Quién me hubiera dicho que esta ausencia y este silencio, acotados en la anticipación tantas veces fallida –qué mejor prueba que ésta– al tiempo veraniego, se prolongarían hasta alcanzar esta bendición de primavera temprana que intenta dejar atrás antes de hora el invierno más crudo que recuerdo.
La realidad, sin embargo, ésa que siempre nos desborda, no conoce de previsiones. Tiende a plegarse mal a la planificación y el cálculo, a los deseos y las expectativas. Jamás queremos contar con la posibilidad de que ciertos hechos inesperados tengan el poder de desencajar las piezas que configuran el artificioso entramado de nuestras rutinas presentes, tan a menudo proyectadas con confiada seguridad sobre el futuro inmediato. Aunque desde largo sepamos de la fragilidad del ensamblaje que el número excesivo de piezas impone en nuestros limitados relojes. Pero a veces ocurre.
El asalto, el ataque frontal, la ofensiva a traición –no es fácil dar con el nombre que describa lo sucedido sin demorarse en detalles inoportunos–, me encontró ultimando los adjetivos y los verbos, los puntos y las comas de mis desvelos estivales. Aún pude refugiarme en ellos durante unos días mientras era presa de la momentánea parálisis que suele suceder a los golpes. Poco tardé en descubrir que no caben refugios cuando lo que se precisa es hacer oídos sordos a las voces crispadas de la contradicción, abandonar con un sonoro portazo la torre de marfil, y lanzarse escaleras abajo hacia la arena para empezar a llenar sacos y levantar trincheras. Para procurarse el uniforme y cargar las armas que uno tenga a mano. Lo que se precisa cuando se siente que, de permitir el atropello sin tan siquiera patalear –y por inútiles que sospeche que van a resultar los pataleos, he aquí una parte nada trivial de la contradicción–, la propia dignidad no se atrevería ya a volver a mirarse al espejo.
Estos últimos meses han sido tiempos de guerra. Aún lo siguen siendo. Y ya se sabe que las guerras exigen dedicación, entrega, empeño. Consumen, desgastan, amenazan con dejarlo a uno desnutrido y exhausto, si no malherido o mutilado. Más aún cuando no existen jerarquías al mando y cada soldado es parte esencial de la organización comprometida de la contienda. Más aún cuando deben convivir con un remedo de normalidad que exige mantener a salvo de la fuerza sigilosa de la costumbre, de la tentación de la resignación y el desaliento, el espíritu combativo que las sostiene. Todo esfuerzo debe concentrarse en un único propósito: que la acción no decaiga. Porque en las guerras –cualquiera lo sabe igualmente– es la acción lo que importa. Cuando no son ellas mismas ya propiamente acción, las palabras tienen que convertirse en sus sumisas aliadas y ponerse por entero a su servicio. Para comprender la naturaleza del enemigo y definir sus intenciones. Para delinear la estrategia a seguir en la próxima escaramuza. Para convencer a quienes vacilan de la necesidad de proseguir en la batalla. En tiempos de guerra, el cauce de las palabras se angosta y afila en pos de su meta, y es difícil que de nuestras bocas o plumas broten otras palabras que no sean las destinadas a la movilización y la ofensiva. Y si lo hacen, brotan sólo a ráfagas, a retazos ante el volante o sobre la almohada, y allí se evaporan sin cobrar consistencia articulada a falta de suelo sereno y calmado que abone su crecimiento. Hubo uno que en tiempos de guerra logró garabatear crípticas sentencias en el refugio inhóspito de las trincheras. Pero, si no me falla la memoria, la esquematización apodíctica, enfermizamente aritmética que posteriormente les conferiría la luz de su pleno sentido sólo pudo fraguarse lejos de las bombas y las balas.
Estos últimos meses han sido tiempos difíciles. Aún lo siguen siendo. Y no sólo por los golpes, cada vez más hirientes, que continúan lloviendo desde el frente principal. Otros golpes han sobrevenido mientras tanto desde otros flancos. También dolorosos. Quizá incluso más hirientes, por invisibles a los ojos superficiales del mundo, por más hondos en el orden de las expectativas y deseos, acariciados no sin idénticamente honda vacilación pero al fin y al cabo acariciados. Aún vivo bajo el peso de todos ellos, y de la abigarrada realidad que componen, entreverada por tantas sombras. Sin victorias a la vista en esta guerra que no cesa. Tratando día a día de alcanzar ese todo que, según decía Rilke con sabia razón, es sobreponerse a los golpes y las sombras en la imposibilidad de la victoria. Tampoco los tiempos difíciles son propicios para las palabras. No mientras el pensamiento no logre sobrevolar con un mínimo de altura la tierra pedregosa que lo ata. En tiempos difíciles, el cauce de las palabras se angosta y empobrece, obstinado en dar vueltas en círculo, como el borrico alrededor de la noria, en torno a las aristas que nos arañan. Cuando no enmudecen en el vaivén del desconcierto, las lenguas tienden obsesivamente al rebuzno, al exabrupto agrio, al quejido lastimero e impúdico. Nada que uno desee exhibir o compartir más que con quienes, por fortuna, gozan todavía sobre nosotros del poder del abrazo y el consuelo.
Decidí esperar a sobreponerme para volver a escribir sobre esta página en blanco. Esperar, también, a haber forjado nuevas rutinas, qué duda cabe que más apretadas –las horas son las que son, el reloj más limitado y obtuso que nunca–, que me permitieran emborronarla con cuadros y letras con un cierto ritmo armónico. En contra de lo que puedan estar pensando, ese momento todavía no ha llegado. Pero no puedo seguir por más tiempo acallando esta necesidad que desde hace mucho me acucia de recobrar este espacio mío y suyo, y así recobrar con él todo lo que lo alimentaba. La necesidad de encontrar la manera de hacerlo sobrevivir a estos tiempos difíciles que son también tiempos de guerra. Pese a los demasiados meses transcurridos, o precisamente a causa de ellos, nunca he dejado de experimentar su abandono como una pérdida.
Para serles sincera, a día de hoy desconozco cuál será esa manera. Sin embargo, cuando los momentos esperados se resisten a llegar por sí solos, quizá no nos quede más remedio que tratar de forzar con cierta violencia su venida. A la espera, esta vez, de que ese acto impositivo, ese gesto de rebeldía contra el devenir de los acontecimientos internos y externos, sea capaz de impulsar un nuevo ensamblaje entre las piezas desencajadas que no logramos vislumbrar en la distancia. Que no logramos imaginar en esa voluntad nuestra de anticipación que tantas veces nos falla.
22 comentarios:
Bienvenida a la guerra querida Antígona, y felicidades por este texto, impresionante como tantos otro suyos que recuerdo. Me ha llegado noticia de su resurgir, vía Guadalupe Cienfuegos citando a Juanan Urquijo que la reverbera en su blog; asimismo, yo Bernardo de la Cruz, lo extenderé a otros soldados emboscados y con nombres tan supuestos como el mío, porque como Ud. dice es hora de la resistencia, y no es sensato ir con el DNI por delante.
Antígona!!!
no daba crédito a tu regresoooo!!!
por el texto,deduzco tiempos complicados,los que has pasado.
Aquí,tu espacio,duerme,que no está muerto y estoy segura de que volverás a encender los antiguos fuegos que aquí prendieron en otro tiempo.
Los debates,las dialécticas,el vibrante foro.
Me alegra tu vuelta y confío en tu capacidad de supervivencia sea cual sea la dificultad que has atravesado.
Aquí seguimos los asiduos de esta Cólera de Aquiles que vuelve lenta,pero viene.
Un abrazo con la confianza de que la guerra que no te mata,te hace más fuerte!!!
!Qué alegría me ha dado ver que habías escrito! !Cómo te he echado de menos! Siempre he sabido que volverías; no me alegra leer, sin embargo, que estás en tiempos de guerra y difíciles y que todavía no se ha resuelto la ecuación como para encontrarte tranquila y en el momento adecuado para compartir tus reflexiones, tus preocupaciones. Espero que ese momento llegue pronto y aquí estaremos, esperando y con ansias de leerte.
No dejes de asomar de vez en cuando la nariz por aquí, aunque no tengas tiempo. Esa guerra terminará, estoy segura, y volveremos a leernos.
Un abrazo!!!
Te saludo también... esta ventana puede tener ese papel de difundir la rebeldía y, a la vez, de afrontar las propias dificultades...
Un abrazo!!
Lo peor de las guerras no son las víctimas, si no las miserias humanas que hacen aflorar. Y el descubrir que muchas de esas miserias, aunque sean sólo en forma de pensamiento fugaz, habitan en algún recóndito lugar de nuestra personalidad. Y éso desgasta. Y mucho.
Lo mejor de las guerras es comprobar que hemos sido capacer de cerrar las heridas y seguir nuestro camino; descubrir que somos más fuertes de lo que creíamos y que los otros son también más débiles de lo que pensábamos.
Las guerras pasan y los supervivientes debemos enterrar nuestros muertos, salvar lo poco que que haya quedado intacto y tratar de construirnos un futuro má acogedor. ¡Y al pasado que le den!
Un beso postbélico. Te echábamos a faltar
Desde las trincheras... feliz por verte de nuevo!!!
Imagino que han debido de ser meses duros, aunque lo peor es ser consciente de que siguen y seguirán siéndolo. Ufffff.
Pero qué tal treguas con palabras desde esta cueva? O incendios, o escaramuzas o... qué mas dará, tus palabras y ya, de la forma que gustes.
Es que estoy demasiado encantada con tu regreso como para dejarme llevar por las rabias de fuera.
Besos y abrazos a gogó!
Me alegra mucho, querida Antígona, encontrarla de nuevo en su casa, abriendo ventanas y puertas para que entre el sol, el aire y sus invitados, nosotros.
Sí, son tiempos de guerra, de una guerra que va y viene como las olas del mar que de suaves se convierten en tempestades. Tenga en cuenta que nos hallamos solamente en las primeras escaramuzas, los primeros disparos, el aperitivo, por así decirlo.
Saludos.
Estimado hermano Bernardo, no hace falta que venga usted con el DNI en la boca, creo que le reconocería hasta en el mismísimo infierno. Qué digo, en el infierno, antes que en ningún otro lugar :P
Tendrá usted que presentarme a esa Guadalupe Cienfuegos y ese tal Juanan Urquijo, me temo que no tengo el gusto de conocerlos, a no ser que tras esos nombres de emboscadura se oculten figuras familiares en las que ahora no caigo. No me lo tenga en cuenta si es así, aún estoy aterrizando por estos lares.
Son tiempos de guerra para muchos, es cierto, también de resistencia. Por fortuna, la mía, aún a cara descubierta. Por el momento no tengo miedo a represalias. Y espero no tenerlo nunca.
Una alegría verle por aquí. Un beso!
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¡¡¡Troyana!!! Si casi ni yo doy crédito, jajajaja. Pero sí, tarde o temprano tenía que suceder, echaba esto demasiado de menos.
Los tiempos han sido y, como digo, siguen siendo difíciles. Así que no sé muy bien cuál será el rumbo que tomará esta casa una vez reabierta. El tiempo lo dirá. Aunque, conociéndome, me temo que el debate no tardará en surgir. Pero mejor no anticipemos acontecimientos.
Sobrevivir, todos o casi todos acabamos sobreviviendo, nos echen lo que nos echen. Otra cosa es el tiempo que nos pueda llevar llegar a estar presentables ante el mundo mientras lo hacemos. Que ya se sabe, ¡los naufragios te dejan unos pelos! :)
Yo también me alegro mucho de teneros otra vez aquí. No sé cómo he podido prescindir durante tantos meses de esta ventanita, ¡con la vidilla que da!
Un abrazo enorme!
Dona, me temo que esta guerra va para largo, y cada vez serán más sus frentes, y cada vez tendremos más motivos por los que batallar. Pero como decía una compañera de escaramuzas hace poco, mientras tanto, también hay que vivir. Así que por el momento retomo el blog. Veremos qué sale en el próximo post y qué da de sí ese reloj tirano que sólo se ensancha en el aburrimiento. Pero salga lo que salga, la intención es estar de nuevo aquí.
Un gran abrazo!
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Tienes razón, Laura. Y tampoco se puede estar en pie de guerra todo el día. Al final la rabia puede con uno y yo ya he perdido dos muelas. Así que, por el momento, creo que lo más terapéutico consistirá en tratar de encontrar tiempo para pensar en otras cosas que no sean la guerra. Supongo que ésta acabará saliendo de un modo u otro en esta ventana, pero eso ya se verá.
Bienvenida de nuevo y un abrazo!
Sabias palabras, Cetina. Las guerras hacen aflorar muchas miserias, en uno mismo y en los que nos rodean, sean compañeros de lucha o espectadores indiferentes que fingen que la guerra no va con ellos. También hacen aflorar muchas contradicciones, mucha sensación de impotencia, mucha ira y mucha necesidad de contener esa ira para buscar unidad saltando por encima de tantas y tantas diferencias. Y eso, como bien dices, desgasta porque es agotador. Porque no sólo se vive en permanente conflicto con el mundo, sino también con uno mismo.
Sin embargo, como decía más arriba, esta guerra no sólo no ha acabado, sino que no ha hecho más que empezar. Pero sigue siendo válido lo que dices: es necesario ir cerrando al paso las heridas, es necesario seguir con el propio camino aunque a ratos hayamos de abandonarlo para ocupar nuestra posición en la trinchera.
Y lo más importante de todo: medir las fuerzas y sobrevivir. Aunque ese futuro acogedor no asome ni tan siquiera por el horizonte. O uno no sea aún capaz de construirlo con tantos escombros y campos de minas a su alrededor.
Un beso con pancarta!
Uff, Marga, si yo te contara… Y es que los tiempos son cada día peores, y vete tú a saber lo que nos espera, que igual lo peor aún está por llegar. Pero habrá que seguir en pie caiga lo que caiga.
Sí, la tregua me la estaba pidiendo a gritos el cuerpo y el alma. Con decirte que algo así como un esbozo de este texto llevaba metido en un Word desde Navidad. Pero los contratiempos han ido sumándose y hasta ahora no le ha llegado el momento de salir a la luz. Y me alegro de haber dado el paso. Creo que me va a sentar bien. Aunque por el momento creo que vamos a dejar los incendios y las escaramuzas de lado, que ya estoy yo bastante quemada y magullada :)
Yo también estoy encantada, niña Marga. Me siento como si hubiera vuelto a reencontrarme con amigos a los que hacía mucho que no veía. ¡Con ganas de celebrarlo!
Un beso chin chin!
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Estimado Peletero, la casa anda un poco mohosa, es cierto, y su dueña más aún en lo que respecta al hábito de regentarla y mantenerla decente para sus invitados. Pero todo se andará, poco a poco.
Me alegra compartir con usted la percepción de que estos tiempos de guerra no acaban sino de empezar. El problema es que esa tempestad, que no nos vendría nada mal, no la siento yo aún cerca. Quizá haya mucho que trabajar todavía para que esas olas se sumen. O quizá nunca lo hagan a falta de empeño y fuerza. Lo único que sé es que mientras tenga motivos, seguiré en pie de guerra. Como buenamente pueda. No es digno bajar la cabeza cuando se nos atropella injustamente.
Un beso!
Vaya, doctora Antígona, me alegro de encontrarle en este otro campo de batalla. Donde las palabras apuntan y disparan aunque el eco no llegue (aún) a los despachos del mal.
Me gusta mucho ese verso de Rilke, que creo recordar no es la primera vez que se asoma a su página. Efectivamente, no nos queda más sentido que la lucha por la lucha, sin victoria que venga a rescatarnos. Pero lucharemos todos juntos, doctora. Como dice un buen amigo mío, we take care of our own.
Mucha fuerza y muchas armas para la batalla. Y un beso.
Doctor Lagarto, me ha encantado eso de los “despachos del mal”. Tontamente, me ha recordado a la bruja avería y su “viva el mal, viva el capital”, que ahora rima también con el nombre de otra figura política que me causa visceral repugnancia. Ojalá mis palabras pudieran llegar a esos despachos del mal. Aunque ya sabe usted que si a mí me fuera dado entrar en ellos no lo haría armada con palabras, por muy afiladas o explosivas que éstas fueran, sino con una guillotina debajo del brazo. Que no por nada mi segundo sobrenombre es Robespierre ;)
No, es cierto, no es la primera vez que ese verso de Rilke asoma en esta página. Fue usted, precisamente, quien me lo regaló una vez en un comentario. Y desde entonces, nunca ha dejado de adornar mi librería en un post-it un tanto cutre que quiere recordarme cada día su verdad, no vaya a ser que se me despiste. Más en estos tiempos que corren.
Es reconfortante saber que no estamos solos en la lucha. Porque es preciso seguir luchando, del modo que sea, y todos juntos nos protegeremos unos a otros de la tentación de la resignación y el desaliento que mencionaba en el post. Cuidando de nosotros mismos y de todos los que puedan conformar ese nosotros.
Un beso, doctor Lagarto!
¡Qué alegría, Antígona, qué alegría! Sinceramente, no esperaba asistir a tu "resurrección". Porque son varios lod blogs amigos que han echado el cierre en estos últimos tiempos, y algunos, carentes de tu discurso, de esde tono un tanto "proustiano" que te caracteriza, hemos "tonteado" con el abandono. Me alegro infinito que. a pesar de los pesares, no hayas acabado de sucumbir, y podamos seguir disfrutando de tu discurso denso e infinitamebte hermoso. En estos duros tiempos de tribulación nos sigues siendo imprescindible, amiga.
Si es necesaria la guerra de guerrillas, francotiradores, emboscadas bien planificadas y collejas a buen tiempo, para derrotar a ese enemigo que nos había hurtado tus siempre necesarias palabras, aquí tienes a un aliado.
Espero que no se prolongue largo tiempo la batalla y que, en la medida de lo posible, sea ésta incruenta.
Porque es cierto que se te echaba de menos.
Querida Antígona que alegría me dio verte asomar por mi casa, porqueí que despiste que no me había dado cuenta de tu vuelta. Y siento leer que andas en plena batalla, pero sabes, yo cerré también, mucho menos tiempo que tú por otra batalla mía y no pude resistirme a volver aún en medio de las balas y cañonazos, y olvidarme al menos mientras estoy allí de tantas penas y vaivenes, y me vino bien, me sigue viniendo bien.
Y cuanta razón tienes al decir que frente al ataque principal, casi más dolorosos resultan esos otros muchos flancos que siempre suelen acompañar al primero, aunque sean nimios en comparación al principal, suelen ser más dolorosos.
Sigue siendo un inmenso placer pasar por tu casa y leerte y seguro que te hace bien escapar de tanto en tanto de la trinchera y dejarte caer por aquí.
Un abrazo, Antígona
Antígona,
si la guerra te da tregua,pásate si gustas por mi blog,hija,eres todo un referente,hasta en las réplicas a mis comentaristas,acabo citando entradas tuyas;)
Un gran abrazo!
Hola Koolau! ¡No sabes cómo anima tanta efusividad! :) Tanto como “resurrección”… No, nunca di el blog por muerto y enterrado, pero ya sabes que las circunstancias no son a veces nada propicias para encontrar tiempo para escribir y comentar. Y no es que ahora lo tenga mucho más fácil que estos últimos meses, pero tenía tantas ganas de retomar esta andadura, que trataré de sacar el tiempo de dónde sea, aunque mi presencia por esta página y las vuestras no pueda ser todo lo frecuente que desearía. De hecho, aún no he tenido tiempo de saludarte en tu propia casa. A ver si pronto le pongo remedio!
Un beso!
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Hola, Jota! Esta guerra en la que ando metida me temo que nos afecta a todos, aunque los ataques hacia algunos hayan empezado hace ya más tiempo y hayan sido más directos. Así que no sólo cualquier aliado es bienvenido, sino que somos ya una gran mayoría los que deberíamos estar apostados tras las trincheras.
Yo también echaba de menos todo esto. ¿Por qué, si no, y con todo lo que tengo encima, habría vuelto?
Un beso!
Querida Carmela, el tiempo que puedo dedicaros es, por desgracia, escaso, y sólo poco a poco he podido ir acercándome a vuestras casas a saludaros. Ése es, a día de hoy, uno de mis principales frentes de batalla: encontrar la manera de hacerme huecos en la agenda que poder compartir con vosotros. Veremos si lo voy consiguiendo, que no lo tengo nada fácil aunque ganas no me falten. Porque también estoy segura de que me va a sentar bien.
En cuanto a los golpes, bueno, en los últimos meses se han juntado demasiados, y quizá los más dolorosos y los que más me pesan en el día a día sean aquellos que sólo mis más íntimos conocen. No por nimios, sino porque sólo esos íntimos que me conocen bien pueden comprender hasta qué punto me afectan. Pero seguiremos esforzándonos por digerirlos.
Un beso enorme, Carmela!
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Troyana, no es la guerra, sino el curro lo que ahora mismo no me da tregua. ¡Yo no sé si sobrevivo a esta semana! Pero ya has visto que he acudido rauda a tu blog a participar en el debate, que ya sabía yo que prometería. Es que Houellebecq es mucho Houellebecq, ¿verdad? ;)
Más besos y abrazos!
Querida Antígona, me alegro mucho de volver a verte por aquí. Te dejo, a ti y a tus lectores, el enlace de un blog recién creado cuyo autor es estudioso de Rilke y de la poesía alemana. Seguro que te gustará¡ Un abrazo! JJ
Www.antoniopau.com
Bueno, Antígona, casi que me siento avergonzado de tener eso que a ti manifiestamente te falta tanto: tiempo libre.
No sé si en esa guerra en la que andas metida defiendes sobre todo tus intereses o más bien andas, como gallardo héroe del pueblo, defendiendo a todos nosotros y nuestros intereses de aquellos que quieren usarnos y tirarnos como vulgar servilleta de bar, aprovecharse de nosotros sin que a nosotros nos aproveche nada, manipularnos, exprimirnos como orujo hasta la última gota. No lo dices y está bien. La guerra en que estás, sea cual sea, estoy seguro de que es justa, y que en ella estás defendiendo derechos inalienables de todos nosotros, aun en el caso de que de momento se encarnen en tu sola persona...
Me resulta angustioso imaginar tu falta de tiempo, y la presión constante a que estás sometida para que no puedas dejar ni un momento de pelearte, de defenderte, de reivindicar como propios unos derechos justos que además son de todos. Me imagino lo durísimo que es, por agotador, por desgastador, estar siempre ahí vigilando cada resquicio por donde alguien, que uno no puede dejar de considerar humano aunque a veces bien quisiera, intenta colarnos la falacia, el engaño, la malicia, la tergiversación, la sutil falta de respeto y consideración, el trato objetivador... Que busca ¡ay!, porque conviene a su objetivo, deshumanizarnos, tratarnos no como a miembros soberanos de la especie humana sino como a materia cuantificable, capital o rédito, elementos de una ecuación económica que, una vez imaginada, intenta convertir en los barrotes que nos deben impedir salir de la pizarra y situarnos en el espacio que corresponde a los seres libres...
No sé qué puedo yo hacer, aparte de lo que ya hago: demostrar que es posible vivir de otra manera o ocupar un rol que quedaba libre en el reparto de los personajes que se hizo al principio... No sé qué puedo hacer, aparte de cuestionar con mi propia presencia, para mí y para otros, las ideas preconcebidas sobre roles sociales, riqueza o dignidad humana o animal.
Estoy aquí. Si me pides ayuda intentaré dartela. Si hay que hacer guerra de guerrillas, como decía J, yo puedo emboscarme, tensar un arco, lanzar algunas flechas certeras. Ojalá alguien me venga con una idea razonable...
Mientras tanto... bueno, puedo leer algo ;)
Mándame el texto ese que has parido este largo verano, que yo haré lo imposible por leerlo.
(esto.. te escribí a tu correo. Nada, lo mismo que pone aquí. Para que tuvieras mi e-mail a mano... )
¡Bienvenida! y...
¡un beso ociosador!
Hola JJ, a mí me alegra mucho que aún sigas dejándote caer por esta página pese a lo abandonada que está. Muchas gracias por el enlace. Aún no he tenido tiempo de echarle un vistazo pero no me cabe duda alguna de que me interesará.
Un fuerte abrazo!
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Pues estás de suerte, Huelladeperro, disponiendo de tanto tiempo libre en este mundo en el que todos andamos todo el día corriendo de un lado para otro. O no estás de suerte, sino sencillamente disfrutando de los resultados de tu elección, que me imagino, también tendrá sus costes, como sucede con cualquier elección que hacemos.
La guerra es mía y a la vez es de todos. Aunque no sé si hay alguna guerra social que no lo sea, teniendo en cuenta que cuando el particular lucha por él mismo, también lo hace indirectamente por todos aquellos que se encuentran en su situación. Pero en este caso en concreto, sólo defendemos –como tantos otros colectivos- lo que es todos aunque tantos no lo entiendan. No soy inmune a esa falta de comprensión pero tampoco me arredra: hago lo que creo que debo hacer y que tenga o no consecuencias no es algo que esté en mi mano controlar.
Las guerras son agotadoras, sobre todo para personas obsesivas como yo –ya se demostró el pasado verano- que difícilmente podemos entregarnos a varias tareas a la vez si una nos absorbe. Pero no es que no deje ni un momento de pelearme o de reivindicar. ¡No sé qué clase de superhéroe habría que ser para eso! :) La vida y todas sus exigencias siguen con guerra o sin ella, y son todas esas cosas juntas las que me han mantenido alejada del blog, además de que no estaba en el estado de ánimo más propicio para retomarlo.
Por otra parte, cada uno lucha a su manera y en función de sus circunstancias. No hay una única manera de hacerlo, menos aún en esta guerra que tiene tantos y tantos frentes abiertos. A veces, es más, mientras guerreamos en uno, colaboramos en otro con el enemigo sin apenas darnos cuenta. Así que no seré yo, ni de lejos, quien proclame cuál es la manera adecuada de luchar.
Te agradezco el ofrecimiento de ayuda. Lo de lanzar flechas, ay, yo te daría unos cuantos objetivos pero mejor me refreno, que no quiero dejarme llevar por mi lado más siniestro. Si se me ocurre algo menos sangriento te cuento ;)
Te leo en el correo, que hace mil años que no lo abro. La falta de costumbre después de estos meses de ausencia. Y te mandaré el escrito, claro que sí.
Un beso ajetreado!
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