya años cuelga del corcho de mi estudio y que se titula “Eternidad” (Everness):

“Sólo una cosa no hay. Es el olvido
Dios que salva el metal salva escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que ira dejando todavía.

y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierra tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.”

El dios que todo lo salva, tanto el metal como la escoria (lo valioso y lo despreciable), la negación de la pérdida contenida en una memoria exhaustiva, perfecta y eterna… Creo que todo lo que apuntas está ya aquí.
Debo confesar que copié este poema, hace más de quince años, en una época de mi vida en la que me embargó un cierto sentimiento místico y en la que coqueteaba con la idea de la existencia de un Dios. Poco después, qué le vamos a hacer, me volví una atea irredenta. Pero supongo que en ello tuvo que ver lo poco que me conmueve la idea de un dios tan empeñado en librar al mundo de la nada pero condenándonos a nosotros a tener que enfrentarnos con ella a cada paso, sea en virtud de nuestra propia desmemoria, sea, y esto es mucho más grave, poniéndonos siempre la muerte, la nuestra propia, la de nuestros semejantes, frente a nuestros ojos. Vamos, que de ningún consuelo me sirve el pensar que todo aquello que yo experimento como pérdida se conserva en la memoria de Dios. Por otro lado, tu imagen me evoca la idea de un Dios patológicamente vanidoso, esforzado por una creación en el fondo absurda, obsesionado por cumplir una tarea en la que sólo se afana para justificar su propia existencia y no caer él mismo en el sinsentido. Y si encima obliga a ayudarle, a través de nuestras frágiles sinapsis neuronales, a ayudarle a sostener un mundo en el que no nos ahorra el dolor, el sufrimiento y la pérdida, esto ya es el colmo de los absurdos. Que se hubiera limitado a jugar a las cartas con la nada para matar el no-tiempo de su aburrimiento ;)

Por lo que dices en tu último párrafo, intuyo, sin embargo, que a ti lo que te parece una condena no es la mortalidad sino la inmortalidad. Y puede que tengas razón. Pero creo también que es imposible que nuestra perspectiva esencialmente mortal nos permita percibirlo así.

Por otra parte, tu comparación me ha hecho recordar otra idea muy presente en Borges y procedente del judaísmo: no se puede ver el rostro de Dios sin morir en esa visión. Quizás por eso Funes, aunque no haya visto directamente el rostro de dios, debe también morir por haber gozado del privilegio de situarse en su punto de mira.

Insisto en que no puedo decir cuál es mi cuento favorito de Borges. Pero no creo que el que citas entrara entre los muchos y posibles candidatos. Prefiero, entre muchos otros, “La casa de Asterión” –qué fantástica reinvención del Minotauro- o “Las ruina circulares”, por citar un par.

Un beso.

PD. Pues claro que Amancio Prada es cojonudo :)

Antígona dijo...

Margot, personalmente conecto más con la sensibilidad y el modo de narrar de Cortázar, pero son muchos los cuentos de Borges que me han dejado gratamente boquiabierta y ante los cuales he tenido que quitarme el sombrero mientras exclamaba, ¡éste tío es la hostia! :)

No me extraña que el personaje te agobie. Es que imaginar una percepción tan desorbitada de cada ínfimo detalle de la realidad agobia y marea hasta dejar al borde del vértigo. Sin embargo, algo en todo ello me fascina, como cuando dice Borges que Funes era capaz de ver “las muchas caras de un muerto en un largo velorio”. Me hace pensar en lo limitada que es nuestra percepción de la realidad pese a lo mucho que la humanidad se ha jactado, y se sigue jactando a través de la ciencia, de ser capaz de esa cosa llamada conocimiento. Y me hace pensar igualmente en la precariedad de ese instrumento que nos constituye de arriba abajo y sin el cual no seríamos los seres que somos, el lenguaje, y en la ilusoria confianza que tendemos a depositar sobre él como medio de conocimiento, autoconocimiento y comunicación.

Es posible que, como dices, Funes se pierda en el continente y obvie el contenido. Sin embargo, Funes cree haber ganado en lugar de perder. Se compara con cómo era antes y vive su nueva situación como un regalo. En parte, el cuento no deja de ser un poco contradictorio. Porque si Funes le recita al narrador el capítulo de la “Naturalis historia” de Plinio que habla sobre la memoria, es porque es perfectamente consciente de lo que le ocurre, y por tanto, no ha perdido su capacidad reflexiva. De lo cual también podría desprenderse la interpretación de que la sospecha del narrador de que Funes no piensa no es más que un vil subterfugio para aliviar la mezcla de miedo y envidia que la poderosísima mirada de Funes le produce. No es la interpretación que más me convenza, pero no deja de parecerme plausible.

¡Un beso mudo!

--------------

También yo me considero una persona muy despistada y más desmemoriada de lo que querría, C.E.T.I.N.A. Y es posible que, como dices, la inteligencia de los necios sea la memoria. Pero no sabes cuántas veces he pensado que me gustaría tener una memoria mejor de la que tengo, que para algunas cosas parece como una especie de agujero negro que todo se lo traga como si lo que olvido jamás hubiera pasado por mí. Supongo que el olvido es más que necesario para una buena higiene mental, pero, joder, aun cuando los especialistas hablen de eso que se llama memoria selectiva, yo preferiría que fuera aún más selectiva de lo que es y sobre todo acordarme de lo que quiero acordarme.

No conozco ese cuento de Lovekraft, pero no me extraña que el protagonista se volviera loco. En este mundo nuestro, no compartir la realidad que otros comparten es condición más que suficiente para acabar mentalmente enajenado.

El recuerdo de cada detalle de la propia existencia suena a pesadilla, sí. Pero para mí sólo en parte. Ahora, siempre y cuando uno tuviera algo así como una cajonera interior donde pudiera clasificar los recuerdos en buenos y malos y fuera capaz de abrir los buenos a voluntad y tener los malos bajo siete llaves. Eso sí sería un chollo ;)

En lo que estoy absolutamente de acuerdo es en lo último que dices. Olvidar nos permite volver de nuevo sobre algunas cosas como si fuera la primera vez. Y aquí la memoria no consciente que guardamos de ellas suele hacernos disfrutarlas el doble.

¡Brindemos por el olvido!

Un beso

NoSurrender dijo...

Debe ser una verdadera tortura asimilar tal cantidad de información, continuamente y de una manera exponencial. No me extraña que el pobre hombre acabara como acabó, mi querida doctora Antígona. Además, no estoy tan seguro de que la realidad que pudiera percibir el amigo Funes fuera tal “realidad”, precisamente por la ausencia de huecos a llenar, por la ausencia de “interpretación” (wittgensteiniana o no) que permita interactuar con el modelo que es la propia realidad que nos rodea y que nos conforma.

Morir significa haber vivido, y el acto de vivir debe dejar sitio para la conciencia y la interpretación de nuestro Yo en el Mundo. ¿Es libre, acaso, Funes? No, no es libre porque la hiperrealidad le impide la duda. ¿Puede soñar, acaso, Funes? No, no puede recrear el Mundo. ¿Hay poesía, hay filosofía en la explosión de realidad que tiene Funes? No. Porque no está vivo. Y quizás es ése el regalo que tanto le envanece: no vivir, sólo conocer. Ser Dios. Un Dios tan inútil, mezquino y detestable como el de los judeocristianos.

Por eso me ha parecido muy interesante lo que comenta huelladeperro. Funes es el Dios del mito judeocristiano. Y, por lo tanto, yo que Borges no hubiera dejado morir a Funes, sino que le habría hecho dejar de existir.

Además, con lo que me gusta a mí ver una película que me gustó por segunda vez ¿cómo voy a envidiar a ese pobre desgraciado? :P

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Ay, doctor Lagarto, pero qué manía parece que le tienen todos ustedes al pobre Funes. Pues mira, permítame que le diga que discrepo con usted. Porque por supuesto que Funes percibe la realidad, sólo que “otra” realidad distinta de la que nosotros vemos y posiblemente más cercana a cómo son verdaderamente las cosas. Le doy la razón en que eso que usted llama la “realidad”, y que no es otra que la “nuestra” propia, requiere huecos que llenar, requiere interpretación. Pero que esa nuestra realidad sea, necesariamente, una realidad interpretada no significa que sea la única realidad posible, ni mucho menos que eso que es nuestra realidad se ajuste fielmente al modo en que las cosas son. Porque, ¿con qué derecho podríamos decir que es más real nuestro concepto de hoja, esquemático y grosero, que las infinitas hojas que pueblan los infinitos árboles que han poblado y poblarán este mundo? ¿Es que acaso existe realmente “la hoja” de la que hablamos, o lo que existen son esas otras hojas infinitas, singulares, individuales, plagadas de diferencias, que no podemos expresar en nuestro lenguaje? Es obvio que en nuestra visión del mundo, “la hoja” tiene más entidad real que las hojas que ni siquiera nos tomamos la molestia de mirar cuando pasamos ante un árbol. Que vemos antes globalidades, abstracciones, que singularidades. Pero a fin de cuentas, el concepto de “hoja”, por muy útil que nos sea, no es más que una entelequia sin correspondencia alguna con lo que hay fuera de nosotros, con lo que palpamos, vemos y olemos cada vez que tenemos en la mano “una” hoja y precisamente esa y no otra.

Por otro lado, ¿por qué cree que Funes no vive? Funes tiene plena conciencia de sí, plena conciencia de lo que le sucede, de sus percepciones, de sus recuerdos. Sus recuerdos, dice el narrador, van además acompañados de toda suerte de sensaciones. Es cierto que, tullido sobre su cama, no puede vivir una vida de acción, sino de mera contemplación. Pero también quien contempla y percibe vive, al igual que vive, sólo que una vida distinta, quien se retira del mundanal ruido y renuncia a la acción para escribir una novela o componer música. Funes, si acaso, es el más grande voyeur de la historia de la literatura, pero es también una mente creativa, que trata de inventar un nuevo lenguaje para nombrar las singularidades que percibe, que pretende establecer un nuevo y rocambolesco sistema de numeración.

En cualquier caso, y más allá de toda discusión sobre los posibles detalles de la figura de Funes, creo que la intención de Borges al proyectar a este personaje imposible no es otra que reflexionar sobre las condiciones de nuestro conocimiento del mundo y de nuestro hablar sobre él. Y me parece que no hay que tener miedo a la conclusión que se extrae de ello: podemos pensar gracias a nuestra percepción limitada de lo existente. Y en esa limitación, por útil que nos sea, no puede dejar de reconocerse una pérdida. O dicho de otra manera: para pensar, nos es necesario recortar el mundo a la medida de nuestra capacidad perceptiva. Sería engañoso querer olvidar el recorte, con todo lo que obvia, con todo lo que deforma y falsea.

Ahora, en lo que sí voy a darle toda la razón es en el placer de ver por segunda vez una película. Aunque no creo que Funes envidiara mucho este placer propio de mentes cegatas y olvidadizas :P

¡Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

C.E.T.I.N.A., no sé si volverás a pasarte por aquí, pero por si acaso, decirte que me resulta imposible comentar en tu blog. En todos los post me sale un mensaje de error de blogger. ¿Soy yo o es tu blog el que tiene un problema?

Otro beso

Anónimo dijo...

Muy bonito tu post, Anti, y la cadencia de tu escritura. Estoy de acuerdo en lo que dices, los límites de nuestra cabeza, del lenguaje, y la memoria, ahhh, la memoria...

Y esos versos de Machado...

De las potencias del alma, la memoria es la cruel, porque causa el mayor daño, recordando el mayor bien...

Un beso, JJ

Neo dijo...

Yo nunca me acuerdo de olvidar ciertas cosas; besos meménticos!

Antígona dijo...

JJ, gracias por traer aquí esos preciosos versos de Machado, y tan lúcidos en su nostalgia. Pero, por suerte, y como tantas otras cosas, la memoria tiene dos caras: recordar el mayor bien puede hacer un daño infinito, pero también puede ser un inmenso tesoro que, además de acariciar en las tardes melancólicas, nos incite a buscar un bien aún mayor o a alegrarnos sencillamente por lo vivido.

Un beso

------------

Genial película sobre la memoria la de “Memento”, Neo. Pero es que los recuerdos no pueden olvidarse a voluntad. Lo mejor para vivir tranquilo es tratar de reconciliarse con ellos, ¿no crees?

¡Besos!