miércoles, 8 de diciembre de 2010

Mentiras


"Todo empezó con una pequeña mentira", confiesa Emilio Barrero, economista y ejecutivo del Banco de España para todos sus familiares y conocidos. Una pequeña mentira que, sin embargo, ha acabado dando paso a la monstruosa impostura que es el pleno entramado de cartón piedra de su vida. Porque, aunque así lo crean su mujer y su hijo, sus padres, sus suegros, sus más íntimos amigos y las personas que trata habitualmente, Emilio Barrero no es economista ni trabaja en el Banco de España. Sólo finge serlo desde hace veinte años. Una ficción que comienza cada mañana cuando, con su traje caro y su maletín, lleva a su hijo al colegio para después dirigirse a un parque donde pasea o lee, esperando pacientemente la hora de regresar a casa tras su inexistente jornada laboral. Que apuntala pretendiendo frecuentes viajes al extranjero que nunca lleva a cabo. Que se sostiene a fuerza de reiteradas estafas a sus padres, a sus amigos, a sus conocidos, prometiéndoles inversiones de alta rentabilidad dada su posición en el Banco de España, con las que paga su lujoso chalet en las afueras, el colegio privado de su hijo, su imagen de hombre de éxito. Hasta que, bajo el peso de nuevas y cada vez más inverosímiles mentiras, el frágil edificio de cartón piedra se derrumba y Emilio Barrero se ve forzado a confesar que toda la farsa que es su vida empezó con una pequeña mentira.

Esta es la historia que nos cuenta Eduard Cortés en su película "La vida de nadie". Una película cuya visión provocará la inmediata aparición de un nudo en el estómago de sus espectadores porque éstos, sabedores prácticamente desde el comienzo de la impostura de Emilio Barrero, no dejarán de preguntarse cómo es posible soportar durante veinte largos años una mentira de tales dimensiones y todo lo que ésta conlleva: la tremenda soledad, el diario vagar por el parque en pugna con el tiempo y el vacío, el esfuerzo por narrar y recordar de continuo lo que sólo posee realidad en las propias palabras, el pánico al posible desvelamiento del engaño a causa de un error trivial... De tratar de imaginar cómo cabe respirar cuando se ha adherido al propio rostro una máscara asfixiante que debe mantenerse y reforzarse día a día en ausencia de toda perspectiva de desprenderse de ella que no implique la pérdida más absoluta, incluso de la libertad en el seguro destino de la cárcel. Y asistirán, encogidos por una angustia que el propio Emilio Barrero no parece sentir, a un progresivo desbordamiento de su capacidad de invención y mentira que se convertirá en la previsible antesala de la tragedia.

Pero es sólo la ficción de una ficción imposible, pensé al terminar de ver la película. Quizá, interpreté, la inquietante historia de Eduard Cortés no pretende ser más que una gran metáfora de cómo la mentira puede llegar a actuar como un cancer capaz de malograr las vidas de quienes se dejan arrastrar por ella. Y por mi cabeza cruzaron también imágenes de hombres y mujeres casados con mujeres y hombres a los que nunca amaron, padres y madres de hijos que nunca desearon, desempeñando trabajos que nunca quisieron para sí, mintiéndose a sí mismos cada día para ocultarse el fracaso de sus existencias y su incompetencia o cobardía para enmendarlas. Hasta que, pocos días después, la casualidad quiso que averiguara que la historia llevada al cine por Eduard Cortés, lejos de ser ficción, aspira a relatar la mentira en la que se sumergió durante dieciocho años un hombre real, condenado hoy día a cadena perpetua. Inspiradas en él se han realizado, además de la de Eduard Cortés, dos películas más, El empleo del tiempo y El adversario. Esta última basada en el texto del mismo título del periodista francés Emmanuele Carrère, que intenta presentar y analizar al protagonista de esta increíble historia, Jean-Claude Romand, a partir de las declaraciones que efectuó durante el juicio por asesinar a su mujer, a sus hijos, a sus padres y a su perro, cuando en 1993 se creyó a punto de ser descubierto en su existencia engañosa. Un libro y tres películas: tal vez la cifra demuestre que la singularidad del caso de Jean-Claude Romand suscita toda suerte de emociones excepto la indiferencia y merece ser objeto de reflexión.

La espiral de mentiras de Jean-Claude Romand comenzó también, según cuenta en el juicio, con una pequeña mentira motivada por un desafortunado accidente: días antes de los exámenes finales de su segundo año de Medicina, sufre un percance en el que se rompe la muñeca derecha. No puede presentarse a los exámenes, pero tampoco se atreve a revelar a sus padres lo sucedido. Semanas más tarde les comunica que ha superado con éxito los exámenes y que va a matricularse en el tercer curso. Durante varios años más, Jean-Claude asiste regularmente a las clases e incluso se reúne en su habitación a estudiar con la que más tarde se convertirá en su mujer, matriculada en la Facultad de Farmacia. Sin embargo, ya no volverá a presentarse a ningún examen. Jacques perpetra el engaño con tal habilidad que ninguno de sus conocidos dudará de que ha obtenido su título de doctor en Medicina. Tampoco de que poco después ha conseguido un prestigioso puesto en Ginebra como investigador de la Organización Mundial de la Salud, a donde se desplaza desde su lugar de residencia en una zona de Francia cercana a Suiza para codearse con importantes científicos y políticos. Pero Jean-Claude no trabaja en ningún sitio: sus días transcurren en diferentes cafeterías, parkings, isletas de autopistas, donde lee prensa y revistas científicas o sencillamente dormita. A veces, se dedica a vagar sin rumbo por los bosques de Jura. Y al igual que el protagonista de la película de Eduard Cortés, financia sus gastos solicitando dinero a sus familiares y conocidos que, presuntamente, deposita en cuentas bancarias en Suiza. Sin embargo, llega un punto en que sus estrategias para obtener dinero se agotan. Algunos de los estafados comienzan además a desconfiar de él. Ante la posibilidad de que su verdad salga a la luz y, desde la creencia de que su familia no podrá aceptarla, Jean-Claude decide asesinarla y suicidarse posteriormente. Los mata, se cita con una amiga íntima con idéntica intención de asesinarla aunque ésta logra escapar, regresa a casa, ingiere barbitúricos y prende fuego al hogar familiar. Se salva milagrosamente. Tan milagrosamente que las pruebas médicas apuntan a que tomó los barbitúricos cuando los bomberos estaban ya en camino hacia la casa y que su suicidio, por tanto, no fue sino una impostura más antes de ser encarcelado.

Y, no obstante, no la última. Porque una de las conclusiones que se desprenden del libro de Emmanuele Carrère es que para Jean-Claude Romand, habituado a simular ser quien no era durante casi veinte años, a inventar para quienes le rodeaban una vida inexistente, la impostura se ha convertido en una segunda naturaleza que coarta todo acceso a la verdad de su persona, de sus recuerdos, de sus sentimientos. Todos sus gestos, sus palabras, sus acciones, siguen teniendo como único objetivo el mismo que le guiaba antes de asesinar a su familia: ofrecer una imagen favorable de sí mismo a los demás, con independencia de que esa imagen se corresponda con los hechos que fraguaron su vida en el pasado o con sus juicios y valoraciones presentes. Los psiquiatras que le han tratado sospechan que ni tan siquiera se da ya en él esa doblez que se presupone en la conciencia de la mentira, la que consiste en conservar una idea de la realidad que se altera o deforma mediante el discurso: Jean-Claude dice lo que cree y cree lo que dice, y sus creencias se reconstruyen día a día en función de las interpretaciones que le brindan los propios psiquiatras que lo visitan en la prisión sin admitir contraste alguno con una verdad que ni él mismo parece poseer. No es posible, pues, descubrir quién fue y quién es Jean-Claude Romand más allá de la máscara cambiante e incoherente a lo largo del tiempo que expone ante sus semejantes tratando de ajustarla a su preocupación por presentar una imagen positiva de sí mismo. Ni llegará nunca a saberse en qué ocupaba las horas, ni qué pensaba y sentía durante su transcurso, de todos aquellos días en que salía de su casa para enfrentarse a la nada y al vacío ocultos tras su título y trabajo ficticios.

Termino de escribir esto y pienso que todos hemos mentido en numerosas ocasiones para ofrecer a los demás una imagen más favorable de nosotros mismos. Que es probable que nos mintamos sin saberlo para componer ante nuestros propios ojos un retrato de aquello que somos más acorde con nuestros deseos y juicios morales. Que, entonces, también en nuestro caso se halla vedada, para los otros y desde la intimidad de nuestra propia conciencia, la conquista de un conocimiento último, indiscutible, preclaro, acerca de quiénes fuimos y quiénes somos. Pero tal vez lo que nos separa de Jean-Claude Romand resida en nuestra capacidad para anticipar las consecuencias de nuestras posibles mentiras y en la decisión de optar por la verdad, por dolorosa o incómoda que ésta sea, cuando las percibimos en la distancia como aún más dolorosas e incómodas que la propia verdad.

Sólo que esa línea fronteriza entre Jean-Claude Romand y nosotros no resulta tan nítida si tenemos en cuenta que toda una vida de monstruosa impostura puede comenzar con una pequeña mentira. Y que muchas son las veces en que erramos en la previsión de las consecuencias de nuestros actos, o las circunstancias que podrían conducirnos a un fatal error de cálculo.

36 comentarios:

dErsu_ dijo...

Al lado de estos campeones, Jannings, Emil Jannings, no era más que un aficionado, cuando protagonizó "Der letze Mann", de Murnau.

TRoyaNa dijo...

Antígona,
vi la película hace tiempo pero la recuerdo vivamente.Me parecía un increible esfuerzo y una tensión contínua vivir en ese estado de desdoblamiento total.
Es curioso la extrapolación que apuntas sobre si todos mentimos o nos mentimos y hasta qué punto.
Yo creo que todos en algún momento hemos falseado algo de nosotros en pos de ofrecer una mejor imagen de cara a los demás o incluso hacia nosotros mismos,una imagen que no nos nos perturbe y más bien,nos conduzca al equibrio entre los distintos yos que ya estipulaba Freud.
En cualquier caso,creo en esas mentiras hay grados,porque incluso cuando mentimos a otros o a nosotros mismos,somos conscientes de dónde está la verdad y de quienes somos.Y esa es la diferencia con el protagonista de "La vida de nadie"o de Jean-Claude Romand.Ellos ya no saben quienes son,han perdido la distancia entre la realidad y la ficción,han creido el papel que desempeñaban,ya no hay desdoblamiento,en realidad.
Todas esas personas que se casaban,o se casan,con quienes no aman,que tienen hijos sin desearlo,que se resignan y renuncian ante el verdadero reclamo de sus deseos,saben muy bien que se están engañando,y esa frustración se arrastra durante años cuando no toda una vida.
Para mí son mentiras a dos niveles,a nivel inconsciente e inconsciente pero ambas en esencia,se dejan empujar por el mismo motor:el miedo.
Miedo a ser uno mismo/a,a mostrarse tal cual es,imperfecto,vulnerable,en conflicto con su situación actual.
De ahí,las máscaras,las mentiras,que son como un castillo de naipes o como fichas de dominó colocadas unas detras de otras,en cuanto cae una,poco a poco van cayendo las demás.
Una reflexión interesante,Antígona,que invita a mentir y mentirse a uno/a mismo lo justo,sin perder nunca el rumbo de quíenes somos en realidad.

Un abrazo y un beso!

Miss.Burton dijo...

La peli, la ví, me pareció increible, cómo alguien puede hacer semejante esfuerzo de desdoblarse, o incluso poder llevar mas de dos vidas, en algunos casos, teniendo a mano lo que es mas simple que nada, y es que la vida la elegimos cada uno, y no es necesario mentir, simplemente, cuando algo no nos vale, ó no lo queremos, ser honestos con los demás y con nosotros mismos, es para mi un deber, y seguir adelante, aunque suponga un esfuerzo descomunal, y la vida no sea tan bonita. Pero hay que ser valiente para ello, y no todos lo son. Ayer hablaba con alguien que lleva una doble vida. Por un lado, tiene la novia perfecta, de buena familia, como la quiere él, con una vida interior rica, y encima guapa. Este señor, a la vez, simultanea un pasado oscuro, varias mujeres a la vez, casi todas de polvo la noche y adiós, y tiene serios problemas consigo mismo, se pasa la vida inventándose como un ser cojonudo para los demás, y al llegar a su casa, ó a un cualquiera como yo, se derrumba y toda la mierda sale para fuera. Le decía: Mira, esa mujer te quiere, y es una tía muy valiosa, la estás jodiendo la vida. A su manera, él también decía quererla, sólo a ella porque ella era buena y no como las zorras que se tiraba.. Está emfermo, obviamente...
Mentir es algo patológico, como bien describes en el post, no saben que mienten llegados a un punto determinado, y lo único que inspiran es pena, porque sabes que están mal de la cabeza. Eso sí, cuando encuentro alguien así, por mucho encanto que tenga, por muy atractivo que parezca, por muy buena persona que aparente ser, se que tengo que estar bien lejos de esas personas. Porque soy tan estúpida que acabo creyéndolos. Y mira que es fácil señarlarlos con el dedo, son una puta mentira con patas, pero a veces, te creés todo lo que oyes, que es mi caso.
En fin, no te mareo más. Para mi sólo hay dos tipos de personas, las buenas y las malas, y éstas, son malas de cojones. Y te lo digo por experiencia, lamentablemente.
Lo interesante sería, ver hasta que punto estás exentos de culpa por supuesta emfermedad, y hasta que punto saben que están haciendo mal... Esa delgada línea, los convierte en hijos de puta o hijas de puta universales, ó en personas como todos nosotros, frágiles, débiles, que según el día, con una mentira piadosa, podemos enmendar mas que con una verdad hiriente.
Yo creo que estos casos qeu señalas, son emfermos patológicos, y que al no darse cuenta de la emfermedad, no puede ir a pedir ayuda, simplemente, porque piensan que no la necesitan.
Odio la mentira, Antígona, la he vivido muchas veces, y la odio. Ha venido a recordarme, una verdad olvidada, la de las mentiras.

Marga dijo...

Desconocía el caso de Jean-Claude aunque la película que mencionas sí la vi hace mucho tiempo y es cierto que me impactó, más como curiosidad (ser consciente de que existen personas así me alucina por mero desconcierto vital, me sorprende la capacidad del ser humano para joderse y joder la vida) que por credibilidad… debe tratarse de una enfermedad mental recuerdo que pensé al terminar la película, porque por mucho que lo intente me considero incapaz de llevar a cabo algo así, será por pereza, por neurótica con carné (la cantidad de posibilidades de que todo salte por los aires se multiplica por mil con respecto a la “normalidad” y eso me destrozaría el día a día, jeje) pero sobre todo porque me parece una solemne estupidez y no encuentro razones para montar semejante bola de nieve y olvidar la posibilidad de que tendrá fecha de caducidad inevitable… por eso llegué a la conclusión de que no podía ser otra cosa que un descabale mental capaz de nublar el juicio, no me quedaba otra.

Para mí la mentira sólo tiene un sentido y es la de salvar el pellejo (entiéndase por pellejo incluso la vanidad o cualquier otro que consideremos) pero la mentira de la que hablamos se salta la naturaleza propia de la mentira ya que sólo puede conducir al suicidio de ese mismo pellejo,va contra el instinto de supervivencia y la razon que nos impulsa a calibrar las consecuencias de nuestros actos… asi que pienso que la línea que nos separa de ese tipo de mentira no es un línea, es una enorme grieta. Y no creo que el punto de partida se produzca por un hecho azaroso que desencadene el resto sin que podamos evitarlo como tantas otras pulsiones que nos definen, no, ésta vez no soy capaz de verlo sin la existencia de una disfunción previa. Es la disfunción la que ocasiona el error de cálculo y no al revés, o al menos eso es lo que me parece...

O que todo en la valoración del comportamiento humano me parece cuestión de magnitud y ésta me parece tan exagerada que... jajaja.

En fin, mira que me haces centrifugar, eim??

Besos con suavizante!

Carmela dijo...

No soporto la mentira; y no podría tirar la primera piedra, pero no la sopoto. Una mentira siempre provoca un desatre y hace daño. A los demás, pero sobretodo a nosotros mismos.
Un beso Antígona.

El peletero dijo...

Apreciada Antígona, supe del suceso cuando se produjo al dar la prensa la noticia. Y vi “El adversario” cuando la estrenaron.

Frente a ello no hay nada que decir, es literalmente espeluznante, la verdadera razón del miedo básico que es el no ser.

Se cuenta que el diablo, como gran mentiroso, no tiene entidad propia y que vive de la de los demás. La mentira te mata en vida porque te despoja del ser. El protagonista de los hechos no es verdaderamente nadie, no existe ni existió. Mientras vivía, y aunque su familia, amigos y vecinos hablaran con él, estaba muerto, era un pelele, un monigote, menos que nada.

Siempre he creído en la aseveración que afirma que no se puede engañar a un hombre honesto, entendiendo por ello que toda mentira necesita a otro mentiroso para echar raíces. ¿Era su familia mentirosa también?

Cuentan que la mentira, como la verdad, restablece un equilibrio perdido. ¿Cuál?

Dices que: “todos hemos mentido en numerosas ocasiones para ofrecer a los demás una imagen más favorable de nosotros mismos”, es cierto, pero nuestra mentira no surtiría el más mínimo efecto si no halagara también a nuestro oyente.

Besos.

Este es un tema apasionante.

k dijo...

Yo también, como Dersu, pensé en El Último cuando empecé a leer tu texto (de hecho, creo que voy a verla a continuación, después de cenar).

Pero después he seguido leyendo y has conseguido, tirando de ese hilo alucinante, ponerme los pelos de punta. Ni por un momento me imaginé los derroteros que iba a tomar tu reflexión.

Valoramos la verdad como un bien tan preciado que se nos hace inconcebible el hecho de suponer a alguien tan necesitado de proyectar una imagen positiva de sí mismo que directamente olvide quién es, tal vez incluso como un mecanismo de defensa y de supervivencia: si por un momento fuera consciente de la persona que es en realidad, o del daño que hizo (antes del daño definitivo de acabar con las vidas de las personas que le querían), probablemente no podría soportarlo. Me sorprende la capacidad humana para auto-protegerse, y que esta conviva tan alegremente con la capacidad de auto-juzgarse y auto-infligirse dolor y no auto-perdonarse.

Qué gran texto. Quisiera decir muchísimo más, pero no puedo (la excusa es que no quiero extenderme, pero la verdad es que no puedo!)

Un beso.

David dijo...

Otra película más para engordar la lista de cintas pendientes.

A veces he pensado que madurar consiste en ir rasgando las mentiras que, como trajes de carnaval, el entorno nos ha ofrecido (a veces inculcado con la violecia más subterránea) sibilinamente para apaciguar el miedo a ser uno mismo. El caso del que hablas es muy extremo: la mentira total como una tentación aniquiladora. Sin embargo, creo que tiene razón quien dijo que , por más frecuentes y menos perceptibles, son peores las medias verdades (Nietzsche quizá, no recuerdo).

Me encanta la película de Murnau a la que alude dErsu y K. No había caído en ella. Yo al leerte esta vez he recordado un poema de L. Cernuda sobre el tema. Se titula "Dejadme solo". Transcribo de memoria la última estrofa:

"La verdad, la mentira,
como labios azules,
una dice, otra dice,
pero nunca revelan verdades y mentiras
su secreto torcido.
Verdades y mentiras
son pájaros que emigran
cuando los ojos mueren."

Un beso!

Carmela dijo...

No he visto la película y se me hace difícil, imaginar toda una vida basada en la mentira, realmente creo que esa persona debe tener una confusión total entre la vida real y la que inventa, o mas bien, vive en la inventada y deambula por la real como un fantasma, sin encontrarse en ella. Se me hace muy difícil, pensar en alguien que llegue a esos extremos de mentiras. Yo creo que todos hemos mentido alguna vez (o para no ser tajante, casi todos), pero hay muchos grados de personas mentirosas. Las hay que mienten , pequeñas mentiras o mentirijillas como ellos dirían, sin sentir realmente que hagan mal, es algo habitual en ellos, agrandan, exageran, disminuyen la importancia de algo, acomodando todo al discurso de su conversación, en realidad casi ni se dan cuenta que lo hacen y por eso ni siquiera disimulan o lo intentan colar, es algo intrínseco a la persona; los hay que mienten a conciencia, con intención de engañar, a menudo no con buenas intenciones y sin importarles dañar a alguien; otros mienten con la intención de hacer bien a alguien, lo que llamaríamos mentiras piadosas; los hay que mienten por desesperación, porque no encuentran una salida que no sea a través de una mentira, pero les duele hacerlo y no buscan doler a nadie; ....bueno habría tantas formas distintas de mentiras y de personas que mienten que sería larguísimo de definir, pero hay algo fundamental para mí, que es si la persona es o no honesta; una persona honesta que ha mentido sufre con ello y se le hace insoportable vivir con esa mentira una vez que la ha hecho y si es realmente honesta, se desnudará de ella, sean cual sean las consecuencias.

Un beso!!

Unknown dijo...

Creo que partimos de una premisa equivocada al adjudicar al hecho de una simple mentira, el comienzo desaforado de una serie de mentiras interminables en la vida de cualquiera de nosotros. Hace falta tener una personalidad desequilibrada para huir durante años de la realidad y tomar un atajo de semejantes consecuencias trágicas, al sentirse acorralado. Por pragmatismo, comodidad o miedo, todos hemos soltado trolas, y sin embargo, apenas un puñado de humanos, son capaces de vivir una vida de engaños, sin prever como bien notaba Ud. que un día el castillo de naipes caerá ante cualquier brisa.
El caso del Sr. Romand es uno de tantos, y en Madrid tuvimos también a nuestro psicópata. Las apariencias, pueden llegar a convertirse en un acicate mórbido, capaz de torceer la realidad hasta sus límites de resistencia. Seguramente, en esta larga crisis, habrá quien haga virguerías para seguir los postulados de un dicho que escuché una vez: "Si hay miseria, que no se note".

Desclasado dijo...

Me ha gustado muchísimo como lo expones, pero la historia en sí, a pesar de su truculencia, no me ha impresionado excesivamente.
Sin entrar ya en lo que tantos políticos practican: mentir tanto que construyen una falsa realidad paralela en la que vivimos el resto; unos por obligación, no hay más mundo posible y otros por autoengaño o seguir la corriente, si tomamos la versión española que expusiste al principio a mí no me extraña absolutamente nada que un ilustre financiero se tire años vendiendo aire e incluso pueda acabar su vida así siendo una persona socialmente "respetable".
Pasado mañana, por ejemplo, nos dirán que los mercados han caído un 23% y eso ha provocado grandes perdidas, mientras en la realidad tangible nada se ha perdido: las cosechas están intactas, las minas siguen dando mineral y no han muerto millones de pescados en los mares por alguna catástrofe.
Todo mentira y vivimos en ella.
Saludos.

Desclasado dijo...

Ah, perdón, se me olvidó: no he visto películas ni leído libros al respecto, así que escribo muy virgen en ese aspecto y tal vez si hubiese visto la peli lo vería de otra manera.

Antígona dijo...

No he visto la película, Dersu, pero he buscado el argumento por la red y me ha parecido una historia igualmente inquietante y angustiosa. Ahora, es cierto que la prolongación en el tiempo de la mentira no deja de hacerla infinitamente más gravosa. Y más ardua de soportar.

Un beso!

Antígona dijo...

Es que yo creo que estas películas es de las que dejan huella, Troyana, porque cualquiera que la vea no dejará de sufrir todo lo que el protagonista parece sobrellevar con tanta, si no calma, sí desde luego una cierta tranquilidad fruto de la costumbre. Al tiempo, creo que es imposible verla sin establecer, aunque sea por contraste y oposición, una cierta identificación con el personaje que nos lleva a preguntarnos si nosotros podríamos soportar una situación así, o a imaginar cómo se puede vivir bajo tal tensión sin caer enfermo o suicidarse mucho antes.

La extrapolación que hago responde a que no tengo muy claro si la diferencia entre Romand y el resto de los humanos es puramente cuantitativa o hay un salto cualitativo entre sus mentiras y las nuestras. Porque la mentira entre los humanos es un hecho muy común por múltiples motivaciones: ofrecer una mejor imagen de nosotros mismos, tratar de evitar a los otros un daño que creemos que podemos ahorrarles, no defraudarles, cumplir con sus expectativas… Supongo que estas últimas podrían atribuírsele también a Romand, por ejemplo, en el momento en que decide no comunicar a sus padres que no ha podido presentarse a los exámenes finales. Pero es que resulta que hay muchas personas, incluso algunos políticos famosos, que han mentido con respecto a sus títulos universitarios y luego se ha descubierto el engaño. ¿Cuántas no habrá entonces que lo hayan hecho igualmente sin que se haya descubierto? ¿No estaremos ante un fenómeno más común de lo que pensamos? Sí, es cierto que muy poca gente sería capaz de llevar la mentira tan lejos como lo hizo Romand, o de sostener una mentira que afecta hasta tal punto a su día a día y a todos los afectos que ha ido conquistando a lo largo de su vida, que es lo que más alarmante me parece de su caso. Pero el hecho de que todo parta de una mentira –la que oculta su fracaso en los estudios- que no es tan rara en nuestra especie es lo que me lleva a pensar que, a lo mejor, no existe un abismo, un corte abrupto, una diferencia tan sustancial, entre Romand y el resto de los mortales.

Por otra parte, estoy de acuerdo en que hay grados en la mentira, y que lo más peligroso psicológicamente es lo que le sucede a Romand: que uno esté tan acostumbrado a mentir que acabe perdiendo la noción de cuál es la verdadera realidad y no se dé cuenta de que miente. Pero también diría que hay muchas personas que se mienten sin saberlo y que acaban reinterpretando su pasado, por ejemplo, a conveniencia, sin conciencia de mentirse a sí mismos. Como también creo que hay mucha gente que se autoengaña –pienso ahora mismo en el protagonista de la película de Bergman “Fresas salvajes”, o en la de aquella otra de Woody Allen “La otra mujer”- y sólo después de mucho tiempo, por diversas circunstancias, acaba descubriéndolo.

Es verdad que el miedo es una de las fuentes de la mentira: miedo a reconocerse un fracasado, miedo a que no nos quieran tal y como somos, miedo al juez interior que todos llevamos dentro y no nos deja tranquilos… Y justamente por ello creo que ese miedo puede llegar a tejer un grueso velo ante nuestros ojos que nos ciegue durante toda la vida ante nuestra propia verdad.

Un beso!

Antígona dijo...

Miss Burton, quizá la historia no sea tan tan increíble. Los espías, por ejemplo, son por definición personas que llevan una doble vida y que se han acostumbrado a vivir en esa duplicidad, ocultando incluso a sus propias mujeres o personas muy allegadas aspectos fundamentales de sus vidas para no ponerlas en peligro. No es que quiera comparar el caso de Romand con ellos, claro, pero su puesta en relación revela que no es imposible vivir mintiendo o inventando una realidad que no existe. La diferencia fundamental la veo en el hecho de que el espía miente para ocultar una vida que no puede mostrar pero que tiene una meta, un objetivo, un sentido, una consistencia. Mientras que Romand miente para ocultar que no es nada, que no hace nada, de manera que detrás de su mentira no hay otra vida, sino el vacío más absoluto. Y supongo que esta diferencia entre el espía y Romand determina muy esencialmente el modo en que psicológicamente se vive la doble vida. De hecho, los amigos de Romand, al enterarse de la tragedia y averiguarse poco después que no trabajaba en la OMS, fue lo primero que pensaron: que Romand era un espía que mentía para proteger a su familia. Lo que les resultaba increíble es que detrás de su mentira pudiera no haber nada, ninguna vida, ningún otro trabajo.

El caso del que hablas revela, a mi modo de ver, una profunda inmadurez en la persona que lleva esa doble vida. Porque madurar es aceptar –y la aceptación de esta verdad es dolorosa- que apostar por una determinada posibilidad de uno mismo implica, necesariamente, renunciar a, desechar otras posibilidades que son, por diferentes motivos, incompatibles, inviables con la posibilidad elegida. Sin embargo, la persona de la que hablas no es capaz de semejante renuncia: quiere su vida de ennoviado pero también otra vida de no ennoviado. Quiere A y no-A y pretende convertir su vida en el espacio de satisfacción de esos dos deseos, abiertamente contradictorios. Pero sus deseos contradictorios sólo pueden satisfacerse a fuerza de que pertenezcan a planos separados, independientes, y eso es lo que le exige llevar una doble vida que es al mismo tiempo fuente de sufrimiento interno, porque al menos se da cuenta de la traición que supone para su novia. En fin, yo no sé si es un enfermo, pero igual la ayudita de un psicólogo no le venía nada mal.

También yo conocí a una persona que se mentía a sí misma sin ser consciente de sus propias mentiras, en asuntos que indicaban una fuerte incapacidad para aceptarse a sí misma y que además acababan afectando a las personas que le rodeaban, y acabé alejándome radicalmente de esa persona. Y no sólo por el desequilibrio que esas mentiras que acababan para ella convertidas en verdades incuestionables revelaban, sino porque tuve la percepción de que su grado de desequilibrio la imposibilitaba para mantener relaciones de amistad. Sería un poco largo de explicar, pero vamos, lo digo porque a mí también me parece que acaba siendo muy difícil tratar con alguien no que miente, sino que ya no distingue entre sus mentiras y la realidad.

Con respecto a lo que dices de si estas personas que se mienten son enfermos o saben que están haciendo mal, no lo tengo nada claro. Habrá casos y casos. El de Romand sí me parece que es un claro caso de enfermedad mental, pero no creo que pueda saberse si su enfermedad estaba ya presente en su primera mentira, o ha sido producto de tantos años de sostener mentiras tan comprometedoras, aunque yo me decantaría por esta última opción. Sea como fuera, como señalas, según el libro de Carrère, Romand es un hombre que no sufre y que por ello no acepta ninguna terapia psiquiátrica. Y supongo que no sufrir después de haber asesinado a toda tu familia es algo que no podemos dejar de interpretar como tremendamente patológico.

Un besazo!

Antígona dijo...

Niña Marga, pues te remito de entrada a todo lo que le he dicho a Miss Burton sobre los espías. Y me temo que está clarísimo que tú no servirías para espía, jajaja :) Aunque yo tampoco, eh?, que cada vez que tengo que soltar una mentirijilla no veas la angustia que me entra con sólo de pensarlo, así que la mera idea de tener que estar mintiendo constantemente, ay, creo que me daría al poco un infarto y acabaría seguro en una institución psiquiátrica con una camisa de fuerza :)

Está claro, no obstante, tal y le decía también a Miss Burton, que los casos del espía y Romand no son analogables porque la mentira de este último carece de todo sentido. Y me parece muy lúcido que deduzcas la condición patológica de Romand de su “solemne estupidez”. Porque es cierto: su mentira va contra el más elemental instinto de supervivencia y no es difícil anticipar que antes o después conduciría al más estrepitoso fracaso. ¿Sobrevaloró su inteligencia Romand al creer que podría sostener su mentira hasta el final de sus días? ¿Cómo era capaz de afrontar cualquier perspectiva de futuro? ¿Fue presa de un exagerado y destructivo cortoplacismo? ¿Qué fallaba en su persona, en su cabeza, en su relación con los demás? La verdad es que este personaje me suscita un montón de preguntas y lo que más me llama la atención es que los psiquiatras hayan llegado a concluir que ninguna de ellas podrá ser respondida porque resulta ya imposible acceder a la verdad de Romand, aniquilada por la careta que constantemente pone sobre sí.

Ahora bien, ¿no es cierto que los seres humanos somos los únicos animales capaces de saltar por encima de cualquier instinto de supervivencia? El suicidio es la prueba más clara de ello. Pero también el que haya tipos que provocan a otros que miden tres palmos más que ellos y pesan veinte kilos más. Quiero decir, que aquí el instinto de supervivencia, o la natural evitación del dolor, aconseja quedarse calladito pero siempre existen kamikazes que no lo hacen. ¿Es esto sólo fruto de la estupidez? No lo creo. Además de que los seres humanos tenemos también tendencias autodestructivas que contravienen esa presuntamente natural inclinación a la supervivencia y cualquier valoración racional de adaptación a las circunstancias que nos rodean.

Son razones como ésta, junto a las que he mencionado en otros comentarios, las que me llevan a pensar que la diferencia entre Romand y el resto es de grado, pero no cualitativa, por más que finalmente sí pueda decirse que Romand ha acabado siendo, en función de sus propias elecciones, un enfermo mental.

O quizá haya un punto en que la cuestión de grado, por absoluto sobreexceso, se convierte en cualitativa, no lo sé. Ay, ¡cuántas preguntas! Y yo no tengo una respuesta clara, para nada.

¿Y lo que me hacéis vosotros centrifugar a mí? A este paso, un día me peta la maquinaria, jajaja.

Besos dándole vueltas al tambor!

Antígona dijo...

Carmela, a nadie nos gusta que nos mientan. Pero, ¿quién no miente? La vida social, por ejemplo, nos obliga a ello en aras de la buena convivencia, como cuando alguien, por ejemplo, a quien se ve tremendamente satisfecho con su nuevo atuendo, nos pregunta qué tal le sienta y le decimos que muy bien guardándonos nuestra verdadera opinión para no hacerle daño. Y como éste, podría haber mil ejemplos, porque por mucho que apreciemos el valor de la palabra, sabemos que la vida social sería imposible sin la hipocresía y la mentira.

Besos!

Antígona dijo...

Así es, Peletero, la historia es espeluznante por muchos motivos. Uno no puede dejar de imaginar qué sucedería si se enterara de que la persona que tiene a su lado es una especie de Romand. Y creo que la reacción primera sería la del más puro terror como si, en efecto, descubriéramos que estamos cohabitando con el mismísimo diablo. Con alguien cuya naturaleza desconocemos totalmente y de quien podríamos esperar los más terribles acontecimientos.

Por otra parte, tienes razón, pese a lo paradójico que resulta. Romand miente porque no soporta la idea de no ser, porque no soporta la idea de no ser nadie, nadie relevante, nadie merecedor de afecto y admiración. Al mismo tiempo, la mentira con la que pretende encubrir ese no ser nadie –nadie desde la tiranía que impone la perspectiva social del éxito y el triunfo- es lo que le priva de la posibilidad de ser, lo que le arroja día a día al vacío del más puro no ser. Es una de las preguntas que más me obsesiona con respecto a su caso, que más obsesionaba al periodista que escribió sobre su caso: ¿cómo transcurrían esos días de vacío de Romand, cómo era capaz de levantarse cada mañana y enfrentarse a las muchas horas de nada que tenía por delante? ¿Cómo no fue mucho antes presa de la angustia?

Es interesante eso que dices de que toda mentira necesita a otro mentiroso para echar raíces. ¿Es realmente cierto? Quizá todo dependa del tipo de mentiras de las que estemos hablando y del tipo de efectos que surtan sobre los presuntos engañados. Es cierto que las mentiras de Romand favorecían a su familia. Les daban la posibilidad de vivir con un estatus y unos lujos que no hubieran disfrutado de no haber mentido Romand. Pero, ¿significa eso que sean ellos también unos mentirosos? ¿Que jamás se interesaron por saber la verdad? ¿Que jamás quisieron indagar en esa verdad, por más que tuvieran sospechas sobre las mentiras de Romand? Yo no creo que existieran tales sospechas. La base de las relaciones humanas es la confianza en la palabra del otro, más aún del otro cercano, del otro íntimo. La confianza no es puesta en cuestión a no ser que se nos dé motivo para ello. Actúa como un presupuesto que necesitamos para establecer vínculos. Somos conscientes de la hipocresía que practicamos en el plano social que menos nos compromete, pero damos por sentado que la amistad, el amor, no pueden tener como fundamento la mentira, aunque ocasionalmente hagamos uso de ella. E incluso ese uso ocasional es ejercido con precaución y mala conciencia, porque sabemos con certeza que la mentira puede arruinar esos lazos más estrechos.

¿Que la mentira restablece un equilibrio perdido? No se me ocurre de qué forma.

Es verdad que las mentiras que triunfan son, si no siempre las que halagan, sí las que convienen al engañado. Son muchas las ocasiones en las que mentimos porque el otro espera de nosotros escuchar esa mentira –no digo que sea consciente de la mentira, sino que eso es lo que quiere escuchar-, porque nuestra mentira es lo que menos problemas le causa, porque de nuestra imagen favorable impostada obtiene algún tipo de gratificación.

Besos!

Antígona dijo...

Pues ahora sí que ya no voy a tener más remedio que bajar la peli para verla, K. Ya citada por dos veces y yo sin conocerla, ¡no puede ser! :)

Es que la verdad es, en efecto, un bien muy preciado, porque, aunque conviva socialmente con la hipocresía y con la mentira, la vida social sería imposible si asumiéramos que todo el mundo, en todo momento, miente, o nos cupiera la duda de que todo el mundo, en todo momento, puede estar mintiendo. Y sería imposible porque la mentira generalizada arruinaría el sentido mismo de la palabra y nos condenaría al silencio, a la incomunicación, a la falta de diálogo. El valor de la palabra reside, entre otras cosas, en su veracidad como condición necesaria para que hagamos uso de ella.

Inconcebible es una buena palabra para describir el caso de Romand. Sin embargo, ha sido real, Romand vive aún, creo que en el 2015 saldrá de la cárcel. Romand es un misterio viviente, alguien que debería ser instalado en el museo de las rarezas humanas, rarezas extremas, nadie va a negarlo, pero también humanas. Por qué Romand no pudo ser consciente del daño que hacía… se dice aquello de que “nadie hace mal a sabiendas”, quizá Romand creía en su día a día que menos daño hacía mintiendo que revelando la verdad, que menos daño hizo a su familia asesinándola que descubriéndoles la mentira que habían compartido con él durante casi veinte años. Pero es difícil saberlo, comprenderlo.

Un beso!

Antígona dijo...

Y van ya tres veces, Arturo, que sale la película de Murnau. ¡Tengo que hacerme con ella pero ya!

Es una buena reflexión la tuya sobre la madurez y la mentira. ¿Por qué tanto miedo a ser nosotros mismos? ¿Por qué tanta dificultad para aceptarnos en lo que somos? Tal vez a lo que tenemos miedo es a que no se nos quiera tal y como somos, y hay un momento en nuestro desarrollo en que no somos todavía capaces de asumir que no podemos satisfacer las necesidades de todo el mundo, que nunca podremos estar a la altura de lo que creemos se espera de nosotros, o a la altura de lo que pensamos que hay que ser para granjearnos el afecto de los demás. Por eso recurrimos al maquillaje, a las caretas, al traje de carnaval. Hasta que nos damos cuenta de que esa operación tampoco funciona, porque en el fondo, seguimos deseando ser queridos por lo que somos, y no por nuestras máscaras embellecedoras de nosotros mismos. Que ese amor ganado por la mentira no puede satisfacernos a nosotros mismos. Que deseamos que se nos ame también por nuestros defectos, por nuestras debilidades, por nuestras miserias. Y empezamos a aprender que debemos arriesgarnos a mostrarlas y que los otros seres humanos, con sus defectos, sus debilidades, sus miserias, no necesariamente actuarán como jueces tan estrictos y censuradores como podemos llegar a serlo nosotros con respecto a nosotros mismos.

Es hermosa esa estrofa del poema de Cernuda. Muchas gracias por ella. Me sugiere lo que comentaba hacia el final del post de que nunca llegaremos a saber dónde reside la verdad de nosotros mismos, de los otros, inevitablemente entrelazada con la mentira incluso cuando no existe voluntad de engaño.

Un beso!

Antígona dijo...

Carmela, creo que a todos se nos hace muy difícil imaginar esa vida y por eso ha habido ya tres directores de cine que no se han resistido a la tentación de intentar proyectarla sobre una pantalla, tratando de hacerla para el resto un poco más imaginable. Pero el resultado, si ves la película, comprobarás que sigue siendo tan sorprendentemente inverosímil como la propia realidad.

Es cierto, hay muchos grados de personas mentirosas, tantos como formas hay de mentir, tal y como expones en tu comentario, y no es fácil encontrar a alguien que en alguna ocasión no haya incurrido en cada una de las formas de mentira que describes. La mentira, como te decía más arriba, es un hecho bastante habitual en nuestro mundo e incluso podría pensarse que hasta necesario para nuestra supervivencia, si se tiene en cuenta que nuestras relaciones con los otros exigen en muchos momentos que ocultemos nuestros verdaderos sentimientos y opiniones y les manifestemos otros que no son ciertos. Pero estoy de acuerdo contigo: la honestidad de una persona no se cifra en el número de mentiras que cuenta o el tipo de estas mentiras en las que incurre, sino en su relación en general con la mentira: la mentira puede ser un mal menor, un mal necesario en algunas ocasiones, y algo absolutamente rechazable en otras porque supone un falseamiento dañino de la realidad, tanto para los demás como para la propia persona que miente. Supongo que la persona honesta es la que sabe discernir perfectamente estas situaciones y, como dices, actuar con valentía optando por la verdad porque cree que ése es su deber.

Más besos!

Antígona dijo...

Ésa es probablemente, Rodrigo D. Granados, una de las cuestiones fundamentales de esta problemática, porque quizá eso que el interfecto llama una pequeña mentira sea ya una mentira de un calibre tal que resultaría ya impensable para muchos. Aunque no sabemos tampoco –y el libro no aclara mucho a este respecto- cómo era la relación de Romand con sus padres ni si ésta tiene algo que ver con la primera mentira en la que incurre. Y otra cuestión es que, como planteaba en el post, nada de lo que dice Romand para explicar su vida puede tratarse como información fiable, dada su incapacidad para distinguir entre sus propias mentiras y la realidad, de tal forma que ya nunca llegaremos a saber si, tal y como él cuenta, todo empezó con esa primera mentira o fue durante toda su existencia, y quizá mucho antes de aquel suceso, un mentiroso patológico. Romand se morirá y se llevará con él a la tumba el misterio de su existencia.

Entiendo perfectamente que rápidamente se atribuya como poco al protagonista de esta historia el adjetivo de desequilibrado. Pero quizá si el caso de Romand nos llama tanto la atención, por un lado, y nos inquieta tanto, por otro, es porque con ese adjetivo tendemos a alejar de nosotros, a situar en otro plano, algo que sin embargo no nos resulta tan lejano o que nos da miedo porque enseguida empezamos a fantasear con la idea de cómo tendríamos que ser nosotros mismos para poder incurrir en semejantes mentiras. No sé, también la locura es una posibilidad nuestra que tendemos a aislar y mantener tan a distancia de nosotros mismos como nos sea posible porque nos produce un pánico que nunca dejo de asociar a la conciencia no admitida o no reconocida de que no son tantas cosas las que nos diferencian del loco.

Tiene usted razón, en tiempos de crisis las apariencias pueden llegar a tener mucho más valor que la realidad y convertirse en una tabla de salvación a la que agarrarse como a un clavo ardiendo. Quizá la necesidad del engaño y la falta de honestidad se acusan más en tiempos de indigencia o de riesgo de ruina. Pero esperemos que esta crisis no dé lugar a ninguna tragedia como la que tuvo que vivir la familia de Romand a causa de su mentira.

Besos!

Antígona dijo...

Muy interesante lo que dices, Desclasado. Si vivimos en un mundo en el que determinadas formas de mentira son perfectamente habituales y admitidas como válidas, e incluso el pilar fundamental de algunas carreras profesionales, ¿por qué no esperar que algunos individuos traten de hacer también de ella su medio básico de sustento, o su forma de vida? ¿No hay, de hecho, individuos que se dedican a estafar sistemáticamente al resto para ganar dinero sin el conocimiento de su familia? Pero quizá lo que más nos sorprende y angustia del caso de Romand es la soledad de su mentira, el hecho de que nadie, absolutamente nadie, conociera nada de la verdad de su vida, ni nadie pueda, por tanto, dar testimonio del transcurrir de sus días. Como si una mentira compartida, aunque sólo se comparta, por ejemplo, con un pequeño grupo de socios u otro socio, fuera algo bastante más soportable que una mentira arrastrada durante tanto tiempo sin poder ser comunicada con nadie. Y, por otra parte, supongo que nos angustia igualmente imaginar su soledad en todos esos días incontables en que salía de su casa para matar literalmente el tiempo hasta que llegara la hora de regresar a ella. Porque, ya puestos, podía haberse inventado alguna mentira que le hiciera la vida un poco más cómoda. Pero no, no era sólo la economía lo que estaba en juego en las mentiras de Romand, sino una imagen de sí mismo como persona de éxito, con prestigio social, para la que no podía funcionar cualquier mentira. Ahí es, probablemente, en el quicio entre su desmedida necesidad de ser admirado o valorado por su trabajo, por una parte, y el vacío de su ausencia y la incomodidad y riesgo de su mentira, donde situamos la singularidad de su caso y lo increíble de su historia.

Un saludo

Desclasado dijo...

Tras dejar mi comentario, posteriormente le di algunas vueltas al tema en mi cabeza. Estoy de acuerdo con lo que dices: lo gordo es la soledad de la mentira, la impostura de "uno solo y sólo". Es lo que hace escabroso esto. Que la sociedad vivamos en mentiras más o menos normalizadas no es lo mismo: vamos en rebaño, nos hacemos compañía unos a otros.

Saludos. Hasta otra.

El peletero dijo...

Te gustará, hay impostores para todos los gustos:

http://www.lavanguardia.es/opinion/articulos/20101213/54086654857/la-soledad-del-impostor.html

¿El equilibrio?, el de las espectativas de unos con otros, los sueños y las esperanzas rotas, el miedo a defraudar.

Besos.

Marga dijo...

Después de leer tus respuestas y los comentarios (entre ellos el enlace dejado por Peletero, muy interesante) me vienen a la cabeza algunas cuestiones, las que tienen que ver con "los del otro lado", los engañados... se ha mencionado de pasada pero puede tener tanta miga como la del mentiroso.
Leí hace tiempo que curiosamente contradiciendo al dicho del "piensa mal y acertarás" resulta que somos mayoritariamente crédulos, que algo en nosotros nos empuja a creer en los otros y que estamos mucho más inclinados a pensar que lo que nos cuentan es la verdad que al contrario. Somos más fáciles de engañar, por lo visto, de lo que nos gustaría reconocer... no sé, me resultó curioso (hubiera jurado que era al revés, pero no, ya ves).

Y podemos enlazar esa capacidad con todo lo que está sucediendo en las últimas semanas y los informes destapados por Wikileaks... nadie medianamente informado (y hablo de películas, libros, historia... no sólo los fanáticos de información diaria) podría sorprenderse de veras por lo que nos cuentan y sin embargo todos nos sentimos de alguna forma boquiabiertos, heridos en nuestra confianza y escandalizados...

Lo que me lleva a pensar que si realmente somos crédulos no es por confianza o buen sentir hacia nuestros congéneres (cachis, para algo desinteresado que pensaba que existía, jeje), es más bien por comodidad, porque es más sencillo dar por válido lo que me cuentan que pararme a reflexionar la posibilidad de la mentira y sus porqués.

No hay solución pues, la mentira se erige en ganadora, leche! tiene todo a su favor... ufff, jajaja.

Y ya, que mira que tengo carrete y me gusta soltarlo en ésta cueva!

Más besos.

El peletero dijo...

Marga ha explicado muy bien eso que yo trataba de decir al traspasar parte de la responsabilidad de la mentira en el engañado.

Las revelaciones de estos días que nos ha ofrecido Wikileaks no demuestran nada nuevo, no son solamente las relaciones diplomáticas las que funcionan así, las de las llamadas “personas normales” también. Es completamente lógico e incluso necesario, la vida no podría soportar “toda” la verdad ni creo, como se pueda pensar, que una sinceridad total fuera beneficiosa para nadie.

Lo curioso es que después nos podamos sorprender cuando nosotros mismos actuamos igual, pero ya se sabe, todos vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Saludos.

Desclasado dijo...

Lo que ha dicho Marga es como lo de Wikileaks: ya lo sabía, pero me siento escandalizado de oírlo.
Joder...
Pese a que mi tono escrito pueda parecer duro, no lo es; estoy encantado del comentario de Marga; me ha hecho pensar.
Saludos.

iliamehoy dijo...

La palabra mentira, siempre me ha parecido demasiado drástica, tajante en cuanto al concepto y la visión que se puede tener de un hecho o una actitud concretos.Basamos este juicio en una educación y una ley que en función del lugar y la época pueden sufrir variaciones considerables.
Es también cierto que lo que a menudo es un tímido miedo a enfrentar una realidad, (inventamos una jaqueca para no asistir a una cena que no nos apetece) puede convertirse en un pánico creciente y en una forma fácil de eludir responsabilidades.
La finalidad no tiene porque ser esa patológica obsesión por ser aceptados , tambien la vía para conseguir objetivos mucho más materiales (dinero, votos, algún regalo... y así una interminable lista) .
Comportamientos como el del protagonista de La vida de nadie (la he visto 2 veces) me sobrepasan, incapaz de racionalizar ese vacío inmenso que debe suponer construir cada día una vida que no existe.
Como siempre brillante tu exposición.
Una sonrisa

NoSurrender dijo...

Esa historia es fascinante, doctora Antígona. Es un auténtico psicothriller, aterrador, en el sentido de que es evidente que esa enorme pelota de psicopatía incontrolable en que se ha convertido la vida de este hombre, comenzó con una pequeña mentira tan habitual y abundante en la vida de los que nos rodean.

Aquella primera mentira (“oh, sí, aprobé ese examen”), no sé usted, pero yo conozco mucha gente que la ha utilizado. Y alguno de ellos llegó con ella hasta a decirnos a los demás que acabó una carrera que nunca hizo. Y me pregunto cuándo se puede parar esa enorme bola, cuál es el momento apropiado para parar. Y me asusta responderme que cada vez es más difícil y que, por tanto, es más fácil de lo que parece acabar como Jean-Claude Romand.

Parar la bola o despojarse del ser, como dice Peletero. Esa es la cuestión. Porque entrar en esa dinámica, que cada segundo que pasa obliga a mentir nuevamente para parar la mentira anterior, no hace más que alejarnos de lo que somos ante los demás, hasta desaparecer incluso ante nosotros mismos.

Besos, doctora Antígona!

Antígona dijo...

Creo que es así, Desclasado: las mentiras, cuanto más generalizadas son, cuanta más gente las sostiene activa o pasivamente, más puede pasar por verdades y durante más tiempo. Lo que nos lleva a un problema bastante grave sobre la distinción entre verdad y falsedad: si, en última instancia, el criterio que legitima cualquier verdad es la intersubjetividad, es decir, el que se trate de una verdad compartida por todos, ¿es posible que todos estemos engañados con respecto a algo?

Es un problema distinto del de la mentira, es cierto, porque el acto de mentir presupone la conciencia de la que verdad que se falsea u oculta, pero creo que en lo relativo a este aspecto concreto de la mentira solitaria o colectiva ambas cuestiones guardan una conexión bastante estrecha.

Saludos

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Muy interesante, Peletero, lo que plantea el artículo que has linkado. En efecto, como dice el autor, no hay impostura sin coro que la aplauda. Pero es que, por una parte, y como creo que ya he dicho en algún momento más arriba, uno de los pilares de la vida social es la confianza en la palabra del otro. Excepto los muy paranoicos, que piensan que son constantemente víctimas de la voluntad de engaño de los demás, no tendemos a desconfiar de la palabra de los demás a no ser que tengamos motivos para ello. Uno de los motivos suele ser la falta de coherencia del discurso del otro, su incurrir en contradicciones o en narraciones que no encajan unas con otras. Pero si la impostura está perfectamente pensada y logra un hilo narrativo impecable y por ello veraz, ¿por qué razón desconfiar de ella?

Por otra parte, ¿no es cierto que algunas mentiras son bastante más hermosas, o agradables o halagüeñas que muchas verdades? No es raro que nos dejemos engañar frente a una verdad dolorosa y queramos creer la mentira amable si nos resulta más fácil vivir con esta última que con la primera.

Besos!

Antígona dijo...

Marga, te diría entonces exactamente lo mismo que le acabo de decir a Peletero: somos crédulos porque si pensáramos que todo el mundo miente la vida social sería imposible, puesto que inútil, vana, absurda, sería cualquier pretensión de comunicarse con alguien. En nuestro sistema de comunicación, la verdad tiene que ser el presupuesto, y la mentira la excepción, la contravención de ese presupuesto básico.

Junto a esto, tienes razón en lo que dices: es más sencillo dar por válido lo que nos cuentan que plantearse que podría tratarse de una mentira. Pero es que, ¿no crees que resultaría un trabajo descabellado, además de agotador, tener que pararse a valorar a cada momento si lo que el otro nos cuenta es verdad o no? ¿O incluso tener que hacer averiguaciones para comprobar que, en efecto, no nos miente? Si se contempla el problema desde la perspectiva inversa, creo que optar por esa comodidad es en el fondo lo más saludable mentalmente. Aunque también está claro que hay grados y grados de credulidad: hay quien tiene delante una mentira como una casa, que todos los demás detectan, y ni se entera. Y aquí habría que pensar entonces en lo que le comentaba también al Peletero: en ocasiones preferimos la mentira a la verdad, preferimos creer que la mentira es la verdad porque ésta nos resultaría demasiado desagradable para aceptarla.

Demasiadas cosas se juntan, ¿no?, para que seamos antes crédulos que incrédulos.

Particularmente, en relación a los descubrimientos de Wikileaks, no puedo decir que me sienta escandalizada. Precisamente por eso mismo que dices: los informes destapados sólo vienen a confirmar lo que todos ya sabíamos, sólo que sin tener los datos concretos, y por tanto, más en el grado de una sospecha que de un saber reconocido a falta de esos datos concretos. Surgen algunos datos y la sospecha se convierte en realidad. No hay más. O será que yo siempre he sido muy desconfiada con las verdades que se nos cuentan desde las instancias de poder, o que he visto ya a estas alturas demasiadas pelis de Michael Moore, jaja, no sé.

Me encantan tus carretes, guapa, así que no te cortes :)

Besotes!

Antígona dijo...

Peletero, algunas revelaciones de Wikileaks no pasan del nivel del más puro cotilleo, para qué nos vamos a engañar. Y, en efecto, estoy de acuerdo contigo: en muchas de ellas se revela el mismo grado de hipocresía o de ocultación de algunas verdades que todos tendemos a utilizar sin el menor reparo en nuestras relaciones sociales. Un grado de hipocresía que también es necesario, me parece, para que la vida social sea posible. Ahora bien, también creo que esa hipocresía o mentira no puede poder extenderse a todos los terrenos. Digamos que una mujer preferirá que su pareja le diga, el día que más hecha polvo está, que está muy guapa aunque sea mentira. Pero si éste la engaña con otra, probablemente prefiera saberlo. Quiero decir con esto que, en general, sabemos racionalizar el uso de la verdad y la mentira, distinguiendo aquellos terrenos en los que son beneficiosas o perjudiciales.

Más besos!

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Yo creo, Desclasado, que lo que en el fondo nos escandaliza es que determinadas verdades que, como bien dices, todos sabíamos, salgan a la luz y el mundo no se hunda con ello. Es decir, que nada cambie, que nada se derrumbe, que nos parezca perfectamente normal ser gobernados por políticos corruptos y mentirosos. Eso sí que es un escándalo.

Antígona dijo...

Es verdad, Iliamehoy, que hay mentiras que no dañan a nadie y que no tendríamos por qué tener reparos en reconocer ni considerar como intrínsecamente malas. El ejemplo de la jaqueca que pones me parece perfecto para ilustrarlas: decir la verdad, que no nos apetece, podría exigir demasiadas explicaciones o incluso herir a aquellos con los que tendríamos que ir a cenar; la mentira de la jaqueca nos evita muchas complicaciones y puede resultar en un momento dado menos dañina que la verdad, tanto para nosotros mismos como para ellos.

Malo cuando la mentira se convierte en una forma de eludir responsabilidades, por supuesto, pero sólo cuando esa mentira se transforma en un hábito aplicado por sistema. Mentir un día, por ejemplo, para no ir a trabajar, no me parece grave en una persona en general responsable en su trabajo. Pero si la mentira se repite con demasiada frecuencia, ay, entonces nos acabará creando problemas, porque los demás terminarán por desconfiar de nosotros y porque, además, acostumbrarse a la mentira puede, en efecto, degenerar en una patología.

A mí también me sobrepasa el comportamiento del protagonista de “La vida de nadie”, fundamentalmente porque no entiendo cómo puede preferir el infierno en el que la mentira ha convertido su vida a la verdad. Se supone que se miente para obtener algún tipo de beneficio con la mentira. Pero, en el caso de este hombre, es como si todos aquellos beneficios que obtiene no pudieran a nuestros ojos compensar el vacío en el que se sumerge cada día. Quizá por eso nos resulta tan difícil entender el porqué de su mentira.

Un beso y una sonrisa!

Antígona dijo...

Pues esas fueron, doctor Lagarto, precisamente algunas de las reflexiones que me llevaron a concluir el post de la manera en que lo hago. Mentimos en un momento dado y luego no queremos quedar ante los demás como unos mentirosos. Queremos que confíen en nosotros. Para ello, inventamos una nueva mentira coherente con la anterior, y después otra que no se desdiga con ésta… y así hasta que la bola se ha hecho tan grande que amenaza con aplastarnos. ¿Cómo salir de esa espiral? Romand lo tuvo muy claro: antes asesino de su familia que quedar ante ellos como un perfecto impostor. ¿Tanto nos cuesta reconocer que hemos mentido? ¿Tan humillante nos resulta? ¿Tanto necesitamos de la confianza de los demás?

Parece paradójico, después de todo lo que ya se ha dicho en los comentarios sobre la necesidad social de mentir, sobre nuestra tendencia a aceptar mentiras agradables antes que verdades desagradables. Aunque quizá todo dependa, como señalaba antes, de la distinción que hacemos entre ámbitos donde toleramos o incluso queremos que nos mientan, y otros ámbitos donde la mentira nos repugna.

Yo no conozco directamente de mucha gente que haya utilizado esa mentira de los exámenes, pero sí indirectamente o he oído con frecuencia hablar de ello. Ahora bien, es que a mí esa mentira no me parece en el fondo nada trivial, precisamente por las consecuencias que acarrea de no remediarla cuanto antes. Porque, como usted mismo señala, de esa mentira no parada tiempo, no revelada o remediada a tiempo, se deriva la mentira aún mayor de haber logrado un título universitario que no se posee. Lo cual condiciona las posibilidades de encontrar un trabajo u otro y por tanto, si nuevamente no se frena la mentira, desembocará en mentiras aún mucho mayores, tal y como le sucedió a Romand.

Quizá la gente que ha utilizado tales mentiras ha sido más inteligente que Romand –o ha estado más cuerda o menos ávida de reconocimiento- y ha conseguido cerrarla en algún momento aun sin necesidad de revelarla, evitando así que esa mentira tuviera que dar lugar a otra mucho mayor. De lo contrario, habría que plantearse que existen bastante más personas con vidas de completa impostura como la de Romand de lo creemos.

Lo curioso, doctor Lagarto, es que mentiras como la de Romand se producen precisamente al servicio del ser: para ser ante los demás lo que se desea ser o lo que se cree que ellos esperan que seamos; para ser algo y así obtener el prestigio o el reconocimiento que los demás nos prestan sólo por ser ese algo. Tal vez resulte que el ser, entendido de esta manera, constituya una auténtica carga de la que más nos valdría desprendernos o despojarnos, y así liberarnos de la pretensión de ser algo que a tantas mentiras y tanto dolor puede conducir.

Un beso, doctor Lagarto!

c.e.t.i.n.a. dijo...

¡Qué sobrevalorada está la sinceridad! Además cuando nadie la quiere. Todos decimos odiar la mentira pero seguramente nadie soprotaría vivir en un mundo de verdades absolutas. Que tu pareja ya no te encuentra atractivo, que tus hijos te odian, que tus compañeros de trabajo piensan que eres imbécil, que tus padres te ven como un fracasado,...

Quizás ese tipo era más consciente que todos nosotros de la gran impostura y simplemente decidió vivirla a lo grande. Y por lo que parece le funcionó durante muchos años. Más de lo que a muchos nos dura una relación sincera.

Un beso sin impostura