La primera vez que la viste ni siquiera te fijaste en ella. La segunda supiste que no te gustaba. Si acaso, el brillo de sus ojos al mirarte. Pero otras mujeres a su alrededor te parecían más deseables.
Sin embargo, en ese brillo leíste una promesa. Y surgió la tentación de dejarte querer. Así lo confesaste. Trata de no hacer daño, te reconvine. Tú sacaste la balanza y empezaste a sopesar. Porque en la distancia atisbabas luces, objetos de valor.
Cuando te reveló que te había querido desde el primer momento, que inundabas las hojas de su diario desde ese instante, ya te habías lanzado al juego.
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Admitiste tus remordimientos, tus dudas, tu frustración. Trataste de poner fin a la partida antes de que fuera demasiado tarde. Pero las lágrimas que ella vertía siempre te hacían emprender la retirada. En ellas transparecía su dolor. También tu soledad. Somos débiles, susurrabas. Y quién sabe. Es inteligente, me agrada su compañía. Quién sabe.
Pero claro que sabías. Nunca ocultaste tus estrategias de cazador. Tu incesante búsqueda de otra pieza más valiosa. ¿Crees que ella nunca lo intuyó? Sólo que la suerte no se puso de tu lado. Tu cobardía lo impedía. Tu querer sumar sin restar. La fortuna es para los valientes. Y tras cada desengaño volvías con alegrías renovadas a esos brazos que siempre te acogían con calor.
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Poco a poco te fue ganando la costumbre. Reprimías tu desazón y simplemente caminabas hacia adelante. Cogido de su mano. Ya sin plantearte soltarla, por más que su suavidad o su forma no fueran aquéllas con las que habías soñado. Nada puede ser perfecto, replicabas. Ella me quiere. Y creo que yo estoy empezando a quererla.
A la aparente solidez de su amor te aferrabas. Por eso nunca dejaste de ponerlo a prueba. Que te plegaras a la evidencia de que ni la roca más firme es indestructible era pedirte demasiado.
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Ni siquiera recuerdas cuándo comenzó a resquebrajarse. En qué momento notaste la primera arenilla entre tus dedos. Tampoco quieres reconocer que sólo entonces empezaste a poner algo de ti. Motivado, sin duda, por la urgencia de ir suturando las grietas, de evitar que avanzaran, aportando algún pedacito de lo mejor que posees. Por el miedo a perder lo que cuando tenías plenamente no lograbas apreciar.
Pero no conseguiste frenar el proceso. ¿Cómo, si cada uno de tus gestos delataba la contradicción, el egoísmo? Pensaste que sí, pero hay cosas imposibles. Y te empeñabas en no comprender. Adivinabas oscuras heridas, inconscientes ansias de venganza que la llevarían a desprenderse de ti. Pero preferías no verlas.
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Ahora eres tú el que llora amargamente. Evocas con dolor aquellas miradas que hace ya tiempo desaparecieron. El refugio de su devoción, ahora inexistente. El olor de su piel, que te atormenta y enciende tu deseo como nunca lo hizo su presencia. Abrumado por la angustia, dices que la quieres, que sientes que no puedes vivir sin ella. Y en parte eres digno de crédito.
Pero en el fondo, tanto tú como yo sabemos que no es ella, sino la soledad que ahora te atenaza, la que te está robando el sueño y el aliento.
Despierta.
A J., que al menos esa vez acabó despertando.
9 comentarios:
Es un juego peligroso, y aunque en un principio he pensado que sólo se valora cuando se pierde, tal vez tienes razón en que es la soledad lo que le duele.
Un abrazo!
Una cosa es amor y otra costumbre.
Un beso.
Bueno, India, creo que en estos casos influyen muchos factores, orgullo herido, despecho... pero tal y como empieza la historia la soledad me pareció el factor crucial. O la soledad y todo lo que conlleva. Podemos vendernos muy fácilmente por una promesa de amor verdadero, o simplemente por un poco de cariño... que a quién no le hace falta!
Un beso!
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Está claro, Tako, pero tantas veces se confunden, sin embargo, el uno con el otro, o nos empeñamos nosotros mismos en confundirlos...
Un beso!
Es necesario evitar que la soledad sea el motivo principal de grandes decisiones, como iniciar o mantener relaciones, tener hijos y tantas otras cosas. Me alegro de que J. despertara. Tú le meneaste el brazo y seguro que sirvió.
No he podido evitar pensar en una canción de IQ (soy consciente de lo poco conocido que es este grupo) que se llama "Erosion". En fin, siempre me sale la vena cancionera.
¡Besos, Antígona!
La fuerza de la costumbre, de los hechos consumados
Supongo, Dusch, que la soledad puede ser una gran aliada en ocasiones y en otras un gran tormento, y hay personas, o momentos en la vida, en que sólo se vive como esto último. Pero te doy la razón, la soledad no es buena consejera a la hora de tomar decisiones que impliquen a terceros, sobre todo cuando se trata de huir de ella.
A J. lo meneé tanto como pude pero te aseguro que no sirvió de nada. Sólo cuando uno se choca de bruces con sus errores, con su sufrimiento o su dolor, puede si acaso aprender algo. Hay cosas en las que los consejos o incluso las reprimendas hechas con cariño sirven de bien poquito.
No conozco el grupo, pero buscaré la canción.
Un beso, guapa!
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Detective, un placer tenerte por aquí. Apuntas a un tema interesante, el del peso de los hechos consumados, de la realidad efectiva, que siempre parece tener más derecho que las posibilidades, tan etéreas, tan inciertas, pero a menudo mucho más ricas que esos hechos que se empeñan en seguir siéndolo.
Gracias por la visita y un abrazo!
..pues despierta¡¡¡...que la noche se acaba ya¡...un placer leerte¡¡
Tranquila, que ya está despierto... aunque todo sea que se nos vuelva a dormir :-)
Muchas gracias por tu comentario.
Bienvenida y un beso!
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