domingo, 13 de enero de 2013

Inocencia


Sentada sobre la manta gris doblada varias veces sobre sí misma para aislarla del frío del suelo, Lola redescubre cada tarde lo despacio que puede llegar a pasar el tiempo. Se dice que si mirara con atención el segundero del pequeño reloj digital que habitualmente rodea su muñeca, y que ahora descansa en el fondo del bolsillo de su anorak cubierto por otra manta azulada, lo vería detenerse en algún momento, paralizado sobre cualquier cifra, el dieciséis, el treinta y uno, el cincuenta y ocho, desafiando burlón la mecánica invisible de su interior para demorarse durante varios segundos en alguno de los números antes de cambiar al siguiente. O tal vez observaría el enlentecimiento de la cadencia que impulsa el cambio de una cifra a otra, cada dígito prolongando indebidamente su presencia sobre la diminuta pantalla, resistiéndose remolón a abandonarla antes de ceder su puesto a los demás. A menudo hace la prueba cuando la maestra se embarca en una de sus larguísimas explicaciones, mientras llena la pizarra de interminables palabras ordenadas en esquema, cuando sus compañeros de clase leen por turnos, en voz alta, del libro de texto. Pero nunca ha conseguido pillar al reloj haciendo trampas. Quizá es que nunca ha podido espiarlo durante el tiempo suficiente, la maestra siempre acaba llamándole la atención, Lola no te distraigas, Lola deja de mirar el reloj y atiende, Lola qué haces que no estás copiando. Pero está segura de que si lo sacara del bolsillo y lo vigilara sin apartar de él la vista durante las horas en que permanece sentada sobre esa manta, antes o después se le revelaría el engaño capaz de explicar por qué en ocasiones el tiempo se dilata y adensa como una enorme y pesada bola que sólo con ímprobo esfuerzo se lograra hacer rodar. 

Por eso, aunque papá se lo ha prohibido terminantemente, tú siempre con la cabeza gacha, Lola, no mires a la gente, a ratos se distrae alzando los ojos por entre el flequillo hasta las piernas de los viandantes, no más arriba de las caderas, y juega a imaginar, por el tipo de ropa que viste sus extremidades, cuál será su atuendo completo, si serán jóvenes o viejos, incluso si serán guapos o feos o el posible destino de sus pasos. Sobre todo le gusta fantasear con las piernas femeninas enfundadas en medias y que caminan sobre zapatos de tacón, aunque en estos días invernales abundan más los leotardos y las botas, o los pantalones que se pierden por dentro de botas altas y estilizadas. Los zapatos de tacón hacen un ruido inconfundible sobre el pavimento, de manera que puede anticipar su aparición en el campo de visión que le ofrece su cabeza quieta e inclinada y tratar de adivinar su color, su forma o la altura de sus tacones. Sobre algunos de ellos le parece prácticamente imposible caminar, aunque sus portadoras, que generalmente llevan faldas ceñidas que asoman bajo los abrigos, no muestran dificultad alguna en hacerlo. A veces pasean con languidez junto a piernas que terminan en lustrosos zapatos de cordones de hombre, probablemente sus maridos o quién sabe, piensa divertida, si a lo mejor sus amantes. Otras taconean solas con más apresuramiento, quizá de vuelta a casa después del trabajo o de permitirse algún capricho cuando llevan alguna bolsa de plástico brillante o de papel satinado. Son las mujeres con tacones, que se figura de la edad de su madre o algo mayores, las que más a menudo detienen sus pies ante ella por un instante para depositar una moneda dentro del recipiente de plástico que yace, junto al cartel de cartón, sobre la esquina izquierda de la manta. Las monedas que Lola guarda cuidadosamente en el otro bolsillo de su anorak cuando empiezan a acumularse. Por más que diga mamá, no consigue imaginarse a sí misma en un futuro con unos zapatos de tacón, de ésos negros y aterciopelados que tanto le atraen. Pero también ha visto botas preciosas de tacón bajo que le resultan muy elegantes. Cuando sea mayor y trabaje, lo primero que hará será comprarse unas de ésas. 

Nota sus miembros entumecidos por la inmovilidad y el frío a pesar de la manta, y tiene la sensación de que son ya infinitos los pensamientos, las historias a propósito de pies, piernas y zapatos que ha inventado desde que las farolas de la calle iluminan la oscuridad temprana. No puede faltar ya tanto, suspira reconfortada, para que papá, apostado en la acera de enfrente, recoja sus propias mantas y cruce a buscarla. La impaciencia por que llegue ese momento aún se entremezcla con el temor a que, mientras la ayuda a alisarse los pantalones del chándal, a plegar las mantas y el cartel para introducirlos en una de las dos bolsas deportes que lleva consigo, alguien vuelva, como aquella tarde, a increparle y amenazar con llamar a la policía. Pero no le da vergüenza, caballero, es que esto es un delito, gritaba aquel hombre vestido de traje y corbata mientras su padre, sin atreverse a enfrentar su rostro, con esa expresión de tristeza que a menudo atisba en él, atravesada a un tiempo por una contenida mueca de ira, preguntaba para el cuello de su chaqueta, y qué quiere que haga, y qué quiere que haga, una y otra vez. Y así continuó durante buena parte del largo trayecto de regreso hasta que se paró en seco y se inclinó ante ella para mirarla muy fijamente a los ojos con los suyos brillantes de lágrimas, tú lo entiendes, verdad, Lola, decía, te lo hemos explicado muchas veces, lo entiendes, verdad, hija, el dinero es para ti, ya lo sabes, ahora no tenemos otra forma de conseguirlo. Y ella, todavía muda por el nudo que apretaba su garganta desde los gritos de aquel hombre, sólo alcanzó a asentir con fuerza con la cabeza hasta que su padre, después de abrazarla, se levantó por fin y reanudaron la marcha. 

Aquella noche, mientras ella bostezaba sobre el cuaderno sentada a la mesa de la cocina de la abuela, ésta renqueaba de un lado a otro preparando la pasta de la cena y Dani, frente al televisor de la salita, pintarrajeaba con sus ceras rotas una caja de galletas vacía y se quejaba lloroso de cuando en cuando de que tenía hambre y de que no quería otra vez pasta, que ya estaba harto de la pasta, papá fue al dormitorio que antes era de la abuela y que ahora utilizaban ellos, a ver si mamá ya había despertado después de volver del hospital, y los oyó discutir y llorar. Primero parecía que gritaba uno y lloraba el otro. Luego al revés. No era la primera vez que sucedía aquello. Tampoco esa vez fue la última. Pero Lola se acuerda especialmente de esa noche, quizá porque aún se sentía sobrecogida por las amenazas del hombre con traje y corbata. También porque, a pesar de que la abuela, como siempre en aquellas ocasiones, se había puesto a canturrear una copla para ahuyentar de sus oídos el sonido de las voces y los sollozos, creyó oír a su madre diciendo algo así como que mejor estaría muerta, que no tenía nombre lo que le estaban haciendo a la pobre Lola, mi niña, la llamaba, pobrecita mi niña, que ni para puta servía en su estado, la palabra puta la oyó tan claramente que se sonrojó, que en cuanto mejorara un poco se iba a hacer la calle sí o sí y se pusiera él como se pusiera, cualquier cosa antes que eso, que no existía carga más inútil que ella. Lola intentaba en vano resolver la multiplicación, dudaba hasta de cuánto eran cinco por cinco. Mirando la fila de cajas de medicamentos que se alineaban, pegados a la pared, sobre el banco de la cocina, hay que ver el dineral que cuestan ahora, se indignaba constantemente mamá, se le vino a la mente la imagen de ella, Dani, papá y la abuela vestidos de negro, ante un ataúd que contenía el cuerpo de su madre muerta, su rostro impasible, como dormido, los párpados cerrados que ya nunca, nunca más se abrirían. Los números a lápiz sobre la página cuadriculada del cuaderno comenzaron a emborronarse, a formar una nube brumosa y confusa. Anda, Lola, deja eso y luego terminas, que hay que poner la mesa, dijo entonces la abuela. Y desapareció con su andar vacilante por el pasillo para reaparecer al poco con papá, que le sonreía con los ojos enrojecidos, cómo van esas mates, Lola, después me enseñas lo que has hecho, mamá va a tomarse un yogur en la cama, que está un poco cansada, luego vas a darle las buenas noches. Durante la cena, papá había estado muy cariñoso con ella y con Dani, pero sobre todo con ella, no dejaba de acariciarle el pelo y gastarle bromas. Sólo se puso serio cuando, como casi cada día, preguntó a la abuela si no había llamado nadie durante el tiempo que habían estado fuera, nadie, hijo, te lo hubiera dicho enseguida, que aunque se me vaya un poco la cabeza eso no se me olvidaría. Bueno, a ver si mañana, igual voy otra vez a la oficina de empleo, por si acaso, mamá, no dicen eso de que la esperanza es lo último que se pierde. A Lola le gusta cómo suena la palabra esperanza, aunque a veces piensa que no termina de entender del todo qué significa. 

Otra señora con tacones se ha acercado a dejarle una moneda. Gracias, ha murmurado Lola clavando la mirada sobre sus zapatos, que se han quedado quietos ante ella unos segundos, más de lo habitual, para después alejarse. Desobedeciendo esta vez a su padre, Lola ha alzado y girado la cabeza para observar su figura, su cabello claro recogido en un moño, las piernas esbeltas caminando armoniosamente sobre los elegantes zapatos. Lola vuelve a bajar la cabeza y sus ojos se posan primero en su pierna, desnuda hasta la rodilla donde el borde de la manta cubre los pantalones arremangados, con su calcetín blanco y su deportiva de rayas rojas un tanto ajada, después en la barra metálica que acaba en el pie artificial cubierto por el otro calcetín y la otra deportiva ajada. Alarga la mano por debajo de la manta y roza levemente el metal, que está frío como el hielo. Luego la pierna delgaducha y pálida, casi tan fría como el metal, siempre única y solitaria en su memoria salvo en vagos sueños que se desvanecen al despertar. La voz de su padre la sorprende, anda, Lola, ya está bien por hoy, vámonos a casa a hacer los deberes, que yo te ayudo, estarás cansada, eh, ya guardo yo las monedas de la caja, en casa las juntamos todas, vaya, hay varias de dos euros, qué bien, cariño, siempre me ganas, eh, a ver que te estire un poco más el camal del pantalón, así, ya está. Con las mantas ya metidas en la bolsa, Lola coge el cartel y lo mira antes de plegarlo para ponerlo encima de ellas y pasar la cremallera. “Necesito una nueva prótesis. Gracias”, se lee en él. Las letras le quedaron muy bonitas, se le da bien dibujar, se dice orgullosa mientras toma la mano de su padre y comienza a andar, con la pierna aún un poco torpe después de tanto tiempo sentada. 

13 comentarios:

Marga dijo...

Joer bonita, anda que... acabas de jorobarme el día con ese final. Bruta, más que bruta.

Jajajaja.

Como diría aquel, es reir por no llorar, ya sabes.

Y sí, así andan las cosas. Los abuelos cubriendo huecos que no deberían y la mendicidad es la rabia de cada día. Y hace no tanto que parecía impensable que ni la salud, y ahí estamos.

Sólo hay una palabra para definirlo y es canallada.

Y ya, que se me calienta el paladar de este mundo nuestro.

Besos insumisos

Mark Sewel dijo...

Hola, te felicito por la pagina. No quiero que esto parezca publicidad, pero te invito a que revises este blog en donde voy publicando los capítulos de una novela que habla de la maldad interna en el ser humano y como esta se relaciona con el deseo sexual. Se llama Oscuridad y silencio, la escribí el 2011 cuando tenía 21 años y quiero saber opiniones, saludos.

http://oscysil.blogspot.com/

Jota Martínez Galiana dijo...

Buff... vaya manera de empezar el día. Me gusta mucho la contención de tu prosa, que nos permite recibir tu relato puro y sin interferencias. Lamentablemente, la ficción veraz de Lola y su familia tiene cada vez más de veraz que de ficción.
Qué estafa de pais, y de mundo, pero sobre todo de país. Cuánta indecencia revela la inocencia de esta niña.

El peletero dijo...

Una vez le comenté, querida Antígona, que sus textos en ocasiones me parecen una habitación cerrada, llena de muebles y poco aireada. Este de hoy me produce la misma sensación con el añadido de encontrar en él una paloma que ha quedado atrapada y ansía salir o escaparse, volar un poco para dejar atrás esa vista a ras de suelo, llena de pies, zapatos, suelas gastadas y dobladillos medio descosidos.

En sus relatos siempre creo ver una estructura psicológica kafkiana, un recinto sin salidas de emergencia o túneles demasiado estrechos en los que se pueden producir esas peligrosas aglomeraciones cuando la gente se asusta.

El personaje de la niña es inocente, pero el texto y la mano que lo ha escrito no. Eso no debería ser ningún inconveniente, pero...

Aquel día le dije que mi comentario quería ser una crítica bien intencionada. Hoy también, pero ya no estoy muy seguro de ello, de la crítica, claro, de la buena intención sí.

Sé que me dejo cosas en el tintero, pero ignoro cuáles.

O no.

Besos bien intencionados.

Dona invisible dijo...

Uf, Antígona, qué ejercicio de empatía más difícil has hecho. Admiro tu capacidad de ponerte en el lugar del otro y llegar a imaginar sus pensamientos de esa forma. Tu ejercicio tiene, además, mérito, porque transformas una noticia (que apuntas al final) que nos deja impotentes, rabiosos ante la injusticia, en un texto literario de calidad.
No tenía ni idea de la situación que describes (la noticia que apuntas al final); sabía de los recortes (claro) y del euro por receta, más el montón de injusticias para con el Estado de derecho, pero no de este ejemplo concreto.
Tu escrito aporta algo fundamental: el hecho de materializar en un ejemplo (que seguramente está pasando así o peor) lo que al poder se le olvida: que detrás de esas cifras, de esos datos, hay personas, hay nombres y apellidos que cada día tendrán que buscar la forma de salir adelante.
Aún recuerdo la primera vez que volví a Barcelona de visita desde que vivo fuera. Me sorprendió ver tanta gente durmiendo en la calle, más de la que había cuando me fui. Esas son las consecuencias que no quieren ver (o que les dá igual) a los que mandan.
Mucho mérito tu escrito, ya te digo, yo creo que sería incapaz de transmitir lo que pueda sentir una persona en esa situación...

Un abrazo!

TRoyaNa dijo...

Antígona,
qué puedo decir,así están las cosas:los niños procedentes de las familias que menos tienen,los discapacitados,los mayores...los colectivos sociales más vulnerables son los que más fuerte están recibiendo el azote de los recortes.....pero no,no es una crisis,es una estafa que se corrobora día a día,con los nuevos casos de corrupción(hasta el infinito y mucho más....),con el "negociaco" que supone la progresiva privatización de los sectores públicos:sanidad,servicios sociales (en manos de empresas de servicios),educación....etc...etc...
¿hasta donde?¿hasta cuando?
mientras tanto,el número de parados se dispara,muchos niños van al comedor escolar (con la cada vez más "cotizada" beca a base de puntos)para garantizar mínimo una comida al día,muchos centros de atención a discapacitados o mayores cierran temporal o definitivamente por falta de pago de la administración pública..¿porque las arcas están vacías o porque fueron y son mal distribuidas?
....y así podríamos estar enumerando casos y casos,que como dice D.I.,no son datos,son personas con nombres y apellidos....todo me duele y me indigna.
NO hay más salida que seguir luchando,protestando,movilizándose,
organizándose....y este texto también es una manera de visibilizar desde lo ficticio,que aquí es real,las consecuencias de,como diría Enrique Reguera, este golpe de estado financiero que nos ha tocado vivir...

Un abrazo!!!!

NoSurrender dijo...

Madre mía, que tiempos más duros estamos viviendo, y no hay visos de que vaya a cambiar con el austericidio al que nos están guiando los ortodoxos del neoliberalismo. Parecía que estaba leyendo una historia de Dickens y resulta que, al final, es una historia real de la ciudad donde vivimos. Dickens existe y escribe en Madrid. Quizás han cambiado algunos pequeños detalles en el atrezzo; quitamos la máquina de coser y ponemos un televisor de plasma, sustituimos los sombreros por unas ropas deportivas… pero la miseria, el dolor, la lucha por la dignidad y la quemazón de la injusticia han vuelto a ser el centro de la historia.

Dos siglos de lucha por la dignidad del ser humano para llegar a esto. ¿Cómo hemos podido crear estos monstruos deshumanizados capaces de tomar estas decisiones? ¿en qué ha fallado el camino del progreso humano?

Pienso que los responsables (banqueros, desreguladores, privatizadores e impulsores de reformas laborales) deberían ser juzgados por terrorismo.

Besos a Lola, a toda su familia, y a usted, doctora Antígona.

Antígona dijo...

¿Bruta yo? Qué vaaaaa :)

Lo sé, Marga, lo sé, pero es que la que está muy bruta es la jodida realidad y más cuando uno empieza a imaginar los dramas humanos, concretos, reales, tangibles, que hay detrás de cada noticia del periódico relacionada con esta miseria en la que nos están sumiendo.

Y sí, pensábamos que habría líneas rojas que nunca se cruzarían, y ahora tenemos que comernos con patatas tan sensatas elucubraciones. Cualquier día anuncian que dejan de atender en la Sanidad a los mayores de 65 porque no son rentables… ¿nos extrañaría?

Canallada se queda corta. Latrocinio, estafa, crímenes financieros y políticos contra la humanidad…. En este mundo sólo se haría justicia si toda la panda de inmorales que maneja la Troika, unidos a los dirigentes políticos que claman en favor de la austeridad, acabaran en los tribunales. Como los de Nüremberg.

Ya ves que yo también me caliento. No se puede ser decente ahora mismo sin cabrearse con lo que está pasando.

Besos cabreados

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Hola Nicolás. Te agradezco la invitación y, aunque ando fatal de tiempo por demasiado trabajo, me pasaré por tu casa en cuanto tenga un rato.

Un saludo

Antígona dijo...

Lo siento, Jota, ya sé que el cuento no es muy agradable que digamos. Pero es que la realidad que estamos viviendo tampoco lo es y no puedo quedarme callada ante ella. Me alegro de que te guste la construcción del relato, no quería caer en sentimentalismos y pensé que la mejor forma de tratar este drama era con cierta distancia.

El relato es ficticio, pero no creo que esté nada lejos de realidades que llegaremos a contemplar como las cosas sigan este rumbo. Es más, quizá ya existan dramas como los de Lola y su familia, sólo que nadie cuenta su historia ni les da voz. Y de lo estoy segura es de que existen dramas muy similares ahora mismo de cuyos detalles y vivencia de primera mano, sencillamente, no nos enteramos. Las estadísticas no mienten y cada día que pasa son más brutales.

Hablar de indecencia también es poco. Esto es la política convertida en crimen organizado.

Un beso!

Antígona dijo...

Estimado Peletero, le agradezco –no sabe cuánto– su sincera descripción de las emociones e impresiones que le producen mis relatos. Me veo reconocida en ella de una manera que a mí nunca se me hubiera ocurrido articular, aunque sea en parte consciente de buscar esa atmósfera asfixiante y enrarecida. ¿Pero no cree que el tema en esta ocasión lo merece? ¿No cree que una niña que mendiga durante horas y observa, para entretenerse, zapatos que no sabe si podrá llevar, vive en la realidad de una jaula cerrada en la que el aire antes ahoga que insufla vida?

El texto no puede ser inocente porque su autora no lo es. ¿Sería deseable que lo fuera? ¿Se puede escribir algo que merezca la pena desde la inocencia? ¿No es la inocencia sólo fruto del desconocimiento de la realidad y de los seres humanos? ¿De una mirada demasiado corta ante los múltiples dobleces y oscuridades que nos penetran y envuelven?

Bienvenido su comentario tanto si es una crítica como si no. Como ya le dije en su día, poco puedo decidir en cuanto al modo en que escribo o me apetece escribir. En cuanto al modo en que, desde mis dedos, se van juntando las palabras sobre el blanco de la pantalla cuando siento el impulso de contar algo. Menos en estos días, en esta época en la que me obsesionan temas –y de ello son buena prueba muchos de los últimos post– sobre los que hace años nunca me hubiera detenido, o nunca me hubiera detenido de la misma manera.

Besos sin inocencia.

Antígona dijo...

Dona, te aseguro que, en estos días, ese ejercicio de empatía no resulta tan difícil para cualquier persona que esté un poco informada de lo que ocurre en este país. Escucho mucho la radio mientras hago otras cosas y cada vez son más los testimonios de personas que en ella se oyen que viven y sufren en sus carnes todos los atropellos de los que los más afortunados, por el momento, sólo nos enteramos en las noticias. Personas que cuentan cómo han pasado de ser familias más o menos pudientes a acudir todos los días a comedores sociales. Personas que ya no pueden permitirse una cerveza con amigos porque calculan que con ese dinero compran tres litros de leche. Personas que se esfuerzan por ocultar a sus hijos lo mucho que les cuesta poner un plato en la mesa. Sólo si uno se mantiene por completo al margen de los medios de comunicación puede sustraerse a esta proliferación de la miseria que está hundiendo las vidas de tanta gente. De lo contrario, lo difícil es no tenerlo presente casi desde que uno se levanta de la cama.

No me extraña que no tuvieras ni idea, ¡son tantas las noticias de este tipo que se producen cada día, que es imposible llegar a todas! Y eso que yo estoy más al tanto de mi comunidad autónoma y de aquélla en la que trabajo, y no me entero mucho de lo que ocurre en otras comunidades, más allá de lo que salta a los medios nacionales. Pero lo que está sucediendo empieza a sobrepasar las previsiones más terroríficas que pudiéramos hacer no tantos meses atrás. Aunque, bueno, basta informarse de lo que ha sucedido en Grecia y en Portugal para saber que nos aguarda un destino bastante similar si no se produce algún milagro.

En efecto, eso es lo que no ven los políticos: que detrás de cada recorte, detrás de cada medida de austeridad mal entendida, hay personas que sufren, estudiantes que tienen que dejar de estudiar porque se quedan sin beca, personas enfermas que no reciben atención sanitaria… O lo saben y les importa tres pitos, porque esto es una auténtica guerra de clases y asumen que en todas las guerras hay víctimas y desde luego no van a provenir de las filas de quienes la están ganando, que son los poderosos. Hace no mucho el ministro de justicia decía que “gobernar es repartir dolor”. No se puede ser más hijo de puta, sabiendo como sabe que ese dolor jamás le rozará a él ni a los suyos, y que ese dolor evitable de los ciudadanos llenará los bolsillos de los buitres más enfermos de riqueza y poder.

Me alegro de que te haya gustado el relato, Dona, pese a lo tremendo del tema.

Un gran beso!

Antígona dijo...

Por supuesto que es una estafa, Troyana, y se engaña quien crea que estas políticas son el único camino que se puede seguir, tal y como repiten una y otra vez nuestros políticos y los medios de comunicación que dan pábulo a sus mentiras. El otro día leía que, según datos oficiales, España es el país con más bajos ingresos fiscales en toda la Europa-15, incluso por debajo de Grecia y Portugal, pero no porque los trabajadores paguen pocos impuestos. Los que pagan muchos menos impuestos que en el resto de Europa son las grandes empresas, la banca y las grandes fortunas. ¿Crees que esto no lo saben nuestros políticos? ¿Crees que no saben perfectamente que podrían recaudar más de quienes más tienen en lugar de hacer tanto recorte? Lo saben perfectamente. Pero prefieren hundir nuestro Estado del Bienestar a mayor gloria de las compañías privadas que ofrecerán después sus servicios a quienes los puedan pagar –y de los que ellos saldrán igualmente beneficiados–, da igual cuántas víctimas cuesten sus elecciones. Así que si las arcas están vacías es porque no hay voluntad alguna de llenarlas con el dinero que debería llenarlas. Y desde Alemania, tampoco se dice ni pío sobre esta cuestión. No, como dice el último libro que han publicado los “Economistas frente a la crisis”, esto no es economía, es ideología.

¿Hasta cuándo? No lo sé. El tan augurado y temido estallido social no se ha producido ni tiene visos de hacerlo. Será que nuestra capacidad de aguante es mayor de lo que imaginábamos. Los suicidios de algunos desahuciados demuestran que antes preferimos ejercer la violencia contra nosotros mismos que contra aquellos que nos estafan y nos tratan como simples estadísticas poco positivas, pero carentes de cuerpo y alma.

Tienes razón, hay que seguir luchando, protestando, resistiendo… Pero a veces me descorazona ver lo poco sensibles que son nuestros gobernantes a la movilización social. Parece que en los últimos tiempos los jueces andan también dando guerra. Al menos ellos tienen el poder de paralizar ciertas leyes. Increíble que éstos que nos gobiernan hayan conseguido dejar a la izquierda a uno de los colectivos más conservadores que existen.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Tiempos duros, no, durísimos, doctor Lagarto, que nos llevan a vivir con miedo y angustia si aún conservamos cierto bienestar por la posibilidad de perderlo –cada vez más plausible, cada vez más cercana en la anticipación a la que invita el rumbo que están tomando los acontecimientos–, y con dolor ante la noticia de tanto sufrimiento ajeno, más próximo o más lejano. Un sufrimiento por completo gratuito y evitable si tenemos en cuenta que nada de lo que está sucediendo responde a un imponderable natural, sino a decisiones humanas tan erróneas como crueles en su indiferencia al sufrimiento que causan. Pero es que esta enorme injusticia a la que asistimos nos ha pillado, me temo, desprevenidos. A veces tengo la sensación de que aún estamos en estado de shock ante lo que está sucediendo. ¿Quién hubiera esperado hace apenas unos años que todos aquellos derechos que creíamos tener garantizados, al vivir en Estados que se denominan a sí mismos “democráticos, sociales y de derecho”, nos iban a ser arrebatados con tanta impunidad y a esta velocidad pasmosa?

No sé cómo hemos podido crear estos monstruos deshumanizados y le aseguro que la pregunta me inquieta y me gustaría encontrar respuesta para ella, porque, en efecto, estos monstruos no han salido de la nada sino de una historia cuyos cauces y vericuetos habría que conocer para poder comprender mejor qué nos está pasando y en qué se está convirtiendo nuestro mundo. E intuyo que algo llevaba fallando ya mucho tiempo sin que fuéramos conscientes de ello. De lo contrario, no se explica que estos individuos hayan encontrado tan fácilmente las vías para revolverse y arremeter contra todos esos logros en la lucha por la dignidad, y que además lo hagan de una manera tan feroz.

Por terrorismo o, como decía antes, por crímenes contra la humanidad. Porque esta revolución neoliberal hace mucho que está produciendo cadáveres, aunque sólo ahora empiece a hacerlo en Occidente.

Un beso, doctor Lagarto!