Un dedo que en la premura se dirige como impulsado por un resorte hacia el número equivocado, y tener que descender, con sorpresa de inmediato aplacada, un tramo de escalera. Una ligera sensación de extrañeza, superada al segundo, ante el desajuste entre la fuerza imprimida al abrir una puerta y su falta de oposición. Un paso en falso en la dirección errónea y la momentánea desorientación de apenas lo que dura un parpadeo. Gestos cotidianos en los que una memoria fundida al cuerpo se impone con un quiebro sobre el presente con los automatismos adquiridos en otro tiempo y lugar.
Y es entonces cuando, en medio del propósito cotidiano y el trayecto que lo guía, se entreabre la imagen, el olor, el sentimiento que, por un breve lapso de tiempo, trae consigo la niebla liviana ante lo que te rodea, la ausencia inocua, el perder pie carente de la fuerza que depararía el tropiezo.
Pero en esos instantes, el pesar por una lejanía que, bien lo sabes, sobrepasa lo geográfico si lo ya vivido siempre permanece a una distancia irrebasable. Y aún así, la conciencia de que más lejos queda todavía, dentro de una escala de medición imposible, lo acontecido en otros parajes, ante otra luz, bajo otro cielo. Pues frágil es su resistencia al olvido allí donde un horizonte radicalmente otro dificulta la evocación espontánea, el recuerdo trivial. Allí donde la realidad del ahora se construye sobre otras exigencias, desde una necesaria transformación de la mirada cuyos ojos carecen de espacio en sus cuencas para girar hacia atrás.
En esos instantes, la tristeza fugaz por lo desaparecido y la tentación de abandonarse al drama, al balance de la tragedia: los rostros amables que no verás más; la cocina testigo de interminables charlas con sabor a café por cuya ventana ya nunca mirarás; las viejas mesas de aquel local destartalado sobre las que pusísteis tanta risa sesuda y tanta reflexión alcohólica en noches irrecuperables; y sobre todo, la imponente presencia de aquellas montañas que sí, ahí siguen, pero ya sin ti, sin el que fuiste ni volverás a ser. Nunca. Ya no. Jamás. Palabras que entretejen la certeza de la pérdida absoluta. La verdad, tan antigua, de que cada inevitable movimiento hacia adelante destruye el suelo que en este preciso momento pisas.
Pero también, en esos instantes, la lucidez de la alegría por lo sentido, por lo aprendido. Por lo que sin pretenderlo ha quedado en ti, incorporado al filo de una piel, aquella con la que ahora te expones al mundo, que no requiere memoria gráfica y sobrevive a la implacable borradura del recuerdo.
Ya vendrá el tiempo en que todos ellos regresen. Ya llegarán los días en que la trayectoria recorrida exceda en intensidad y colorido a lo por venir, y entonces la memoria retorne pausada para aliviar el vacío creciente del futuro. Y crees comprender por qué los viejos caminan encorvados, bajo el peso de tanta vida vivida.
Ya estás en el último escalón que te ubica en el piso correcto. La puerta se ha cerrado con suavidad. Acabas de recobrar la dirección acertada. La añoranza no ha cesado. Tampoco la niebla que se ha posado sobre tus pestañas. Simplemente esperas confiado el gesto ya próximo que propicie un nuevo asalto del olvido y así te libere, una vez más, de lo que el misterio inagotable del presente sólo puede percibir como un bello lastre.
20 comentarios:
Existe una geografía y una historia que no tiene nada que ver con las fronteras ni con los años. Esa geografía y esa historia son más fáciles de cambiar y de sobrellevar, porque nosotros decidimos sobre ellas.
Pues yo sólo sé que quiero terminar mis días caminando encorvada, no sé si todos los lastres sean bellos, lo dudo, probablemente sean los menos. Pero en este caso la ligereza estará de más, por mucho que me guste ahora la levedad.
Y a seguir con los escalones, no? porque la añoranza me encanta pero aún más incrementarla.
O yo que sé, algo así era, pero me entiendes seguro.
Un beso!!
La añoranza es lo peor, sin duda. La tienes cuando te vas... y cuando vuelves (aunque sea a calle melancolía).
Besos!
La memoria se impone sobre el presente en los gestos aprendidos, sí. Quizás porque los millones de presentes que nos invaden a cada instante se nos escapan como lluvia entre las manos. Porque son inaprensibles en su eterna novedad. Porque cualquier novedad es manida o, pero todavía, se presupone ya conocida. Supongo que con los años nos encorvamos con el peso de los recuerdos (enormes, cíclopes, de plomo) porque necesitamos explicarnos qué ha pasado. Si es que realmente algún día pasó algo, en algún momento, mientras pulsábamos un enésimo número equivocado que nos obligaría a descender un tramo de escalera.
Su literatura resulta algo “proustiana”, mi querida Antígona. Un beso.
Tienes razón, Arcángel. A veces la lejanía poco depende de las fronteras, somos nosotros los que vamos decidiendo el curso de nuestros pasos, y una parte de nuestra propia ciudad, de nuestra propia calle, nos puede resultar aún más distante que lugares lejanos en los que vivimos. Lo cercano y lo lejano, tanto en el tiempo como en el espacio, son conceptos tan difusos como relativos.
¡Un beso!
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Yo también quiero terminar mis días encorvada, Margot, significará que he vivido mucho y que por tanto hay mucho recuerdo que rumiar y con el que poder deleitarse. Es cierto que, obviamente, no todos los lastres son bellos. Supongo que la idea es que añoramos lo que nos proporcionó una pizca de felicidad, no lo que nos hizo sufrir. Aunque los seremos humanos somos tan complicados que incluso llegamos a echar de menos a quienes sólo nos provocaron dolor. Pero a veces hasta los recuerdos más hermosos son un lastre a la hora de encarar el presente. El olvido es bálsamo ante lo doloroso, pero también algo necesario cuando no hay dolor en el recuerdo. No podemos dejar correr el tiempo añorando lo perdido. ¡Aún nos queda mucho por vivir!
Claro que te entiendo, mujer, sabes perfectamente cómo hacerte llegar ;)
¡Un beso!
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No sé si es lo peor, Tako, a veces viene bien dejarse llevar por la añoranza y derramar, si cabe, unas cuantas lagrimitas. Los buenos recuerdos son también una grata compañía. Lo que no debemos es aferrarnos al recuerdo cuando eso nos impide disfrutar de lo que tenemos delante, ¿no crees?
¡Un beso!
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No puede ser de otra manera, NoSurrender, a cada instante somos la historia que llevamos detrás, ese pasado nos constituye en cada uno de nuestros gestos, de nuestras percepciones. Y sí, no dejamos de proyectarlo sobre lo que nos acaece porque carecemos de cualquier otro instrumento con que encarar el presente, porque ante su inagotabilidad precisamos referentes. Es nuestra única arma, sólo que, hay que reconocerlo, un arma de doble filo. Vivir el presente significa además, necesariamente, estar constantemente interpretándolo, y esa interpretación es a un tiempo, como dices, una constante interpretación de lo que ya ha sido, un juego de ida y vuelta entre lo vivido y lo porvenir en el que siempre estamos moviéndonos.
Yo creo que sí ha pasado algo. Y seguirá pasando. Por supuesto. Otra cosa es que logremos determinar, con exactitud, qué es eso que pasó o está pasando. Que logremos aprehender lo que cada instante nos ofrece. La realidad pasada, presente y futura siempre nos deborda.
Mi querido Lagarto, entiendo que es inevitable que Proust no esté presente en este tipo de reflexiones. Cómo no, siendo él el maestro de la reflexión literaria sobre el tiempo y habiendo desvelado tantas verdades al respecto. Inevitable que no dejara en mí un poso que emerge incluso sin yo buscarlo después de haber disfrutado tanto con su lectura.
¡Un beso!
Deja tu post una sensación de dejavú importante. Supongo que recorremos miles de veces el mismo camino, y no somos conscientes de ello hasta el final, pero cómo hay miles de finales, y nos reinventamos en pos de ellos, pues imagino que el tuyo va a ser perfecto, precioso, y que toda la escuela que tienes y destilas en cada párrafo, hará bien su trabajo. Un placer leerte, y sí recuerdas a Proust, es un himno a él, querida, todo un himno¡
Un beso fuerte, volveré, cómo decía mi adorado Swalsenaguer, o cómo coño se escriba¡ Sayonara baby¡
Cuando vuelves a espacios reconocidos como propios pero que ya no lo son, te preguntas si han cambiado (a veces es evidente que no) o si has sido tú.
El mayor cambio opera en nosotros; nos vamos enriqueciendo y nuestra percepción de las cosas cambia. Por eso, muchas veces terminas sitiéndote un extraño en lugares propios, salvo en aquellos rincones en los que no se ha podido pasar ese filtro sobre su
recuerdo por su gran carga de autenticidad, que opera en nosotros como una verdad, entre otras cosas.
Bueno, ya me he enrollado bastante, y no estaría bien abusar hoy, que has hecho un post cortito;)
Besos.
Hola hola hola, mi Colérica Antigonéica, El Martín Pecador susurra hoy, matando palabras, los sueños que arrastramos en las imágenes que quedan en los recuerdos, y como se van desgranando en nuevas imágenes hasta construir recuerdos basados en los recuerdos recordados ...
seremos un gran almacén ... y al final quizá somos ya mucha muerte, por todo lo que ya se ha esfumado a nuestra espalda.
Te sigo ...
Lo que está claro es que se añora lo bueno que nos ha sucedido. Es triste cuando se recuerda lo que ya no vuelve. Pero es un alivio poder añorar, es señal de que hemos vivido algo especial que nos llenó el corazón.
¡Un beso muy grande!
Vaya, reincidente eres: es el segundo homenaje a Proust que le dedicas en este blog, que yo sepa. Ya sabes que altísima opinión tengo de él, así que lo he leído con enorme placer.
Te preguntarás qué hago yo, perdiendo el tiempo leyendo blogs en vez de cumplimentar el encargo que me pasaste como ya hicieron Gato y Mandarina...; ya te advertí que soy tan lento como poco amante del trabajo, aunque acabaré por hacerlo, no te preocupes.
un beso
¡Hey, Male, pero qué sorpresa tú por aquí! Porque hace ya mucho que te leo y te sigo aunque, aún no sé muy bien por qué, nunca te he dejado un comentario. Es cierto lo que dices de la sensación de dejávú. Hasta en aquello que consideramos irrecuperable, irrepetible, aquello que añoramos por pertenecer a un pasado perdido no deja nunca de haber un momento de repetición, de similitud con respecto a otros pasados previos o a situaciones que aún habremos de vivir. La añoranza se funda a su vez sobre una idealización del pasado, que en nuestra mente cobra un aura probablemente no sentida en el momento de vivirlo. Otra prueba más de lo difícil que nos resulta anclarnos al presente, quizás porque su comprensión, la percepción de lo que realmente fue, sólo pueda venir a posteriori.
No sé si mi final será perfecto, Male, pero confío en que esté aún bien lejos ;)
Gracias por pasarte, guapa, vuelve siempre que quieras, claro que sí, ésta es también tu casa.
¡Un beso!
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Estoy de acuerdo contigo, Marc, supongo que estamos en constante tránsito y ello implica que nuestra percepción de los lugares que habitamos nunca pueda permanecer intacta al paso del tiempo. Lo que en un momento sentimos como propio puede llegar a dejar de serlo. Lo que nos hizo disfrutar cuando éramos más jóvenes puede acabar por hastiarnos o aburrirnos. Pero también creo que hay ciertas cosas que, si no intactas, sí percibimos en esencia de la misma manera. Y es posible que, como dices, ello suceda cuando se corresponden con experiencias verdaderas.
Y no te cortes por la longitud de los comentarios, que tú sabes que aquí se puede abusar a discreción ;)
¡Un beso!
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Martin Pecador, señalas un aspecto fundamental del tema de la memoria, que es el de la constante construcción y reconstrucción del recuerdo en función de lo que vamos viviendo, de lo que queremos salvar del olvido. En parte, podría hasta decirse que inventamos y reinventamos nuestros recuerdos, de manera que nunca sabremos con certeza si reflejan mínimamente aquello de lo que supuestamente son huella. La imagen de la memoria como un almacen donde pudiéramos conservar lo vivido sin alterarlo o distorsionarlo me parece, en cualquier caso, una imagen falaz.
Por otro lado, no sé si al final somos ya mucha muerte por la mucha pérdida que arrastramos con nosotros o si precisamente los recuerdos pueden hacernos sentir más vivos cuando ya poco nos queda por delante. Tal vez sea, simplemente, una cuestión de perspectiva.
¡Un beso!
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Querida Dusch, no es fácil ser humano, no es fácil tener conciencia de que el tiempo va pasando y lo pasado nunca volverá. Pero estoy de acuerdo con Nietzsche en que si nos ofrecieran la posibilidad de cambiarnos por el animal, que carece totalmente de esa conciencia de la caducidad, la rechazaríamos. Porque, como dices, la añoranza es fuente igualmente de tristeza y de alegría, de pesar por lo perdido pero también de alegría por lo vivido.
¡Un beso enorme!
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Bueno, Koolauleproso, la intención no era hacer un homenaje a Proust, pero como le decía a NoSurrender, me figuro que al reflexionar sobre ciertas cosas que nos suceden y focalizar en ellas la cuestión del tiempo es casi inevitable que, de un modo u otro, Proust no salga a relucir.
En cuanto al meme, tranquilo, tómate tu tiempo. Cada cual lleva su propio ritmo, ¿no? Y como te dije ya en su momento, en los tiempos que corren la lentitud me parece más una virtud que un defecto.
¡Un beso!
Añoranza de ser uno mismo,
añoranza de ser lo que uno no es,
añoranza de vivir, sentir, amar.
Añoranza.
T'enyoro bonica!!!!
No me hagas sentir añoranza, ya que aunque esté clavado en el presente, mi cabeza se mueve últimamente mucho hacia el futuro. Solamente espero no tener añoranza de estos momentos presentes cuando llegue a los imaginados.
Besos.
Un beso. Anti.
Antígona: paso por aquí exclusivamente para pedirte disculpas, muchas muchísimas disculpas. No era mi intención molestar a nadie ni tampoco estoy loca, al menos no del todo. En realidad, se ha debido todo a un malentendido o a una broma. Yo creía que el autor de este blog era un viejo conocido mío con el que mantengo una relación más bien, cómo decirlo, surrealista. Todo, al final, reducido a un espejismo... Espero que me perdones, así como tus asiduos lectores.
la añoranza: La prueba de que un dia viviste todo akello, fantastico poderlo mirar con la prespectiva de bellos recurdos, mucho dolor si se quiere recuperar momentos que solo existen en la memoria. Como siempre una gozada leerte lentamente y dejar que cada palabra penetre en mi como el agua empapa la ropa al llover qualquier tarde de otoño.
Bonitas palabras, Mandarinada. A ti sí que te vamos a añorar, viajera. Disfruta de tus vacaciones, ya nos cuentas a la vuelta.
¡Un besote, guapa!
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Tranquilo, Juan Rafael, que no es mi intención poner nostálgico a nadie, y menos cuando no toca. Hay momentos en que se impone mirar hacia adelante, en que toda nuestra atención debe proyectarse hacia el futuro. Y quién sabe, quizás cuando éste llegue añores tu momento actual, quizás te sientas contento de haberlo dejado atrás. Cada momento tiene sus cosas buenas, y éstas siempre son dignas de añoranza, por pequeña que sea.
Me alegro de que estés de vuelta.
¡Un beso!
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Anita, qué alegría verte por aquí, besos y más besos, guapa.
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Burkamasknunca, disculpada quedas, si es que algo hay que disculpar. Todos podemos ser víctimas de espejismos nefastos.
¡Un beso!
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Déjà, entiendo que ésa es precisamente la dualidad con que se vive la añoranza: por un lado, la alegría por el recuerdo de lo vivido si se trató de experiencias hermosas, de instantes plenamente disfrutados; por otro, la tristeza por su pérdida, por la imposibilidad de volver atrás para vivirlas de nuevo. Nada se repite, al menos nunca de la misma manera. El tiempo nos empuja hacia adelante y contra esto no lucha posible.
El placer es mío de que te pases por aquí, guapetona. Ay, pero no me hables del otoño que ya empiezo a ponerme melancólica ;)
¡Un besazo!
me gusta la atmósfera del texto, y si, es algo proustiano, es bueno sentir la sensacion de la busqueda en la memoria, la tristeza fugaz...
saludos!
Antígona,
solamente pudo decir....buf!
Y si leo también Nieschtze, Proust en los comentarios...rebuf!
El aire de tu relato me ha dejado un agradable aroma de añoranza de deseos inalcanzables. Me desborda...
Caricatura, sí, supongo que el texto tiene algo de proustiano porque apela no tanto a la memoria como ejercicio cuanto al recuerdo involuntario, que nos asalta en el momento en que menos lo esperamos gracias a un gesto trivial -como cuando el protagonista de "En busca del tiempo perdido" pisa aquel desnivel en el suelo- y nos proyecta con intensidad hacia lo pretérito.
Gracias por pasarte por aquí y bienvenido a esta casa.
¡Un beso!
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Veí, ¿ya pasó la resaca de la fiesta? ;)
Oye, que no es pa' tanto con lo de Proust y Nietzsche... Es que a Antígona le gusta a veces ponerse un poco pedante ;)
Todos tenemos deseos inalcanzables, y uno de ellos es el de recobrar el instante perdido, el de revivir lo que en un pasado reciente o remoto nos hizo felices. Pero que no nos amarguen la vida, eh?
Me alegra verte por aquí.
¡Un beso, Veí!
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