martes, 30 de abril de 2013

Opacidad


Después de unos segundos observándolo indecisa, se ha desplazado despacio por el vagón, sorteando al resto de pasajeros, hasta colocarse delante de él para pronunciar un sencillo hola Quique. Él ha respondido automáticamente al reclamo levantando la vista del periódico deportivo y buscando sus ojos con un gesto interrogante, tornado en inmediato reconocimiento, ¡Marta, vaya, cuánto tiempo! Pues sí, la verdad es que mucho, Marta percibe un leve repiqueteo sobre su párpado derecho, signo inequívoco de un nerviosismo más acusado del esperado y traga saliva. ¿Qué haces por aquí?, él sonríe afable doblando el periódico. Bueno, yo también me trasladé aquí, a ver si te vas a pensar que esta ciudad es sólo para los artistas, Marta ensancha su sonrisa y siente como si los labios se le fueran a quedar pegados a las encías. Carraspea ligeramente, qué casualidad encontrarte, el otro día te escuché por la radio, has estrenado una nueva obra, ¿no? En los ojos de Quique, esos ojos oscuros de mirada seductora, único rasgo que, a su juicio, siempre le revistió de un cierto atractivo, Marta advierte un brillo de orgullo y autocomplacencia. Pues sí, de hecho voy ahora hacia el teatro… ¿Así que me oíste en la radio? Vaya, sí que es casualidad que nos encontremos ahora, después de tantos años, la obra está funcionando muy bien y de momento recibiendo buenas críticas, además de que toca un tema de plena actualidad, bueno, ya lo sabes si escuchaste la entrevista, claro, es un tema que da mucho juego… 

En las palabras de Quique hablando sobre los detalles de la trama y el montaje de la obra, Marta cree reconocer expresiones idénticas a las que oyera días atrás en la radio del coche, y revive la sorpresa que le produjera escuchar su nombre, Enrique Cerna, en la voz del conocido periodista que habitualmente la acompaña al regresar del trabajo. Antes de que Quique empezara a responder a sus preguntas ya sabía que se trataba de él. Aunque hace bastantes años que han perdido por completo el contacto, la última vez que hablaron él le contó que se mudaba a la capital para intentar abrirse paso en el mundo del teatro. Tiempo después se había cruzado con una noticia que daba cuenta de un primer estreno de Quique, por lo visto no demasiado celebrado. Pero esta vez las circunstancias parecían muy distintas: el elenco de actores de prestigio, la entrevista en una emisora nacional, la sala de renombre donde se representaba la obra. 

Atenta a las preguntas del periodista, sobre todo a las explicaciones de Quique, su curiosidad se vio incrementada por una vaga sensación de incredulidad: jamás hubiera pensado que Quique llegara a tener éxito. Se habían conocido siendo aún muy jóvenes, y de no haber sido porque ambos habían tenido que compartir horas y vivencias trabajando juntos en una terraza de verano, difícilmente se habría desarrollado una amistad entre ellos, si es que aquello que los unió durante un tiempo podía calificarse legítimamente de amistad. Fue Quique quien, tras el final de la temporada estival y de sus respectivos empleos estudiantiles, comenzó a llamarla, a pesar de que, mientras aún trabajaban juntos, él había intentado besarla una noche y ella lo había rechazado sin vacilar, su novio de aquel entonces como pretexto, sí, él estaba perfectamente al tanto, también –habían hablado de ello– de que ella ya no daba ningún futuro a aquella relación. Tras aquel primer rechazo, Marta nunca encontraba fuerzas para declinar sus esporádicas invitaciones a tomar un café, aunque después de cada encuentro volviera a casa con un sabor agridulce en la boca y la determinación de no quedar otra vez. Cuando finalmente rompió con su novio, agradeció que Quique la siguiera llamando, le venía bien que la sacaran de casa, la halagaba percibir que ella no había dejado de gustarle, por más que Quique siempre anduviera con una chica u otra, tenía facilidad para atraer a las mujeres y embarcarse en relaciones. Marta no terminaba de entenderlo. O tal vez sí. 

Su trato era cálido, cercano, su humor contagioso, pero Marta le reprochaba internamente que apenas le preguntara por su vida, por las cosas que a ella le sucedían o importaban, que cuando se veían sólo hablara de sí mismo, de sus planes y proyectos. Quique el que constantemente se mira al ombligo, cree recordar que ésas fueron las palabras con las que una vez lo describió a otros amigos. Así asistió al nacimiento del interés por el teatro del mal estudiante de químicas, que ella contempló con idéntica incredulidad a la que había sentido al oírlo por la radio. Pero si Quique apenas leía o sólo leía lo que ella, que en aquella época escribía su tesis sobre literatura francesa y había publicado un par de cuentos en revistas literarias, consideraba pura bazofia. La puso en un verdadero compromiso cuando le dio a leer algunos pequeños textos y obras que había escrito y le preguntó semanas después por su opinión. Textos infantiles, insulsos, desprovistos de toda sustancia, surgidos de una pluma carente de toda habilidad con el lenguaje, un quiero y no puedo tan notorio, tan poco consciente de sus limitaciones, que le había costado encontrar algún aspecto positivo que resaltar ante él. No obstante, él tomaba cada comentario suyo como una admirada alabanza, y se recreaba después narrándole de qué modo se había ido construyendo la historia en su cabeza, dónde creía él que se hallaban sus mayores virtudes, analizando sus personajes, las ideas o emociones que había querido expresar en ella. Marta lo escuchaba entre estupefacta, divertida y maravillada por el alto concepto que Quique tenía de sus creaciones. Pensaba para sí que semejante autoestima literaria, semejante seguridad no sólo en su supuesto talento, sino también en su autoproclamada capacidad para conseguir cualquier cosa que se propusiera, sólo podían provenir de su profunda ignorancia sobre la literatura, sobre sí mismo, y de un marcado egocentrismo que acaso explicara su falta de curiosidad por la gente que le rodeaba. 

Al cabo de un tiempo supo que estaba saliendo con una joven actriz. Que, gracias a ella, había empezado a desempeñar un pequeño trabajo –no puede recordar cuál, aunque está segura de que él le habló de ello con todo lujo de detalles– en la compañía de la que ella formaba parte. Que después había saltado a otra relación con otra actriz, lo cual le había facilitado involucrarse aún más estrechamente en el mundillo teatral. Incluso le suena haberle oído mencionar haber colaborado con algún director famoso. La última vez que hablaron, cuando él le dijo que se trasladaba a Madrid con su nueva novia, esta vez guionista de televisión –debía de ser esa inamovible confianza en sus cualidades, ese constante estar pagado de sí mismo lo que tanto atraía de él a las mujeres, se decía Marta con un contradictorio sentimiento de desprecio hacia su género–, porque allí tendría mejores oportunidades de hacer realidad su sueño de dedicarse profesionalmente al teatro, ella lo trató con cierta displicencia. Al día siguiente debía entregar una parte de su tesis y estaba muy ocupada y nerviosa revisando el texto. Cuando la conversación comenzó a alargarse, lo cortó un tanto abruptamente y se despidió, nunca sabrá por qué, con un comentario irónico o burlón sobre la vinculación de sus últimas novias con el mundo de la farándula y el provecho que él estaba sacando de ello del que se arrepintió en cuanto colgó el teléfono. No es de extrañar que él no volviera a llamarla. Tampoco puede decir que lo lamentara realmente. 

¿Lo había lamentado días atrás cuando, después de tantos años, escuchó su voz por la radio? Responder afirmativamente habría sido exagerado. Dar una rotunda negativa por respuesta también, si no pudo evitar, mientras oía la entrevista, que la asaltara el pensamiento de que, de haber mantenido su amistad con él, ahora sería amiga de una joven promesa del teatro camino de la fama. Incluso quién sabe –la imagen de aquella noche en la que él intentó besarla cruzó rauda por su mente– si no podría haber llegado a ser algo más que una simple amiga. Avergonzada, desechó de un manotazo mental ambos pensamientos, recriminándose la insólita ocurrencia, recordando el egocentrismo que nunca había dejado de distanciarla internamente de Quique. Es cierto que, a diferencia de él, ella había abrazado sueños que aún no se habían realizado y cuya realización intuía cada vez más improbable. Que, a diferencia de Quique, ella nunca había confiado lo suficiente en sus capacidades, y de ahí que nunca hubiera perseguido con suficiente convicción sus sueños. Entre ellos, el que suponía la novela que todavía no había conseguido terminar y sobre la que seguía trabajando, haciendo y deshaciendo, en sus escasos ratos libres. O quizá la diferencia entre ambos se resumía en que ella no era capaz de desear algo con tanta intensidad como lo había deseado él. Pero la cuestión era que, pese a todo, Marta no podía decir que estuviera insatisfecha con su vida. No era raro que, cuando algún contratiempo la deprimía, se detuviera a hacer balance de los trayectos que había recorrido, del lugar al que le habían conducido. Bien, nada es perfecto para nadie, concluía, lo cual no significaba que no tuviera sobrados motivos para considerarse una persona afortunada. Al menos –las frecuentes discusiones de un tiempo a esta parte con su actual pareja la irritaban tanto como inquietaban, aunque las atribuía a un período laboral sobrecargado de tensiones–, bastante afortunada. Sin embargo, no tardó en analizar que, entre los sentimientos que afloraron en ella al oír la voz de Quique en la radio, se incluía algo cercano a la envidia, también a la sensación de injusticia que suele acompañarla. No envidia por lo que Quique era –algo que ella jamás había valorado–, sino por lo que había logrado sin probablemente merecerlo. Nuevamente se recriminó el juicio que subyacía a sus sentimientos. Y qué sabía ella. Quizá Quique había cambiado, había aprendido durante todos esos años. Quizá sí tenía un talento que ella nunca había sabido reconocer, o lo había ido haciendo germinar poco a poco gracias a experiencias que ella desconocía. Al llegar a casa, se entretuvo un rato buscando por la red noticias sobre el estreno de la obra. Las críticas tampoco eran tan elogiosas, si bien el tema que abordaba podía justificar la razón de su éxito. En las fotografías que las ilustraban, Quique tenía buen aspecto, muy similar al que ella recordaba. Apenas se notaban los años transcurridos desde la última vez que se vieran. Desde aquella tarde, a menudo se le habían venido a la mente imágenes de él y de sus antiguos encuentros. No podía imaginar que, apenas una semana después, la casualidad querría que se encontraran en el metro, que ella rara vez utiliza. 

Y tú, cómo estás, hace tanto que nos perdimos la pista, se te ve muy bien, Marta, Quique la mira fijamente a los ojos después de concluir su largo monólogo, tanto que ella siente que va a ruborizarse y baja la vista tragando otra vez saliva antes de volver a alzarla. Es que estoy muy bien, me trasladé aquí por el trabajo y estoy contenta de haberlo hecho, me gusta esta ciudad, estoy además felizmente empar… Qué rabia, Quique la interrumpe bruscamente, me tengo que bajar en la próxima y estamos a punto de llegar, ¿vendrás a ver la obra, no?, estoy seguro de que te va a encantar, tú eras muy aficionada a la literatura, supongo que lo seguirás siendo, y la historia es de ésas que te atrapan, al menos es lo que yo pretendía y lo que la gente dice. El vagón ya se ha detenido, las puertas se abren. Me tengo que ir, me alegro mucho de haberte visto, menuda sorpresa, Marta, ya hablaremos. 

Quique abandona el vagón junto a un grupo de pasajeros y Marta lo observa apresurarse por el andén a través de la ventanilla. Se deja caer sobre uno de los asientos que han quedado desocupados. Aún le quedan unas cuantas paradas. Saca el libro del bolso y se dispone a leer. Apenas lo ha abierto, vuelve a cerrarlo y lo deposita sobre su regazo. Será imbécil, ni siquiera me ha pedido el teléfono, piensa mientras cierra los párpados. Nota un ligero malestar en la boca del estómago. Se pregunta, extrañada, disgustada consigo misma, por qué ahora ese inconfundible sentimiento de decepción y vacío. 

10 comentarios:

El peletero dijo...

Me ha gustado mucho su relato, querida Antígona, y me ha hecho gracia verme, en la medida que cabe, reflejado en él, en el personaje de Marta, naturalmente, no en el de Quique.

Las razones para el éxito, de tipo que sea, en cualquier actividad, tienen que ver solamente con el éxito en sí, no con otra cosa ni con otras cualidades o méritos aunque éstas puedan ayudar nunca son determinantes.

¿Cuáles son las cualidades para tener éxito y reconocimiento popular?

El otro día asistí a una inauguración y conocí al, por así decirlo, anfitrión, una persona de gran éxito, muy popular y famosa en toda España y parte del extranjero. Nos presentaron y yo, para ser educado, agradable y tratar de iniciar una conversación, le pregunté algo banal, me miró y no me respondió, se dio la vuelta y se fue a atender a otras personas de las muchas que habían por allí con las copas en la mano. Alguien vio la escena y se me acercó y me dijo: nunca responde a ninguna pregunta, yo lo conozco bastante y jamás ha respondido a las mías. Ya entiendo, añadí yo, las preguntas las hace él, ¿verdad? Así es, contestó.

Efectivamente, querida Antígona, así es, hay personas que no responden preguntas, las hacen, y esa, indudablemente, es una de las cualidades, entre otras, para tener éxito.

Besos respondones

TRoyaNa dijo...

Antígona,
los factores que influyen en el éxito me parecen muy diversos,algunos de origen interno,otros circunstanciales y también,no puedo obviar cierto peso del azar,como bien vino a resaltar Woody Allen en la inclasificable "Match Point".

Por otro lado,igual el punto de partida sería preguntarnos qué es el éxito y con qué rasero se mide,pues si consideramos que la perfección es una quimera,el grado de éxito siempre será relativo....¿se puede tener TODO a la vez?

Para algunos/as el éxito es el status,el poder,la posición económica,incluso la pareja escogida puede ser un indicador más de haber alcanzado el top-10 de campeones/as en relación al resto de compañeros por ejemplo del instituto o la universidad.

Para otros/as,el éxito puede verse reflejado en una vida apacible,volcada al cuidado de los hijos o los nietos, o el haberse procurado una parcela en el campo para echar la tarde atareados, una vez franqueada la jubilación.

Para algunos la satisfacción es viajar,conocer otras ciudades,culturas,lenguas...y para otros,como dice Sabina que aunque les tocara la lotería "no cambiarían París por su aldea"..

Todo es tan relativo según a quien le preguntes.
En relación a los personajes de tu relato,siempre me ha parecido una pérdida de tiempo comparar nuestras vidas y sobre todo valorarlas en función del supuesto grado de éxito alcanzado por los demás.Igual parto de la idea de que como observadores ajenos,jamás sabremos a ciencia cierta desde fuera,cómo vive realmente el otro su circunstancia y por tanto,todos esos juicios que habitualmente hacemos no dejan de ser muy aventurados.

Los modelos de vidas ejemplares o inspiradoras que para mí quisiera seguro distan enormemente de los modelos que cualquier otra persona escogería, y a la inversa,de ahí que la envidia sea esencialmente una emoción tan inútil como desgastadora.

En este marco ¿le haría feliz a Marta la posición de Quique?
posiblemente no,entonces...¿por qué envidiarle?

En relación al talento....me parece una cuestión muy subjetiva y muy relacionada también con la actitud ante la vida,no sólo con el esfuerzo,la creatividad o la constancia.En ese sentido,la autoconfianza (que pareces atribuir a Quique) es esencial para lograr cualquier meta u objetivo que nos propongamos o para hacer realidad cualquiera de los sueños que hayamos deseado alcanzar tanto a nivel personal como profesional.

Bsts

Marga dijo...

Me ha encantado, Antígona...

Imagino que de alguna forma, y una vez cumplido el tiempo de hacer recuento, no es difícil encontrarse con alguien asi en nuestra vida. Y retratas perfectamente las sensaciones entrecruzadas que provocan en nosotros, al menos en mí. Es que tuve un noviete que era muy parecido al imbécil que describes, jajajaja, y las razones por las que acabó en el cajón de " historias inservibles" son las que describes para Marta. Ni como amigo pudo servir, ufff. La última vez que supe de él andaba dirigiendo talleres de cuentos y había publicado un libro. Y me entró la risa, ays, el triunfo de la mediocridad literaria y palabrita que no fue resentimiento vital, es que era malo de cojones escribiendo... jajaja.

Pero si ahora me lo encontrara en el metro me haría la loca, eso sí, ufff qué pérdida de tiempo, para evitar precisamente ese sentimiento de decepción de Marta. Que según interpreto puede provenir de una esperanza vana de que el tiempo les haya convertido en otros seres o que al menos haya limado su narcisismo. Y constatas que ni por asomo y te sientes algo idiota.
Pero debo ser algo más resabiada que Marta o lo suficiente escarmentada para saber que aquello que nos caracteriza negativamente sólo se acusa al cumplir años. O eso me va pareciendo cada vez más, jeje.

En cuanto al éxito, ya sabes, te lo he dicho otras veces, me da una pereza tremenda como concepto. Probablemente sea que me falta la seguridad necesaria o la ambición precisa. Pero no puedo evitar pensar que es una enorme chorrada en esta vida finita, ays. Qué cruz de mí misma, lo sé. Y en el caso que nos ocupa se trataría más bien de amor propio y pudor: nunca sería capaz de engañar ni de engañarme acerca de mis talentos hasta ese extremo. Y ya ves, hay personas que se lo saltan a la torera y les va de perlas. Otra razón en nuestra contra, querida Marta, diría a tu personaje.... demasiadas van ya, nos digo.

Besote desde el andén!

Antígona dijo...

Queridos todos, la verdad es que en el cuento no quería hablar tanto del éxito como de las reacciones que puede producirnos el éxito de otro. Y lo que –creo– quería reflejar en la figura concreta de Marta es cómo el éxito que alcanza Quique consigue revestirlo de un aura que termina por trastocar los antiguos sentimientos de Marta hacia él. Aunque Marta no sea del todo consciente de lo que le sucede, Quique se ha convertido de repente, sólo por el hecho de haber iniciado el camino del triunfo, en alguien deseable a sus ojos de quien espera algo que, obviamente, Quique no puede darle. Por causa de ese éxito de Quique, Marta se ha visto impulsada a renegar de su antiguo conocimiento de Quique, de sus valoraciones e impresiones pasadas, para desear una proximidad a él que sólo se sustenta sobre el poder que sobre nosotros tienden a ejercer las personas admiradas y alabadas por otros. En ello se mezcla que tal vez Marta no está tan satisfecha con su vida como pretende aparentar ante sí misma, y de ahí que, por esas grietas que se ocultan igualmente a sus ojos, sucumba al poder que despliega la recién cobrada, o recién descubierta en su caso, notoriedad pública de Quique.

Pero dicho esto, y contando con la posibilidad de que se trate de un cuento fallido, es decir, que no ha logrado expresar o transmitir lo que pretendía, siempre he creído que si alguna gracia tiene publicar cuentos en este medio es comprobar, a través de vuestros comentarios, cómo el espectro de posibilidades de interpretación se dispara mucho más allá de las intenciones y expectativas de quien lo escribe. En realidad, el cuento no es lo que yo veo en él, sino lo que ven quienes lo leen, que sois vosotros. Así que con eso me quedo.

Y ahora ya paso, como siempre, a responderos uno a uno.

Antígona dijo...

Estimado Peletero, a mí sí me hace gracia que sea vea usted reflejado en el personaje de Marta. Aunque, por lo que dice después, creo que entiendo en qué sentido se puede ver reflejado.

Yo no sé en qué reside la fuente del éxito, aunque sí me parece que en algunos casos se produce por cualidades y méritos sin los cuales no habría podido producirse. También creo que en otros casos lo de menos son las cualidades y los méritos y lo de más cierto conjunto de circunstancias azarosas que podrían resumirse en algo así como “estar en el momento junto en el lugar preciso con las personas influyentes adecuadas”. Y también me imagino de la existencia de otros casos en los que las razones del éxito pueden cifrarse en la capacidad de ciertos seres humanos para seducir a otros y hacerles ver cualidades y virtudes allí donde no existen.

Yo nunca he conocido –si no se me ha olvidado– a nadie de gran éxito, popular y famoso en toda España. Pero creo que de haberme visto en la situación que usted describe, o bien me hubiera limitado a sonreír –me resulta difícil entablar conversación con personas que no conozco– o bien hubiera tenido una reacción semejante a la suya. Y de haber recibido la misma reacción por parte del famoso, mi comentario –probablemente interior– habría sido similar al de Marta: “Será imbécil”.

Yo más bien tendería a pensar que el hecho de que haya maleducados que han tenido éxito no significa que todos los que tengan éxito sean unos perfectos maleducados. Pero igual me equivoco, claro.

Besos en interrogante

Antígona dijo...

A mí también me parece, Troyana, que los motivos para el éxito pueden ser muy variopintos y que no es posible generalizar. Entre otras cosas porque no creo que se pueda comparar, por ejemplo, el éxito de un novelista cuyo rostro no se hace conocido hasta que no ha acumulado una buena cantidad de lectores, con el éxito de otros personajillos que esta sociedad tiende a fabricar sólo porque necesita figuras de las que hablar y de las que llenar los medios con sus fotografías e imágenes.

¿Qué es el éxito? Buena pregunta. Supongo que alcanzar cierto reconocimiento por lo que uno hace. Pero precisamente porque algunas tareas son más silenciosas y menos públicas, y otras –sobre todo las asociadas al mundo del espectáculo– están hechas para la publicidad, no creo que todos los éxitos se puedan medir por el mismo rasero.

En este sentido, estoy de acuerdo con lo que dices: las concepciones del éxito son tan diversas como personas existen, pues todo depende de los objetivos vitales éstas que se planteen. Pero tal vez exista una concepción falseada del éxito en función de la cual el éxito tiende a reducirse a alcanzar una notoriedad pública que, por lo general, depende del poder económico o social adquirido, mientras que se desprecia el éxito anónimo de quienes, sin notoriedad pública, logran igualmente los objetivos que se habían propuesto o incluso tal vez objetivos más loables, más valiosos, o más difíciles de alcanzar.

Comparto también tu visión de que es una pérdida de tiempo y de energías incurrir en el error de comparar nuestras vidas con las de otros. Sobre todo, porque el éxito es, fundamentalmente, una cuestión de apariencias, y por ellas, como ya dijeran los antiguos, no hay que dejarse engañar. Sólo se muestra lo que más fácilmente puede relucir y deslumbrar, y ya el hecho de ponerlo bajo los focos lo magnifica en relación con sus dimensiones reales. En lo que no se muestra, sin embargo, puede estar la verdadera clave de una vida lograda o de una vida fracasada. Y, a la postre, puesto que todos somos individuos únicos y singulares, de nada sirve envidiar en otro lo que no sabemos si a nosotros mismos nos haría felices.

Sin embargo, quizá el caso de Marta sea un poco distinto. Marta no desea la posición de Quique, pero sí tal vez hallar, a través de esa novela que no logra terminar, un éxito similar al que ha alcanzado Quique. Supongo que descubrir el éxito de Quique le lleva a preguntarse por qué ella todavía no ha triunfado, si parece que ni siquiera hacía falta demasiado talento para triunfar y ella siempre ha creído tener más talento que Quique. No obstante, también creo que Marta es una persona más exigente consigo misma que Quique, y que, por tanto, el éxito fácil de Quique –probablemente azaroso e injustificado en atención a sus méritos o su talento– no la satisfaría ni la haría feliz.

En efecto, la cuestión de la autoconfianza de Quique es central en el cuento, pero está presentada de una forma un poco caricaturesca: como si la única cualidad que ha hecho triunfar a Quique fuera esa autoconfianza sustentada sobre la nada con la que hubiera logrado seducir o embaucar la mirada de otros. ¿No hay gente que, sólo con esa actitud, consigue convencer a otros de que lo que han hecho es algo admirable, aun cuando realmente no lo es? ¿Gente que, como se dice vulgarmente, sabe “venderse” magníficamente a otros, aunque el resultado de sus acciones apenas valga nada?

La autoconfianza, como todo, creo que es necesaria en su justa medida. Porque un exceso de ella resta capacidad de autocrítica y, por tanto, la posibilidad de crecer y mejorar en aquello a lo que uno se entrega.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Jajajaja, Marga, el caso es que el cuento también está inspirado en un personaje que yo conocí en mi juventud, así que me ha hecho gracia la coincidencia. Y bueno, también que, como dices, con el correr del tiempo, te acabas enterando de a dónde han llegado determinadas personas que uno conoció en sus orígenes y a veces, sencillamente, no da crédito. Hace no mucho me comentaba un compañero de trabajo que cierta figura pública, ligada al mundo de la política y que aparece frecuentemente en los medios, nació en el mismo pueblo andaluz que él. Y que su madre –mi compañero aún es demasiado joven–, cada vez que lo ve por la tele medios, suelta invariablemente el mismo comentario: Ay que ver, ¡pero si este majadero era el tonto del pueblo! :) ¿Será que, en efecto, dentro del mundo del éxito, siempre hay un hueco para los mediocres, para los que poseen como única cualidad el haber sabido medrar o trepar, para los que, al margen de cierto carisma personal y capacidad de convicción, carecen de toda otra cualidad que explique su éxito?

La decepción de Marta –al menos como yo la interpreto– no proviene tanto de que espere que Quique haya cambiado –si se plantea la hipótesis de esa posible transformación es sólo porque despreciarlo le hace sentirse incómoda y envidiosa– como de que espera de él una atención que no llega. Ahora que Quique es alguien, que tiene un nombre público, no ha podido resistir la tentación de desear ser algo para él, de desear reanudar su relación con él. Como si, a través de la atención que ahora pudiera prestarle Quique, Marta pudiera a su vez sentirse también alguien más importante de quien es, como si eso fuera a devolverle una mejor imagen de sí misma o fuera a elevar su autoestima, ya que ella no ha logrado, con su novela sin terminar, ninguna notoriedad como la de Quique. Es, obviamente, un deseo sólo germinal, difuso y poco claro para ella. Pero es en realidad lo que la anima a acercarse a él, a escuchar su perorata, y a desear que le pida el teléfono. Ahora que Quique es famoso, le parece una persona más “apetecible”, por decirlo de algún modo, que cuando lo conoció y no podía dejar de valorarlo negativamente. Tiene que ver, como decía al principio, con el poder que pueden llegar a ejercer sobre nosotros esos personajes a los que atribuimos un poder social de la índole que sea, y al que Marta, sin apenas darse cuenta, sucumbe.

A mí también me daría mucha pereza lo del éxito. Pero sobre todo porque, ¿tú sabes lo incómodo que sería? No poder salir a cenar tranquilamente sin que la gente te mire, sin que te interrumpan la cena pidiéndote autógrafos, sin poder salir a comprar el pan en chándal para que los periodistas no te hagan fotos con esas pintas y luego te critiquen todas las revistas del corazón… ¡Qué agobio, por dios! :)

Y bueno, fuera coñas, lo cierto es que, por tantos casos que conozco directamente o de oídas, siempre tengo la impresión de que las personas que trabajan con honestidad y rigor tienen menos probabilidades de convertirse en triunfadores que aquellos que carecen de tales cualidades. Al menos en ciertos ámbitos en los que yo me he movido es, prácticamente, la regla general. Y siempre me acuerdo de aquel verso de García Calvo: “Enorgullécete de tu fracaso, que sugiere lo limpio de la empresa”.

Besos en chándal :)

Marga dijo...

Sí, ahora que lo dices, tienes razón, de ahí proviene la decepción de Marta y está claro en el cuento... y creo que si no lo he visto es porque me identifiqué con ella totalmente al recordarme una situación personal y yo no sería capaz de desear que un lechuguino me preste atención por mucho éxito que tuviera... jajaja.

Nunca deja de sorprenderme el poder de lo leído para avivar nuestra cabecita en uno u otro sentido, verdad?

Besos en bata (pero nada de guatiné, please,jeje)

Antígona dijo...

Joder, cómo me está doliendo a la vista ese "Ay que ver" que escribí ayer. ¿Pero dónde tengo yo la cabeza últimamente? Culpa del gobierno, como todo ;)

Debe de ser que estás bastante mejor que Marta, si te sobran los lechuguinos ;)

Nuestras cabecitas es que tienen vida propia, ¡por fortuna!

Con lo bien que te quedaría a ti una bata en plan estrella de cine, con plumas en el cuello y todo, jeje.

Besos en pantuflas!

carlos sebastian segura dijo...

En Accion poética lo que hacen es vender livros el señor ldo, el señor Fernando Ki