viernes, 22 de agosto de 2008

Dioses


Dicen los entendidos que cuando el hombre griego tomaba una decisión, veía, sentía y hablaba en ello de la intervención de un dios. Para él, ese momento crucial por el que, descartando vías alternativas, nos aventuramos en una única dirección tras la necesaria parálisis ante la encrucijada, el momento de la inevitable elección de una sola de las horquillas de la bifurcación, venía marcado por la aparición de lo divino. Y así parece demostrarlo la poesía homérica.

Es Atenea quien, en la Ilíada, emerge ante la tristeza de Odiseo por la inminente partida de los griegos y le ruega que los disuada del propósito del regreso cobarde. La misma diosa que aconseja sabia y digna serenidad al león irritado que es Aquiles ante Agammenón, llevándole a envainar su espada. La que más tarde asiste a Diomedes en la duda sobre si debe arrastrar el carro del rey o seguir matando tracios, y así salva su vida. Pero también Afrodita nubla los ojos de Helena cuando ésta abandona esposo e hija por su amante, trayendo desgracia indecible sobre griegos y troyanos. Y a Zeus, junto a la Moira y la Erinnia que caminan en la oscuridad, culpará Agammenón de haber obcecado con maldad su mente en la asamblea el día en que le arrebató a Aquiles su donación de honor. Los dioses aconsejan, inspiran, aleccionan para bien y para mal. Su intervención porta tanto la victoria como la ruina. Con su más profunda visión de las cosas, iluminan la mirada del héroe o alzan ante ella el velo de bruma que deparará el fracaso.

Sin embargo, dicen a su vez los entendidos que tal manifestación del dios en absoluto menoscaba la percepción del hombre griego de su propia libertad. En una realidad poblada de dioses, en un mundo en el que tras cada cosa se oculta la inquietante presencia de lo divino, no es posible delimitar dónde empieza la voluntad del dios y dónde termina la del humano. La voz divina y la llamada del propio pensamiento son, en el fondo, lo mismo. Por contradictorio que a nosotros, modernos, nos parezca, lo que para el griego proviene del propio hombre tiene igualmente su origen en los dioses. Los mortales quieren y hacen lo que ellos mismos y la divinidad quieren y hacen, sin que la dualidad que aquí a nosotros se nos impone pueda siquiera formularse para ellos. De ahí que la acción errónea inducida por el dios reciba su castigo en carne humana, nunca exenta de culpa en la miseria y la penuria.

Y no obstante, dicen tales entendidos, algo en esencia idéntico se expresa en la comprensión del decidir característica de un mundo habitado por lo sagrado, y la de nuestro mundo desacralizado y secularizado. Ése en el que los dioses, bien desaparecidos, bien desterrados a alturas inalcanzables para la existencia cotidiana, hace ya mucho que huyeron abandonándonos a nuestro propio destino. Pues esa presencia del dios en el querer y la elección del hombre griego sólo vendría a poner de relieve el carácter radicalmente inexplicable de cada decisión tomada. El hecho de que cada decisión, lejos de hallarse determinada por nuestro siempre precario saber acerca de las circunstancias que nos rodean, suponga un salto en el vacío que no se deja dilucidar en función de ese saber. Mediante la figura del dios, el hombre griego refleja y asume la condición indescifrable, el enigma y el misterio que anidan en el instante de la decisión. El enigma sobre el que se funda nuestro ser libres, arrancando nuestras acciones a la cadena causal gobernada por las leyes de la física que rigen para el orden natural. El misterio por el cual aquello que más íntimamente nos constituye representa a un tiempo lo más lejano y opaco, como lejano y opaco es el dios para el mortal griego, plenamente consciente del abismo que los separa.

Aun así, me temo que nunca dejaré de envidiarle a Aquiles el resplandor centelleante de los ojos de Atenea, capaz de propiciar la calma en medio de su cólera leonina. Ni a Odiseo la voz sagaz y prudente de la diosa en su tristeza ante la acción cobarde, para nosotros fruto previsible de esa misma tristeza. Ni tampoco a Helena, si me apuras, la ofuscación de la niebla traída por la fugaz irrupción de Afrodita. Por más que, en ese momento crucial de la decisión, idénticas sean nuestra soledad vacía y la soledad repleta de dioses del hombre griego.

20 comentarios:

Arcángel Mirón dijo...

Siempre me apasionó la mitología griega, mucho más que la católica. Mi dosa preferida es, sin duda, Atenea.

(Conozco una chica que antes de entablar una relación amorosa con un hombre, pasa una semana rezando para que Dios le indique si ese hombre es o no es correcto; no sólo los griegos pueden jactarse de eso).

:)

Anónimo dijo...

Vaya... qué curioso... su post me ha hecho pensar que en realidad el sistema religioso de los griegos, aun con tantos dioses, tampoco era tan diferente al cristiano en esto de la libertad... Para el cristianismo la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que así busque espontáneamente a su Creador, y adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y "bienaventurada" perfección...

Bueno... querida Antígona, que me voy de vacaciones... si piensan comenzar otro debate como el anterior, espérense a que vuelva allá por el 6 o 7 de septiembre... que en el fondo sé que se aburren sin mis discrepancias, jejeje...

Por cierto... para el que quiera, he dejado deberes en mi blog...

Abrazos y besos para todos y todas. Para los del grupo B también, eh...

NoSurrender dijo...

Supongo, doctora Antígona, que tanto para los griegos como para el hombre moderno, existe una necesidad psíquica de explicarnos el qué y el por qué ante una cadena de hechos que nos han afectado. De razonar hasta el máximo de nuestras posibilidades cuáles han sido los motivos que nos han llevado a tomar una decisión determinada en un momento determinado. Y rellenamos los huecos incomprensibles con dioses o con cualquier cosa que nos permita cerrar la historia.

Pero dice usted que los dioses aconsejan bien y mal, que apoyan y obstaculizan de manera imprevisible para los mortales. De esta manera, parece que para los griegos los dioses son un elemento incontrolable en la cadena de hechos que vienen a explicar un fenómeno. ¿No es esto, entonces, lo que la ciencia moderna llama azar, sin más? ¿qué diferencia hay para el hombre, entonces, que existan o dejen de existir los dioses?

Todo coarta nuestra libertad, sean dioses caprichosos, azares, o mariposas que aletean en China. La libertad es la cárcel más grande de todas las cárceles. Quizás no existe el hombre perfectamente libre, ni en Grecia ni ahora.

Un beso, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Arcángel, la mitología griega es apasionante, sí. Y no sólo por el universo de dioses que los griegos crearon, sino porque en ella las relaciones entre hombres y dioses son totalmente distintas a las que corresponden a la religión cristiana. Los dioses griegos no ofrecen consuelo ni tampoco salvación. En ella se intuye una manera de entender el mundo radicalmente dispar a la nuestra. Y, sin embargo, nuestra cultura no es más que el resultado de la suya. Una cuestión complicada pero muy interesante.

Yo no sé si el dios cristiano será capaz de darle alguna indicación a tu amiga. Pero si no le funciona, siempre puedes sugerirle que le haga algún tipo de ofrenda a Zeus, a ver si éste tiene a bien ponerse de su lado ;)

¡Un beso!

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Carrascus, no soy una experta ni en el mundo griego ni en la religión cristiana. Pero, en efecto, creo que, como apuntas, los hombres se han valido de la figura del dios para entenderse mejor a sí mismos, para delimitar aquello que son frente a aquello que no son. Y en ese juego, nunca han dejado de verse como imágenes de algo que les sobrepasa. Ya se sabe, la imagen no es en el fondo más que un remedo del original, y por tanto, nunca puede ser idéntica a éste. Pero, al mismo tiempo, tampoco puede ser absolutamente dispar con respecto a él. De ahí que, si bien, frente a la inmortalidad divina, a nosotros no nos queda más remedio que cargar con la muerte, compartamos con ella una condición que siempre hemos sentido como esencial en nosotros frente al orden natural: la libertad. No obstante, ciertas derivaciones del cristianismo, como por ejemplo el Calvinismo, sí han negado la libertad humana, al afirmar que el hombre estaba predestinado a la salvación o al fuego infernal desde el momento mismo de su nacimiento. Pero tal vez esto que acabo de decir sea una simplificación que hubiera que revisar.

Así que te vas de vacaciones, qué bien. Pues tranquilo, que sin ti no volveremos a plantear ningún debate como el anterior. Si se me ocurre algún otro tema espinoso, prometo esperar hasta tu regreso. Que sin tus discrepancias, ¡simplemente no hay debate! :)

Ahora me paso por tu blog a ver esos deberes.

Que disfrutes al máximo de tus vacaciones, y ¡un gran beso!

Antígona dijo...

Creo que supone usted bien, doctor Lagarto, en relación a esa necesidad psíquica que señala. Sin embargo, lo que desde la filosofía se ha venido afirmando desde hace ya mucho es que, por más que seamos capaces de analizar, de averiguar, de localizar qué motivos han intervenido en una determinada decisión, existe un hiato insalvable entre ellos y la decisión tomada. Porque ante exactamente los mismos motivos, siempre tuvimos la posibilidad de decidir otra cosa. Porque pensar lo contrario implicaría afirmar que tales motivos fueron “determinantes” de la decisión que tomamos, lo cual contradiría el propio concepto de libertad. De ahí que se haya defendido que los griegos, al situar en ese hueco incomprensible la figura del dios, estarían haciendo justicia a ese hiato insalvable, al salto en el vacío que, por más que tendamos a olvidarlo en nuestra comprensión cotidiana de nuestros actos, entraña cada acto de decisión. El dios no pertenece al orden de lo humano. El dios es la imagen de lo inexplicable para nosotros.

Los dioses vienen, así es, a señalar ese elemento de azar al que usted apunta. Cuando un griego acierta con su flecha en el corazón del enemigo al que pretende matar, el acierto es posible gracias al dios. Porque en ese momento un pájaro –lo imprevisible, lo incontrolable-, podría haberse cruzado en el camino de la flecha y hacerle errar el tiro. Si lo ha sucedido así, es porque los dioses no lo han querido. Los hombres actuamos, tomamos decisiones, pero siempre hay un conjunto de circunstancias externas imprevisibles –lo que llamaríamos azar- que pueden hacer que nuestras decisiones no lleguen a buen puerto, que nuestras acciones no alcancen los objetivos a los que tienden, circunstancias que el griego haría caer de parte del gobierno del dios. Pero los dioses griegos no sólo cumplen esa función. Intervienen, aparecen en el momento de la decisión para reflejar, como le decía antes, lo que de inexplicable, para nosotros mismos, hay en cada decisión tomada. Cuando Atenea consigue calmar a Aquiles encolerizado para que envaine su espada frente a Agammenón, se plasma el hecho de que Aquiles bien podría haberse dejado llevar por su cólera. Pero no lo hace, porque él mismo conoce las razones por las que no debe hacerlo. Finalmente se decanta por ellas. Pero ese decantarse es lo que no se deja explicar desde los conceptos de causa y efecto. De lo contrario, insisto, Aquiles no sería libre.

Todo coarta nuestra libertad, sí. Pero sencillamente porque nuestra libertad es finita, y no absoluta. Tanto, que ni siquiera reposa sobre su fundamento: soy libre sin haberlo elegido, o, como decía Sartre, estoy condenado a ser libre; lo que me fuerza constantemente a decidir cada uno de los pasos que doy, es algo que yo mismo no he decidido. Ésta es la condición paradójica, y en el fondo terrible, de la libertad, que se nos presenta como una carga insoportable ante decisiones radicales, cuando no sabemos qué decidir. Ahora, que todo coarte nuestra libertad no significa, por ello mismo, que no seamos libres, sino tan sólo que nuestra libertad está limitada. Excepto cuando nos hayamos muerto, siempre tendremos un margen de opción, por mínimo y ridículo que sea.

¡Un beso, doctor Lagarto!

Anónimo dijo...

Antígona, si te digo que tienes un blog de lo más interesante parecerá que intento corresponder tu gemido en mi orgía (el cual, afortunadamente, me ha descubierto esta Cólera de Aquiles), y te aseguro que no es el caso, aunque estaría siendo de lo más sincera. Así que, de momento, me limitaré a alegrarme por el descubrimiento mencionado. Felicidades, de verdad.
En cuanto a este post, siempre admiré a la gente que parecía tomar decisiones como yo me bebo un vaso de agua. Nunca creí que los años y la experiencia pudieran auxiliarme en ese sentido, pero te aseguro que lo han hecho.
Con el tiempo me he dado cuenta de que hay personas capaces de decidir con una facilidad pasmosa y otras que son indecisas por naturaleza. ¿Indecisión es sinónimo de cobardía? ¿Son los valientes víctimas de su propia inconsciencia?
Me marcho ya, que corro el riesgo de enredarme con mi propia madeja.

Besos orgiásticos

Antígona dijo...

Ella, tanto la sorpresa como la alegría del descubrimiento son compartidos. Siempre es un placer aterrizar por espacios desconocidos en los que uno encuentra propuestas de su interés escritas con cuidado e ingenio. Y aunque supongo que ya te lo habrán dicho mil veces, no voy a privarme yo de decírtelo de nuevo: escribes muy bien, da gusto leerte.

También yo soy una persona muy indecisa y en ocasiones me he preguntado qué es lo que se halla a la base de tal indecisión. A veces pienso que el indeciso lo es porque no quiere dejar de sopesar todas y cada una de las posibilidades que entran en juego en su decisión antes de decantarse por una y rechazar el resto. Y cuantas más posibilidades aparecen ante sus ojos, más compleja se vuelve la decisión, porque más consciente resulta de aquellas posibilidades a las que, al escoger sólo una, está renunciando. Otras, intuyo que detrás de la indecisión sólo se esconde el miedo al error: no sólo se valoran las posibilidades por las que uno podría decidirse, sino que el indeciso trata de anticipar las hipotéticas consecuencias de todas esas posibilidades, de controlarlas, para asegurarse de antemano de qué le deparará la elección de una u otra alternativa.

En fin, un proceso un tanto neurótico, me atrevería a decir en mi caso, en la medida en que hay que asumir que la decisión, como ese salto en el vacío que es, siempre entraña un riesgo y no hay forma humana de controlar sus posibles derivadas.

Pero, como en todo, tal vez la clave esté en el término medio: ni un exceso de inconsciencia, ni enredarse en cada toma de decisión en esa madeja de pensamientos de efectos paralizantes.

¡Besos dionisíacos!

Anónimo dijo...

El frágil humano solo ante su decisiones,sí,pero el creyente(sea budista,musulman,cristiano o cualquier otra religión)se enfrenta a las disyuntivas (al igual que los griegos) muchas veces habiendo compartido sus dudas y sus tormentos con su dios,e incluso habiendo recibido orientación y guía a través de la oración.Puede que no sea Afrodita,Zeus o Atenea pero a través de su fe el creyente se explicará ante sí mismo la respuesta a sus plegarias y asumirá "el proceder" de ese ser superior cuyos designios en principio le parecen inescrutables.Sigue siendo él/ella el responsable de su vida y quien,solo/a tome las decisiones que le conciernen pero su soledad al menos en su conciencia, está un poco más habitada y sus pasos, algo más arropados.
Un abrazo!
Posdata 1:Al fin he podido responder a los comentarios de anteriores post en mi web!ay los duendes de internet!

Tako dijo...

Yo es que soy más de mitología vikinga. De Loki, sobretodo.

Lo griegos la verdad nunca me han molado tanto :P

Besos

Pd.- Cuidado con leer entre lineas.

Margot dijo...

Idénticas soledades, aquella y ésta. Con tantos siglos de por medio, ya, ya lo dijimos, ese misterio de conciencia que, con o sin progreso, nos une a través del tiempo y las épocas.

Y sí, para mí fue y es el azar (aséptico e impersonal; tan de intemperie él, ays) que llevo tatuado en la conciencia. Para ellos esos hados que soplaban respuestas correctas y acompañaban dando algo más de calor...

Y sin embargo, lo mejor para tomar una decisión, entonces y ahora, siempre fue... tomarla. Y dejar espacio al vacío o llenarlo.

Ufff estoy espesita hoy pero me entenderás, verdad? Es que a veces lees y lo engarzas con tu momento. No se puede evitar.

Besos neuróticos y Oráculo en mano!!

Gato dijo...

Ningún determinismo tiene origen sino en nosotros mismos. No hay cadenas más poderosas que en nuestra propia cabeza (da igual quién las inspirase, están ahí porque decidimos conservarlas tácitamente). Del mismo modo que hay quién no tolera cadena alguna por propia naturaleza y destaca como rebelde innato.

La libertad de cagarla (quizá la más divina de todas las capacidades humanas), de hacer algo por puro deseo, aún cuando cualquier explicación o motivo racional nos lleve la contraria, es sólo la capacidad de -en un momento dado- mandarlo todo a tomar viento y preguntarse "¿Y por qué no?"

Anónimo dijo...

RES A CAMBIAT.TOT ES UN VIRAGE,DEUS,HEROIS,SANTS,SANTISSIMA TRINITAT. PLATS I OLLES I RES MES JUGANT AMB BCN.......

Antígona dijo...

Troyana, es posible que el creyente de ciertas religiones se sienta más arropado en sus decisiones por su dios. Pero diría que sólo en la medida en que confía en que un poder superior vela por el buen resultado de su buena voluntad –si es que la tiene- al decidir y se resigna al fracaso entendiendo, como dices, que allí donde sus decisiones se lo deparan, se ha impuesto o bien el castigo, o bien una voluntad superior que sabe lo que le conviene aun cuando él mismo no lo comprenda. Alguien dijo una vez que el sentimiento religioso consistía en algo así como la creencia de que nada malo me va a pasar, de que uno está manos de un poder protector que justifica, desde la idea de esa misma protección, todo aquello que me ocurra. Y en este sentido, supongo que, para el creyente, aun sintiéndose igualmente solo en sus decisiones –en el caso de la religión cristiana dios es mudo ante sus oraciones-, éstas se ven sostenidas por un sentimiento de confianza del que el no creyente carece.

No obstante, dicen también esos expertos a los que me remitía en el post que hacemos mal al proyectar sobre los dioses griegos la idea que nosotros tenemos de la religión, e incluso cuestionan que allí pueda hablarse propiamente de religión. De ahí que tal vez sea erróneo atribuir al hombre griego sentimientos o actitudes frente a sus dioses que nosotros ligamos inmediatamente a nuestra experiencia y conocimiento del hecho religioso. Un tema en cualquier caso complicado.

Me alegro de que ya hayas metido en cintura a los duendes de tu blog. ¡Y que no se les ocurra volver a aparecer! :)

¡Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Mi desconocimiento de la mitología vikinga es absoluta, Tako, así que ni idea de quién es Loki. Pero nos molen o no, diría que es la mitología griega, y toda su mundo, lo que más ha determinado nuestra cultura y mejor puede ayudarnos a entender quienes somos.

¿No leer entre líneas? Jajaja, es imposible evitarlo :P

¡Un beso grande!

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Pues sí, niña Margot, en principio idénticas soledades pese a tantas y tantas diferencias como parece ser nos separan de los griegos. Supongo que no puede dejar de haber puntos de unión si las cuestiones esenciales a las que debemos enfrentarnos son las mismas para todos, por encima de todo tiempo y lugar: el nacimiento, el amor, la muerte.

Lo que no tengo tan claro es que sus hados les soplaran respuestas correctas ni que su compañía les diera algo más que calor. El final un tanto melancólico de mi post respondía más bien a la intuición de que tal vez ellos eran más conscientes de lo que nosotros, en este mundo regido por la ciencia, tendemos a olvidar, que es justamente esa irreductibilidad de la decisión a la lógica de las causas y los efectos. Tengo la impresión de que, como apuntaba NoSurrender, nuestra manera de entender el mundo ha propiciado que seamos más víctimas de esa necesidad neurótica de querer explicarlo todo, y de encontrar por ello también explicaciones para nuestras propias decisiones sin asumir plenamente el salto en el vacío que suponen. La lógica de la causa y el efecto nos resulta cómoda como parámetro interpretativo de lo que somos porque nos permite huir de una libertad que, como decía antes, en ocasiones experimentamos como una auténtica carga.

Y tranquila, que a ti siempre te entiendo :)

¡Besos decididos!

Antígona dijo...

Así es Gato, lo has visto y lo has dicho con mucha claridad: la creencia en el determinismo sólo es un pretexto que nos inventamos para liberarnos de la responsabilidad de nuestras decisiones, para no admitir que, irremediablemente, somos nosotros los que llevamos las riendas de nuestra propia vida y con ellas tenemos que guiarla. Porque, como decía alguien, está claro que no somos libres para elegir lo que nos pasa, pero sí de responder de un modo u otro a aquello que nos pasa. Y esto es algo que a veces nos pesa como una losa y hacemos cualquier cosa por intentar quitárnosla de encima.

Nada más cierto que el hecho de que muchas veces actuamos totalmente en contra de los dictados de la sensatez, la razón, y las circunstancias que nos avalan. El deseo puede ser, sin embargo, una razón poderosa aunque insensata. Pero el quid de la cuestión reside en el momento en que tomamos la decisión de seguir ese deseo. Ahí el salto es el mismo que cuando decidimos actuar atendiendo a toda otra suerte de razones.

¡Un beso!

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Mmmm, Anónimo, yo no diría que nada ha cambiado y mucho menos que dioses y héroes sean equiparables a santos ni a la santísima trinidad. Entre otras cosas, porque los griegos jamás creyeron en la vida eterna ni estuvieron dispuestos a renunciar al disfrute terrenal para alcanzarla. Sus dioses no podían salvar a los hombres de la muerte. “Pues no lo pueden todo los celestes”, que decía el poeta.

Un saludo.

Margot dijo...

Ajá, es curioso porque estos días hablaba de eso con algunos amigos... en nuestra tremenda arrogancia (es posible que esta sí que sea mayor que en otras épocas) nos parapetamos, parapetamos nuestros miedos, en aquello de buscar causas primigenias y explicaciones a cualquier hecho. Cómo si fuera posible señalar y encontrar responsables en todas las circunstancias, en un mundo que intenta tener todo bajo control... y que me da a mí que nunca lo estuvo tan poco. O en todo caso, tan sujeto al azar como en cualquier otra época.

Lo que no había hecho es relacionarlo con la toma de decisiones pero teneis razón, sí, hasta en eso!! ays.

Novicia Dalila dijo...

Bueno, pues yo subscribo punto por punto lo que te ha dicho "Ella".
Como ya puse en el blog de Nosurrender, de donde os conozco a casi todos los que habeis escrito aquí, flipo con lo que sabeis y lo bien que lo expresais... Y me hincho a leer, por si se me pega algo, y prometo volver, aunque ya no sé de donde voy a sacar el tiempo.
Respecto al tema de la seguridad o inseguridad, yo me considero en ambos bandos. Puedo decidir sobre algo crucial en segundos, porque lo vea clarísimo, y sin embargo, me puedo tirar 20 minutos decidiendo entre dos modelos de zapatos hasta que termino llevándome los dos (esto me pasó ayer mismo)...
En los temas fundamentales, aunque parezca frívolo, me fio muchísimo de mi intuición, porque mi experiencia me dice que esta me funciona perfectamente cuando estoy bajo presión...

Gracias por tu visita Antígona. Un placer haberte leído en mi casa.

dErsu_ dijo...

Caso aparte debió ser Tersites, el personaje mas marciano de toda la épopeya, también uno de los mas ninguneados. O quizás fué el mas moderno, siempre solo ante el peligro, pues que dios hubiese querido mezclarse con semejante individuo.

Antígona dijo...

Bueno, niña Margot, también yo creo que nuestra constante búsqueda de causas definidas y localizables para todo lo que ocurre no es más que la expresión de nuestra necesidad de sentirnos más seguros en el mundo y de dominar nuestros miedos. Identificar la causa de algo nos brinda la posibilidad de reproducirlo o de evitarlo. Controlar las causas supone, hasta cierto punto, controlar los hechos, los efectos que de ellos dependen. En un mundo en el que sabemos por qué ocurren las cosas que ocurren podemos tratar de anticiparnos a los acontecimientos y evitar sus consecuencias perversas. Nada hay de malo en todo ello. Más bien diría que todo lo contrario.

El problema viene, en primer lugar, cuando ese afán por averiguar causas y encontrar responsables se convierte en algo obsesivo y nos negamos a admitir que ocurran cosas cuyas causas nunca podríamos haber anticipado. Era el tema de aquella película de Egoyan, “El dulce porvenir”, que ya comenté hace tiempo. Y, en segundo lugar, cuando trasladamos ese esquema de comprensión de la naturaleza al terreno de la acción humana y pretendemos que también nuestras decisiones son efectos de ciertas causas. Porque entonces nos hemos cargado de un plumazo lo que, según decía Huelladeperro en el post anterior, es nuestro tesoro más preciado: el presupuesto de nuestra libertad.

¡Otro beso libertario!

Antígona dijo...

Tampoco es para tanto, Novicia, de verdad, pero te agradezco mucho lo que dices, así como la visita. Y me alegro de que hayas encontrado aquí algo que suscita tu interés, que es de lo que en el fondo se trata cuando uno topa con un blog que no conocía.

Como le decía a Ella, yo me considero por lo general bastante indecisa, y sobre todo en esos temas fundamentales a los que aludes. Sólo tiendo a no serlo en aquello que poco me importa, es decir, cuando tengo que decidirme entre dos cosas a las que no concedo, dentro de mis propios criterios, mucho valor. Más bien al contrario de lo que a ti te ocurre. Pero me parece significativo que hayas traído al tema la palabra “intuición”, precisamente porque creo que tendemos a hablar de intuición cuando algo nos dice que debemos decantarnos por tal o cual cosa sin poder explicar realmente el por qué surge en nosotros ese sentimiento o esa voz interior, por llamarlo de algún modo. La intuición es algo así como un saber sin explicación posible: sabemos algo pero no podemos justificarlo, ni fundamentarlo. Y precisamente porque apunta al terreno de lo inexplicable creo que es un término muy apropiado para aludir a lo que pasa cuando tomamos una decisión.

Gracias de nuevo a ti por pasarte, Novicia y vuelve siempre que quieras. Lo que has llevado hoy a tu blog me ha parecido muy interesante.

¡Un beso!

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Ay, Dersu, el pobre Tersites, tan maltratado por Homero y por la mitología en general, que no parecía tener ninguna virtud y encima se le atribuye ser el más feo de todos los griegos. Pero creo que es acertado lo que señalas: al parecer los dioses griegos de la Ilíada sólo se ponían del lado de la excelencia, y nunca de la vulgaridad o la cortedad de entendederas. Lo cual sería coherente con el hecho de que, según algunos entendidos, los dioses representen un ideal de la perfección humana.

¡Un beso!