viernes, 30 de julio de 2010

Verdad II


"La verdad, en su nombre maldito nos perdimos, en su nombre solamente, no por la verdad misma, si acaso existiera, sino por el deseo de verdad que nos arrancó las "confesiones" más aterradoras, tras las cuales quedamos más alejados que nunca de nosotros mismos, sin acercarnos ni un paso a verdad alguna"
Jacques Derrida

- Necesito saberla. Necesito saber la verdad. Sólo así, tal vez, podría perdonarte.

Quebrada por fin la eternidad de su silencio se atreve ella a alzar su rostro ojeroso, antes hundido entre sus manos, fija la mirada en los húmedos rodales que las lágrimas, en caída libre, han ido formando sobre el pantalón de su pijama en la zona de los muslos. Sus pupilas reptan en ascenso, despacio, por la figura erguida frente a ella para constatar que también el pijama de él está mojado a la altura del pecho. Al alcanzar, temerosa, sus ojos enrojecidos, la golpea con redoblada intensidad la humillación de su reciente derrota. La vergüenza que sobre sus hombros arroja su forzada capitulación. Tan sólo en una ínfirma parte por la mentira puesta al descubierto, si se la compara con la que mana de lo desvelado por su causa. Es obvio que sobreestimó su capacidad de resistencia. Quizá porque no exista mayor fuerza inquisitorial que la voluntad desesperada de verdad. La verdad que, frente a toda previsión, ha acabado emergiendo de su propia lengua tras el largo y torturante interrogatorio. Esa verdad que con tanta decisión se había propuesto ocultar. El reloj de la mesilla de noche marcaba las tres y cuarto cuando, al pronunciarla, ha girado la cabeza para rehuir su mirada.

- No te entiendo. Ahora ya sabes lo que querías saber - El perfecto retrato del dolor en esos ojos suplicantes, en la barbilla temblorosa oscurecida por la barba incipiente, comprime su abdomen y amenaza con cortar su respiración, obligándola a inclinar de nuevo el rostro, a atarlo esta vez al suelo. Un leve escalofrío recorre su espalda. Se sabe tan desnuda. Tan enteramente desnudada y expuesta sin el abrigo protector de la mentira.

- Quiero saber por qué. Por qué - El tono desgarrado de su voz grave reposa sobre un fondo de firme serenidad, de segura calma. Por el rumor en los roces de la tela de su pijama al moverse, intuye que se ha sentado de nuevo sobre la cama, posiblemente cruzando los brazos sobre el pecho, en patente actitud de espera.

Por qué. Se siente exhausta, aturdida. Hace un esfuerzo por poner en marcha las ruedas dentadas dentro de su cráneo, paralizadas bajo el peso sofocante de las emociones. Por recordar. Por hallar, en algún punto de ese bloque compacto e impenetrable de cemento en que se ha transformado su cabeza, el cabo inicial que le permita hilar un discurso mínimamente coherente. Mínimamente convincente. Hay demasiado en juego. Necesita su perdón. Le aterra la idea de perderle, siempre le ha aterrado. Su memoria semeja una mancha emborronada y confusa. No hace tanto tiempo de aquello, pero en ese momento le parecen siglos. ¿Cómo pudo cometer tal error? ¿Cómo ha podido traicionarle de esa manera? No consigue explicárselo. Nunca ha dejado de quererlo, nunca. A menudo manifiesta ante sus amigas, complacida, seguir enamorada de él, pese a los altibajos que su relación ha ido atravesando. ¿Y qué pareja no los ha sufrido? Insoportable la sensación de suciedad que la invade, el encogerse de su corazón ante el asedio del remordimiento. Vuelve a apoyar los codos sobre las rodillas, sujetándose la frente con las manos, incapaz de enfrentar su mirada doliente, vencida.

- No lo sé. Creo que me sentía sola. Tú estabas en esa época muy ausente, absorto en los problemas de la empresa, todavía abatido por la muerte de tu madre. Me parece que yo pasaba también por una mala racha... Sí, así es. Fue cuando la directiva rechazó mi proyecto y al poco me cambiaron de puesto... Sabes que no lo viví nada bien. Supongo que necesitaba más cariño del que tú podías darme en ese momento. Y bueno, entonces apareció él, cubriéndome de atenciones, de mimos, y... me dejé llevar.

Javier. Probablamente el hombre más guapo de cuantos haya conocido. No era extraño que de joven hubiera trabajado esporádicamente como modelo. Recuerda su penetrante mirada azul, su seductora sonrisa. El modo en que su interés por ella, que se tiene por una mujer atractiva pero no una belleza, halagó su vanidad. El color crema de las sábanas que arroparon sus encuentros amorosos en su apartamento.

- Apenas duró un par de semanas, ya te lo he dicho antes. Enseguida me di cuenta de que estaba haciendo una tontería. De que es a ti a quien quiero y a quien siempre he querido. No lo interpretes como un reproche, sé que fui débil y que actué mal... pero me sentía un tanto abandonada. Lo dejamos porque yo quise. Él aún insistió durante un tiempo, pero por suerte no tardaron en ofrecerle un traslado. No he vuelto a saber nada de él, ni quiero tampoco. Nunca pensé en dejarte, nunca me enamoré de él. No llegaste a sospechar nada porque nada de lo que pasó alteró mis sentimientos hacia ti. Pero necesitaba sentirme querida, deseada. Que alguien me cuidara. Ojalá pudieras creerme.

Levanta un poco la cabeza y busca sus ojos. Ahora es él quien, tras unos segundos, los aparta de los suyos para dejarlos reposar sobre la colcha, mientras frota en ella con el dedo índice una mancha inexistente. Resopla. Guarda silencio durante un intervalo que se dilata sin piedad, como un denso vacío que hubiera detenido el metrónomo de la línea pautada del tiempo. Hasta que la mira de nuevo y su voz brota de su garganta aún más rota y desgarrada.

- Esto ha sido tu venganza por lo de Helena, ¿no es cierto? Siempre supe que, tarde o temprano, aquel error me pasaría factura.

Helena. Hace mucho que no piensa en ella, pero la simple mención de su nombre arde en sus mejillas y pone a palpitar la sangre en sus sienes. Aún estaban los dos en la facultad. Apenas la conocía. Pero acabó por enterarse -siempre la maldita casualidad- de que él se había liado con Helena mientras ella hacía sus prácticas en Londres. Estuvieron a punto de romper. También él le dijo entonces que se había sentido solo y abandonado. Cuánto daño le había hecho aquello. Cuánto le costó superarlo. ¿O quizá aún, después de los años transcurridos, no lo había superado? Las circunstancias eran ahora muy distintas pero... ¿es posible que se sintiera legitimada a tener una aventura con Javier a causa de aquella infidelidad suya? ¿Había querido, después de tanto tiempo, devolver daño por daño, golpe por golpe, pagándole por su falta con la misma moneda? ¿Había pretendido, guiada por una cierta inconsciencia, la igualación de los marcadores, la revancha, el empate? Sólo eso explicaría esta súbita y contundente resurrección de su antigua rabia. Este violento, sorpresivo reabrirse de la herida en apariencia cerrada. ¿Es ésa la verdad que él busca? ¿Es ésa su propia verdad? El puño que retuerce sus entrañas parece aflojarse. Su ceño se frunce mientras proyecta con resolución la barbilla hacia adelante.

- Es posible... Sí, puede ser. Me hiciste tanto daño. Tanto daño...

El reloj marca las cuatro y media. Subrayando el silencio de la noche, el rítmico tic-tac del reloj se solapa a tramos regulares con la respiración acompasada de él. Recostada sobre la almohada, lo observa dormir mientras le acaricia el pelo con delicadeza. Finalmente, se acomoda a su lado y apoya una mano en su pecho velludo. Javier apenas tenía vello. En su conciencia se abre paso el recuerdo de la suavidad de su torso musculoso, la imagen de sus hombros robustos, perfectamente torneados, y su mano se despega en una suerte de automatismo de ese pecho velludo. Escruta el rostro dormido de él. Sus labios se curvan en una mueca de desagrado al comprobar que le está saliendo un feo granito en la nariz. Una inquietante aunque ya familiar sensación de hastío se apodera por unos instantes de su estómago. Tratando de ahuyentarla, deposita un leve beso sobre su frente, se da la vuelta y apaga la luz. En la oscuridad baila ante ella el rostro sonriente de Javier. Al cerrar los párpados, percibe de nuevo la cálida humedad de las lágrimas, desbordándolos.


Disculpen ustedes la
reiteración. Pero es que la frase de Derrida da tanto de sí...

17 comentarios:

Margot dijo...

Volvemos a un tema complicado, la verdad, ufff, incluso la nuestra propia, incluso intentado conocerla con toda la honestidad del mundo, confesándo y confesándosela…

Parte del problema pueda ser que nos empeñemos en encontrar sólo una causa a nuestras actuaciones, como la prota de tu relato (tan acertado y humano como todos los tuyos, por cierto) y me temo que causas hay muchas, demasiadas, incluso aquellas que nos ocultamos a nosotros mismos. Intentamos convencernos de que existe un cabo del que tirar para explicar y simplificar cualquier actuación, reducir a un gesto único y sencillo, a una pulsión concreta como si eso fuera posible, y lo que es peor, como si eso fuera real. La protagonista lo demuestra, pasa de una razón a otra sin tenerlas muy claras y sin querer admitir (admitirse) que todas ellas podrían ser válidas y estar relacionadas ... incluso el deseo puro y sin matices hacia otro hombre pese a estar enamorada del suyo y que sólo en soledad es capaz de reconocer ante sí misma.

Si de que lo se trata es de ser sincero, o al menos no engañar-nos demasiado, yo elegiría el aforismo que tanto me gusta de Wagensberg: a más cómo, menos por qué… intentar conocer y delimitar el proceso antes de perderse en las causas. Puede que tratándose de emociones sea menos determinante pero desde luego sí me parece más honesto hacia nosotros mismos, la capacidad de autoengaño se ve reducida, no del todo, claro, pero va a menos… algo es algo, no? Estos imperfectos humanos, cachis! Jeje.

Besos concretos y sonantes!

(ahh y tanto que la frase de Derrida da de sí! es sencillamente genial)

k dijo...

Tu pareja me ha recordado a las de Bergman, con sus capas y capas de profundidad en la relación, el amor mezclado con el desdén y con la falta de respeto y con la necesidad. Coincido con Margot, tus personajes son humanos aquí: la diferencia entre lo que dices, lo que te dices, lo que piensas y lo que sientes es a veces brutal. Y nada de ello es mentira. Del todo.

Antígona dijo...

Lo cierto, niña Margot, es que el post sólo pretendía ejemplificar de nuevo las palabras de Derrida, aunque tomándolo ahora desde una perspectiva distinta a la del anterior post: la de quien, precisamente por verse forzado a realizar una confesión, a poner sobre la mesa una verdad, acaba sin quererlo y sin ser consciente de ello alejado de esa verdad. O, lo que es lo mismo, cómo el interrogatorio y deseo de verdad que anima al interrogador termina él mismo, y sin necesidad de que medie voluntad alguna de engaño, dando paso a la mentira.

Quiero decir que, al menos en mi cabeza a la hora de proyectar el relato, la protagonista acepta una respuesta que no es la verdadera pero que, en esa situación de tensión emocional, tomar por verdadera no porque desee autoengañarse, sino porque, por un lado, aligera su culpa y por otro, permite que la relación con su pareja, que ella no desea abandonar, pueda salir adelante. No obstante, el autoengaño quería hacerse evidente al final del relato dando a entender que sí hay una verdad que ella constantemente elude, a saber, que está cansada de su marido pero se niega a asumirlo.

No obstante, al leer tu comentario me he dado cuenta de que es posible que el relato permita otras lecturas y, desde luego, la que tú propones me parece interesante, porque plantea una verdad palmaria de nuestra realidad humana. En efecto, tendemos a pensar que sólo existe una única causa, o una causa principal que explique nuestros actos, cuando para cada uno de ellos puede existir un enjambre de causas que no se dejen dilucidar plenamente. Y es ahí tal vez cuando más caemos en el autoengaño, no por el deseo de ocultarnos nuestra realidad, sino por andar a la caza de una causa única que detenga nuestro desasosiego ante acciones nuestras que no comprendemos, que por fin nos tranquilice al proporcionarnos una respuesta clara y nítida. Porque supongo que lo que llevamos mal es eso de no ser plenamente sujetos, es decir, de no poder dar cuenta de todo aquello que hacemos y así gozar de una transparencia con respecto a nosotros mismos que nos haga sentir dueños y señores de nuestros yos. Qué gran ilusión ésta, y cuánto nos cuesta deshacernos de ella incluso cuando somos conscientes de su carácter ilusorio.

Muy bueno ese aforismo de Wagensberg, quizá sea justamente ese análisis del proceso lo que acabe volviendo innecesaria la pregunta por las causas.

También yo opino que acabar con la capacidad de autoengaño sea igualmente otra quimera, pero la voluntad de reducirla o de delimitarla al máximo sí debe estar siempre presente para evitar caer en el delirio. Que imperfectos somos, vaya que sí, pero también hay grados y grados de imperfección, ¿no? :)

Besos sin causa!

Antígona dijo...

Bueno, K, no me extraña nada, porque mira que me gusta a mí el cine de Bergman, y mira que me han dado siempre qué pensar las relaciones de pareja que en sus películas se plantean. Ahora, el problema es que yo no creo –y diría que Bergman tampoco- que el amor sea capaz de convivir con el desdén o la falta de respeto. Una vez éstos se presentan, me parece que el amor ha sido ya sustituido con otro tipo de vínculos, como la dependencia emocional, el miedo a la soledad o a cambios importantes en la propia vida, aun cuando pueda pasar mucho tiempo hasta que uno se dé cuenta de que lo que le une a la otra persona ya no es amor o incluso jamás llegue a darse cuenta de ello por no atreverse a afrontar su pérdida.

Supongo que si pueden existir esas diferencias tan brutales entre lo que decimos, pensamos y sentimos es, en buena medida, por la falta de una distancia adecuada con respecto a nosotros mismos desde la que contemplarnos. Al menos de una forma inmediata. Y este problema es por principio irresoluble, dado que esa distancia, sencillamente, no nos es dada. Otra cosa es que el paso del tiempo –que justamente es capaz de proporcionarnos algo parecido a esa distancia- sí nos permita acercarnos más a nuestra propia verdad en relación a un hecho acontecido en el pasado. Pero en el presente, no son nada raros la incoherencia y la falta de concordancia entre cabeza y corazón, incluso, como señalas, cuando no existe voluntad alguna de mentirnos o de mentir al otro.

Un beso!

NoSurrender dijo...

Qué masoquista resulta la condición humana a veces, doctora Antígona. Supongo que, más que tratar de entendernos a nosotros mismos, tratamos de buscar respuestas de manera compulsiva que nos reafirmen en lo que tenemos. Y esto lo digo tanto por ella (a quien le ponen a huevo decirse a sí misma que sigue queriendo al tipo) como por él (que ofrece ese saldo-cero de intercambio de cuernos como negación de la falta de amor).

El caso es que esa “confesión” les permitirá seguir una vida tan llena de respuestas como vacía de autoconocimiento. ¿Durará mucho? Hay gente que vive así toda la vida. O, más que vivir, sobrevivir, que es otro concepto distinto del de vivir muy interesante que propone el mismo Derrida.

Un beso, doctora Antígona!

Miss.Burton dijo...

La verdad, pero la verdad de cada uno... Pura subjetividad, y ni te cuento a los ojos del otro. Creo que somos siempre un total, y que la protagonista, en su día, no asume esa verdad que tiene delante, porque le quiere, porque prefiere seguir pensando en que eso ha sido un desliz, una estupidez, sin pararse en ese momento a reflexionar sobre un fallo importante en la pareja, que ha dado lugar a que uno de los dos se pierda en otra persona nueva. Después, todo ese dolor y rencor, va tomando forma con el tiempo, y uno se encuentra sin quererlo, vengándose del otro, como si quisiera ponerse en un mismo plano, y sentir lo que sintió el otro en su momento, por dos razones, una, esa venganza de la que hablo, y otra, y la que yo me conozco de memoria, sentir lo que sintió el otro al hacerlo, y así poder penetrar en su mente, y llegar a conocerlo mas a fondo. Se que es enrevesado, pero lo he vivido. Y lo que está claro, es que siempre el orígen de una situación así, es vendarse los ojos ante una verdad que nos puede. Esa verdad que cuando encontramos, es otra verdad con el paso del tiempo.
La verdad... jodido de analizarlo a fondo, da para mucho. Yo iría siempre al principio, y a ese momento en el que uno decide mentirse, y entonces, las verdades que encuentra se tiñen de esa mentira, y llegan a ser mentiras también, esto lo provoca el autoengaño, necesario en muchas etapas jodidas de nuestras vidas, para sobrevivir.
Esa pareja de la que hablas, me da mucha pena, está muerta. Yo también he sentido como después de llorar y abrazarnos, todo estaba mas muerto, y nos separaban mas abismos, pues la verdad jode, duele, y separa. Sobre todo cuando uno dice que quiere saberla, ahí es que algo chungo ha pasado, y es tarde para la puta verdad, y para todo.
Pues eso, al orígen, y con dos huevos.
Yo ya sabes que hace tiempo que decidí hacer arco iris de todas las mierdas que me llegan, así que no soy la mas adecuada para hablar aquí de nada de verdades.
Eso sí, en el fondo... cantaré al alba, pero llevo la cruz dentro. Se todas las putas verdades que no quería saber, y eso jode de cojones. Pero así es la vida, cuando las fuerzas no llegan para digerir todas esas verdades.
Bueno, que estaba de vacas y por eso no venía, pero que te he echado de menos, y que espero nos veamos pronto, como siempre en los bares, y bien acompañadas de conversación, y comidita pal body.
UN BESAZO¡

Miss.Burton dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Ay, Antígona. Precisamente estoy pasando por una época bien intensa de esas llenas de confesiones que buscan acercarse a la verdad. Aunque en realidad a donde me estoy acercando es a volverme medio majara :P

Te mando un afectuoso saludo de verdad de la buena, espero que estés disfrutando del verano dentro de lo que se pueda ;)

El peletero dijo...

Felicidades por los dos relatos, Antígona, los he leído con mucho interés y delicia, son un retrato muy real de muchas vidas pequeñas.

Lo malo de una mentira es taparla con otra, pero mucho peor es no saber que se miente, ni que se huye ni que la vanidad ni el premio fácil nos gustan demasiado, que somos débiles y banales, superficiales y triviales y que por esa causa algún día pagaremos un precio muy alto, quizás, porque tal vez nos salve nuestra propia ignorancia de nosotros mismos, el bajo nivel, el vuelo de gallos, las excusas ni siquiera fáciles ni difíciles, sólo escuchadas en muchas series malas de televisión, en reconocer que nuestra educación sentimental y nuestra inteligencia emocional se ha cimentado en ellas, en las palabras de otros, en algunas novelas baratas, en películas donde los personajes son eso, personajes. En recuerdos robados a otros.

Casi toda nuestra memoria no nos es propia porque si lo fuera habría muchos más suicidios.

Los protagonistas de las dos historias son ignorantes y mentirosos, patéticos, miméticos, clónicos de millones más, de nosotros mismos, de nuestros amigos y vecinos, de nuestros amantes temporales, de los que duran tres meses o tres horas escasas, fantasmas que buscan en nuestra carne la suya y que sólo encuentran en ella el olvido. Son cobardes y están ya tan perdidos que confunden las sábanas con las mortajas, pasan de una a otra y en todas pierden el pasado y el futuro al entrar la luz de la mañana en la habitación.

“Niña, es tarde ya, debes irte a tu casa, no podemos jugar”

Para tantas confesiones era mejor callar. El nuestro es un mundo mudo que sobrevalora la palabra como instrumento de catarsis, esa verdad tonta que casi siempre esconde otra. Todos parecen haberse creído lo que les cuentan cuando les conviene, “hablemos”, “quiero ser sincero contigo”, “has de saber lo que siento”, “necesitaba ser querida, deseada”, frases para llorar de vergüenza, pero tan ciertas como la vida misma.

¿La verdad?, la verdad ha de estar a la altura del que debe decirla y viceversa, no es gratis, está claro que pocos somos capaces de descubrirla ni merecerla siquiera.

Ayer hablaba con un amigo abogado, ha tenido que suspender sus vacaciones por un “divorcio urgente”, ¿hay divorcios urgentes?, parece ser que sí.


Besos.

Marga dijo...

Tengo cueva nueva... pásate cuando gustes, querida Antígona.

Besos de retorno, ays, qué duro es! (el del curro, jeje)

Max B. Estrella dijo...

¡LA VERDAD!, pocas cosas hay más inciertas y vapuleadas que este producto cultural de casi todas las religiones y filosofías; da para muchas frases grandilocuentes, escenas, arrebatos...
La verdad no es más que una elección entre todas las mentiras posibles, y que será escogida en función de intrereses más o menos calculados. La capacidad de autoengaño es aún mayor que la de embaucar a quienes habitan los extramuros de nuestra íntima realidad, solo que menos evidente a nuestra percepción. Aquel que diga que maneja las riendas de la honestidad a ultranza por convicción, es un mentiroso redomado o un incrédulo de sí mismo. Pessoa hacía una advertencia que no puedo recordar de forma literal; pero que venía a decir que: más veces nos persuadimos de que amamos que las que amamos en realidad. Hay intereses que nos pasan inadvertidos (incluídos los propios), y seguramente no hay verdad sobre la tierra que pudiera soportar un cuestionario lo suficientemente exhaustivo.
Pretender que la verdad es buena y la mentira es mala, es de una simplicidad sonrojante; he visto mentir con una actitud tan generosa, que he terminado por asumir que en la verdad, también puede uno cagarse, si en la evaluación previa, esta ofrece inconvenientes insalvables.
Cada verdad y cada mentira tiene sus seguidores, y postular de forma inapelable la supremacía de una de ellas, es arriesgarse a convertirse en un obcecado paladín de las creencias propias. Recuerdo a mi madre rememorando en múltiples ocasiones el dicho:
"En este mundo traidor, nada es verdad o es mentira; todo es según el color, del cristal con que se mira".
Como siempre ha sido un placer leer su relato; aguda y precisamente escrito, con una capacidad de observación que ya quisieran muchos consagreados para sí.

Antígona dijo...

Bueno, bueno, bueno. Parece que al final, sin llegar a proponérmelo, me he acabado tomando unas vacaciones de la bloggosfera y me temo que así seguiré hasta mañana, salvo para contestaros aquí y empezar a pasarme por vuestras casas, que os tengo más que abandonados. Pero es que sigo liada con un trabajito que me está volviendo loca y encima este final del verano está resultando un tanto problemático. En fin… mejor no quejarse, que, como suele decirse, todo es susceptible de empeorar, y paso a contestaros.

Antígona dijo...

Yo no sé si es tanto cuestión de masoquismo, doctor Lagarto, como de miedo. Miedo a descubrir que nos somos lo que creíamos ser. Miedo a enfrentarnos a sentimientos que pueden poner patas a arriba toda nuestra vida y todos nuestros planteamientos de futuro con respecto a ella. Miedo, terrible, a la soledad, al cambio, a la desorientación, a la pérdida, al vacío. Y por culpa de ese miedo somos capaces de agarrarnos a las más falsas “verdades”, con tal de que todo siga igual y podamos seguir sosteniéndonos sobre la ilusión de que aún pisamos tierra firme.

Yo soy de las que piensa que las verdades siempre acaban imponiéndose. Ahora, también estoy convencida de nuestra tenacidad para eludirlas, de las múltiples estrategias que podemos inventar para evitar que salgan a la luz. Sólo que las estrategias nunca son suficientes para lograr encerrarlas del todo. Por no hablar de que la aplicación de una estrategia nunca deja de saber en el fondo acerca de su sentido y destino. Otra cosa es que los humanos también seamos capaces de acostumbrarnos a vivir en la mentira, aun en la conciencia de la propia mentira. Hay quienes encuentran un frágil equilibrio en ella. Y también hay quienes optan por conformarse con sobrevivir, y desechan toda aspiración a vivir.

Un beso, doctor Lagarto!

Antígona dijo...

Yo no creo, Delirium, que la protagonista del cuento quiera ya a su pareja. Ahora bien, tampoco soy nadie para afirmar que el amor no pueda albergar dentro de sí o convivir con el hastío. Supongo que cada cual lo vive a su manera y es posible que haya tantos conceptos del amor como personas que lo sienten, pese a que yo misma, desde mi propia experiencia, no podría aceptar muchos de ellos. En cualquier caso, me parece interesante lo que comentas de lo que puede esconderse tras una “revancha” en cuestión de infidelidades, sobre todo en lo que respecta a esa voluntad de conocer al otro tratando de vivir en carne propia su misma experiencia. Pero tu conclusión me parece acertada. En el fondo, no es más un subterfugio más para no enfrentarse a la verdad. Y, obviamente, un paso en falso que elude la búsqueda de una solución a la situación que ha generado el intercambio de infidelidades.

El ideal, en efecto, sería remontarse al origen, al principio. Pero quizá no sea tan fácil encontrar ese inicio o principio, determinar cuándo ha empezado uno a mentirse, y menos aún cuando uno lleva tiempo conviviendo con la mentira hasta el punto de que, como bien dices, llega a desdibujarse la frontera que separa, para uno, lo verdadero de lo falso. Toda discriminación requiere distancia, y ésta suele negársenos cuando nos hallamos hundidos en esas circunstancias que han acabado por confundir verdad y mentira, realidad con ilusión. No obstante, siempre hay gente que consigue mantener el grado necesario de lucidez para discernir esa verdad y tenerla presente y no caer en el autoengaño fácil, aun cuando tal vez las circunstancias le impidan ser consecuente con ella o no se sienta preparada para hacerlo, porque como dices, a veces las fuerzas no llegan para digerir las verdades y es preciso esperar a recobrarlas o a reunirlas para poder hacerlo.

Ya me figuraba yo que estarías de vacaciones, y espero que las hayas disfrutado. Nos vemos pronto, claro que sí. Y la conversación y la comidita pal body que no falten!

Un beso grande!

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Beneditina, pues ve entonces con cuidado no vaya a ser que, como Derrida dice, cuanto más te esfuerces por confesar más te alejes a la verdad en lugar de acercarte a ella. Y sobre todo no te vuelvas medio majara, que ya se sabe que cuando la centrifugadora va demasiado deprisa tiende de desbaratarse. Así que menos darle al coco, anda, y relajación mental :)

Saludada quedas tú también con el mismo afecto verdadero y ahora mismo me paso por tu casa a saludarte a ti también :) El verano se ha disfrutado, como dices, dentro de lo que se ha podido, que yo creo que ha sido bastante. ¡Ay, la putada gorda es que se acabe!

Besos!

Antígona dijo...

Gracias por tus palabras, estimado Peletero, me alegra que te hayan gustado. Lo cierto es que he intentado con ellos acercarme lo más que he podido y sabido a la realidad de situaciones que creo muy comunes.

No puedo más que suscribir todo lo que dices. Suele decirse que la ignorancia da la felicidad, pero yo no lo creo en absoluto, y más en lo concierne a esa ignorancia que acusas con respecto a nosotros mismos y a nuestras propias mentiras, a nuestras debilidades, a nuestras vanidades. Como decía más arriba, nunca he confiado en que la ignorancia nos salve, porque pienso que tras esa ignorancia se esconde la verdad en pugna por aflorar y siempre, más tarde o más temprano, acaba haciéndolo, acaba imponiéndose, plantándose ante nuestras narices sin posibilidad ya de ser rehuida, por desgracia a veces demasiado tarde, como en esa película de Bergman, “Fresas salvajes”, de la que en tantas ocasiones me acuerdo.

Tu juicio sobre los personajes de las dos historias es muy duro, pero acertado. Porque, en efecto, son cobardes y por ello se aferran al cadáver de un amor ya muerto como si aún estuviera vivo. Pero es que soltar ese cadáver exige una dosis de valentía para la que no siempre estamos preparados. Nos cuesta asumir la pérdida, la soledad, la destrucción de un bien que en un tiempo, seguro, consideramos precioso. Nos cuesta asumir que hay vínculos que un buen día se deshacen o se malogran y que debemos renunciar a ellos. Ahora, todo el que es cobarde puede dejar de serlo, y a veces sólo es necesario el transcurrir el tiempo para que el salto hacia otro lugar pueda hacerse efectivo. Los cadáveres, ya se sabe, se pudren y acaban oliendo fatal. Y aunque hay quienes acaban haciéndose inmunes a la pestilencia de la putrefacción o se esfuerza continuada por cubrirla con perfume, también otros desean para sí algo mejor.

Las confesiones, como advierte Derrida, suelen acabar haciéndole el juego a la mentira, así que mejor obviarlas y dejar que la verdad de lo que somos, de lo que sentimos, de lo que deseamos, se manifieste antes en nuestras obras que en nuestras palabras. Que, como dice el dicho, obras son amores y no buenas razones. Desconfiemos entonces de nuestras, como les llamaba un amigo mío, “pulsiones de verdad”, que probablemente sólo encubren la necesidad de verbalizar una mentira que pretendemos ante todo hacer pasar por verdadera ante nosotros mismos.

¿Divorcio urgente? Tampoco sabía yo que existieran tales cosas. Habría que preguntarles a los interfectos por el porqué de tanta urgencia.

Un beso!

Antígona dijo...

¡Qué bien, niña Marga! :) Acabo de echarle un vistacillo y ahora mismo en cuanto termine me demoro por esa nueva cueva, ¡que tiene muy buena pinta! Esto sí que es todo un acontecimiento, maja.

No me hables del retorno al curro, que a mí me toca mañana y llevo ya días penando por ello, aysss.

¡Besos de “rebienvenida”! ;)

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¡Qué sorpresa verle por aquí, señor Luzbel! El caso es que ya he notado el olorcillo a azufre al abrir los comentarios y algo he sospechado :P

Muy interesante lo que dice sobre la verdad, aunque tal vez el problema no sea que no exista, al menos hasta cierto punto, la posibilidad de aproximarse a la verdad, sino que nosotros o bien no somos capaces de hacerlo en determinados ámbitos, fundamentalmente los que nos tocan a nosotros mismos, o bien nos resistimos como jabatos a hacerlo precisamente en función de esos intereses más o menos calculados, más o menos conscientes que menciona. De acuerdo, plenamente, con que la capacidad de autoengaño sea mayor que la de mentir a los otros, y posiblemente por ello sean los otros los que mejor pueden aproximarse a la verdad que, siempre parcial, precariamente nos define, antes que nosotros mismos. Y no sólo, como señalaba más arriba, por esa falta de distancia que los otros sí pueden poseer, sino también porque nunca dejamos de hacer pasar cualquier posible verdad sobre nosotros mismos por el filtro de nuestros deseos, del retrato de nosotros mismos que queremos componer, de nuestros prejuicios, creencias e incluso escrúpulos morales.

Tiene también razón en que no es justo elevar la verdad a los altares frente a la mentira cuando la primera, en efecto, puede ser utilizada como un ariete frente a los otros en absoluto imprescindible o deseable. Es más, la posibilidad misma de la vida social reside en que aprendamos a mentir o a callar la verdad para evitar constantes enfrentamientos entre nosotros y daños gratuitos que es más inteligente eludir. Un aprendizaje que, lamentablemente, suele fallar en aquellos que presumen de ir siempre con la verdad por delante o de ser “muy sinceros” y no dejan de sembrar espinas a su paso por causa de esa estúpida manía de espetar a diestro y siniestro lo que consideran que es la verdad.

Yo no creo que en este mundo traidor nada sea verdad o mentira. Pero sí creo que la verdad es intrincada y presenta múltiples trampas. Y en esto podríamos añadir a las palabras de su madre las de Machado: “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón: -Conforme. El porquero: No me convence.”. Que, aunque indirectamente, creo que están bastante en armonía con lo que ha señalado al principio sobre nuestra percepción siempre interesada de la verdad.

Un beso!

El peletero dijo...

Apreciada Antígona, eso de que dices de que “las confesiones suelen acabar haciéndole el juego a la mentira”, es genial, es así, tal cuál.

Y como dice tu amigo, desconfiemos de esas “pulsiones de verdad”

Felicidades.

Un abrazo.