Es de noche. Camino por una estrecha callejuela de una ciudad desconocida. Tiemblo de frío. La ventisca de nieve golpea mi rostro helado, apenas permitiéndome entreabrir los párpados, obligándome a caminar en la semiceguera de la oscuridad moteada de blanco. Mi caballo ha muerto. Duele en mi mejilla izquierda el reciente mordisco del cochero. Pero yo no soy Rosa. No sé quién soy.
Diviso al fondo una luz. Avanzo con dificultad hacia ella. Emerge del pequeño ventanuco de una fachada que adivino azul. Alzo los ojos. Sobre la puerta brilla el número 22. ¿Será mi casa? Me río quedamente ante el pensamiento de que uno nunca sabe las cosas que tiene en su propia casa. Por el ventanuco asoma de repente el rostro anguloso de un hombre joven, de pobladas cejas y orejas prominentes. Y grita: "¡Yo tengo no uno, sino dos caballos!" ¿No los oyes relinchar? Y en efecto, de un segundo ventanuco brotan las cabezas poderosas de dos caballos, que me miran, sin embargo, silenciosos, agitando levemente las crines.
Se abre la puerta y subo con fatiga las estrechas escaleras. Tengo que atender a un enfermo grave. Pero cuando alcanzo el primer piso sólo encuentro una habitación diminuta amueblada con una silla y un escritorio sobre el que se inclina el hombre de rostro anguloso. Ante él, dos folios en blanco. Sujeta una pluma y tan pronto la lleva sobre el folio situado a su izquierda como sobre el de su derecha, sin decidirse a escribir en ninguno de los dos. "Felice espera una carta mía. Pero el médico también me necesita. No sé a quién de los dos necesito yo más", dice volviéndose hacia mí.
Le pregunto por el médico. Tal vez sea yo el médico. "Ha llegado, como tú, en medio de la noche, de la ventisca, a la casa de un enfermo que le pide morir y a la vez ser salvado. Ha descubierto una gran herida floreciente en su costado. Pero el médico ya sabe que su herida, sin ser peligrosa, no tiene cura. Perecerá por su causa, sí, pero no antes que cualquiera. No antes que yo mismo, ni que tú. Sólo cuando le llegue su hora. Como todos". El hombre de rostro anguloso se inclina de nuevo sobre la mesa y entonces la veo. En su costado derecho, cerca de la cadera, se ha abierto una herida grande como un platillo, rosada, con muchos matices, oscura en el fondo, más clara en los bordes, suave al tacto, con coágulos irregulares de sangre, abierta como una mina al aire libre. Así es como se ve a cierta distancia. De cerca, aparece peor. ¿Quién puede contemplar una cosa así sin que se le escape un silbido? Los gusanos, largos y gordos como mi dedo meñique, rosados y manchados de sangre, se mueven en el fondo de la herida, la puntean con sus cabecitas blancas y sus numerosas patitas. Aparto la vista con repugnancia de esa gran flor sanguinolienta cargada de muerte, cargada de vida. Miro por encima de su hombro. Son estas mismas palabras las que ahora manchan con tinta negra el papel de su izquierda. El de la derecha sigue en blanco. Felice esperará eternamente.
Todavía concentrado sobre el folio escrito el hombre de rostro anguloso dice como para sí: "El enfermo querría arrancarle los ojos al médico que no es capaz de aliviar su herida. Todos querríamos arrancarle los ojos. Al menos hasta que comprendamos que también esa herida late en su propio costado. Aunque a cada cual le duela en el suyo". Llevo mi mano a mi cadera derecha. Puedo notar, bajo la camisa, el agitarse inquieto de los pequeños gusanos. Duele. Con un dolor antiguo pero soportable. El dolor que llevo aprendiendo a soportar entre risas y lágrimas desde que mis pulmones se abrieron al mundo. El que habré de soportar hasta el día en que se cierren. Lo único que verdaderamente poseo. El hombre se vuelve por última vez hacia mí: "No voy a arrancarte los ojos. Tampoco te desnudaré ni te acostaré a mi lado. Pero debes irte. Bajo la ventana aguarda el carruaje con los caballos".
Cuando llego a la callejuela oigo a lo lejos el chirrido de unas ruedas que se alejan precipitadamente y el relinchar cada vez más distante de los caballos. La nieve amortigua el sonido de mis pasos errantes. Tiemblo de frío. También yo sé, como aquel médico rural, que nunca llegaré a casa. Mi mano se desliza sobre la flor agusanada de mi costado y siento palpitar su calor.
Diviso al fondo una luz. Avanzo con dificultad hacia ella. Emerge del pequeño ventanuco de una fachada que adivino azul. Alzo los ojos. Sobre la puerta brilla el número 22. ¿Será mi casa? Me río quedamente ante el pensamiento de que uno nunca sabe las cosas que tiene en su propia casa. Por el ventanuco asoma de repente el rostro anguloso de un hombre joven, de pobladas cejas y orejas prominentes. Y grita: "¡Yo tengo no uno, sino dos caballos!" ¿No los oyes relinchar? Y en efecto, de un segundo ventanuco brotan las cabezas poderosas de dos caballos, que me miran, sin embargo, silenciosos, agitando levemente las crines.
Se abre la puerta y subo con fatiga las estrechas escaleras. Tengo que atender a un enfermo grave. Pero cuando alcanzo el primer piso sólo encuentro una habitación diminuta amueblada con una silla y un escritorio sobre el que se inclina el hombre de rostro anguloso. Ante él, dos folios en blanco. Sujeta una pluma y tan pronto la lleva sobre el folio situado a su izquierda como sobre el de su derecha, sin decidirse a escribir en ninguno de los dos. "Felice espera una carta mía. Pero el médico también me necesita. No sé a quién de los dos necesito yo más", dice volviéndose hacia mí.
Le pregunto por el médico. Tal vez sea yo el médico. "Ha llegado, como tú, en medio de la noche, de la ventisca, a la casa de un enfermo que le pide morir y a la vez ser salvado. Ha descubierto una gran herida floreciente en su costado. Pero el médico ya sabe que su herida, sin ser peligrosa, no tiene cura. Perecerá por su causa, sí, pero no antes que cualquiera. No antes que yo mismo, ni que tú. Sólo cuando le llegue su hora. Como todos". El hombre de rostro anguloso se inclina de nuevo sobre la mesa y entonces la veo. En su costado derecho, cerca de la cadera, se ha abierto una herida grande como un platillo, rosada, con muchos matices, oscura en el fondo, más clara en los bordes, suave al tacto, con coágulos irregulares de sangre, abierta como una mina al aire libre. Así es como se ve a cierta distancia. De cerca, aparece peor. ¿Quién puede contemplar una cosa así sin que se le escape un silbido? Los gusanos, largos y gordos como mi dedo meñique, rosados y manchados de sangre, se mueven en el fondo de la herida, la puntean con sus cabecitas blancas y sus numerosas patitas. Aparto la vista con repugnancia de esa gran flor sanguinolienta cargada de muerte, cargada de vida. Miro por encima de su hombro. Son estas mismas palabras las que ahora manchan con tinta negra el papel de su izquierda. El de la derecha sigue en blanco. Felice esperará eternamente.
Todavía concentrado sobre el folio escrito el hombre de rostro anguloso dice como para sí: "El enfermo querría arrancarle los ojos al médico que no es capaz de aliviar su herida. Todos querríamos arrancarle los ojos. Al menos hasta que comprendamos que también esa herida late en su propio costado. Aunque a cada cual le duela en el suyo". Llevo mi mano a mi cadera derecha. Puedo notar, bajo la camisa, el agitarse inquieto de los pequeños gusanos. Duele. Con un dolor antiguo pero soportable. El dolor que llevo aprendiendo a soportar entre risas y lágrimas desde que mis pulmones se abrieron al mundo. El que habré de soportar hasta el día en que se cierren. Lo único que verdaderamente poseo. El hombre se vuelve por última vez hacia mí: "No voy a arrancarte los ojos. Tampoco te desnudaré ni te acostaré a mi lado. Pero debes irte. Bajo la ventana aguarda el carruaje con los caballos".
Cuando llego a la callejuela oigo a lo lejos el chirrido de unas ruedas que se alejan precipitadamente y el relinchar cada vez más distante de los caballos. La nieve amortigua el sonido de mis pasos errantes. Tiemblo de frío. También yo sé, como aquel médico rural, que nunca llegaré a casa. Mi mano se desliza sobre la flor agusanada de mi costado y siento palpitar su calor.
"Al dolor nace el hombre y ya hay riesgo de muerte en el nacer, decía el poema. Y también: Pero, ¿por qué alumbrar, por qué mantener vivo a quien, por nacer, es necesario consolar? Y también: Si la vida es desventura, ¿por qué continuamos soportándola?"
2666, Roberto Bolaño
2666, Roberto Bolaño
23 comentarios:
Lo que más me inquieta ahora mismo es vivir en un 22...
... tendré que plantearme seriamente a quién empezar a escribir...
Besos inquietos
Yo también vivo en mi suma particular y a esos gusanos los veo enroscarse y desenvolverse por las lechugas putrefactas a la puerta del Mercado Central, claro por los costados y negro en el interior.
Yo creo que no hay de qué inquietarse, Tako, sino todo lo contrario. Si fueras capaz de escribir un cuento tan magistral como “Un médico rural” por vivir en el número 22, tal y como le sucedió a Kafka en ese diminuto estudio de la Alchimistengasse, ¡podrías hacerte millonario! :P
Así que ni lo dudes, echa a volar tu imaginación y a ver qué sale. Tu particular Felice también podrá esperar, ¡sobre todo si quiere disfrutar de tus millones! ;)
¡Un beso tranquilizador!
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Hombre, Juan Rafael, es verdad, ¡pero si tú llevas el 22 grabado en la frente! :P
Supongo que esos gusanos del Mercado son bastante más repugnantes que los pequeños gusanos rosados que describe Kafka. Sólo que la diferencia entre ambos es que siempre puedes comprarte una lechuga bien fresquita y hermosa para la ensalada, mientras que los gusanitos de la Gran Herida serán nuestros eternos compañeros de viaje. ¡Mejor llevarse bien con ellos!
¡Un beso!
Ummm críptica estás hoy, mi Antígona, o seré que yo que recibí demasiado sol en la cabeza y se me tostaron neuronas de más... entre las drogas juveniles y la madurez inquieta no doy abasto a salvarlas... ays.
Asi que hoy me quedo en una esquinita pensando como un Segismundo cualquiera, despistado y algo perdido, aquello de los sueños y la vida. Deseando que tus sueños y purgatorios no te dejen heridas abiertas, salvo aquella que a todos se nos abrió al nacer y que nos empeñamos en cerrar en falso.
Besos venturados, a tutiplén.
Seguramente la herida en el costado la portamos todos al nacer, pero cada cual alimenta a los gusanos según su propia voluntad.
Lo bueno de ser un "bon vivant" es que uno no permite que una simple herida le amarge la fiesta de la vida.
Un beso y gracias por el enlace
Joder... seguro que era el purgatorio??
Parece que volvieras del profundo averno!!!
Bienvenida, guapi!!
Beso de árbol.
Seguro que el médico ese era house bebiendo tónica con algo más, de ahí la paranoia y el desconcierto.
Con las bebidas burbujeantes hay que evitar abrir justo después de ser agitadas; mejor descomprimir con calma y con ayuda de otras manos.
Salud!
No precisamente el desconocimiento sobre heridas extrañas me impulsan a llevar la contraria a una flor agusanada.
Rechazo por completo la idea de un universo absurdo, sin sentido, nacido desde y para el dolor. Es contrario a la vida per se. Su otra cara nos mantiene aquí, tal vez por esperanzas secretas, promesas o conocimientos que escapan a nuestras entenderas pero no a nuestra carne, fiel ejecutora de la mente.
Flores sí. Gusanos también. Algo que las hermana y las diferencia. El abanico de posibilidades.
Algo que nos explica: la eternidad, que paradójicamente no llegamos a enfocar más que desde un pequeño punto de vista.
Besos, querida Antígona
ecxelente, espero que no te conviertas en cucarachita como el difunto k
besos
Comprendo que para el escribiente checo, doctora Antígona, no fuera fácil decidirse entre el doctor y Felice. Los que tenemos menos don de pluma podemos agradecer la gran facilidad en la elección, sin duda.
Deberíamos admirar más nuestras heridas de vida. Quizás algunos gusanos sean hermosos y mejoren con el tiempo, como el buen vino.
Bolaño es uno de los mejores escritores de las últimas décadas, es un placer ver que le trae usted por aquí. A él le hubiera encantado su blog. Quizás, desde algún lugar en Sonora, Archimboldi nos lea.
Besos, doctora Antígona!
El que es críptico, niña Margot, es Kafka, algunos de cuyos cuentos representan para mí un enigma, o un libro con siete cerrojos, como se dice vulgarmente en alemán, a los que me fascina dar vueltas y más vueltas en busca de la clave que los descifre por más que ésta siempre acabe en el fondo por escapárseme.
El post no es más que una recreación onírica del cuento que enlazo, uno de mis predilectos, en el que he querido introducir a Kafka en el momento de su escritura, sumido en sus eternas contradicciones –el amor o la literatura-, reflexionando sobre la que para mí es la idea central del cuento, que es ésa de la Gran Herida que nos constituye como humanos y que, como bien dices, a todos se nos abrió al nacer y nunca dejamos de empeñarnos en cerrar en falso. De ahí que los personajes del cuento no toleren la incapacidad del médico para curar al enfermo, de ahí que al propio médico le cueste en un principio reconocerla pese a saber mejor que nadie de su existencia. Ah!, es un cuento absolutamente genial, desde su primera hasta su última palabra.
Tranquila, mi purgatorio me ha dejado alguna heridita que otra pero terminará cerrando con el tiempo. ¡Bienvenidas todas las heridas que fueran como ésa!
¡Besos desde el paraíso próximo! ;)
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Es extraña, C.E.T.I.N.A., esa imagen de los gusanos que Kafka describe dentro de la herida en el costado del enfermo. La imagen es en su conjunto repugnante, pero en la descripción hay algo tierno e incluso hermoso. Es Kafka además quien en el cuento identifica la herida con una flor. Por ello, los gusanos representan para mí la indicación de que la herida está viva, de que es ella la que nos hace estar vivos y respirar cada día: como resalta Bolaño, vivir como humanos significa estar, desde que nacemos, abocados a la muerte y al dolor, y sólo en medio de ese dolor y gracias a él se nos brinda la alegría. No hay lo uno sin lo otro.
Quizás el “bon vivant” sea quien mejor conozca las dimensiones de esa herida y por ello, en lugar de amargarse por su causa, la utilice para disfrutar más intensamente que nadie de la fiesta que posibilita. Así que, ¡mis felicitaciones, C.E.T.I.N.A.! :)
¡Un beso!
Bueno, un árbol, el averno lo llegué a rozar los primeros días de mi purgatorio. Pero luego a todo se acostumbra uno y hasta alguna risa que otra me pude echar. Eso sí, ¡no sabes lo cansado que resulta estar en el purgatorio! Ays, aún me estoy recobrando de la paliza :)
¡Un gran beso, moza!
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Jajaja, pues no le había puesto yo cara a ese médico, Cosaco, pero la de House me gusta. El que a lo mejor se había bebido unos traguitos de algo en su diminuto estudio era Kafka, porque el cuento es un puro delirio de imágenes fantasmagóricas e irreales que no pueden dejar de sumir al lector en un angustiado desconcierto.
En cuanto a las bebidas burbujeantes, ¿quién dijo que hubiera que agitarlas? :P
¡Un beso!
Querida Mityu, no es así como yo quiero leer el cuento de Kafka. Los universos de sus relatos pueden parecer absurdos, pero a mi juicio guardan una perfecta lógica interna que en realidad pretende desvelar cómo la sensación de absurdo sólo emerge cuando rechazamos contemplar y asumir los elementos más esenciales y constitutivos de la vida. Cómo ése de que no hay vida plena sin conciencia plena de la mortalidad, de la finitud, ni alegría verdadera que no pase por la aceptación del dolor que inevitablemente nos acompaña. No es que hayamos nacido “para” el dolor, sino que el dolor o el miedo se hallan incrustados en el centro mismo de nuestras más profundas alegrías y sólo comprendiéndolo seremos capaces de soportar mejor sus embistes e incluso de superarlos allí donde más nos atormenten.
Para mí, ese abanico de posibilidades es finito, aun cuando no por ello menos maravilloso. Y no, no me puedo entender a mí misma desde la eternidad, más que si acaso en frases tales como “el amor es eterno mientras dura” ;) Esencia misma de la contradicción entre nuestra condición finita y nuestras ansias de perdurabilidad, que brotan de esa misma condición finita.
¡Un beso grande, Mityu!
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Uff, Ana, yo también espero no convertirme en cucarachita. ¡Sería horrible morir aplastada por una triste suela de zapato o gaseada por un matacucarachas! ;)
Gracias por tu comentario y bienvenida a esta casa, que es la tuya cuando quieras.
¡Un beso!
Bien sufrió Kafka, doctor Lagarto, de eso no me cabe ninguna duda, esa constante desgarradura que sentía entre el amor por Felice, y las otras mujeres que la siguieron, y su voluntad de dedicarse a la literatura, para él incompatible con la cotidianidad del matrimonio y sus exigencias. Porque intuyo que nunca dejó de confiar, quizás simplemente arrastrado por la necesidad de ser querido, en que en algún momento llegarían tal vez a serlo, pero no vivió el tiempo suficiente como para lograrlo. No fue Kafka un hombre feliz, no. Pero gracias a su infelicidad y a su renuncia al amor a favor de su pasión por la escritura podemos hoy nosotros disfrutar de sus novelas y relatos.
Me parece importante lo que dice: son nuestras heridas y nuestras cicatrices las que nos han permitido llegar al punto en el que nos encontramos, las que nos llevan a valorar cada día más el milagro de estar vivos. El dolor es el gran maestro de la vida. El que mejor nos enseña a apreciar sus maravillas.
Ah, Bolaño es mucho Bolaño, doctor Lagarto. El placer es mío trayéndolo aquí. Es uno de mis grandes descubrimientos de los últimos tiempos, y tengo mucho que agradecerle a quien me lo dio a conocer. Creo que él y Kafka, pese a sus múltiples y notorias diferencias, hubieran hecho muy buenas migas. Al igual que el médico rural y Archimboldi.
¡Un beso, doctor Lagarto!
era una metáfora jodida (ponle tú los puntos y las comas).
Pero ya que estamos, lo digo yo; por ejemplo la cerveza hay que "agitarla" para quitar las burbujas. Kafka lo sabía y antes de escribir se bajaba a su bareto favorito de Praga a echar unas cuantas.
Ah! ese sibilino sentido del humor de Kafka, con el que consigue burlar el horror de la vida.
¡Cómo lo envidio!
HOLA!
ESTUVE POR ACA Y ME GUSTO MUCHO!
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BESOSSS
Antígona,el cuento me ha dejado un poco desencajada pero estoy totalmente de acuerdo con la visión que te he leido sobre el dolor, en cuanto que "...son nuestras heridas y nuestras cicatrices las que nos han permitido llegar al punto en el que nos encontramos, las que nos llevan a valorar cada día más el milagro de estar vivos. El dolor es el gran maestro de la vida. El que mejor nos enseña a apreciar sus maravillas"
Añado que a veces cuesta mucho valorar "la utilidad" del dolor ya que entran en duelo por una parte nuestra debilidad,nuestras dudas o nuestro desconsuelo y por otra la creencia de que existe un orden en el caos y cada golpe y cada enemigo llevan implícitas una lección y un maestro, si nos detenemos a reflexionar.
Por otra parte, no habría alegría sin dolor,nadie podría distinguirla sin su contrario, ni amor sin ausencia de amor,ni compañía sin soledad ni luz sin oscuridad...y un interminable lucha de contrarios que coexisten y subsisten gracias precisamente a esa dualidad de la que forman parte.Así que abramos la puerta al dolor, y escuchemos todo lo que haya venido a decir, de otra manera la alegría y el gozo de vivir no podría encontrarnos depiert@s,fresc@s,ágiles,predispuest@s y renovad@s.
Un abrazo!
Un poema de Gustavo Nápoli dice "sabiendo que todo se apaga, insistirás alumbrando". No dice el por qué. Creo que la clave está en el hecho mismo: alumbrar. Alumbrar = parir, y Alumbrar = iluminar.
Hay que seguir haciéndolo. Porque sí.
Cosaco, gracias por tu aclaración, pero aún así no sé si termino de entender tu metáfora. Mmm, me pregunto si no te estarás echando un pulso con el propio Kafka a ver quién de los dos resulta más críptico :P
Simpática la idea de Kafka yéndose a un bareto de Praga a tomarse unas cuantas birras antes de ponerse a escribir cada noche. Sin embargo, por lo visto bastante lejana a su realidad biográfica. A Kafka lo que le privaba era la leche sin pasteurizar, de la que consumía grandes cantidades. Para que luego se hable de los efectos perniciosos del alcohol… ;)
¡Otro beso!
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Sibilino, Koolau, y también amargo. Tanto que en ocasiones a uno se le queda helada la sonrisa en los labios al leerlo. Nunca me fue fácil reír con Kafka, debo reconocerlo. Es más la angustia y el desconcierto los que se me imponen en su lectura. Ahora, estoy totalmente de acuerdo contigo, ¡quién pudiera escribir así!
¡Un beso!
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Gracias por tu visita, Gaby, en cuanto tenga un ratillo me paso por tu blog.
¡Un beso!
Tienes toda la razón, Troyana, los aprendizajes que nos proporciona el dolor sólo pueden apreciarse una vez éste ha sido superado. Mientras dura, únicamente deseamos consuelo y maldecimos aquello que nos lo ha causado. Pero una vez ha quedado atrás es cuando somos capaces de reconocer todo lo que hemos ganado gracias a él. Personalmente no creo en ese orden al que te refieres, pero sí en que somos animales que buscan desesperadamente ese orden, ese sentido. Y de lo que estoy convencida es de que esa búsqueda aporta más cosas que su ausencia o rechazo. No se trata de que cada golpe tenga sentido, sino del sentido que nosotros queramos darle para seguir caminando hacia adelante, de la fuerza y la sabiduría que logremos destilar de cada uno de ellos.
Comparto, por otra parte, esa visión dialéctica de la realidad y de nuestra relación con ella. Fundamentalmente, porque, como apuntas, nada puede subsistir sin su contrario, y de la misma manera que el día es día porque la noche es noche, la ausencia de dolor sólo es perceptible y patente desde la experiencia del dolor. Nuestra vida humana y mortal debe aprender a manejarse con el dolor como parte esencial y constitutiva de la misma. Tratemos entonces de sacar algo bueno de él, ya que no podemos rehuirlo.
¡Un abrazo y un beso!
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Es un hermoso verso, Arcángel. Y creo que muy verdadero, al menos en cuanto reflejo de lo que los humanos constantemente hacemos. Probablemente porque valoramos que el goce y la alegría que residen en ese alumbrar compensan el consuelo que, según las palabras de Bolaño, necesita el alumbrado. De lo contrario, nos quitaríamos de en medio en cuanto tuviéramos uso de razón. Y no lo hacemos.
¡Un beso!
Me recordó a la película 23 de Jim Carrey, pero en la versión buena y no adulterada con fines comerciales usa. La verdad es que yo tb tengo sueños extraños, el tuyo por lo menos es interesante, y tu te sabes dar respuestas, que es lo importante.
El dolor... todos tenemos un costado cicatrizando, y el otro preparado para recibir la siguiente hostia... y la vida y todo sigue siendo maravillosa, porque tenemos costados, y tenemos vida. Punto.
Un beso fuerte, eres un primor, niña, y siempre tan atenta, si fuera hombre me casaba contigo, y te ponía a escribir en mi blog, y a darme clases de todo... Pero.. me contento con lo que tengo, que es bastante, sí, es bastante, y brilla, y es real.
Pobrecitos con aquella filosofia de bolsillo vulgar y futbolística. Otra muerta en vida.
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