sábado, 9 de abril de 2011

Surcos


Ni uno solo de los nacidos al fulgor oscuro de una conciencia mortal que la fortuna salve de una pronta retirada se verá libre de la turbadora experiencia: la sorpresa agria frente al espejo por el pliegue inédito sobre el labio, en línea prolongando el rabillo del ojo, hendiendo entre los ojos la base de la frente; la mueca consternada que en su descubrimiento lo ahonda y acusa; la interrogante incomprensión por el invisible, necesario proceso que en silencio fuera labrándolo más allá del alcance de nuestras pupilas hasta concedernos de pronto la visibilidad de su presencia; en él la epifanía del misterio, salvo para el microscopio inviolable, de la materia en transformación que ahora declina. El dedo frota suavemente el surco y lo alisa, pretendiendo iluso su desaparición con el roce. De la herida que sin doler en la carne abruma el alma.

Relajando los músculos nos alejamos del espejo. El orden previamente quebrado sobre la superficie pulida se restaura. Si nos acercamos de nuevo, valientes, la proyección esperada vuelve a mancillarse. Todavía no es tan evidente, susurra mientras le damos la espalda la voz tranquilizadora. No lo suficiente para emborronar la certeza del primer e incontestable vestigio, el que revela el comienzo de la erosión sobre la estampa antes intacta, de la leve pendiente inclinada marcando el término de la meseta, del rodar por ella de nuestro cuerpo en caída lenta pero inexorable. Ese porvenir tan sabido en el anunciamiento de su observación mundana como tercamente ignorado es por fin pura, rabiosa actualidad, cuya irrupción se acompaña de la anticipación de sus ineludibles secuelas: la profundidad como destino de ese primer pliegue incipiente, de tantos otros aún inexistentes que con toda seguridad llegarán a agrietar junto a él el lienzo de nuestro rostro.

Nos empuja de entrada la frivolidad a lamentar malhumorados la belleza poseída en deterioro, tan amarga la percepción de su ruina si es escueta o generosa; el menoscabo de la frescura que ilumina las caritas infantiles de tez inmaculada, también la nuestra en el recuerdo ayer guardado. Presos del vínculo en los oídos mil veces recorrido que anuda hermosura y juventud, lindeza y lozanía, sentimos abrirse en ese pliegue la brecha creciente de la fealdad, con ella la depreciación progresiva de nuestro valor en el mercado del deseo. Pero si, ya ajeno al juez severo de nuestros ojos, se intensifica el fruncido en el ceño, es porque tras el temor de la preocupación vanidosa a devenir pieza repudiada en la feria de las apariencias acaba siempre por asomar la angustia ancestral, tenazmente ahogada bajo el cotidiano braceo en las aguas de nuestros pensamientos: habla en el pliegue el augurio de la muerte, el brillo de la hoja afilada de la guadaña que, sin rasgar aún el cuello, recorta de repente la imagen engañosa de la extensión indefinida del tiempo en la figura exigua por limitada, idénticamente artificial en su concreción, verdadera en su concepto, del tiempo que nos queda. Entrevisto día a día desde el espejismo de la infinitud que traza el pincel del presente miope, el horizonte de dimensiones nebulosas en su lejanía se ha aproximado abrupto mostrándonos el muro ciego que lo cierra, la perpendicular que lo segmenta y quiebra, el negro último que lo sella. En el surco en la piel, el dibujo de un reloj de arena súbitamente invertido, focalizado con nitidez sobre la ampolla que se vacía. Transmutados nosotros en cenicientas ansiosas que se sofocan con antelación por el irremediable sonar de las campanadas de medianoche.

Pues con el alarmante hallazgo de ese pliegue que alborea se precipita el balance, el recuento de las cifras anotadas en la columna del haber en tenso contraste con las correspondientes al debe. De un rápido vistazo tendente a traicionar su envergadura computamos los logros, las acciones, los movimientos, la suma de las ganancias. Más escrupulosa, la mirada se dispara hacia adelante y ante ella desfila el esbozo de los peces dorados aún no atrapados en las redes: metas en lontananza, objetos anhelados en su falta, obras inconclusas, poemas no escritos, vivencias soñadas punzantes en su quimérica irrealidad. Y confiadamente aferrados al cálculo falaz de probabilidades que quiere descartar el accidente fatal, la enfermedad asesina, el fallo orgánico prematuro y letal, sopesamos a partir del rendimiento de los años pretéritos la posibilidad de embutir en el tramo pronosticado a la duración de los futuros la liquidación a tanta deuda. No será raro que nos embargue entonces una triste desazón. Tanto si la frustración nos desborda en la áspera impresión del fracaso, de la miseria en dividendos, del trayecto estéril y malogrado, como si admitimos ponderados la valía de nuestras conquistas, el balance arrojado resultará por fuerza negativo: no basta la finitud de una vida humana para el cumplimiento de los incontables deseos que engendra, de las innumerables proyectos que baraja, de las vidas infinitas que en su seno imagina.

Antes o después, rehuir el pesar que emerge de la inútil voluntad de retroceso, aplacar el sentimiento de pérdida que como cáncer en metástasis minará poco a poco el brío de nuestros miembros, reinstalarse en el aliento y la alegría por lo venidero, exige la corrección de la metáfora, la alteración de la perspectiva: no delata el pliegue cúspide alguna que condene al descenso; por más que la piel haya empezado a ajarse bajo el sol inclemente del mediodía tardío, nosotros seguimos ascendiendo. Aligerados a cada paso del peso inerte de la inexperiencia, menos vacilantes nuestros pies al pisar la arena incierta, adherida la destreza a sus plantas para la evitación del tropiezo, dotadas nuestras manos de mayor pericia en el manejo de la brújula, aguzado el instinto, asentada la determinación en la elección ante el camino que se bifurca tras múltiples rutas andadas. Tales son las flores que brotan al precio pautado por la ley de la frágil, quebradiza mortalidad del desgaste de la cáscara, de sus muescas y desconchones. Tatuajes que la luz y el polvo graban sobre los semblantes humanos para narrar al mundo y a nuestros ojos en el espejo las risas que gozamos, los lágrimas que lloramos, las batallas libradas en sus gloriosas victorias, las derrotas que libaron las mieles, nunca suficientemente apreciadas, de la supervivencia triunfante y el tesoro del aprendizaje. Huellas palpables de los saberes que por su causa ostentan nuestras lenguas, dirigen nuestros dedos, vibran al fondo de nuestras pupilas. Del ser en perpetuo andamiaje que con sus palabras, sus gestos, sus miradas, se ha ido forjando en el barro de nuestra carne. Cicatrices ausentes de la piel virginal e irreprochable del infante torpe como máscara impoluta cuya pulcritud sólo manifiesta el vacío de la nada.

Sí. No otro es el enfoque a construir capaz de contener el lamento: armados con ese precioso botín, nosotros seguimos ascendiendo. Y que no se nos oculte que en las alturas pueden aguardarnos más amplios y espléndidos paisajes, vientos más densos, azules más límpidos, nunca antes siquiera intuidos.


Deberíamos por eso ejercitarnos a diario en el amor y la celebración de los surcos que año a año se esculpen sobre nuestro rostro como los ama y celebra el labrador sobre la tierra al ararla, a pesar del sudor y los riñones doloridos, en la expectativa del germinar de sus frutos. Por eso, y porque cada nuevo amanecer frente al espejo nos retratan aún saltando por encima de las piedras que en choque brutal detuvieron a tantos otros, expulsándolos de las risas y las lágrimas, de las victorias y las derrotas y sus mieles. A tantos otros que demasiado temprano para los surcos y los pliegues convirtieron en víctimas de la tragedia que nosotros aún, todavía burlamos.

Apenas esas humildes, pequeñas palabras escriben las tablas del puente que, ante la marca del dios devorador en nuestro rostro, cruza de la tristeza a la alegría: del tiempo limitado, cercenado, finito que nos queda, al tiempo limitado, cercenado, finito que aún, todavía nos queda. Desplegando ese tiempo tasado en la misteriosa infinitud de instantes que alberga. Alumbrando el espacio que en su interior se nos ofrece para acoger cálidamente tanto como ahora nos llega. Tanto como esté por llegarnos en cada ahora restante.

27 comentarios:

El peletero dijo...

No se me ocurre nada mejor, querida Antígona, que incluir este poema de Auden, pues ya se sabe que los elegidos de los dioses no tienen una vida larga aunque su surco sea el más profundo.

Quizás por lo segundo suceda lo primero.

She looked over his shoulder
For vines and olive trees,
Marble well-governed cities
And ships upon untamed seas,
But there on the shining metal
His hands had put instead
An artificial wilderness
And a sky like lead.

A plain without a feature, bare and brown,
No blade of grass, no sign of neighborhood,
Nothing to eat and nowhere to sit down,
Yet, congregated on its blankness, stood
An unintelligible multitude,
A million eyes, a million boots in line,
Without expression, waiting for a sign.

Out of the air a voice without a face
Proved by statistics that some cause was just
In tones as dry and level as the place:
No one was cheered and nothing was discussed;
Column by column in a cloud of dust
They marched away enduring a belief
Whose logic brought them, somewhere else, to grief.

She looked over his shoulder
For ritual pieties,
White flower-garlanded heifers,
Libation and sacrifice,
But there on the shining metal
Where the altar should have been,
She saw by his flickering forge-light
Quite another scene.

Barbed wire enclosed an arbitrary spot
Where bored officials lounged (one cracked a joke)
And sentries sweated for the day was hot:
A crowd of ordinary decent folk
Watched from without and neither moved nor spoke
As three pale figures were led forth and bound
To three posts driven upright in the ground.

The mass and majesty of this world, all
That carries weight and always weighs the same
Lay in the hands of others; they were small
And could not hope for help and no help came:
What their foes like to do was done, their shame
Was all the worst could wish; they lost their pride
And died as men before their bodies died.

She looked over his shoulder
For athletes at their games,
Men and women in a dance
Moving their sweet limbs
Quick, quick, to music,
But there on the shining shield
His hands had set no dancing-floor
But a weed-choked field.

A ragged urchin, aimless and alone,
Loitered about that vacancy; a bird
Flew up to safety from his well-aimed stone:
That girls are raped, that two boys knife a third,
Were axioms to him, who'd never heard
Of any world where promises were kept,
Or one could weep because another wept.

The thin-lipped armorer,
Hephaestos, hobbled away,
Thetis of the shining breasts
Cried out in dismay
At what the god had wrought
To please her son, the strong
Iron-hearted man-slaying Achilles
Who would not live long.

The Shield of Achilles
W. H. Auden


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El peletero dijo...

Ella miró sobre el hombro de él
En busca de viñas y olivos,
Ciudades de mármol bien gobernadas
Y barcos sobre mares sin dominar,
Pero allí sobre el resplandeciente metal
Sus manos había puesto en su lugar
Una soledad artificial
Y un cielo como el plomo.

Una planicie sin una característica, desnuda y marrón,
Ni una hoja de hierba, ni una señal de vecindario,
Nada que comer y ningún lugar para sentarse,
Y aun así, congregada en su vaciedad, había
Una ininteligible multitud,
Un millón de ojos, un millón de botas alineadas,
Sin expresión, esperando una señal.

Del aire una voz sin rostro
Probó por medio de la estadística que alguna causa era justa
En tonos secos y planos como el paisaje:
Nadie fue vitoreado y nada fue discutido;
Columna tras columna en medio de una nube de polvo
Marcharon soportando una creencia
Cuya lógica les llevaba, en algún otro lugar, a la aflicción.

Ella miró sobre su hombro
Buscando piedades rituales,
Novillas con guirnaldas blancas,
Libaciones y sacrificios,
Pero allí en el metal brillante,
Donde el altar debiera hallarse,
Vio a la tenue luz de la forja
Una escena muy diferente.

Un terreno arbitrario con alambres de espino
Donde los oficiales holgaban aburridos (uno contaba un chiste)
Y los guardas sudaban pues hacía calor:
Un grupo de personas normales y decentes
Miraba desde fuera sin moverse ni hablar
Mientras tres sombras pálidas eran encadenadas
A tres postes clavados de pie sobre la tierra.

La masa y majestad de nuestro mundo, todo
Lo que comporta un peso y no cambia al pesarse
Se hallaba en manos de otros; dado que no eran grandes
No cabía esperar ayuda y no la hubo:
Lo que sus enemigos pretendían hacerles se hizo, y los peores
Buscaron desonrarles; si perdieron su orgullo,
Sus cuerpos perecieron después que ellos lo hicieran.

Ella miró sobre su hombro
Buscando atletas en sus juegos,
Hombres y mujeres danzando,
Desplegando sus dulces miembros
Al ritmo alerta de la música
Pero allí en el metal brillante
No había un patio para el baile,
Tan sólo un campo de hierbajos.

Un golfillo harapiento caminaba sin rumbo
Por aquella orfandad deshabitada; un pájaro
Alzó el vuelo, esquivando el vuelo de su piedra:
que hubiera violaciones, que dos niños rajaran a un tercero
Eran axiomas para él, que nunca oyera hablar
De un mundo donde las promesas se mantenían,
O en el que uno lloraba porque alguien lloraba.

El forjador de labios finos,
Hefesto, se fue renqueando,
Y Tetis, la de los bellos bucles,
Lanzó un grito de desconsuelo
Al ver lo que el dios concibiera
Para honrar a su hijo, el fuerte
Aquiles Corazón de Hierro
Que larga vida no tendría.

El escudo de Aquiles
W.H. Auden

Antígona dijo...

Lleva usted tanta razón, estimado Peletero, que no he tenido más remedio que cambiar las primeras líneas del texto. La emoción a transmitir era ciertamente la que expresaban. Pero es verdad que traicionaban la realidad: no todos pasan por esa experiencia. Sólo aquellos que logramos persistir en esta vida, aunque en el fondo nadie deje de ser consciente desde bien niño de su caducidad, incluso si no la sufre en su propia piel.

Muchas gracias por este hermoso poema. Aquiles es el perfecto ejemplo del ser que brilla por encima del resto por su cortedad, por venir marcado desde sus inicios por su pronto y augurado hundimiento en el no-ser. Ésta es la paradoja que tan bien supieron ver los griegos: que el ser de los mortales es más bien un no-ser; por eso, quien más brilla en su ser es quien no perdura.

Quizá habría que decir que ese surco más profundo de Aquiles se hallaba en su talón. De una naturaleza distinta a los nuestros, pero no otra cosa podía esperarse del hijo de un mortal y una diosa.

Un beso!

Dona invisible dijo...

Compartes, escrito de forma magistral, algo tan humano, pero que a la vez no deja de ser triste. Para mí lo peor no es aceptar esos surcos y ese color gris que se instala poco a poco en nuestro pelo; lo peor es aceptar que no hay vuelta atrás, cuando empieza la decadencia ya no podemos volver atrás.
No sé si para ti es catártico escribir esto, pero para mí sí lo es leerlo.
Un abrazo!

Antígona dijo...

Dona, escribo el texto desde la convicción de que esa decadencia física nos provoca más tristeza de la que realmente debería provocarnos por la exagerada exaltación que en este nuestro mundo se hace de la juventud. Hay logros, obras, victorias que sólo pueden ser fruto de la madurez, del poso que el paso del tiempo va dejando en nosotros. ¿Cuántas no son, por ejemplo, las obras literarias que admiramos y que no podrían haber sido escritas desde la inmadurez y la inexperiencia, que son precisamente el fruto de una larga trayectoria de aprendizaje, de ejercicio, de dedicación a la literatura?

El paso del tiempo nos quita, pero también nos da. El problema es que tendemos a fijarnos sólo en lo que nos quita, y no en lo mucho que nos da. Aunque lo haga al precio de esas arrugas y del color gris en el pelo. Y, ¿quién querría volver atrás desde la conciencia de lo que ha ganado con el transcurrir de los años y que antes, antes de esa decadencia física, no poseía? Bien, supongo que es cierto que nunca dejaremos de lamentarnos por lo perdido. Pero el lamento únicamente puede contrarrestarse desde la percepción de lo ganado con esa pérdida.

Escribir este texto ha formado parte, sí, de mi particular ejercicio de aprendizaje en el amor y la celebración de mis arrugas y canas :) Pero, obviamente, también está escrito con la intención de compartir esta visión más amable de un hecho que a todos nos amarga. Así que me alegra mucho que su lectura haya tenido en ti un efecto similar.

Un beso!

TRoyaNa dijo...

Ay Antígona,
sabia doctrina.
No sé si será este mes tu cumpleaños,porque todas estas reflexiones las hago cada vez que cumplo años.
No es el deterioro físico lo que me preocupa,soy consciente cada vez más de la presión a la que estamos sometidos,en especial en este sentido,las mujeres,por eso,me rebelo todo lo que puedo con pequeños gestos insignificantes cómo decir mi edad sin restarme ni un día....y cosas por el estilo.
Lo he dicho otras veces y me reitero,lo bueno de cumplir años,es que cada vez eres más dueña de tu vida.O así lo siento yo.
Las presiones sociales van con la edad decreciendo,y empiezas a hacer con tu vida poco a poco,lo que tú quieres,no lo que los demás esperan que hagas.Por ejemplo,dedicarte tiempo,renunciar a horas de trabajo por calidad de vida,apuntarte a cosas poco o nada"productivas" y sin embargo, altamente satisfactorias:pintura,biodanza,agricultura ecológica...qué se yo,lo que te apetezca.
En cuanto a los surcos,hace poco compartí un vídeo de la televisión italiana,donde se ponía de manifiesto la tiranía de los medios para esclavizar a la mujer a la falsa eterna juventud.
Y también hay otro cuento muy bonito que circula por internet que se titula "El maltrato sutil".Todos vienen a decir lo mismo,no nos dejemos esclavizar,el paso del tiempo hace mella en todas y todos,pero no tenemos porqué escondernos o avergonzarnos.
Hay por el mundo personas maravillosas que no se quedan en la apariencia,son ésas las que merecen la pena tener al lado,ésto ultimo creo que fueron palabras tuyas.Y es seguro que no hay belleza más irresistible que la de una persona que se quiere y es auténtica(esto lo dice el vídeo del Maltrato sútil)

Un abrazo y un beso,e interesante texto.
(POsdata: Si es tu cumple,ya te pagarás algo...ja,ja,ja,ja)

Carmela dijo...

Tremenda y perfecta manera de afrontar este tema Antígona. Cuestión a la que todos antes o después tenemos que enfrentarnos. Sin embargo son tantas formas de encararlo como personas lo hacen. Está claro que de repente un día te fijas un poco más en el reflejo que te devuelve el espejo y te haces consciente del inevitable paso del tiempo.
También es cierto que esa percepción del paso del tiempo es muy distinta para hombre y mujeres, en el sentido de que la mujer está terriblemente condicionada por los cánones que la sociedad impone. Todo va dirigido a la superioridad de un cuerpo perfecto, un cutis perfecto, unas medidas perfectas,…. para ser la mujer perfecta y pasado eso: nada.
Yo ya he llegado a ese momento en que la imagen que te devuelve el espejo te hace darte cuenta del paso del tiempo, sin embargo he tenido la suerte de encarar ese momento con quizás el mejor momento de mi vida en el sentido de sentirme más segura de mi misma y con más motivos y ganas de vivir que cuándo tenía veinte años.
Y eso como comentas en tu post nos hace ver las cosas muy distintas. Está claro que no nos gusta darnos cuenta de que estamos en un punto donde vamos perdiendo la fuerza del cuerpo (hablo de mi, claro), pero depende tanto de cuando nos llega este momento en relación a como nos sentimos, que en mi caso particular, no echaría marcha atrás, por mucho que me gustaría tener de nuevo 20 años físicos pero desde luego que no lo aceptaría si eso implicara (y lamentablemente o realmente, es así), perder todo lo que ahora siento, pienso y quiero hacer.
Quizás tambien influya en esto la valoración que hacemos de las cosas, ahora valoro más el tiempo que tengo y lo que no quiero dejar de hacer y de ese modo intento extraer todo lo que la vida me ofrece e intento dar todo lo que no quiero dejar de dar.
Esto es hoy por hoy, …quizás dentro de unos poquitos años, no lo vea tan positivo, claro.
Un beso Antígona

Marga dijo...

Siempre pienso, o procuro, en términos de "todavía" y descarto los "ya"...

y sí, para que nos vamos a engañar, las arrugas, las canas, la ley de la Gravedad que es inexorable(la muy put...) nos joroban, nos sacuden desde el miedo a perder la juventud y nos presentan la inevitabilidad del deterioro y cómo no, de la muerte... ays.

Pero yo ando más loca que nunca, más fuerte, más me quiero y sabiendo que en un momento dulce de mi existencia a pesar de los pesares... y todo es frágil, perdurable pero con menos telarañas. Será que lo uno va por lo otro, o será sólo un consuelo idiota, también, me da igual... el caso es que ya no tiño mis canas y miro mis arrugas más con curiosidad que con enfado.

Será así siempre? será distinto? cualquiera sabe, hoy es hoy... y de momento este año seguiré haciendo top-less, el próximo ya veremos... jajaja.

Cuesta quitarse complejos, muchoooo más que aceptar el envejecer... o eso me está pareciendo. Ahora no daré marcha atrás, pues, no crees? Que nos lo hemos ganado, qué leñe!


Besotes canosos y con arrugas de la risa marcadas

¿A mí qué? dijo...

Mi espejo, mi único espejo son los ojos de la persona que te quiere con todo su ser y tu quieres igual. En sus ojos está la vida, la alegría, la fortaleza, da igual como seas.

Dona invisible dijo...

Sí, tienes razón, Antígona, el tiempo nos dá muchas más cosas que las que nos quita y la juventud actualmente es una etapa sobrevalorada. Yo tampoco me cambiaría por quién era con 20 años, aunque si pudiera volver con la experiencia y seguridad que tengo ahora unos pocos años atrás :-)) No es solo por el cuerpo, sino por todo eso que ya sabes y que ahora harías de otra manera :-)
Un abrazooo!!!

Anónimo dijo...

Hola, Antígona. Qué bonito escribes...me ha gustado mucho, como siempre.

Cuando veo a esas señoras que literalmente se rellenan de botox para intentar eludir la madurez del cuerpo, pienso en eso que decías de lo que te quita y te da la vida. ¿Será que a ellas el paso del tiempo no les ha dado nada, ni siquiera la normalmente consecuente madurez emocional?

Mi madre siempre me apremia a que viva ahora todo lo que pueda antes de que sea tarde, como si a partir de los 40 o 50 se fuera a acabar todo. Y es que ella dice sentirse invisible desde la manopausia.

Pero yo me pregunto, ¿invisisible ante quién? ¿Los hombres superficiales e inmaduros? ¡Pues mejor para ella! Asi dejará de perder el tiempo con ellos y podrá encontrar a un hombre de verdad. O mucho mejor, podrá encontrarse a sí misma.

Pero hay tanta gente que vive obsesionada con su propio atractivo físico y el de los demás... Pobres pobres de espíritu.

Antígona dijo...

Pues sí, Troyana, este mes será mi cumpleaños, pero te aseguro que eso no tiene nada que ver con el post, porque casi nunca me acuerdo de cuándo va a ser. ¡Así tengo la cabeza, jajaja! El post ha surgido a raíz de varias cosas, y una de ellas fue ese video de la televisión italiana que vi gracias a ti. Me encantó esa frase que le atribuyen a Anna Magnani ante sus maquilladores: “No me quites ni una sola arruga, que me ha costado toda una vida hacérmelas”. Supongo que se me quedó dando vueltas por la cabeza, después K escribió un post sobre los calvos, Jota sobre una película llamada “Old Joy” que trata de la nostalgia por el paso del tiempo… y bueno, al final todas las cosas que anduve pensando a partir del vídeo y de esas lecturas acabaron cristalizando en este post.

No, a mí tampoco me parece lo más importante la cuestión del deterioro físico, aunque no deje de molestarnos y pese a toda la presión social con la que cargamos, especialmente las mujeres, para disimularlo o combatirlo a golpe de bisturí. Como trato de desarrollar en el post, para mí la verdadera angustia proviene de lo que leemos en ese deterioro físico, que es la percepción de la finitud del tiempo, de que el tiempo se nos va agotando, de que tal vez aún no hemos vivido muchas de las cosas que nos gustaría vivir. En la detección de esas primeras arrugas nos volvemos conscientes de que quizá el tiempo que nos queda no dé para tanto como querríamos hacer con él. Es como si de repente esa marca en nuestro rostro viniera a recordarnos lo que nunca queremos recordar: que vamos a morir, que hemos consumido buena parte de nuestro tiempo, que nuestro tiempo no es ilimitado y que concluirá definitivamente algún día, que pensamos más próximo que en nuestra juventud.

Aun así, pienso igual que tú: el paso de los años nos da mucho, una posición en el mundo, una actitud frente a él y frente a nosotros mismos que sólo es fruto de todos los aprendizajes, de toda la experiencia acumulada con ese transcurrir del tiempo, y que no podíamos tener siendo más jóvenes. Deberíamos fijarnos más en ello y apreciarlo en lo mucho que vale cada vez que nos lamentemos por el paso del tiempo. Porque tal vez gracias a esos aprendizajes y a esa experiencia nos aguarden años mucho mejores que los que hemos dejado a nuestras espaldas.

Y es cierto, por fortuna el mundo está lleno de gente que es capaz de ver el atractivo que las personas poseen con independencia de la tersura de su piel. Con los que sean tan limitados como para no verlo no tendríamos que perder ni un minuto de nuestro precioso tiempo.

Tranquila que, no sé cuando, pero tienes la invitación garantizada :)

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Así es, Carmela, si tenemos la suerte de seguir con vida y no morir jóvenes para dejar un bonito cadáver, todos pasaremos por esa experiencia. Una experiencia que nos amarga porque esta sociedad, con su culto extremo a la juventud, pasa olímpicamente por alto y jamás quiere fijarse en lo que el paso del tiempo puede procurarnos. Ha habido sociedades donde los viejos eran venerados y respetados por la sabiduría procedente de su mayor experiencia. En la nuestra, sin embargo, se nos inculca una visión tremendamente negativa de la senectud y del deterioro físico que conlleva, sin atender al hecho de que el desarrollo intelectual, emocional, espiritual, continúa más allá de ese deterioro y puede no terminar hasta el día mismo en que nos muramos. Uno de los filósofos más reconocidos del siglo XX publicó la obra que le llevó a la fama internacional con 60 años, y siguió produciendo hasta que murió con 102. Que no me cuenten tonterías de que, a partir de cierta edad, todo es pura decadencia, que sencillamente no me las creo.

Estoy de acuerdo contigo en que la tiranía que se ejerce sobre las mujeres es todavía mucho mayor que sobre los hombres. En nosotras las canas son motivo de esclavitud mensual en la peluquería para teñirlas –personalmente, me niego, ¡me niego!-, en ellos resulta que aumentan su atractivo. En ellos no importa la curva de la felicidad, mientras que de nosotras se espera que tengamos el cuerpo de una chica de veinte años. El problema es que las posiciones de hombres y mujeres en relación a este tema acabarán equilibrándose no por la rebaja de la tiranía hacia la mujer, sino por el progresivo aumento de la tiranía hacia el hombre que ya podemos observar. Demasiada gente hace negocio con esta obsesión por la perpetuación de la apariencia juvenil como para que no termine afectando a los hombres al igual que afecta a las mujeres.

Creo que no son pocas las personas, Carmela, que se sienten mucho mejor consigo mismas en la madurez que en la juventud. Y estoy convencida de que es, como decía antes, resultado de la experiencia que nos lleva a conocer mejor, con el paso de los años, qué nos hace sentirnos bien, qué queremos para nosotros, cómo podemos lograr eso que queremos… Somos más dueños de nosotros mismos, según decía Troyana, como consecuencia de los años vividos, de todos los tumbos que en ellos hayamos dado, de todos nuestros errores, de nuestras equivocaciones. Negarse a verlo es negar que, si mantenemos una actitud reflexiva sobre nuestra propia vida, el aprendizaje acerca de cómo vivirla nunca termina y va arrojando mejores frutos conforme vamos avanzando en ella.

Un besazo, Carmela!

Antígona dijo...

Caray, Marga, pues no me parece ninguna casualidad que todos los que venís a parar aquí coincidáis en que, pese a las arrugas y las canas, os sentís mucho mejor que antes, con más ganas de hacer cosas, más cómodos y contentos en la propia piel aunque ésta ya no tenga la lozanía de la juventud. A no ser que aquí todos seamos un panda de locos que estemos para encerrar, jajaja, que como dice el dicho, “dios los cría….”.

Pero no, fuera bromas, creo que es casi imposible no sentir lo que uno ha ganado en seguridad, en determinación, en lucidez con el paso de los años. Bien, siempre hay seres humanos que se niegan a aprender nada en la vida, les suceda lo que les suceda. Pero de mantener una actitud, como le decía a Carmela, mínimamente reflexiva, mínimamente abierta a no repetir errores del pasado y hacer de la experiencia el mejor manual de instrucciones para movernos por el mundo, es difícil no llegar a la madurez con la sensación de lo mucho que nos ha aportado el camino ya recorrido, y lo que todo eso puede ayudarnos a vivir mejor los años que todavía nos quedan por vivir. O incluso a querer disfrutar más del presente y extraerle todo su jugo gracias a la mayor conciencia de esa fragilidad a la que aludes y de la limitación de nuestro tiempo. Hacemos tantas tonterías cuando somos jóvenes sólo porque pensamos que aún nos queda tanto tiempo por delante…

A mí la gravedad, al menos de momento y a falta de materia susceptible de ser vencida por ella, me preocupa más bien nada :) Lo que llevo peor, aparte de las arrugas y las canas, es que las energías físicas mengüen, que el cuerpo falle más a menudo y haya que prestarle más atención, los achaques tontos que de joven ni conocía del dolor de espalda, los putos empastes, en fin… que está claro que a nuestro cuerpo le gusta poco lo del que el tiempo pase. Pero bueno, supongo que uno de los aprendizajes más costosos que tenemos que hacer como mortales es para nosotros todo tiene un precio. Pues paguémoslo sin lamentarnos y valoremos mejor lo que al pagarlo obtenemos.

Lo de los complejos, ¿cómo no vamos a tenerlos si por todas partes se nos bombardea con imágenes reales o irreales de cuerpos perfectos? ¿Si se nos ha hecho creer que el retrato del cuerpo envejecido y decadente resulta obsceno y de mal gusto? Ojalá se nos educara en otra mirada del cuerpo más amable con su decrepitud y su deterioro. Pero si nadie nos educa en ella, hagámoslo nosotros mismos. Así que no, claro que no vas a dar marcha atrás. Y al que no le guste que no mire, ¡qué hostias!, que nos hemos ganado todo eso y más.

Besotes orgullosos de las arrugas de la risa!

Antígona dijo...

¿A mí qué?, tienes toda la razón: ése es mejor espejo en el que podemos mirarnos, aquel que nunca nos hará fruncir el ceño pensando en las patas de gallo o los surcos que el paso del tiempo labra en nuestro rostro.

Pero a falta de ese espejo quien no lo tenga, somos nosotros los que debemos convertirnos, para nosotros mismos, en esa persona que nos quiere da igual cómo seamos en lo que respecta a nuestro aspecto físico.

Y tener lo uno no excluye lo otro, de la misma forma que no se puede amar con plenitud desde la incapacidad para quererse a sí mismo.

Besos!

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Dona, entiendo perfectamente lo que dices. Pero me temo que aquí nuestros deseos traicionan a la lógica. Porque toda la seguridad que tienes ahora es también consecuencia de los errores que cometieras a los veinte, del modo tal vez inadecuado o no el más hábil en que actuaste entonces y que ahora ya no elegirías. Y es que somos el resultado del camino que hemos andado. De no haberlo andado, con todos sus tropiezos, con todos sus resbalones, con todas sus vivencias positivas o negativas, no habríamos alcanzado esa seguridad o ese saber sobre nosotros mismos que ahora tanto apreciamos. Al menos yo lo veo con prístina claridad en mi propia vida: son mis experiencias más dolorosas y más amargas las que me han procurado los mayores aprendizajes que haya podido hacer, con todas sus limitaciones. Así que no puedo dejar de recordarlas con cariño y gratitud, pese a lo mucho que dolieran y me hicieran sufrir: sólo gracias a ellas estoy donde estoy y soy quien soy.

Más besos!

Antígona dijo...

Pues yo no sé lo que les pasará a esas señoras, Beneditina, aunque lo más probable es que no resistan la presión social que entorno a este tema nos acosa día y noche y se sientan feas y poco deseables con las arrugas de su madurez. La presión es brutal y entiendo perfectamente que haya quien sucumba a ella.

Es cierto que prima esta concepción de la vida que quiere inculcarte tu madre: que los mejores años son los de la juventud y, una vez acabada ésta, empieza el declive. Pues bien, yo proclamo, ¡proclamo!, que eso es absolutamente falso. Está claro que a la juventud corresponden dones inapreciables, pero a la madurez también, aunque no sean ni de lejos los mismos. Y que no, que me niego a aceptar esa visión que asume aquello de “juventud, divino tesoro” sin tener en cuenta que lo viene después de ella puede ser un tesoro aún mucho más valioso. Además de que no se corresponde con mi propia experiencia personal.

Supongo que lo que subyace a ese sentimiento de invisibilidad es el miedo a no ser querido, un miedo perfectamente común en todos y cada uno de nosotros. Pero es absurdo plantearlo así, porque nadie desea que lo quieran por la tersura de su piel, por sus tetas turgentes o por su estómago plano, destinados a desaparecer todos ellos al cabo de los años. Todos queremos que nos quieran con nuestras arrugas y síntomas de deterioro físicos por rasgos que nada tienen que ver con nuestro físico. Así que, como bien dices, mejor para ella que no la miren los hombres superficiales e inmaduros. Los hombres que sólo ven en una persona una piel perfecta y unas tetas en su sitio. ¿Quién desearía estar –y perdona que sea tan prosaica- con un gilipollas así?

Un besazo, guapa!

Anónimo dijo...

jajajaja, Ay, Antígona, no sabes la gracia que me haces.

Es que se te ve (o bueno, te expresas) tan formal que, cuando usas un exabrupto o una de tus exclamaciones efusivas, disfruto como una enana de verte sacar tu punto más punky o macarra :P

Ponte todo lo prosaica que quieras!! :D

Antígona dijo...

Jajajaja. Pues sí, Antígona puede parecer muy formalita, pero su punto punky tiene, para qué lo vamos a negar, aunque lo saque poco.

Digo yo que será cuestión de darle rienda suelta más a menudo, no vaya ser que de tanto dejarlo de lado un día se me desmadre y se nos monte aquí la de dios es cristo :)

Más besos!

NoSurrender dijo...

Es cierto que este mundo venera en exceso la enfermedad de la juventud. Por eso, uno de los mercados más estables en los últimos cincuenta años es la apelación comercial a la moda de dos décadas antes, cualquiera que sea ésta la década: así, los sesenta se ponen de moda en los ochenta y los ochenta en el principio del sXXI. Parece que no falla: una gran mayoría de los cuarentones recurrimos a aquello que ocurrió cuando éramos veinteañeros. Lo más gracioso es que tampoco falla que cuando cumplamos sesenta llegaremos a la conclusión de que la mejor época de nuestra vida fue cuando fuimos cuarentones.

Parece que nos cuesta disfrutar de cada presente. Porque, si somos sinceros con nosotros mismos, tendremos que auto reconocernos que cuando fuimos veinteañeros no nos esterábamos de aquello que ahora echamos de menos.

En cuanto a la belleza de la no-arruga, supongo que resultaría fácil apelar a la llamada biológica sexual más darwinista de nuestra condición mamífera: buscar aparearse con quien más sano parece, de cara a mejorar la especie. Pero tampoco parece muy sensato en una especie como la nuestra, en la que lo que “mejora” la especie es el dinero y la posición social, cosas que no se consiguen a los veinte años normalmente.

Yo estoy contento conmigo, con este momento de mi vida. Y me sumo a lo que decía Anna Magnani.

Besos, doctora Antígona!

Carmela dijo...

Leer los comentarios y tus respuestas me gusta tanto como la entrada en si misma.
Yo creo Antígona que quienes al llegar a la época de las arrugas y canas,(lo bautizaremos de esta maner,jajaja) se resiten a aceptarlas, tiene que ser debido a que al llegar a ese momento no están satisfechas consigo mismas, y lo único que ven es eso, la perdida de la juventud.
A mí me gustaría tener la vitalidad y la fuerza de los veinte (y mas últimamente que se juntas achaques diversos) no voy a negarlo y porqué no unas cuantas arrugas menos, pero no memolestan en el sentido de que me veo más allá de ellas y me gusta lo que he conseguido y tengo ahora.
Si es cierto, que a veces, me entra un cierto no se qué, de si podré hacer tantas cosas como todavía quiero, pero en el fondo creo que es algo perfecto tener esas ganas de hacer, y es lógico que miremos el tiempo.
También es cierto que hoy día es exagerado el culto que existe al cuerpo y en cierto modo, para las personas carentes de sueños y ganas de hacer, les resulte tremendo.
¿te fijas que hoy el regalo que piden las chicas al terminar el colegio es ponerse tetas más grandes?, es......., pero es así. Tanta teta tanto vales....y se lo creen.
Un besote

El peletero dijo...

“¿Quién desearía estar –y perdona que sea tan prosaica- con un gilipollas así?”

Pues legiones de gilipollas, querida Antígona, que para eso están los, y las, gilipollas, para hacer el gilipolla.

El sentirse querido es como el dinero, todos los billetes son iguales, no tienen color ni olor, da igual uno que otro, no importa demasiado la razón, lo substancial es que a uno lo quieran porque el caso es que a uno lo quieren por algo, ¿no?, sea por belleza, por dinero, por sabiduría, por comodidad, por costumbre, por cantar bien, por saltar en paracaídas, por escribir poemas, por buen carácter, por fama, o porque sí, ¿se puede querer porque sí?, ¿se quiere al primero que pasa?, ¿hay buenas y malas razones para querer?, ¿cuáles son las unas y las otras?, ¿quién lo dice?, ¿hago mal si me enamoro de una belleza que no tenga arrugas porque es una belleza que no tiene arrugas?, ¿iré al infierno si quiero por esa razón que sé que es efímera? ¿he de amar por razones duraderas?

Yo creo que, como el dinero, la gente quiere lo que buenamente puede y que se agarra a lo que tiene más a mano, esté arrugado o liso.

Perdonas las ironías.

Besos.

koolauleproso dijo...

¡Vaya, Antigona! Acabo de llegar de otro blog (más bien dedicado a la gastronomía) y veo que debe ser el día de Proust. Mi amigo "Futuro bloggero" propone un concurso para degustar la mejor magdalena, y tú me regalas esta impresionante reflexión sobre el inexorable paso del tiempo que, es posible, deberías presentar al proustiano concurso de mi amigo. No se por qué esa arruga en tu rostro me ha recordado a la magdalena que le sirvió de excusa a Proust para regalarnos las casi 4.000 páginas más brillantes de la Historia de la Literatura Universal.

mateosantamarta dijo...

Vengo de donde el peletero y sólo quiero decir que escribes de un modo ordenado y claro, que envidio.
Sobre el tema del escrito, cada uno, según nuestras creencias lo vemos de un modo u otro.
ENVIDIO TU ESCRITURA!!!.
UN SALUDO.

Antígona dijo...

Nunca lo había pensado, doctor Lagarto, pero no me parece mala estrategia comercial para despertar la nostalgia de los usuarios e inducirles a querer revivir, a través de la moda, los tiempos de su juventud. Aunque claro, digo yo que no es tan fácil conservar a los cuarenta el cuerpo de los veinte, ni a los sesenta el de los cuarenta. Y eso que yo, qué suerte la mía, estoy exactamente igual :P

Yo, en realidad, no consigo echar de menos nada de mis veinte años más que el modo de vida que podía permitirme entonces de estudiar en lugar de trabajar. Sí, aguantaba mucho mejor las juergas y podía acostarme a las siete de la mañana sin vivir el día siguiente como un auténtico infierno. Pero, por lo demás, pues menuda pipiola tontaina estaba yo hecha. Y mire que no me quedaban tropezones por dar para aprender un poco y descubrir lo que en realidad quería. No, los recuerdo como una época más de confusión que de otra cosa. Y de estar muy pero que muy perdida en muchos aspectos.

Bien, es posible que esas explicaciones sobre la atracción de la juventud sirvieran para los primeros homínidos, pero, como usted, dudo muchísimo que puedan aplicarse a la actualidad de nuestra especie, en la que los mecanismos de atracción dependen de tantas otras cosas. Es posible que quienes, ya en una edad avanzada, se sigan sintiendo sistemáticamente atraídos por personas mucho más jóvenes que ellos, pretendan revivir a través de la juventud del otro algo de la suya propia. Lo cual, al menos en algunos casos, podría interpretarse como falta de aceptación del paso del tiempo, y con ella de todo lo que la madurez nos aporta pese a envejecer nuestros rostros.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Carmela, estoy de acuerdo contigo, también pienso que tanto más se lamenta la pérdida de la juventud o el paso del tiempo cuanto menos se valora la trayectoria recorrida, cuanto mayor es la sensación de no haber sabido aprovechar el tiempo ya transcurrido o de no haber alcanzado ciertos objetivos vitales. Pero siempre se ha dicho aquello de que “nunca es tarde si la dicha es buena”, al menos para la gran mayoría de cosas. Y no aceptar el propio pasado, con todos sus fracasos y sea cual sea el camino andado, es no aceptarse a sí mismo ni poder vivir en paz dentro de la propia piel.

Yo también ando últimamente llena de achaques tontos y ni siquiera he cumplido los cuarenta, así que te entiendo perfectamente. Pero por otra parte, no tener esa vitalidad de los veinte me lleva a la postre a un ritmo de vida con el que no me siento mal en absoluto. Sí, a veces me gustaría agotarme menos, pero no echo de menos tener la energía de andar todo el día de un lado para otro porque tampoco me apetece andar todo el día de un lado para otro. Supongo que valoro mi tiempo de otra manera y por ello prefiero también invertirlo de otra manera.

Y sí, a mí me acosa también de cuando en cuando la angustia de si tendré tiempo suficiente para tantas cosas como aún me gustaría hacer, tantos libros como me gustaría leer, tantas cosas que me gustaría aprender. Pero trato de apaciguarla diciéndome que lo importante no es la cantidad, sino lo que disfrute en cada momento de los años que me queden. No es fácil aceptar que un día moriremos y el flujo de nuestra vida se cortará para siempre.

Lo del culto al cuerpo es una verdadera peste de nuestra época. Y por lo visto España es uno de los países en los que más operaciones de cirugía estética se realizan. Bien, si esas chicas cifran su autoestima en el tamaño de sus tetas son muy libres de hacerlo. Pero personalmente me parece que poseen una visión demasiado pobre de sí mismas, y bastante poco clara acerca de dónde reside el atractivo de cualquier persona. ¡Y con lo incómodo que tiene que ser llevar ahí dos balones de plástico! ;)

Un besazo, guapa!

Antígona dijo...

Bueno, estimado Peletero, que los gilipollas sean legión no significa que dejen por ello de ser gilipollas.

En realidad, más que juzgar a los que quieren a otro por su juventud o su belleza, me estaba desmarcando de ellos porque ni yo deseo que me quieran por mi aspecto físico ni desearía estar con alguien que sólo me quisiera por él. Así que, aunque no haya, objetivamente, ni buenas ni malas razones para querer, cada cual sabe cuáles son las suyas y cuáles son aquellas por las que desea ser querido y emprende sus búsquedas y acepta o rechaza en función de ellas.

Sin embargo, sí que pienso que ninguno de los factores que menciona constituyen, aisladamente, razones suficientes para amar o para fundar un amor sólido. Para mí querer a otro es incompatible con quererlo por sólo uno de sus rasgos. Querer a otro significa quererlo en la totalidad de la persona que es. Sólo la atracción o el deseo sexual son capaces de centrarse sobre un aspecto parcial y fragmentario del otro que obvie esa totalidad, pero no el amor, porque entonces no es amor ninguno.

Si se enamora de una belleza que es estúpida y con la que no logra compartir ni unos minutos de buena charla o de bienestar lo más probable es que ese enamoramiento esté condenado a una pronta desaparición. Así que no, no hace mal ni irá al infierno, a quién se le ocurre. Pero si es inteligente y no quiere sufrir, se dará cuenta de que la mera belleza no basta para alimentar el amor.

En fin, no es más que mi particular opinión sobre el tema. Y aunque la gente quiera lo que buenamente puede en lugar de lo que querría querer, no veo por qué en el amor, como en cualquier otra cosa, no habría que aspirar a lo más alto.

Más besos!

Antígona dijo...

Caray, Koolau, ¡pero es que mi texto se parece poco a una supermadalena y además alimenta bastante menos! :) Dejaremos a los cocinillas que se presenten a ese concurso, que la cocina y yo somos realidades incompatibles.

Supongo que si mi texto te ha recordado a Proust es porque la conciencia del paso del tiempo va necesariamente asociada a la memoria, al recuerdo de tantas cosas en nuestro pasado que tal vez desearíamos revivir y volver a hacer nuestras, como le sucede al protagonista de “En busca del tiempo perdido”. Pero no hay que olvidar que incluso esa memoria involuntaria que nos devuelve repentinamente un fragmento del tiempo pasado falsea su realidad: porque nada de aquello lo vivimos con la misma emoción con la que lo revivimos en el presente.

Besos!

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Gracias, Mateo, ¡pero espero que la tuya sea una envidia sana! :P

Supongo que mi formación me empuja a buscar una cierta claridad y orden en la exposición de las ideas incluso en los textos más retóricos. Deformación profesional, en cualquier caso.

Gracias por pasarte por aquí y por tu comentario.

Un saludo!