miércoles, 5 de enero de 2011

Movimiento


Ciertos libros se nos presentan envueltos en una especie de aura de la que sentimos emanar el imperativo de leerlos. Se trata de libros que se ha oído nombrar en múltiples y muy diversos contextos, y que reiteradamente se nos ofrecen arropados por apasionados elogios en torno a su excelente factura, enfundados en exaltadas opiniones acerca de su repercusión en la historia de la literatura, adornados por sesudas observaciones sobre su importancia en la emergencia de elementos tan cruciales de nuestra cultura que se estiman insoslayables para la comprensión de nuestro propio presente. Libros, por tanto, frente a los cuales uno suele decirse a sí mismo que tarde o temprano habrá de acabar leyendo si no desea privarse de una experiencia literaria avalada en su relevancia por el criterio de generaciones más o menos numerosas de lectores.

Por alguna razón, siempre me había parecido demasiado temprano para la lectura de uno de esos libros que había oído mencionar en infinidad de ocasiones. Hasta que alguien me dijo: “Si te gusta Dylan, tienes que leerlo”. Vaya, pues me gusta mucho Dylan. Es más, me fascina Dylan, quizá el descubrimiento musical de los últimos años -por extraño que resulte, mi acercamiento a la obra de algunos músicos mundialmente reconocidos ha sido sorprendentemente tardío- que con mayor entusiasmo celebro. Así que esa simple frase hizo por fin sonar la hora de la obediencia a un imperativo largamente postergado: el que destilaba a mis ojos la novela de Jack Kerouac “On the road”, cuyas últimas páginas me acompañaron en la inauguración de este nuevo año.


Lejos de diluirse al poco de emprender su lectura, tal y como cualquier lector desearía, la conciencia del imperativo se ha prolongado -también es cierto que con intensidad decreciente- hasta prácticamente esas últimas páginas. Por lo general, no tengo reparo alguno en abandonar un libro después de empezado, bien porque anticipe que su lectura no me reportará el placer o el aprendizaje que de ellos espero, bien porque considere que no me encuentro en el momento más propicio para proseguirla y decida posponerla hasta su llegada. Pero con “On the road” ha sucedido algo distinto: pese a anunciar casi cada día que lo más probable era que lo dejara, cierta inercia me ha impulsado a acompañar a sus protagonistas hasta el final del trayecto narrado por Kerouac. Una inercia que quizá, pienso ahora, me haya atrapado por contagio del dinamismo enloquecido que desprende esta novela.

Porque “On the road” es para mí, ante todo, una experiencia del movimiento, de la velocidad, de la convulsión y la agitación vertidos en la más pura exterioridad de la total ausencia de reflexión acerca de su sentido. A un ritmo febril y descabellado, sin apenas dinero, sus protagonistas, Sal Paradise -alter ego del propio Kerouac- y el inolvidable Dean Moriarty -trasunto literario de Neal Cassady- viajan junto a un séquito de amigos y otros personajes fugaces a lo largo y ancho de los Estados Unidos. De Nueva York a San Francisco, de San Francisco a Los Ángeles, de los Ángeles de vuelta a Nueva York. Y de nuevo a San Francisco. Y otra vez de regreso a Nueva York. Y de Nueva York, finalmente, a México. Llegados a cada destino, una inexplicable urgencia los impele a emprender la marcha hacia otro lugar que invariablemente se convertirá en el punto de partida hacia otra meta distinta. Y es que la ciudad en la que desean estar, la ciudad que promete excitantes vivencias, chicas o drogas de más fácil acceso, nunca es aquella en la que acaban de aterrizar. En las paradas intermedias, beben hasta la inconsciencia, fuman marihuana, encuentran al amor de su vida, follan y se desencantan de él en apenas unas horas, escuchan jazz, bailan frenéticamente, gritan, saltan como posesos. Para, casi siempre arrastrados por la delirante agitación física y mental de Dean Moriarty y sus reiterados y absurdos “¡Sí! ¡Sí!” -quizá la plasmación más bruta, pero no por ello desposeída de una evidente fuerza de arrastre tan poderosa como un enorme imán, del nietzscheano “sí” a la vida-, lanzarse a devorar kilómetros a velocidades de vértigo por las autopistas norteamericanas.

¿Por qué razón? Nadie en la novela se lo pregunta. ¿Con qué propósito? Sencillamente no lo hay. Correr, moverse, acelerar, dejar atrás toneladas de asfalto en la carretera, es en “On the road” sinónimo de estar vivo. Sin que importe cuál sea la meta. Sin que importe a dónde debe conducir tanto movimiento y tanta gasolina consumida. Y lo es porque, a mi entender, el movimiento se ha convertido para sus protagonistas en el elemento denso, tembloroso, vibrante, capaz de llenar el vacío que horada cada minuto de toda existencia humana y que cada minuto nos exige la búsqueda contenidos, de tareas, de objetivos con los que ahuyentarlo. Si te mueves, si te desplazas de un lado a otro, si tus pies caminan o giran las ruedas bajo su presión sobre el acelerador, reza la consigna en “On the road”, ya estás haciendo algo. Mientras saltas, brincas, ondulas las caderas sobre otro cuerpo o te retuerces compulsivamente al compás de una trompeta entonando jazz, el vacío desaparece, puesto en fuga por la actividad incuestionable, indiscutible, irrebatible ante tu propia mirada que despliegan tus miembros, aniquilado por tu propio aturdimiento. Así, “On the road” constituye -además de muchas otras cosas, no es mi intención negarlo- un perfecto retrato del movimiento como forma de vida, del dinamismo convulso y desprovisto de justificación como opción existencial en pugna contra el perpetuo acoso de la nada.

Paradójicamente, el hecho de que casi cada día de los que avanzaba por sus páginas anunciara su probable abandono responde a que una palpable y aguda sensación de vacío, sólo compensada a la postre por el extraño afecto que terminé desarrollando por esa criatura espasmódica y demencial que es Dean Moriarty, se impuso sobre el resto de las generadas por su lectura. Vacío ante la flagrante ausencia de cualquier atisbo de viaje interior sustentando las trepidantes correrías de los personajes de “On the road”. Vacío ante la inevitable repetición de movimientos, de trayectos, de situaciones idénticas en la vorágine de carreras y excesos. Vacío, en última instancia, ante la omisión narrativa de las huellas, de los posos, de las mudanzas anímicas esperadas en sus protagonistas como consecuencia de tanta agitación exterior. Y es que, supongo, lo que para algunos lectores puede acabar poniendo de manifiesto “On the road” es que el movimiento por el movimiento configura una forma más bien precaria y limitada de llenar el vacío. Que la renuncia en él al sentido, a la dirección, a la orientación, lo transforman en una nube etérea, en una masa de aire agujereada que, lejos de ahuyentarlo, únicamente logra encubrir momentáneamente ese vacío para provocar su aún más feroz reaparición en el centro mismo de ese movimiento.

A no ser que se asuma -y ésta es una asunción inquietante, pero plausible- que no existiendo, que no habiendo tal sentido y siendo nuestros esfuerzos por inventarlo siempre insuficientes y abocados al fracaso, sólo nos cabe desprendernos de su exigencia y apostar por agitarnos, por retorcernos, por correr frenéticamente por la vida de un lado a otro hasta que nuestras energías se agoten.


¿Y Dylan? Bien, quien me dijo que si me gustaba debía leer “On the road” tenía razón. Terminada ya su lectura, he sabido del reconocimiento de Dylan sobre la influencia que la obra de Kerouac, así como su poesía, hasta ahora desconocida para mí, tuvo sobre él. Pero también me he cruzado con estas líneas que Dylan escribe en sus "Crónicas": “A los pocos meses de estar en Nueva York yo ya había perdido el ansia de vivir todo lo que “On the road” de Kerouac ilustra tan bien. Aquel libro, que había sido la Biblia para mí, ya no lo era. Todavía me encantaba la pulsión dinámica y extrema del fraseo poético estilo bop que fluía de la pluma de Jack, pero ahora Moriarty me parecía un personaje fuera de lugar, sin sentido, que inspiraba idiotez. Iba por la vida dando tumbos como un toro desatado”.

Dylan contaba con veinte años cuando se trasladó a Nueva York. No sé si la conclusión que debería extraer de sus palabras es que, pese a no ser yo nunca persona, ni tan siquiera en mi más tierna juventud, tendente a la agitación y el movimiento sino más bien a todo lo contrario, de tanto postergar la lectura de “On the road” al final se me hizo demasiado tarde para ella.


38 comentarios:

NoSurrender dijo...

Doctora Antígona, casi es tan interesante su comentario sobre la novela de Kerouac que la propia novela de Kerouac. Me ha encantado este post.

Desde luego, quien le dijera que tenía que leer a Kerouac si quería profundizar en Dylan tenía mucha razón. Eso sí, también le tendría que haber recomendado cosas tan diversas como Tolstoi, Tucídides, Byron o los pensamientos sobre la guerra de un general prusiano llamado Clausewitz. Porque la magia de Bob Dylan no se agota con la generación Beat, a mi modo de ver.

De todas maneras, ya que finaliza su comentario con esas palabras de Dylan sobre lo que pensaba de él mismo a los veintitantos, creo que sería justo también traer otras palabras suyas que rescatan un poco la influencia de Kerouac en sus canciones y que las dice de mucho más adulto, con sesenta y tantos, en el imprescindible documental de Scorsese, No Direction Home:

“On the Road ha sido una biblia para mí. Me fascinan las frases poéticas que salen de la pluma de Jack, tan dinámicas, sin respiración... me enganchaba a todo lo que Kerouac contaba sobre un mundo que se estaba volviendo completamente loco, y que las únicas personas que para él eran interesantes eran los locos. Los que estaban locos por vivir, locos por hablar, locos por ser salvados, deseosos de todo al mismo tiempo. Los que nunca bostezan, todos esos locos. Y yo sentí que encajaba bien en esa panda”.

En fin, creo que la influencia de Kerouac en la música de Dylan va más allá de esos primeros años, sobre todo si leemos una canción que escribió en 1985 y que salió al mercado a mediados de los noventa en sus Bootlegs, Last Thoughts on Woody Guthrie:

Y te preguntas qué demonios estoy haciendo
En esta carretera por la que voy caminando,
en esta senda que estoy tomando
En esta curva que estoy dando
En este camino que estoy recorriendo, en este sitio que estoy ocupando
En este aire que estoy respirando
¿Tan confundido estoy, tan totalmente confundido?
¿Por qué estoy caminando,
hacia dónde estoy corriendo,
Qué estoy diciendo, que estoy aprendiendo
De esta guitarra que estoy tocando,
de este banjo que estoy acariciando
De esta mandolina que estoy rasgueando,
de esta canción que estoy cantando
De la melodía que estoy tatareando,
de las palabras que estoy escribiendo
De las palabras que estoy pensando
De este océano de horas
del que bebo continuamente?
...


Brindo por usted, doctora Antígona, por Dylan, por Jack Kerouac, por Moriarty y por todos los que están locos por vivir, locos por hablar, locos por ser salvados, deseosos de todo al mismo tiempo. Los que nunca bostezan, todos esos locos.

Un beso!

huelladeperro dijo...

Un abrazo solidario para tí Antígona, en estos días de común locura voluntaria.
Yo no he leído "On the road", pero con 23 añitos me regalaron "Los vagabundos del Dharma" que pasa según la wikipedia francesa por ser la obra "más fresca y luminosa de su autor".
Bueno, no se diferencia mucho de lo que tú cuentas de "on the road" salvo que aquí los protagonistas son pobres y viajan a dedo, o enganchados en los trenes; que las orgías son quizá menos salvajes; que a lo mejor se drogan algo menos; y que todo eso lo salpican de la búsqueda de diversos gurús y de lugares silvestres y alejados donde hacer meditacíón transcendental (la cima de las montañas rocosas por ejemplo).
Dejé el libro a mitad porque no me decía nada. La búsqueda espiritual del autor me parecía un puro camelo: no me parecía, como no me parece ahora, que la liberación espirítual dependa del gurú que se siga, ni de la altura del monte en el que se medite. Tampoco veía yo el interés de contar tantas orgías y colocones. Cada cuál vive su vida; yo había de vivir la mía, y el sexo y las drogas pertenecían para mí al tipo de cosas cuya experiencia no es transferible...
Lo único que me resultaba algo interesante eran las técnicas para viajar sin pagar en los trenes, pero claro, había que salvar las distancias: aquella eran los años cincuenta en estados unidos, y yo estaba en españa en los años 80...
Al final, como el estilo desmañado del autor sólo enganchaba por el frikismo de lo que contaba y mi vida era, ya entonces, suficientemente intensa para mí, dejé el libro a la mitad, ligeramente decepcionado de que algo que me habían regalado con la mejor intención no me hubiera gustado.

La decepción ha ido creciendo a lo largo de mi vida, a medida que comprendía que el autor y la panda de colegas de los que hablaba eran fundadores de algo; de un movimiento importante socialmente; y que sus libros eran considerados algo así como "la biblia de no sé qué" y su puta madre.

Tu blog, Antígona, debería ser mucho más importante para el mundo que los escritos del alucinado ese pero no parece que tu influencia vaya a llegar tan lejos como la del gilipollas que nos ocupa. ¡Qué pena! Quizá otro gallo nos cantaría a todos...

Besos independientes de cualquier movimiento (y antinavideños).

huelladeperro dijo...

Vaya... Juro que no había leído el comentario del señor terremoto antes. Llevo como media hora con la pestaña de coments abierta y pensaba que yo era el primer comentarista. así que mi empleo de las palabras "biblia" y "panda" habrá que achacarlos a la más estricta casualidad, a que los genios nos parecemos, o quizá a la puta telepatía, que trabaja insidiosamente a nuestras espaldas con no sé que oscuros fines.
Un abrazo también pa tí, NoSurrunder, en el último día de la navidad.

huelladeperro dijo...

Humm... Vuelvo, recalcitrante, como los eructos de después de la comida de reyes.
Creo que tu post no va en realidad tanto sobre un libro como sobre la cuestión de si la vida tiene un sentido más allá del vacío que se hace evidente a cualquiera que sea algo lúcido o que pille un par de colocones fuertes. Hace ya algunos años que me he dejado las drogas, entre otras cosas porque ya me enfrenté suficientemente al vacío existencial ese en los estados de sensibilidad acrecentada que me dejaban. ¡Joder! ya me moriré algún día, ¿a qué anticiparlo tantas veces?
No sé si existe un sentido del mundo distinto y previo a nosotros. Sí sé en cambio que estamos en el mundo, que el mundo es todo lo que sabemos que hay, y que en ese sentido soy, somos, corresponsables de él. Tanto en su vertiente material como en la espiritual.
El mundo lo construímos en última instancia nosotros, y quizá su sentido se lo demos también nosotros, aunque no creo que seamos capaces de apreciar eso después de muertos. Lo que sí tengo claro es que las carreras histéricas de la generación beat no son la forma ni de encontrárselo ni de dárselo. ¡Qué lástima que hayan tenido tanta influencia!
Besos serenos.

huelladeperro dijo...

Off topic:
Ya restauré todos los posts que había eliminado de mi blog, y el último, bueno, creo que lo colgaré pronto. No hice esa restauración antes porque cuando lo intenté, este desquiciante blogger me ponía los posts restaurados en primer lugar, como si fueran un post nuevo de fecha actual. Ahora parece que la cosa vuelve a funcionar bien, aunque me ha quedado en primer lugar un post que escribí en septiembre y que en mi último intento de restauración había viajado hacia el futuro unos tres meses. Como estuvo muy poco tiempo y me gustaría que generara diálogo lo dejaré estar en el lugar de honor unos días, por si alguien quiere comentar.

Besos.

(Humm, ¿se nota que a mí los reyes no me han traído ni carbón para rosegar?)

TRoyaNa dijo...

Antígona,
querida tertuliana, particularmente no me interesa el movimiento ni el ritmo frenético si no encuentro antes, durante o después, cierta calma para digerir y procesar lo vivido.
Ni siquiera a los 20 años o a los 25, si hacía algún viaje trascendental, para mí, por ejemplo, cruzar el charco , no llegaba a comprender el alcance de todo aquello si no me sentaba tranquila más tarde o más temprano a repasar lo vivido.
Supongo que va en formas de ser, aunque también hay fases de uno mismo/a, que no han de corresponderse con las etapas marcadas desde fuera a nivel social o cultural, que nos empujan a vivir de un modo u otro, según una cadencia particular y puede que alterna. Estas fases están marcadas por reclamos propios, necesidades en algunos casos postergadas que tarde o temprano, afloran o cierto equilibrio personal del que no somos acaso tan dueños como pensamos, pero no ciclos fijados por directrices externas que nos condicionan al punto de tener que asumir o renunciar ante determinadas opciones. Creo que incluso en lo que algunos ven como involución, puede haber evolución.
Nunca se puede predecir el momento idóneo para desacelerar un ritmo, en este caso, vertiginoso, pero yo creo que más tarde o más temprano, esa desaceleración llega, aunque sea un parón intermitente, al que le preceda de nuevo, el movimiento y la acción.
Pienso que sólo así es posible, el aprendizaje, el verdadero avance en el recorrido de cada una de nuestras trayectorias.
Un beso y un abrazo!

Carmela dijo...

Querida Antígona,cómo siempre me ha gustado tu entrada,tampoco he sido yo una persona amante de la aceleración y de la Generación Beat, pero si me encanta Bob Dylan y, siendo cierta la gran influencia Kerouac en la obra de Dylan , yo casi pensaría que fue mas influyente la del poeta Allen Ginsberg y la del músico folk Woody Guthrie , de quién llegó a decir después de leer su obra semiautográfica, “Bound for Glory”, que se identificaba más con él que lo que había llegado a identificarse con Kerouac después de leer su obra On de Road . El libro de Guthrie narraba también viajes, que realizó desde Texas a California, pero por situaciones completamente diferentes a las que narra Kerouac, obligado por el Dust Bowl, sin dinero y siendo testigo de la terrible pobreza de sus compatriotas que al igual que él se vieron obligados a emigrar. Muchas de las canciones de Guthrie eran canciones-protesta contra las desigualdades sociales y sobre los sufrimientos delos trabajadores inmigrantes. Bob Dylan comento de él que era "su último héroe" y le dedico "Song to Woody", una de las canciones de su primer álbum "Bob Dylan".
De todos modos te vuelvo a decir que no he sido nunca una persona a la qué le fuera la Generación Beat, pero si coincido con NoSurrender, en el brindis que hace, entre otros, por todoslos que están locos por vivir, SEA AL RITMO QUE SEA.
Un trepidante beso!!

Antígona dijo...

Me alegro de que le haya gustado el post, doctor Lagarto. La verdad es que, con lo que he renegado del libro de Kerouac mientras lo estaba leyendo, jamás me figuré que daría lugar a un post como éste. O quizá haya sido por eso: por la contradicción entre tanta renuncia anticipada y mi persistencia en su lectura, que no podía –cómo no- acabarme dando que pensar.

Apenas he leído a Tolstoi ni a Byron, y ni una sola línea de Tucídides ni de Clausewitz, pero no me extraña que todos ellos, además de, imagino, muchos otros, hayan influido sobre Dylan. Más allá de su genio creativo –enorme, insuperable, quién va a negarlo-, son muchos las autores y las obras que tienen que haber ido alimentando su música y sus letras como para poder hacer un recuento de ellas, con independencia del hecho de que su virtud radique en haber sabido canalizarlas y transformarlas del modo en que él lo ha hecho. Y aunque tiene razón al decir que su magia no se agota con la generación Beat, habría tal vez que indagar en lo que Dylan haya dicho sobre Allen Ginsberg –o en lo que no haya dicho, claro-, en cuyos poemas veo más conexiones con las letras de Dylan que las que soy capaz de detectar en Kerouac.

Por otra parte, entiendo perfectamente esas declaraciones de Dylan aparecidas en el documental de Scorsese. Porque, aunque sólo lo he dicho de pasada en el post –ese “¡Sí! ¡Sí!” de Moriarty como afirmación del nietzscheano sí a la vida que he resaltado-, creo que desde el principio de la novela queda claro que el magnetismo que desprende la locura de Dean Moriarty proviene de su inagotable vitalidad, de su capacidad para exprimir cada momento y jamás regodearse en la miseria –que también le rodea, como a cualquier otro-, de su natural inercia para tirar siempre hacia adelante, arrastrando consigo a todos quienes le acompañan, con independencia de cuáles sean sus circunstancias. Dean Moriarty es enajenación pero también absoluta intensidad vital en esa enajenación. Y, desde luego, nunca bosteza, porque ni tan siquiera tiene tiempo para ello, tal es el poder de atracción que sobre él ejerce cualquier cosa. Ahí reside, también para cualquier lector, el atractivo, la fascinación que genera el personaje de Dean Moriarty. Y, sin embargo, me niego a creer que la vida sea vida sólo porque no hay lugar para bostezar en ella. De los bostezos puede emerger aún mayor intensidad, aunque no sea la intensidad febril, adireccional y agitada de Moriarty. Quien rehúye de continuo el aburrimiento o no es capaz de él, probablemente eluda aspectos fundamentales de la vida que merecen ser vividos, aunque se atraviesen con sufrimiento.

Me alegra que haya puesto usted esa letra de la canción de Dylan. Porque, pese a la influencia de Kerouac que usted sitúa en ella y que me parece acertada, también demuestra, a mi entender, el modo en que Dylan estuvo más allá de él y de toda la generación beat. Y es que justamente esas preguntas que se hace Dylan (¿Por qué estoy caminando? ¿Por qué estoy corriendo?) son las que nadie se hace en “On the road” y las que tanto eché de menos como lectora. Dylan podrá jugar con el posible sinsentido del movimiento, pero no niega la necesidad del sentido. Más bien la utiliza como presupuesto. De lo contrario, creo, estas preguntas no tendrían cabida en su letra.

Brindemos, doctor Lagarto, por todos ellos. Pero también por los que, locos por ser salvados, bostezan de cuando en cuando para, a partir de ese bostezo, lanzarse a devorar la vida aunque lo hagan desde la detención y la lentitud. Que ambas cosas no son en absoluto incompatibles.

Y un brindis también por usted, doctor Lagarto, con un beso sereno y quieto! :P

Antígona dijo...

Se agradece ese abrazo solidario, Huelladeperro, que estos días, aunque ya estén a punto de finalizar, siempre son agotadores y uno tarda un poco en recuperarse de la locura colectiva.

Quizá no lo haya sabido reflejar bien, pero por lo que cuentas ambas novelas son muy parecidas. Tampoco los protagonistas de “On the road” tienen un duro, y viajan con frecuencia a dedo –aunque aprovechan para relevarse con los dueños del coche y así conducir a su ritmo trepidante-, en trenes o autobuses, o en coches prestados. No hay orgías salvajes –no es, en absoluto una novela pornográfica- pero sí encuentros sentimentales-sexuales absurdos y fugaces. Se drogan y beben cuando el dinero les llega. Pero lo que no hay es la búsqueda de ningún gurú –si no lo es ya, a su manera, la personalidad chamánica de Dean Moriarty- ni tampoco de lugares donde practicar meditación trascendental alguna. Así que, en virtud de esa carencia, quizá “On the road” sea una novela más nihilista que la que leíste. Porque no hay en ella persecución de sentido ni añoranza por su ausencia. Cuando, sólo en un breve momento, otro personaje pregunta a sus protagonistas que por qué viajan hacia el Oeste, ninguno es capaz de responder ni les inquieta lo más mínimo no saber hacerlo.

Reconozco que a mí me ha enganchado un tanto la prosa de Kerouac que, como dice Dylan, tiene ritmo e invita a seguir leyendo. Y también la curiosidad por saber si al final habría alguna suerte de reflexión sobre todo lo vivido en ella por sus personajes, la idea de que quizá la novela habría de concluir, dado que está narrada en primera persona, por una recapitulación por parte del narrador que desvelara alguna suerte de sentido en la novela. Pero no es así. Las reflexiones, las recapitulaciones, se las tiene que hacer uno mismo como lector. Y como no me dejaba de inquietar el hecho de haber tenido unas expectativas que a la postre se vieron defraudadas, de esa inquietud y de todas las vueltas que le di a lo leído surgió el post. Porque lo cierto es que la lectura de “On the road” ha supuesto una vivencia un tanto extraña y contradictoria que, como se ha visto, no me ha dejado indiferente.

Tampoco yo entiendo muy bien el que esta novela pudiera inspirar a generaciones de jóvenes y constituyera un texto de referencia para ellos. Quizá el tiempo ha pasado muy mal por ella y ahora mismo la rebeldía frente a las formas de vida más convencionales de la época que pretendía expresar se nos ha quedado tan trasnochada que ni tan siquiera somos capaces de reconocerla. Tal vez somos ya hijos de otro tiempo que ha aprendido que la salvación no puede pasar por las drogas, por la locura, por las correrías sin ton ni son. No lo sé.

Y sí, lo has sabido ver muy bien: el post, a la vista del modo en que se vive y se elige vivir en “On the road”, no podía dejar de preguntarse por el sentido que entraña esa opción vital y por lo que ésta representa frente a la pregunta más general acerca de cómo dar un sentido a esta vida que nos ha tocado vivir.

Como tú, creo que no existe sentido alguno dado de antemano. El único sentido que puede tener esta vida es el que nosotros somos capaces de darles día a día. No es todo el mérito nuestro, por supuesto. Nacemos en una tradición que nos dice cómo vivir, dónde puede hallarse ese sentido, que ya nos orienta en una determinada dirección. Y tomando elementos de ella y rebelándonos contra o renunciando a otros, emprendemos cada cual la búsqueda, más o menos frustrada, más o menos lograda, del nuestro propio.

(sigo abajo)

Antígona dijo...

Y como tú, tampoco creo que, al menos en mi caso particular, las carreras histéricas de los personajes de “On the road” sean fuentes de sentido. Es más, veo en ellos la representación de una mentira de la que nuestra propia sociedad del siglo XXI no deja de estar libre, e incluso de fomentar. Porque también nosotros somos víctimas de esa consigna que reza “muévete y estarás haciendo algo”, aunque ese hacer algo constituya más una apariencia que una realidad y, por tanto, el movimiento una pobre modalidad de encubrir el vacío. Lo detecto en la masiva afluencia los fines de semana a los centros comerciales, donde la gente a veces ni tan siquiera compra nada sino sólo se pasea. En la imposición de viajar a donde sea en los períodos vacacionales porque de lo contrario no los habrás aprovechado como deberías. En la sobrevaloración que existe del movimiento, de la actividad, de la acción narrable y objetivable frente a la quietud y la reflexión.

Me alegro de que ya hayas conseguido restaurar los post eliminados. En cuanto pueda me paso, que no sé los que me habré perdido en esta mi existencia a saltos temporales por la bloggosfera.

Y tranquilo, que a mí los reyes tampoco me han traído nada. ¿Será por eso que me estoy enrollando tanto? No, no será por eso, que siempre lo hago. Igual debería buscarme algo para rosegar cada vez que me quiera poner a contestar ;)

Besos!
Y como tú, tampoco creo que, al menos en mi caso particular, las carreras histéricas de los personajes de “On the road” sean fuentes de sentido. Es más, veo en ellos la representación de una mentira de la que nuestra propia sociedad del siglo XXI no deja de estar libre, e incluso de fomentar. Porque también nosotros somos víctimas de esa consigna que reza “muévete y estarás haciendo algo”, aunque ese hacer algo constituya más una apariencia que una realidad y, por tanto, el movimiento una pobre modalidad de encubrir el vacío. Lo detecto en la masiva afluencia los fines de semana a los centros comerciales, donde la gente a veces ni tan siquiera compra nada sino sólo se pasea. En la imposición de viajar a donde sea en los períodos vacacionales porque de lo contrario no los habrás aprovechado como deberías. En la sobrevaloración que existe del movimiento, de la actividad, de la acción narrable y objetivable frente a la quietud y la reflexión.

Me alegro de que ya hayas conseguido restaurar los post eliminados. En cuanto pueda me paso, que no sé los que me habré perdido en esta mi existencia a saltos temporales por la bloggosfera.

Y tranquilo, que a mí los reyes tampoco me han traído nada. ¿Será por eso que me estoy enrollando tanto? No, no será por eso, que siempre lo hago. Igual debería buscarme algo para rosegar cada vez que me quiera poner a contestar ;)

Besos!

Antígona dijo...

Me pasa exactamente lo mismo que a ti, tertuliana Troyana. Bueno, primera que, como digo en el post, nunca he sido muy tendente al movimiento. Recuerdo que, siendo aún bastante joven, alguien con un pelín de mala leche me llegó a calificar de “planta” porque no comprendía que prefiriera quedarme en mi casa leyendo a sumarme a los diversos planes que esta persona me proponía.

Y después porque no sé vivir en un ir y venir constante y necesito, como bien dices, esos momentos de parada y quietud, quizás incluso con más frecuencia y durante más tiempo que otras personas. Me aturde el no tener a lo largo del día momentos de reposo, de soledad solitaria o en compañía silenciosa, de lectura o sencillo mirar al vacío pensando en las cosas que me han sucedido a lo largo del día. Si por obligación mis días acaban transcurriendo en un constante ajetreo de ir y venir de un lado a otro, de estar con personas diferentes a todas horas, termino sufriéndolo hasta físicamente.

Sin embargo, observo a gente que vive en ese continuo movimiento e incluso lo buscan porque sin él tienen la sensación de desperdiciar su vida, y reconozco que me generan sentimientos encontrados. Por un lado, envidio su energía, su vitalidad, el modo en que sus cuerpos –el mío, pobre, no es capaz- responden a tanta demanda de actividad. Por otro, a veces me pregunto que de qué estarán huyendo, aunque probablemente, en muchos casos, la pregunta sea injusta. Pero por alguna razón nunca dejo de asociar esa actividad frenética, eso que en el post llamaba exterioridad pura, a un intento desesperado de llenar el vacío que, por no lograrse, siempre demanda más actividad y más movimiento.

Como si no fuera bueno, de cuando en cuando, palpar ese vacío, o agobiarse o incluso angustiarse por su causa. Y es que creo que el contacto con, la capacidad de afrontar ese vacío en lugar de rehuirlo pertinazmente, constituye la única vía para poder encontrar objetos que lo llenen de una manera un poco más sólida y satisfactoria, pese a que los objetos sean siempre provisionales y uno sea consciente de su condición de pretextos con los que llenar el vacío que siempre tenemos que llenar. No lo sé. Quizá me equivoque o esté siendo demasiado parcial en función de mi particular manera de ver las cosas.

Pero sí, supongo que lo que digo tiene que ver, en parte, con lo que mencionas del aprendizaje. Si uno no se para a pensar mínimamente sobre qué camino desea tomar, o se detiene en el recorrido ante las bifurcaciones que se va encontrando o para reflexionar si no debe corregir la trayectoria, puede encontrarse dando vueltas en un círculo perpetuo del que nada extraiga ni nada pueda aprender.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

Vaya vaya, Carmela, veo, por una parte, que coincidimos en la cuestión de la influencia de Allen Ginsberg sobre Dylan –en mi caso, que apenas conozco nada de Ginsberg, me mueve a decirlo más la intuición que el saber o la reflexión, pero ya que tú también lo dices, creo que no debo de ir muy desencaminada-; y por otra, ¡que estás muy pero que muy puesta en Dylan! :) Me encanta. En esta casa tiene un altar muy particular aunque rara vez lo haya mencionado, porque por lo general me cuesta mucho escribir sobre música y puede que aún más sobre Dylan.

He estado volviendo a ver estos días el documental que mencionaba NoSurrender, “No direction home”, y es cierto, en él se incide particularmente sobre la influencia de Guthrie sobre Dylan, tanto de su música como de ese libro que mencionas.

No conozco nada de Guthrie, así que más que bienvenido todo lo que cuentas de él y espero que me sirva de impulso para, cuando tenga más tiempo, indagar un poco más y hacerme con temas suyos.

En cualquier caso, y como comentaba NoSurrender, hablar de las influencias de Dylan exigiría hablar de Kerouac y de muchos otros. ¡Hasta del Papa, mal que nos pese a algunos! Y es que en una música con tanta riqueza como la suya, y con tanta trayectoria a sus espaldas con el paso de los años, no es posible que no se haya nutrido de autores, otras y otros factores de lo más variopinto e incluso contradictorio.

Brindemos, pues, Carmela, de nuevo, por todos los que están locos por vivir y nunca dejemos de pertenecer a esa panda de locos con nuestros particulares ritmos. Y, por qué no, echémonos también un bailecillo de cuando en cuando y sumémonos al movimiento, que el esqueleto hay que engrasarlo de cuando en cuando ;)

Un beso y un brinco!

David dijo...

Qué casualidad, Antígona. Yo también quería ponerme por fin con esa novela hace un par de semanas, pero no la encontré en la librería, así que leí “El almuerzo desnudo” y “Queer”, de W. Burroughs, que es otro autor de la generación “beat”, de la que no había leído nada hasta ahora. Las leí de un tirón. Por lo que veo ambos libros comparten con tu lectura el frenesí, el caos y la desorientación. A mí me gustaron, pero me dejan una sensación parecida a la tuya: que falta profundidad, o que la profundidad está sugerida, como en el cine. No sé si será un rasgo general de la literatura norteamericana. Tobías Wolf, Faulkner, Hemingway, etc. Los pocos con los que lo he intentado siempre me dejan la misma sensación de superficialidad. En compensación: la frescura, la libertad del lector, el ir al grano (aunque ese grano parezca a veces una cáscara vacía). Vamos, que yo no desisto, aunque ahora estoy enfrascado en Italo Calvino (“El castillo de los destinos cruzados”, una maravilla). Cerouak sigue pendiente.

¡Besos!

PD: Y con la música me pasa lo mismo que a ti. Mi último descubrimiento es Richard Hawley. Pero de Bob Dylan, ni idea. ¡Cuántos agujeros! ¿Algún consejo para empezar? Por cierto, tu entrada, un lujo y un alivio, como siempre.

Marga dijo...

A la Generacion Beats llegué tarde y eso que lo hice siendo jovencita... me parecían una panda de tipos algo descabalados y bastante huecos... ya, es un dictamen un poco radical pero en aquel entonces yo lo era y mucho (más que ahora, jeje). Esta novela comencé a leerla y la dejé sin terminar y los poemas de Ginsberg me dejaron fría. Vale, cuando yo llegué a ellos ya se había pasado la fiebre, la supuesta revolución dejaba ver las dentelladas sobre ellos y ninguno era sombra de lo que había sido. Eso influyó y mucho (no hay nada peor que ver las costuras a los héroes y el tiempo tiene por costumbre el exponerlas sin pudor, qué puñetero!).
No sé, en la vida puedo ser más contradictoria en cuanto al movimiento pero en la literatura me gusta la mesura y no conseguí ver nada en ellos que me incitara a ser contemplados con algo más que curiosidad. Un estandarte literario del que colgarse y para mi gusto excesivamente masculino. Y la ingenuidad de la juventud nunca me ha dicho nada en literatura, por mucho que me enternezca no me basta. Se me escurre entre los dedos y siempre fue así. Ays, seré y fui una anciana precoz? jajaja


Me quedo con Dylan, un culo de mal asiento que procuró, y procura, hacer lo que le sale de la narices y de dentro. "No direction Home" lo muestra, sus canciones y bandazos vitales también... sus contradicciones, ummm.

Pero procuro no olvidar, querida Antígona, que en esto de los caminos escogidos todos partimos del mismo sitio: estar perdidos y que no existen fórmulas magistrales. Uno sólo los escoge en función de su trayectoria y todos son igualmente válidos o errados. Y al fin no parecen tener mayor sentido que el mantenernos entretenidos... jajaja.

Así que igual lo dicho no tiene mayor contundencia aunque mi forma de expresarlo conduzca a pensar que sí.

(O que soy de naturaleza perezosa y tanto frenesí me agota... jajaja.)

Dylan forever ou yeah! Eso sí...

Besos sin aullidos!!

El peletero dijo...

Hace tantos años que leí “On the road” que desde entonces debo ya de haberme perdido por alguno de aquellos caminos interminables que no conducían a ningún destino. ¿Ya no sé regresar?, quizás, como usted, nunca me fui más allá de las páginas del libro y sigo sentado en mi silla de siempre.

Pero para muchos la nada posee eso, tantas caras como rostros tiene la gente, tanta multitud como la de una carretera vacía de noche, oscuridad y la luz de los faros, una ceguera extraña que sólo ilumina sus zapatos, por eso deben moverse constantemente.

De aquellos años se vive todavía, apreciada Antígona, nada dura, nada resiste al tiempo que también mata al gurú que medita inmóvil, entre moverse mucho y no moverse nada no hay diferencia excepto por la gasolina que se gasta.

Por esa razón nada puede ir más rápido que la luz, gracias a ello Dylan acierta cuando califica a Moriarty de ser idiotizado que confunde el aquí con el allí y el ayer con el mañana.

En verano saco mi silla al balcón, la sombra de mis plataneros siempre me recordará a un jilguero que le cantaba al sol sin moverse de su jaula.

Besos.

Jota Martínez Galiana dijo...

Querida Antígona, una entrada muy interesante, esta, que me da pie a comentarte mi propia experiencia con este libro.
En 1994, recién acabados mis estudios de Periodismo, saqué este libro de la biblioteca, convencido, al revés que tú, de que me iba a encantar y a enganchar desde la primera página, pues estaba muy interesado en la literatura norteamericana de mediados del siglo XX en general y en la generación beat en particular, a la que había accedido a través de Burroughs.
Pues no: la novela me pareció aburrida, inconexa, un tanto absurda... Abandoné la lectura, decepcionado y molesto, extrañado de que no me hubiera gustado.
La respuesta la hallé leyendo un artículo sobre los beatniks en la edición norteamericana de la revista Rolling Stone (como no quiero empezar el año con improperios, no entraré a valorar la que se publica aquí). En él se decía que el gran logro de la novela no era tanto lo que contaba como su ritmo y estructura narrativa, pues Kerouac había conseguido trasladar a la literatura los ritmos sincopados del bebop, el subgénero jazzístico que apasionaba al escritor y a sus compadres. Comprendí entonces que mi error había sido no leer On the road, sino En el camino. Es decir, que en la traducción al castellano se había perdido ese ritmo trepidante.
Decidido cual Quijote a desfacer el entuerto, compreme ipso facto un ejemplar de la novela en inglés y la disfruté como loco y entendí ese prodigio de vitalidad y ese "movimiento" de la prosa, como acertadamente apuntas.
Respecto a Dylan, no soy súper fan de este hombre, pero no sé si has visto "Don't look back", el documental que sobre su gira inglesa de 1965 rodó D. A. Pennebaker, pero es una auténtica joya que tarde o temprano aparecerá en Memorias de un subtitulari.
Tu entrada me ha dado ganas de releer la novela o, incluso, de leer otras obras de Kerouac pues, pese a la fascinación que me produjo On the road, no he leído nada más suyo.
Besos.

Desclasado dijo...

En su día y estando yo asalvajado ya me parecieron desmedidos esta banda. Coincido con los comentarios en que Dylan ha traspasado esa época y es fuera de concurso.
"On the road" no recuerdo haberlo leído, pero leí "Miedo y asco en Las Vegas", "Yonqui" y otros títulos que no recuerdo de Burroughs y algunos más de esta "generación". La sensación que me quedaba fue la de loca carrera hacia el suicidio sin ton ni son, sin un porqué definido. Buena prosa, sí, pero contenido desmedido y exagerado. Me parecen los padres del posterior Bukowski, aunque fuesen de la misma edad y se consideren estilos diferentes.

Antígona, te he mandado un mail.

Saludos.

Antígona dijo...

Arturo, yo no había leído antes nada de la generación Beat, pero me imaginaba, quizá por el recuerdo que tengo de la película de David Cronenberg, que la novela de Burroughs “Almuerzo desnudo” tendría otro estilo, más denso, más metafórico. Ahora veo que según tu juicio no es así. Bien, por el momento tengo muchas otras lecturas esperando –y ahora mismo estoy disfrutando como una enana con “París no se acaba nunca”, de Vila-matas, quizá un extremo opuesto de este frenesí de acción de Kerouac- pero no descarto volver a hacer algún intento con ellos más adelante.

Es verdad, en “On the road” no se puede negar que no haya algún atisbo de reflejo de la interioridad del narrador o de reflexión, aunque vertida hacia afuera, de manera que, como señalas, podría decirse que la profundidad está sugerida y no elaborada. En comparación con otras, he leído poco de la literatura norteamericana, pero no creo que ese rasgo de profundidad tan sólo sugerida pueda atribuirse a toda ella. Pienso ahora mismo, por ejemplo, en John Steinbeck y “Las uvas de la ira”, una novela maravillosa cargada de jugosas reflexiones y análisis de los sentimientos de los personajes. O en Paul Auster y su “Trilogía de Nueva York”, con un estilo muy propio que no creo que deje en ningún lector esa sensación de superficialidad. Ya me dirás qué tal la de Calvino, un autor a quien siempre he leído con interés y deleite.

En cuanto a Dylan, la verdad es que su obra es tan inmensa que te recomendaría que empezaras por algún recopilatorio que tuviera sus temas más famosos, que son de estilos bastantes distintos, y así tendrías una panorámica general. De hecho, hay uno editado en el 2000 que se llama “The Essential Bob Dylan” que recoge muchos temas de él muy representativos. O si no, yo empezaría con “The Freewheelin’ Bob Dylan, que es un buen ejemplo del Dylan acústico, para pasar a “Blonde on Blonde” y a “Highway 61 revisited”, donde comienza el Dylan más rockero. Una buena muestra de esta doble faceta la tienes también en la grabación del escandaloso concierto de 1966, en un disco titulado “Bob Dylan Live 1966”. Y si te apetece después seguir ahondando, pásate por una página que se llama “goddylan”, y allí encontrarás referencias de todos y cada uno de sus discos, que son muchos.

En fin, espero que las indicaciones te sirvan de algo. ¡Tienes todo un mundo en Dylan por descubrir! :)

Un beso!

Antígona dijo...

Pues yo fíjate si llegué tarde, Margot, que éste es el primero que leo de la generación Beat, pese a haber oído hablar de ellos desde que era bien joven. Y entiendo tu juicio radical, jajaja, yo de joven también lo era y mucho, vaya que sí, supongo que es la época por excelencia de las pasiones enfervorecidas y los odios enconados sin matices ni medias tintas.

Los poemas de Ginsberg, los pocos a los que les he echado un vistazo por la red a raíz del post, me han parecido bastante sugerentes, y la escritura caótica y enigmática, llena de sucesiones de imágenes, me ha recordado bastante a algunas de las enigmáticas letras de Dylan, así que quizá en algún momento me detenga más en él.

También yo en la literatura prefiero la mesura, la reflexión y la morosidad en el análisis del detalle al movimiento trepidante de la acción. Con decirte que a los 19 me enamoré de Proust y no lo solté hasta no acabar los siete tomos. Vamos, el mundo más opuesto que quepa encontrar a lo leído en Kerouac. Y me gusta también la recreación en el lenguaje y la apuesta por su belleza, que no se dan en “On the road” con su estilo tan directo y trepidante.

Dylan es un genio y su obra materia sobre la que seguir profundizando durante mucho tiempo, sobre todo en sus letras, de una calidad poética a mi juicio inigualable en el mundo de la música. Y sí, es admirable su libertad como músico y como persona, así como la madurez que mostró ya desde bien joven para mantener a toda costa esa libertad. Lo de sus contradicciones, jajaja, me temo que muchos de sus fans nunca entenderemos su etapa católica. Pero aunque no sea la mejor musicalmente, también ha dejado algunas buenas perlas. En fin, hasta en esos bandazos tan radicales se percibe su genialidad.

Y te doy plenamente la razón en eso de que todos estamos perdidos y no existen fórmulas magistrales. Está claro, cada cual se las apaña a su manera para escoger los caminos que le parezcan oportunos y así mantenerse entretenido hasta que le llegue la hora. Porque, a fin de cuentas, la proyección de sentido que hacemos sobre los caminos que recorremos bien puede consistir en transitarlos de la manera más placentera y risueña posible.

Besos perezosos y sin frenesí!

Antígona dijo...

Yo algunos caminos he recorrido, estimado Peletero, sobre todo siendo más joven, pero por lo general con mucha calma, con múltiples paradas, y con muchas sillas a mi disposición para disfrutar de la quietud.

No creo que el hecho de moverse constantemente implique por necesidad esa huida fallida de la nada a la que aludo en el post. Si el movimiento tiene un propósito, un sentido, una motivación que lo conduce a alguna parte, aunque ese lugar sólo sea un nuevo punto de partida para seguir moviéndose sobre la base de otras motivaciones, puede ser un medio perfectamente válido para llenar el agujero de la nada. Es el movimiento por el movimiento, el que desconoce su sentido y ni siquiera lo busca, el que me parece que genera una sensación de vacío aún mayor por estar abocado a la repetición, a la circularidad, y con ella al tedio y al aburrimiento, que es otra de las formas por la cual sentimos el acoso de la nada.

Aunque tienes razón: a la postre a todos nos espera el mismo destino, que es la muerte. Pero puesto que antes de que llegue hay que ocupar el tiempo en algo, creo que es mejor optar por tareas que, en lugar de confrontarnos constantemente con la nada, sean capaces de encubrirla y apartarla de nuestra vista con una cierta solidez. Provisional, siempre, qué duda cabe, puesto que la nada nunca desaparece.

Ese ser idiotizado que es Dean Moriarty tiene, no obstante, mucho encanto y es cierto que éste reside en una pulsión vital atolondrada, desorientada, desmadejada, pero pulsión vital al fin y al cabo que uno, a veces, podría echar de menos, sobre todo conforme vamos envejeciendo.

Mi balcón es demasiado pequeño como para que pueda sacar una silla, y además sólo escucharía el irritante ruido del tráfico. Así que tiene usted suerte de poseer ese balcón y de disfrutar del recuerdo de su jilguero. Y es que los pájaros lo saben bien: no se puede cantar mientras se vuela.

Un beso!

Antígona dijo...

Jota, me ha gustado mucho leer tu propia experiencia con este libro. Yo, por desgracia, no tengo tan buen nivel de inglés como para leer esta novela en su versión original, y después de lo que cuentas, y de lo que el propio Dylan decía del fraseo poético estilo bop de Kerouac que tú ahora confirmas, me temo que me voy a perder esa experiencia de vitalidad y movimiento de la prosa. Algo se intuye de todo ello en la traducción, porque es cierto que el modo en que Kerouac narra invita a seguir con la lectura aunque el contenido de lo narrado deje que desear. Pero es obvio que en inglés ese dinamismo y ese ritmo debe de ser infinitamente más palpable.

He visto “Don`t look back”, sí, pero después de ver estos días de nuevo “No direction Home” me han entrado muchas ganas de volver a verlo, porque lo recuerdo como un documental fascinante en el que el Dylan de aquellos años aparece perfectamente retratado. Y me encantará leer lo que escribas sobre él en Memorias de un subtitulari.

Me alegro de que mi entrada te haya abierto el apetito por más Kerouac. No era ésa, desde luego, mi intención a la hora de escribir el post, jajaja, pero ya se sabe, lo que se derive de lo que uno escribe es totalmente imprevisible e incontrolable ;)

Besos!

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Bueno, Desclasado, parece que somos muchos los que coincidimos en determinadas sensaciones al leer a la generación Beat. No sé, quizá es que no somos suficientemente salvajes o rockeros :). O que ya pertenecemos a otra generación que no acepta como estilo de vida el lema de “sexo, drogas y rock and roll”.

Tal vez el éxito de estas novelas sea excesivamente deudor del momento histórico en el que surgieron, porque con ellas se identificaron muchos jóvenes pertenecientes a ese momento pero a nosotros ya no nos motivan ni nos hacen disfrutar de la misma manera.

Este mediodía te he contestado al mail, Desclasado.

Saludos

iliamehoy dijo...

No sé si atreverme a comentar, agarrada al hilo de esta historia labrada con la maestría del orfebre,con detalles que por si solos asumen la categoría de joyas.
El movimiento, pienso, no tiene porque ser vertiginoso aunque no puedo asegurarlo porque nunca sentí la curiosidad por llegar tan rápido ni llenar tan deprisa ese vacío que a mí me pilló ya mayor. Tal vez porque de adolescente aprendí a ser obediente y mis únicos actos de rebeldía consistían en la pataleta de quien ya está cumpliendo con lo mandado. Supongo que el equilibrio, o lo que de é se cree, consiste en una generosa inmersión por los vericuetos interiores, y una salida razonable hacia las capas externas, para así mantener una existencia relativamente sostenible. Demasiado tiempo en uno u otro lugar, puede ocasionar pérdidas irreparables para la única razón de ser y estar que al menos para mí consiste en sentirse vivo. El roce con el abismo, puede resultar tan dañino como la parálisis emocional aunque probablemente en algunas ocasiones parezca necesario.
Un enorme placer columpiarse en tus textos.
Una sonrisa

k dijo...

Me salto todos los comentarios para decirte que gracias a ti, ahora entiendo por qué, yo sí, lo dejé a la mitad...

Y ahora voy a ver qué opinan tus lectores :)

k dijo...

En fin, todo está ya dicho... (qué cosas, dios los cría...)

Marga dijo...

París no se acaba nunca? qué bien me lo pasé con ese libro, me reía a carcajadas en algunos párrafos... fue el comienzo de mi idilio con Vilas-Mata, a veces roto por algún que otro libro que me decepcionó, pero sigue siendo mi preferido de él. Será por el recuerdo de aquellas risas...
que lo disfrutes, preciosa!

David dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
David dijo...

Antígona, como aún no he leído a Kerouac, no puedo compararlos. Yo entiendo por literatura densa a Proust, Javier Marías o M. Yourcenart, por ejemplo. Burroughs me parece muy diferente, aunque abunde en metáforas. Quizás “superficialidad” no sea la palabra correcta. Tomo nota de Steinbeck (otro más en la lista inacabable). De P. Auster he leído varias cosas. “La trilogía de Nueva York” o “A salto de mata” me gustaron, aunque no comparto la veneración generalizada por este autor. Pero es verdad: ni él ni Sallinger ni Toole ni Updicke ni Philip Roth son superficiales. Aún así, hay una constante compartida en ellos que me resulta algo ajena y que no sé definir.
Leí hace un par de meses “Dublinesca”, de Vila- Matas. No me extraña que disfrutes como una enana con él. En mi opinión es un autor que hace pensar y reír a partes iguales y, aunque a mí me carga un poco la metaliteratura (a la que él acude con mucha frecuencia), me parto literalmente de risa cada vez que recuerdo el personaje de Rita Malú del último relato de “Los exploradores del abismo”. Fue el primer libro que leí de él. Lo acabé y lo volví a leer por entero y luego por partes. Una delicia. El absurdo y la náusea superados por la risa. En este relato Vila-Matas resume toda su concepción de la escritura y, por extensión, de la vida. En algún sitio leí que I. Bachmann dijo “Ich existiere nur, wenn ich schreibe”. Creo que Vila-Matas suscribiría esa frase. La literatura puede ser una religión y una fe. La ética de la estética, algo muy nietzscheano. Me estoy enrollando. En el futuro iré al París en el que estás ahora pasándotelo pipa merecidamente.

Sé que este comentario se alarga demasiado, pero no quiero despedirme sin agradecerte mucho el itinerario que me has aconsejado para conocer a Dylan y que ya he empezado a recorrer. Escucho con detenimiento “The freeweehlin””. En efecto, una maravilla. Mi inglés es tan precario que, aunque ya conocía algunas canciones, no ha sido hasta ayer cuando las he podido apreciar del todo armado con el traductor de Google. “Blowing in the wind” no es una tonta canción de iglesia, que era mi prejuicio. “Girl from the north country” o “Bob Dylan`s dream” me derriten, y las imágenes de “A hard rain’s a-gonna fall” cortan la respiración. Dylan es un gran poeta y humanista. Mi piso es más casa cuando suena su música de fondo.

Y ya por último, “ El castillo de los destinos cruzados”, de I. Calvino. No me impacta tanto como “Las ciudades invisibles”, pero a uno le entran ganas de hacerse con unas cartas del tarot y ponerse a fabular con ellas. Yo también estoy disfrutando como un enano. Prometo ser más breve y menos disperso en el próximo comentario.

Besos y gracias por todo, otra vez.

Carmela dijo...

Woody Guthrie.
Su canción This Land Is Your Land está inspirada en sus experiencias viajando por todos los Estados Unidos. En los últimos versos de la canción, Guthrie protestaba contra las desigualdades sociales.

Un beso

Carmela dijo...

(No sé porqué no se ve el enlace, pero si pinchas el nombre de la canción debe salirte)

Antígona dijo...

Tú lo has dicho, Iliamehoy, el equilibrio del movimiento pivota sobre la base del juego entre lo interior y lo exterior. Entre otras cosas porque el movimiento, y también su vértigo, pueden tener lugar dentro de nosotros mismos mientras nuestro cuerpo reposa tranquilamente sin mover un simple dedo. Porque se pueden recorrer muchos kilómetros y andar muchos caminos sin menearse de la silla. Y porque se pueden hacer fantásticos, incluso frenéticos viajes mientras lo único que se agita es nuestra mente al compás de las emociones y de la imaginación.

Supongo que no encuentro mucho sentido al movimiento del cuerpo que no genera con él un movimiento del alma. Que me cuesta entender el placer de ese movimiento exterior y palpable sin que junto a él se inicie un trayecto invisible que, desde esos vericuetos interiores, nos conduzca hacia alguna parte o sencillamente nos lleve a disfrutar de su recorrido.

Pero tienes razón: la parálisis exterior puede acabar impidiendo el movimiento interior. Somos un todo y nada que haga nuestro cuerpo deja de tener influencia en nuestra alma. Y hay momentos en que agitar o desplazar el primero es lo único que consigue despertarla de una quietud indeseada y asfixiante.

Un beso y una sonrisa!

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Jajaja, K, es verdad. Casi todos –la excepción más vehemente es Jota- hemos coincidido.

En fin, quizá habría que insistir para explicarlo en la idea de que el tiempo ha pasado mal por ese libro para todos los que no fuimos jóvenes en la época en que tantos, Dylan entre ellos, quedaron fascinados por él.

O igual tienes razón en eso de que Dios los cría… Y supongo que en este blog, en el que nada de lo que se escribe se parece mínimamente al estilo de Kerouac, podía ser de otra manera.

Un beso!

Antígona dijo...

Niña Marga, Vila-Matas es estupendo, y me gusta tanto la elegancia y la ironía con la que escribe que en algunos párrafos me he sorprendido volviendo a leerlos sólo para disfrutar de ese estilo magistral que se gasta.

Ya no me queda mucho para terminarlo, pero creo que mi libro favorito de él seguirá siendo “Bartleby y compañía”. Y mira que me estoy riendo con “París…”, bastante más que con aquél. Pero la idea de los escritores del no, ay, esa idea me llegó muy hondo y también la elaboración de Vila-Matas sobre ella.

En cualquier caso, los dos aún están compitiendo por ver quién gana ;)

Más besos, guapa!

Antígona dijo...

Me pasa algo parecido con la literatura norteamericana, Arturo. Por alguna razón, nunca me ha atraído de la misma forma que la francesa, la alemana o la inglesa. Y no puedo hablar, en realidad, ni de superficialidad ni de falta de superficialidad en ella porque en mi biblioteca apenas figuran autores americanos y no puedo, por tanto, hablar con fundamento. El caso de Steinbeck, y el modo en que me impactó su libro, que leí por pura casualidad –por cierto, Marga recomienda también de él en su blog “Al este del Edén”- es una rara excepción –al margen de Auster, con quien he disfrutado, pero a quien, por otra parte, nunca pondría en la lista de mis escritores favoritos- en medio de ese vacío de desconocimiento. Hace poco compré “El ruido y la furia” de Faulkner, simplemente porque aún no he leído nada de él y no me gustaría dejar de hacerlo dada su reconocida fama. Ya veremos qué tal la experiencia.

A mí me atrae la idea de la metaliteratura, o al menos en el modo en que Vila-Matas hace uso de ella. Pero reconozco que, leído un libro suyo, debo esperar un tiempo para leer otro y suelo lanzarme a una novela más clásica. Es una forma de hacer literatura que te da unas cosas pero no otras que suelen esperarse de ella, y quizá por ello haya que abordarla en pequeñas dosis, para no acabar cansándose. No conozco “Los exploradores del abismo”. Con Vila-Matas me ha pasado algo extraño, y es que me encandiló tanto, como ya le decía a Marga, “Bartleby y compañía”, que el siguiente libro que leí de él –y cuyo título, fíjate, ni tan siquiera recuerdo- me decepcionó mortalmente. Lo olvidé como autor a tener en cuenta y hace ahora no tanto, al releer Bartleby y luego “El mal de Montano”, recuperé el interés y el gusto por él. Cuando termine “París…” lo dejaré reposar un poco y el próximo título con el que me haga será sin duda “Los exploradores…”. Me interesa mucho cualquier reflexión sobre la escritura, y de la escritura como forma de vivir o suicidarse, que dijo otra escritora. Por cierto, en breve te cuento, que ya he leído “Alles” de I.Bachmann. ¡Boquiabierta me ha dejado! ;)

Me alegro muchísimo de que hayas empezado a disfrutar con Dylan. Y si has disfrutado con The Freewheelin’, no sabes cómo vas a hacerlo con Blonde on Blonde y con Highway 61 revisited, donde están algunas de sus canciones más emblemáticas y también más ricas poéticamente. Porque sí, es cierto, Dylan es todo un poeta, y nunca siento tanta rabia por no tener mejor nivel de inglés que cuando escucho sus canciones y sólo a retazos inconexos comprendo sus letras. Hace unos años se lanzó un libro que recogía todas sus canciones traducidas al castellano y alguna vez he estado tentada de comprarlo. Pero, por otro lado, a veces me digo, caray, no va a ser lo mismo, vale la pena hacer el esfuerzo con él, aunque sea poco a poco, de tratar de asimilarlo en inglés. Eso sí, con ayuda de todos los traductores y diccionarios que hagan falta, que el tipo no lo pone fácil. Y mira, ya que te has empezado el recorrido, permíteme que te recomiende otro disco de él de los que hay que conocer: “Blood on the Tracks”.

Tomo buena nota de las dos recomendaciones de Calvino. También mi lista de libros pendientes comienza a hacerse inabarcable, uff. Pero cómo me encanta agobiarme con su inconmensurabilidad!

Por cierto, aquí ya sabes que no hay restricciones que valgan en la extensión de los comentarios, ¡ni tampoco en su dispersión! Todo lo contrario. Mil gracias por exponer aquí tus impresiones y también por las recomendaciones, que son siempre bienvenidas y celebradas.

Besos y gracias a ti!

Antígona dijo...

Carmela, muchas gracias por el enlace. Al empezar a oír la canción de Guthrie me he dado cuenta de que ya la conocía, aunque probablemente no sabía o nunca había retenido en la memoria que era de él. Ha sido un placer escucharla de nuevo y reconocer en ella a aquel a quien Dylan tanto admiró.

Más besos, hermosa!

c.e.t.i.n.a. dijo...

"On the road" es el típico caso de libro de iniciación. Ideal para adolescentes (mentales o físicos). Pero también es un magnífico retrato de los años 50' en los USA, que a pesar de parecer felices en su superfície, están incubando ya el rock'n'roll y el movimiento hippie.

Recuerdo que cuando lo leí, lo que verdaderamente me fascinó fue la gran capicidad de Kerouac para situar al lector en los ambientes de aquellos clubs de jazz que los jóvenes blancos comenzaban a frecuentar. Es increible como describe las sensaciones que puede llegar a sentir un espectador ante un solo de trompeta magistral. Be-bop, be-bop,...

Y al final solo queda el desencanto. El desencanto del que sospecha que nunca encontrará aquello que lleva toda la vida buscando, pero que aún así no dejará de buscarlo. Porque la búsqueda en realidad siempre es interior.

Un beso inquieto

Miss.Burton dijo...

No conseguí acabarme de leer el libro que me prestaron de Kerouac. Me parecía una panda de peña que vagaban de un lado a otro, sin oficio ni beneficio, huyendo de una nada a otra nada, y todo muy igual, y sin nada que llevarme para el corazón. No llegué a la mitad, me dió una pereza infinita, aparte de no identificarme en nada con ellos, que eso suele aportarme cosas interesantes, en este caso no encontré nada más que rituales de toda la vida de trasnochadores y vividores, mucha música, pero toda igual, y pocos valores, se que para ellos lo eran en ese libro y en ese tiempo, pero no pude compartir nada, no hubo interacción, lo dejé aparcado, y mira que aparco pocos libros.
Respecto al movimiento, pues en ese libro que apenas acabé, no lo ví por ninguna parte. El físico sí, de un lado a otro, pero el interior seguía igual, o peor, la verdad, no le encontré nada a este señor. Y leo tu post, magistral, como todos, y pienso que tendré que acabar el libro, y darle una segunda lectura completa, para qiuzás entender, que no fuí mas allá de unos cuantos prejuicios cuando lo tuve a mano.
Pero de verdad, que pereza me daba el tío...
Un besazo, nos vemos en los bares, me encantó verte por navidad¡¡¡

Antígona dijo...

Tienes razón, C.E.T.I.N.A., aunque supongo que es un retrato muy sui generis, enfocado desde la perspectiva de quien han renunciado a esa impostura de felicidad convencional que promete la sociedad.

Y también a mí me llamó la atención eso mismo que subrayas de los clubs de jazz. Fundamentalmente a través de la descripción de Moriarty, que parece que va a morir de puro éxtasis y de un colapso con tanto brinco cuando escucha jazz, jajaja.

Supongo que, parafraseando a mi manera aquello que una vez dijo John Lennon, la vida es eso que te vas encontrando por el camino mientras buscas lo que nunca podrás encontrar. Y sí, la búsqueda es en realidad interior. Los lugares, a fin de cuentas, no son tan distintos, y lo importante es hallar ese lugar dentro de nosotros mismos que nos haga sentir en paz mientras nos afanamos de un lado a otro o estamos tumbados en el sofá.

Un beso afanoso!

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Bueno, querida Miss Burton, pues tú vas a ser otra de las que le va a dar la razón a K con eso que dice de que dios los cría y ellos se juntan, aunque yo sí me terminara el libro :)

Me ha gustado como lo dices: es cierto que el libro ofrece poco que llevarse al corazón mientras uno lo va leyendo, sencillamente porque el narrador apenas se introduce en el interior de sí mismo o de los demás personajes para describir algo de lo que sucede en sus almas. O no de lo que sucede más allá de sus capas más superficiales.

Y no te tortures, mujer, que después de la experiencia negativa mejor ocupar tu tiempo lector con libros que te motiven más, ¿no crees? Hay tantos que leer y esta vida se nos queda tan puñeteramente corta para ellos… El post no pretende resaltar tanto el valor del libro, que por mi parte tampoco le supe ver, como contar la experiencia contradictoria y a partir de ella las reflexiones que su lectura me suscitó. Pero para serte sincera, si ahora mismo alguien me pidiera alguna recomendación de un libro, no creo que se me ocurriera mencionarle éste ;)

Pues a ver si volvemos a vernos pronto, maja, que yo también lo pasé muy bien!

Un besazo!

Miss.Burton dijo...

Todos los besos para ti, soguapa¡¡¡ Y la verdad, yo a este hombre, no le encontré el punto para nada. Sí, lo que dices, todo contado muy desde fuera, muy superficialmente, y con tintes de efectos especiales tipo quéguaycomomemolo, como me pongo, como me chuto... Muy aburrido. Me gustan más las montañas rusas de sentimientos y personajes bien perfilados, y con cosas que nos hagan tener el temido y beneficioso viaje interior, al leerlos, y después de.
Un beso guapa, voy a leer tu siguiente post ya¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Yo ahora es que ando releyendo a un señor londinense, y a una loca turca que me mola mucho.

Anónimo dijo...

Very intereresting reading. thx

paxil