De las profundidades de un no-lugar emerge, como resucitado de la ausencia por el súbito golpear de las voces metálicas de la radio. Maquinalmente el dedo en el interruptor, la luz de la bombilla que duele en los ojos. Levantarse de un salto, como un títere alzado por los imperativos que anoche anudaron sus miembros y ahora actúan, hilos invisibles, guiándole en el sopor de la semiconsciencia. Los pies desnudos ya sobre la alfombra. Cuando da el primer paso cae sobre cada uno de sus huesos el peso de la hora tempranísima, de la noche aún cerrada, del boceto emborronado en su cabeza -tan amenazador, tan invivible en medio de tanta bruma- de la jornada que ahora empieza. Un peso que le aplasta y hace rezumar por cada articulación el deseo primitivo, elemental, incuestionable, sentido desde el interior de cada arteria y vertido de repente sobre la naciente conciencia con un poder animal, de desmadejarse de nuevo sobre la cama y sumirse en el vacío inerte del sueño. Comienza la batalla, el desdoblamiento confuso, entremezclado con el parloteo aún indiscernible de la radio. Ser a un tiempo, además, el vínculo que entrelaza al corredor de fondo exhausto con los gritos animosos de su público.
Poco a poco. Piensa sólo en el siguiente paso. Café. Amargo, dulce, caliente. El sopor cederá. Vamos. Siéntate. No es tan terrible. En unas horas estás de vuelta. Sábanas blancas. Ante sus ojos nublados el número marcado por el reloj al cerrarlos. Lógico. Te lo dije. El líquido humeante se desliza por su garganta. Nada es tan terrible. Pero algo en todo su cuerpo sigue quejándose, doliendo. Las imágenes probables de las horas venideras se funden con el malestar y erigen un muro infranqueable entre el animal somnoliento que sostiene la taza y su próximo cumplimiento. Las bloquea. Excesivo es ya el bordillo a salvar por su cabeza entre cada segundo y el siguiente. No pienses. Piensa sólo en el siguiente paso. Prepárate simplemente para el siguiente movimiento. Sólo el siguiente. Tres escalones de piedra en diez segundos. Uno. Dos. Tres. Camina hacia el baño. Duda de sus fuerzas. Esto es ridículo. Bajo el agua le asaltan nuevamente las imágenes, con mayor nitidez y precisión, ordenadas según la cronología esperada. Trata de dominar la perspectiva de lo insuperable. De convencerse de que una vez más, un día más, lo irrebasable se irá desmintiendo conforme corran los minutos. El día de ayer, tantos otros días, lo demuestran. Es la distancia la que distorsiona. La perspectiva aturdida del sueño. Te acercarás y lo imposible se hará real. Así de fácil. No hay aquí magia alguna. Sólo la voluntad de dar un paso hacia adelante.
Frente al espejo un rostro apagado. Hay un punto en que el cansancio degenera en tristeza. En que la contravención de las leyes físicas cubre el ánimo de pesadumbre. Ahí está él. Pero obligado a recorrer la dirección inversa. La gravedad antes sentida en la piel se ha trasladado a su coronilla. Se impone mientras se arregla los consabidos pensamientos-refugio: muchos atraviesan a esta misma hora esta misma bruma; otros la han atravesado ya, así lo confirma el despertar de un motor rompiendo suavemente el silencio; hay los que se enfrentan a una jornada aún más larga y tediosa. Pero el columpio se balancea bajo su cráneo y ahora la indiferencia maldice a esos cuyo cansancio y sopor no le pertenecen, a aquellos cuyo tiempo no es el suyo. Una amargura vieja se recrea en el engaño del despertar alegre del trapecista de circo, del actor de teatro, del novelista o el rentista. La realidad envidiada pero esencialmente desconocida de aquellos a quienes su fisiología o biografía -poco importa- regala un despertar jalonado de canturreos se desliza fría por sus piernas con los camales del pantalón y comprime aún más el arco de sus cejas.
El despuntar de las primeras luces se adivina dentro del coche. Ya está rodando. Los faros se multiplican. Ahí van los muchos. Los iguales. Los que siguen la misma ruta. En media hora empezará todo. Lentamente, la música y el movimiento de los pedales comienzan a rasgar las sombras. Cuando a mitad camino, ante un horizonte despejado, le sorprende el amanecer temprano, la claridad azul de una mañana que se anuncia soleada, su frente se relaja y algo parecido a una sonrisa asoma en su boca. Y por primera vez en el presente continuo de este hoy, irrepetible pero repetido hasta la saciedad, piensa que cada sonrisa arrancada al día de trabajo será un instante ganado a la muerte.
Poco a poco. Piensa sólo en el siguiente paso. Café. Amargo, dulce, caliente. El sopor cederá. Vamos. Siéntate. No es tan terrible. En unas horas estás de vuelta. Sábanas blancas. Ante sus ojos nublados el número marcado por el reloj al cerrarlos. Lógico. Te lo dije. El líquido humeante se desliza por su garganta. Nada es tan terrible. Pero algo en todo su cuerpo sigue quejándose, doliendo. Las imágenes probables de las horas venideras se funden con el malestar y erigen un muro infranqueable entre el animal somnoliento que sostiene la taza y su próximo cumplimiento. Las bloquea. Excesivo es ya el bordillo a salvar por su cabeza entre cada segundo y el siguiente. No pienses. Piensa sólo en el siguiente paso. Prepárate simplemente para el siguiente movimiento. Sólo el siguiente. Tres escalones de piedra en diez segundos. Uno. Dos. Tres. Camina hacia el baño. Duda de sus fuerzas. Esto es ridículo. Bajo el agua le asaltan nuevamente las imágenes, con mayor nitidez y precisión, ordenadas según la cronología esperada. Trata de dominar la perspectiva de lo insuperable. De convencerse de que una vez más, un día más, lo irrebasable se irá desmintiendo conforme corran los minutos. El día de ayer, tantos otros días, lo demuestran. Es la distancia la que distorsiona. La perspectiva aturdida del sueño. Te acercarás y lo imposible se hará real. Así de fácil. No hay aquí magia alguna. Sólo la voluntad de dar un paso hacia adelante.
Frente al espejo un rostro apagado. Hay un punto en que el cansancio degenera en tristeza. En que la contravención de las leyes físicas cubre el ánimo de pesadumbre. Ahí está él. Pero obligado a recorrer la dirección inversa. La gravedad antes sentida en la piel se ha trasladado a su coronilla. Se impone mientras se arregla los consabidos pensamientos-refugio: muchos atraviesan a esta misma hora esta misma bruma; otros la han atravesado ya, así lo confirma el despertar de un motor rompiendo suavemente el silencio; hay los que se enfrentan a una jornada aún más larga y tediosa. Pero el columpio se balancea bajo su cráneo y ahora la indiferencia maldice a esos cuyo cansancio y sopor no le pertenecen, a aquellos cuyo tiempo no es el suyo. Una amargura vieja se recrea en el engaño del despertar alegre del trapecista de circo, del actor de teatro, del novelista o el rentista. La realidad envidiada pero esencialmente desconocida de aquellos a quienes su fisiología o biografía -poco importa- regala un despertar jalonado de canturreos se desliza fría por sus piernas con los camales del pantalón y comprime aún más el arco de sus cejas.
El despuntar de las primeras luces se adivina dentro del coche. Ya está rodando. Los faros se multiplican. Ahí van los muchos. Los iguales. Los que siguen la misma ruta. En media hora empezará todo. Lentamente, la música y el movimiento de los pedales comienzan a rasgar las sombras. Cuando a mitad camino, ante un horizonte despejado, le sorprende el amanecer temprano, la claridad azul de una mañana que se anuncia soleada, su frente se relaja y algo parecido a una sonrisa asoma en su boca. Y por primera vez en el presente continuo de este hoy, irrepetible pero repetido hasta la saciedad, piensa que cada sonrisa arrancada al día de trabajo será un instante ganado a la muerte.
18 comentarios:
Anti siempre nos quedará la esperanza de que exista Dios y un día decida ayudarnos bien temprano!!;))
Besos!
A
ya creo haberte dicho en otra ocasión que me encanta tu manera de escribir. Me reafirmo en que tienes un especial talento literario
Reconozco, para demerito propio, que he tenido que leerlo dos veces.
En mi descargo he de decir que llevo pegado al ordenador desde las 08.00 (trabajando) y que cuendo llega este ratito de asueto estoy un poquito ESPESO
Conclusión: A la segunda me ha encantado¡¡¡
Anita, prefiero no albergar ese tipo de esperanzas porque entonces voy apañada. ¡Ese dios se enfadaría mucho conmigo por no haber creído en él! :)
Bien temprano, creo que lo único que realmente ayudaría es levantarse por voluntad propia, y no para ir a trabajar. ¡Hay que movilizarse para la reducción de jornada laboral ya! Mientras tanto, estaría bien que me acostumbrara a irme a la cama más temprano, pero me parece que es misión imposible ;)
¡Besazos!
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Muchas gracias, Koolauleproso. Yo no creo que lo tenga pero reconozco que me gusta ensayar estos ejercicios literarios. No escribía de esta manera casi desde la adolescencia, y en el blog he encontrado la ocasión para volver a hacerlo.
¡Un beso!
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Aparcacuentos, te agradezco el doble esfuerzo, de verdad. A veces me parece que abuso excesivamente de la paciencia de los que se pasan por aquí habitualmente. Pero me alegro de que la lectura te haya valido al final la pena. Y me alegro igualmente de que hoy hayas decidido unirte a ellos.
Desde las ocho son muchas horas y yo también ando a estas alturas del día un pelín, o bastante espesa. ¿Te sumas a la movilización por la reducción de la jornada laboral? ;)
Gracias por tu visita y bienvenido a esta casa, que de colérica tiene más bien poco.
¡Un beso!
Una de mis fantasías más excitantes (más que algunas eróticas incluso) consiste en decir a quien duerma a mi lado (si tengo la suerte de que ese día ese quien duerme a mi lado) que llame a mi oficina, diciendo que estoy enfermo y que no puedo ir. Un placer indescriptible me corre por el cuerpo en ese mismo instante, mientras me doy la enésima vuelta agarrado a la almohada convencido de que esta vez, por fin, lo voy a hacer de verdad y que me quedaré durmiendo horas y horas. Al cabo de uno o dos minutos, la fantasía termina y el oficinista consciente toma el control absoluto de mi cuerpo. Un horror.
Usted escribe muy bien, Antígona. Siempre se lo digo, y siempre es verdad.
Un beso.
Confiesa, malandrina!! tú has estado en mi cuerpo y mi mente esta misma mañana, verdad?
Despertar como escriba para acabar el día rompiendo tablillas de barro... y luego dirán que el trabajo dignifica! salvo en este caso, sólo por tu descripción...
Jornada reducida ya, pero ya!! proclamo y empancarto!
Un beso agotado y premadrugador.
Pregunta: ¿lo de los tres escalones de piedra para la ducha? ¿Qué vive, en un castillo? Entonces, ¿para qué va en bicileta a trabajar? Ay, señor conde, que se ha vuelto a levantar sonámbulo.
NoSurrender, me parece que todos fantaseamos con versiones más o menos similares de esa estrategia cuando suena el despertador y uno piensa, dios, no puede ser, pero si acabo de acostarme, pero si me es imposible salir de la cama... y toda una serie de impotencias que le acometen frente a la perspectiva de tener que abandonar las sábanas para ir a currar... ¡y mucho más si se está acompañado! Pero por desgracia suele pasar lo que dices: el oficinista de turno, el ejecutivo o el empleado que llevamos dentro está demasiado bien entrenado como para permitírnoslo. A eso se le llama domesticación, me temo. Con lo poco saludable que debe de ser levantarse cuando a uno todavía no se lo pide el cuerpo... Me parece que en vez de reivindicar la reducción de jornada, ¡va a haber que apostar por la rebelión!
Gracias por sus palabras, caballero, que sepa que usted tampoco lo hace nada mal :P
¡Un beso!
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Margot, mejor no preguntes, a ver si te vas a llevar una sorpresa y luego resulta que tengo extraños poderes :P
Lo de que el trabajo dignifica... mmm, mujer, no digo yo que no, pero claro, requisito imprescindible sería empezar como muy pronto a las once -antes es un atentado contra la salud, prueba de ello es que hoy estoy enferma, joder- y terminar allá a la una, para que a uno le dé tiempo a prepararse la comidita tranquilamente y luego echarse la siesta.
¿Tú crees que podríamos plantearlo en la proclama? Vete buscando unas sábanas, yo pongo los sprays y hacemos cuanto antes las pancartas ;)
¡Un beso convaleciente!
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Juan Rafael, pues claro que vivo en un castillo, a ver que te habías creído tú. Es un poco incómodo porque por las noches se queda frío y por eso me cuesta tanto llegar a la ducha... tengo que mejorarle el sistema de calefacción :P
¿En bicicleta? Ya me gustaría a mí, ya, la bicicleta no me cabía en la nave espacial cuando regresé de aquel extraño planeta y no sabes cómo la echo de menos.
Cuídate el sonambulismo, anda, no vayamos a tener una desgracia un día de estos ;)
¡Un beso!
El mundo es tan agradable por la noche que cuesta mucho volver a la rutina laboral.
Yo lo consigo poniéndome música por las mañanas en lugar de escuchar las desgracias. Perdón quise decir las noticias.
Por cierto, muy buen texto.
Salu2
Excelentísimo.
Ese instante, al despertar, parece una muerte en sí mismo. Hasta que reaccionamos y pensamos "no, sería muy idiota morir así". Entonces abrimos los ojos y nos lavamos la cara.
Y el mundo vuelve a ser maravillosamente real.
Pues sí, C.E.T.I.N.A., sobre todo para los que somos más aves nocturnas que diurnas, aunque no por ello de mal agüero ;)
Tendré que probar tu táctica, aunque hay horas en que necesitaría la lira del mismísimo Orfeo para volver a la vida.
Gracias, me alegro de que te guste. Cuánto tiempo sin verte por aquí :)
¡Un beso!
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Arcángel, que me pongo colorá :)
La muerte, ¡o una tortura ante la que uno desearía mejor morir! Pero no, nadie se muere de madrugar. Yo antes incluso de lavarme la cara necesito el café para volver a la vida. Sólo entonces comienzo a descubrir que tengo una cara que debo lavar para estar mínimanente presentable ;)
¡Un beso!
Me ha dolido ese despertar... me ha recordado a cuando trabajaba en la agencia, y tenía una hora hasta el trabajo en coche, y se me hacía eterno el momento de vestirme... pues eso, pero bien escrito y con todo lujo de detalles es lo que has hecho tu, recordarme que la vida en un instante puede ser mas dura de lo que parece, y que el momento en el que suena el despertador puede ser también letal. Yo ahora que vivo sola con mi gorda... ya lo vivo distinto. Quizás será porque aprendí a tener conciencia de la felicidad de saber que ya elegí mi propia vida, y aunque sea duro, y la soledad pese, suena el máldito despertador, y voy a la cama de la muñeca con una sonrisa, y luego al cole, y luego a casa, que curro en casa... y es la hostia. Pero lo de coger el coche, y meterse en el atasco, y formar parte del ganado que va a sacrificarse.... en fin, me parece demoledor. Pero yo ya sobrevivo, lo llevo mejor que tu protagonista masculino singular.
Un besazo, hija, eres una joya redactando¡
Estoy con Koolauleproso, Nosurrender y Maléfica, y lo diré a lo llano y a lo bestia: ¡escribes de puta madre! (No, no voy a poner asteriscos para ocultar las letras de palabras "malsonantes".)
Ayer, contrariamente a mi costumbre, me fui a dormir a las 10:30 (me puse antes que de costumbre a leer, que me ayuda mucho a encontrar el punto ideal de sueño, aunque sea muy interesante lo que esté leyendo; es lo que tiene leer en la cama con una luz ténue y anaranjada). Y me he levantado a las 7 ya harta de estar en la cama. No sabía ya qué era eso: cansarse de dormir.
Tengo la suerte de no tener que ir a ningún sitio a trabajar, aunque otras obligaciones me hagan levantarme a veces a horas indeseadas. Los días en que tengo que hacer el esfuerzo monumental de levantarme a las 5, no hay nada que me ayude más que prepararme una cacho taza (de las que les gusta a los alemanes) de café con leche (del que me gusta a mí) y ponerme, sobre todo, música, que suena tan bien a bajo volumen cuando en la oscuridad de fuera no hay más que silencio y parece que estés en otro universo.
Antígona, sólo puedo decirte una cosa más: ¡¡¡ÁNIMOOOOOOOOO!!! Y sí, claro que sí: ¡¡¡REDUCCIÓN DE JORNADA LABORAL YAAAAAA!!!
¡Un beso gordo!
Tienes razón, Male, hay trabajos para los que levantarse por las mañana es toda una proeza, tanto por lo que ellos mismos suponen como por lo costoso del desplazamiento que implican. También hay épocas de nuestra vida en que llevamos peor los actos más cotidianos, o simplemente días en que todo se alza ante nosotros como una montaña insuperable. Simplemente quería recoger uno de esos días, plasmar las sensaciones que esos días pueden llegar a provocarnos. Por fortuna no siempre es así. He pasado muchos años trabajando en casa, siendo yo dueña de mi tiempo, y entiendo que la percepción del despertar es entonces muy diferente. Más cuando soy ave nocturna y prefiero trabajar de noche antes que por la mañana temprano. Me alegro de que tú lo lleves mejor que mi protagonista. Pero seguro que también él tiene días y amaneceres mejores ;)
¡Besos, guapa!
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Joder, Dusch, que tampoco es para tanto y no puedo entrar en el blog sin que me suban los colores. Pero me alegro de que me lo digas, más porque valoro mucho tu propia manera de escribir :)
Lo de irme a dormir a las diez y media, joder, no puedo ni acordarme de cuándo fue la última vez que hice algo así... si es que lo he hecho alguna vez. A veces estoy cansada por la tarde y pienso, ay, qué bien, ceno dentro de un rato y luego a dormir prontito. Pero es cenar y espabilarme de qué manera, y no tener ya ganas ningunas de meterme en el catre. Sólo me canso de dormir si estoy enferma. Entonces sí que me levanto hasta con dolor de espalda, por la falta de costumbre de pasar tantas horas tumbada. Pero claro, estando enfermo no es lo mismo, porque uno se levanta igualmente hecho un guiñapo.
Como le decía a Male, también he pasado muchos años trabajando en casa y reconozco que la diferencia con respecto a tener que ir fuera a trabajar es abismal. Al menos yo lo prefiero con mucho, por pronto que uno tenga que levantarse a veces. No sé, supongo que uno puede permitirse llevar más o menos su propio ritmo, o al menos prima la sensación de que los madrugones no se te imponen desde fuera. Pero esa época pasó, qué le vamos a hacer. Y hasta que no me toque la lotería me temo que no volveré a tiempos pasados. Habrá que acostumbrarse, qué remedio.
¡Un gran beso, niña!
Lidiar con la rutina laboral tiene lo suyo,y con esos dìas en que realmente parece que una tuviera un adoquìn en cada pierna y no es por quedarse a dormir,es porque el cuerpo no quiere levantarse para eso de la oficina y el bus y .....Muy bueno tu post.Un beso
Pues sí, Fiorella, no es lo mismo levantarse en día laboral que en fin de semana. Y menos si uno se levanta bien acompañado y abrir los ojos, volver a la realidad matutina, se vive como un auténtico regalo ;)
¡Un beso!
Chica... iba a comentar, pero como lo acabas de decir todo justo ahí arriba... pues calladita estoy más guapa.
No me gusta madrugar.
Pero sí que me gusta despertarme temprano un sábado, bien acompañada, y no salir de la cama hasta que no se vuelva a hacer de noche. Aunque sólo sea para dormir, oye... casi que tampoco importa mucho.
Si hay alguien que se apunte a esa rebelión házmelo saber y montamos un pollo en Madrid, que es buen sitio y cabe mucha gente.
Besosssss :P
Tú estás guapa tanto calladita como cuando le das a la tecla, así que no te cortes, mujer ;)
Lo de despertarse temprano un sábado tiene su aquel, claro, aunque todo depende también de la hora a la que uno se haya acostado el viernes ;) Pero sí, a mí también me gusta, aunque sólo sea porque se hace sin obligación ninguna. Y estar acompañada en la cama, en fin, si se trata de la compañía adecuada, uff, el paraíso terrenal. Claro que además de dormir también está bien aprovechar para otras cositas :P
Para la rebelión Madrid me parece el sitio perfecto. Y si de momento no se apunta nadie más, no pasa nada. Salimos tú y yo a la calle y montamos el pollo igualmente. Por intentarlo que no quede, y además nos lo íbamos a pasar estupendamente :)
¡Besos, hermosa!
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