Si es cierto que somos el resultado de aquello que hacemos, parece elemental concluir que buena parte de lo que nos define procede del trabajo que cada día realizamos. Por medio de su ejecución nos dotamos de una serie de capacidades, habilidades y conocimientos que nos permiten determinar quiénes somos a partir de las tareas que nos sabemos capaces de llevar a cabo. Al menos en lo relativo a nuestra dimensión laboral, cuanto mejor sea a nuestros ojos el desempeño de nuestras funciones, más alto concepto tenderemos a tener de nosotros mismos. Cuanto mayor grado de compromiso adquiramos con respecto a la labor a ejecutar, tanto más adheriremos la caracterización de nuestro ser a la profesión en la que a diario invertimos un número nada despreciable de horas de nuestras vidas. Por ello, no debería resultarnos extraña la idea de que eso que somos se halla decisivamente condicionado por la forma en que las sociedades que habitamos estructuran la naturaleza del trabajo, regulan sus vías de ejercicio y establecen los mecanismos que articulan la relación que con él mantenemos como trabajadores.
Precisamente de esta premisa parte el libro “La corrosión del carácter”. A finales de los noventa, el sociólogo Richard Sennet se propuso analizar en él la manera en que el capitalismo de las últimas décadas, a través de la nueva concepción del trabajo que plantea, moldea y produce individuos que no pueden ya preservar, ni como trabajadores ni como personas, los valores, habilidades y actitudes que de ellos se exigía en épocas pretéritas. Ésta es, según Sennet, la época del capitalismo flexible, cuya configuración demanda trabajadores que, como un material dúctil, logren adaptarse a circunstancias siempre nuevas, estén abiertos al cambio, asuman con naturalidad los riesgos que éstos conllevan y se muestren dispuestos a reinventarse a sí mismos en todo momento aceptando el imperativo de movilidad y la imposibilidad de construir una trayectoria laboral lineal y coherente.
De entrada, la flexibilidad que se impone al trabajador de este nuevo capitalismo se presenta como una negación de la rutina y de los efectos destructivos que ya Adam Smith le atribuyera al reflexionar sobre la alianza entre el crecimiento del mercado libre y la requerida división del trabajo para la mejora de la productividad. Allí donde cada trabajador se especializa en producir tan sólo una de las partes integrantes de un clavo, se multiplica el número de clavos producidos al día. Pero la repetición durante horas de una tarea tan simple y mecánica, reconoce Smith, condena al trabajador al aburrimiento, al embotamiento mental, incluso al embrutecimiento y la degradación, a su juicio incompatibles con el progreso moral deseable para la humanidad. De ahí que este pensador liberal creyera preciso habilitar dispositivos que rompieran con la rutina empobrecedora y alienante de la mayoría de trabajos asalariados. La flexibilidad del nuevo capitalismo se ofrece como la alternativa liberadora de esa rutina, a su vez capaz de eliminar rigideces sociales y conceder a sus trabajadores más libertad para decidir sobre sus vidas. Frente a esta idea, y a través del estudio y exposición de las historias laborales de individuos concretos, Sennet pretende poner de manifiesto cómo la flexibilidad demandada en el actual mercado laboral, fuertemente influido por la tecnología, no sólo no ha eliminado el trabajo rutinario, mecánico y repetitivo, sino que amenaza con destruir la posibilidad de forjarse una identidad profesional, con todas las consecuencias emocionales, morales y vitales que ello conlleva.
Tal vez el ejemplo más ilustrativo del libro sea el de la evolución de una panadería de Boston que Sennet vuelve a visitar décadas después de haberla conocido. En su primera visita, los antiguos panaderos declaraban no disfrutar de su trabajo, que requería un considerable esfuerzo físico, soportar horarios incómodos y condiciones materiales desagradables. Pese a todo, decían sentirse orgullosos de su trabajo. Dado que se trataba, además, de un trabajo cooperativo, donde el esfuerzo y el buen hacer de cada cual resultaba imprescindible para el logro de sus objetivos, los panaderos se sentían estrechamente comprometidos con su tarea y con el resto de miembros integrantes de la plantilla. Veinte años más tarde, Sennet observa cómo la panadería y sus trabajadores han sufrido una transformación radical. Dotada de máquinas sumamente complejas y reconfigurables según la demanda, fabricar pan ya no requiere más esfuerzo físico que pulsar unos cuantos iconos en la pantalla de un ordenador de fácil manejo. Todo el proceso de elaboración del pan se supervisa a través de otras pantallas, de manera que los trabajadores apenas tienen contacto con los ingredientes o los panes. Los nuevos panaderos no pueden ya definirse como tales, puesto que ninguno de ellos sabe cómo hacer pan. Su trabajo se limita, simplemente, a apretar botones. Aunque todos ellos cuentan con horarios flexibles, no suelen permanecer más de dos años en la panadería. Dada la escasa cualificación que precisa la labor que realizan, sus salarios son más bajos que los de los antiguos panaderos. Pero lo que fundamentalmente les anima a abandonar al poco tiempo el empleo es que dicen sentirse degradados por el modo en que trabajan. Como ninguna de las tareas que realizan les supone un reto, una dificultad o alguna suerte de aprendizaje, no consiguen identificarse con aquello que hacen. En absoluto se sienten comprometidos con ese trabajo rutinario ante el que más bien experimentan un total desapego e indiferencia. Porque aún creen importante verse a sí mismos como “buenos trabajadores”, les desagrada y desorienta no saber en qué consistiría, en esa panadería, ser un buen trabajador si ni siquiera comprenden el funcionamiento de las máquinas ni saben aportar soluciones cuando éstas fallan o se estropean. No existe en ellos sentimiento alguno de lealtad a la empresa, pues tampoco esperan de ella un puesto estable que les permita labrarse una carrera profesional.
Sennet advierte en varias ocasiones que no es su intención inspirar nostalgia alguna por el pasado ni obviar los aspectos negativos del modo en que en él se organizaba el trabajo. Pero de las reflexiones que va engarzando al hilo de ésta y otras historias, se desprende que entender el presente del mercado laboral pasa por analizar los efectos perversos que el modelo de flexibilidad implantado por el nuevo capitalismo tiene sobre sus trabajadores. En concreto, sobre el modo en que éstos se perciben a sí mismos y tratan de dar consistencia a sus vidas en medio de una dinámica que, por definición, se opone a la permanencia, a la estabilidad y a los objetivos y perspectivas proyectados a largo plazo. Parece evidente que la constante movilidad geográfica que implica la movilidad laboral dificulta la creación de lazos sociales duraderos, que los individuos se esfuerzan por mantener con el sucedáneo de las redes sociales. Los inevitables riesgos que se afrontan con cada cambio son fuente de continua inseguridad e incertidumbre. Tras los horarios flexibles o el fomento del trabajo en equipo, Sennet detecta nuevas formas de control y de ejercicio del poder tanto más eficaces cuanto menos visibles. Y destaca cómo la apuesta por la flexibilidad otorga a los jóvenes, a quienes se considera más tolerantes y maleables, un lugar privilegiado en el mercado laboral en detrimento de los más experimentados: interpretada como signo de rigidez y renuencia al cambio, la experiencia acumulada ha dejado de ser un valor para contemplarse como un obstáculo del que deshacerse en los periódicos reajustes de plantilla. En situación de riesgo permanente y sin que la experiencia pasada les sirva como guía para el presente, el capitalismo flexible ha logrado engendrar en sus trabajadores un nuevo fenómeno: la aprensión al trabajo, que se traduce en constante ansiedad y en tenaz dificultad para encontrar satisfacciones en su vida laboral.
A todos estos efectos subyace un sistema económico que, para Sennet, irradia indiferencia, puesto que nadie en él puede sentirse necesitado: cada trabajador se sabe enteramente reemplazable, sustituible, intercambiable por cualquier otro. Relegado a la condición de simple mercancía que se desgasta en el corto plazo, sólo podrá sobrevivir en ese sistema si está siempre dispuesto a empezar de cero. Lejos de ampliar las posibilidades de elección de los individuos, la flexibilidad instaura una nueva forma de opresión que, según Sennet, comienza a corroer su potencial carácter. Si por tal se entiende la capacidad de adherirse a una serie de principios y valores, de comprometerse con objetivos a largo plazo y desarrollar la voluntad y firmeza anímica para perseguirlos, el capitalismo flexible resulta por completo incompatible con la producción de individuos con carácter. De sus engranajes tan sólo cabe esperar individuos que asuman vivir a la deriva, en perpetua desorientación y provisional reorientación. Individuos tan desubicados en sus existencias como en sus puestos de trabajo, que renuncien a crecer a falta de suelo estable sobre el que echar alguna suerte de raíces. A falta de caminos de acción cuya duración y sostenibilidad en el tiempo les permita dibujar trayectorias que den sentido y consistencia a sus vidas.
18 comentarios:
Es difícil entrar en un texto como el suyo, querida Antígona, tan ideologizado. Fuera de acertar en algunos árboles el resto del bosque no es salvaje ni natural, es un diseño predeterminado, un jardín.
No puedo decirle más y no es el caso, a estas alturas, de entrar en polémicas, solamente de sentar principios y los míos no concuerdan con la base argumental y psicológica que sustenta los suyos.
Al lado de casa han abierto un bar, tienda y restaurante de moda, es el escaparate de una antigua marca de cervezas barcelonesa, la famosa y entrañable “Moritz”. En una de sus secciones han abierto una panadería que elabora panes artesanales, riquísimos y carísimos, el éxito ha sido fulgurante, desaparecen de su mostrador de diseño en un santiamén, a los dependientes, que no parecen panaderos sino miembros de algún grupo musical vanguardista, se los quitan de las manos, eso sí, el artesano panadero viste y calza, a la vista de todos, de manera tradicional, de punto en blanco, bata y un gorro parecido al de los cocineros. Hay que reservar mesa para cenar con un mes de anticipación y todo el mundo que te atiende es muy amable, plurilingüe y multiétnico. En cambio, debajo de casa, en el mismo edifico donde vivo ha cerrado la panadería de siempre, la de toda la vida. Mi barrio estaba antes lleno de oficinas de cajas de ahorros, ahora rebosa de peluquerías y panaderías que ofrecen panes igual que la vinacotecas vinos. Los tiempos cambian.
El otro día charlaba con un amigo alicantino que vive en el Perú y con la camarera salvadoreña de otro bar, una cadena china, ninguno de los dos estaría muy de acuerdo con todo lo que usted dice y ambos seguro que afirmarían que el señor Sennet sí siente nostalgia por el pasado. Eso no es malo, sentir nostalgia, lo grave es que sea por un pasado que nunca ha existido.
Besos sin nostalgia.
Será entonces, estimado Peletero, que considera que el libro de Sennet –no sé si lo ha leído- peca de ideológico, porque mi post no pretende ser más que una exposición de las ideas centrales que en él se presentan o de las que a mí me han parecido más relevantes.
Pero claro, como en esa exposición nunca deja de haber una selección de ideas y un filtrado subjetivo de sus contenidos, supongo que para saber si mi post es ideológico o lo es el libro de Sennet habría que hacer una comparativa entre uno y otro, y ver en qué medida la presunta ideología se desprende del propio libro y por ello, también de mi post en cuanto reflejo suyo, o lo ideológico es algo que aporto yo más allá de lo expuesto en el primero.
Tampoco me siento dispuesta a aceptar ese adjetivo cargado de connotaciones peyorativas sin una previa aclaración de qué es para usted la ideología. Porque por tal término pueden entenderse cosas muy diversas, algunas más acertadas que otras, y según lo que entienda usted por él podría entonces asentir o disentir de su apreciación.
Me temo, también, que de haber leído usted el libro de Sennet, apreciaría que sus advertencias sobre su falta de nostalgia por el pasado son ciertas. Así lo atestiguan todos los análisis que hace del trabajo en la cadena del montaje, del fordismo, o de la ética del trabajo de influencia protestante que cabría oponer a la ética del trabajo del capitalismo flexible.
Pero es obvio que en mi post no quería detenerme en esos análisis críticos del modelo laboral pasado, sino en el del presente. Me pregunto por qué a todos aquellos que realizan análisis críticos del presente se les achaca esa nostalgia del pasado. Como si no se pudiera ser crítico tanto con lo uno como con lo otro. Como si no cupiera la posibilidad de afirmar que el mundo del trabajo, para los sectores mayoritarios de la población, siempre ha estado cargado de aspectos criticables, antes y ahora, pese a sus diferencias.
El libro lo leí estas navidades. La casualidad quiso que me reencontrara con un par de amigas a las que hacía muchos años que no veía. Teníamos mucho de lo ponernos al día, y la cuestión laboral ocupó un espacio bastante amplio de nuestra conversación. Desde mi trayectoria lineal y estable les dije que envidiaba sus múltiples idas y venidas, sus diferentes ocupaciones con el paso de los años, las distintas tareas y funciones que habían desempeñado en uno y otro empleo. Daba por sentado que debían de haber aprendido mucho con el cambio y el nuevo reto que cada nuevo puesto suponía. Me miraron como si estuviera loca. Ambas me hablaron de sí mismas como de mercenarias. Que yo hablara de aprendizaje hasta les pareció hasta extraño. Una me dijo, literalmente, que estaba hasta el gorro de tener que reinventarse a sí misma y empezar desde cero una vez más. Que la experiencia –ya repetida varias veces- no sólo le resultaba agotadora sino incluso empobrecedora. Una vergonzosa miseria es lo que cobraba una de ellas en su actual ocupación, a la que no le auguraba más de un año de vigencia. Eso me hizo reflexionar sobre mi propio trabajo. Sobre la seguridad que me da el paso de los años por la experiencia acumulada y la sensación de que, gracias a ella, hago lo que hago cada vez mejor. También sobre el hecho de que esa misma trayectoria me lleva a innovar, cuando ya estoy cansada de la repetición de ciertas dinámicas, sin miedo a que tales innovaciones sean arbitrarias o descabelladas, dado que se producen sobre cimientos sobre los que puedo pisar segura. Y no soy, precisamente, una persona que se identifique plenamente con su trabajo remunerado por circunstancias que no vienen al caso.
(sigo abajo)
Personalmente, el libro de Sennet me ha dado qué pensar, aun sin haber vivido en carne propia la experiencia del mundo laboral flexible. Y me han dado que pensar los testimonios de los trabajadores a los que constantemente recurre para hacer sus propias reflexiones. No soy socióloga y no tengo un conocimiento exhaustivo del mundo laboral. Pero lo que dice Sennet conecta con ciertas percepciones que yo misma acumulo, a través del relato de experiencias ajenas, sobre cómo se desenvuelve hoy día el trabajo.
Si nada de lo que ha leído en este post conecta con sus propias percepciones, no pierda el tiempo leyendo a Sennet. Yo, por mi parte, sí seguiré haciéndolo.
Besos flexibles
Yo comento, mal o bien, sus palabras, querida Antígona, que por eso las escribe en su blog, para ser comentadas, trato de hacerlo lo mejor posible aunque no siempre acierto. No, no he leído el libro del señor Sennet, mi única referencia sobre él son las palabras de usted.
La RAE afirma que “ideologizar” es imbuir una determinada ideología.
Y de “ideología” nos dice que es una doctrina filosófica centrada en el estudio del origen de las ideas. O bien el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.
Sobre “doctrina” afirma que es la enseñanza que se da para instrucción de alguien. Ciencia o sabiduría. Conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etc., sustentadas por una persona o grupo. Doctrina cristiana, tomista, socialista. Plática que se hace al pueblo, explicándole la doctrina cristiana. Concurso de gente que con los predicadores salía en procesión por las calles hasta el lugar en que se había de hacer la plática. Por esta calle pasa la doctrina. Opinión que comúnmente profesan la mayoría de los autores que han escrito sobre una misma materia.
Y sobre “imbuir” nos remite a sus sinónimos que son, según la RAE, infundir y persuadir.
En mi comentario añadía yo la expresión “excesivamente” que no es necesario recurrir a la RAE para conocer su significado.
¿Por qué decía “excesivamente”?, porque ese conjunto de “ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época...”, me sugerían, en su post, un círculo cerrado, un recinto amurallado, como a veces me sucede también con sus textos de ficción. Por ello iniciaba mi comentario con la frase: “Es difícil entrar en un texto como el suyo”.
La vida, por suerte, es amplia y grande y en ella hay de todo y yo conozco también a personas que viven muy felices con sus trabajos flexibles y que han trabajado, no ya en varias ciudades diferentes, sino también en países de otros continentes sin horarios ni contratos fijos ni ingresos asegurados, hablando varios idiomas, es gente, normalmente de mente abierta. Sería cansino enumerar los ejemplos. La movilización laboral perjudica las relaciones personales, seguramente sí, o todo lo contrario, consigue que duren en el tiempo, pero me hace gracia leer eso cuando la modernidad se ha caracterizado por denostar las que son duraderas como la propia familia, origen y causa, para muchos y muchas, de todos los males. También conozco a otras personas que han encontrado en las fábricas modernas, en esas cadenas de producción, la liberación de otras cadenas y los lastres de miseria y sus corolarios que en muchos casos conlleva la vida en el campo tan idealizada y mitificada. Es verdad que, normalmente, la gente quiere saber para qué y para quién trabaja, conocer todo el proceso al que él pertenece, pero no siempre es así, no se engañe, muchos no quieren tener ni esa clase de responsabilidades ni el conocimiento que implican. En el trabajo sirve también la famosa expresión de “ojos que no ven corazón que no siente”.
Naturalmente que se puede, y se debe, criticar y denunciar, si es el caso, las situaciones presentes, es una necesidad y un derecho tan obvios que no requieren demasiadas argumentaciones. Pero según y cómo se haga se puede caer en aquello que un amigo mío llama con ironía el “presentismo” que nos puede llevar al desconocimiento del pasado y por ende a su añoranza.
Perdón por la extensión.
Besos sin añoranza.
Es que yo, mi querida Antígona, siempre recelo de cualquier concepto reinventado por los dirigentes del cotarro. Por sistema y hasta que se demuestre lo contrario, que de momento no se ha dado el caso.
Me sucede igual con ese invento del Emprendedor, me parto y me mondo. Moviéndome como lo hago en ese mundo y sabiendo de lo que hablo, aseguro que salvo que cuentes con un pingüe capital inicial y contactos (osease, sea usted un querido hijo de papá o similar) lo llevará clarito y se dejará la piel en su proyecto. Con un poco de suerte se moverá usted en un insano mundo en el que ejercerá de esclavo y patrón a partes iguales, toda una esquizofrenia, ya le digo, y nada de sus ventajas.
No, no existen bondades en lo que nos cuenten estos señores tan avispados.
Partamos de una base general y apreciada desde que el mundo judeocristiano nos convenció: el trabajo es dignidad. Ya, sí, que se cree usted eso, lo es para unos cuantos, precisamente para aquellos que menos lo necesitan y puedan elegir. Pero hablamos de una gran mayoría y esa será la que sufra las consecuencias de este nuevo invento. Y creo que se producirán los efectos desalentadores que menciona el autor del libro. Incluso me atrevo a sumar uno más, determinante en el mundo laboral: la movilidad continua impide la creación de organizaciones sindicales que luchen por los derechos laborales. Ya, ya sé, que entre unos y otros, también ellos mismos, se han ocupado en desbaratar su función pero sin respaldo organizativo que impida los abusos estos se producirán sin ninguna duda. De hecho este invento va por ahí, una ventaja que añadir. Y no es nada nuevo, estos modos llevan mucho implantados en el mundo laboral estadounidense.
Asi que no sé si presente o pasado, no creo que esa sea la cuestión. Se trata de nuevas formas de atornillar, ahora y con las condiciones actuales aprovechando que el Pisuerga pasa por no sé dónde. Creo que al autor advierte de las consecuencias de los nuevos modos y cómo influirá en las vidas de los trabajadores. Habla de cómo llegará la nueva explotación del trabajo porque esa sí que no cambia, nunca lo hizo, al igual que la codicia empresarial (de hecho ambas cuestiones se han salido de madre en pocos años, estos últimos)
La diferencia es que ahora además nos tienen que convencer para desinflar la protesta, porque los cambios, todos, son por nuestro bien y ¿quién se quejaría ante los otros si el pensamiento que flota es ese, que es positivo y cachipiruli?
Lo dicho, no dan puntada sin hilo. Por eso yo procuro no perder de vista el hilo, mucho menos cuando la estrategia lleva mucho tiempo siendo el mostrar sólo la puntada y su supuesta perfección.
Y sí, en mi caso al menos, estas reflexiones parten de una ideología, cómo no? Por qué no? Es más… por qué pensar que tenerla quita valor a mis conclusiones? Nunca entenderé que una crítica a mi pensamiento venga por ahí precisamente, como si por el hecho de tenerla ensucie en algo mis ideas. En fin, otra trampa actual del lenguaje y del pensamiento, esta sí bastante simple pero efectiva. Discúlpeme, señor Peletero, no va por usted pero es que empiezo a estar harta de un lugar tan común. Podría decirle, usando la misma lógica impura, que el hecho de asegurar que alguien no la tiene es en sí mismo una ideología. Pero siendo más honesta, le diré que no conozco a nadie que no la tenga, nadie que no exprese una idea sin estar sustentada en un corpus que trace su red en esa persona.
En fin, que de todo hay en la viña del señor pero tratándose de algo que atañe a la vida laboral no creo que podamos particularizar. Hagamos lo que hagamos estaremos jodidos, hasta nueva orden. Es sencillo, unos son los mandados y otros los que mandan, y eso si que es viejo como el mundo. Que alguien me avise si cambió en algún momento por si se me hubiera escapado la efeméride, please, a veces me despisto mucho. Y serán los mismos los que acarreen las consecuencias.
Besos orientados.
Como dicen en las tertulias de televisión, ¡por alusiones!
No va por usted, querida Marga, pero no se refiera a mí cuando habla de ideología, en todo caso diríjase a la Real Academia Española de la Lengua, es ella la que confecciona las definiciones, no yo, aunque tampoco es su culpa, la de la Academia ni mía, la mala prensa que la pobre palabra ideología sufre y que ha terminado por convertirse en un sinónimo de sectarismo y de mala visión ocular, como si sufriéranos cataratas o lleváramos unas gafas con lentes que distorsionan la realidad. Esto ha sido así, en buena parte, al usarse como cachiporra contra los que piensan distinto y los malditos roedores y herejes que todas las doctrinas tienen. Esta también es una lucha eterna, el mundo está lleno de disidentes y de monaguillos sin vocación y sin fe.
¿Qué todos tenemos una?, pues no sé qué decirle, no estaría yo muy seguro de ello, a mí me gusta más hablar de “visión del mundo” e incluso de manera de ser, de carácter, es menos doctrinario, pero no me haga mucho caso, igual es una tonteríaporque tampoco estoy muy seguro de que todos tengamos una “visión”, y mucho menos del mundo, yo, para empezar, no me creo que sea redondo.
Por lo demás tiene usted también toda la razón, igual que nuestra querida amiga Antígona, ¿quién se la podría negar?, yo casi ya no me atrevo.
Besos desde el infierno.
Peletero, claro que me refería a usted cuando hablaba de ideología. Lo que no iba era lo de la simpleza y la trampa, otorgo a su cabecita algunos escalones más.
Y hace bien en casi no atreverse, somos bravas y en ocasiones vamos armadas... jajajaja. Qué le vamos a hacer.
Yo al mundo lo veo hoy en elipse, ya ve.
Besos desde el limbo (que lo borraron pero me da igual. Para algo que me gustaba...)
Ya sé, querida Marga, que no me considera simple, yo a usted tampoco. Me gustan su bravura y sus armas, las suyas y las de Antígona, por eso comento en sus casas. Me va la marcha, qué le vamos hacer.
Besos desde la tierra que es lo único que podemos tocar y ver.
Antígona,
ya veo que has vuelto a encender la mecha en un texto que ha dado pie a un debate incendiario...ja,ja,ja...
Primero,muy de acuerdo con Marga,la ideología está presente en cada uno de nosotros,en todo lo que hacemos,pensamos,desarrollamos....etc...¿a cuanto de qué avergonzarse? le puedes llamar "visión del mundo" pero en realidad,hablamos de lo mismo...
negarlo,es negar casi la propia existencia,porque lo queramos o no admitir,la ideología forma parte de nosotros y más a estas alturas del partido.Antígona,da igual si creas un texto o lo comentas,es secundario si hablas de cine,literatura,filosofía...etc...si trascribes,seleccionas,citas...todo contenido que sale de nosotros es si me apuras,ideológico y político(otra palabra a la que se le tiene PÁNICO)..pero en última instancia...¿quien pretende negarlo?
No pasa nada,ahí está y es inútil disfrazarlo.
Partiendo de esa premisa,debatamos acerca de esa flexibilidad a mi modo de ver (con todo el tinte ideológico que se me quiera atribuir):PERVERSA.
Antígona,estoy viviendo en mis propias carnes esa flexibilidad laboral de la que hablas y estoy muy de acuerdo con tus amigas en que es empobrecedora,y añadiría que alienante y desmotivadora.
Parece que sobre esa base capitalista se intenta hacer un discurso técnico en el que OPTIMIZAR los recursos es la justificación para que frenes una especialización que te ha llevado años de entrega y dedicación.Se supone has de ser POLIVALENTE,MULTIFUNCIÓN y valer tanto para " un roto como para un descosío"....no importa si el colectivo para el que trabajas recibe o no un trabajo cualificado, importa rentabilizar el personal,aumentar los beneficios,reducir los gastos y si formas parte de una empresa donde te necesita hoy a primera hora en otro servicio que nada tiene que ver con el tuyo,pero que cubriendo esa baja se ahorra llamar un suplente,pues vas y punto,no sé si me explico.....
No importa que te identifiques o no con lo que haces,importa que seas FLEXIBLE y si muestras alguna objeción,lo primero que te dicen es que para SOBREVIVIR en la situación de crisis (ESTAFA)actual,has de estar abierta a los cambios porque quieren personas POLIVALENTES dispuestas a horarios imposibles,disponibles si por ellos fuera de lunes a domingo,con buen ánimo a la movilidad geográfica si es preciso,y ojo,sin espíritu contestatario (.......inspirar,expirar.....inspirar,expirar.....)....
La consecuencia observable de esa flexibilidad,al menos en mi trabajo,es que se está perdiendo la CALIDAD en la atención y la especialización.
Y ofrecer calidad en un servicio semi-público no puede convertirse en una utopía,ha de seguir siendo un derecho adquirido al que no podemos renunciar.
Así que "a Dios rogando y con el mazo dando"....mucha habilidad hay que desarrollar para seguir en la lucha y al mismo tiempo,gestionar el silencio y la prudencia,porque desde fuera NO VAMOS A CAMBIAR NADA, y lo primero que te dicen es: "No te conviene,ahí está la puerta...."
Besos y abrazos desde la consigna de que "donde hay opresión,siempre hay resistencia"
Hola, Antígona,
siempre que escucho la palabra "flexibilidad", no puedo dejar de pensar que se trata de un eufemismo para más precarización del trabajo, a favor del beneficio de unos pocos. Hoy mismo hablaba con una compañera sobre nuestras condiciones en la academia donde trabajo: allí todo es "flexible": el horario que tenemos, el lugar de trabajo, y con las nuevas modalidades permitidas, no nos tienen ni que contratar ni pagar seguro. Más barato para ellos. O sea: más trabajo precario y pérdida de poder adquisitivo para nosotros.
De tu reflexión, me parece interesante lo que hace relación al hecho de forjar el carácter en función del trabajo y cómo la flexibilización contribuye a crear personas inestables, con sentimiento de fracaso y falta de autoestima. Me parece que tienes mucha razón (y el autor del libro que reseñas, claro :-)), pero a mí lo que me gustaría es que la vida no se definiera en función del trabajo, que nuestro carácter y nuestros valores fueran mucho más que eso. Pero, claro está, nuestra sociedad está centrada en la producción y, así, nuestro empleo (si lo tenemos) se convierte en el centro de nuestra vida.
Con la aparición de las nuevas tecnologías, teóricamente tendríamos que haber pasado a la fase en que las máquinas nos ayudan a: repartir el trabajo, trabajar menos horas (en consecuencia) y hacernos la vida laboral más fácil. Por el contrario, nos han complicado más la vida y encima hay repartición de jornada laboral desproporcionada (para unos demasiado y para otras demasiado poco, no uso el género arbitrariamente).
No sé, Antígona, a lo mejor habría que reiventar todo el concepto de sociedad en que vivimos desde la raíz, dejar de basarnos en el consumo exacerbado y en la utilización de los recursos naturales indiscriminadamente... Aunque ya sé que eso en este momento es algo utópico más allá de nuestro alcance...
Un beso!
Estimado Peletero, si le preguntaba por el sentido en que usted calificaba mi texto de ideologizado es porque, como probablemente sabrá, hay un sentido de la palabra ideología, el marxista, según el cual la ideología es un descripción deformadora y falsa del ser humano y de su posición en el mundo y la sociedad, cuya deformación y falsedad responde a ciertos intereses. En el caso de Marx, a intereses de clase, guiados por un claro objetivo de dominio de la burguesía sobre el proletariado. Pero sean cuales fueren esos intereses, lo relevante de tal comprensión de la ideología es su falsedad y su voluntad deformadora de la realidad.
Éste es el sentido del término ideología y de su derivado “ideologizar” que no hubiera admitido. Por una parte, porque no considero que Sennet haga una descripción falseadora de la realidad laboral que ha estudiado, entre otras cosas porque, como le decía, coincide con ciertas percepciones que yo misma tengo de esa realidad o de los mensajes que se lanzan sobre el mundo del trabajo de un tiempo a esta parte. Por otra parte, porque a mí no me mueve el interés de difundir visiones deformadoras de la realidad teniendo plena conciencia de su carácter deformante. Mi exposición del libro de Sennet parte de la convicción de que las ideas que en él se exponen reflejan sin deformaciones una realidad que es preciso tener en cuenta para comprender el mundo en el que vivimos. Ése es el único interés que me animó a escribirlo.
No negaré el valor de sus propias experiencias sobre cómo diferentes personas se desenvuelven satisfactoriamente y sin infelicidad manifiesta en entornos laborales dispares, flexibles o no tan flexibles. Pero ya sabe que a mí esa experiencia propia siempre me parece limitada, sobre todo en comparación con un estudio sociológico apoyado en otras investigaciones sobre el mismo tema y en el que la narración de historias particulares sólo sirve para ilustrar mejor consideraciones más generales que también se ofrecen en el libro sobre el funcionamiento de las empresas o las nuevas técnicas de gestión del trabajo que desde ellas se van implantando.
Como le decía en mi primer comentario, Sennet no desconoce el pasado –antes bien muestra conocerlo muy bien– y por eso no manifiesta añoranza ninguna por el mismo. Así que dudo mucho que se le pueda acusar del “presentismo” del que habla su amigo.
Besos clarificadores
Me pasa lo mismo que a ti, niña Marga. Desconfianza, recelo, y sensación de que nos la quieren colar de nuevo pero con más vaselina, para que lo aceptemos mejor y hasta pensemos que se nos ha abierto un campo de posibilidades con el que, tontos de nosotros, antes no habíamos contado. Y sí, lo que señalas del “emprendimiento” –qué palabro más feo, hasta en la escuela la quieren colar para que los niños aprendan a ser emprendedores– es lo mismo que siempre he pensado yo y que ahora tu experiencia confirma: que o se parte de una situación ya dada y de la que la mayoría de la gente no dispone, o se convierte en una forma de esclavitud, eso sí, gestionada por uno mismo y con la falsa creencia de que si mando yo es “menos esclavitud”.
Jajajaja, me hace gracia que digas lo de la dignidad en el trabajo y el mundo judeocristiano. Es precisamente el lema del Opus Dei, fíjate tú. Y sí, totalmente de acuerdo: el trabajo de quien limpia escaleras por una miseria no sólo dignifica poco, sino que más bien resulta indigno a no ser que estuviera bien pagado. El trabajo no significa lo mismo para el gran empresario que para el currito, para el ejecutivo que para el administrativo. Y sólo dignifica mientras sea tanto más remunerado y reconocido socialmente cuanto más desagradable resulte. Todo lo demás es pura ideología, pero de la marxista, que pretende enmascarar la verdad de la maldición del trabajo revistiéndolo de dignidad. En cuanto a los sindicatos, creo que tienes toda la razón: bajo la flexibilidad se esconde una nueva forma de debilitar el poder del trabajador frente al empresario y de impedir que estos se organicen para defender sus derechos. ¿Cómo van a hacerlo, si cada cierto tiempo se ven obligados a cambiar de puesto? ¿Cómo van a hacerlo si se les imponen una condiciones por las que siempre se sabrán de paso en cualquier medio laboral? No es raro que en EEUU, donde el tema de la flexibilidad nos lleva la ventaja de unos cuantos años, los sindicatos tengan menos presencia y sean más débiles que en cualquier otro país occidental.
Claro que se trata de nuevas formas de atornillar. Así lo expresa el propio Sennet: una nueva forma de opresión suavizada en su apariencia. Revestida del pretexto de la mayor libertad del trabajador para configurar su vida (que no es casual que éste sea el modelo de trabajo que propugnan esos adalides de la “libertad” que son los neoliberales). Pero que, en realidad, impide que el trabajador sea realmente libre para configurar su vida al forzarle a la continua incertidumbre, a la angustia, a la inestabilidad y al constante ir y venir de un lado a otro según las necesidades del mercado laboral y nunca según sus propias necesidades. Lo que dices de la codicia es un hecho probado y constatado. Sólo hace falta ver cómo se han multiplicado en no tantos años, por cifras realmente obscenas, las ganancias de quienes ocupan puestos de mayor poder. Y, simultáneamente, cómo han ido descendiendo los salarios de la clase trabajadora. Los índices de Gini, esos que miden la desigualdad en la distribución de la riqueza, no mienten, y efectivamente muestran más codicia y acumulación de riqueza en manos de unos pocos y más explotación y precariedad para el resto.
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Como le decía al Peletero, si por ideología se entiende esa interpretación falseadora de la realidad al servicio de ciertos intereses, no admito que se me acuse de defender ninguna. Pero si por ella se entiende, sencillamente, el conjunto de ideas que todos tenemos sobre la realidad y sobre el modo en que ésta debería ser, por supuesto que acepto y proclamo que mi pensamiento es ideológico. Tanto como el de cualquiera. Y no sé si incluso más en la medida en que soy consciente de cuáles son las ideas que guían mi mirada sobre la realidad. Qué razón tienes al señalar que quienes afirman no tener ideología alguna son aquellos que más la tienen, y precisamente en el sentido negativo señalado por Marx. Porque decir que no se tiene ideología es falsear, consciente o inconscientemente, la simple y llana verdad de que no se puede hablar sobre la realidad sin ideas previas sobre ella. Que ni siquiera el lenguaje nos lo permite, tal y como nos atraviesa y actúa en nuestra relación con la realidad.
Yo te aviso si algo cambia, pero me temo que el aviso no va a llegar. Ni tan siquiera en los próximos veinte años. Bien atenta que estoy yo, que formo parte de ese colectivo de trabajadores que trabaja más –bastante más– por menos, sin que exista justificación alguna para tal transformación que no sea la misma ideología que impone la flexibilidad al trabajador.
Besos con ideas!
Querida Troyana, es que la realidad anda muy candente en los últimos tiempos, y claro, en cuanto se le acerca una mecha, ¡acaba ardiendo! :)
Como le acabo de decir a Marga, estoy totalmente de acuerdo contigo en que no podemos vivir sin ideología si por ideología se entiende no lo que señala Marx y que le comentaba al Peletero. Por cierto, no sé si conoces esta lección sobre la ideología del filósofo Zizek, quien defiende que no sólo nos movemos constantemente en el terreno de la ideología, sino que además nos sentamos sobre ella cada vez que vamos al baño ;) Aquí te lo dejo: http://www.youtube.com/watch?v=XfOa8G8J72g
Y sí, también creo que todo lo que hacemos y decimos es político, en la medida en que, de un modo u otro, en nuestra manera de relacionarnos con la realidad y con los demás, nunca dejan de estar presente ideas acerca de cómo debería ser nuestro mundo, sobre cómo deberían ser las sociedades en las que convivimos con nuestros semejantes.
Lamento que estés sufriendo en tus propias carnes esa flexibilidad laboral de la que habla Sennet, pero me alegro de que lo que él cuenta en su libro tenga en tu experiencia una corroboración de primera mano. Polivalencia y multifunción son términos que, en efecto, van en línea con lo que dice Sennet de que la experiencia acumulada no sólo no sirve, sino que se convierte en un contravalor en el mercado laboral flexible. Lo de la optimización de recursos lo entiendo más bien como premisa del cortoplacismo que impera de un tiempo a esta parte en la relación entre la inversión y el beneficio económico: si se pretenden obtener beneficios en el corto plazo, no puedes esperar a que un trabajador acumule los años suficientes de experiencia como para ser un experto en la materia que trata; habrá entonces que utilizar al trabajador de un modo distinto, en lugar de fomentar esa especialización a través de la experiencia. Es la lógica empresarial que cada vez se acepta sin mayor cuestionamiento y que, por ejemplo, provocó la crisis financiera de 2008: la consigna de la cultura del pelotazo, incurrir en toda clase de riesgos con tal de enriquecerse en el plazo más breve de tiempo. Como una vez el sistema se derrumbe el sujeto en cuestión estará ya fuera, disfrutando tan ricamente de sus millones, ¿qué más le da haber hundido en la miseria al banco para el que trabajaba, y con él, a millones de personas? La lógica del cortoplacismo tiene consecuencias extremadamente perversas.
Me creo perfectamente que el pretexto de la crisis esté sirviendo ahora mismo para apretar aún más las tuercas al trabajador y forzarle a lo imposible bajo el enmascaramiento de la flexibilidad. Recuerda que hace poco no sé qué alto cargo dijo que los jóvenes de hoy en día debían desechar la idea de tener un trabajo para toda la vida. Bien, supongo que no hay prueba más evidente del modelo de trabajo que se fomenta, y que deja al trabajador más desarmado y sometido a la incertidumbre que nunca.
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Y me parece muy acertada la conclusión que extraes: por necesidad, la calidad de la atención y la especialización tiene que descender, porque a nadie se ofrece la permanencia suficiente en un puesto como para poder acumular la experiencia que le permita ofrecer unos servicios de cada vez mayor calidad. Pero, ¿a alguien le importa la calidad de los servicios que se ofrezcan en según qué sectores, y sobre todo si pertenecen al ámbito de lo público? ¿A alguien le importa que los médicos trabajen peor que antes teniendo más horas de consulta, o que los profesores no puedan ofrecer la misma atención que antes a sus alumnos teniendo más horas de clase y más alumnos por aula? Me temo que lo de la calidad, valor escasamente medible en parámetros objetivos, no es precisamente lo que busca este nuevo sistema laboral, ni tampoco el incremento de horas de trabajo que nos presentan como “inevitable”.
Habrá que seguir resistiendo, Troyana, por supuesto que sí.
¡Mucho ánimo y besos y abrazos!
Lo veo exactamente con tú, Dona Invisible: lo que se ofrece como una ventaja para el trabajador, sólo lo es para el empresario. Algo que empeora las condiciones no sólo laborales del trabajador, sino también vitales, en la medida en que la flexibilidad supone un vivir siempre en la cuerda floja que parece difícilmente compatible con proyectos más a largo plazo.
En cuanto al carácter, lo que Sennet señala, básicamente, es que las habilidades, las cualidades, los valores que se piden a los trabajadores en el mercado laboral flexible no pueden ser ya las mismas que se pedían al trabajador de hace unas décadas. No es tanto que se vuelvan inestables como que se mina su capacidad de compromiso, puesto que ya no se les ofrecen vías de compromiso con su trabajo. La sensación de fracaso y falta de autoestima es algo que él acusa incluso en trabajadores que, aparentemente, tienen éxito: con el paso de los años, ya no se sienten valorados, y temen constantemente que las generaciones más jóvenes los reemplacen. A Sennet le preocupa el modo en que este nuevo modelo laboral afecta a nuestra manera de vernos, a nuestro irnos conformando y construyendo a través del tiempo, a la manera en que puede acabar afectando a las relaciones familiares o afectivas.
A mí también me gustaría que no se nos definiera en función de nuestro trabajo, que nuestra vida no se agotara en el trabajo. No hay nada que odie más que esos días en que tengo la sensación de que no he hecho otra cosa que trabajar y no me ha quedado tiempo para dedicarme a otras cosas que me interesan. Pero para eso, en efecto, deberíamos trabajar menos horas, y la crisis económica que atravesamos está sirviendo para todo lo contrario: aumentar esas horas de trabajo y vaciar nuestras vidas de tiempo propio.
Lo que dices de la tecnología lo he pensado mil veces: la tecnología debería habernos permitido, desde hace ya tiempo, la reducción de nuestras jornadas de trabajo incluso manteniendo los mismos salarios. Si eso no ha sucedido es porque somos víctimas de una gran estafa. A veces pienso en todo el ahorro de personal que debió suponer en las empresas la introducción de los ordenadores. Pero, ¿quién se ha quedado con ese dinero resultante de los menores costes laborales? Obviamente, empresarios y accionistas. La tecnología sólo ha servido para que los de arriba se enriquezcan más, y no ha contribuido de ningún modo a la mejora de la vida del trabajador en la medida en que las ventajas que ofrece no se han repartido a partes iguales entre todos los implicados en su uso.
Había un proyecto que se llamaba “21 horas” que defendía que el mundo podía y debía sufrir una transformación en función de la cual los trabajadores sólo trabajaran 21 horas semanales. Y los autores se basaban en cálculos que señalaban que esta reducción del tiempo de trabajo era perfectamente factible. Si te interesa seguro que los encuentras por la red. Pero ahora la crisis ha sepultado la posibilidad de que proyectos así sean siquiera contemplados. No porque hayan dejado de ser factibles, sino porque es preciso que nos matemos a trabajar para que los bancos puedan recuperar el capital que perdieron jugando a las finanzas de casino. Ésta, y no otra, es la clave de todo lo que nos están pasando.
No porque sea utópico dejaremos de pensarlo y defenderlo, ¿no? Que yo sigo creyendo que las 21 horas tienen que ser una realidad si no hay condiciones materiales que lo impidan.
Un gran beso!
Es curioso, doctora Antígona, hace unos días escribía yo en mi blog algo sobre Houellebecq y, al hilo de otro tema, ponía la siguiente cita: “"-¿Qué es lo que define a un hombre? ¿Cuál es la primera pregunta que se le hace a un hombre cuando quieres informarte de su estado? En algunas sociedades le preguntan primero si está casado, si tiene hijos; en las nuestras, se le pregunta en primer lugar su profesión. Lo que define ante todo al hombre occidental es el puesto que ocupa en el proceso de producción.”
El proceso de industrialización se ha comido casi todo. Y tenemos un ministro de Educación que, en su supina ignorancia, pretende dar el golpe final relegando asignaturas como filosofía y ética y trayendo al curriculum tonterías como la educación financiera en sus expresiones más líquidas y superficiales. Parece que la sociedad, siguiendo los planteamientos de Sennet, hace todo lo que puede para convertir sus hombres en factores productivos.
Pensando en la dificultad que los tiempos modernos ponen en permitirnos dibujar trayectorias que den sentido y consistencia a sus vidas, recordaba también esa memorable escena de la película Margin Call (J. C. Chandor) en la que Stanley Tucci, interpretando a un ingeniero convertido en analista financiero, habla con un amigo sobre un puente que ayudó a construir, y cómo se diferenciaba aquel trabajo del que había realizado en Lehman Brothers.
https://www.youtube.com/watch?v=VPTK_aydt-c
Un beso, doctora Antígona!
No recordaba yo ese pasaje del libro de Houellebecq que comenta en su blog, doctor Lagarto, pero, en efecto, engarza perfectamente con el sentido de este post y con las percepciones de Sennet acerca de la importancia que la vida profesional tiene para los individuos en Occidente, así como de las profundas repercusiones que ésta puede tener en su modo de ser según la forma en que se plantee. Algo, por otra parte, que parece perfectamente comprensible si se tiene en cuenta, por un lado, el número de horas diarias que se dedican a la actividad profesional –algo a estas alturas incomprensible, como se comentaba más arriba, a la vista de los progresos tecnológicos que se han producido en las últimas décadas–, y el peso de la ética protestante del trabajo ya señalado por Max Weber en la configuración del Occidente moderno.
El proceso de industrialización, y la lógica del beneficio económico. Sólo hay que ver cómo ha cambiado la introducción de la nueva ley educativa promovida por Wert en relación a las anteriores. Allí donde antes se hablaba de formación integral del individuo o de interiorización de valores democráticos, ahora sólo se habla de la importancia de la educación para crear una sociedad económicamente competitiva. Es decir, para crear capital humano cuya única función se reduzca a generar beneficios económicos. Toda una declaración de principios que no entiendo cómo no se ha comentado más en los medios.
He vuelto a ver esa escena de Margin Call y la verdad es que revela mucho del mundo laboral en el que vivimos. No me extraña que Stanley Tucci recuerde con nostalgia su trabajo como ingeniero. Al menos entonces podía pensar que cada mañana se levantaba para hacer más fácil la vida de otras personas. Que sus esfuerzos tenían sentido. Parece como si ahora ese beneficio social del trabajo realizado individualmente no sólo hubiera devenido algo por completo secundario, sino también una perspectiva inexistente para ciertos sectores. Por encima de todo, queda el objetivo de ganar dinero, incluso a costa de crear un perjuicio social inocultable. Algo que dice también mucho del tipo de sociedad que estamos construyendo.
Un beso, doctor Lagarto!
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