miércoles, 6 de octubre de 2010

Soledad


Revivir bajo la fuerza inesperada de este sol invernal de mediodía, al calor que el movimiento ligero de las piernas en paseo enciende en las costillas junto al deseo infantil de abandonar el abrigo en cualquier esquina. Es el efecto benéfico, ya previsto por repetido, de esta adquirida rutina de las mañanas de domingo, después del amanecer temprano y la obligación cumplida sobre el escritorio, después del lento instalarse de las familiares brumas en torno a la frente tras algunas horas de forzar a los ojos a viajar del libro a la pantalla, del libro al diccionario y de nuevo a la pantalla, mientras los dedos teclean obedientes las palabras claras arrancadas a la lengua extraña. El sonido envolvente de las campanas de la torre del casco viejo que acaba de dejar atrás la apremia. Si quiere ajustarse al horario de costumbre, no debe demorarse ya en buscar una terraza donde culminar el rito dominical ante un café y su cuaderno rayado, ese otro espacio más íntimo que siempre preferirá a la pantalla para la reflexiva, también ociosa retención del río desordenado de pensamientos que invariablemente fluye de sus pies en marcha libre. Los locales que frecuenta al término de la caminata aún se encuentran unas calles más allá. Se desabrocha el abrigo y apresura el paso.

El correr de las aguas se remansa y estanca ahora sobre un único interrogante. Todavía no ha decidido si lo llamará para regalarse una tarde de asueto. De nuevo, el mordisco de la ambivalencia. El péndulo oscila entre la pereza y la conciencia de su, tal vez -sólo tal vez-, excesivo aislamiento. Ni un leve resquicio, bajo el sol radiante y la pintoresca amabilidad de las calles empedradas, de las dudas que al anochecer, a veces -sólo a veces-, le asaltan sobre la naturaleza de los sentimientos que suscita en ella esta nueva presencia en su vida. La cuestión es ésta: después de tanto tiempo, demasiado tiempo, vuelve a sentirse bien sola. Orientada dentro de sí misma, dentro del acogedor refugio en que se han transformado las paredes pintadas de verde pálido de su pequeño piso. Y comienza a darse cuenta de que echaba infinitamente de menos -más que el aire en los pulmones tras un buceo prolongado- esa sensación. Paradójico que sea ahora, en su paulatina recuperación, cuando puede percatarse de su anterior ausencia y del brutal, desesperado desasosiego que hizo crecer en ella. Paradójico también que, pese a lo poco que se relaciona, a los días dedicada exclusivamente a sí misma, a la traducción, a su cuaderno rayado, el agujero en medio del pecho y los alfileres punzantes de la soledad, desplegados dolorosamente por la entera superficie de su piel ya antes de su separación y largos meses después -ahí se le reveló que la soledad puede llegar a doler en el cuerpo-, apenas pervivan ya en ella como un borroso recuerdo. Incluso como un recuerdo de otro que le hubieran relatado y no lograra percibir como suyo. Sólo algunas tardes, a la caída del sol, la invade un turbio sentimiento de pesadez, de opresión en la coronilla y el cuello, que atribuye a la falta de contacto humano, a esa acentuada reconcentración sobre sí que tiende a alejarla de sus semejantes. Quizá no sea bueno que persista en esa posición huraña con la que, por otra parte, tan cómoda se encuentra, de la que tanta tranquilidad extrae. Quizá sea hora de esforzarse un poco por rehabilitar las antiguas vías de acceso al mundo, por cálido que le resulte el centro recobrado de su propio yo y reconfortante la certeza de saberse por él acompañada.

Bajo la lana tupida de su abrigo el calor comienza a ser sofocante. Se detiene, y al girar el torso para desprenderse de él y volver a pasar el bolso por su cabeza, cree intuir una figura en la distancia que la observa. No le apetece hablar con nadie. Tomar su café y sentarse frente a su cuaderno: eso es lo único que desea. Si es alguien que la conoce, mejor adoptar una actitud ausente y seguir su camino. Reanuda la marcha. Sobre el suelo empedrado de la calle estrecha y casi desierta le parece oír el repiqueteo de unos pasos tras ella que caminan a su ritmo. Lo acelera e igualmente parecen hacerlo los pasos. Malhumorada, se detiene de nuevo y finge rebuscar algo dentro del bolso. Si un amigo o un conocido quiere saludarla, mejor propiciar el encuentro cuanto antes y pretextar cualquier excusa para librarse de él. Aguza sus sentidos, esperando que los pasos se precipiten hacia ella. Pero no percibe nada más que el lento y renqueante deslizarse por el empedrado de las suelas de los zapatos de una pareja de ancianos que pasan junto a ella. Quizá todo haya sido fruto de su imaginación, se dice aliviada, echando de nuevo andar. Casi al instante vuelve a percibir a sus espaldas -esta vez ya no puede equivocarse- los pasos en rítmico contrapunto con los suyos. Nota en las marcadas pulsaciones en sus sienes cómo su corazón salta asustado. Como una máquina al apretar un botón, sus manos se aferran con fuerza al bolso, al abrigo. Pero, ¿no es estúpida esta reacción? ¿Qué le puede ocurrir a plena luz del día, un domingo por la mañana, en esta pequeña ciudad donde nunca pasa nada? Relaja los dedos y deja caer las manos a ambos lados de sus caderas, balanceando los brazos con suavidad al compás más pausado de sus piernas. Escoltada por los pasos, prosigue su camino a lo largo de varios bloques de edificios. Otro más. Y otro más. Y continúa oyéndolos, siempre con la misma intensidad indicadora del prudente mantener las distancias, cuando gira por una calle lateral que debe conducirla a su lugar de destino. La calle está algo más concurrida. Sin embargo, los pasos, casi acoplándose ahora con los suyos, se perfilan en sus oídos con nitidez frente al mayor rumor de fondo. El temor inicial ha ido hallando su perfecto reemplazo en una curiosidad creciente. ¿Quién puede querer seguirla? ¿Por qué? Por su mente cruza la fantasía, tan explotada en su opinión por el más cursi y baboso cine romántico, de que un desconocido se hubiera sentido atraído por ella. Y aunque la sabe absoluta, ridículamente descabellada, no puede evitar esbozar una sonrisa. Si fuera así -no puede serlo, claro que no, pero... ¿y si fuera así?- quizá lo descubra cuando llegue al café. Si fuera eso lo que está sucediendo -¿pero qué tontería es ésa?-, a lo mejor quien la sigue trataría de acercarse a ella e iniciar una conversación. Pese al embarazo que le produce el disparatado rumbo que están tomando sus pensamientos, la escena empieza a dibujarse ya frente a sus ojos: mientras saca su cuaderno y su bolígrafo, nota el aproximarse y sentarse de alguien a la mesa junto a la suya. Se siente observada. Comienza a escribir con gesto concentrado y al poco alza el rostro y apoya la barbilla en una mano, perdiendo la mirada en el horizonte, como si nada más que sus pensamientos alcanzaran a captar su atención. Tal vez se ruborice al intuir, en la imagen vaga que entonces aparecerá por uno de los extremos de su campo de visión, los ojos del desconocido posados sobre ella, sobre su perfil, sobre su pelo. Tal vez se atreva a cruzar brevemente con esos ojos los suyos cuando la camarera se aleje con su pedido.

Al girar de nuevo hacia la derecha -aún le quedan un par de calles por recorrer- algo la arranca de su ensoñación. Es el silencio. El silencio que emana de la ausencia, de la privación del sonido que ha ocupado sus oídos durante el último tramo de su paseo dominical. Ese sonido que la ha acompañado por las calles empedradas desde que dejara atrás la torre y decidiera ir a tomar su café. Aunque otros viandantes caminan hacia ella, el claqueteo de sus propios pasos sobre la piedra retumba en su cabeza como si la calle estuviera desierta, como si sólo ella, tan sólo sus pies, caminaran apoyándose pesadamente sobre el suelo. Porque sobre su coronilla, sobre el cuello, el peso opresivo, redoblado en intensidad, de algunas tardes, a la caída del sol, después de una jornada de trabajo en soledad. Y, como renacidos del reino de los muertos, el agujero en medio del pecho y los alfileres punzantes desplegándose dolorosamente por la entera superficie de su piel entresudada.

27 comentarios:

Jota dijo...

Bon dia. Y antes que nada, gracias por el texto de Pascal que me regalaste en tu respuesta a mi anterior comentario. Me ha parecido tan certero como brillante.
Respecto al texto de hoy, creo que refleja dos tipos de soledad, o quizá dos estadios de la misma cosa. Porque, en mi humilde opinión, existe una soledad mala y una soledad buena. La soledad mala es la poblada por una ausencia. Es la que sucede a la viudedad, a la separación, a las despedidas en los andenes. Es una soledad mala porque es una soledad mutilada, perforada por el hueco doloroso como una herida abierta que deja la persona o sensaciones que ya no están. Es una soledad teñida del azul intenso y lacerante de la nostalgia.
Luego está esa otra soledad, que suele aparecer cuando la mala ya nos resbala sobre la piel hecha cuero (de ahí que diga que quizá sean dos estadios de la misma cosa), pero que también puede ser un estado de ánimo que solo disfrutan aquellos, cada vez más raros, seres que disfrutamos (otros dicen soportamos) de la soledad, del silencio de las madrugadas de los días festivos, del placer de disponer de una mañana soleada de invierno tan solo para ti.
Esa soledad, quizá comprendida y aceptada, quizá domesticada, pero soledad al fin y al cabo, es un fruto maduro y agridulce (más dulce que agrio) al alcance de quien no tenga miedo de subir a las ramas más altas, donde habita. Solo estando solos tenemos tiempo de escucharnos, de conocernos, de intentar entendernos...

TRoyaNa dijo...

Antígona,
la soledad es un tema que da mucho de sí.Aún siendo seres sociales,hay una soledad que nos acompaña desde que nacemos con la que es preferible reconciliarse.Es una soledad que puede pasar desapercibida,pero que inevitablemente,está.
Algunos prefieren ignorarla,darle la espalda,hacer como que no la ven,pero es persistente e incluso a veces,algo tosca.Otros la evitan,intentan suplirla con voces y compañías ajenas para llenar huecos incluso aunque esas presencias no sean ni íntimas ni cercanas.
Por eso creo que es preferible,conforme pasan los años,reconocerla,aceptarla y si es posible,disfrutarla.Entre otras cosas porque estará con nosotros hasta el final y con ella y gracias a ella,podemos aprender a conocernos,a digerir lo vivido,a hallar respuestas(o más preguntas) o simplemente,a sabrer estar con nosotros mismos,sin interferencias.
¿por qué no enseñan estas cosas en la escuela?al final,lo más importante,tenemos que aprenderlo por nuestra cuenta, y a veces,paradójicamente cuando empezamos a aprender a vivir,ya se nos ha ido media vida.
Besos y abrazos

Miss.Burton dijo...

Me ha dolido cada palabra del post, todas. No me gusta esa soledad que emana la protagonista, no la entiendo como una soledad escogida, aunque ella lleve tiempo aislada, tremendo error, cuando uno está hecho polvo, el aislamiento lo único que hace es redibujar la herida, aún mas si cabe, y ponerla en el centro de la vida, por ello también, la persona en sí, es incapaz de relacionarse con nadie, de hacer nada, porque ese dolor la está matando, y creé que el tiempo pasará, y que estará preparada en un futuro para el mundo de allá fuera, pero lo único que hace, es protegerse en ese autoengaño de la interacción de ese maravilloso mundo que nos está esperando allá fuera. Es necesario el tiempo del duelo, tasar los dolores, etiquetarlos e ir pudiendo con ellos, pero también es necesario, en esa soledad impuesta por ese mismo dolor, salir, respirar aire fresco, ver gente, mucha, y entretener la mente con lo que sea, si es buena compañía mejor. Y al final, los días pasan, y el dolor se va achicando, y el sol se vuelve a ver, que es de lo que se trata.
Luego estaría la soledad escogida, pero esa es de la buena, la disfrutada e impuesta por uno mismo para su bien, y no por causas ajenas a su voluntad.
Se de esos túneles, de la poca luz que hay en ellos, y de lo necesario que es digerir el dolor allí, y a solas. Pero también se que es una manera de no afrontarlo, de cobardía, y no, no me gusta nada la opción, y vuelvo a repetir, es mas doloroso.
Que sepas que he caminado por esas calles, porque el relato es casi tan real que se palpa. Yo también he sentido esa sensación de casi total abandono de uno mismo, y de como, varíes el entorno, las cosas, o incluso el órden de los muebles, nada puede hacerte feliz, ni siquiera darte una tregua, el problema es la raiz podrida que se erige en los corazones de los que, por pereza, ó por miedo, nos quedamos allí agazapados.
Me ha encantado, como siempre. Señora-señorita, es ud la hostia.

Marga dijo...

Buen texto!, mi querida Antígona. Haces fácil el identificarse con la prota del relato, casi palpar sus pensamientos y deseos... cosa que, por otro lado, me sucede con todos tus cuentos. Te voy a nombrar mi dibujadora de grietas, se te da de maravilla asomarnos a ellas… jeje

La soledad es otro de esos grandes pensamientos que nos turban, nos confunden sin saber muy bien a que carta quedarnos. Como bien dice Troyana está la soledad vital, la que ninguno podemos negar porque no existe ser humano que no sea consciente de ella cada minuto de su vida si se para a pensarlo. Esa soledad es un motor, creo yo, actúa como tal, obligándonos a hacernos entender por el resto: es el motor del arte, de la existencia del amor, de la amistad, de nuestros blogs sin ir más lejos, creo yo... de cualquier expresión que signifique comunicar y hacernos sentir -aunque sea una ilusión pero qué maravilla cuando se produce!- que no estamos solos. Que existe alguien ahí, fuera de mí, con el que puedo conectar y olvidarme por un momento de una verdad a la que nos cuesta enfrentarnos: somos y estamos solos.
Pero tu texto habla de otra soledad, la social, la que forma parte de nuestra necesidad de animales gregarios y el sentirnos acompañados. Al menos en nuestro idioma no existe un vocablo que diferencie ambas soledades aunque a mi entender sean semejantes en el sentir pero no iguales en su concepto. Y ésta, cuando no es buscada, cuando viene impuesta por la actitud de los demás o por las circunstancias, puede ser muy dolorosa y provocar una desesperación que nos puede y asusta como pocas… aunque exista también la otra cara de la moneda, y es que cuando nos deslizamos en ella por elección puede provocarnos un placer también como pocos.

Yo soy mucho de “echarme de menos”, imagino que porque fui un animalito domesticado con creces para ser social. Y eso hace que la soledad sea un bien preciado por mí, que la disfrute con ganas y que a veces atraviese épocas un tanto hurañas, a decir de los demás. Una de mis teorías, descabalada como todas pero mía al fin y al cabo, es que todo el mundo debería tener una etapa en su vida en la que vivir solo, aprendiendo a convivir consigo mismo, a formarse como ser autónomo y a depender sólo en aquello que es vitalmente necesario: la dependencia emocional pero sólo sobre aquellos que elijamos. Nos hace más libres en nuestros afectos y nos demuestra que nuestras necesidades no son tan altas como pensábamos y que por tanto las concesiones hacia los demás (quién no las ha tenido alguna vez por “no estar solo”?) sean más honestas para con nosotros mismos y ellos.

Y como leí alguna vez… desconfia de quien no sabe estar solo, si no se soporta él mismo… por qué tendrías que soportale tú? Jajajaja.

Besos islotes!

Antígona dijo...

Es que Pascal, Jota, era un tipo brillante y muchos de sus textos lo demuestran.

Es cierto todo lo que dices: la soledad tiene una doble faz, y se muestra en una u otra de sus facetas según la relación que mantengamos con ella, según el modo en que se presente en nuestra vida. En efecto, hay una soledad insoportable que es la de la falta, la que duele como si nos hubieran arrancado una parte de nuestro propio cuerpo. Es una soledad no deseada sino sobrevenida en contra de nuestra voluntad y que se encuentra intrínsecamente entrelazada a ese objeto cuya ausencia duele. Y el objeto no tiene por qué ser necesariamente algo que tuvimos y después perdimos, dejando ese espacio vacío en nuestro entorno que engendra el sentimiento de soledad. También a veces nos sentimos solos por la falta de algo que nunca tuvimos pero deseamos tener, por la ausencia de algo impreciso pero que echamos de menos en nuestra vida. Ésta es la soledad que la protagonista del cuento parece haber superado tras su separación.

La otra soledad se percibe de un modo distinto: quizá de cuando en cuando duela –quién no necesita sentirse acompañado, querido arropado-, pero por lo general se convive con ella en perfecta armonía porque se ha aprendido a sacarle partido. Y creo que ese aprendizaje tiene mucho que ver con el sentirse bien con uno mismo, con la no voluntad de huir de sí –hay tanta gente que busca constantemente compañía porque no soportan estar a solas consigo mismos-, con el sentirse acompañado, como la protagonista del cuento, con la propia presencia y los propios pensamientos.

El caso es que no sé muy bien todavía lo que he querido decir con el cuento: si ella atraviesa un proceso de autoengaño –cree no sentirse sola, pero en realidad se oculta a sí misma su soledad-, o si lo que emerge de su fantasía no es sino el fondo de soledad insuperable que todos arrastramos –esa nefasta imposibilidad de salir de la propia piel y la propia cabeza o de hacer a alguien entrar en ella-, por arropados y queridos que nos sintamos por parte de nuestros semejantes.

Lo que sí tengo claro es que estoy de acuerdo contigo: de la soledad se puede extraer mucha riqueza; y es importante aprender a apreciarla y a disfrutarla en lo que vale.

Un beso!

Antígona dijo...

Yo también lo veo así, Troyana, es lo que quizá podríamos la “soledad existencial”, que nos habita incluso cuando somos afortunados y tenemos junto a nosotros justamente a aquellas personas que nos hacen sentir acompañados –algo que, desde luego, no nos sucede con todo el mundo ni está garantizado por numerosas que sean las personas con las que compartimos nuestro tiempo. Es esa soledad que, a mi entender, se hace especialmente patente en la enfermedad, en el sufrimiento físico, en el dolor espiritual, ante la adversidad que recae sobre uno, ante la decisión grave. Es ahí cuando nos damos cuenta de que, por más que los otros nos reconforten con su compañía y nos ayuden a sobrellevar la carga que soportamos, en el fondo estamos solos frente a ella, solos dentro de nuestro cuerpo frente al dolor, solos dentro de nuestra alma frente a la tristeza, la melancolía o la angustia, solos frente al miedo que nos asalta en mitad de la noche o frente a nuestras pesadillas. Encerrados en nosotros mismos y aislados de los otros en ese espacio interior que es la propia conciencia y el propio sentir, y al cual nadie puede acceder íntegramente, con la inmediatez que desearíamos, por más que tratemos de exteriorizarlos por medio de la palabra o compartirlos con el acercamiento físico o emocional.

Esa soledad está siempre ahí, aunque no siempre se manifieste con la misma intensidad, y, como le decía a Jota, creo que su aceptación pasa por un estado de bienestar con uno mismo que no siempre poseemos. Tú lo has dicho: saber estar con nosotros mismos. Pero mira que no hay ocasiones, circunstancias o situaciones en las que lo que más desearíamos es desprendernos y olvidarnos completamente de nosotros mismos, porque nos convertimos en nuestro más feroz enemigo o en una compañía insidiosa e incordiante.

Quizá no sea posible enseñar nada de esto en las escuelas porque cada cual tiene que aprender solito a lidiar con su soledad. Y me temo que ese aprendizaje, en realidad, no termina nunca.

Un beso y un abrazo!

Antígona dijo...

No lo sé, Miss Burton, porque en realidad no creo que haya fórmulas ni recetas generales que aplicar cuando uno se siente herido o está atravesando un momento difícil de su vida. Yo recuerdo una época de mi vida en la que me sentí tremendamente sola después de perder a alguien muy importante hasta entonces en mi vida, y durante una primera fase del duelo –es cierto que bastante corta- no soportaba estar en compañía. De alguna forma, sentía que todas las personas que podían acompañarme no eran sino un sucedáneo, un triste reemplazo de aquella a la que yo echaba de menos, y era como si su presencia me hiciera aún más daño que la propia soledad por recordarme que no eran ellos aquellos con quienes yo deseaba estar. Luego esa fase pasó, pero pasó justamente cuando empecé a habituarme a la pérdida, cuando el dolor de la ausencia comenzó a mitigarse. Sin decisión consciente que mediara por mi parte, sólo dejándome llevar por lo que me pedía el cuerpo, necesité vivir la parte más terrible del duelo en soledad. Y funcionó. Sin embargo, hay otras personas que han superado sus baches poniéndose ya de entrada en esa interacción con el mundo a la que aludes y me parece tan válido o tan normal como lo que pasó a mí. Cada cual puede hallar su propia medicina en lugares distintos e incluso contrapuestos.

Yo creo que mi protagonista cree sinceramente haber superado su dolor –cómo lo ha hecho no lo sabemos, la separación queda ya tiempo atrás- y se siente bien por haber recuperado su capacidad para convivir consigo misma y su soledad. Ahora bien, como le decía a Jota, creo que el cuento puede ofrecer diferentes interpretaciones: quizá lo que descubre por medio de su fantasía es que aún echa de menos tener alguien en su vida, que desearía sentirse más acompañada –lo que cual no es en el fondo incompatible con el disfrute de la soledad, puesto que disfrutarla no significa haber perdido todo deseo de salir de ella-, quizá descubre que la herida que le dejara su anterior pareja o marido no está del todo cerrada, o quizá acaba de topar con ese fondo de soledad última que comentaba Troyana, el que nunca desaparece, y que en ocasiones puede sentirse de forma angustiosa. O quizá, como tú misma dices, todo se resume en un cruel y fallido autoengaño que acabará por hacerle daño.

La verdad es que es una maravilla ver cómo las posibles interpretaciones del cuento van ampliándose con vuestros comentarios. Y es que una vez colgado aquí, ya he dejado de ser dueña de su sentido –si es que alguna vez lo he sido, en este caso menos que nunca- y sólo soy una más que ofrece la lectura que éste sugiere. Me gusta.

Un beso, Miss Burton!

Antígona dijo...

Dibujadora de grietas, jajaja, niña Marga, ¡eso me ha gustado! Pero es que los humanos tenemos tantas grietas, tantos agujeros, tantas fisuras por las que nos hacen aguas nuestra razón, nuestra voluntad, nuestras interpretaciones de nosotros mismos o de las circunstancias que atravesamos, que dan mucho de sí como material literario :)

Poco puedo ya añadir a lo que habéis dicho Troyana y tú de esa soledad vital que yo he llamado más arriba existencial. Me parece muy interesante y muy acertado lo que dices de que esa soledad de fondo actúa como un motor que nos impulsa a querer salir constantemente de nosotros mismos para ponernos en comunicación con los otros, bien sea por medio de la faceta expresiva del arte, por ejemplo, o de la escritura, bien a través del compartir ideas que se produce en los diálogos de los blogs, o, por supuesto, en el amor. Quizá de no llevar dentro de nosotros esa soledad como una pequeña carga que en ocasiones se nos hace difícil de soportar nos convertiríamos en seres autosuficientes y tendentes al autismo, en universos cerrados que jamás harían nada por contactar con otros. Porque, es verdad, ninguna comunicación ni contacto elimina ese ser y estar solos, ese sentir sólo dentro de nosotros mismos. Pero es obvio que al hablar y ser escuchados, al recibir o dar un abrazo, podemos olvidarnos un poco de nuestra soledad y aceptarla con una actitud más reconciliada.

En cuanto a la soledad social, la que tiene que ver con la ausencia de nuestros semejantes, opino exactamente como tú y más o menos como todos los demás que han comentado. Si es impuesta, si proviene de una pérdida no deseada, se vive con gran sufrimiento y puede incluso conducirnos a pensar que la vida no merece ser vivida bajo su imperio. Necesitamos del contacto con nuestros semejantes, somos demasiado pequeños y pobres para no necesitar de otros seres humanos que enriquezcan y den color y alegría a nuestro estar en el mundo. Ahora, cuando la soledad es elegida, ya no la experimentamos de la misma manera. Quizá todo tenga algo que ver entonces con la cuestión de la libertad, con el sentirse libre o no para elegir la compañía como fuente de los malestares que la soledad nos produce.

Yo, por el contrario, soy más bien de naturaleza solitaria, y me temo que con el tiempo me estoy volviendo cada vez más huraña. Lo cual no significa que no disfrute mucho con la compañía de mis amigos o de la gente que me interesa. Pero siempre he necesitado espacios bastante amplios de soledad para poder después estar a gusto con mis semejantes. Tu teoría no es para nada descabalada, claro que no. Viviendo solo se aprende mucho de uno mismo y, en efecto, nos hace menos dependientes. Siempre he pensado que muchas relaciones de dependencia provienen del mero hábito de estar constantemente con otros, de no tener la ocasión de haber de enfrentarse solo a lo que suceda, de la costumbre –como cuando aún se vive en casa de los padres- de saberse en todo momento acompañado. Por eso, romperlo, aunque pueda hacerse duro, es beneficioso, también porque nos lleva a no “utilizar” a los otros como “animales de compañía” y a entablar con ellos relaciones más verdaderas, más sinceras, menos condicionadas por nuestras carencias.

Yo no sé si desconfío de los que no saben estar solos, pero me parece una buena recomendación :) Yo, cuando veo que no me soporto a mí misma, prefiero quedarme quietecita en casa hasta que se me pase, que no es cuestión de volverse insoportable para el prójimo. Ahora, a veces también funciona que llegue alguien y, casi tirándote de la oreja, te saque a pasear, jajaja. ¡Pero mira que somos complicados!

Besos comunicativos!

k dijo...

Esta mañana me he despertado pensando en el tema que tratas aquí. Reflexionaba sobre la diferente calidad de la sensación de soledad dependiendo del momento, del lugar, de la persona, del estado.

No quiero extenderme. Me ha gustado mucho tu relato. Y me pasa como a tus otros lectoes: lo entiendo muy bien.

Anónimo dijo...

A mi también me ha gustado mucho tu relato, como siempre.

La soledad impuesta es una mierda, claro que sí, sobre todo si viene dada tras la pérdida de alguien muy importante, como contabas que te pasó. Pero últimamente he reaprendido una lección importante: con lo estresante y complicado que es dar con la compañía adecuada; con la de concesiones y sacrificios que hay que conceder para tener una vida social activa; con la de capullos/as sueltos que hay... ¡qué gustazo poder estar solo!

Para mí, que me acabo de hacer monja definitivamente, la soledad se me ha acabado haciendo tan necesaria que ahora la siento dulce, calentita, acogedora, rica. Y encima ahora vienen el frío y la lluvia, ayyy que gustoooo.

Y hablando de gusto, un poco de contacto humano también hay que tener, pa que nos vamos a engañar. Más que nada por eso de evitar esas opresiones en la coronilla, el cuello, u otros lugares más escondidos. Pero ahí está el secreto, en encontrar a alguien con quien poder sentirte tan a gusto como en soledad.

¡Necesito un gato ya! :P

Muchos besos, señorita Antígona. Mua!

Miss.Burton dijo...

Vaya empanada que me he hecho, te leo contestándome, y alucino, supongo que somos muchos, y gracias a dios, de nuestra padre y nuestra madre, y claro, cada uno con su fiesta particular.
Cada persona debe pasar el trago como quiera, como pueda, ó como le de la gana. Recuerdo esos fines de semana, después de mi separación, en la casa nueva, sola, las persianas bajadas durante esos días, los víveres en la nevera, para no salir para nada, y sólo una luz: el viernes noche. Quisiera, ó no, me venían a recoger para salir de juerga. Nunca me pinté, así que iba en el coche con cuatro locas, y llorando como una bellaca, y cuando llegaba a la cena, ya lloraba menos, y después, no me digas cómo, estaba bailando en la pista de un antro que es casi mío de lo que he ido, y olvidada de todo, sin mas vicio que mi marlboro y la música inundándome. La vuelta era terrorífica, pues estaba sola, y la casa me absorbía, pero se que sino hubiera salido esos días, esa etapa, hubiera sido letal.
Además, siempre es un incentivo llevar a la amiga rota de copas, no bebe, conduce el taxi, y además ofrece diversidad de dramas que a las demás se les antojan cojonudos, pues su vida parece un carrusel a toda hostia lleno de colores.
Pues eso, gracias a esas amigas, y gracia a estos cojones, fué menor que lo que esperaba, el daño. Luego vendrían otros dolores con nombre de hombre, y maneras de capullo sofisticado, pero ya estaba mas preparada.
Me encanta esta casa tuya, y me encanta formar parte de ella. Enriqueces, te tendrían que poner en el anuncio ese del arroz, Cueces ó enriqueces?¿ TU ENRIQUECES¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
BSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS.

NoSurrender dijo...

Supongo que no podemos identificarnos a nosotros mismos sin nuestras contradicciones, tan humanas como necesarias. Quiero decir, no creo que podamos vivir sin nadar y guardar la ropa a la vez. Y nos inventamos fórmulas, más o menos sanas o insanas, que nos impulsen a desear lo contrario de aquello que tenemos. El calor en invierno y el frío en verano, la compañía en la soledad buscada, la soledad en la compañía buscada. Y si no somos capaces de inventarlas, ya vendrá algún producto comercial o filosofía mercantil que nos lo procure.

No creo que la verdad que nos explica, si es hubiera alguna, esté en una sola de estas opciones, sino que lo está en la imposible combinación de ambas, lo que garantiza la insatisfacción permanente de la que se alimenta nuestro deseo.

¡Un beso, doctora Antígona!

Carmela dijo...

Hola Antígona, por casualidad visitando otro blog he llegado al tuyo y me ha encantado la historia que he leído. Es un tema al que llevo un cierto tiempo dándoles mil vueltas. Me gusta mucho como escribes, y no es por decir, de verdad que me has encantado.
Seguiré leyéndote.
Daludos
Carmela

Carmela dijo...

Disculpa, quise decir, Saludos

El peletero dijo...

Debemos saber distinguir la soledad del aislamiento como lo hacemos cuando separamos la música del ruido.

El mismo silencio puede llegar a ser una bella melodía igual que la dulce intimidad que proporciona un retiro, pero la soledad es un sonido indescifrable, mudo que no callado, mero griterío que ahoga incluso nuestros propios pensamientos.

La soledad no está vacía, está llena, poblada de fantasmas y de cosas que son medio nubes y medio piedras, que no son nada, sólo espejos, imágenes de la muerte que nos están siguiendo incansables como ése que parece que persigue a la protagonista de tu relato.

Besos.

Antígona dijo...

Querida K, es verdad que la soledad no sienta igual según el cuerpo con que le encuentre a uno, ni según de dónde proceda el sentimiento. Lo más extraño, para mí, es cuando nos acomete en compañía de otros. Se hace entonces realmente difícil comprender y digerir ese sentimiento de soledad. Y terrible asumirlo.

¿Y quién no entiende lo que es la soledad a ciertas alturas de la vida?

Un beso!

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Sor Beneditina, no me jodas que encima te has hecho monja de clausura y en el convento te han prohibido tener una ventana abierta al mundo como es el blog. ¡Que tu página ha desaparecido!
Esto no te lo perdono por muy Sor que seas, ay.

Lo que dices me lleva a pensar de nuevo en lo que le acabo de decir a K. Para mí, creo que no hay peor soledad que la que se siente en compañía. Quizá sea esa contradicción –saberse acompañado y a la vez sentirse solo-, la dificultad para comprender por qué la compañía no sirve para eliminar el sentimiento de soledad, lo que nos lleva a experimentar con más intensidad la sensación de aislamiento que suele asociarse al dolor de la soledad, a la soledad no querida ni disfrutada. Por eso entiendo lo que quieres decir: en esos momentos, mejor optar por hacer de la soledad un hecho efectivo y no una realidad encubierta por una compañía que aún nos genera más desasosiego y sensación de ausencia de vínculos que nos liguen al mundo y a los demás.

Y sí, estar solo puede ser un gustazo, vaya que sí. Sobre todo por la libertad que conlleva, por la ausencia de obligación de dar cuentas a nadie de nada, ni tan siquiera de los propios estados de ánimo, por la posibilidad de gestionar el propio tiempo como a uno le venga en gana y decidir en todo momento según lo que a uno le salga de… en fin, me lo vas a contar a mí, que siempre he sido pájaro más bien solitario.

Pero es verdad que todo tiene un límite y no es bueno renunciar al contacto humano. Que la cabeza, cuando se está demasiado tiempo solo, juega también malas pasadas. Ya sabes, se pone a centrifugar, y luego no hay quien la pare ;)

Lo del gato no es mala solución, no. Y a ellos tampoco hay que darles cuentas de nada :)

¿Y cómo que señorita? Antes me meto yo también monja, para que me llamen “Sor” :P

Muchos besos, guapa, ¡y recupera la página, por dios!

Antígona dijo...

Pues sí, Miss Burton, todos somos de nuestro padre y de nuestra madre y dicen que en la variedad está el gusto, que si fuéramos todos iguales, ¡menudo aburrimiento!

Yo también he vivido esos momentos con amigos que me han sacado de paseo en aquella etapa de mi vida y que me han aguantado los llantos y las penas, cómo no. Pero no vale cualquiera para esa tarea, o al menos a mí no me valía, y la tendencia era más bien a lamerme las heridas en soledad porque hasta con esos amigos podía llegar a sentirme mal y desear la intimidad de las cuatro paredes de mi casa. Recuerdo que una noche hasta me escapé de un antro sin que nadie se diera cuenta de la urgencia que me entró por aislarme de todo. ¡Pobres! Luego no sabía cómo explicárselo. Pero los buenos amigos siempre acaban, si no entendiéndolo, al menos aceptándolo todo cuando saben que te encuentras en un momento difícil.

Ya sabes que esta casa es también la tuya, maja, así que, ponte cómoda en el sofá y no tengas reparo en saquear la nevera si te apetece ;)

Más besos!

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Tiene usted razón, doctor Lagarto. Somos contradictorios y no es raro que cuando disfrutamos de la soledad, haya momentos en que echemos de menos no estar solos, y que, a la inversa, cuando disfrutamos del hecho de no estar solos, puedan darse ocasiones en que se eche de menos el estarlo. Ambos estados vitales entrañan aspectos positivos y negativos, o, sencillamente, aspectos que se viven mejor que otros. Y ya se sabe, no existen límites en nuestros deseos, pero sí en la realidad con la que pueden satisfacerse, que impide que podamos disfrutar simultáneamente de todas y cada una de las ventajas que ofrece el estar solo y el estar acompañado. La elección de cada posibilidad implica una renuncia, y madurar es, probablemente, aprender a aceptarlo, tanto si se elige la soledad como la compañía. Así que, por la naturaleza misma del asunto, dudo mucho que pueda inventarse ningún producto comercial o filosofía mercantil capaz de resolver este problema. Como mucho, podría ofrecérsenos un sucedáneo de solución, o un cauce para desviar la atención del problema, pero no la solución misma.

Y de esta aceptación forma parte, es cierto, asumir la imposibilidad de la combinación de ambas opciones. Pero, a mi juicio, la imposibilidad afecta a sólo a la combinación total, absoluta, que no parcial. Los seres humanos, todos, necesitamos espacios de soledad y de compañía. Que la insatisfacción de la que, en efecto, se alimenta nuestro deseo no se transforme en amargura depende de nuestra inteligencia para, en función de nuestras circunstancias, buscar, encontrar y sacar todo su jugo a esos espacios de soledad y de compañía.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Me alegro de que te haya gustado la historia, Carmela. El tema de la soledad merece nuestra reflexión porque no tenemos más remedio que convivir con ella, tanto si estamos solos como si estamos acompañados. Y es que, como decíamos más arriba, incluso en este segundo caso no puede olvidarse esa soledad existencial por la que nacemos solos y morimos solos. La soledad será nuestra eterna compañera queramos o no, y mejor encontrar la forma de que no nos haga sufrir.

Gracias por tu comentario y bienvenida a esta casa.

Besos!

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Muy acertado lo que dices, estimado Peletero. Tengo la sensación de que nos falla el lenguaje cuando tratamos de distinguir entre vivencias o experiencias de la soledad, que pueden ser muy distintas. Y, en efecto, para mí, sentirse solo, que no tiene por qué hallarse ligado al hecho de estar solo, tiene mucho que ver con esa sensación de aislamiento, de falta de lazos vinculantes que nos liguen al mundo y a nuestros semejantes, a la que aludes. De ahí la posibilidad de sentirse solo incluso en medio de una multitud, o precisamente a causa de ésta.

Y, por otro lado, en efecto, la soledad está llena de voces y fantasmas. Las voces y los fantasmas de nuestros deseos insatisfechos, del deseo frustrado de contar con interlocutores válidos, incluso de hacer de nosotros mismos ese interlocutor válido con el que mantener un diálogo que colme el vacío. La soledad es, a menudo, el grito callado de quien trata de ahuyentar el vacío y no lo consigue. Estamos destinados a esquivarlo de continuo –como la muerte- y no lograrlo duele demasiado.

Un beso!

Carmela dijo...

Gracias por tu respuesta Antígona.
Y lo primro de todo aprovecho para disculparme y decirte que tú tambien eres bienvenida a la mía, que aunque pequeñita y novata, tiene un hueco para quién quiera acomodarse en ella. La inexperiencia y la poca costumbre a tener comentarios, me hizo ser descortes y no ofrecertela en mi respuesta al tuyo. Bienvenida cada vez que quieras.
Realmente "la soledad" da para una enorme Tesis. A mí, me gusta en muchas ocasiones, realmente la añoro en una vida demasiado ocupada y tumultuosa que tengo la mayor parte del tiempo, aunque cuando llega sin quererla y sobretodo estando acompañada puede llegar a ser axfisiante. Creo que poco a poco , ella y yo, estamos llegando a conocernos y a ser buenas amigas, o al menos a tolerarnos y darnos nuestro espacio.
Un beso!

Miss.Burton dijo...

Sí, si ya te digo que yo salía llorando de copas, y volvía igual de llorona, pero como soy el taxi, nunca pude largarme. Recuerdo en la discoteca de turno, el mirarme desde fuera, y el pensar en qeu por la puta puerta, apareciese aquel que amaba, y que le sabía mas lejos que nada. La vida se va en un segundo, mejor pensamos que es lo que tenemos ahora, y que armas nos dió la experiencia para manejarlo distinto, para sacarlo mas provecho. Y bueno, luego está el callo... pero los que somos como somos, creo que sufrimos, sino con la misma intensidad, sí, los mismos dolores.
Saquearte la nevera, de momento no lo haré, que la crisis ns afecta a todos, y cada uno que se arregle con lo que pueda y suyo, eso sí, saquearte en un bar la cocacola.. eso sería ya otro cantar, qeu espero llegue ya.
Porque de pascuas a ramos... en fin, es duro.
MISSYOU, hermosa.

c.e.t.i.n.a. dijo...

La soledad escogida no existe. Es solo una patraña inventada por aquellos que creen haberla elegido, cuando en realidad es la soledad la que les tiene atrapados en su red. Somos mamíferos, seres sociales. Y necesitamos al OTRO, aunque solo sea para reafirmar nuestro YO.

Quizás nuestra existencia no sea más que una constante huída de la soledad. ¿No son acaso los blogs(antes llamados bitácoras) una especie de mensajes lanzados al mar con la esperanza de que alguien nos responda?

Un solitario beso

Unknown dijo...

Narra Ud. como nadie que lo haga gratis querida; he dejado este escrito para el mejor momento; ese de la vulnerabilidad que describe al atardecer. Ya lo sabía el bueno de Sigmundo, cuando elegía esta hora para tumbar el el diván a sus pacientes (sus mecanismos de defensa ya llegaban tumbados a la cita).
Unos le llaman la hora tonta; suele durar unos 45 minutos, y es un mecanismo que se dispara ante el cambio de la luz tras numerosas horas de vigilia. Es la primera señal para recogerse; aunque debido a nuestra forma de vida, nos queden al menos treso cuatro horas para "casi" desconectar.
No es la soledad lo que siente esa mujer; es la percepción cansada la que da un aire trágico hasta a la lectura de un informe técnico, la que le embarga, y lo relaciona con ella porque parece lógico experimentar una especie de desazón por no seguir los patrones establecidos. No seguir las directrices de: "cada oveja con su pareja", hace que algunos se cuestionen su capacidad de amar o sentir, cuando debieran sentirse orgullosos de pensar finalmente por su cuenta. El "café para todos" es una aberración que pretenden imponer las cabezas medianas; esas que arremeten contra todo lo que no les entra en la cabeza, según dijera alguien que no puedo recordar. No tener una pareja, no es ninguna tragedia en sí misma, de hecho, es tener la posibilidad de tenerlas todas, lo que a mi juicio es un prospecto de lo más lúdico y deseable.

Unknown dijo...

C.E.T.I.N.A creo que se equivoca; sí existe, y no vea lo que mola. Hasta los grandes monos demuestran que Ud. no está en lo cierto. LOs machos adultos de chimpancés, se aíslan en la espesura para vivir sin interferencias sus costumbres, rutinas y manías, y sólo bajan al mundo social de las manadas de hembras y crías, cuando les pica la pilila.
Por supuesto que se puede hablar de la feria tal como nos ha ido en ella; pero eso no quiere decir que la feria sea una sola cosa; depende de los feriantes, de los compradores y el estado del mercado.

Unknown dijo...

Fé de erratas: perdón, no eran los chimpancés, sino esos otros colorados que usan en las publicidades y cuyo nombre no puedo recordar.

Antígona dijo...

No hay que disculparse de nada, Carmela, no has sido descortés en tu blog sino, más bien, todo lo contrario. Que la cortesía y la amabilidad van mucho más allá de los formulismos, y yo me he sentido excelentemente tratada en tu casa. Que, por cierto, ay, tengo que volver a pasarme que he estado bastantes días desconectada del mundillo de los blogs.

Todos necesitamos nuestros momentos de soledad, claro que sí, y no sólo para reflexionar o pensar, que, sobre ciertos temas, se hace mejor en la intimidad de la propia conciencia y en solitario, sino también para disfrutar del silencio, de la ausencia de testigos o de la necesidad de hablar, a veces difícilmente justificable ante otros sin preocuparles, o para dejarse llevar por lo que nos pida el cuerpo sin interferencias ni explicaciones. Me alegro de que te lleves bien con tu soledad. Hay que descubrir lo reconfortante que puede ser estar solo.

Más besos!

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Ya sospechaba yo, Miss Burton, que tú y yo nos conocíamos de algo… ;)

Mira a ver si esa cocacola puede ser para el próximo fin de semana, aunque no sé si seguimos descoordinadas. ¡Joder, qué complicado es todo!

Es verdad, la vida se va en un segundo y hay que tratar de apurar el presente tanto como se pueda. Y creo que hay que asumir que de ese presente también forma parte el sufrimiento, del que siempre se saca algo, aunque sólo sea aprender a soportarlo y manejarlo mejor. Quizá el error sea pensar que, mientras exista sufrimiento, no vivimos como deberíamos.

Un besazo, guapa!

Antígona dijo...

C.E.T.I.N.A., no estoy de acuerdo. ¡Proclamo! :)

Es cierto que somos seres sociales, claro que sí, y cada día que pasa estoy más convencida de ese nuestro necesitar del otro, porque somos en nuestra individualidad demasiado pobres y demasiado pequeños como para prescindir de la riqueza que los otros nos ofrecen.

Pero no creo que eso signifique que la soledad no puede escogerse, siempre y cuando no hablemos de la soledad absoluta, es decir, de la soledad de Robinson Crusoe abandonado en su isla desierta y deseoso de la llegada de un Viernes cualquiera con quien comunicarse. Aunque incluso esa soledad puede escogerse: es la opción del eremita, del ermitaño, que quizá nos resulte incomprensible o incluso enfermiza, pero existe y es una posibilidad humana.

Supongo que el problema consiste en definir qué es para cada cual o cómo se concreta o hasta dónde alcanza esa soledad escogida que siempre convive con espacios más o menos amplios de compañía. Si en vivir solo, en pasar un fin de semana solo, o en encerrarse un rato solo en una habitación. Las posibilidades son muchas y responden a diferentes necesidades de soledad que no tienen por qué ser iguales en todos los seres humanos.

En lo que sí que estoy de acuerdo es en que los blogs nos acercan a los demás y nos hacen sentir menos solos. Pero con la ventaja de que uno enciende el ordenador a voluntad y lee las respuestas a sus mensajes cuando le viene en gana. Algo que no siempre se puede decidir en la compañía real y no virtual de sus semejantes, que a veces se ponen muy pesaditos ;)

Otro beso solitario!

Antígona dijo...

Curioso, estimado Rodrigo D. Granados, ese dato que desconocía acerca del bueno de Sigmundo y de sus preferencias sobre la hora de tumbar a sus pacientes en el diván. Quizá, nunca lo he pensando, es que no soy especialmente sensible a esa hora tonta y me siento mucho más vulnerable cuando me tengo que levantar a las seis y cuarto de la mañana. Entonces sí que siento, con una dolorosa agudeza, que debería estar recogida en la cama y no puedo :P

Entiendo perfectamente lo que dice de la desazón por no seguir lo que dictan los patrones establecidos. Quien se opone a ellos, o quien, sencillamente, moldea su vida de tal forma que acaba alejándose de ellos, carga con un peso que no sufren quienes los siguen: el de la incertidumbre sobre la corrección de sus opciones, puestas a veces en cuestión por el simple hecho de no coincidir con las de la mayoría y no por su naturaleza misma; el de la sensación de rareza por no desear lo que desean sus semejantes.

También yo creo que no tener una pareja no es ninguna tragedia, y que, como usted muy bien señala, puede ser una opción de lo más gozosa y convencida de sí misma. Pero desde luego en este caso concreto los dictados sociales se convierten en una auténtica e insidiosa carga que puede llegar a confundirnos o a persuadirnos de que la razón se encuentra del lado de la mayoría, en la medida en que todo a nuestro alrededor parece impulsarnos a emparejarnos, a hacernos creer que quien no tiene pareja es, necesariamente, un ser desgraciado e insatisfecho con su condición. Que lo “natural” –en el peor sentido, el determinista, de la palabra natural- es, en efecto, vivir acompañados, comprometerse, emprender un proyecto conjunto con alguien.

Pues no, los patrones, como usted dice, no están hechos a la medida de todos y cada uno de los seres humanos, y ni tan siquiera a la medida de todas las etapas de la vida de cada uno de esos seres humanos. Me caen simpáticos esos grandes monos, sean los que sean, que se aíslan en la espesura para vivir a sus anchas sus costumbres, manías y rutinas. Comprendo que es una opción como otra cualquiera para vivir esta vida la de aislarse en la espesura, y hay que defender a capa y espada que con ella se nos dio también el derecho de vivirla como nos viniera en gana, con independencia de toda suerte de dictados sociales o presuntamente naturales.

Un beso!